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Argumento del Canto Sesto


Sale Vasco de Gama de Melinde, y en cuanto empieza á navegar prósperamente, baja Baco al mar: descripcion del palacio de Neptuno: convoca el mismo Numen, irritado contra los Portugueses, á los dioses marítimos, y los escita á la destruccion de los navegantes: mientras esto pasa, Velloso, para entretener á sus compañeros, les refiere el paso honroso de los doce Portugueses en Inglaterra: levántase una horrorosa tempestad: es aplacada por Vénus y las Nereidas: llegan finalmente con bonanza a Calecut, último y deseado término de esta navegacion.




I

    No sabia en qué forma complaciese
El Pagano á los fuertes navegantes,
Para que la amistad lograr pudiese
Del Rey cristiano y gentes arrogantes:
Pésale que tan lejos le pusiese,
De Europa y de sus tierras abundantes
La ventura, no haciéndole vecino
De dó Alcides al mar abrió camino.


II

   Con fiestas, juegos, danzas y alegrías,
Según el uso y arte Melindana,
Con osadas y ledas pesquerías
(Como Antonio á Lágen tiene ufana)
Este famoso Rey todos los dias
Obsequia á su falange Lusitana,
Con banquetes, manjares desusados,
Gon frutas, aves, carnes y pescados.


III

   Mas viendo el capitan que se detiene,
Más de lo que debia, y fresco el viento
Le convida á partir, y que ya viene,
Piloto á bordo, y agua, y alimento,
No quiere esperar más, que aun mucho tiene
Que atravesar del húmedo elemento;
Y del Pagano ilustre se despide
Que á todos amistad eterna pide.


IV

   Y les pide además que siempre sea
De sus flotas el puerto visitado;
Pus ningun otro bien mayor desea,
Que dar á pueblo tal su propio Estado:
Que mientras en su cuerpo su alma vea,
Estará de continuo preparado
A esponer vida y reino bravamente,
Por tan buen Rey, por tan sublime gente.


V

   Con no menor responde cortesía
El Capitan, y pronto velas dando,
De la Aurora á los términos partia
Que há tanto tiempo ya que va buscando:
En el piloto de hoy maldad no habia,
Que cierto y fijo rumbo va mostrando;
Y sigue así seguro su camino,
Muy más tranquilo de lo que antes vino.


VI

   Las ondas navegaban del Oriente
En los Índicos mares, y asaltaban
Los tálamos del sol que nace ardiente:
Ya cuasi sus deseos se acababan.
Mas Tionéo, que en el alma siente
Las venturas, que entonces se aprestaban
A la gente del Luso, de ellas dina,
Irrítase, blasfema y desatina.


VII

   Ve que está todo el cielo preparado
A convertir Lisboa en nueva Roma,
Y no puede impedir lo que acordado
Fue por el que fatal todo lo doma.
Del Olimpo desciende arrebatado,
Y remedio en el mundo busca y toma,
Y á demandarlo baja al reino fuerte
De aquel á quien la mar le tocó en suerte.


VIII

   En lo más interior de las profundas
Altas cavernas donde el sol se esconde,
De dó salen las ondas furibundas,
Cuando al furor del viento el mar responde,
Neptuno mora, y moran las jocundas
Nereidas y otros dioses del mar, donde
Las aguas dejan campo á las ciudades
Que habitan estas húmidas deidades.


IX

   Vénse en el fondo, nunca descubierto,
Las arenas allí de plata fina:
Torres altas se ven, á mar abierto,
De transparente masa cristalina:
Cuanto sé acerca más el ojo esperto,
Tanto menos la vista determina
Si es cristal lo que mira, ó si es diamante:
¡Tanto se muestra claro y rutilante!


X

   Las puertas de oro puro y recamadas
Del rico aljófar que en las conchas brota,
De famosa escultura están labradas
Que del airado dios la vista nota.,
Se ve primero en tintas alternadas,
El viejo caos que el espacio azota:
Y los cuatro elementos figurados,
En diversos oficios ocupados.


