Los libros de caballerías a la luz de los primeros comentarios del Quijote: De los Ríos, Bowle, Pellicer y Clemencín
José Manuel Lucía Megías
En 1666 se publica en Madrid a costa de Gregorio Rodríguez, en la imprenta de Francisco Nieto, la Historia moral del Dios Momo; enseñanza de príncipes y súbditos, y destierro de novelas y libros de caballerías de Benito Remigio Noydens. Las calificaciones y finalidades, además de indicadas en el título, vuelven a ser contundentes en el prólogo:
Pero, a pesar del título y de tales palabras condenatorias del prólogo, en realidad se ocupa poco de los libros de caballerías. Le interesa, más que otra cosa, iluminar un determinado peligro, en el que caen las doncellas que se dejan engañar por la lectura de tales obras:
(pág. 286) |
El autor de la Historia moral del Dios Momo no es nada original en elegir la diana de sus críticas ni tampoco en los dardos que utiliza. Si lo traemos aquí a colación es por su fecha: 1666. ¿No estaban ya tropezando los libros de caballerías y deberían caer del todo en 1615, cuando se publica la Segunda parte del Quijote?
Durante el siglo XVI y los primeros decenios del XVII, los libros de caballerías, como otros géneros y obras de ficción (La Celestina, la ficción sentimental, la novela pastoril y la picaresca, las comedias, los relatos bizantinos...), van a sufrir la tortura de las crítica de moralistas y de literatos1. Aquéllos van a criticar su falta de «provecho moral» y éstos sus «mentiras», su ignorancia de las historias antiguas o su falta de estilo y de estructura...
En este sentido, no extraña la insistencia de Benito Remigio Noydens en criticar los libros de caballerías por ser «píldoras doradas» que, bajo apariencia de diversión, esconden peligros morales, ya que están llenas de amores y de estragos, de modelos de conducta que deben ser desterrados de una «república moral». Pero ni es el único en hacerlo, ni mucho menos en utilizar similares argumentos.
Francisco Cervantes de Salazar escribió unas Adiciones a la obra de Juan Luis Vives «Introducción y camino para la sabiduría», que se publicarían en Alcalá de Henares en 1546, en donde recoge idéntica crítica moralista, que más de un siglo después, aparecerá en el Dios Momo:
(fols. 13v-14r)2 |
Similares razones se pueden leer en la obra de Gonzalo de Illescas Historia pontificial y católica, publicada en 1565:
(fols. 3r-v)3 |
Y los ejemplos podrían multiplicarse (el Libro llamano aviso de privados y doctrina de cortesanos de Antonio de Guevara4, impreso en Valladolid en 1539, la Prefacción que escribe Francisco Díaz Romano al Ábito y armadura espiritual de Diego de Cabranes5, publicado en 1544, el prólogo que Alejo Venegas6 escribió al Apólogo de la ociosidad y el trabajo de Luis Mexía, publicado en 1546, el Camino del cielo de Luis Alarcón7 de 1547, la Apología de las obras de Santa Teresa de Jesús del padre Luis de León8, de 1589, La vida de la madre Santa Teresa de Jesús de Francisco de Ribera9 de 1590, el Discurso primero de Leandro de Granada10, que aparece en la obra traducida de Gertrudes de Helfta, Insinuación y demostración de la divina piedad, publicado en 1601...), así como también los motivos de crítica (libros que son mentirosos, que hacen perder el tiempo, que incitan a las mujeres a tomar las armas...). Pero en todos ellos, en la crítica de 1666 en la Historia moral del dios Momo y en sus numerosos antecedentes del siglo XVI, prevalece un espíritu religioso, que convierte a los libros de caballerías en «sermonarios de Satanás», en fuente y origen de la lujuria de los lectores.
Una imagen y una crítica se impone: los libros de caballerías como camino que abre los brazos de la lujuria; así lo recuerda Benito Remigio Noydens con el ejemplo de un hombre «sumamente vicioso», y este mismo camino se transitó durante la Edad Media (así lo recuerda Dante en su Divina Comedia: Infierno, IV, vv. 109-142) y aparece también en la Primera parte del Quijote en los amores de Cardenio y Luscinda (I, cap. XXIV), sin olvidar la reprimenda que recibe la hija de Palomeque el Zurdo («Calla, niña, que parece que sabes mucho d'estas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto»
) cuando confiesa qué es lo que más le gusta escuchar de los libros de caballerías:
¿Por qué en 1666 todavía existe la necesidad de «desterrar las novelas y libros de caballerías» de la república de las letras si, según nos han enseñado y así todavía se sigue leyendo en la bibliografía más reciente11, el Quijote vino a acabar con la impresión y difusión de tales obras? ¿Acaso hemos de retrasar algunos decenios el acta de defunción de un género que perdura hasta, al menos, mediados del siglo XVII, en obras originales que se han transmitido y conservado en forma manuscrita12? ¿Cuál es la relación (o relaciones) que pueden establecerse entre el Quijote y los libros de caballerías? ¿Hasta qué punto el género caballeresco, un género de más de 150 años de existencia y éxito, se ha deformado al ser estudiado el Quijote a través del prisma distorsionante del neoclasicismo? ¿Acaso no podría considerarse el Quijote un libro de caballerías publicado a principios del siglo XVII como alternativa a la literatura caballeresca de entretenimiento, basado en el humor sin olvidar su función didáctica, para ofrecer un producto editorial que se aprovechara del éxito del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán?
Demasiadas preguntas para intentar contestarlas en estos momentos.
Por eso nos quedaremos en los umbrales de la crítica, en los cimientos de las enormes transformaciones que va a sufrir el texto del Quijote a finales del siglo XVIII y principios del XIX, casi dos siglos después de que fuera escrito y difundido; transformaciones que constituyen la base del conocimiento actual del libro y de su naturaleza y finalidad, y que pueden ser divididas en dos grupos: por un lado, transformaciones interpretativas, que van de la concepción del libro como una sátira moral que tiene como finalidad enseñar al tiempo que entretiene, tal y como defienden los neoclásicos13, a la promovida por los románticos alemanes, en especial por A. W. Schlegel y F. W. J. Schelling, que van a «redescubrir» un nuevo texto, al margen del humor, en donde don Quijote se transforma en héroe romántico, y su relación con Sancho, en una búsqueda de relaciones simbólicas: encamación de la poesía y de la prosa de la vida, de lo ideal y de lo real, del espíritu y el cuerpo...14. Y por otro lado, transformaciones editoriales: el texto del Quijote pasa de ser editado como libro, en parte popular, necesariamente ilustrado (a partir de la edición de Bruselas de 1662), a convertirse en un libro magnífico, elegante y fijado su texto con criterios científicos, tal y como desea la recién fundada Real Academia Española, que en marzo de 1773 comienza a preparar «una impresión correcta y magnífica del Don Quijote, [...] respecto de que siendo muchas las que se han publicado [...] no hay ninguna buena ni tolerable»15
.
