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ArribaAbajoCanto Tercero

Argumento del Canto Tercero


Vasco de Gama hace al Rey de Melinde una estensa narracion, en que, despues de una sucinta descripcion geográfica de Europa, le cuenta el origen y principios del reino de Portugal, de sus Reyes (hasta D. Fernando) y de sus principales hechos: notable accion de Égas Moñiz: viene a Portugal la reina doña María, esposa del Rey de Castilla e hija del de Portugal á pedir socorro contra los moros, que despues son vencidos en la batalla del Salado por las fuerzas reunidas de ambos reinos: amores y catástrofes de Inés de Castro: algunos sucesos de la época del rey D. Fernando.




I

   Agora tú, Calíope, me ilumina
Lo que discreto al Rey le contó Gama:
Inspira inmortal canto y voz divina
En el pecho mortal que tanto te ama:
Así el claro inventor de Medicina,
De quien pariste á Oríeo, ¡oh linda dama!
Nunca por Leucotóe, Dafne, y Clice
Te niegue la señal de amor felice.


II

   Pón tú, Ninfa, tu ayuda en mi trabajo,
Cual merece la gente Lusitana:
Que vea y sepa el mundo que del Tajo
El Castalio licor bullente mana:
Deja el verdor del Pindo; que ya trajo
Para mí Febo el agua soberana:
Diré, si nó, que temes que merezca
Más que tu caro Orfeo, y le oscurezca.


III

   Fijos estaban todos aguardando
Lo que el sublime Gama contaria,
Cuando él, despues de un poco estar pensado,
Alzando la cabeza, así decia:
«Mándasme ¡oh Rey! que vaya relatando
De mi gente la audaz genealogía:
No me mandas contar estraña historia,
Mas de los mios alabar la gloria.


IV

   «De alabar gloria de otros el empleo
Cosa es que se acostumbra y se desea,
Mas la alabanza de los propios véo
Que se tendrá por sospechosa y fea
Y, para tanto referírte, creo
Que cualquier largo tiempo corto sea:
Mas todo, pues lo mandas, se te debe,
Iré contra lo usado y seré breve.


V

   «Lo que tambien en esto más me obliga,
Es no poder mentir en mi relato;
Pues por mucho que de obras tales diga,
Aun dejaré por alabar ingrato.
Y porque bien el órden lleve y siga
De cuanto saber quieres, por un rato
Trataré antes de la vasta tierra,
Y contaré despues de la impia guerra.


VI

   «Entre la zona donde Canero influye,
Meta setentrional del sol luciente,
Y aquella que por fria se rehuye
Tanto cual 1a del medio por ardiente,
Yace la altiva Europa, á quien circuye
Por la parte de Arturo y de Occidente
El Atlántico mar, de riesgos lleno,
Y por la Austral, más plácido, el Tirreno.


VII

   «Por el lado en que el dia nace blando,
Al Asia se avecina; mas el rio
Que del Riféo monte vá bajando
A la Méotis laguna corvo y frio,
Las divide y el mar que alto bramando
Sufrió del griego el vano poderío,
Que si de Troya ayer se vió triunfante,
Hoy vé tambien su ruina el navegante.


VIII

   «Allí dó más cercana está del polo,
Las Hiperbóreas cimas aparecen,
Y aquellas de dó siempre sopla Eólo,
Que de llevar su nombre se envanecen.
Aquí tan poca fuerza tiene Apolo
Con sus rayos, que apenas resplandecen:
Que la nieve perpetua es en los altos
Y helados están mar, rios, y saltos,


IX

«Aquí vive de Escitas gran cuantía,
Que en otros dias sostuvieron guerra,
Sobre la humana antigua primacía,
Con los cultores de la Egipcia tierra:
Mas de eso á la verdad distancia habia
(¡La opinion de los hombres tanto yerra!)
Y el que juicio formar quiera más pleno,
Preguntar puede al campo Damasceno.


X

   «Tambien yacen por esta parte insana,
Yerta la Lapia, inculta la Noruega,
La Escandinava isla, que se ufana
De victorias que Italia no le niega;
Aquí mientra el invierno el mar no gana,
Congelando sus olas, se navega
Un brazo del Sarmático Oceano,
Por el Brusio, y Suecio, y por el Dano.


XI

   «Entre este mar y el Tánais, vive estraña
Gente: Ruténos, Moscos, y Libonios
(Sármatas otra edad), y en la montaña,
Hircios, los Marcomános (hoy Polonios),
Los que al Imperio sirven de Alemaña,
Sajones, y Bohemios, y Panonios;
Y otros pueblos que cuentan por su rio,
Amasis, Albis, ó Danubio frio.


XII

   «Entre el Istro remoto y claro estrecho
Donde Héle dejó el nombre con la vida,
Están los Traces, de robusto pecho,
Patria del fiero Marte tan querida;
Que con Hemo y Rodope, por derecho,
Obedece al Sultan, que sometida
Tiene á Bizancio, que á servirle vino
Con injuria del grande Constantino.


XIII

   «Luego de Macedonia están las gentes
Á quien baña del Áxio la onda fria.
Y estais vosotras, tierras escelentes,
En costumbres, ingenio y osadía,
Que los foros creásteis elocuentes,
Y los vuelos del alta fantasía
Con que ¡oh Grecia! sublime en guerra y letras
Hasta los cielos con tu luz penetras.


XIV

   «El Dálmata es despues; y en el sereno
Cielo dó alzó Antenor muros flamantes,
En medio, y de los mares en el seno,
Soberbia está Venecia, humilde de antes.
Viene de tierra al mar brazo que, lleno
De vigor, sujetó pueblos distantes,
Brazo fuerte de gente sublimada
No menos en la ciencia que en la espada.


XV

   «Le cerca en torno el reino Neptunino,
Con muros naturales de otra parte:
Por el medio le corta el Apenino,
Que hizo ilustre y famoso al patrio Marte.
Mas despues que guardian tiene divino,
Dejando antigua fuerza y bélico arte,
Ha perdido el ardor y el poder loco;
Que á la humildad de Dios le basta poco.


XVI

   «Despues se vé la Galia, que afamada
Por la gloria de César fue en el mundo,
Que del Secuana y Ródano es bañada,
Y del Garumnio frio y Rhin profundo:
De la ninfa Pirene, allí enterrada,
Se alzan tambien los montes sin segundo,
Que cuenta historia antigua que si ardieran,
Rios de oro y de plata mil corrieran.