XI

   Allí el fuego sublime estaba encima,
Que en ninguna materia se contiene,
Desde allí todo cuanto vive anima,
Desde que Prometéo a hurtarlo viene.
Luego tras él ligero se sublima
El invisible aire, que perene
Existe, y ni por cálido ó por frío,
Deja espacio ninguno estar vacío,


XII

   La tierra está de montes revestida,
De verdes yerbas y árboles colmados,
Dando pasto diverso, y dando vida
A los brutos en ella derramados:
Allí la clara forma está esculpida
Del agua, en jugos por el suelo echados,
Criando peces mil, de varios modos
Nutriendo con su humor los cuerpos todos.


XIII

   Pintada en otra parte está la guerra
Que á los dioses movieron los gigantes:
Está Tiféo, bajo la alta sierra
De Etna, que arroja llamas crepidantes:
Esculpido á Neptuno herir la tierra
Se ve, cuando á las gentes ignorantes
Les dió el caballo, y luego el productivo
Minerva hizo brotar primer olivo.


XIV

   Poco fija la vista el dios airado
En esto; que al palacio va corriendo
De Neptuno, que estaba ya avisado
Y se previene, á recibirlo yendo:
Le aguardaba á la puerta, acompañado
De las Ninfas, que están pasmadas viendo
Cómo, por tan insólito camino,
Entra al reino del agua el rey del vino.


XV

   «¡Oh Neptuno! (le dice) no te espantes
Si en tus reinos hoy Baco te importuna;
Que tambien á los altos é imperantes,
Muestra su injusto enojo la Fortuna:
Pero manda llamar los dioses antes,
Si quieres que mi arenga esprese en una:
Verán de desventura estraños modos:
Oigan todos el mal que toca á todos.»


XVI

   Juzgando ya Neptuno que sería
Estraño caso aquel, á Triton manda
Los dioses convocar de la mar fría,
Que le habitan de la una á la otra banda:
Triton, que de ser hijo se gloría
Del Rey y de Salacia veneranda,
Era mancebo grande, pardo y feo,
Trompeta de su padre y su correo.


XVII

   De su barba el cabello y el que salta
Por el cuello y espalda aparecia
Acuoso limo que el verdin esmalta,
Dó nunca escármen penetrado habia;
Ni de las puntas columpiando falta
El percebe que negro allí se cria;
Y gasta por morrion en la cabeza,
De tapa de langosta una gran pieza.


XVIII

   Lleva desnudo el cuerpo y genitales
Por no hallar cuando nada impedimento,
Aunque bien se los cubren animales
Pequeños de las aguas ciento á ciento,
Como almejas, cangrejos y otros tales
Que reciben de Febe crecimiento;
Y enrédanse en la espalda ostras, sangujos,
Camarones, breguichos, caramujos.


XIX

   La concha que traia retorcida
En la mano con fuerza ya tocaba,
Y la señal canora bien oida
Fue por la mar dó lejos retumbaba.
Ya la cohorte toda apercibida
De dioses al palacio caminaba
Del dios que de Dardania hizo los muros,
Que abatió el odio de los Griegos duros.


XX

   El padre Oceáno viene acompañado
De sus hijos é hijas, prole larga:
Neréo, que con Dóris fue casado,
Y el mar de sucesion y ninfas carga:
Protéo el nunciador, que su ganado
Paciendo deja por el agua amarga,
Llega tambien, cuyo saber deduce
Lo que al padre Liéo al mar conduce.


XXI

   De otra parte allí va la linda esposa
De Neptuno, del Cielo y Vesta hija,
Grave y dulce de aspecto, y tan hermosa
Que al verla el mar su oleaje calma y fija:
Traia una camisa primorosa
De trama tan delgada, aunque prolija,
Que el cristalino cuerpo deja verse,
Pues no es bien que tal bien pueda esconderse.


XXII

   Anfitrite, más bella que las flores,
No era propio que en caso tal faltase:
Con ella va el delfin, que á los amores
Del Rey la aconsejó no se negase:
Con sus ojos, de todo amor señores,
Al sol no fuera mucho que eclipsase:
Van ambas por la mano, á igual partido,
Pues son ambas esposas de un marido.


XXIII

   Aquella que las furias de Atamante
Huyendo, á tener vino divo estado,
A su hijo trae consigo, bello infante,
De dioses en el número contado;
El cual jugando va playa adelante
Con las conchillas lindas del salado;
Si bien á veces en su carga emplea
Cuello y brazos la hermosa Panopéa.


