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Argumento del Canto Cuarto


Continúa Gama su narracion al Rey de Melinde, y le refiero las guerras de Portugal con Castilla sobre la sucesion del reino a la muerte del Rey don Fernando: hazañas del condestable D. Nuño Alvarez Pereira: batalla y victoria de Aljubarrota: diligencias hechas para descubrir la India por mar en tiempo de D. Juan II, y cómo el Rey D. Manuel consiguió ese fin, determinando este viaje: prevenciones para emprenderlo: embarque y despedida de los navegantes en las playas de Belem.




I

    «Despues de procelosas tempestades,
Nocturnas sombras, sibilante viento,
Trae el alba serenas claridades,
Esperanza de puerto y salvamento;
Y alumbra el sol las negras soledades,
Apartando el temor del pensamiento;
Así en el reino fuerte acontecia,
Despues que el Rey Fernando fallecia.


II

   «Pues si los nuestros mucho desearan
Quien el daño y el mal fuese vengando
De aquellos que tan bien se aprovecharan
Del descuido remiso de Fernando,
Pasando poco tiempo lo alcanzaran,
A don Juan, siempre ilustre, levantando
Rey, de Pedro cual hijo y heredero,
(Aunque en verdad bastardo) verdadero.


III

   «Que era órden suya, el cielo con luz pura
Por muy claras señales demostrólo,
Cuando en Evora, hablando una criatura
Antes de tiempo, fuerte nominólo;
Y alzó el cuerpo y la voz de su envoltura,
Cual cosa revelada por Dios solo,
Y dijo: Portugal (la mano alzando),
Portugal por D. Juan, Rey venerando.


IV

   «Alterados entonces de las gentes
Los pechos, que el rencor del odio abrasa,
Crueldades horribles y evidentes
Del pueblo hace el furor por donde pasa:
Matando van amigos y parientes
Del conde, y de la Reina, y de su casa;
Que ella su incontinencia deshonesta
Más, desde que está viuda, manifiesta.


V

   «Pero él, en fin, perece deshonrado
Ante la Reina, que á salvarle acorre,
De otros muchos muriendo acompañado:
Que todo fuego inceso quema y corre.
Quién muere, como Astiánax, arrojado
(Sin órdenes valerle) de alta torre:
Quién, sin valerle honor, altar, derecho,
Desnudo por la calle, trozos hecho.


VI

   «Quedan con estas en bien largo olvido
Las mortales fierezas que vió Roma,
Hechas por Mario crudo, y el temido
Sila, cuando el rival la fuga toma.
Leonor por ellas y el dolor crecido
Del muerto conde, que á su frente asoma,
Opone á Portugal Castilla entera,
Diciendo que es su hija la heredera.


VII

   «Pretenden que Beatrice, proclamada
(Aunque la fama apenas lo concede)
Por hija de Fernando, y ya casada
Con el Rey de Castilla, el trono herede,
Y con la voz Castilla levantada
De que la hija al padre le sucede,
Junta sus fuerzas ya para esta guerra
De varios climas y diversa tierra.


VIII

   «Vienen de la provincia que de Brigo,
Sí fué, lleva ya el nombre derivado:
Del suelo, que Fernando y que Rodrigo
Al opresor ganaron Máuro estado:
No esquivan de las armas el castigo
Los que cortando van con duro arado
Los Leoneses campos, cuya gente
Contra el infiel en armas fue escelente.


IX

   «Los Vándalos, de antigua valentía,
El blason conservando, se juntaban,
Cabeza de la estensa Andalucía,
Que del Guadalquivir las ondas lavan.
La noble isla tambien se apercibia
Que los de Tiro de antes habitaban,
Trayendo, como insignias verdaderas,
Las Hercúleas columnas por banderas.


X

   «Vienen tropas del reino de Toledo,
Ciudad noble y antigua, á quien cercando
El Tajo en torno va tranquilo y ledo,
Que de Cuenca en la sierra está manando.
Ni tampoco á vosotros pára el miedo,
¡Oh sórdidos Gallegos! duro bando
Que para resistir hoy os armásteis
A aquellos cuyos golpes ya probásteis.


XI

   «Mueven tambien de guerra negras furias
Al Vizcaino pueblo, que carece
De pulido decir, y las injurias
De estraños y de propios mal padece;
De Guipúzcoa la gente; y la de Asturias,
Que con minas de hierro se ennoblece,
De él armó á sus soberbios moradores,
Para ayudar guerreando á sus señores.