Con la edición de la Real Academia Española, que empieza Ibarra a imprimir en 1777 y que no termina hasta 1780, puede decirse que comienza una de las mayores transformaciones editoriales que ha sufrido el texto, ya que documenta un cambio transcendental tanto para la comprensión del Quijote como de sus fuentes y adscripción a un género. El texto del Quijote se transforma a finales del siglo XVIII en un clásico; en otras palabras: libro digno de ser anotado, de ser comentado. Este es el momento en que hemos de situar el paso del Quijote como libro de caballerías (así escrito y así recibido por sus coetáneos) en donde se incide en el humor, como así sucede con tantos otros libros de caballerías manuscritos de su época, al Quijote como libro clásico, libro al margen de cualquier género, libro que, a través de la lectura de los críticos y escritores ingleses, se convertirá en el modelo de lo que se ha denominado la «novela moderna».
Y no nos olvidemos de las fechas. La transformación editorial e interpretativa que ahora interesa se sitúa casi dos siglos después del texto escrito por Miguel de Cervantes, que no deja de ser, a pesar de todas las transformaciones, un libro de caballerías original. Y si digo original no es tanto por ser un texto que parodie el género caballeresco o le haga un homenaje (ideas tan falsas como manidas al hablar de la relación de los libros de caballerías y de la obra cervantina), sino porque, de la mano del humor, una de las corrientes triunfantes en los libros de caballerías a partir de la segunda mitad del siglo XVI, fue capaz de darle al género caballeresco nuevos bríos, nuevos aires, y todo gracias al dominio de la técnica narrativa y a una particular concepción de las posibilidades del género, tal y como se defiende en el «donoso» diálogo entre don Quijote y el canónigo de Toledo en la primera parte del libro (caps. XLVIII-L)16, tal y como tendremos ocasión de analizar más adelante. De la misma manera que Amadís de Gaula, siempre modélico y siempre defendido, a principios del siglo XVI se convirtió, a partir de los textos medievales artúricos, en «modelo y origen» de los libros de caballerías, de un género con más de setenta títulos diferentes17, del mismo modo, el Quijote, a partir del género caballeresco (y no de los malos libros de caballerías, en su mayoría manuscritos, que circulaban por aquellos años), quiere convertirse en «modelo y origen» de un nuevo género caballeresco, en donde se guarden todos aquellos principios que, moralistas y literatos, habían criticado en los libros de caballerías y de la literatura de entretenimiento del siglo XVI, como hemos señalado al inicio. Libro de caballerías El Quijote en donde las doncellas no van a ser incitadas a la lujuria (como sí sucede en tantos otros libros de caballerías manuscritos de la época), y en donde cualquier lector, joven y anciano, culto o analfabeto, va a encontrar en sus páginas diversión y entretenimiento, al tiempo que se educa y aprende. «Libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral», como indica el Doctor Gutierre de Cetina en la aprobación de la segunda parte, fechada el cinco de noviembre de 1615.
Y las transformaciones, tanto interpretativas como editoriales, de finales del siglo XVIII, que van afectar tanto a la consideración del Quijote como a la de los propios libros de caballerías, se produce en un contexto cultural bien diferente al de su génesis. Horacio será maestro tanto del Renacimiento como del Neoclasicismo. Durante los siglos XVII y XVIII el texto cervantino se ha transformado en una obra popular, independiente de cualquier género y de cualquier referencia externa, que se lee con placer y risa gracias a sus aventuras y a los grabados que inciden en los episodios más divertidos y emblemáticos del libro (los molinos de viento, el manteamiento de Sancho Panza, la penitencia en Sierra Morena...)18. Sobre esta recepción, que no sobre el texto impreso en 1605 y 1615, se va a alzar ahora una nueva visión, en donde el Quijote se recupera para un público culto y selecto, un público que admira todo lo que el texto tiene de original y de creación genial; ese mismo público que detesta todo aquello que le ata a tradiciones culturales que se consideran inferiores, como son los libros de caballerías.
Las redes del neoclasicismo sólo salvan, dentro del género novelístico que se desprecia al no aparecer en los tratados clásicos, al Quijote caracterizándole como un texto original. Sólo desde esta perspectiva de «soledad literaria», fuera de la esfera de los libros de caballerías, se acepta el Quijote en la preceptiva neoclásica19.
La interpretación canónica: la edición de la Real Academia Española (1780) y el «Análisis» de Vicente de los Ríos20
La Real Academia Española no va a escatimar esfuerzos científicos y económicos a la hora de «dar al público un texto del Quijote puro y correcto». Para imprimir sus cuatro volúmenes, Ibarra va a fundir nuevos tipos, y del mismo modo el papel será fabricado especialmente en Borgonyà del Terri por Joseph Llorens; sin olvidar las nuevas imágenes que se grabaron, según dibujos de Antonio Carnicero, José del Castillo, Manuel Salvador y Carmona o Joaquín Fabregat.
Además del cuidado puesto en la edición del texto, realizada por Manuel de Lardizábal, Vicente de los Ríos e Ignacio de Hermosilla, el libro se completa, sin olvidar el «Prólogo de la Academia», por un «Análisis del Quixote» y «Vida de Cervantes», un «Plan Cronológico del Quijote» y las «Pruebas y documentos que justifican la Vida de Cervantes», escritas por Vicente de los Ríos.
En el «Prólogo de la Academia» se indican las causas por las que un texto que se considera clásico no se ha publicado con anotaciones: porque éstas, concretadas en los lugares de los libros de caballerías a los que Cervantes ridiculiza o hace alusión, sólo interesarían a un número reducido de personas «sin que esto contribuyese, ni á la mejor inteligencia de la fábula del Quixote, ni al conocimiento de su artificio», y, sobre todo, porque esta labor resulta imposible:
(pág. XI) |
Por este motivo, la Academia decidió anteponer el «Análisis» del Teniente Coronel Don Vicente de los Ríos, «hábil oficial, erudito académico y apasionado de Cervantes», que no pudo ver publicada la obra. En el «Análisis» de Don Vicente, que, aunque la Academia no adopta como propio21, sanciona al publicarlo al inicio de su edición canónica, pueden rastrearse las bases críticas de la relación de los libros de caballerías con el Quijote, que marcan parte de la interpretación de la obra, un tanto diferente a la imagen romántica que se va a imponer en Alemania.
