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21

Véase ROMANOS, M., «Modos de aproximación a una realidad poética. A propósito del Orfeo de Juan de Jáuregui, anotado por un lector del siglo XVII», en Homenaje al Instituto de Filología y literaturas Hispánicas «Doctor Amado Alonso» en su cincuentenario (1923-1973), Buenos Aires, 1975, pp. 332-371.

 

22

«Todos los que escriuen estas tropelías reprehenden en los otros lo que ellos mismos hazen, censurando por desatinos en los libros agenos lo que en los suyos veneran por oráculo; pero no es mucho que no se conozcan, si andan a escuras; yo a lo menos en esta confusión hallo de una misma suerte a los cultos que a los teñidos, que, auiéndolos conocido antes, aora estudio en conocerlos». Montalbán volverá a recordar en su Prólogo a la Primera Parte de sus comedias, tras un nuevo elogio a la pureza de la lengua castellana, que «los que vituperan la jerigonza son los que más la usan, sin conocer el delito» (citado por PARKER, J. H., Lope, p. 233).

 

23

«No es ni debe llamarse oscuridad en los versos el no dejarse entender de todos, y que a la poesía ilustre no pertenece tanto la claridad como la perspicuidad. Que se manifieste el sentido, no tan inmediato y palpable, sino con ciertos resplandores no penetrables a la vulgar vista: a esto llamo perspicuo y a lo otro claro» (JÁUREGUI, J. de, Discurso poético, edición de M. Romanos, Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 125.).

 

24

Es el n.º 795 del catálogo publicado por ANDRÉS, G. de, «Historia de la Biblioteca del Conde-Duque de Olivares y descripción de sus códices. II. Dispersión», Cuadernos Bibliográficos, XXX (1973), pp. 5-73: «Juan Jáuregui, el Orfeo en prosa y verso, 4.º 0.26». Gregorio de Andrés indica la existencia de un manuscrito del Orfeo en la Biblioteca Nacional de Madrid. Dicho manuscrito (3910, folios 69r.-111v.) parece ser copia de la edición de 1624, según indica J. Matas Caballero en su edición de las Poesías de Jáuregui (Madrid, Cátedra, 1993, p. 123), quien además indica la existencia de otro manuscrito en la Biblioteca Nacional de Madrid que también parece derivado de la edición (Caja 12931, n.º 9). No obstante, no son éstos los únicos manuscritos conservados; en el manuscrito 3980 de la Biblioteca Nacional de Madrid aparecen también el Discurso poético y el Orfeo, aunque parecen copia del impreso. Sería muy interesante poder cotejar el manuscrito olivarense con la edición del Orfeo y del Discurso poético para ver si la polémica con Lope alteró especialmente este segundo, pero no tenemos noticia de su paradero. Tratándose de un manuscrito moderno y cuyo contenido fue impreso casi inmediatamente, no parece que resultase excesivamente atractivo para los bibliófilos y coleccionistas que se hicieron con los restos de la colección del manuscrito del Conde-Duque. Tampoco parece que estuviera entre el millar de manuscritos donados a Felipe IV que fueron a parar al Escorial. Habría que comprobar si se vendió junto a la librería en 1690, aunque es posible que permaneciera entre los restos de la colección que quedaron en posesión de la Casa de Alba por su vinculación familiar con los descendientes de Olivares y que fuera destruido por los incendios sucesivos de 1795 y 1796. No obstante, creo que merece especial atención el manuscrito de la Caja 12931, n.º 9 de la Biblioteca Nacional de Madrid, tal vez autógrafo y, en este caso, con toda probabilidad el ejemplar regalado a Olivares, lamentablemente desgajado del Discurso.

 

25

Este hecho ya fue señalado por ARTIGAS, M. en «Un opúsculo inédito de Lope de Vega. En Antijáuregui del Liz. D. Luis de Carrera», Boletín de la Real Academia Española, XII (1925), pp. 587-605, p. 588.

 

26

JÁUREGUI, J. de, Orfeo, edición de P. Cabañas, Madrid, CSIC, 1948, p. 9.