XVII

   «Luego tendida allí la noble España,
Como cabeza de la Europa queda,
En cuyo señorío y gloria estraña
Cien vueltas de fortuna dió la rueda:
Mas no sera jamás que fuerza ó maña
De la inconstante dominaría pueda;
Que siempre ha de salvarla la osadía
De los pechos magnánimos que cria.


XVIII

   «Frente de Tingitania está, y parece
Que allí limita del Tirreno el vaso,
Donde el sabido estrecho se ennoblece,
Y el Tebano á las aguas abre paso.
Con pueblos diferentes se engrandece,
Cercada por el mar de Oriente á Ocaso,
Todos de tal nobleza y valor tanta,
Que cada cuál más noble se decanta.


XIX

   «Tiene al Tarraconés, que se hace claro
Sujetando á Parténope la inquieta:
Al Navarro, al Asturio que reparo
Fuera ya contra el bárbaro Mahometa:
Tiene al cáuto Gallego, al grande y raro
Castellano, á quien hizo su planeta
Que á España unificára, siendo silla,
De Granada y Leon, Murcia y Castilla.


XX

   «Y vé aquí, como cima de la testa
De toda Europa, al reino Lusitano,
Dó se acaba la tierra, el mar se apresta
Á dar reposo al sol en el Oceáno.
El cielo quiso que en las armas esta
Nacion exulte y lance al Mauritano
De sus playas, y allá al África ardiente
Vaya á seguirle y humillar su frente.


XXI

   «¡Esa es la dulce patria mia amada:
Á la cual, si al traves de cielo opaco
Logro volver, mi empresa ya acabada,
Acabe allí conmigo el cuerpo flaco!
¡Esa es la Lusitania, nominada
De Luso ó Lis, que del antiguo Baco
Hijos fueron, parece, ó compañeros
Y en ella entonces íncolas primero!


XXII

   «Á esta el cielo un pastor hizo que asome,
Que en caudillo tornándose invencible,
No halla en el mundo quien su frente dome,
Pues ni á Roma lograrlo fue posible,
Á esta aquel que sus propios hijos come,
Por decreto de Dios siempre infalible,
La dió formar del mundo insigne parte
Y un gran reino crear; y fué de este arte:


XXIII

   «Un Rey llamado Alfonso hubo en España,
Que movió al Sarraceno tanta guerra,
Que por sangrientas armas, fuerza y maña
Perder á muchos hizo vida y tierra.
Volando de este Rey la gloria estraña
Del Calpe hercúleo á la Caspiana sierra,
Muchos, para en la lid esclarecerse,
A la muerte y á él van á ofrecerse.


XXIV

   «Y del amor vivísimo encendidos
De la Fe, más que de honras populares,
Iban de varias tierras impelidos,
Dejando el patrio suelo y propios lares;
Y luego que en cien hechos distinguidos
Ostentaron sus dotes militares,
Quiso Alfonso inmortal que sus acciones
Tuviesen digno premio en justos dones.


XXV

   «De estos á Enrique (dicen) que segundo
Era de un Rey de Hungría denodado,
Portugal tocó en suerte, que en el mundo
No era entonces ilustre ni preciado;
Y para más señal de amor profundo,
Quiso el Rey Castellano que casado
Con Teresa su hija el Conde fuese,
Y con ella el dominio compartiese.


XXVI

   «Al cual (despues que contra el fruto odioso
De Agar él solo á combatir se atreve,
Tierra en torno ganando valeroso,
Y haciendo lo que un pecho fuerte debe),
De su piedad y amor, cual premio hermoso,
Diole benigno Dios, en tiempo breve,
Un hijo que ilustrase el nombre, ufano,
Del ya creciente reino Lusitano.


XXVII

   «Y despues de vencida la conquista
De la inmortal Jerusalen sagrada,
Y del claro Jordan la arena vista,
Que en sí de Dios la carne vió lavada,
Cuando á Bullon no hay gente que resista,
Y Judea á su imperio es subyugada,
Y al cabo á sus Estados se volvieron
Muchos que en esa guerra le asistieron,


XXVIII

   «Al límite postrero de su vida
El húngaro famoso al fin llegado,
Dejó la ley de humanidad cumplida,
Dando el ánima á aquel que se la ha dado;
Y quedó la alta prole no crecida,
Siendo del padre ilustre fiel traslado;
Que los fuertes más fuertes igualaba
Hijo cual de tal padre se esperaba.


XXIX

   «Mas refiere rumor, no sé si errado
(Que en tiempo tan antiguo no hay certeza),
Que allí la madre se apropió el Estado,
Y dobló á nuevo yugo la cabeza;
Y al huérfano dejó desheredado,
Sosteniendo que el rango y la riqueza
Del señorío entero suyo fuese,
Porque el padre al casarla se lo diese.


XXX

   «Y el gran príncipe Alfonso, que de ese arte
Del nombre de su abuelo se nomina,
Viendo que no en sus tierras tiene parte,
Pues con su esposo aquella las domina,
Hirviéndole en el alma el duro Marte,
Modo de conquistarlas imagina;
Y revolviendo afectos en el pecho,
Al propósito firme sigue el hecho.


XXXI

   «De Guimarens el suelo se teñia
Con sangre propia de intestina guerra,
Dó la madre, que tal no parecia,
Al hijo le negaba amor y tierra.
Ella al campo á afrontarle ya salia;
Y no ve su soberbia cuanto yerra,
Faltando aquel amor que Dios le mande,
Porque el suyo sensual era más grande.


XXXII

   «¡Oh Progne cruda! ¡Oh mágica Medea!
Si os vengais en los propios hijos caros
De la maldad paterna y culpa rea,
No podeis con Teresa aun igualaros.
Incontinencia vil, codicia fea,
La causa son de sus delitos raros:
Scila mata por una al viejo padre;
Por ambas contra el hijo va esta madre.


XXXIII

   «Ya el Príncipe glorioso á vencimiento
Al padrastro y la madre infiel llevaba;
Y el suelo le obedece en un momento
Que en contra suya há poco batallaba,
Cuando, al furor cediendo el sentimiento,
Entre cadenas á su madre ataba,
Que de Dios fue vengada en tiempo breve:
¡Tal respeto á los padres se les debe!


XXXIV

   «Ajúntase el soberbio castellano
Para vengar la injuria de Teresa
Contra el de gente escaso Lusitano
A quien ningun trabajo rinde ó pesa.
Mas su gran pecho, en el peligro insano
Ayudado de angélica promesa,
No solo contra tantos está entero,
Si no que ahuyenta al enemigo fiero.


