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ArribaAbajoCanto Segundo

Argumento del Canto Segundo


Instigado por el demonio, pretende el Rey de Mombaza destruir á los navegantes: dispóneles traiciones bajo el fingimiento de amistosa acogida. Vénus se presenta á júpiter é intercede por los Portugueses: él le promete favorecerlos, y le refiere, como en profecía, algunas hazañas de aquellos en el Oriente. Mercurio se aparece en sueños á Gama, y le advierte que evite los peligros que le amenazan en Mombaza: leva anclas y llega a Melinde, cuyo Rey le recibe y hospeda benigna y generosamente.




I

   Ya en este tiempo el fúlgido planeta
Que las horas del dia vá midiendo
Llegaba lento á la anhelada meta,
La alba luz á las gentes encubriendo,
Y de la casa de la mar, secreta,
La puerta el Dios nocturno le está abriendo,
Cuando los de la Isla se llegaron
Á las naves, que há poco que ancoráron.


II

   Uno entre ellos, que el cargo há recibido
Del mortífero engaño, así decia:
«Capitan valeroso, que has corrido
Del salado Neptuno la honda via,
Del Rey que esta Isla manda tanta há sido,
Por tu venida, el gozo y la alegria,
Que su deseo solo es complacerte,
Y de cuanto quisieres proveerte.


III

   «Y por que está en estremo ya ganoso
Do verte, cual persona tan nombrada,
Te ruega que, de nada receloso,
Penetres por la barra con tu armada;
Y como del camino trabajoso
Traerás la gente débil y cansada,
Restauro puedes da-cla en este suelo,
Que há menester natura algun consuelo.


IV

   «Y si buscando vás la mercancía
Que produce el aurífero Levante,
Clavo ardiente, canela, especería,
Ú otro objeto valioso comerciante;
Ó si quieres luciente pedrería,
Encendido rubí, duro diamante,
Lo tendrás aquí todo tan de sobra,
Que podras convertir la idea en obra.»


V

   Al mensajero el Capitan responde,
Las palabras del Rey agradeciendo,
Y diz que porque el sol pronto se esconde
¡No está ya con su entrada, obedeciendo:
Mas que cuando la luz muestre por dónde
Pueda sin ningun riesgo ir mar midiendo,
Cumplirá sin tardanza su mandado:
Que á más, por tal señor, se vé obligado.


VI

   Le pregunta despues si son en tierra
Cristianos, y el piloto no mentia;
El mensajero astuto no lo yerra,
Y diz que es de ellos la mayor cuantía.
De esta suerte del pecho le destierra
El temor y sospecha a de falsía;
Por lo que el Capitan, incautamente,
Teme ya menos de la falsa gente.


VII

   Y de algunos que trae, condenados
Por culpas y por hechos vergonzosos
Porque pudiesen ser aventurados
En casos de esta suerte peligrosos,
Manda á dos, muy sagaces, ensayados,
A observar de los moros engañosos
La ciudad y el poder, y porque vean
Los cristianos que tanto ver desean.


VIII

   Por ellos manda al Rey dádiva afable
Porque la voluntad que les mostraba
Tenga firme, segura, inalterable,
La cual bien al contrario en todo estaba.
Ya el séquito salia abominable
De las naves y el campo azul cortaba;
Y los dos de la flota, con fingidos
Halagos, son en tierra recibidos.


IX

Y despues de que al Rey le presentaron
El mensaje y los dones que traian,
La ciudad recorrieron y observaron,
Si bien menos de aquello que querian;
Que los moros astutos se guardaron
De todo les mostrar lo que pedian:
Que es propio el recelar de obrar no bueno,
Y lo hace imaginar del pecho ajeno.


X

   Mas aquel que por jóven siempre pasa,
Con belleza perpétua, y fue nacido
De dos senos y el mal urde sin tasa,
Por ver al náuta Luso destruido,
De la ciudad moraba en una casa,
Con rostro humano, en hábito fingido:
Decíase cristiano y culto hacia
En un suntuoso altar que construia.


XI

Allí tiene en retablo figurada
Del Espíritu Santo la escultura:
La cándida paloma bien labrada
Sobre la única fénix Vírgen pura.
La compañía santa está imitada
Tan propia de los doce en la figura,
Cual, de los que entre lenguas que cayeron
De fuego, libros santos refirieron.


XII

   Y los dos camaradas conducidos
Donde con este engaño Baco estaba.
Ponen la vista en tierra, y los sentidos
En aquel Dios que el mundo gobernaba.
Los plácidos aromas, producidos
Por Pancaya odorífera, quemaba
El de Thion; y así con fraude artero,
El falso dios adora al verdadero.


XIII

Aquí fueron de noche agasajados
Con todo honesto tratamiento digno
Los dos Lusos, no viendo que, engañados,
Tienen por santo el fingimiento indigno,
Mas así que los rayos derramados
Al universo van del sol benigno,
Y por la puerta asoma del Oriente
La moza de Titon la roja frente:


XIV

   Vuelven moros de tierra con recado
Del Rey para que entrasen, y consigo
Llevan los que el de Gama hubo mandado,
De quien mostróse, el Rey sincero amigo.
Y habiéndose el caudillo asegurado
De no tener recelo de enemigo
Y que gente de Cristo en tierra habia,
Por la ofrecida barra entrar queria.