Si hay una idea que se repite, que sirve de eje central en la argumentación de Don Vicente de los Ríos, es la originalidad del Quijote; Cervantes se convierte en el Homero de su actualidad:
(pág. xliii) |
Esta idea del Quijote como iniciador de un nuevo género, el de las «fábulas burlescas» se complementa con otra: nadie ha sido capaz tampoco de imitarle. Cervantes, en esta ocasión, se coloca por encima de Homero:
porque efectivamente, ni ántes de este Español hubo un original á quien él imitase, ni después ha habido quien sepa sacar copia de su original imitándole. |
¿En qué lugar, entonces, quedan los libros de caballerías? ¿Qué relación se establece entre un libro «tan» original, como es el Quijote, y un género, el caballeresco, con el que comparte aventuras e, incluso, personajes: los caballeros andantes?
¿Cómo se explica la finalidad de la escritura del Quijote desde la perspectiva de las ideas estéticas y morales de finales del siglo XVIII? Frente a la visión del «vulgo», la común desde su princeps hasta finales de la centuria, que considera que la última finalidad de la obra es el entretenimiento de los lectores por medio de la risa y del humor, se defiende ahora una nueva naturaleza del texto: la sátira moral
(pág. c) |
Y en este sentido, toda la sociedad de su tiempo, desde los caballeros hasta el vulgo, todas los comportamientos tendrán su lugar en el libro. El Quijote se ha transformado a finales del siglo XVIII en un Tratado de Ética:
(pág. cxxxvi) |
De este modo, de un texto en donde el «vulgo» ha encontrado entretenimiento y alegría, el Quijote se ha transformado en un tratado de ética; una «fábula burlesca» que hace más accesible la enseñanza a un número mayor de personas ya que lo hace «deleitando». Pero, ¿en dónde han quedado los libros de caballerías?
Los libros de caballerías, como género literario en que se inserta el Quijote, se ha diluido en la concepción «ética» de la obra. Los libros de caballerías se critican sólo por ser portadores de una «realidad» caballeresca que se considera perjudicial, y que constituye el principal objeto de crítica ética que puede rastrearse a lo largo de la obra; portadores y fomentadores de una determinada concepción de la caballería, europea que no sólo española22, en donde la valentía se supedita a la cortesía, el valor a la diversión y el pensamiento heroico al gusto por el reconocimiento mundano.
(pág. cv) |
Vicente de los Ríos, sin ser del todo consciente, está ofreciendo aquí un brillante análisis de una de las corrientes del género caballeresco que triunfa a mediados del siglo XVI apoyada en la edición de los primeros libros de Belianís de Grecia de Jerónimo Fernández y de la Primera parte del Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de Calahorra: la literatura de entretenimiento, en donde va a dominar la fantasía a la verosimilitud, la diversión a la enseñanza. Corriente que tendrá en el humor y en los episodios eróticos, que dan lugar a las críticas más ácidas contra el género caballeresco, algunos de sus elementos más sobresalientes a finales de la centuria y principios del siglo XVII, como la gran mayoría de los libros de caballerías manuscritos de la época ponen de manifiesto.
De este modo, el Quijote viene a acabar con una determinada imagen de la caballería que han asumido los lectores de semejantes obras, de una de las corrientes triunfantes dentro del género caballeresco, que no la única. De este modo, siguiendo los argumentos de don Vicente, las críticas contenidas en el prólogo de la Primera parte del Quijote no han de entenderse dirigidas contra un género, el caballeresco, que conoce y defiende Cervantes, sino contra una de sus corrientes, la que, apoyada por el éxito, más se aleja de los principios literarios de la verosimilitud y de los morales de la instrucción.
(pág. cvi) |
Después de 1780, el Quijote se ha vestido con nuevos ropajes, tanto textuales como hermenéuticos, que, en parte, han perdurado hasta nuestros días. Por desconocimiento («serán muy pocos ó acaso ninguno los que tengan todos los libros de caballerías») o por fascinación por la obra de Cervantes, el género caballeresco se va a identificar con los libros de caballerías de entretenimiento, libros dignos de ser «quemados» en el escrutinio crítico del neoclasicismo. El Quijote, para ser defendido como obra clásica, obra maestra, dentro de un género, la novela, despreciable al no aparecer en los tratados de Aristóteles o de Horacio, ha de diferenciarse del género en el que nació; los libros de caballerías se convierten, de este modo, en diana de la crítica neoclásica: género despreciable tanto literariamente como moralmente, ya que engaña a sus lectores, alejándole del origen y de la función de la verdadera caballería.
A cientos de kilómetros de Madrid, el reverendo John Bowle (1725-1788), de la iglesia de Idmiston en Inglaterra, lleva trabajando desde antes de 1769 en una nueva edición del Quijote, una edición que verá la luz en 1781, en cuatro tomos, acompañada de un volumen de anotaciones y otro de variantes textuales23.
Las Anotaciones de Bowle suponen un nuevo modo de acercamiento a la obra: frente al comentario crítico de Vicente de los Ríos, frente a una lectura popular y humorística del Quijote en los siglos anteriores, ahora llega el momento de intentar comprender el propio texto, más allá de cualquier intención, más allá de cualquier interpretación coetánea; en otras palabras: acercar al lector de finales del siglo XVIII a los conocimientos y referencias de los receptores de su época24.
(pág. 6) |
Con estas palabras comienzan sus Anotaciones, escritas desde la lejanía de Inglaterra («Extraño, y que en mi vida nunca jamás he visto ninguna parte de España»), desde la dificultad de las fuentes bibliográficas (en parte, suplidas por la biblioteca de Thomas Percy) y desde la conciencia de ser el primero en acercarse a una empresa de ese calibre («he sido el primero, que después de tantos años ha que esta obra fue publicada, he osado hazer lo que algunos hombres de mucha ciencia y doctrina no quisieron emprender por cosa de mucho trabajo ó no pudieron por cosa muy difícil»). En sus «Anotaciones», el Reverendo Bowle ofrece el primer comentario del Quijote en donde los libros de caballerías se convierten en punto de referencia esencial para la comprensión del texto cervantino: estamos fuera del influjo del neoclasicismo.