XXXV

   «A breve tiempo de esto, el noble y fuerte
Príncipe en Guimarens está cercado
De infinito poder; que de esta suerte
Se rehizo el que fue de antes lanzado:
Mas porque se ha ofrecido á dura muerte,
El fiel Égas Moñiz, se ve salvado;
Que sin rehen tan noble era perdido,
Segun al caso está mal prevenido.


XXXVI

   «Y aquel noble vasallo conociendo
Que no puede oponerse resistencia,
Al castellano váse, prometiendo
Que hará que su señor le dé obediencia.
Levanta el enemigo el cerco horrendo,
Fiado en la promesa y la conciencia
De Moñiz; mas del mozo no consiente
El corazon doblar á otro la frente.


XXXVII

   «Cuando el plazo há llegado prometido,
En que el Rey castellano no dudaba
Que el Príncipe á su mando sometido,
Le diese la obediencia que esperaba,
Quedó Moñiz por falso y fementido;
Y ante Castilla, que en su honor fiaba,
Determinóse á dar la dulce vida,
De la palabra, en cambio, no cumplida.


XXXVIII

   «Y con su esposa y con sus hijos parte
A levantar con ellos la fianza,
Descalzos y maltrechos, de tal arte,
Que más mueve á piedad, que no á venganza.
«Si es tu intento, gran Príncipe, vengarte
De mi estremada y túmida confianza.
Vé aquí (decia) que á traerte vengo
Por lo ofrecido lo mejor que tengo.


XXXIX

   «Traigo á tus pies las vidas inocentes
De los hijos sin culpa, y de la esposa;
Y si á pechos piadosos y valientes,
No satisface herir próle llorosa,
Vé aquí mi lengua y manos delincuentes:
Toda laya de muertes espantosa
Esperimenta en ellas, al estilo
De Scinis, y del toro de Perilo.»


XL

   «Como al pie del verdugo el condenado
Que si bien, vivo aun, -tragó la muerte,
Estiende la garganta, y ya postrado,
El golpe tan temido espera inerte,
Tal Moñiz, ante el Príncipe -irritado,
Dispuesto está tambien á cualquier suerte:
Mas en el Rey, que vé la insigne hazaña,
Puede en fin la piedad más que la saña.


XLI

   «¡Oh lealtad famosa Portuguesa
De vasallo que accion tan grande acaba!
¿Qué más el Persa aquel hizo en la empresa
En que boca y nariz al fierro daba?
Lo une al grande Darío tanto pesa,
Que suspirando veces mil clamaba,
Que á su Zopiro solo más quisiera,
Que á veinte Babilonias que rindiera,


XLII

   «Mas ya el Príncipe Alfonso se dirige
Con el Lusiada ejército dichoso
Contra el Moro que el blando suelo aun rige
De allá del limpio Tajo deleitoso.
Ya en el campo de Urique alza y erige
El estandarte Luso belicoso,
Y con número de armas tan pequeño,
Da frente al enemigo Sarraceno.


XLIII

   «En ninguna otra cosa iba confiado,
Sino en el que los cielos dirigia;
Que tan corto era el pueblo bautizado,
Que Moros cien por cada Luso habia:
Y piensa todo juicio no exaltado,
Que es mas temeridad que bizarría
Acometer el loco atrevimiento
De oponer un ginete á cada ciento.


XLIV

   «Son cinco Reyes moros los contrarios
De los que el principal Ismar se llama.
Todos espertos en peligros varios
De guerra, dó se alcanza ilustre fama:
Armada, cual sus nobles partidarios,
Damas van, como aquella insigne dama
Que con su lanza defendió á la gente
Que las aguas bebió del Simoente.


XLV

   «La matutina luz serena y fria
Las estrellas del cielo ya apagaba,
Cuando en la Cruz el hijo de María,
Apareciendo á Alfonso, le animaba;
Y él, adorando al que merced le hacia,
De fe todo abrasado, así clamaba:
«¡No á mí, Señor, que sé lo que hacer sueles,
A los infieles id, á los infieles»!


XLVI

«Con tal milagro inflámase el brioso
Lusitano, y con ímpetu guerrera,
Por su Rey natural alza al glorioso
Príncipe que tan caro á todos era:
Y al frente del contrario poderoso
Sueltan la voz al aire y la bandera,
Gritando en fuerte son: «Real, Real,
Por Alfonso alto Rey de Portugal.»


XLVII

   «Cual de gritos y voces incitado,
Por la montaña el rápido moloso
Al toro embiste audaz, que está fiado
En la fuerza del cuerno temeroso:
Ora ataca á la oreja, ora al costado,
Latiendo, más que fuerte, presuroso,
Hasta que al fin prendido á la garganta,
Del fiero bruto la cerviz quebranta:


XLVIII

   «Tal del Rey nuevo el ánimo encendido
Por Dios y por el pueblo juntamente,
Al bárbaro acomete apercibido
Innumerable ejército potente.
Y esos perros levantan su alarido
De gritos: tocan arma, hierve gente,
Arcos y lanzas toman, trompas suenan,
Y con creciente son el aire atruenan.


XLIX

   «Como cuando una llama es encendida
En los áridos campos (resoplando
El sibilante Bóreas), y acrecida
Del viento, las retamas va abrasando:
La pastoril familia, que dormida
En dulce sueño estaba, despertando
Al estridor del fuego que ya ondea,
Recoge el hato, huyendo hácia la aldea:


L

   «De ese arte el Moro atónito y turbado,
Busca sin tino escudo ó coselete:
Mas no huye, que espera confiado,
Y avanza su belígero ginete:
El Portugués le embiste denodado,
Y por los pechos el lanzon le mete:
Unos caen medio muertos de los potros,
Y al Koran invocando espiran otros,


LI

   «Allí se ven encuentros desiguales,
Por hacerse los dueños de alta sierra,
Y furiosos correr los animales
Que Neptuno brotar hizo á la tierra:
Golpes fieros se dan, descomunales,
Arde por todas partes la impia guerra;
Y el Luso adarga, arnés, malla y coraza
Abolla, raja, hiende, y ataraza.


LII

   «Por el campo sin dueño van saltando
Brazos, piernas, cabezas sin sentido,
Las entrañas en cuerpos palpitando
Están de rostro helado, amortecido:
Ya deja el campo el Sarraceno infando,
Ya de sangre torrentes han corrido;
Y el prado su color con ellos pierde,
Tornado en carmesí, de jalde y verde.