XV

   Los que mandó le dicen que allá vieron
Aras sagradas, sacerdote santo:
Que allí se confortaron, y durmieron
Cuando tendió la noche el negro manto.
Y que en el Rey y gente no advirtieron
Sino contentamiento y gusto tanto,
Que no podia haber arte suspecta
En conducta tan clara y tan perfecta.


XVI

   Con esto el noble Gama alegremente
Recibia á los moros que subian;
Que ánimo fiel se fia fácilmente
De muestras que verdades parecian.
La nao se henchia de perversa gente;
Su circo de los barcos que traian:
La turba alegre vá, pues se figura
Que ya la ansiada presa está segura.


XVII

   En tierra cautamente aparejaban
Municion y armas, porque así que viesen
Que en el rio las naves ancoraban,
Escalarlas impávidos pudiesen;
Y de traicion tan útil esperaban
Que á todos los Lusiadas destruyesen,
Pagando incautos, en tan duro estrecho,
El mal que en Mozambique tienen hecho.


XVIII

   Las áncoras tenaces van levando,
Con la grita nautil acostumbrada:
De la proa las velas solo dando,
A enfilar van la barra, de bordada.
Alas la bella Ericina, que guardando
Iba siempre á su gente denodada,
Viendo la gran celada, tan secreta,
Del cielo al mar se lanza, cual saeta.


XIX

   Llama á las bellas hijas de Neréo,
Y á la demas cerúlea compañía;
Que por nacer del piélago Eritréo
Toda marina grey la obedecia;
Y la ocasion propuesta y su deseo,
Con todas juntamente allá partia,
Para impedir que el portugués llegase,
Donde en lugar de gloria, tumba hallase.


XX

   Ya del agua aventando van de priesa
Con las colas de plata blanca bruma
Con pechos de marfil Doto atraviesa,
Con no usado vigor, la hirviente espuma:
Salta Nise, Nerina se arrepesa
Sobre la crespa mar con fuerza suma;
Y abren senda las ondas encorvadas,
De miedo á las Nereidas conjuradas.


XXI

   En hombros de un Triton, con rostro inceso
Dione, aunque divina, vá furiosa:
No siente el que la lleva el dulce peso,
De soberbio con carga tan hermosa.
Ya cerca llegan donde el aire opreso
Hinche el lino á la gente belicosa:
Y repártense y cercan al instante
Las ráudas naves que iban por delante.


XXII

   Vénus, con otras, corta á breve trecho
La proa capitana; allí cerrando
El camino á la barra están derecho:
En vano el aire entró la vela hinchando;
Ponen contra el tajante el blando pecho,
La fuerte nave para atrás forzando
Cercándola en redor, muchas la alzaban,
Y de la adversa tierra la apartaban.


XXIII

   Como á su cueva próvidas hormigas
Llevando el grave peso bien cargado
Las fuerzas ejercitan, enemigas
De su grande enemigo invierno helado:
Allí son sus trabajos y fatigas:
Aquí muestran vigor nunca esperado
Así andaban las ninfas impidiendo
Del bravo portugués el fin tremendo,


XXIV

   La nave para atras se precipita,
Magüer de los que lleva, que clamando
Bajan velas: la gente más se agita
A un bordo y otro cables arrastrando:
El mestre activo de la popa grita,
Viendo como delante amenazando
Le está un grande marítimo rochedo
Que de romper la náo pone miedo.


XXV

   El vocerío airado se levanta
Del marinero: en el confuso embate
El bronco estruendo á la morisma espanta,
Como si viesen hórrido combate:
Ignoran la razon de furia tanta:
No saben quién les valga ó desbarate:
Piensan que sus engaños son sabidos
Y que han de ser por eso allí oprimidos.


XXVI

   Ved cual muchos de pronto se lanzaban
A los barcos veloces que traian,
Y unos el agua en alto levantaban
Brincando al mar y á nado se fugian:
De este á aquel bordo los demas saltaban,
Movidos del temor que en otros vian:
Que antes que á sus contrarios entregarse,
Quieren al hondo mar aventurarse.


XXVII

   Así cual junto al charco, al mor de luna
Las ranas, otro tiempo Licia gente,
Si sienten acercar persona alguna.
Estando en duro suelo incautamente,
De aquí y de allí saltando á la laguna
Por huir del peligro que se siente,
Métense en la sabida madriguera
Las cabezas no más dejando fuera:


XXVIII

   Así los Moros huyen; y el piloto
Que las naves al riesgo infiel llevára,
Creyendo que su engaño ya era noto,
Huye tambien, saltando al agua amara.
En tanto, por no dar en el innoto
Rochedo y por salvar la vida cara,
La Capitana el ancla arroja al punto,
Y las demas ancóran, de ella junto.