XII

   «Juan, que del pecho el ardimiento saca,
Cual las fuerzas Sanson de la guedeja,
De verse pocos la inquietud aplaca,
Y con los pocos se arma y apareja;
Y no porque razon le asista flaca,
Con los grandes señores se aconseja:
Mas solo por buscar verdad ó indicios,
Que siempre hubo, entre muchos, muchos juicios


XIII

   «Y hay alguno que turba con razones
De todos la opinion y voluntades;
Y ya que el viejo esfuerzo en los varones
Se haya trocado en vicios y maldades,
Ya que puede el temor, en ocasiones,
Más que propios deberes y lealtades:
Niega al Rey, y á la Patria, y si conviene
Negará, como Pedro, al Dios que tiene.


XIV

   «Mas no en yerro cayó tan infelice
Don Nuño Alvar Pereira, sino que antes
Viendo que en sus hermanos se autorice,
Condena las flaquezas inconstantes
De los dudosos ánimos, y dice,
Con palabras más duras que elegantes,
Puesto el puño en la espada, y no jocundo,
Amenazando el mar, la tierra, el mundo:


XV

   -«¿Cómo de la alta raza Portuguesa
Ha de haber quien rehuse el patrio Marte?
¿Cómo de esta provincia, que princesa
Fue de gente de guerra en cualquier parte,
Ha de salir quien á su patria opresa
Niegue el amor, la fe, y esfuerzo, y arte,
Portugués siendo, y por ningun respeto,
Quiera su reino propio ver sujeto?


XVI

   «¡Qué! ¿vosotros no sois los descendientes
De aquellos que, al flotar de la bandera
Del grande Enríquez, fieros y valientes
Vencieron á esa hueste tan guerrera,
Cuando tanto estandarte, tantas gentes
En huida pusieron, de manera
Que, aparte de la presa que cogieron,
Á siete ilustres condes nos trujeron?


XVII

   «¡Por quiénes fueron siempre destruidos
Sino por vuestros fuertes padres y avos,
Por Diónis y su hijo conducidos,
Estos de quien quereis veros esclavos?
¡Ea! si por pecados y descuidos,
Os trocó así Fernando en poco bravos,
Que os vuelva el nuevo Rey la fuerza ruda,
Si verdad es que un Rey á un pueblo muda.


XVIII

   «Teneis tal Rey, que si valor tuviéreis
Igual al Rey que agora levantásteis,
Desbaratar podreis a quien quisiéreis,
Cuanto más á quien ya desbaratásteis;
Y si con esto, en fin, aun no perdiéreis
El invencible miedo que tomásteis,
Las manos entregad, tascad el freno:
Resistiré yo solo al yugo ajeno.


XIX

   «Solo con mis vasallos, y con esta
(Y saca, así diciendo, media espada)
Defenderé de la ambicion infesta,
La tierra nunca de otros subyugada.
Del Rey en nombre y de la Patria espuesta,
Y de la fe que le teneis jurada,
Venceré, no solo estos adversarios,
Sino cuantos al Rey fueron contrarios.»


XX

   «Como entre los mancebos acogidos
A Venusio, postrer resto de Cánnas,
Que al ir á darse cuasi por rendidos
Al poder de las huestes Africanas,
Hace el mozo Cornelio que, impelidos
Por su espada, le juren las romanas
Armas no abandonar, mientras la vida
No allí por todos fuero antes perdida:


XXI

   «Así á la gente esfuerza y fuerza en uno
Alvarez; y á las últimas razones
Remuévese el temor frio, importuno,
Que abatiera hasta allí los corazones.
Cabalgan en las fieras de Neptuno,
Escarcean, blandiendo los lanzones,
Y discurren gritando á abierta boca:
¡Viva el ínclito Rey que nos convoca!


XXII

   «Las gentes del comun todas aprueban
Guerra con que á la Patria se sostiene:
Unos las armas limpian, ó renuevan,
Que el orin de la paz gastadas tiene:
Morriones, acolchados, petos prueban;
Se arma cada varon cual le conviene:
Trajes aprestan otros con colores
Y letras y señal de sus amores.


XXIII

   «Con toda esta fulgente compañía,
Juan fuerte sale de la fresca Abrantes:
De Abrantes, donde corre fuente fria,
Que surte el Tajo en linfas abundantes.
Los primeros armígeros regia
Quien bien regir pudiera los gigantes
Ejércitos de Jerjes, con que pronto
Pasó y volvió á pasar el Hellesponto:


XXIV

   «Nuño Alvarez Pereira, verdadero
Azote de soberbios Castellanos,
Como el Hunno lo fuera ya primero
De los pueblos Franceses é Italianos;
Y en el ala derecha otro guerrero,
Afamado tambien, los Lusitanos
Guia bajo su mando al enemigo...
De Men-Rodrigo Vasconcelos digo.


XXV

   «Á Anton Vazquez de Almada corresponde
La ala izquierda regir de tropas dinas,
El que despues, de Abranches noble conde
Llegó á ser por sus glorias no mezquinas.
Luego en la retaguardia no se esconde
El pendon de Castillos y de Quinas,
Dó Juan está, Rey noble en cualquier parte,
Que oscurece el valor del mismo Marte.


