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Argumento del Canto Noveno


Libre de las traiciones y peligros que le amenazaban, sale Vasco de Gama de Calecut, para volver al reino con las alegres nuevas del descubrimiento de la India Oriental: Vénus le encamina á una isla deliciosa: descripcion de esa isla: desembarco de los navegantes: festivas demostraciones con que son allí recibidos los Portugueses por Tétis y por las ninfas.




I

   Largamente á cumplir su vano empleo,
Están en la ciudad los dos factores;
Pues los infieles, con sutil rodeo,
Hacen que hallar no puedan compradores:
Que todo su propósito y deseo
Era á aquellos guardar descubridores
De la India. hasta tanto que viniesen
Las naves de la Meca, y los prendiesen.


II

   En el seno Eritréo, dó fundada
Por Toloméo la Arsinóe ha sido,
Del nombre de la Egicia, hermana armada,
Que en el de Suez, al fin, se ha convertido:
No el puerto lejos es de la afamada
Ciudad de Meca, el cual se ha engrandecido
Con la supersticion á que sujeta
El agua religiosa del Profeta.


III

   Gidá se llama el puerto, en donde el trato
De todo el Rojo mar más florecia,
Del que sacaba fruto inmenso y grato
El Soldan que aquel reino poseia.
Desde aquí al Malabar, por un contrato
Entre ellos, sulca hermosa compañía
De náos, que á buscar cada año viene
Lo que al comercio cada cual previene.


IV

   De estas náos los Moros esperaban
(Porque siempre eran fuertes y bastantes)
Que á aquellas que su trato amenazaban,
Las ardiesen en llamas coruscantes;
Y en tal socorro tanto confiaban,
Que es su afan que no más los navegantes,
Hasta que de su gran Meca vinieran,
Los bajeles allí les detuvieran.


V

   Mas el Rey de los cielos y las gentes,
Que para cuanto tiene imaginado.
Da de lejos los medios convenientes,
Por donde á efecto llega lo ordenado:
Movió afectos y espíritus ardientes
De piedad en Monzáide, á quien guardado
Tenia para dar á Gama aviso,
Y merecer a un tiempo el Paraiso.


VI

   Este, del que los otros no curaban,
Por ser cual ellos Moro, y antes era
Sabedor del delito que intentaban,
La intencion lo descubre torpe y fiera:
Las naves que allí lejos siempre estaban.
A menudo visita, y considera
La suerte á que, sin fe, se las destina,
Por la malvada gente Sarracina.


VII

   Informe á Gama da de las armadas
Que de la Meca vienen cada un año,
Y de los suyos ora son ansiadas,
Para instrumento hacerlas de este engaño:
Dícele que de gente van cargadas,
Y de truenos, de horrible estruendo y daño;
Y que puede por ellas ser vencido,
Segun está de poco prevenido.


VIII

   Gama, que ve que el trato le encadena,
Cuando ya el tiempo á navegar le llama,
Y no espera del Indio cosa buena,
Que á los infieles Mahometanos ama:
A los factores retirarse ordena
A las naves; y á fin de que la fama
De esta súbita vuelta no lo impida,
Que la ejecuten manda de escondida.


IX

   Pero no tardó mucho, que volando
Rumores, y no falsos, discurrieron
De haberse preso á los factores, cuando
Que abandonaban la ciudad sintieron:
La fiel noticia del suceso infando
Al Capitan muy pronto lo trujeron:
Mas él prende en su nave compañía
Que á vender á ella vino pedrería.


X

   Eran estos antiguos tratadores,
Quistos en Calecut, y conocidos:
Bien pronto entre los ricos y mejores,
Corre, que están del Luso detenidos.
En las naves, en tanto, los sudores
Del náuta empiezan, y obran repartidos:
Quién mueve cabrestante, quien la amarra,
Quien el forzudo pecho da á la barra.


XI

   Y de las vergas cuelgan, y desatan
La vela, que soltó chuma infinita,
Cuando con gran rumor, al Rey relatan
La prenda con que el Luso se desquita.
Los hijos y mujeres, a quien matan
Los que anuncian los presos, con su grita,
Al Samorim se quejan, que perdidos
Son sus padres, sus hijos, sus maridos.