XXIX

   Viendo Gama el intento y la vileza
Del Máuro, no cuidada, y juntamente
Del huir del piloto la presteza,
Conoce la intencion de la impia gente;
Y al ver que, sin contraste y sin braveza
De viento, y de los mares sin corriente,
Pasar más adelante no podia,
Por divino teniéndolo, decia:


XXX

   «¡Oh caso grande, estraño y no esperado!
¡Oh milagro clarísimo, flamante!
¡Oh descubierto engaño descuidado!
¡Oh perfidia enemiga amenazante!
¿Quién podría del daño aparejado
Librar la vida, con saber bastante,
Si de arriba la guarda soberana,
No acudiera á la flaca fuerza. humana?


XXXI

   «Bien nos muestra la diva Providencia
De estos puertos la paz engañadora:
Bien nos hizo patente la evidencia,
Que la hospital confianza era traidora:
Mas ya que ni poder, ni humana ciencia,
Fraude tan bien urdido vé, ni esplora,
¡Oh tú, guarda celeste, tén cuidado
Del que sin ti no puede ser guardado!


XXXII

   «Y si á tanto se inclinan tus piedades
Por esta pobre gente peregrina;
Puesto que, por tu amor y tus bondades,
La salvas de la infiel gente felina,
A algun asilo y puerto de verdades,
Desde aquí conducirnos determina:
Ó muéstranos la tierra que buscamos,
Pues solo en tu servicio navegamos.»


XXXIII

   Estas palabras le escuchó piadosas
La hermosa Citeréa, y conmovida
Parte de entre las ninfas que llorosas
Quedaron de la súbita partida:
Ya sube á las estrellas luminosas:
Ya en el cielo tercero es recibida:
Pasa adelante, y en la sesta esfera
Entra, dó más de cerca el padre impera,


XXXIV

   Y como iba animada del camino,
Tan hermosa de aspecto se mostraba,
Que á estrellas, cielo y luz, y aire vecino
Y á cuanto la iba viendo enamoraba.
De sus ojos, que el nido peregrino
Del hijo son, ardores derramaba
Con que el polo y sus hielos encendia,
Y tornaba en volcan la esfera fria.


XXXV

   Por mas enamorar al soberano
Padre, a quien siempre fué tan dulce y cara,
Se le presenta tal cual al Troyano
Ya del Ida en el bosque, se mostrára.
Si la viese el garzón que el bulto humano
Perdió, viendo á Diana en fuente clara,
¡No le hirieran los propios canes feos,
Mas antes le acabaran. los deseos.


XXXVI

   Los crespos hilos de oro le flotaban.
Por cuello que afrentar puede á la nieve
Sus duros pechos, al andar, temblaban,
Que amor en ellos retozon se mueve:
Llamas del seno muelle le brotaban,
De dó las almas caza el niño aleve:
Por las lisas columnas la subian
Deseos que cual yedra se tejian.


XXXVII

   Un delgado cendal es ténue capa
A aquellas partes del pudor reparo:
Mas ni el todo descubre, ni lo tapa,
De las purpúreas flores poco avaro:
Para arrancar el alma que se escapa,
Delante pone el dulce objeto raro:
Se abrasa el cielo ya de Sur á Norte:
Celos Vulcano siente, ardor Mavorte,


XXXVIII

   Y mostrando en su angélico semblante
Una sonrisa de pesar teñida
Como dama que fué de incauto amante
En amorosas riñas afligida,
Que solloza y sonrie al mismo instante
Y entre alegre se muestra y dolorida:
Así la diosa, á quien ninguna iguala,
Más mimosa que triste, el eco exhala,


XXXIX

   «Siempre (dice) creí, padre glorioso,
Que hácia las cosas que en verdad yo amase,
Te hallaría benigno y amoroso,
Por más que á algun contrario le pesase:
Pero, pues contra mí te miro iroso,
Sin merecerlo, sin que en nada errase,
Hágase como Baco ha decidido:
Yo asentaré que una inocente he sido.


XL

   «Y al pueblo, mío hoy, por quien derramo
Las lágrimas que en vano caer veo:
Al que précio bien poco, pues le amo
Siendo tu tanto en contra á mi deseo,
Por el que á tí, gimiendo pido y clamo
Y contra lo que ansío al fin peléo;
Pues por quererle yo voy á dañarle,
Quiérole querer mal para salvarle.


XLI

   «Y acabe á manos de las brutas gentes,
Que pues yo fuí....» y en esto de mimosa
El rostro baña en lágrimas ardientes,
Cuajándose rocío en fresca rosa:
Y aquí un poco calló, cual sí entre dientes
Se le cortára el habla congojosa;
Y volvia á seguir, cuando el Tonante,
De lo que vá á decir ya está delante,


XLII

   Y de las blandas muestras conmovido
Que amansáran de un tigre el pecho duro,
Con rostro cual de cielo en luz teñido,
Torna claro y sereno el aire oscuro.
Las lágrimas la enjuga, y encendido
Besa su faz; su cuello abraza puro,
Y es fijo que si allí solo se hallára,
Otro nuevo Cupido se engendrara.