XXVI

   «Rezando, por los muros, temerosas
De la suerte que aguarda á sus varones,
Las hermanas, las madres, las esposas,
Van ayuno ofreciendo, y oraciones.
Ya llegan las falanges belicosas
Frente de los contrarios escuadrones,
Que con grita espantable las reciben,
Y dudas todos de la lid conciben.


XXVII

«Suenan, del mal cercano mensajeras,
Las voces de clarines y atambores:
Los Alféreces írguen sus banderas,
Que muchas son y varias en colores.
Domina el seco tiempo que en las eras
Recogen su sudor los labradores:
Entra en Astréa el sol, y rige Agosto:
Baco esprime á las uvas dulce mosto.


XXVIII

   «Dió señal la trompeta castellana,
Horrenda, ingente, fiera, temerosa;
La oyó el Ártabro monte, y el Guadiana
Atras volvió su linfa caudalosa:
La oyeron Duero y tierra Transtagana:
Llevó el Tajo á la mar su voz medrosa;
Y las madres, que el son rudo escucharon,
Á sus pechos los hijos estrecharon.


XXIX

   «Muchos rostros allí mudan colores,
Dando á la sangre el corazon abrigo;
Que en los grandes peligros, los temores
Mayores son á veces que el castigo
Ó parécenlo así, que los furores
De ofender y vencer al enemigo
Casi hacen no sentir la dolorida
Pérdida de los miembros y la vida.


XXX

   «Comiénzase á trabar la incierta guerra:
De acá avanza y de allá la primer ala;
A estos mueve el guardar la propia tierra;
A aquellos la ambicion, mucha aunque mala.
Pronto el grande Pereira, en quien se encierra
Todo esfuerzo, el primero se señala:
Hiere aquí, rompe allí, siembra el terreno
De los que así le ocupan, siendo ajeno.


XXXI

   «Ya por el aire tiros estridentes
De arpon y flechas sin cesar volaban:
Bajo los duros pies de los ardientes
Caballos, monte y valle resonaban:
El romper de las lanzas, las frecuentes
Caidas todo en torno lo atronaban:
Del fiero Nuño, que al contrario apoca,
Carga el tropel sobre la gente poca.


XXXII

   «Ved allí que le embisten inhumanos
Los hijos de su padre, y no se espantan;
Que hacen poco en matar propios hermanos
Los que contra la Patria se levantan.
Muchos de esos apóstatas insanos
Van en ese escuadron, y se adelantan
Contra su misma sangre: ¡ejemplos viles,
Cual de Roma en los ímpetus civiles!


XXXIII

   «¡Oh tú Sertorio! ¡Oh fuerte Coriolano.
Catilina, y vosotros dos, no amigos,
Que contra vuestras patrias, con profano
Corazon, os alzásteis enemigos!
Si allá en el reino oscuro de Sumano
Recibiéreis gravísimos castigos,
Decidles que cual ellos, ó peores,
Lusitania tambien tuvo traidores.


XXXIV

   «Rómpense aquí los nuestros los primeros
¡Tanta es la gente que los cerca y daña!
Nuño está allí; cual ves por los oteros
De Ceuta al gran Leon, ardiendo en saña,
En medio á los ginetes, que ligeros
Discurren de Tetuan por la campaña:
Con las lanzas le hieren, y él furioso
Si turbado está un poco, no medroso.


XXXV

   «Con torva luz los vé; mas la natura
Ferina y el ardor no le enflaquecen
La espalda á dar: que brinca á la espesura
De lanzas apiñadas que recrecen:
Así don Nuño está, que la llanura
Tiñe con sangre ajena: allí perecen
De los suyos algunos: que el bizarro
Cuerpo no puede á tantos, que es de barro.


XXXVI

   «Conoció Juan el riesgo que pasaba
Nuño: que como jefe esclarecido,
Todo lo recorria y animaba,
A las palabras el ejemplo unido.
Cual parida leona fiera y brava,
Que los cachorros que dejó en el nido
Ve que, mientras que el pasto ha procurado,
El pastor de Masilia le ha robado:


XXXVII

«Salta furiosa y ciega, y con rugidos,
Por el fragor de Siete Hermanos corre:
Así Juan, con los suyos escogidos
A sostener la primer ala acorre:
«¡Oh fuertes compañeros! ¡Oh subidos
Caballeros á quienes Dios socorro,
Vuestra tierra guardad, que la esperanza
Está de libertad en vuestra lanza!