XII

   Y á pesar de los odios Mauritaños,
El suelta los factores libremente,
Con sus géneros todos y sin daños,
Por que le vuelvan su cautiva gente:
Disculpas manda, en fin, de sus engaños
Al Capitan, que acéptalas riente,
Y á sus presos mejor; y devolviendo
Algunos pardos, váse el mar rompiendo.


XIII

   Costa abajo navega; por que entiende
Que en balde con el Indio lucharia
Por asentar la paz, que bien comprende
Que comercial tratado afirmaria.
Mas como ya la tierra que se estiende
Hácia la Aurora descubierto habia,
Con esta nueva, y prendas que llevaba,
Á la patria contento se tornaba,


XIV

Indios lleva consigo los mejores
De los que el Samorim le hubo mandado
Cuando volvió á las naves los factores;
Lleva ardiente pimienta, que ha mercado:
Ni de Banda olvidó las secas flores:
La nuez y el negro clavo, que ha ilustrado
La isla Maluco; y la canela rica,
Que á Ceilan enriquece y magnifica.


XV

   Y á Monzáide tambien, cuya asistencia
Esto facilitó, se lleva, y cura
Que, inspirado de angélica influencia,
Quiere seguir de Cristo la luz pura.
¡Africano feliz, que la clemencia
De Dios sacó de la tiniebla oscura,
Y halló, tan lejos de su patrio suelo,
El modo de buscar patria en el cielo!


XVI

   Así, apartadas de la costa ardiente,
Pena á las naves dirigir no cuesta
La prora á dó la meta Austral riente
Natura tiene, entre esperanzas, puesta.
Y llevan á Lisboa, desde Oriente,
Hora nuevas felices y respuestas,
Afrontando otra vez firmes y ledos,
De inciertos mares los seguros miedos.


XVII

   El placer de aun pisar la patria cara
Y los penates ver, y los parientes,
Para contar la peregrina y rara
Navegacion, los varios cielo y gentes:
Ir á lograr el premio, que ganára
Entre riesgos tan grandes y accidentes,
Cada cual siente, en gozo tan deshecho,
Que el corazon á tanto es vaso estrecho.


XVIII

   La Cipria diosa, en esto, designada
Para favorecer á Lusitaños
Por el eterno Padre, y por él dada
Cual númen que los guia há largos años:
Á su gloria en trabajos alcanzada,
Y por satisfaccion de tantos daños,
Íbales previniendo y pretendía,
Darles en el mar triste una alegría.


XIX

   Despues de haber un poco revolvido
En su mente el gran mar que recorrieron,
Y tanto mal, que por el dios nacido
En Tébas Anfionéa padecieron,
Traía ya de lejos consentido,
Por premio de las penas que sufrieron,
Darles algun deleite, algun descanso,
Del mar entre el cristal líquido y manso:


XX

   Alguna dicha, de inquietud exenta,
Y al invernal sufrir plácido estío
Del Luso nauta suyo, por contenta
Del dolor que envejece y rinde el brío;
Y piensa que hará bien en darle cuenta
Al hijo, cuyo escelso poderío
Hace bajar los dioses hasta el suelo,
Y los hombres subir al claro cielo.


XXI

   Y todo bien pensado, determina
Tenerles, en mitad de la serena
Tétis, alguna ínsula divina,
De esmaltado verdor y flores llena,
De las que cuenta el reino que confina
Con la primera madre antigua y buena,
Fuera de las que tiene soberanas,
Dentro va de las puertas Herculanas.


XXII

   Quiere que allí las húmidas doncellas,
De ojos placer, dolor de corazones,
Que disfrutan la fama de más bellas,
Esperen á los ínclitos varones
Con danzas y cantigas, pues con ellas
Se inspirarán secretas aficiones,
Para que, más gustosas se apoderen
Del cariño de aquel á quien quisieren.


XXIII

   Tal arte ya otra vez usó Ciprina,
Para que Eneas grato recibido
Fuese en el campo que la piel bovina
Tomó de espacio, por sutil partido.
Y ora tambien al hijo se encamina,
Pues todo su poder está en Cupido;
Y así como en aquella antigua empresa,
Le compromete en esta, y le interesa.


XXIV

   Ata al carro las aves que, en la vida,
Las exequias de muerte van cantando.
Aquellas en que fue ya convertida
Peristéra, azucenas apañando.
En torno de la diosa, ya ascendida,
Por el éter mil besos se van dando;
Y ella por donde pisa, el aire y viento
Serena en suave y dulce movimiento.