XLIII

   Y á su rostro juntando el rostro amado,
Que el sollozo y las lágrimas aumenta
(Como niño del ama castigado
Que quien le halaga, el lloro le acrecienta)
Por ponerla en sosiego el pecho airado,
Muchos casos futuros la presenta;
Y del hado los fondos revolviendo,
De esta manera en fin le vá diciendo:


XLIV

   «Hija cara preciosa, ningun trance
Rendirá á tus valientes Lusitanos:
Ni habrá quien de mí nunca más alcance
Que esos llorosos ojos soberanos;
Y te ofrezco, hija mía, que aún avance
Su fama á la de Griegos y Romanos,
Por los hechos ilustres que esta gente
Ha de obrar en los climas del Oriente


XLV

   «Que si el facundo Ulises escapara
De car en la Ogigia eterno esclavo
Y si Antenor los senos penetrára
Ilirios y en la fuente de Timavo;
Y si el piadoso Eneas navegara
De Scila y de Caribdis el mar bravo.
Tus Lusos, con designios más profundos,
Irán mostrando al mundo nuevos mundos.


XLVI

   «Altos muros, castillos, pueblos varios,
Hija, verás por ellos construidos:
Los Turcos, ferocísimos contrarios,
Siempre por su valor serán vencidos:
A los Reyes del Indo, voluntarios,
Los verás al Rey suyo sometidos,
Y por ellos de todo en fin señores,
La tierra alcanzára leyes mejores.


XLVII

   Y verás al que ahora presuroso,
Con riesgo tanto, al Indo vá buscando,
Rendírsele Neptuno, de medroso,
Sus, espaladas sin vientos encrespando.
¡Oh nunca visto caso y milagroso
Que hierve y trema el mar en calma estando!
¡Oh gente, fuerte y de altos pensamientos!
¡Miedo tienen de tí los elementos!


XLVIII

   «Verás que el que agua darle no queria,
En puerto ha de tornarse conveniente,
En que descansen de su larga via
Las naves que naveguen de Occidente.
Toda esta costa, en fin, que há poco urdia
El engaño mortífero, obediente
Le pagará tributos, conociendo
Del Luso invicto el ímpetu tremendo.


XLIX

   «Y vereis el mar rojo, tan famoso,
Amarillo tornársele de hinchado:
Vereis de Ormúz el Reino poderoso
Por dos veces rendido y subyugado:
Allí vereis al Moro temeroso
De sus saetas mismas traspasado;
Y verá, en fin, quien contra Lusos trate,
Que, si resiste, contra si combate.


L

   «Vereis á Dío, inexpugnable corte,
Sufrir dos sitios, de los vuestros siendo:
Allí se mostrará su pró y su porte,
Hechos de armas grandísimos luciendo:
Envidioso vereis al gran Mavorte
Del Lusitano corazon tremendo:
La voz del Moro allí sonará estrema,
Que, á nombre del Koran, de Dios blasfema,


LI

   «Goa será á los Moros conquistada,
La cual vendrá despues á ser señora
Del Portugués Oriente, y sublimada
Con los triunfos de gente vencedora:
Allí soberbia, altiva y ensalzada,
Al Gentil, que los ídolos adora,
Pondrá freno, y pondrálo á cuanta tierra
Levante imbécil á los vuestros guerra.


LII

   «Vereis la fortaleza sustentarse
De Cananor, con poca fuerza y gente;
Y á Calecut vereis desbaratarse,
Populosa ciudad, grande y potente:
Y vereis en Coquim significarse
Tanto un pecho de escelso y de valiente,
Que cítara jamás cantó victoria
Que merezca tan alta fama y gloria.


LIII

   «No de Marte al clamor se vió furioso
Hervir Léucada en armas cuando Octavio,
Del Accio en la civil pugna, animoso,
Al capitan Romano cerró el labio
Que del mar do la Aurora y del sañoso
Scítico Bactra y desde el Nilo sabio
La victoria traia y rica presa,
Preso él tambien de impúdica princesa:


LIV

   «Como vereis el mar, hirviendo acaso
Al incendio del Luso que brillando,
Al Moro y al Gentil llevará opreso,
De naciones sin número triunfando:
Sujetando el dorado Quersoneso
Y hasta el lejano China navegando,
Siéndole todo el piélago obediente
Con las islas remotas del Oriente.


LV

   «De manera, hija mia, que, a despecho
Do Baco, cumplirá su alto destino,
Pues nunca brillará tan fuerte pecho
Del Gangético mar al Eritrino,
Ni de las Bóreas aguas al estrecho
Que el agraviado Luso á mostrar vino,
Aunque del mundo entero, de afrentados,
Todos resucitáran los pasados.»


LVI

   Esto diciendo, envia al mensajero
Hijo de Maya á tierra, á que prevenga
Un pacífico y fácil surgidero
Dó la armada, sin riesgo, puerto tenga;
Y para que en Mombaza aventurero
El fuerte Capitan no se detenga,
La tierra dó el alivio halle el Luseño,
Manda que se le muestre allá en su sueño.