LIII

   «Y vencedor se ostenta el Lusitano,
Recogiendo el trofeo y presa rica;
Y que ha roto y vencido al Moro hispano,
Con su estancia tres dias certifica.
Aquí pinta en su blanco escudo ufano
Lo que victoria tan feliz publica:
Cinco escudos, de azul color teñidos,
Los cinco contarán Reyes vencidos,


LIV

   «Y en estos cinco pone aquellos treinta
Dineros porque fué Jesus comprado,
La memoria escribiendo en justa cuenta,
De aquel por quien se vió tan amparado:
De cada uno en los cinco, cinco asienta,
Y porque sea el número colmado,
En forma tuya ¡oh Cruz que allí apareces!
Los pone en el de en medio por dos veces.


LV

   «Pasado ya algun tiempo que ganada
Era esta gran victoria, el Rey querido
Vá á rendir á Leiria, que apresada
De poco antes se vió por el vencido.
Tambien con ella Arronches fue tomada,
La fuerte; y la que siempre ilustre ha sido,
Calabicastro, cuyo campo ameno
Tú, limpio Tajo, riegas tan sereno.


LVI

   «A tan nobles ciudades sometidas,
Junta Mafra tambien con duro brazo,
Y de Lisa en las sierras atrevidas
Rinde á la fria Cintra, en breve plazo:
Cintra, dó las Nayádes escondidas
En fuentes, van huyendo el dulce lazo
Con que amor las enreda blandamente,
Encendiendo en las aguas fuego ardiente.


LVII

   «Y tú, noble Lisboa, que en el mundo
Fácil de las demas eres princesa,
Que naciste del genio del facundo
Por cuyo engaño fue Dardania opresa;
Tú, á quien dócil se humilla el mar profundo,
Te humillaste á la audacia Portuguesa,
Asistida tambien de fuerte armada,
De las Boreales playas destacada.


LVIII

   «Del Germánico Álbis, y del Reno,
Y la fria Bretaña allí venidos,
Fueron á destruir al Sarraceno,
De inspiracion cristiana conducidos;
Y embistiendo el bocal del Tajo ameno,
Del grande Alfonso al estandarte unidos,
A cuya sombra y fama van seguros,
Ponen el cerco á los Ulíseos muros.


LIX

   «Cinco luces la luna brilló entera,
Y otras cinco escondió su imágen clara,
Cuando el pueblo rendirse considera
Que es la suerte que el cielo le depara;
Y fue la lucha tan sangrienta y fiera,
Cuanto el firme propósito obligara
De vencedores ásperos y osados,
Y de vencidos ya desesperados.


LX

   «De este arte en fin, postrada se rendia
Aquella que en los tiempos ya pasados
Jamás á la gran fuerza obedecia
De los pueblos Escíticos osados:
Cuyo poder á tanto se estendia,
Que Íber y Tajo viéronle asombrados,
Y del Bétis gran tierra poseyendo
Con nombre de Vandalia fue creciendo.


LXI

   «¿Habrá ciudad alguna por ventura
Tan fuerte que resista, si Lisbona
No puede resistir la fuerza dura
De gente á quien laurel siempre corona?
Ya toda le obedece Estremadura,
Obidos, Alenquer, y los que abona
Campos vívida linfa que entre piedras
Va murmurando alegre á Torres-Vedras.


LXII

   «Y vosotras ¡oh tierras Transtagañas!
Del don tan ricas de la rubia Céres,
Las ciudades le dais y las cabañas,
Obedeciendo á más que humanos séres:
Y tú, Moro cultor, ¡cuánto te engañas
Si sustentar el fértil campo quieres!
Ya Moura, y Serpa, y Elvas distinguidas,
Y Alcázar de la Sal están rendidas.


LXIII

   «Ved á la gran Ciudad, seguro asiento
Del rebelde Sertorio antiguamente,
De donde rio líquido de argento
Hoy lejos va a surtir á tierra y gente
Por los arcos de Rey que ciento á ciento
En los aires se elevan noblemente:
Vedla ceder al brio y fuerza brava
De Giraldo, que medios no llevaba.


LXIV

   «Ya á la ciudad de Beja á imponer grave
Pena va de Trancoso destruida
Alfonso, á quien reposo no le cabe
Por alargar con fama corta vida;
Y aunque asaz poco resistirlo sabe,
No bien la ciudad triste cae rendida,
En lo que aun vivo está, la gente airada
Ensangrienta los filos de la espada.


LXV

   «Con ella subyugada fue Palmella
Y Coimbra Florida juntamente;
Y solo á fuer de su propicia estrella,
Desbarata un ejército potente;
Que yendo á la ciudad, al señor de ella
Ve que a ampararla viene diligente
Por la falda del monte, descuidado
Del temeroso encuentro inopinado.


LXVI

   «Era el de Badajoz, Rey y alto Moro,
Con cuatro mil caballos escogidos,
Y peones si a fin, de armas y de oro
A barbárica usanza guarnecidos.
Mas como en el de Mayo el bravo toro,
De vaca con los celos encendido,
Al sentir gente, bruto y ciego amante,
Asalta al descuidado caminante:


LXVII

   «Así Alfonso de pronto ha aparecido
A la gente que pasa bien segura:
Hiere, mata y derriba enfurecido,
Y huye el Rey, que salvarse solo cura:
Su ejército, de espanto poseido,
Todo seguirle en dispersion procura
Siendo los que esto hicieron (no lo callo)
Nada más que sesenta de á caballo.


LXVIII

   «Y sigue la victoria sin tardanza
El gran Rey incansable, reuniendo
Gente de todo el reino, cuya usanza
Era andar siempre tierra sometiendo.
Y cerca á Badajoz y luego alcanza
El fin de sus deseos, combatiendo
Con tanto esfuerzo, y arte, y valentía,
Que hace pronto á las otras compañía.


LXIX

   «Pero el Señor, que hasta muy lejos guarda
El castigo de aquel que lo merece,
Y para que se enmiende lo retarda,
Por designio que al hombre no aparece,
Si hasta aquel dia al fuerte Rey resguarda
De tanto y tanto riesgo á que se ofrece,
Ora á la maldicion le entrega impresa
Por la madre infeliz, que tiene aun presa.


LXX

   «Que en la ciudad estando que cercára,
Cercado en ella fué por Leoneses,
Porque aquella conquista les quitára
Suya de antes, que no de Portugueses.
La pertinacia aquí le costó cara,
Cual del hado sucede en los reveses,
Que cayó de su orgullo en el acceso,
Y en la lid que buscó, vencido y preso.