XXV

   De Idalia Ya sobre los montes prende.
Dó estaba entonces el rapaz flechero
A otros muchos juntando, pues pretende
Famosa espedicion llevar guerrero
Contra el mundo rebelde porque enmiende
Grandes yerros que há tiempo sigue fiero,
Cosas amando que nos fueron dadas,
No para ser queridas sino usadas.


XXVI

   Á Actéon en la insípida alegría
Viendo está de la caza bruta, insana,
Que por seguir una alimaña, huia
De la gente y la bella forma humana;
Y quiere, por templar su demasía,
Mostrarle la hermosura de Diana:
¡Y guárdese no sea en su quebranto
Comido de los perros que ama tanto!


XXVII

   Y ve en el mundo todo altos señores,
Á quien Filandia amaestró mezquina,
Que en sí propios no más ponen amores,
Y ninguno el bien público imagina:
Los ve del regio alcázar pobladores,
Que, en lugar de veraz, sana doctrina,
Venden adulacion, que no consiente,
Que espigue el nuevo trigo floreciente.


XXVIII

   Ve, que el que amor divino á la pobreza
Debe y al pueblo caridad cristiana.
Ama solo los mandos y riqueza,
Fingiendo integridad, justicia sana:
De fea tiranía y aspereza
Forman derecho y compostura vana:
Leyes en pro del Rey no hay miedo aplacen,
Y las en pro del pueblo nunca se hacen.


XXIX

   Yo, en fin, que no ama nadie lo que debe,
Sino lo que, indebido, mal desea;
Y quiere ya el Amor que el mundo pruebe
El castigo que duro y justo sea.
Junta, pues, sus secuaces, con que lleve
Ejército adecuado á la pelea
Que tendrá con la gente mal regida,
De quien fuere su voz no obedecida.


XXX

   Muchos de esos rapaces voladores
Están en obras varias trabajando:
Afilan unos férreos pasadores,
Otros astas de flecha están tallando;
Y trabajan, y cantan, y de amores
Casos están en verso modulando;
¡Suave armonía, concertado ruido
De dulce letra y celestial sonido!


XXXI

   En la fragua inmortal, donde forjaban
De los dardos las puntas penetrantes,
Corazones por leña ardiendo estaban,
Y entrañas todavía palpitantes:
El agua en que los fierros se templaban,
Lágrimas son de míseros amantes:
Y es el fuego que eterno allí presume,
El deseo, que quema y no consume.


XXXII

   La mano algunos ejerciendo andaban
En duros pechos de la plebe ruda:
Por el aire suspiros resonaban,
De los que heridos van de flecha aguda:
Hermosas ninfas son las que curaban
Las heridas causadas, y su ayuda
No solo da la vida á los heridos,
Mas á aquellos la inspira no nacidos.


XXXIII

   Y unas las hay horribles, y otras buenas,
Segun la calidad es de las llagas:
El veneno esparcido por las venas,
Curan unos con pócimas aciagas:
Otros quedan atados con cadenas
Á las palabras de las doctas magas;
Y esto ocurre al llevar en ocasiones,
Jugos de ocultas yerbas los arpones.


XXXIV

   De esos tiros, así mal dirigidos,
Que estos niños, no diestros, van tirando,
Nacen muchos amores maldecidos
Entre el herido pueblo miserando;
Y en los héroes tambien esclarecidos
Se ven ejemplos mil de amor nefando,
Como el de aquellas Bibli y Ciniréa,
Y el Asirio garzon, y el de Judea.


XXXV

   Y vosotros ¡oh grandes! de pastoras
Á rogar cuántas veces vais mercedes;
Y de humildes y rudos ¡oh señoras!
Tambien topais vosotras en las redes
Unas buscando vais nocturnas horas:
Otros saltais tejados y paredes;
Si bien de tal amor, que ya maldijo,
La culpa es de la madre, y no del hijo.


XXXVI

   Mas ya en el verde prado el carro leve
Posan los cisnes que acaricia el viento;
Y Dione, que rosas entre nieve
Lleva en la linda faz, baja al momento:
El rapaz, que aun al cielo guerra mueve,
Á recibirla va ledo y contento,
Y á besar van sus otros servidores
La mano á la deidad de los amores.