LVII

   Bajando el Cilenéo, el aire corta,
Que al calzado de pluma se estremece:
La fatal vara suya en alto porta,
Con que los cánsos ojos adormece,.
Con que saca de averno el alma absorta,
Y á cuya vista el báratro obedece:
Cubre el sombrero alígero el cabello,
Y así llega á Melinde el númen bello.


LVIII

   Con él lleva á la fama, porque diga
Del Lusitano el grande esfuerzo raro:
Que nombre ilustre á cierto amor obliga,
Y le hace, al que lo tiene, dulce y caro.
De ese arte haciendo va la gente amiga
Con el rumor altísimo y preclaro:
Ya Melinde en deseos arde todo
De ver del fuerte Luso el gesto y modo.


LIX

   De allí para Mombaza luego parte,
Dó las naves estaban temerosas,
A mandar á la gente que se aparte
De la barra y las tierras sospechosas
Porque valen muy poco esfuerzo y arte
Contra infernales fraudes engañosas;
Y poco astucia, y brio, y altos vuelos,
Si su aviso y favor no dan los cielos.


LX

   Del camino la noche ha andado:
Las estrellas con luz tienen ajena
El mundo, desde el cielo, iluminado:
La gente duerme tras de larga pena;
Y el capitan ilustre, ya cansado
De la vigilia, en la alta noche plena,
Breve reposo á sus pupilas daba,
Mientras la guardia á cuartos vigilaba.


LXI

   Mercurio en sueño aquí se le aparece,
Diciéndole: «Huye, Lusitano,
Del riesgo que el perverso rey te ofrece
Con oculta celada y golpe insano:
Huye, que el viento asaz te favorece:
Tienes sereno al cielo y al Océano;
Y Rey te espera amigo en otra parte,
Donde puedas seguro repararte.


LXII

   «El hospedaje, en esta prevenido
Es el que Diomedes fiero daba
Dó tenian por pasto conocido
Sus caballos la gente que hospedaba:
Es de Busiris el altar temido,
Dó sus huéspedes tristes inmolaba:
Eso hallarás aquí, si mucho esperas:
Huye de gentes pérfidas y fieras.


LXIII

   «Ve lejos de la costa discurriendo,
Y hallarás otra tierra de verdades,
Casi junto de allí dó el sol ardiendo
Iguala sombra y luz en cantidades:
Allí tu flota afable recibiendo
Un rey, con bien seguras amistades,
Amparo te dará con alegría,
Y para el Indo cierto, y sabio guia.»


LXIV

   Dice, y del Dios se borra la figura
Al Capitan, que con muy grande espanto
Despierta y ve romper la sombra oscura
Una súbita luz y rayo santo;
Y la verdad del sueño viendo pura,
Y la impia tierra que amenaza tanto,
Con mente nueva, á su maestre ordena
Que las velas dé al punto al aura amena.


LXV

   «Da, da las velas (dice) al largo viento,
Que el tiempo es de favor y Dios lo manda;
Y un mensajero vi del claro asiento
Que en pro no más de nuestros pasos anda.»
En esto ya comienza el movimiento
De marineros de una y otra banda,
Que tiran de las áncoras, gritando,
Las rudas fuerzas útiles mostrando,


LXVI

   En esto que las anclas levantaban,
En la sombra los Moros escondidos,
Las amarras, muy quedo, les cortaban,
Porque á las costas fueran sacudidos.
Mas con vista de lince vigilaban
Los Portugueses, siempre apercibidos;
Y aquellos que, en alerta, ya los vieron,
No remando, volando, se fugieron.


LXVII

   Ya las agudas proras apartando
Iban las moles húmedas de plata:
Soplándoles va el aire igual y blando,
Con ráfaga benigna, fresca y grata:
De los pasados riesgos van hablando;
Que la memoria dura y se aquilata
En los grandes peligros, dó se acierta
De la tumba a escapar que estaba abierta.


LXVIII

   Dado habia una vuelta el sol ardiente,
Y otra nueva empezaba, cuando miran
Dos naves, desde lejos, blandamente
Navegando á los vientos que respiran:
Que seria juzgaron Máura gente,
Pues las velas, al verlos cerca, viran.
Uno del mal pasar que recelaba,
Por salvarse, la costa bien tomaba.


LXIX

   No el otro que se queda es tan mañoso:
Que cae en el poder del Lusitano,
Sin el rigor de Marte pavoroso,
Ni las horrendas furias de Vulcano;
Que como débil era y temeroso,
Aquel corto rebaño mauritano,
Resistirse no quiso, conociendo
Que peor lo pasara resistiendo.


LXX

   Y como tanto Gama desease
Piloto para el Indo que buscaba,
Pensó que de estos Moros le tomase:
Mas no le sucedió como trataba,
Que ninguno encontró que le enseñase
A qué parte del cielo la India estaba;
Si bien dícenle allí que no remoto,
Melinde está, donde hallará piloto.