LXXI

   «¡Oh famoso Pompeyo, no te pene
De tus hazañas ínclitas la ruina,
Ni el ver que justa Némesis ordene
Victoria contra ti del suegro dina!
Y por más que tu nombre el Síner lleno
Que la sombra á ningun estremo inclina,
El Fásis frio, el Bótes congelado,
Y de la Línea el límite abrasado;


LXXII

   «Y aunque domes á Arabía, y los feroces
Heniócos, y los Cólcos, cuya fama
Dice el áureo vellon: los Capadoces;
Y á Judea, que á un Dios adora y ama:
Los blandos de Sofène, y los atroces
Cilícios, y la Armenia, que derrama
Las aguas de dos rios, cuya fuente
Está en monte más santo y eminente:


LXXIII

   «Y aunque, en fin, desde el mar este de Atlante
Hasta el Scítico Táuro cerro erguido
Vencedor te temblaren, no te espante
Si el Emátio una vez te vió rendido:
Porque verás á Alfonso, antes triunfante
De todos y soberbio, ser vencido.
Quísolo así el consejo divo, eterno;
Que á aquel venciera el suegro yá este el yerno


LXXIV

   «Ya vuelto el Rey sublime finalmente
Por el divino juicio castigado;
Despues que en Santarem osadamente
Del Sarraceno en vano fué cercado,
Y despues que del gran mártir Vicente,
El santísimo cuerpo venerado
Del sacro promontorio tan sabido,
A la ciudad de Ulises fue traido:


LXXV

   «Porque su ansiado plan lleve adelante,
Al hijo fuerte manda el laso viejo
Que, con hueste y apresto fulminante
Marcial la tierra embista de Alentejo.
Sancho, de esfuerzo y ánimo pujante,
Pasa, y pronto correr hace vermejo
El rio que á Sevilla va regando,
Con sangre vil del Sarraceno infando.


LXXVI

   «Y con esta victoria, más ansioso,
Ya no descansa el mozo hasta que mira
Otro estrago, cual este temeroso,
En el infiel que á Beja en torno gira.
No tardó mucho el Príncipe dichoso
Sin realizado ver lo que suspira;
Con que rabioso el Moro, en la venganza
De sus pérdidas, pone su esperanza.


LXXVII

   «Júntanse los del monte á quien Medusa.
Le hizo perder el cuerpo de antes feo:
Vienen del promontorio de Ampelusa,
Y del Tingo, que asiento fue de Anteo.
Del Ábila la gento, no se escusa
Do llevar á la empresa armas y arreo;
Y se alza, al son de la morisca tuba,
Todo el reino que fue del noble Juba.


LXXVIII

   «Con tal entraba inmensa compañía
El Mir-Almumenim en Lusitaña,
Que á trece Reyes Moros de valía
Rige, con superior cetro, en campaña,
Y haciendo al paso cuanto mal podia,
Y á impulso acaso de no propia saña,
Va á cercar, no viniéndole muy ancho,
En Santarem con ímpetu á D. Sancho.


LXXIX

   «Dále combates ásperos, haciendo
Mil ardides de guerra el Moro odioso:
Mas no allí le aprovecha tubo horrendo,
Secreta mina, ariete poderoso;
Porque el hijo de Alfonso, no perdiendo
Ni el sentido, ni el brío generoso,
Opone en todas partes resistencia,
Ánimo incontrastable, alta prudencia.


LXXX

   «Y el viejo, á quien habian obligado
Los trabajosos años al sosiego,
En la ciudad estando, cuyo prado
Enverdecen las aguas del Mondego:
Sabiendo cómo el hijo está cercado
En Santarem del Moro pueblo ciego,
Parte de la ciudad tan diligente,
Que no parece que contó los veinte.


LXXXI

   «Y con la vieja hueste, en guerra usada,
Al hijo va á ayudar; y así ayuntados,
La Portuguesa furia acostumbrada
A los moros dispersa destrozados,
Dejando la campiña bien cuajada
De plumas, y marlotas, y tocados,
De caballo, y jaez, y escudo, y pica,
De hartos muertos señores presa rica.


LXXXII

   «Lo que quedó de tantos salió fuera
De Lusitania, en espantosa huida;
El Mir-Almumenim solo no huyera,
Porque antes, triste, se le huyó la vida.
A quien les dió victoria tan entera
Dan loores y gracias, sin medida;
Que en casos tan estraños, claramente
Más es Dios quien pelea que la gente.


LXXXIII

   «De tamañas victorias se rodeaba
El viejo Rey Alfonso esclarecido,
Cuando el que tanta lid venciendo andaba,
De años duros y muchos fue vencido:
Pálida le tocó dolencia brava
Con fria mano el cuerpo enflaquecido:
El tributo, á que nadie se resiste,
Así pagando á Libitina triste.


LXXXIV

   «Los altos promontorios le aclamaron
Y sembradas campiñas pesarosas:
Aguas de río y fuente le lloraron,
Con lágrimas corriendo más copiosas;
Y tanto por el reino se, espaciaron
De su virtud las obras valerosas,
Que Alfonso, Alfonso, en monte y valles huecos
No dejan nunca de sonar los ecos.


LXXXV

   «Sancho, fuerte mancebo; que quedaba,
Imitando á su padre en valentía,
Como en vida del mismo lo probaba
Cuando el Bétis de sangre reteñia
Y el bárbaro poder desbarataba
Del Ismaelita Rey de Andalucía;
Y cuando los que á Reja circunyeron,
De su brazo á los golpes sucumbieron,


LXXXVI

   «Despues que por Monarca fué elevado,
Y á pocos años que reinado había
Y a la ciudad de Silves ha cercado,
Y campos que sembró la gente impía,
Fué por huestes valientes ayudado
De la armada Germana, que venía
Con ejército y medios de pelea,
El recobro á buscar de la Judea.


LXXXVII

   «Iban la empresa á secundar que intenta
El rojo Federico, que provisto
De poderosa hueste, se presenta
En la ciudad de la pasion de Cristo,
Despues que Guido su legion sedienta
Rindió de Saladino al pueblo misto,
Allí donde al cristiano le faltaba
El agua que á los impios les sobraba.


LXXXVIII

   «Y á aquella arma hermosa, que aparece
Por contraste del viento hácia esa parte,
Ayudar á D. Sancho bien parece:
Y porque asiste y sirve al santo Marte,
Así como á su padre le acontece
Cuando tomó á Lisboa, de igual arte,
Del Germano ayudado, á Silves toma,
Y á su infiel poblador destruye y doma.