XXIV

   Y el dios que pescador fue de Nereo,
Y convertido en pez, por poderosa
Virtud de yerba, á cuyo audaz deseo
Debió el verse despues deidad gloriosa,
Viene aun llorando el artificio feo
Que usó la inicua Circe con la hermosa
Scila á quien ama, de ella siendo amado;
Que eso merece amor mal empleado.


XXV

   Y todos ya sentándose reunidos
En el salon de fiestas divinales,
Las diosas en estrados bien pulidos,
Los dioses en cadira de cristales,
Son por el alto padre complacidos
(En tronos el Tebano y él iguales)
Dó los inciensa con la rica goma
Que da el mar, y la Arabia vuelve aroma.


XXVI

   Y el rumor sosegado y el tumulto
De los divos forzosos cumplimientos,
Empieza Baco del que juzga insulto
A revelar los íntimos tormentos;
Y algo ardiendo la faz del fuego oculto,
Y haciendo alarde de ímpetus violentos,
Solo por dar al Luso triste muerte
Por mano ajena, dice de esta suerte:


XXVII

   «¡Oh Rey! que por derecho señoreas
De un polo al otro el mar airado;
Y á las gentes con fuerzas giganteas
Pasar impides el dintel vedado;
Y tú, padre Oceáno, que rodeas
Todo el mundo y le tienes bien cercado,
Y haces que de natura la ley valga,
Y de sus propios límites no salga:


XXVIII

   «Dioses, que no sufrís que nadie infeste
Con su osadía vuestro imperio grande,
Y haceis que cual la culpa igual se apreste
Castigo al que por él discurra y ande:
¿Qué gran descuido en vuestro mal es este?
¿Quién puede haber que tanto así os ablande
Los pechos, con razon endurecidos,
Contra los ciegos hombres atrevidos?


XXIX

   «Vísteis que con grandísima osadía
Fueron al cielo á acometer supremo:
Vísteis aquella insana fantasía
De pentrar el mar á vela y remo:
Vísteis, y viendo estamos cada dia,
Insolencia y soberbia tal, que temo
Que imponiendo hasta á cielo y mar sus nombres,
Vengan dioses á ser, nosotros hombres.


XXX

   Ved ahora la flaca y pobre raza
Que de un súbdito mio el nombre toma,
Cómo altiva al valor el arte enlaza,
Y á vos, y á mí, y al mundo humilla y doma:
Ved como en vuestro mar su quilla traza
Huella que no hizo nunca la alta Roma;
Ved cómo vuestro reino traspasando,
Van vuestra órden y leyes allanando.


XXXI

   «Yo ví contra los Minias, que primera
Senda cual esta en vuestro reino abrieron,
Cual Boréas y Aquilon, con saña fiera,
Y otros hermanos combatir supieron;
Si pues la corta union aventurera
De vientos esa injuria repelieron,
Vosotros, á quien toca hoy la venganza,
¿A qué aguardais? ¿Qué os mueve á la tardanza?


XXXII

   «Ni creais que del cielo al mar tendido
Por amor vuestro de venir me alabe;
Ni por la injuria atroz que habeis sufrido,
Sino por la que á mí tambien me cabe;
Que aquel honor escelso que he adquirido.
Cuando á mi ley sujetas cual se sabe,
Dejé las Indias tierras del Oriente,
Todo á los pies le miro de esta gente.


XXXIII

«Que el Señor y los hados, que se dignan
De dar, cual les parece, al hombre impuro
Fama aun mayor que aquella que designan
Por el mar á esta gente en lo futuro,
Aquí vereis ¡oh dioses! como asignan
Daño á dioses tambien, que de seguro
El hombre va á valer más, en su esfera,
Que quien con más razon valer debiera.


XXXIV

   «Por esto aquí desciendo, algun consuelo
Buscando cual remedio á mis pesares;
Por ver si el precio que perdí en el cielo,
Por dicha puedo hallar en vuestros mares.»
Quiso seguir, y no siguió, que el duelo
Le ahogó la voz, y lágrimas á pares
Saltaron de sus ojos; con que en fragua
Se abrasaron los númenes del agua.