LXXI

   Loan del Rey los Moros las bondades,
Condicion liberal, franca y sincera,
Ímpetus compasivos y piedades,
Y lo que por su grey se le venera.
No duda el Capitan de estas verdades,
Porque ya de esta suerte lo supiera
Del Cilenéo, en sueño; así partieron,
Donde el sueño y el Moro les dijeron.


LXXII

   Era en el tiempo alegre, cuando entraba
De Europa al robador la luz Fébea,
Y el uno y otro cuerno le contaba,
Y derramaba Flora el de Amaltéa.
La memoria del dia renovaba
El sol, que al cielo rápido rodea.
En que el autor que todo lo dispuso,
Á cuanto habia hecho el sello puso.


LXXIII

   Y llegaba la armada á aquella parte
Dó el Reino de Melinde ya se via,
De alegres toldos puesta de tal arte,
Que bien muestra estimar santo dia:
Flota al viento bandera y estandarte
Que purpúreo color lejos lucia:
Suenan los atambores y panderos:
Y así entraban alegres los guerreros:


LXXIV

   Llénase la ancha playa Melindana
De los que van á ver la alegre flota,
Gente mas verdadosa y mas humana
De cuanta atras dejaba en su derrota
Surge al frente la armada Lusitana
Con el ancla lanzada el mar azota;
Y uno va de la nave antes cogida,
Á prevenir al Rey de su venida.


LXXV

   El Rey que la lealtad sabe de cierto
Que al Portugués espíritu engrandece,
Se complace de verlos en su puerto
Cuanto la gente altísima merece:
Y con la fe y el corazon abierto
Que ánimos generosos ennoblece,
Les suplica desciendan á su tierra,
Y que dispongan de cuanto ella encierra.


LXXVI

   Ofrecimientos eran verdaderos,
Y palabras sinceras, no amañadas,
Las del Rey á tan dignos caballeros,
Que tienen tantas aguas navegadas.
Y les manda lanígeros carneros,
Y gallinas domésticas cebadas,
Y las frutas que entonce en tierra habia;
Y el modo aun á la dádiva escedia.


LXXVII

   Recibe el Capitan ledo y seguro
Al mensajero alegre y su recado;
Y manda luego al Rey otro, no oscuro,
Que traia de lejos preparado:
Purpurina color de fuego puro,
Y ramoso coral fino y preciado,
Que bajo de las aguas blando crece,
Y estando fuera de ellas se endurece.


LXXVIII

   Mándale uno ademas de habla elegante
Que paces con el Rey instituyera,
Y que, de no bajar en el instante
Á verle, sus disculpas le ofreciera.
Con tal mision el nuncio bien parlante,
En cuanto al Moro á presentarse fuera,
Con estilo, que Palas le enseñaba,
Estas palabras fácil pronunciaba:


LXXIX

   «Alto Rey, á quien fue del cielo puro
Por la justicia suma concedido
Refrenar al soberbio pueblo duro,
Del que eres tan amado cuan temido:
Como amparo muy fuerte y muy seguro,
Y del Oriente todo conocido,
Venímoste á buscar, para que hallemos
En tí el remedio cierto que queremos.


LXXX

   «Robadores no somos que, pasando
Por las flacas ciudades descuidadas,
La gente á fierro y fuego van matando,
Por robar sus haciendas codiciadas;
Sino que desde Europa navegando,
Vamos buscando tierras apartadas
Del Indo grande y rico, por decreto
De un Rey que habemos de alto y gran respeto.


LXXXI

   «¡Qué raza hemos hallado ¡ohDios! de gente
¡Que uso y costumbre de tan torpe laya,
Que no el puerto nos vedan solamente,
Sino hasta el suelo de desierta playa!
¿Qué daño de nosotros se presiente,
Que de tan pocos á temerse vaya,
Y en hundirnos se empeñen y perdernos,
Con astucia robada á los infiernos?


LXXXII

   «Mas tú, de quien seguros confiamos
En más recta verdad, ¡oh Rey benino!
Tú, de quien el auxilio aquel buscamos
Que el Ítaco estraviado hubo de Alcino:
Á tu puerto tranquilos aportamos,
Conducidos de intérprete divino;
Que pues á tí nos manda, es bien seguro
Que es sincera tu fe, tu afecto puro.


LXXXIII

   «Y no cures, Señor, de que no venga
El nuestro Capitan esclarecido
Á verle ó á servirte por que tenga
Sospecha de que tu ánimo es fingido:
Mas sabe que así lo hace por que obtenga
Completa ejecución lo prevenido
Por su Rey, que le manda que, en su viaje,
A ningun puerto de las náos baje.


LXXXIV

   «Y como á los vasallos es propicio
Que gobierne los miembros la cabeza,
No querrás, pues de Rey tienes oficio,
Que faltemos del nuestro á la entereza.
Mas al favor y al alto beneficio
Que ora halla en ti promete con firmeza,
Que en gratitud los Lusos no declinen
Mientras los rios á la mar caminen.»