LXXXIX

   «Y si trofeos tantos del Mahometa
Conquista su valor, tambien del fuerte
Y fiero Leonés la tierra inquieta,
Y por do quiera esparce estrago y muerte,
Hasta que al yugo la cerviz sujeta
De Tuy soberbia que la misma suerte
Vió tener á otras villas aledañas.
Que de Sancho pregonan las hazañas.


XC

   «Mas entre tantas palmas asaltado
De muerte por la ley, quedó heredero
Hijo suyo, de todos estimado,
Que fué segundo Alfonso y Rey tercero.
En su tiempo á los Moros fué tomado
Alcázar de la Sal, á lo postrero:
Porque de antes lo entró la sarracina:
Mas ora lo pagaron con gran ruina.


XCI

   «Del muerto Alfonso el genio no reside
En el segundo Sancho descuidado;
Que tanto en su desidia se desmide,
Que de aquellos que manda es él mandado.
De gobernar el reino que otro pide,
Por causa de privados, fué privado;
Porque como por ellos se regia,
En sus vicios y fraudes consentia.


XCII

   «Ni tampoco su pueblo era oprimido
Como Sicilia fué por sus tiranos;
Ni habia como Fálaris querido
Género de tormentos inhumanos;
Mas reino que guiado está y servido
Por señores en todo soberanos,
A otro Rey no obedece ni consiente
Que no sea ante todos escelente.


XCIII

   «No era Sancho, en verdad, tan deshonesto
Como Neron, que á un mozo recibia
Por mujer, y despues horrendo incesto
Con su madre Agripina cometia:
Ni tan crudo á las gentes y funesto,
Que la ciudad quemase en que vivia:
Ni cual lo fué Heliogábalo, fué malo:
Ni como el muelle Rey Sardanapálo.


XCIV

   «Por esta causa el mando encomendóse
Al conde Boloñés, por Rey no alzado
Hasta que el plazo de vivir cumplióse
A su hermano D. Sancho, al ocio dado:
Ese, que Alfonso el Bravo apellidóse,
Despues de haber el reino asegurado,
De dilatarlo cuida: que ancho pecho,
En espacio y lugar no cabe estrecho.


XCV

   «De los Algarves, tierra de que afora
Por el su casamiento, estensa parte,
Con duras armas, de la gente Mora
Conquista, mal querida ya de Marte.
Él del todo dejó libre y señora
A Lusitania con esfuerzo y arte;
Y acabó de formar la nacion fuerte,
En la tierra que al Luso cupo en suerte,


XCVI

   «Viene luego Dionis, que bien parece
Del bravo Alfonso estirpe noble y dina;
Que con su genio espléndido escurece
La liberalidad Alejandrina:
Con este el reino próspero florece
(Ya asentada la paz áurea y divina)
En estatutos, leyes, y costumbres,
En paises, ya quietos, claras lumbres.


XCVII

   «En Coimbra primero ejercitarse
Hizo en la sabias artes de Minerva;
Y de Helicón las musas trasladarse
Del Mondégo á pisar la fértil yerba.
Cuanto puede de Atenas desearse,
Todo el facundo Apolo aquí conserva:
Las liras y los plectros de oro y nácar,
Las coronas de verde lauro y bácar.


XCVIII

   «En pueblos convirtió las soledades:
Alzó torres, castillos muy seguros:
Reformó todo el reino, y las ciudades
Adornó de edificios y altos muros:
Y despues que dió fin á sus bondades
Atropos y á sus dias ya maduros,
A Alfonso cuarto deja, no obediente
Hijo, mas Rey glorioso y escelente.


XCIX

   «Este las arrogancias Castellanas
Desprecia y al contrario deja absorto:
Porque no es de altiveces Lusitanas
Que tema á otro poder el suyo corto:
Antes, cuando invadió tierras hispanas
La Máura gente, del infierno aborto,
Entró Alfonso esforzado á hacerles guerra,
Y á defender la Castellana tierra.


C

   «Con Semíramis nunca gente tanta
Fue los campos Hidáspicos hinchendo;
Ni Atila, que á la Italia toda espanta,
Llamándose de Dios azote horrendo,
Nunca gótica gente llevó cuanta
Del Sarraceno bárbaro estupendo,
De Granada á la inmensa tropa unida,
Fue en los Tartésios campos contenida.


CI

   «Con que viendo el Rey noble Castellano
La inexpugnable hueste, grande y fuerte,
Temiendo más el fin del pueblo Hispano,
Ya perdido una vez, que no su muerte,
Pidiendo ayuda al bravo Lusitano
Le envió la esposa á quien lo unió la suerte,
Mujer del que la manda, su hija amada
De aquel á cuyo reino fue mandada,


CII

   «Pisaba la hermosísima María
Los paternos palacios sublimados,
Lindo el rostro, aunque exento de alegría,
Y los ojos de lágrimas bañados;
Los cabellos angélicos traia
Por los ebúrneos hombros derramados;
Y al padre ledo, cuyo gozo aflige,
Llorando, estas palabras le dirige:


CIII

   -«De cuanta raza cuenta el pueblo misto
De África toda, horrible gente estraña,
El gran Rey de Marruecos va provisto,
A la conquista de la noble España:
Poder tamaño junto no se há visto,
Desque el salado mar la tierra baña;
Y crudos y feroces vienen tanto,
Que á los vivos y aun muertos dan espanto.


CIV

   «En tanto el que me diste por marido,
Por defender la patria amedrentada
Con ejército escaso está ofrecido
Al duro golpe de la Máura espada;
y si de ti no fuere socorrido,
Me verás de su Trono, y dél privada,
Y viuda, y triste, y puesta en vida escura,
Sin marido, sin reino y sin ventura.


CV

   «Por tanto ¡oh Rey! de quien con largo miedo
El corriente Mulucha se alborota,
Rompe toda tardanza, acorre cedo
A estorbar de Castilla la derrota;
Si ese aspecto que maestras claro y ledo,
De padre el verdadero amor denota,
Acudo, padre; si veloz no entras,
Á quien ya socorrer quizá no encuentras.»-


CVI

   «De igual modo la tímida María
Hablando está, que Vénus triste cuando
A Júpiter su padre le pedia
Por hijo que el Tirreno está sulcando;
Y con tanta piedad le conmovia,
Que soltando á sus pies el rayo infando,
Todo lo otorga el padre, de amor loco,
Pesándole que pídale tan poco.