XXXVIII

   «Heme aquí que, Rey vuestro y compañero,
Entre las picas corro y los paveses
Y al contrario tropel voy el primero:
Pelead, verdaderos Portugueses.»
Así dice el magnánimo guerrero,
Y tres veces del brazo los arneses
Levanta y tira el asta; y cada tiro
Arranca á muchos el postrer suspiro,


XXXIX

   «Encendidos, con esto, nuevamente
Los suyos de vergüenza y noble fuego,
Luchan sobre cual más, con brazo ardiente
Riesgos arrostrará del marcial juego:
Y ese ardor, que hasta el fierro esterno siente,
Rompe mallas primero, y pechos luego;
Y como si no estimen ya las vidas,
Junto dan y reciben las heridas.


XL

   «Van á ver muchos el Estigio lago
En cuyo cuerpo fierro y muerte entraba:
Allí sucumbe el Mestre de Santiago,
Que con esfuerzo altísimo lidiaba:
Tambien muere, causando horrible estrago
El no menos feroz de Calatrava:
Los Pereiras tambien la vida entregan;
Y renegados, de morir reniegan.


XLI

   «Mucha gente del vulgo turbulento
Y de nobles, con ella, va al profundo
Donde el trifauce can siempre está hambriento
De las almas que pasan de este mundo;
Y porque más allí tenga escarmiento,
La altivez del contrario furibundo,
Hoy á los pies del Portugués se humilla,
Cayendo, la bandera de Castilla.


XLII

   «Aquí el fiero combate se encrudece
Con muertes, gritos, sangre, cuchilladas:
La multitud de gente que perece,
Las flores tiene de color mudadas:
Ya dan espalda y vida: ya fallece
El furor, y no suenan las espadas:
Ya de Castilla el Rey desbaratado
Queda, y de su propósito mudado.


XLIII

   «Deja el campo á los fuertes vencedores
De no dejar contento allí la vida.
Los que quedan le siguen: sus terrores
Alas les dan, no pies, en la fugida:
Esconden en el pecho los dolores
Del cuerpo, de la hacienda ya espendida,
La ruina del orgullo, el duro enojo
De ver que otro disfruta su despojo.


XLIV

   «Unos van maldiciendo y blasfemando
Del primero que guerra hizo en el mundo:
Otros la ambicion dura van culpando
Del pecho de codicia sitibundo
Que, por tomar lo ajeno, al miserando
Pueblo espone á las penas del profundo,
Dejando á tanta esposa, virgen, madre,
Sin hijos, sin maridos ó sin padre.


LXV

   «Estuvo el vencedor don Juan los días
De costumbre en el campo, con gran gloria:
Con promesas despues y romerías
Gracias le rindo al que le dió victoria.
Mas Nuño que no quiere por más vias
En el mundo dejar de sí memoria
Que por las de las armas soberanas,
A las tierras se pasa Transtaganas.


XLVI

   «Su destino le ayuda de tal arte,
Que pronto trueca en hecho el pensamiento:
Pues de Vándala tierra mucha parte,
Le rinde su despojo y vencimiento
Y de Sevilla el Bético estandarte
Y los de altos señores al momento
Caen ante sus plantas, honra, y presa
Que conquista la espada Portuguesa.


XLVII

   «De estas victorias y otras largamente
Eran los castellanos oprimidos,
Cuando la paz, ya ansiada do, la gente,
Dan á los vencedores los vencidos,
Despues que quiso el Padre Omnipotente
Dar los Reyes rivales por maridos
A dos Princesas de Inglaterra, esposas
Dulces, prudentes, ínclitas y hermosas.


XLVIII

   «No sufre pecho acostumbrado á guerra,
No tener enemigo ya á la mano;
Y así, no habiendo á quien vencer en tierra,
Va á embestir con las ondas del Oceáno.
Es este el primer Rey que se destierra
De su suelo por ir al Africano
A enseñar con las armas cuánto cede
A la cristiana ley la de Mahomede.


XLIX

   «Ir nadando aves mil por el argento
De la ancha espalda de la mar inquieta.
Ved, las tendidas alas dando al viento,
Hácia dó puso Alcides la alta meta.
De Avila el monte y el seguro asiento
Toman de Ceuta, y al feroz Mahometa.
Echan fuera; y segura á toda España
Dejan de otra Juliana indigna maña.


L

«No permitió el Señor que los humanos
Le vieran mucho y Portugal se irguiese
Por tal Rey; que á los coros soberanos
Del alto cielo quiso que ascendiese.
Y para defension de Lusitanos,
Mandó quien le llevó, quien le supliese,
Aumentando en el suelo más que de antes
Noble generacion de altos Infantes.


LI

   «No fue el Rey don Duarte tan dichoso
El plazo que ocupó la suma alteza;
Que así el tiempo alternando va dudoso
El bien y el mal, el gozo y la tristeza.
¿Quién vió siempre un estado deleitoso,
Ni siempre en la ventura la fijeza?,
Verdad es que en tal reino y tales Reyes
Ella no usó tan largo de estas leyes.