LXXXV

   Así decia; y todos juntamente
Unos con otros en corrillo hablando.
Loaban el esfuerzo de la gente,
Que tanto cielo y mar iba pasando;
Y el Rey ilustre el ánimo obediente
Del Luso, entre sí mismo, contemplando,
Tenia por valor grande, y subido,
El de Rey de tan lejos bien servido.


LXXXVI

   Y con vista risueña y franco pecho
Así al embajador dice y anima:
«Cual de vosotros yo nada sospecho,
Que en vosotros ningun temor se imprima,
Pues vuestras obras y valor derecho
Os dan del mundo á merecer la estima;
Y quien os cause daño y sufrimiento,
Mal tener puede alzado pensamiento.


LXXXVII

   «De no á tierra venir toda la gente,
Por no escederse de la real licencia,
Si verdad es que mi amistad lo siente,
Tengo en mucho, yo Rey, tanta obediencia;
Y pues que vuestra ley no lo consiente,
Tampoco quiero yo que la escelencia
De pueblo tan leal caiga en desvío,
Solo por complacer al gusto mio.


LXXXVIII

   «Así cuando la pura luz llegada
Fuere al mundo, en mis leves almadías,
A visitar iré la fuerte armada,
Que tanto ver anhelo há tantos dias.
Y si viene del mar muy maltratada,
De adversos vientos, de penosas vias,
Pilotos, municiones, armamentos,
Aquí tendrá, con limpios pensamientos.»


LXXXIX

   Dice; y al mar en tanto descendia
La gran rueda del sol, y el mensajero
Con la embajada alegré ya venia
Para la flota, en su batel ligero.
Hínchese todo pecho de alegria,
Porque tienen el medio ya postrero
Para encontrar la tierra que buscaban;
Y así ledos la noche festejaban.


XC

No allí faltan los rayos de artificio,
A trémulos cometas imitando:
Las bombardas tambien hacen su oficio,
Mares, tierras y cielos atronando.
Del Cíclope se imita el ejercicio,
En las bombas, que luego están brotando:
Otros con voces, con que el cielo herian,
Instrumentos altísonos tañian.


XCI

   De tierra les responden bravamente
Con volador cohete y con tronido:
En giros corre el aire rueda ardiente:
Truena el sulfúreo polvo comprimido;
Sube la grita alegre de la gente;
El mar se vé de fuegos encendido
Y no menos la tierra; así en peléa
Parece que uno á otro se festéa.


XCII

   Mas ya el dia entre rosas esparciendo,
Invitaba las gentes al trabajo
La madre de Memnón, la luz trayendo
Que al dulce sueño, humano pone atajo:
Y vánse ya las perlas deshaciendo,
Que al cáliz de la flor la noche atrajo,
Cuando el Rey se embarcaba de Melinde,
Por ver las naves á que el mar se rinde.


XCIII

   Vianse en rededor hervir las playas
Con la gente que alegre se apareja:
Brillan de fina púrpura las sayas:
Lucen las tramas de sedil madeja:
En vez de las guerreras azagayas,
Y el arco, que los cuernos asemeja
De Febe, ramos de la planta lucen
Que al vencedor corona le producen.


XCIV

   Ancho batel y largo, que entoldado
Viene de telas varias y colores,
Tráe al Rey Melindano, acompañado
De nobles de su reino y de señores:
Viene de ricos paños adornado,
Segun son la costumbre y los honores:
Lleva en la frente venda guarnecida
De oro, y de seda, y de algodon tejida.


XCV

   Un ropon de damasco ostenta fino,
De color Tíria, entro ellos muy preciada:
Y un collar cuelga al cuello, diamantino,
Dó el arte á la materia vé humillada:
Con resplandor reluce damasquino
Rica daga, en el cinto, bien labrada:
Y orla, y sandalia, y todo, con primores
Cubren aljófar y oro en mil labores.


XCVI

   Con un redondo quitasol de seda,
En escelsa y dorada asta ingerido
Un ministro al rigor del sol le veda
Que el rostro ofenda al Rey esclarecido
Música trae á prora estraña y leda,
De bronco son, aspérrimo al oido,
De arqueadas trompas, que en redor tañendo
Producen sin concierto un ruido horrendo


XCVII

   No con menos ornato el Lusitano,
De la flota en los botes ya salia,
A encontrar en el mar al Melindano,
Con honrosa y brillante compañía.
Viene Gama, en conjunto, al modo Hispano,
Aunque es de Francia el traje que vestia,
De satin de Venecia de hilos flojos,
Del color carmesí grato á los ojos.


XCVIII

   Las mangas con boton de oro tomadas,
Cuyo brillo ante el sol la vista ciega:
Las calzas soldadescas pespunteadas
Del metal que fortuna á tantos niega:
Con puntas de lo mismo, muy labradas,
Los golpes del jubon junta, y allega;
Al Itálico modo espada fina,
Y las terciadas pluma y berretina.


XCIX

   Mostraban los de su alta compañía,
Aunque el traje en el modo es diferente,
El color, que á la vista dá alegría,
De la tinta del múrice esplendente;
Y así el esmalte hermoso se veía
De los trajes, mirados juntamente,
Cual aparece el arco rutilante
De la gallarda hija de Taumante.


