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21

De hecho, hace buen tiempo se les considera «fabuladores de su caricatura bufonesca y donjuanoide» (Arias Larreta, 1970: 261) y se les acusa de «folklorizar» a Caviedes (Bellini, 1985: 158).

 

22

«Así se tejen las fábulas y los clisés literarios: pasan de pluma en pluma y de país en país, originando una suerte de psitacismo intelectual entre los que no se molestan en comprobar documentadamente sus asertos», sostiene M. L. Cáceres (1975: 113, n.).

 

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J. J. Arrom (1963: 73-80). Arias Larreta (1970: 261) dice de los críticos caviedanos «fabuladores de su caricatura bufonesca y donjuanoide» y Bellini (1985: 158) los acusa de «folclorizar» a Caviedes «haciéndolo víctima de enfermedades 'vergonzosas', originadas por un desmedido afán por las aventuras galantes, de cuyas consecuencias no habría sabido curarlo la medicina debido a la crasa ignorancia de sus practicantes».

 

24

Sánchez modula la fórmula, para él «Caviedes era hombre complejo, por tanto absolutamente humano» (cf. Ballón Aguirre, 1986: 74).

 

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M. L. Cáceres (1975: 114-115, 127) afirma que «no es raro encontrar en esta poesía, trozos de elevado aliento místico» e incluso que se halla «cierto matiz ascético en algunas reflexiones que dejan entrever conocimiento no común de la doctrina cristiana» para terminar sosteniendo que «pienso que Caviedes debe ocupar un lugar discreto, de ninguna manera oscuro, entre los poetas místico-ascéticos de la Edad de Oro de las letras españolas»... ¡nada menos!, sin embargo y a pesar de su convicción, Vargas Ugarte (1947: IX) ya se había referido al «estilo peculiar del poeta [Caviedes] cuya religiosidad no era tanta como para inspirarle pensamientos tan altos y de tan subido misticismo», criterio reasegurado por Bellini (1985: 158).

 

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Sobre del párrafo testamentario en que Caviedes dispone «y sup[lic]o a los s[eñore]s curas me entierren de limosna y q[ue] mys albaseas la pidan para que me digan algunas misas por mi alma y la forma de mi entierro dexo a los d[ic]hos albaseas p[ar]a q ue] lo hagan conforme a mi mucha pobressa», García Abrines (1993: 21, 25) comenta: «'De la 'mucha pobressa', mencionada en el anterior testamento, es fácil deducir que los ingresos del poeta cubrían, tan sólo, el sustento de su familia numerosa y la compra de libros», para luego insistirse, sin testimonio documental a la vista, que Caviedes «disponía de una biblioteca de categoría». Insistiremos en la adenda de este mismo capítulo sobre el hecho de que no existe registro alguno de las ilusorias bibliotecas de Caviedes o de su tío Berjón de Paredes como consta en la exhaustiva relación de bibliotecas particulares durante la colonia peruana realizada por T. Hampe Martínez (1993). Agreguemos, por último, que L. A. Sánchez (1940: 83) interpretó -con su desmandado y veleidoso estilo- el citado párrafo del testamento de Caviedes como «proezas más de acuerdo con 'una baja estofa' moral que con la elevada que correspondió al primo de un connotado personaje colonial».

 

27

Esta arriesgada afirmación será doblemente reiterada por García-Abrines (1993: 94).

 

28

García-Abrines (Ibid., p. 76) se refiere igualmente a su propia cónyuge como «mi bella e inteligente esposa».

 

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Es la misma intolerancia que ya A. Carpentier (1987: 54) había denunciado: «tras de la hispanidad se oculta un racismo solapado, se acepta que el negro, el indio, aquí, allá, hayan añadido su acento, su genio rítmico, al romancero de los conquistadores. Pero lo universal americano, lo ecuménico, sigue siendo lo que trajeron los conquistadores». Véase igualmente en C. Arciniegas (1980: 155-182) la infame historia de la ideología que sustenta los juicios de García-Abrines Calvo. En igual sentido A. Roa Bastos (1981: 2) considera que el colonialismo cultural no es sólo imposición, sino también fascinación, deslumbramiento, ansiedad incoercible de imitar las formas, las normas prestigiosas, señoriales, imperiales. Por último, entre muchos más, A. Uslar Pietri (diario ABC de Madrid, 20/5/97) advierte el riesgo del reduccionismo peninsular: «todo regionalismo ibérico que olvide su dimensión americana será de corto alcance».

 

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El editor profesor de Yale (1993: 33) sostiene que «a Juan del Valle y Caviedes, pues, le cabe la honra [sic] de haber sido el primer streaker de América». Esta ficción (cf. J. G. Johnson 1993: 87, D. R. Reedy en J. del Valle y Caviedes (1984: 544) parte de una referencia de Jerónimo de Monteforte y Vera sobre Caviedes «que a nadie compadecía con su locura», dato que para la Madre Cáceres (1975: 29, n.) es «muy subjetivo y nada confiable puesto que no existe otra noticia documental que le otorgue veracidad», en estricta verdad, según ella misma (1990b: 933) «nada sabemos de los últimos días del poeta», opinión reiterada por Lohmann Villena (1990a: 80).