LII

   «Cautivo vió á su hermano, el buen Fernando,
Que á tan santas acciones aspiraba,
Que por salvar de cerco miserando
Al pueblo, al sarraceno se entregaba.
Por amor á la patria va pasando
La vida que de libre él hizo esclava,
Por no dar en rescate á Ceuta fuerte;
Y su mal en bien público convierte.


LIII

   «Codro, porque el contrario no triunfase,
Vencedor de la muerte, dió la vida:
Régulo, porque Roma se librase,
Contento vió su libertad perdida;
Y éste, porque la España no temblase,
A eterno cautiverio se convida;
Pues Codros, Curcios y los Decios fieles
No á más costa ganaron sus laureles.


LIV

   «Alfonso, de aquel Rey solo heredero,
¡Nombre en armas feliz en nuestra Hesperia!
Que el orgullo del bárbaro frontero
Tornó en dura, humildísima miseria,
Fuera en verdad invicto caballero
Si no quisiera hollar la fuerte Iberia:
Mas África dirá si al Rey terrible
Que otro llegue á vencer será posible.


LV

   «Este las pomas coge al árbol áuro
Que al Tirintio veloz solo no ilude:
Y del impuesto yugo el fuerte Máuro
La cerviz hasta ahora no sacude:
La palma va en su frente y verde láuro
Que gana al fiero bárbaro, que acude
De Alcacér en defensa, fuerte villa,
De Tánger vasta, y de la agreste Arcilla.


LVI

   «Todas tres por la fuerza al fin entradas,
Abatieron los muros de diamante
A las armas del Luso, acostumbradas
A derribar cuanto hallan por delante.
Maravillas de acciones estremadas,
Dignas de las contar pluma elegante,
Caballeros hicieron en la empresa,
Acreciendo la fama Portuguesa.


LVII

   «Mas de ambicion cegado por la lumbre
Y de mandar por gloria amarga y bella,
Al de Aragon (Fernando) va, en la cumbre
Del poder, á embestir en su Castiella.
Júntase la enemiga muchedumbre
De la soberbia y varia gente de ella:
Que, desde Cádiz á Piréne fria,
Toda al Rey poderoso obedecia.


LVIII

   «En el reino quedar no quiere ocioso
El mancebo don Juan, y luego ordena
Ir en ayuda al padre codicioso,
A quien bien llega en situacion no buena.
Salióse al fin del trance peligroso,
Si no con gloria, con virtud serena;
Pues aunque asaz el íbero ha sufrido,
Quedó en duda si el Luso fue vencido.


LIX

   «Porque el hijo sublime y soberano,
Gentil, fuerte, animoso, caballero,
Haciendo al enemigo estrago insano,
Permaneció en el campo un dia entero.
De este modo vencido fue Octaviano,
Y Antonio vencedor, su compañero,
Cuando de los que á César inmolaron
En los Filipios campos se vengaron.


LX

   «Mas luego que la oscura noche eterna
Llevose á Alfonso al Inmortal sereno,
El Príncipe que entonces lo gobierna
Todo fue Juan Segundo, Rey treceno.
Este, por ganar fama sempiterna
Cuanta pueda lograr un ser terreno
Los términos, que voy buscando ahora,
Dar quiso al mundo de la roja Aurora.


LXI

   «Manda á sus mensajeros, que pasaron
España, Francia, Italia celebrada,
Y allá en el puerto ilustre se embarcaron,
Donde ya fue Parténope enterrada:
Nápoles, dó sus hados se vengaron,
Despues de verla á tantos subyugada
Subiéndola, tras tanto tiempo impío,
Al Español escelso señorío.


LXII

   «Por el noble mar Sículo navegan
Ven las playas de Ródas arenosas:
Y luego á las riberas altas llegan
Con la muerte de Magno tan famosas:
A Mémfis y á las tierras van, que riegan
Las crecientes Nilóticas undosas:
Suben á la Etiópia, sobre Egito,
Que, de Jesus conserva el santo rito.


LXIII

   «Pasan tambien las ondas Eritréas
Que el pueblo de Israel cruzó sin nave:
Dejan detras las gentes Nabathéas,
A quien el nombre de Israel les cabe:
Las costas odoríferas Sabéas,
Que de Adónis la madre vestir sabe,
Y la Arabia feliz van contemplando,
La Desierta y Petréa no cuidando.


LXIV

   «Entran en el estrecho, donde aun dura
De Babél confundida la memoria;
Dó el Eúfrates al Tígris se mistura,
Rios que de su cauce sacan gloria.
De allí van en demanda de agua pura.
Que aun la causa ha de ser de larga historia,
Al Indo, entre las olas del Oceáno,
Las que así navegar n o osó Trajano.