XXXVII

   Ella, por no gastar el tiempo en vano,
Cogiendo al hijo en brazos, y confiada,
Le dice: «Hijo querido, en cuya mano
Toda la fuerza mia está fundada:
Hijo, autor de mi imperio soberano,
Que el Tiféo vigor tienes en nada,
Necesidad estrecha que me azora,
Á ampararme de tí me trae ahora.


XXXVIII

   «Bien veo que hace tiempo que averiguas
Que al valor Lusitano favorezco,
Por merced de las Parcas, que no exiguas,
Las confianzas me otorgan que merezco;
Y como tanto imitan las antiguas
Obras de mis Romanos, yo me ofrezco
Á darles tanta ayuda cuanto alcanza
Del tuyo mi poder en la balanza.


XXXIX

   «Y porque de los fraudes del odioso
Baco en la India han sido maltratados,
Y porque del furor del mar undoso
Pudieran más ser muertos que cansados:
En ese mismo mar, que temeroso
Les fue, quiero que sean halagados,
Recibiendo aquel premio y dulce gloria
De trabajos que agrandan la memoria.


XL

   «Por eso era mi intento que hoy heridas
Las hijas de Neréo, amor jocundo
Sintieran por los Lusos, encendidas,
Que nuevo acaban de encontrar un mundo;
Y todas á una ínsula venidas,
Que bella en las entrañas del profundo
Occéano tendré yo preparada,
Del don de Flora y Zéfiro adornada:


XLI

   «Allí, con mil refrescos y manjares,
Con vinos odoríferos, y rosas,
De cristal en palacios singulares,
En lechos bellos, y ellas más hermosas,
Con deleites, en fin, no ya vulgares,
Los esperen rendidas y afectuosas,
Heridas del amor, por que les donen
De sí cuanto los ojos ambicionen.


XLII

   «Quiero que haya en el reino Neptunino,
Dó yo nací, progenie fuerte y bella,
Y tome ejemplo el mundo vil, mezquino,
Que contra tu potencia ora se estrella;
Y entienda, que ni muro diamantino,
Ni hipocresía audaz puede con ella;
Que mal habrá en la tierra quien se guarde,
Si tu luego inmortal las aguas arde.»


XLIII

   Vénus propone así; y el hijo hermoso
Se apresta á obedecerla como debe:
Manda traer el arco ebúrneo, airoso,
Dó saetas con punta de oro embebe:
Cipria, con ledo aspecto, impudoroso,
En su coche recibe al hijo aleve;
Y da rienda á las aves cuyo canto
De Faetónte la muerte lloró tanto.


XLIV

   Mas Cupido la diz que es necesaria
Una famosa y célebre tercera,
La cual, aunque mil veces le es contraria,.
Otras muchas le ayuda compañera:
La diosa gigantea, temeraria,
Jactanciosa, verídica, embustera,
Que con sus ojos mil todo inspecciona,
Y con mil bocas lo que ve pregona.


XLV

   Vánla á buscar y envíanla delante,
Á que vaya á contar con trompa clara,
La gloria de la gente navegante,
Más de lo que hasta aquí de otras cantára.
Ya, gorjeando la Fama penetrante,
Por las hondas cavernas se dispara:
Dice verdad, y por verdad se sella;
Que el dios de bien creer marcha con ella.


XLVI

   El elogio y rumor grande, escelente,
El juicio de los dioses (que indignados
Fueron por Baco contra Lusa gente)
Cambia, y los va poniendo ya amansados;
Y el pecho femenil, que feblemente
Muda y deja propósitos tomados,
Ya por crudeza bárbara designa
El no amar á la hueste brava y digna.


XLVII

   Una tras otra, en esto, sus saetas
Despide el dios, y el mar gime á sus tiros:
Derechas, al traves de ondas inquietas,
Algunas van, y alguna haciendo girós:
Caen ninfas, lanzando las secretas
Entrañas ardientísimos suspiros,
Y caen, aun sin ver la faz que se ama,
Que tanto como el ver, puede la fama.


XLVIII

   Junto los cuernos de la ebúrnea luna
Con fuerza el mozo indómito escesiva,
Que á Tétis quiere herir más que á ninguna,
Porque más que ninguna le era esquíva:
Ya no queda en la aljaba flecha alguna,
Ni en los equóreos campos ninfa viva;
Que si heridas aún están viviendo,
Será para sentir que van muriendo.