CVII

   «Pero ya del tropel de gente armada
Los Eborenses campos van cuajados:
Brillan al sol arnés, lanza y espada,
Los caballos relinchan enjaezados;
Y la canora trompa enlistonada
Los pechos, á la paz acostumbrados,
Va incitando al combate, con sus ecos,
Que zumban de los valles por los huecos,


CVIII

   «En medio y entre todos se sublima,
Do las insignias reales adornado,
El valeroso Alfonso, que por cima
De todos se levanta decorado.
Con su aspecto no más mueve y anima
A cualquier corazon amedrentado;
Y con la hija así que en ella manda,
A entrar vá de Castilla por la banda.


CIX

   «Dan á los dos Alfonsos finalmente
Los campos de Tarifa ancho horizonte,
Que tapa multitud de Máura gente,
Para quien son estrechos campo y monte.
No hay corazon tan alto y tan potente
Que con gran desconfianza no se afronte,
A menos que conozca y claro vea,
Que con sus brazos Cristo es quien pelea.


CX

   «Del cristiano poder están riendo
Los de Agár en el campo muy vecino,
La tierra de antemano repartiendo.
Con que ya cuenta el fiero damasquino;
Y el que, con falso título, luciendo
Está el famoso nombre Sarracino,
Así tambien la tierra que circuya,
Con cuenta equivocada, llama suya.


CXI

   «Como el membrudo bárbaro gigante,
Del Rey Saúl con causa tan temido,
Viendo al pastor inerme de él delante
De esfuerzo y piedras solo apercibido,
Con palabra soberbia y arrogante
Desprecia al flaco mozo no vestido,
Que de la honda al son lo desengaña
De que más puede fé que fuerza y maña:


CXII

   «Del mismo modo el Máuro la firmeza
Desprecia de los fieles, y no entiende
Que aquella alta divina fortaleza,
De quien tiembla el infierno, les defiende.
Con ella el Castellano y con destreza,
De Marruecos al Rey embiste, ofende;
Y temblar hace al Moro de Granada
El Luso que la vida pone en nada.


CXIII

   «Las espadas y lanzas recrujian
Sobre escudos y arneses ¡fiero estrago!
Llaman (segun la ley que allí seguian)
A su Mahoma aquel, este á Santiago;
Los heridos con grito el cielo herian,
Haciendo de su sangre negro lago,
Donde otros, que del fierro se salvaban,
Semi vivos caian y se ahogaban.


CXIV

   «Con esfuerzo tan grande de horror llena
El Luso al Granadil, que en duro estrecho
Le pone en poco tiempo y desordena
Armas y gente, en huracan deshecho.
Mas de alcanzar victoria á poca pena
No muy contento el generoso pecho,
Vá en ayuda del noble castellano
Que está en lid con el fuerte Mauritano.


CXV

   «Ya se iba el sol ardiente recogiendo
A la casa de Tétis, y estinguido
(Para el poniente á Véspero atrayendo)
Era aquel dia tanto esclarecido,
Cuando el poder del bárbaro tremendo
Fue por los bravos Reyes oprimido
Con mortandad tan larga, que memoria
Nunca habrá el mundo de mayor victoria.


CXVI

   «No de muertos la cuarta parte Mario
Hizo de los que en este vencimiento,
Cuando el agua, con sangre del contrario,
Dió á beber á su ejército sediento:
Ni el de Cartago, aspérrimo adversario
Del Ítalo poder por nacimiento,
Que celemines tres de anillos toma
Solo de nobles que mató de Roma.


CXVII

   «Y si tú tantas ánimas pudiste
Mandar al negro reino del Cocito,
Cuando la ciudad santa destruiste
Del pueblo, pertinaz en torpe rito,
Fue permision celeste, ejemplo triste,
No fuerza de tu brazo, insigne Tito;
Que así por los poetas fue anunciado,
Y por Jesus despues certificado.


CXVIII

   «Alcanzada tan próspera victoria,
Y vuelto Alfonso á portuguesa tierra,
A disfrutar en paz de tanta gloria
Como supo ganar en dura guerra,
El caso triste y digno de memoria,
Que á huésped del sepulcro desentierra
Aconteció de mísera y cuitada,
Que fue despues de muerta coronada.


CXIX

   «¿Quien será, ciego dios, que de ti huya,
Y de tu dulce ley, que á tanto obliga?
Tú causaste la odiosa muerte suya,
Tratándola cual pérfida enemiga.
Si dicen, fiero Amor, que la sed tuya
Ni con lágrimas tristes se mitiga,
Es porque quieres, con maldad tirana,
Tus aras empapar en sangre humana.


CXX

   «Te hallabas, bella Inés, quieta en sosiego,
De tus años cogiendo el blando fruto,
Del alma en el engaño dulce y ciego
(Que la dicha no dura, como el luto)
En el florido campo del Mondégo,
Del cristal de tus ojos nunca enjuto,
A las plantas diciendo y flores nuevas
El nombre que en el pecho escrito llevas.


CXXI

   «De tu Príncipe allí te respondian,
Los recuerdos que en su alma dominaban;
Que siempre ante sus ojos te traían,
Cuando ausentes los tuyos dél estaban,
De noche, dulces sueños que mentian,
De dia pensamientos que volaban;
Siendo, en fin, todo sueño y pensamiento,
Sola ocasion de dicha y de contento.


CXXII

   «De Princesas y damas mil hermosas
Él los preciados tálamos no aceta,
Que no halla fino amor prendas preciosas,
Sino en el caro bien que nos sujeta.
Viendo estas raras muestras amorosas
El noble padre anciano, que respeta
El murmurar del pueblo ante el capricho
De no casarse, que el doncel le ha dicho:


CXXIII

   «Sacar á Inés del mundo determina,
Para sacarle al que ella tiene preso,
Creyendo, con matar á la mezquina,
Sanar de amor el incurable acceso.
¿Qué furor hizo que la espada fina
Que pudo sustentar el grave peso
Del mauritano esfuerzo, fuese alzada
Contra una flaca fembra delicada?


CXXIV

   «Los sayones llevábanla feroces
Ante el Rey, que ya pio se conduele:
Mas el pueblo con bárbaras y atroces
Razones, á que muera le compele.
Ella con ruegos y afligidas voces
Salidas del recuerdo que la duele,
Del amante y los hijos que dejaba,
Que más que no la muerte, la apenaba:


CXXV

   «Al cielo cristalino levantando
Los ojos, con las lágrimas piadosos;
Los ojos, que las manos le vá atando
Uno de los ministros rigurosos;
Y á los pequeños luego contemplando,
Que tan tiernos criaba y tan mimosos,
Cuya orfandad más que el morir temia,
Vuelta al cruel abuelo, así decía:


CXXVI

   -«Si va en las brutas fieras, cuya mente
¡Natura hizo feroz de nacimiento,
Y en las aves, que ponen solamente
En la aérea rapiña el pensamiento,
Con tiernos rapazuelos vió la gente
Despertarse piadoso sentimiento,
Como ya con Semíramis mostraron,
Y con los dos que á Roma edificaron:


CXXVII

   «Tú, que de humano tienes voz y aspeto
(Si de humano es matar una doncella
Flaca y débil, por solo haber sujeto
El corazon del que logró vencella),
De estas pobres criaturas ten respeto,
Ya que no de la oscura muerte de ella:
Muévate la piedad de su agonía,
Pues no te mueve la no culpa mía.