LXV

   «Vieron gentes incógnitas, y estrañas
De la India, Carmania y Gedrosía,
Con diversas costumbres y arte, y mañas.
Que cada clima y suelo forma y cria.
Pero de vias tantas y tamañas,
Volverse fácilmente no podia:
Allí, en fin, perecieron y quedaron;
¡Que á la patria querida no tornaron!


LXVI

   «Parece que guardaba el cielo en breve
A Manuel y á su gran merecimiento
Seguir esta alta empresa, á que le mueve
El más noble y sublime movimiento.
Al suceder á Juan no es mucho lleve
A su trono su escelso pensamiento;
Así que no tomó del reino el cargo,
Cuanto la ardua conquista del mar largo.


LXVII

   «La cual, como la voz siempre sonora
De aquella obligacion que le quedara
De sus pasados, que incesante implora,
No cesar de acrecer la tierra cara,
En paz no le dejaba á ningun hora;
Así que, al tiempo en que huye la luz clara,
De las estrellas que la noche traen
Y al reposo convidan cuando caen:


LXVIII

   «Ya en paz estando, en el dorado lecho
Dó la imaginacion no encuentra meta,
Resolviendo en la mente el cargo estrecho
A que su oficio y sangre le sujeta,
Llenó sus ojos, sin vaciarle el pecho,
Sueño que, aunque le embarga, no le aquieta,
Porque en tanto que laso se adormece,
Morfeo en formas mil se le aparece.


LXIX

   «Allí se le figura que subia
Muy alto, hasta tocar la prima esfera
Do por delante varios mundos via
Y naciones de gente estraña, fiera;
Y allá, muy junto a donde nace el dia,
Despues que su mirar largo tendiera,
Vió de montes, muy altos y distantes,
Nacer dos claras fuentes abundantes.


LXX

   «Por el verde fragor de las forestas,
Fieras y aves salvajes habitaban:
Arboles, matas, yerbas mil agrestas
Paso y trato á las gentes atajaban;
Estas duras montañas contrapuestas
Solo entre sí comunicar mostraban;
Y que de Adan hasta la edad presente,
No las pisó jamás planta viviente.


LXXI

   «Del agua se 1e antoja que salian,
A él sus largos pasos inclinando,
Dos hombres que muy viejos parecian,
De aspecto, aunque silvestre, venerando:
De las puntas del pelo les caian
Gotas que el cuerpo todo van bañando:
Su piel es de color negri-verdosa:
La barba hirsuta y fosca, mas copiosa.


LXXII

   «De ambos á dos la frente coronada
Ramaje no sabido y yerbas tiene;
Uno de ellos la marcha trae cansada,
Como quien de camino largo viene;
Y así el agua, con ímpetu alterada.
Parece que, en distinta parte suene
Tal el Arcadio Alféo en Siracusa,
A buscar va los brazos de Aretusa.


LXXIII

   «Este, que era el más grave en la persona,
De este modo hácia el Rey de lejos grita:
-«Monarca, á cuyos reinos y corona
Del mundo grande parte está prescrita:
Nosotros, cuya fama tanto abona
El que en nos nunca yugo se ejercita,
Te avisamos que es tiempo ya que mandes
A recibir de nos tributos grandes.


LXXIV

   «Yo soy el noble Gánges, que en la tierra
Celeste el cauce tengo verdadero;
Este es el Indo, Rey que en esa sierra
Que miras, su nacer tuvo primero:
Aun hemos de costarte dura guerra:
Mas con constancia tuya, á lo postrero.
A cuantos pueblos veas, valeroso
Rendirás á tu esfuerzo poderoso.


LXXV

   «No dijo más el rio noble y santo,
Pero huyeron los dos en un momento.
Manuel despierta, con sublime espanto
Y grande alteracion del pensamiento.
Estiende en esto Febo el claro manto
Por el pardo hemisferio soñoliento,
Y el alba presta al cielo los colores
De cándida azucena y rojas flores.


LXXVI

   «Llama el Rey á los Grandes á consejo
Y la vision y el caso les relata:
Les dice el razonar del santo viejo,
Que les admira á todos y arrebata:
Y disponen naval grande aparejo,
Con que, en navegacion menos ingrata,
Lleve la gente que los mares corte,
Y á regiones incógnitas aporte.


LXXVII

   «Yo no curaba mucho de que á punto
Llegase lo que el pecho me pedia;
Si bien gran cosa de tan grave asunto
Présago el corazon me prometia:
Mas no sé por qué causa ó qué presunto,
O qué buena señal que en mí veria,
En las manos me pone el Rey la llave
De este acaecimiento vasto y grave.


LXXVIII

   «Y con ruego y palabras amorosas
Que es, en Rey, el mandar que á más dispone,
Me dijo: -«Cosas árduas y gloriosas
El trabajo y fatiga las pospone:
Hace á las gentes altas y famosas
La vida que se pierde o que se espone;
Que cuando al miedo vil no se la humilla,
Si menos dura, por más tiempo brilla.