XLIX

   Dad lugar, altas y cerúleas ondas,
Que Vénus trae (mirad) la medicina,
Mostrando blancas velas y redondas,
Que viene sobre el agua Neptunina;
Y porque tú recíproco respondas,
Vivo Amor, á la llama femenina,
Es fuerza que el pudor honesto ceje,
Y haga aquí cuanto Vénus aconseje.


L

   Ya todo el bello coro se apareja
De Nereidas, y junto caminaba
En bandada gentil, á usanza vieja,
Á la isla á que Vénus las guiaba:
La linda diosa allí las aconseja.
Lo que ella hizo mil veces cuando amaba,
Y ellas, que opresas van de afecto vivo,
Abren á su consejo el pecho esquivo.


LI

   Corta, en tanto, la flota la ancha via
Del hondo mar hácia la patria amada,
(Proveerse anhelando de agua fria.
Para marcha seguir tan dilatada)
Cuando todos, con súbita alegría,
Vista dan á la isla enamorada;
Pues de Memnonio allí la más hermosa
Se levanta risueña y deleitosa.


LII

   De lejos ven la isla, dulce estela
Que Vénus por las ondas les llevaba
(Tal como lleva el viento blanca vela)
Guiándola á la flota que buscaba;
Que porque no pasase sin cautela,
Y aportasen allí cual deseaba,
Accidália, que todo lo podia,
Hácia dó el mar, cortaban, la movia,


LIII

   Mas inmóvil la deja y firme ahora
Que es de los nautas vista y demandada:
Así, mientras nació la Cazadora
Con su hermano, quedó Délos parada
Pronto la armada allá guía la prora
Dó la costa formaba una ensenada,
Corva y tranquila, cuya blanca arena
Vénus de lindas conchas pinta y llena.


LIV

   Tres oteros hermosos se mostraban,
Con altivez irguiéndose graciosa,
Que de gramíneo esmalte se adornaban,
En la ínsula alegre y deleitosa:
Claras fuentes y, límpidas manaban
De cumbre, entre verdura lujuriosa;
De dó pisando guijas se deriva
La sonorosa linfa fugitiva.


LV

   En valle que los dos oteros hiende
Iban las claras ondas á juntarse,
Donde un remanso forman, que se estiende
Bello, cuanto no es dado el idearse:
Arboledo gentil sobre ese pende,
Que cual contento está de acicalarse,
Viéndose en el cristal terso y pulido,
Que lo retrata su esplendor florido.


LVI

   Entre pomas el aire embalsamando,
Mil arbustos al cielo alzan los cuellos:
El naranjo en su fruto va ostentando
El color que usó Dafne en los cabellos:
Se enreda en el jazmin que está flotando,
Ya el citronero con sus frutos bellos,
Ya el limon con sus puntas naturales,
Imitando los pechos virginales.


LVII

   Los árboles, que afrenta á los pinceles,
Y agreste pompa son á los oteros,
Son álamos de Alcídes, son laureles
Caros al rubio dios y placenteros;
Y mirtos de Dione, y de Cibeles
Pinos, que á nuevo amor ceden los fueros:
Y allí sube el agudo Cipariso,
Apuntando al celeste Paraiso.


LVIII

   Los dones de Pomona allí natura
Diferentes produce en los sabores,
Sin haber menester de la cultura,
Pues silvestres se crian superiores:
La cereza de vívida pintura:
Las moras recordando otros amores,
La poma que de Persia da el terreno,
Y se torna mejor en el ajeno.


LIX

   Luce allí la romana rubicunda
Color con quien el suyo el rubí pierde:
La vid con sus racimos va jocunda,
Del olmo entre los brazos que le muerde:
Y á tí, piramidad pera fecunda,
Por madurar sobre tu rama verde,
Te veo darte al mal, que con sus picos
Hacen en ti los pájaros más chicos.


LX

   Pues el tapiz de espléndida belleza,
Con que se cubre el rústico terreno,
Hace á Aqueménia de menor riqueza,
Pero al valle sombrío más ameno.
Allí dobla Cephisia la cabeza,
Sobre el estanque lúcido y sereno.
Y el hijo y nieto vive de Ciniras,
Por quien tú, la de Pafos, aun suspiras.