 

27

«La entereza y buen lustre de nuestra lengua padece en manos de muchos que por no conocerla, no la respetan, y creyendo que la enriquecen, la descomponen. Y si algunos con brío o con enojo han salido a reñir esta demasía, ya que el celo sea razonable, no basta él solo para conseguir las empresas. Visto he discursos inútiles que, valiéndose de doctrinas vulgares, al fin no penetran la materia ni aun la reconocen, por ser peregrina y difícil y que niega dignamente tratarse sin desenvolver en el arte lo exquisito y lo íntimo, abriendo ignorado camino a la perfección de los versos. [...] V. m. le abone [...] que nunca tuve por acierto responder a obligaciones con servicios impropios.» (edición citada).

 

28

Es éste, esgrimido por PEDRAZA (Prólogo, citado, pp. XIII-XV), uno de los argumentos más sólidos para atribuir la obra a Montalbán, si bien el mismo autor, tras examinar el «alud de resonancias lopescas» del Orfeo en lengua castellana, parece inclinarse hacia la autoría de Lope, aunque no de modo categórico (p. XXIV).

 

29

Como es sabido, Lope en el Antijáuregui defendió la autoría de Montalbán del Orfeo (ARTIGAS, M., «Un opúsculo», p. 605). La enemistad entre Lope y Jáuregui no finalizó con los Triunfos divinos y el Romancero espiritual de 1625, como supone erróneamente MILLÉ y GIMÉNEZ, J., «Jáuregui y Lope», en Estudios de Literatura Española, Buenos Aires, La Plata, 1928, Biblioteca Humanidades, VII, pp. 229-245. Las aprobaciones de Jáuregui, ambas idénticas y fechadas el 27 de julio de 1625, (cito por la edición de la Colección de las Obras Sueltas de Lope, Madrid, Arco Libros, 1989, vols. XIII y XV), no son «muy lisonjeras», sino muy irónicas, al decir que «si el autor necesitara elogios, cuando tantos le sobran, con gusto me dilatara en sus alabanzas». Y el elogio de Lope a Jáuregui en la carta inicial firmada por el Licenciado Luis de la Carrera, el mismo seudónimo utilizado en su Antijáuregui, cuando dice que el raro ingenio y erudición de Jáuregui no está «en la opinión de sus amigos, sino en el testimonio de sus obras» no es en absoluto un elogio «en altos y elevados términos», sino una punzante ironía basada en el significar a dos luces del término «Testimonio»; no en vano en el mismo Antijáuregui Lope le había dicho al supuesto Luis de la Carrera que «no se pierde nada en alabar; porque si un hombre lo merece es justicia, y si no, es ironía, que no está de balde entre las figuras retóricas» (cito por la edición de M. Artigas, p. 595). Cuando sí se había producido la reconciliación entre ambos era en 1627, ya que en la aprobación de Jáuregui a la Corona trágica (Madrid, viuda de Luis Sánchez, 1627) don Juan se hace eco de una de las mayores aspiraciones de Lope, obtener beneficios de palacio: «Esto escribe fiel el autor, de quien juzgo obligación decir, que auiendo empleado sus años en tales estudios con aplauso de tantos, fuera justo por mano de los muy poderosos, levantarle más y enriquecerle». ¿Es posible que mediara entre ambos su común amigo Paravicino, quien firma también sendas aprobaciones en las mismas obras de Lope, y a quien defendió encendidamente Jáuregui a fines de 1625 con su Apología por la verdad (Madrid, Juan Delgado, 1625)?

 

30

Es bien conocida, y no vamos a insistir en ello, la obsesión de Montalbán por las murmuraciones y la envidia, sólo comparable a la de su maestro. Que Lope era uno de los que con mayor frecuencia aludía en sus obras a sus enfrentamientos literarios lo recuerda implícitamente Diego de Colmenares al escandalizarse porque los poetas se satirizan mutuamente «ya en el theatro con el juguete truhanesco, ya en el librico entretenido con el cuento satyrico, ya en el aplauso de la gente luzida con el gracejo impertinente, que pareze emplear de propósito su caudal en desacreditar su professión» (folio 23v.)