LXXIX

   «Entre todos os tengo ya escogido
Para alta empresa, cual á vos se debe:
Trabajo ilustre, duro, esclarecido,
Que yo sé que ha de seros por mí leve.»-
Sin más oir, le dije: -«¡Oh Rey querido!
Aventurarme á hierro, y fuego, y nieve,
Es tan poco por vos, que se me idea
Que esta vida muy pobre cosa sea.


LXXX

   «Imaginad tan bravas aventuras
Cual Euristéo á Alcides inventaba:
El Neméo Leon, las sierpes duras,
El Jabalí Erimanto, la Hidra brava;
Y, en fin, á las regiones ir oscuras
De Dite ardiente y de la Estigia lava,
Pues por vos tengo á riesgos, aun más que estos,
La carne y el espíritu dispuestos.»


LXXXI

   «Con suntuosas mercedes me agradece
Y su alabanza, en mí, virtud produce:
Que mérito alabado vive y crece,
Y á escelsos hechos el loor conduce.
A acompañarme luego se me ofrece,
Del afecto movido que le induce,
No menos codicioso de honra y fama,
Mi hermano caro y fiel, Pablo de Gama.


LXXXII

   «Y á Nicolás Coello no me dejo,
Ya probado en trabajos los mayores:
Ambos son de valía y de consejo,
Y espertos en la guerra y sufridores;
Y de manceba gente me aparejo,
De quien enciende el campo los ardores;
Todos de esfuerzo grande, cual se pide
A quien á tales cosas se decide.


LXXXIII

   «Y fueron por Manuel remunerados,
Porque con más amor se apercibiesen,
Y con palabras altas animados
Para cuantos trabajos sucediesen.
Así fueron los Minias ajuntados
Para que al Vellocino acometiesen
En el barco fatal, que osó primero,
Lanzarse al mar Euxino aventurero.


LXXXIV

   «Ya en el puerto de la ínclita Ulisena
Con noble ardor, sin miedo ni trabajo
(Donde mezcla su humor y blanca arena
A la salada mar el dulce Tajo),
Prestas las naves son; y no refrena
Ningun peligro el juvenil destajo;
Que pronta está á seguirme á cualquier parte
La gente de Neptuno y la de Marte.


LXXXV

   «Pasean los soldados, con vestidos
De variado color y pretensiones.
Si no menos de esfuerzos prevenidos,
Para buscar del mundo más regiones.
En las naves los vientos complacidos
Tremolan los aéreos pabellones;
Y ellas juran, al ver los mares largos.
Ser del Olimpo estrellas, cual la de Argos.


LXXXVI

   «Despues de prepararnos de este porte
De todo lo que tal demanda,
Preparamos el alma al postrer corte
Que al náuta siempre ante los ojos anda;
Y al Poder sumo que la etérea corte
Sustenta con la vista venerada
Imploramos favor que nos guiase,
Y que nuestros comienzos inspirase.


LXXXVII

   «Así partíamos del augusto templo,
Que en las playas del mar está asentado,
Con el nombre del suelo, para ejemplo,
Donde fue Dios en carne al orbe dado.
Certifícote ¡oh Rey! ¡que si contemplo
Cómo fuí de estas playas apartado,
de dudas y temores quedo lleno
Y apenas á mis ojos pongo freno.


LXXVIII

   «De la ciudad la gente, en aquel dia,
Unos de amigos, otros por parientes,
Muchos por ver tan solo, concurria
Con rostros pensativos, no rientes:
Nosotros con la santa compañía
De asaz de sacerdotes diligentes,
En procesion solemne, á Dios rezando,
Ibamos á las naves caminando.


LXXXIX

   «En tránsito tan largo y tan nocivo,
Por perdidos las gentes nos juzgaban:
Las mujeres con lloro compasivo,
Los hombres con suspiros que exhalaban,
Madres, hijas, esposas (que el más vivo
Amor más desconfía) acrecentaban
La desesperacion, el frio miedo
De no volver á vernos ya tan cedo.


XC

   «Cuál va diciendo: ¡Oh hijo! á quien tenia
por refrigerio solo y dulce amparo
de esta ya tan cansada vejez mia,
Que en lloro acabará penoso y raro,
¿Por qué me dejas en miseria impía?
¿Por qué de mí te ausentas, hijo caro,
A servir al funéreo enterramiento
En que á los peces sirvas de alimento?


XCI

   «Cuál, suelto el pelo: ¡Oh dulce, amado esposo,
Que de mi ser la clave sois maestra!
¿Por qué vais á esponer al mar furioso
Esa vida que es mia, y que no es vuestra?
¿Cómo, por un camino tan dudoso,
Os deja ir la amistad tan dulce nuestra?
Nuestro bien, nuestro amor, nuestro contento,
¿Con las velas quereis se lleve el viento?