C

   Sonorosas trompetas escitaban
Los ánimos alegres, resonando:
Los bateles del Moro el mar cuajaban,
Sobre el agua los toldos desplegando:
Las bombardas horrísonas bramaban,
Con las nubes del humo el sol tapando:
Menudean del bronce los tronidos:
Lleva el Moro la mano á los oídos.


CI

   No bien pisa el batel del negro augusto
Gama, y ya aquel al corazon le estrecha:
Y este, con el honor que á Rey es justo,
La ocasion de atraérsele aprovecha:
Mas, con admiracion y raro gusto,
Gesto y actos del Luso el Moro acecha,
Porque le inspira estimacion may grande
Quien hasta el indo de tan lejos ande.


CII

   Y con nobles palabras le ofrecía
Cuanto del reino suyo le cumpliese,
Y que si provisiones no tenia,
Como á cosa que es propia, le pidiese:
Dícele que, por fama, ya sabia
Del bravo Portugués, sin que le viese;
Y que decir oyó que en otra tierra
Con gente de su raza tuvo guerra.


CIII

   «Y como toda el Africa pregona
(El prosigue) los triunfos que adquirieron.
Cuando en ella ganaron la corona
De allá dó las Hespérides vivieron;»
Y con muchos elogios alto abona
Lo menor que los Lusos merecieron,
Y lo más que por fama el Rey sabia;
A lo que Vasco así le respondía:


CIV

«¡Oh tú, Rey, que piedad solo tuviste,
Benigno con la gente Lusitana,
Que entre tanta miseria y pena triste
Va afrontando del mar la furia insana!
Aquel divino Sér que eterno existe
Y rige el cielo y la familia humana,
Te pague, pues nosotros no podemos,
Tanta merced como de tí obtenemos.


CV

   «Tú solo, tú, de cuantos quema Apolo,
Nos recibes en paz, del mar profundo;
En tí, del daño y del furor de Eólo,
Refugio hallamos fácil y jocundo;
Mientras reluzcan desde polo á polo
Las estrellas, y el sol dé luz al mundo
Dó quier que viva yo, con fama y gloria,
Vivirá tu alabanza en la memoria.»


CVI

   Diciendo así, los barcos van reinando,
A la flota, que el Moro ver desea:
Las naves, una, van rodeando,
Porque en todas lo note todo y vea.
Vulcano hácia los cielos disparando,
Desde el mar le festeja y bombardea;
Y las canoras trompas le tañian,
Y añafiles del Moro respondian.


CVII

   Mas despues que ya todo lo ha observado,
El generoso Rey, que se asombraba
Oyendo el instrumento inusitado
Que tamaño poder en sí mostraba,
Manda que quieto yazca y ancorado
El ligero batel que le llevaba,
Por platicar con Gama con delicia,
De cosas de que cuenta ya noticia.


CVIII

   En pláticas el Moro diferentes
Se deleitaba, preguntando ahora,
Por las guerras famosas y escelentes
Hechas al pueblo que el Koran adora:
Ya le pregunta por las bravas gentes
De la última Hesperia, donde mora:
Ya por los fuertes pueblos, sus vecinos,
Ya del mar por los húmidos caminos.


CIX

   «Mas antes, noble Capitan, nos traza
(Le decia) puntual y diligente
El clima de tu tierra, y dó se emplaza
La region que habitais, distintamente;
Dínos la fuente, de tu antigua raza,
Y el monarca de reino tan potente,
Con las guerras y causas de tenerlas
Que cuánto valen sé, sin bien saberlas.


CX

   «Y los viajes nos cuenta, de horror llenos,
En que tanto corriste mar airado,
Viendo los usos bárbaros ajenos
Que nuestra África ruda ha procreado:
Cuenta; que vienen ya con áureos frenos
Los caballos que el carro tachonado
Del nuevo sol por arrastrar batallan,
Y duermen viento y mar, las ondas callan.


CXI

   «Y no menos al tiempo se parece
Mi deseo de oir lo que contáres:
¿Que quien hay que de oir no se estremece
Las Portuguesas obras singulares?
No de nos tan lejano respladece
El claro sol, que á imaginar llegáres
Que en Melinde tan ruda mente habemos,
Que las grandes acciones no estimemos.»


CXII

   Embistieron soberbios los gigantes
Con guerra desigual al cielo puro:
Piritóo y Teseo, de ignorantes,
Atentaron del Orco al reino oscuro:
Si hechos hubo en el mundo tan sonantes.
No menos es trabajo ilustre y duro
Cómo fue el de embestir cielo y averno,
El de arrostrar del mar el trance eterno.


CXIII

   Quemó el templo sagrado de Diana,
Del hábil Tesifonio fabricado,
Eróstrato, por ser de gente humana
Conocido en el mundo y renombrado;
Si pues por tales obras nos afana
El deseo de un nombre aventajado,
Más razon es que quiera eterna gloria
Quien las hace tan dignas de memoria.