Escasos son los comentarios personales, e inútil el rastreo de una opinión del reverendo sobre los textos caballerescos a lo largo de las más de las trescientas páginas de sus Anotaciones. Si por un lado se hace eco de la definición que da Covarrubias en su Tesoro de la lengua sobre los libros de caballerías, en donde se indican que son «ficciones gustosas y artificiosas, de mucho entretenimiento y poco provecho»
(pág. 3), o de la crítica del género que se lee en la pág. 240 de la Historia Imperial, comentando un pasaje del primer capítulo «Y asentósele de tal modo en la imaginación, que &c:»25, también es de justicia reconocer cómo Bowle, quizás por esa lejanía antes indicada, es uno de los primeros en indicar cómo Cervantes imitó el Amadís de Gaula a la hora de escribir e idear su Quijote. Al inicio de la división interna de la «Segunda parte» dentro del Quijote de 1605, encontramos el siguiente comentario:
(pág. 38) |
¿Cuáles serán las fuentes de las que se vale el Reverendo Bowle para llevar a cabo su cometido? Por un lado, le interesarán los problemas léxicos y la interpretación de ciertos giros y expresiones, de los que se vale del Diccionario de Autoridades, del Tesoro de Covarrubias y del Diccionario español-italiano de Franciosini, entre otras:
3 de lanza en astillero] Lancera, que por otro nombre se dize Astillero de asta, es un estante en que ponen las lanzas, adorno de la casa de un hidalgo en el patio, ó soportal. Covarrubias |
Pero más que en estas anotaciones, los esfuerzos de Bowle se centraron en encontrar los referentes literarios a los que hace alusión Cervantes en su obra; y en este aspecto, además de crónicas, romances, textos pastoriles o relaciones con otras obras de Cervantes, sobresalen las citas caballerescas: no hay página de las Anotaciones en donde no se traiga a colación una costumbre, un personaje o una cita aparecida en un libro de caballerías. Además de los cuatro libros de Amadís de Gaula y de las Sergas de Esplandián de Garci Rodríguez de Montalvo, en las páginas de las Anotaciones encontramos citas de otros textos caballerescos de la Biblioteca de Thomas Percy, como son: Amadís de Grecia de Feliciano de Silva, Olivante de Laura de Antonio de Torquemada, Espejo de caballerías, Morgante, Tristán de Leonís, Felixmarte de Hircania, el Espejo de príncipes y caballeros, Palmerín de Oliva, Belianís de Grecia y Tirante el Blanco26... a los que hay que sumar también textos franceses e italianos, que le sirven del mismo modo para contextualizar algunas de las expresiones y costumbres caballerescas de las que se valió Cervantes para componer su obra27.
Pero nada mejor para entender el abismo que separa el esfuerzo de Bowle al de Vicente de los Ríos y el de los comentadores neoclásicos posteriores (como Pellicer o Clemencín) como recordar algunas de sus «Anotaciones», que hemos dividido, según su contenido, en cinco apartados:
a) Anotaciones que dan cuenta de la identidad de un personaje
Además de los más conocidos, Amadís, Oriana, Palmerín..., también se citan otros secundarios, siempre retomando algún pasaje del libro de caballerías en donde aparecen y dan cuenta de su identidad:
25 la Viuda Reposada] Y la Dueña se llamava la Biuda Reposada: la qual avia criado de leche á la Infanta Carmesina Tirante C. 11 (pág. 31) |
41. 26 Frestón o Fritón. - 28 un sabio Encantador] a. 54.18. |
Todo este encamento hera por su amigo Friston hecho. Belianis, L. 3, C. 1. (pág. 33) |
b) Anotaciones que dan cuenta de una aventura o episodio concreto
En estas anotaciones se encuentran los pocos comentarios de Bowle, incidiendo en el estrecho conocimiento que Cervantes demuestra de los libros de caballerías, así como en que ha ido adquiriendo el reverendo en sus años de estudio:
c) Anotaciones que ejemplifican alguna costumbre caballeresca
c.1. El caballero novel lleva armas blancas
c.2. El poco sueño de los caballeros, que se pasan las noches en vela pensando en sus damas
d) Anotaciones que explican expresiones caballerescas, cuyo lenguaje se repite (para imitar o parodiar) en el Quijote
d.1. Así, al hablar de la costumbre de tomar los caballeros sus nombres:
d.2. Sobre la belleza de Dulcinea del Toboso
d.3. O el final de un combate caballeresco
e) Anotaciones que dan cuenta de ediciones de libros de caballerías
33. 4. los quatro de Amadis de Gaula] en Sevilla. 1547. Fol.
El enorme esfuerzo crítico e iluminador del reverendo Bowle fue admirado por algunos de los comentadores posteriores del Quijote28, aunque se repite en todos ellos una crítica, que limitó muchísimo su influencia: se trata de una empresa demasiado ardua para un extranjero y, sobre todo, como «el anotador no escribía principalmente para los lectores españoles, se hallan muchísimas mas utiles y necesarias para los estrangeros, que para aquellos»
, como explica Pellicer en el «Discurso preliminar» de su edición, antes de confesar que se ha servido de algunas de ellas para su comentario29.
A pesar de que las «Anotaciones» de Bowle siguen siendo hoy un monumento de erudición y punto de partida para numerosas referencias internas del Quijote, en especial para los libros de caballerías, de los que el reverendo inglés terminó siendo un asiduo lector, se convirtieron, tanto entonces como hoy, en una isla en la recepción del texto del Quijote. Una isla lejana ya que viene a contradecir lo que, desde el neoclasicismo (recuérdese el comentario de don Vicente de los Ríos), ha impuesto como lugar común a la hora de analizar el texto cervantino: su originalidad como texto, su independencia frente a los géneros narrativos anteriores, y en concreto, en relación a los libros de caballerías.
Las «Anotaciones» del reverendo Bowle, como hemos visto, se limitan a ofrecer referencias textuales o informaciones léxicas, en ningún caso pretenden «comentar» el texto cervantino, sino iluminarlo en aquellos aspectos concretos que se consideran oscuros con el paso del tiempo. Clemencín las comparará con un «almacén en donde se hallan hacinadas mercancías de todas clases, unas de mayor y otras de menor precio...»
(ed. cit., pág. XXXVI). Por este motivo, se le debe otorgar a Juan Antonio Pellicer «Bibliotecario de S. M. y académico de numero de la Real Academia de la Historia» el título de primer comentador del Quijote. En la edición de la obra, dedicada «Al Exmo. señor D. Manuel de Godoy principe de la paz», publicada en Madrid en el taller de Gabriel de Sancha en 1797, se van a incorporar un sistema de notas a pie de página con las siguientes finalidades:
(pág. IX) |
A lo largo de sus notas, así como en las páginas previas del Discurso preliminar, se ofrece una determinada imagen del Quijote, para insertarlo dentro de las ideas neoclásicas que, en un principio, desprecia la narrativa por ser género que no tiene un lugar en las preceptivas clásicas (especialmente Aristóteles); algunas de estas ideas son las que hemos visto ya en el «Análisis crítico» de Vicente de los Ríos, de quien se confiesa admirador.
Pero será en el comentario de Juan Antonio Pellicer donde podemos descubrir de manera más diáfana los dos ejes sobre los que se está construyendo la comprensión de la obra cervantina a finales del siglo XVIII, así como su relación con los libros de caballerías:
- Primer eje (separativo): el texto cervantino se independiza del género caballeresco, vinculándose a otros géneros y obras que aparecen en las preceptivas clásicas. Pellicer hablará de las «novelas» cómicas, como el Asno de Oro de Apuleyo30, así como Vicente de los Ríos lo había hecho con la Riada de Homero.