LXI

   Y juzgar es difícil, viendo ahora
En cielo y tierra iguales los colores,
Si á la flor da color la bella Aurora,
O si á ella lo dan las bellas flores.
Pintando están allí Céfiro y Flora
Las viólas como rostro de amadores,
Y el rojo lirio y fresca rosa bella,
Cual mejillas de púdica doncella.


LXII

   Rociadas de las lluvias matutinas.
Se ven blanca azucena y manyerona:
Y la letra en las flores jacintinas,
Tan queridas del hijo de Latona:
Bien se mira en las pomas y murinas,
Que competian Clóris y Pomona
Y si allí vuelan pájaros cantando,
Bellos brutos tambien vagan saltando.


LXIII

   A lo largo del lago el cisne canta,
Y del ramo responde Filomela:
De la cuernosa sombra no se espanta
En el agua Acteón, que le consuela:
Aquí de espesa mata se levanta
Liebre fugaz, ó tímida gacela:
Allí el sustento lleva apetecido
El leve pajarillo al caro nido.


LXIV

   En tan risueño Eden el pie ponian
De la mar los segundos Argonautas,
A dó por la floresta se fingian
Andar las diosas lindas, como incautas:
De ellas algunas, cítaras tañian,
Algunas, arpas y sonoras flautas:
Otras, con arcos de oro, que persiguen
Figuran animales, que no siguen.


LXV

   Las aconseja así Ciprina esperta
Que vaguen por los campos derramadas,
Y vista de varon la presa incierta,
Que no dejen de hacerse deseadas.
Algunas, que en la forma descubierta
Del peregrino cuerpo están confiadas,
Ponen artificiosas su hermosura,
Desnudas, á lavar en agua pura.


LXVI

   Mas los fuertes mancebos, que en la playa
Ponen el pie, de tierra codicioso,
Que no hay ninguno de ellos que no vaya
De hallar agreste caza deseoso,
No cuidan que, sin lazo ó redes, haya
Caza, por aquel monte deleitoso,
Tan doméstica, suave y peregrina
Como herida la tiene ya Ericina.


LXVII

   Unos que en espingardas y en ballestas
Para herir á los ciervos se fiaban,
A los sombríos bosques y florestas
Determinadamente se lanzaban:
Otros por sombras, que en ardientes siestas
Los céspedes defienden, paseaban
Junto á un arroyo, que en su curso sabe
Ir al mar entre piedras manso y suave.


LXVIII

   Mas empiezan á ver súbitamente
Por entre rama verde otros colores:
Colores que la vista juzga y siente
Que no son ni de rosas ni de flores,
Mas de lana ó sutil seda luciente,
Que á los sentidos habla de amadores,
Con que para ostentarse más hermosas,
Vestirse suelen las humanas rosas.


LXIX

   Da Belloso asombrado un alto grito,
Y dice: «Amigos, caza estraña es esta:
Si es que aun dura el gentil antiguo rito,
Consagrada está á diosas la floresta;
Y descubrimos hoy más que fue escrito,
Y á deseo mortal se manifiesta:
En verdad que altas cosas y escelentes,
Se muestran á los hombres imprudentes.


LXX

   «Sigamos á estas diosas, y veamos
Si fantásticas son, ó verdaderas.»
Esto dicho, veloces más que gamos,
Se lanzan á correr por las riberas.
Ellas huyendo van entre los ramos,
Aunque más industriosas que ligeras,
Dando gritos, si luego sonriendo,
Se dejan de los galgos ir cogiendo.


LXXI

   De una el áureo cabello el viento lleva:
De otra, al correr, las faldas delicadas;
Y el deseo se enciende, que se ceba
En las formas de súbito mostradas:
Otra cae, de exprofeso, y ya se eleva,
Con muestras mas benignas que indignadas,
Con el que en ella al tropezar caia,
Y por la blanda playa la seguia.


LXXII

   Unos, que hácia el gran lago se dirigen,
Topan con las desnudas que se lavan:
Ellas gritan, haciendo que se afligen
Del asalto fatal que no esperaban.
Estas, fingiendo que el rubor eligen
Esponer por salvarse, se lanzaban
Desnudas por el bosque, al ojo dando
Lo que avaras las manos van tapando.