CXXVIII

   «Y si, venciendo Alarbe resistencia,
La muerte sabes dar con fuego y fierro,
Sabe tambien dar vida con clemencia,
A quien para perderla está sin yerro;
O si merece tanto esta inocencia,
Pónme en perpetuo y mísero destierro,
Allá en la Escitia helada, ó Libia ardiente,
Donde en lágrimas viva eternamente,


CXXIX

   «Pónme dó más se usare fuerza dura,
Entre pardos y tigres, y veremos
Si alcanzamos entre ellos la blandura
Que entre pechos humanos no podemos.
Allí la voluntad puesta y ternura
En aquel por quien muero, criaremos
Estas reliquias suyas que aquí viste;
Que consuelo serán de madre triste.»-


CXXX

   «Perdonarla queria el, Rey benigno,
Sensible á las palabras que la abonan;
Mas el pueblo tenaz y su mal signo
Que lo quieren así, no la perdonan.
Las hojas sacan del acero indigno
Los que el hecho por bueno allí pregonan,
¿Contra una dama? ¡Oh pechos carniceros?
¡Así valientes sois y caballeros!


CXXXI

   «Como contra la linda Polixena,
Amor postrero de la madre anciana,
Porque la Aquílea sombra la condena,
Pirro apresta el acero y furia insana;
Y ella los ojos con que el mar serena,
Cual mansa oveja que á morir se allana
Vuelve á la triste madre que flaquece,
Y al sacrificio bárbaro se ofrece:


CXXXII

   «Tal contra Inés los crudos matadores
En el cuello y marfil, que sostenia
Las obras con que amor mató de amores
Al hombre que despues Reina la haria,
Hundiendo el hierro entre las blancas flores
Que el llanto del dolor regado habia,
Se encarnizaban torpes y furiosos,
Del futuro castigo no cuidosos.


CXXXIII

   «Bien pudieras ¡oh sol! del caso reo
Tus ojos apartar corno aquel dia
Cuando Tiéste, en el festin de Atréo,
De sus hijos los miembros se comia.
Cóncavos valles que gemísteis, creo,
La voz estrema de su boca fria,
El nombre de su Pedro que la oísteis,
Por espacio muy largo repetísteis.


CXXXIV

   «Como pura azucena que cortada
Antes de tiempo fue cándida y bella,
Siendo entre los cabellos maltratada
Por mano esquiva de vivaz doncella,
Pierde aroma y color ya marchitada,
Tal muerta está la Lusitana estrella:
Secas las puras rosas, y perdida
La luz del rostro con la dulce vida.


CXXXV

   «Las hijas del Mondégo ¡oh noche oscura!
Llorando sin cesar te recordaron;
Y para alta memoria, en fuente pura
Las lágrimas lloradas trasformaron:
El nombre le pusieron, que aun le dura,
De «Las Cuitas de Inés» que allí pasaron;
Y de esa fuente, hoy vida de las flores,
Son lágrimas el agua, el nombre Amores.


CXXXVI

   «Largo tiempo no fué sin que venganza
No aliviara de Pedro las heridas;
Que del reino al tomar cetro y balanza,
Hízola en los fugaces homicidas.
De otro Pedro, muy crudo, los alcanza
Que, enemigos los dos de humanas vidas,
Hicieron el feroz concierto insano
Que con Antonio y Lépido, Octaviano.


CXXXVII

   «Este castigador fué de maldades,
De latrocinios, muertes y adulterios,
Y los duros suplicios é impiedades
Eran sus más sabrosos refrigerios:
Justiciero guardaba las ciudades
De todos los soberbios vituperios,
Más ladrones lanzando á los profundos,
Que Teséo y Alcides vagabundos.


CXXXVIII

   «Del justo y duro Pedro nació blando
(Ve de natura la inconstancia terca)
Manso, remiso y sin vigor, Fernando,
Que á todo el reino á gran desdicha acerca;
Pues el Leonés á devastar entrando
La tierra sin defensa, estuvo cerca
De destruirse el Reino totalmente:
Que vil Rey torna en vil la brava gente.


CXXXIX

   «O castigo fue claro del pecado
De quitarle á Leonor á su marido
Y casarse con ella, aconsejado
De un fálso parecer, mal sugerido:
O fué que el corazon entregó atado
Al vicio torpe á que se vió rendido,
Hízose al fin cobarde: que envilece,
Un amor que en el alma infame crece.


CXL

   «Sufrieron siempre del pecar la pena
Muchos de quien nos cuenta la Escritura:
La sufrió quien al robo fué de Helena,
Y con Opio, á Tarquino estrechó dura:
¿Y por qué á David santo se condena?
¿Y quién de Benjamin la tribu impura
Ya destruyó? Patente lo declara
Siquém en Dina, Faraón en Sara.


CXLI

   «Si los pechos más fuertes enflaquece
Un inconsciente amor desatinado,
Bien en el noble Alcides aparece,
Por Onfále de tocas adornado.
De Marco Antonio el nombre se oscurece
Con estar de Cleopatra enamorado;
Y tú, Peno inmortal, lo repetiste
Cuando de Apulla á moza vil te diste.


CXLII

   «¿Mas puede uno librarse por ventura
De lazos que arma Amor tan blandamente
Entre la nieve humana y rosa pura
Y el oro y alabastro trasparente?
¿Quién resiste la plácida hermosura
De un rostro, de Medusa propiamente,
Que, si no en piedra, en Mongibelo inceso
Convierte el corazon que tiene preso?


CXLIII

   «¿Quién un dulce mirar, un gesto blando
Vió, ni una suave, angélica apariencia
Que sin cesar al alma está acechando,
Que hubiese contra tanto resistencia?
Disculpado por cierto está Fernando
Para quien del amor tiene esperiencia;
Mas quien dél libertó su fantasía,
Culpado mucho más le juzgaría.»