- Segundo eje (conjuntivo): «la historia, las líneas maestras de las historias caballerescas, constituyen la base sobre la que Cervantes levantó su obra original; incluso algunos de sus "errores", dentro de la preceptiva neoclásica en que se desea insertar el libro, se explican por la intención paródica, y por tanto, instructiva, que Cervantes le quiere dar a su creación».
Detengámonos en algunos aspectos indicados en el Análisis crítico de Vicente de los Ríos a la vista ahora de estos dos ejes.
Vicente de los Ríos hablaba del Quijote como de una «fábula burlesca», contraponiéndola a las «fábulas heroicas», como podría serlo las obras de Homero. Clasificación semejante, aunque ahora centrado en la narrativa, es la que ofrece Pellicer:
(págs. XXV-XXVI) |
Pero Pellicer no se quedará aquí, como sí lo hizo Vicente de los Ríos, sino que hablará del Quijote como de una fábula cómica (o popular o jocosa), pero fábula caballeresca, al fin y al cabo:
(pág. XXVI) |
Así también unas páginas después: «Si se hubiese de calcular con rigor la duración de esta fabula caballeresca...»
(pág. XXIX).
Pero no confundamos los términos, nos encontramos aún en el primer eje (recuérdese, el separativo): el Quijote es una «fábula caballeresca», que no un libro de caballerías. Cervantes ha escrito una obra original31 en su planteamiento y en su género, pero obra semejante a otras en su historia, lo que no «obscurece ni degrada la gloria de Miguel de Cervantes, como no se obscurece ni degrada la de Virgilio por haber imitado á Homero, ni la de Garcilaso de la Vega por haber imitado á otros poetas antiguos y modernos: ni el mismo Cervantes creyó desayrar su ingenio original, proponiéndose en su Persiles no solo imitar, sino competir con Heliodoro, como él dice: ni se desdeñó de imitar mas descubiertamente todavia al poeta perusino Cesar Caporali en su Viage al Parnaso, como él mismo confiesa»
(pág. XXXVI).
Defendida la pertinencia de este primer eje, es el momento de dar un paso adelante, y conseguir, desde esta nueva atalaya genérica, restablecer la (evidente) relación entre el Quijote y los libros de caballerías. El camino seguido por Pellicer, que, desde otros ángulos también recorrerán los románticos alemanes y la lectura que de ellos hicieran autores de la Generación del 98 como Miguel de Unamuno, se basa en establecer una diferencia esencial, como si de dos personas se tratara, entre Cervantes (primer eje) y Don Quijote (segundo eje):
(págs. XXXIX-XL) |
La relación entre ambos ejes, el genérico y el del contenido, no es siempre perfecta, por lo que se documenta a lo largo de la obra una serie de «errores» desde la perspectiva neoclásica, que ha tomado al Quijote como modelo narrativo, que se explican por la intención paródica que Cervantes demuestra a lo largo de su obra. Por ejemplo,... ¿qué sucede con algunos anacronismos que aparecen en el texto, algunas distorsiones en la duración de la historia, que parecen atentar el principio de la verosimilitud? Lo que sería un error, desde la perspectiva del primer eje, el que le otorga al Quijote una extrema originalidad y perfección narrativa, se transforma en un hallazgo literario gracias al segundo eje: Cervantes muestra en su obra una serie de anacronismos, de manera consciente, para «ridiculizar con mayor propiedad los libros de caballerías», ya que, como recuerda Pellicer, «los escritores de libros de caballerías no guardan ley ni regla no solo en las aventuras que inventan, sino principalmente en la razón de los tiempos, confundiéndolos á su antojo»
(pág. XXXI) .
Este ejemplo nos lleva a otra de las cuestiones que se repiten en los primeros comentarios del Quijote: la finalidad del texto cervantino, o «Del Fin», como escribe Pellicer. Frente a los libros de caballerías, y otras modalidades de ficción del siglo XVI, que cifran exclusivamente su interés en el entretenimiento, la «fábula burlesca», como lo es el Quijote, se escribió con la finalidad principal de «deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tenian los libros de caballerías»
, tal y como indica el propio autor, citado por Pellicer, que explica de la siguiente manera los procedimientos de los que se valió Cervantes para conseguir su propósito:
(pág. XXXII) |
Pero no se acaba aquí la «finalidad» de la obra, pues siendo ésta la fundamental (más de carácter moral que literario), la obra se escribió, como ya se decía en el Análisis crítico de Vicente de los Ríos, con el ropaje de una «fábula cómica» para la «reprehension en general de las costumbres de su tiempo, para lo qual usa de una perpetua y fina sátira, ponderada dignamente por el señor Rios en su apreciable Análisis»
(pág. XXXIV). Los hilos de la comprensión del Quijote se van tejiendo en una urdimbre similar al amparo del triunfo del neoclasicismo en el conjunto de los textos que estamos analizando.
De este modo, y siguiendo los dos ejes antes establecidos, el Quijote, como perteneciente a un género del que es el único representante, se aleja de los libros de caballerías por su finalidad «moralizante»; pero, por otro lado, y aquí entramos en el segundo eje, utiliza el género caballeresco para hacer efectiva su sátira moral, tanto contra el influjo que tales textos poseen entre los lectores, como contra la decadencia de costumbres de su época. Vicente de los Ríos habló de «tratado de ética»; en Pellicer se dará un paso adelante: don Quijote se ha convertido en una parodia de Amadís de Gaula, dentro de un texto original, nuevo, único. El Quijote se ha convertido en una parodia; pero en una parodia más allá de cualquier diversión, que cifra su interés en la «sátira moral», en la crítica de una sociedad que puede dejarse influir en sus comportamientos con la lectura de los libros de caballerías; es decir, con textos que, al no adecuarse a los principios básicos del neoclasicismo (de base aristotélica y horaciana, no lo olvidemos) son dignos de crítica y de reprehensión.
La autoridad de Juan Antonio Pellicer, que se aprecia, por quedarnos con sólo un ejemplo, en el éxito de su defensa de la edición de 1608 como la que mejor mostraba la «última voluntad» del autor, al haber sido corregida por Cervantes, y que será tomada como base ecdótica para las ediciones posteriores de la obra32, hizo posible que las ideas y planteamientos defendidos por Vicente de los Ríos, y hábilmente expuestos por él, tanto en las páginas preliminares como en los cientos de notas que acompañan a su edición de 1787, se hayan convertido en la base de la comprensión de la relación del Quijote y los libros de caballerías, y el origen de tantos tópicos que, aún hoy en día, se siguen repitiendo sobre los textos caballerescos.
En todo caso, todavía nos queda otro peldaño para terminar de completar la recepción del Quijote a principios el siglo XIX: la autoridad erudita de Diego Clemencín, que consiguió completar lo que en el Prólogo de la Academia de 1790 se había definido como «empresa imposible»: la comparación del Quijote, del contenido del Quijote con los libros de caballerías.