XCII

   «Con tales voces y otras que decian
De piedad, y de amor, y de ternura,
Los viejos y los niños las seguian
En quien pone la edad mayor blandura.
Los más cercanos montes respondian
Cuasi movidos de tan gran tristura:
Las arenas sus lágrima bañaban,
Que en el número de ellas se igualaban.


XCIII

   «No alzábamos nosotros la cabeza
A madre ni á mujer, en tal estado,
Por no ver quebrantarse la firmeza
Del propósito fuerte comenzado;
Y embarcarnos dispuse con presteza,
Sin el último adios acostumbrado;
Pues para el que se ausenta es dulce usanza,
Y al que queda le queda la esperanza.


XCIV

   «Mas un viejo de aspecto venerando,
Que en las playas quedaba entre la gente,
En nos puestos los ojos, meneando
Tres veces la cabeza tristemente,
La voz, pesada un poco, levantando,
Que, en el mar escuchamos claramente,
Con el sabor que la esperiencia ha hecho,
Estas voces sacó del sabio pecho:


XCIV

   «¡Oh gloria de mandar, vana codicia
De la soberbia á que decimos fama!
¡Oh fraudulento gusto, que se inficia
Con el aura vulgar que honra se llama!
¡Que castigo impones qué justicia
En el vano mortal que mucho te ama!
¡Qué peligros, qué luchas, qué tormentas,
Qué crueldades en él esperimentas!


XCVI

   «¡Dura inquietud del alma y de la vida,
Fuente de desamparos y adulterios,
Sagaz consumidora conocida
De haciendas, y de reinos, y de imperios:
Llámante ilustre, grande, esclarecida,
Siendo digna de infames vituperios:
Llámante fama y dulcedumbre estraña,
Nombres con que al cerril pueblo se engaña.


XCVII

   «¿A qué nuevos desastres determinas
Conducir á estos reinos y á esta gente?
¿Qué peligros, qué muertes les destinas
Cubiertos de qué nombre preminente?
¿Qué promesas de reinos y de minas
Ricas, que los darás tan fácilmente?
¿Qué famas les prometes, y qué historias
Y qué triunfos, qué palmas, qué victorias?


XCVIII

   «Mas ¡oh generacion de aquel insano,
Cuyo pecado y gran desobediencia
No tan solo del reino soberano
Te condenó á la dura y triste ausencia,
Sino que de otro estado, más que humano,
De sencilla quietud y de inocencia,
Edad dorada, te arrojó al destierro
De esta vil de las armas y del hierro!


XCIX

   «Ya que en estas gustosas vanidades
Alzas tanto la leve fantasía:
Ya que á torpes fierezas y crueldades
Diste existencia, y nombre, y valía:
Ya que precias en altas cantidades
El despreciar la vida, que debia
Ser estimada tanto, pues sintiera
Tanto perderla Aquel que nos la diera:


C

«¿No se halla de ti cerca el Ismaelita
Con quien siempre tendrás nuevos embates?
¿No sigue él del Koran la ley maldita,
y tú por la de Cristo no combates?
¿No tienes pueblos mil, tierra infinita
Cuando riqueza y suelo ganar trates?
Y si quieres por gloria ser loado,
¿No es él en lid Y en armas esforzado?


CI

   «¿Te dejas á tu puerta al enemigo,
Buscando que lejano otro te salte,
Por el cual se despueble el pueblo antigo,
Se enflaquezca y la vida al fin le falte?
¿Buscas incierto, incógnito castigo,
Porque la fama te dé honor y exalte,
Llamándote señor, con larga copia
De Persia, India, Arabia y Etiópia?


CII

   «Maldito tú el primero que en el mundo
Diste lona á la mar en leño esquivo!
El infierno te guarda espacio inmundo,
Si es justa la ley justa en que yo vivo
¡Ah! nunca juicio alguno alto y profundo,
Ni sonoro laud, ni genio activo,
Te dé por eso fama ni memoria,
Antes contigo acaben nombre y gloria.


CIII

   «Para su mal robó del Empiréo
El hijo de Japeto el fuego estraño
Que por el mundo derramó el deseo,
Vicios, deshonras, muertes ¡grande engaño!
¡Cuánto mejor no fuera, Prometéo,
Y cuánto para el mundo menos daño,
Que á tu estatua famosa no llegara
La luz de la ambicion que la animara!


CIV

   «No acometiera el mozo miserando
El gran carro paterno, ni el vacío
El arquitecto con el hijo, dando
Fama el uno á la mar, y el, otro al rio.
Ningun intento sumo, audaz, nefando,
Por tierra y agua, y fierro, y fuego, y frio,
De acometer dejó la especie humana:
¡Misera suerte, condicion tirana!»