LXXIII

   Una, como teniendo en mayor cura
El pudor, cual la diosa. cazadora,
Hunde el cuerpo en el agua: otra se apura
Por tomar sus vestidos, y se azora.
De los mancebos hay quien se apresura,
Calzado como está (que en la demora
De desnudarse cré se le hace tarde)
A dar al agua el fuego que en él arde.


LXXIV

   Cual perro ardiente, astuto, muy sabido
En coger en el agua el ave herida,
Viendo en el arco el fierro dirigido
Contra el pato ó la garza sorprendida,
Antes que silbe el nervio, mal sufrido
Salta y da ya la presa por cogida,
Y nada, y va latiendo, así el mancebo,
Embiste á la que hermana no es de Febo.


LXXV

   Leonardo, guerrero audaz, robusto,
Mañoso, caballero, enamorado,
A quien diera el amor más de un disgusto,
Que siempre del rapaz fue maltratado,
Y tiene por seguro ya lo injusto
De ser en sus afectos desdichado
No abandona, con todo, la esperanza
De que aun pueda en su sino haber mudanza.


LXXVI

   Quiso aquí su ventura que corria
En pos de Efira, ejemplo de belleza,
Que más caro que nadie dar queria
Lo que dió para dar naturaleza.
Él corriendo cansado, la decia:
«Hermosura, no digna de aspereza:
Ya que te doy mi vida, el pie retarda,
Y pues llevas el alma, al cuerpo aguarda.


LXXVII

   «Todas ya de correr, ¡oh ninfa pura!
Se cansan, y se dan al enemigo:
Tú sola huyes es de mí por la espesura:
¿Quién te dijo que yo soy quien te sigo?
Si te lo ha dicho aquella no ventura,
Que á todas partes siempre va conmigo,
No la creas; yo á veces la creia,
Y mil á cada hora me mentia.


LXXVIII

   «Descansa, y no me canses, que si quieres
Huir porque no pueda ni tocarte,
Es mi desdicha tal, que aunque me esperes,
Ella hará que no pueda yo alcanzarte.
Espera: quiero ver, si tú quisieres,
Qué sutil modo buscas de escaparte;
Y en la prueba veremos que aun me falta,
Cual muro entre la espiga y mano salta.


LXXIX

   «¡No me huyas! ¡Así jamás el breve
Tiempo abandone tu esplendor divino!
Solo con refrenar el paso leve,
Vencerás el rigor de mi destino.
¿Qué Emperador, qué ejército se atreve
La dura fuerza á quebrantar del sino?
Pues si en cuanto yo amé me fue siguiendo,
Tú la podrás vencer, de mí no huyendo.


LXXX

   «¿Tomas la. parte, de mi suerte impía
Dando cobarde ayuda al más potente?
¿Te llevas lo que libre yo tenía?
Lánzalo, y correrás más sueltamente.
¿No te fatiga esa alma pobre mia
Que en esos hilos de, oro reluciente
Atada llevas? ¿O despues de presa,
Le mudaste la suerte, y menos pesa?


LXXXI

   «Con esperanza tal te voy siguiendo:
Que, ó tú no sufrirás el peso de ella,
O la nueva virtud ella sintiendo
De tu hermosura, cambiará su estrella:
Y si ha de ser así, ¿qué haces huyendo
Pues puede herirte Amor, gentil doncella?
Y tú me esperarás si Amor te hiere,
Y si esperas, no hay, nada que no espere.»


LXXXII

   Mas la ninfa amorosa tarda tanto
En dar cara al doncel que la seguia,
Solo por ir oyendo el dulce canto
De enamoradas cosas que decia:
Y el rostro al fin volviendo, y dulce encanto,
Todo en risa bañado y alegría,
Caer al pie del vencedor la place,
Que todo en amor vivo se deshace.


LXXXIII

   ¡Oh qué besos de fuego en la floresta,
Y qué mimoso acento resonaba!
¡Qué plácidos suspiros...! ¡Qué ira honesta
Que en sonrisas alegres se tornaba...!
Y lo demas que por mañana y siesta
Vénus con sus placeres inflamaba
Es mejor el probarlo, que el juzgarlo:
Júzguelo, pues, quien no puede probarlo.