El comentador del Quijote: Diego Clemencín (1833-1839): hacia la imagen canónica de los libros de caballerías33
En 1833 se comienza a publicar la edición del Quijote con los comentarios de Diego Clemencín en cuatro volúmenes, que se completará en 1834 y en 1839, con la edición de los dos últimos tomos34; obra que el propio anotador no pudo ver acabada ya que murió el 30 de julio de 1834, cerca de los sesenta y nueve años. Frente a las ediciones comentadas anteriores [la de Pellicer o la de la Real Academia de 1819, que contiene al final una serie de anotaciones «propias de su exquisito juicio y sabiduría, pero tan cortas de numero y extension, que no hacen sino irritar las curiosidad, y aumentar el deseo de mayores y mas extensas explicaciones»
, según comenta el propio Clemencín (pág. XXXVII)] y las anotaciones del reverendo Bowle, Clemencín se propuso ofrecer un comentario completo a lo largo de toda la obra cervantina, como él mismo indica en su Prólogo al comentario:
«Comentario seguido y completo» que nace con la pretensión de acercar al lector del siglo XIX un texto escrito dos siglos antes, un texto que se ha convertido ya en un clásico, como así también lo indicara Bowle: «Figúrese el lector del Ingenioso Hidalgo que le acompaño en su tarea, y que le voi diciendo lo que me ocurrió cuando yo lo leia»
(pág. XXXVIII). Y de este modo, a lo largo de los cuatro volúmenes de la edición se encontrarán notas «acerca de las perfecciones é imperfecciones de la fábula; para satisfazer su curiosidad sobre los puntos históricos y literarios que se tocan, ó los pasages caballerescos á que se alude; para hacer las advertencias que ocasione el tenor del discurso tanto sobre la gramática y filosofía del idioma, como sobre los usos, costumbres é ideas de la época de la caballería y la de Cervantes»
(pág. XXXVIII).
Clemencín va a aceptar, como no podía ser de otra manera, los principios de comprensión del texto, tal y como lo hemos venido dibujando en el análisis de Vicente de los Ríos y Pellicer. A principios del siglo XIX ya nadie pone en duda que el Quijote sea un «libro moral» tal y como indica desde las primeras líneas de su comentario:
(pág. V) |
Como tampoco se dudará de que se trate de un texto que ha creado un «nuevo género de composición», original en sus planteamientos como único en la historia de la literatura35.
El único aspecto en el que Clemencín va a discrepar de Vicente de los Ríos y de Pellicer será en la consideración de «perfección» con que la «escuela de adoradores del Quijote», como les llama el propio comentador, ha querido caracterizar el texto cervantino. Lo que daba cierto sentido al eje conjuntivo, al permitir explicar desde la «parodia» a los libros de caballerías los llamados «errores» de Cervantes, que se convertían automáticamente en una nueva muestra de su genialidad, ahora en Clemencín es clara muestra de la forma de trabajar de Cervantes, lo que no quita ninguna autoridad, y mucho menos, valor al Quijote:
(pág. XXIII) |
De esta manera, en la relación del Quijote con los libros de caballerías se cierra el círculo abierto por el Análisis crítico de don Vicente de los Ríos: si en un primer momento todos los esfuerzos se centran en alejar el texto cervantino del género en que se inserta cuando se imprimió en el siglo XVII, el de los libros de caballerías; ahora, aceptado ese primer eje separativo, es el momento de hacer desaparecer el eje conjuntivo, dado que no es necesario recurrir a las historias caballerescas para explicar algunos aspectos que, desde una perspectiva neoclásica, podrían ser criticados, ya que atentan a principios de verosimilitud o de estructura narrativa. El Quijote, como libro clásico en que se ha convertido en estos años, está ya por encima de estas críticas. De esta manera, los libros de caballerías «los pasages caballerescos á que se alude», se han transformado en simples informaciones que un lector del siglo XIX debe conocer para entender en su integridad el texto cervantino, como también otros tantos «puntos históricos y literarios que se tocan».
Y aún podemos ir más allá.
El prestigio de Diego Clemencín como conocedor de los libros de caballerías, de los que leyó o, al menos, hojeó, tanto los ejemplares impresos como manuscritos que se encontraban en los fondos de lo que hoy son la Biblioteca Nacional y la Real Biblioteca de Madrid, así como los de su espléndida biblioteca, ha hecho que sus opiniones se hayan convertido en los lugares comunes para el estudio de los libros de caballerías castellanos, al margen del Quijote, con las consiguientes deformaciones críticas por todos conocidas. Más que las críticas de Cervantes dentro de su obra, ha sido el desprecio por los libros de caballerías de los primeros comentadores del Quijote los que han sepultado al género caballeresco en un cementerio de lugares comunes y de cruces hermenéuticas.
El conocimiento directo de Clemencín de los libros de caballerías está fuera de toda duda36. Algunos de ellos sólo eran conocidos por las referencias de sus comentarios, como esa Quinta parte del Espejo de príncipes y caballeros que durante años se había creído perdido cuando no se había movido de la Biblioteca Nacional, en donde Clemencín lo había consultado37.
La lectura directa, más o menos completa, de multitud de libros de caballerías, convierte a Clemencín en uno de los lectores más expertos del género, como años atrás había sido el reverendo Bowle. La diferencia esencial entre ambos se encuentra en el desprecio que Clemencín muestra sobre el género y los diferentes libros de caballerías que ha leído, a los que sólo se acerca para iluminar, de manera crítica que no simplemente expositiva, determinados pasajes del Quijote. Lamentablemente, muchos editores y estudiosos del texto cervantino así como del género caballeresco han basado sus análisis, confesándolo o no, en tales comentarios sin tener en cuenta la perspectiva crítica en que se insertan y justifican. A Clemencín uno no puede acercarse como al crítico objetivo conocedor de los libros de caballerías, sino como el comentador neoclásico del Quijote, con todas sus genialidades, pero también asumiendo el conjunto de sus limitaciones. La riqueza de detalles y de datos que ofrece Clemencín se apreciará mejor comparando algunas de sus notas con las que ofrecen Bowle y Pellicer. Centrémonos en uno de los episodios más caballerescos del libro: el escrutinio de la biblioteca del hidalgo Alonso Quijano, y en dos libros que se comentan, las Sergas de Esplandián y el Felixmarte de Hircania:
a) Quijote (I, V):
b) Bowle (pág. 28):
las Sergas de Esplandián] Un ramo que desta historia; Amad de Gaul. Sale las Sergas de Esplandián se llama, que quiere tanto dezir como las proezas de Esplandián. L. 3. C. 74. |
c) Pellicer (págs. 51-52):
d) Clemencín (págs. 110-111)
a) Quijote (I, VI):
b) Bowle (pág. 29):
c) Pellicer (pág. 54):
d) Clemencín (págs. 114-115):
La reducción de los libros de caballerías a una corriente caballeresca: la literatura de entretenimiento
En el Análisis crítico de Vicente de los Ríos ya hemos visto cómo se había llevado a cabo la reducción del género caballeresco a una de sus corrientes más exitosas: la literatura caballeresca de entretenimiento. El proceso culmina con Clemencín, gracias a su autoridad de lector de libros de caballerías, aunque, no lo olvidemos, Clemencín se acerca a los textos caballerescos no para comprender el Quijote a partir de su lectura, sino como el teórico neoclásico que desprecia el género y desea conocer algunas de sus personajes y aventuras para hacer más comprensibles las referencias internas de la obra cervantina.
De este modo, no extraña que Clemencín defienda la caballería como la única institución que en «aquellos siglos de obscuridad y barbárie, en que olvidada la civilización antígua y generalizada en Europa la dominación de los pueblos del Norte, apenas se disfrutaba la seguridad y el sosiego, que son el objeto primário de la sociedad humana»
(págs. V-VI), era la que defendía el bienestar y la justicia de los débiles e inocentes, así como de los libros de caballerías, que daban muestra de tales sentimientos virtuosos «que son los únicos que pueden inspirar interés duradero y constante»
(pág. VIII). El problema vino con el «mal gusto de los tiempos, y con la ignoráncia de los autores»
(pág. IX) que degradaron un género en que «no era ciertamente inaccesible á la hermosura y adornos de la invencion y del estilo»
. Y en esta degradación se cifran las tres características esenciales de la literatura caballeresca de entretenimiento, las mismas que aparecen en tantas críticas del siglo XVI como en el cap. XLVI del Quijote:
a) Monstruos en su estructura y estilo
Tampoco supiéron ceñir convenientemente la duracion de sus fábulas, ni subordinar á una accion los sucesos, ni variarlos agradablemente, ni siquiera dar á sus relaciones los atractivos própios del curso tranquilo y apacible de la história. Lanzadas y mas lanzadas, cuchilladas y mas cuchilladas, descripciones repetidas hasta el fastídio de unos mismos torneos, justas, batallas y aventuras con diferentes nombres; errores groseros en la história, en la geografía, en las costumbres de las naciones y edades respectivas; golpes desaforados, hazañas increibles, sucesos no preparados, inconexos, inverosímiles; ternura á un mismo tiempo y ferocidad, dureza y molície, inmoralidad y supersticion; tal es la confusa mezcla, el caos que ofrecen los libros caballerescos, escritos casi todos en los siglos XV y XVI. |
(pág. X) |
b) Monstruos en la exageración de la fantasía
Por mejor decir; escribiéron unas histórias imposibles en todos tiempos. Agitados los mas de ellos de un furor insensato, no contentos con lo extraordinário, echáron también mano de lo portentoso, y amontonáron encantamentos y encantadores, rivalidades y guerras de nigromantes, aventuras y empresas absurdas, prodigando lo maravilloso de suerte que llegáron á hacerlo insípido, á la manera que el uso excesivo de los manjares y sabores fuertes llega á entorpecer el paladar y á embotarlo. |
(pág. XI) |
c) Monstruos por sus malos ejemplos morales, que aleja a la juventud de los libros de historia
De aquí nacia que la juventud, acostumbrada á las lecturas caballerescas, concebia un tédio insuperable al importante estúdio de la história, donde el orden y tenor ordinário de las cosas humanas no presentaba estímulos suficientes á su estragada curiosidad. Llenábase al mismo tiempo su fantasia de los ejemplos é ideas que encontraba en aquellos inmorales novelas; amores adúlteros, compétencias de mozuelos que trastornaban el mundo, obediéncia ciega á caprichos femeniles, venganzas atroces de pequeñas injúrias, desprécio del orden social, máximas de violéncia, fiestas de un lujo desbaratado y loco, pinturas y descripciones de escenas lúbricas; y los libros de caballerias llégaron á ser tan perjudiciales á las costumbres, como insufribles á la razón y el buén gusto. |
(pág. XI) |
Poco a poco, el círculo se va cerrando.
La crítica canónica a los libros de caballerías: las opiniones del canónigo de Toledo en la Primera parte del Quijote
Pero queda todavía subir un último peldaño, que ya hemos ido adelantando en las páginas anteriores: la imagen de los libros de caballerías (entiéndase, de una determinada corriente que termina por identificarse con el género), de su narrativa monótona y uniforme, que aún perdura en la mayoría de los análisis de la prosa del siglo XVI que se realizan, procede de los datos, autorizados por tantas horas de lectura, que aparecen en los comentarios de Clemencín, apoyados por el enorme éxito editorial que tuvieron y por su reutilización en la obra de don Marcelino Mendéndez Pelayo.
La crítica al «monstruo» en que se había convertido el libro de caballerías se hace verbo en los comentarios de Clemencín; de la teoría de Vicente de los Ríos o Pellicer, de la recogida escrupulosa de datos de Bowle, pasamos ahora a la crítica argumentada, a la definitiva losa que caerá sobre el género caballeresco a lo largo de varios siglos.
Centrémonos en un episodio, el tal comentado de la conversación del cura y el canónigo de Toledo en el cap. XLVII de la Primera parte del Quijote, en donde a un tiempo se criticará la literatura caballeresca de entretenimiento como se defenderá el género.
Clemencín se hace eco y comparte la crítica al carácter monótono de los libros de caballerías de su época («Cual mas, cual menos, todos ellos son una misma cosa»
)38, así como de los «desaforados disparates» de los que están llenos:
¿De qué género los quiere el lector? Históricos, geográficos, cronológicos? Ponderaciones monstruosas, relaciones absurdas, desatinos contrários á la razón, y al sentido comun? De todo hai con abundáncia en los libros caballerescos: mucho se ha visto ya en las notas anteriores, y mucho queda por ver en las sucesivas. Nos ceñiremos por ahora á dar algunas muestras en general del desconcierto con que entregándose á una imaginacion delirante los cronistas de los caballeros, fingiéron los disparates que tan justamente llama desaforados el Canónigo de Toledo. |
(pág. 374) |
Y en las siguientes cinco páginas, se dedica a resumir algunos episodios caballerescos que le parecen especialmente «desaforados»: [1] «la descripción del aparato con que en la história de D. Policisne de Boécia (cap. 97) salió la sábia Ardémula á recibir al Rei Minando y á la Réina Grumedela, que iban encantados á la ínsula No-hallada»
; [2] la descripción del ejército de paganos «con que el Gran Soldán cercaba á Constantinolpla, compuesto de mas de trescientos mil combatientes»
, como se narra en las Sergas de Esplandián (cap. 146); [3] las princesas que son «arrebatadas por los áires en un carro dispuesto por el sabio Fristón y tirado de furiosos dragones»
, que llegan a la morada de la sabia Medea en el Belianís de Grecia (lib. 3, cap. 6); [4] la «aventura de la isla Serpentina, que se hace en el libro 2.º del Caballero de la Cruz»
(cap. 78), que acaba con estas palabras de Clemencín:
Con esto se fuéron á descansar á la barca; y yo también me voi á descansar, que estoi fatigado de leer y extractar tantos disparates. |
(pág. 378) |
Y con comentarios similares, en donde se mezcla la erudición y el conocimiento de los libros de caballerías, con el desprecio más absoluto al género caballeresco, se irán glosando las críticas del canónigo: sobre su estructura narrativa («llevan intención a formar una quimera o un monstruo»
)39, sobre su inverosimilitud («en las hazañas increíbles»
)40 o sobre su contenido erótico («en los amores lascivos»
)41.