LXXXIV

   De este arte, así conformes las hermosas
Ninfas con sus amados navegantes,
Los ornan de coronas deliciosas
De láuro, y de oro, y flores abundantes:
Les dan las blancas manos como esposas;
Y con tratos de ley estipulantes,
En vida, en muerte, en pena, en alegría,
Se prometen eterna compañía.


LXXXV

   Una de ellas mayor, á quien con celo
Todo el coro de ninfas obedece,
Que dicen hija ser de Vesta y Cielo,
Al que en el bello rostro se parece,
De maravilla hinchendo el mar y el suelo,
Al Capitan, que tanto amor merece,
Mostrándose señora grande, egregia,
Recibe allí con pompa honesta y regia.


LXXXVI

   Y despues de decirle ya quién era,
Con noble exordio, de alta gracia ornado,
Dándole á conocer, que allí viniera
Por inmutable prescripcion del hado,
Para esplicarle de la unida esfera,
De la tierra, y del mar, no navegado,
Los secretos que solo al digno Luso
Revelar hoy profético dispuso;


LXXXVII

   De la mano tomándole, le guia
A la cumbre de un monte alto y divino,
En el cual rica fábrica se erguia
De cristal transparente y oro fino.
La mayor parte allí pasan del dia,
En dulces juegos y en placer contino:
Ella en la estancia logra sus amores;
Las demas, por las sombras, y entre flores.


LXXXVIII

   Así la hermosa y fuerte compañía
Del bonancible tiempo va gozando,
Con una dulce incógnita alegría
Los pasados trabajos compensando;
Porque de las hazañas y osadía
Insigne el mundo les está guardando
El premio allá, de sobra merecido,
Con fama ilustre y nombre esclarecido.


LXXXIX

   Que las ninfas Oceánicas hermosas,
Tétis, y la feliz isla pintada,
Otra cosa no son que las gustosas
Honras, que hacen la vida sublimada.
Las preminencias altas y gloriosas,
El triunfante esplendor, la sien ornada
De oro, y palma, y laurel bien merecido,
Esos son los deleites de este egido.


XC

   Que esa inmortalidad que antes fingia
El mundo antiguo al que por grande aclama,
Cuando hasta el claro olimpo le subia
Sobre las alas de la heróica fama,
Por las hazañas ínclitas que hacia,
De la virtud la trabajosa trama,
Siguiendo y el camino alto y fragoso,
Si allá, á su fin, alegre y deleitoso:


XCI

   Es el premio tan solo, que reparte
Por inmortales hechos, soberanos,
El mundo á los varones, que con arte
Y esfuerzo, los cumplieron, siendo humanos:
Que Júpiter, Mercurio, y Febo, y Marte,
Quirino, Enéas, y los dos Tebanos,
Céres, y Juno, y Pálas, y Diana,
Fueron todos de carne flaca humana.


XCII

   Mas la fama, trompeta de obras tales,
Les dió de semidioses los canoros
Nombres, y hasta de dioses inmortales,
Y los de Magno ó Indígeta sonoros.
Vosotros, los que amais honras iguales,
Si quereis de la gloria los tesoros,
Del sueño despertad del ocio ignavo,
Que el ánimo, de libre, torna esclavo.


XCIII

   Ponedle á la codicia un freno duro,
Y á la ambicion tambien, que indignamente
Mil veces os sumerge en el oscuro
De tiranía vil vicio insolente.
Porque la pompa vana, el oro impuro,
Verdadero esplendor no da á la gente,
Y es mejor merecerlo sin tenerlo,
Que llegarlo á tener sin merecerlo.


XCIV

   Dad, en paz, justas leyes y constantes
De grandes no en favor, sino de buenos.
Ó vestíos las armas rutilantes
Contra el poder de inicuos Sarracenos:
Y hareis los reinos vastos y pujantes,
Y todos tendreis más, y nadie menos;
Y poseereis riquezas merecidas,
Con honra, que es la vida de las vidas.


XCV

   Y hareis preclaro al Rey que amais celosos,
Ora con los consejos bien pensados,
Ora con las espadas, que gloriosos
Os harán, como allá vuestros pasados:
Ni asuntos hallareis dificultosos:
Quien quiso, siempre pudo; así contados,
Sereis entre los héroes conocidos
Y en esta isla de Vénus recibidos.