Pero al final de la crítica del Canónigo de Toledo contra la literatura caballeresca de entretenimiento, comienza el cura cervantino su defensa del género: «y dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma»
, siempre que
siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lizos tejida, que después de acabada tal perfeción y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso [...] y por esta causa son más dignos de reprehensión los que hasta aquí han compuesto semejantes libros, sin tener advertencia a ningún buen discurso ni al arte y reglas por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los dos príncipes de la poesía griega y latina. |
El párrafo no tiene desperdicio: dibuja una nueva propuesta de libro de caballerías, una propuesta que tiene en cuenta los principios básicos de la preceptiva renacentista (que, en parte, será la neoclásica), en donde el principio de la verosimilitud posee especial relevancia, y gracias al que su autor podría compararse, ni más ni menos que a Homero o a Virgilio. Ese libro es, además de las cien hojas que tenía escritas el canónigo de Toledo42, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto de Miguel de Cervantes Saavedra.
Pero el contenido de este párrafo viene a contradecir tanto los comentarios anteriores (en donde se estaba identificando el género caballeresco con la literatura de entretenimiento) como la propia desvinculación del Quijote de los libros de caballerías. ¿Cuál es el comentario de Clemencín?
Lo bueno de que aquí se habla, y que se explica con mas extension y claridad en lo que sigue, no se halla precisamente en los libros de caballerías, como dice el Cura, sino en todos los asuntos de invención, hablando mui en general, puesto que en el bosquejo que hace del argumento del libro, no se mencionan las circunstáncias peculiares del género caballeresco, que son la demanda de aventuras, y las proezas en obsequio de las damas y defensa de los débiles. Mas bien se señalan incidentes própios de la epopeya; y de esta quiso hablar ciertamente el Cura, como se vé por la elección de virtudes, vicios, prendas y personages que cita, y sobre todo, por las expresiones con que acaba su razonamiento y el capítulo. |
(pág. 390) |
Una nueva vuelta de tuerca. La última: los libros de caballerías no entran dentro de «todos los asuntos de invención».
El círculo se ha cerrado. Un círculo que Clemencín, con su admirable erudición caballeresca, ha sellado por algo menos de doscientos años. El Quijote se ha desvinculado completamente del género caballeresco; los libros de caballerías se han quedado sin uno de sus exponentes más originales y atractivos, el que hace posible comparar a su autor con el mismo Homero, el maestro de la epopeya en verso.
El camino recorrido de más de cincuenta años desde Vicente de los Ríos (1790) a Clemencín (1833) en donde el Quijote se ha convertido, además de seguir siendo un texto popular, en un libro clásico, ha permitido mostrar cómo el género caballeresco tan complejo y dispar a lo largo de algo más de 150 años de existencia, ha sido reducido a una única comente para así consolidar la separación uno de los textos caballerescos, el Quijote, y el género en que se escribe y en donde adquiere todo su sentido.
El proceso, no exento de problemas y de rectificaciones, ha permitido ver cómo un libro de caballerías, como lo es el Quijote, que se opone a la línea caballeresca triunfante en su momento, como es la del entretenimiento defendida pollos golpes y las continuaciones de Belianís de Grecia o del Caballero del Febo43, se ha desligado de su género, dando lugar a otro diferente, que, vinculado a obras y géneros que sí que aparecen en las preceptivas clásicas, ha sido denominado como «fábula burlesca o cómica».
Pero, como siempre suele suceder, no habría que haberse ido tan lejos: en el comentado episodio del comentario del canónigo de Toledo sobre el género caballeresco, se establecía la distinción entre las «fábulas milesias» y las «fábulas apólogas»: las primeras, como se lee en el Quijote, «son cuentos disparatados, que atienden solamente á deleitar y no á enseñar»
, mientras que las fábulas apólogas «deleitan y enseñan juntamente»
(DQ, I, cap. XLVII). Tanto las milesias, como el Belianís, el Caballero del Febo y la gran mayoría de las escritas a partir de mediados del siglo XVI, como las apólogas, como el propio Amadís de Gaula o el Quijote, forman parte del género caballeresco.
¿Es necesario inventar un nuevo género para el Quijote en el siglo XXI como así lo hicieron los neoclásicos, siguiendo sus principios literarios en donde se daba prioridad a la poesía en el Parnaso de las Letras? ¿O quizás ha llegado el momento de aceptar que El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra forma parte de ese grupo de libros de caballerías, como así lo fue el Amadís de Gaula refundido por Garci Rodríguez de Montalvo a principios del siglo XVI, que a finales de la centuria quisieron rescatar un género en que, al tiempo que entretenía, podía enseñar, frente a la línea triunfante en donde se primaba el entretenimiento, es decir, la hipérbole, el erotismo, la fantasía?
El canónigo de Toledo, quien, no se olvide, tenía escritas más de «cien hojas» de un libro de caballerías, sabía muy bien de qué estaba hablando:
Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso. |
Ya tenemos un género, el de los libros de caballerías, y ya tenemos una finalidad: la de acabar con la lectura de los libros de caballerías de entretenimiento, que alejan a sus lectores de las virtudes y les empujan a ciertos vicios y defectos, como las censuras moralizantes que recordábamos al inicio han puesto de manifiesto. Ahora sólo nos queda analizar y conocer en su complejidad el género caballeresco, sus más de setenta títulos para no seguir identificando los «libros de caballerías» exclusivamente con la literatura de entretenimiento, y sus aventuras y motivos con los que aparecen en el Amadís de Gaula.
Parece lógico que así sucediera a finales del siglo XVIII y principios del XIX, de la mano de los primeros comentadores del Quijote, los que transforman este libro de caballerías en una original fábula moral, siguiendo los particulares principios neoclásicos. No lo es tanto que todavía lo sigamos haciendo en el siglo XXI.