XXXV

   La llama del furor, con que alterado
El pecho de los dioses fue en momentos
No sufre ya consejo meditado,
Ni mayor dilacion ni aplazamientos;
Y al grande Eolo mándanle recado,
De parte de Neptuno, que los vientos
Suelte con sus furores más pujantes,
Con que en la mar no queden navegantes.


XXXVI

   Bien quisiera Proteo el adivino
Decir en caso tal lo que sentía,
Y segun lo que en mente á todos vino,
Era alguna profunda profecía:
Pero en el conciliábulo divino
Tal tumulto, por ello, se movía,
Que Tétis le gritó con tono airado:
Neptuno sabe bien lo que ha ordenado.


XXXVII

   Ya Hipótades soberbio allá soltaba
De la cerrada cárcel los furiosos
Hijos, que con palabras animaba
Contra los Lusitanos animosos.
Ya el cielo, antes azul, se encapotaba;
Y cual nunca los vientos impetuosos
Comienzan nuevas fuerzas á ir tomando,
Torres, montes y casas derribando.


XXXVIII

   Mientras este consejo se tenia
En la acuosa region, la alegre flota
Con aura sosegada proseguia
Por el tranquilo mar su gran derrota.
Era en el tiempo en que la luz del dia
Del Eódo hemisferio está remota:
Los del cuarto de prima se acostaban,
Y ya los del segundo despertaban.


XXXIX

   De su escaso dormir no bien despiertos,
Bostezando á menudo, se tendian
Por las entenas todos, mal cubiertos
Contra los finos aires que corrian;
Y los ojos, no á gusto suyo abiertos,
Frotándose, los miembros estendian.
Contra el sueño buscar remedio quieren:
Historias cuentan, casos mil refieren.


XL

   «Con qué mejor vencer (uno decia)
Podemos este sueño tan pesado,
Que con oir un cuento de alegría
Que nos alivie del velar cansado?»
Y responde Leonardo, que traia
Pensamientos de firme enamorado:
«¿Pues qué cuentos podreis oir mejores,
Para pasar el tiempo, que de amores?»


XLI

   Velloso replicó: «No es cosa justa
De blanduras tratar entre durezas;
Pues del mar la fatiga más que adusta
Repele amores dulces y ternezas:
Que de guerra mejor dura y robusta
Sea la historia aquí, pues de asperezas
Nuestra vida hade ser, segun entiendo
Que rudo porvenir me está advirtiendo.»


XLII

   Consienten todos, y que diga quieren
Velloso, cual propuso, alguna cosa:
Y él dice: «La diré, sin que pudieren
Tacharme de que es nueva ó fabulosa;
Y por que aprendan hoy, los que me oyeren,
Una hazaña á acabar grande y famosa,
De fuertes contaré de nuestra tierra,
Y estos sean los doce, de Inglaterra.


XLIII

   «En tiempo que, del reino el cetro leve
Don Juan, hijo de Pedro, moderaba:
Cuando tranquilo y libre ya se mueve
Del vecino poder que lo inquietaba:
Allá en la gran Britania, que de nieve
Siempre abunda Boreal, dura sembraba
La fiera Ericnis pérfida zizaña,
Si en pro de nuestra gente Lusitana.


XLIV

   «Entre las bellas de la corte inglesa
Y nobles cortesanos, cierto dia
Se levantó discordia en ira incesa,
Por causa de opinion ó de porfía.
Los de la corte, á quien tan poco pesa
Soltar graves palabras de osadía,
Dicen que probarán que honras y famas
En tales damas no hay, para ser damas.


XLV

   «Y que si hubiese quien guerrero el paso
Quisiere sustentar, que presto acuda;
Que ellos, en estacada ó campo raso,
Le darán vituperio, ó muerte cruda.
La femenil flaqueza, para caso
De tanta injuria viéndose desnuda
De fuerzas, propias á marcial refriega,
Socorro á amigos y á parientes ruega.


XLVI

   «Mas como sean altos y pujantes
En el reino los otros, no se atreven
Ni parientes, ni férvidos amantes
Á defender las damas como deben.
Con lagrimas hermosas y abundantes,
Que en su favor hasta á los cielos mueven,
Por sus rostros corriendo de alabastro,
Vánse todas al Duque de Alencastro.


XLVII

   «Era este inglés potente, y combatido
Habia con los Lusos en Castiella,
Y el magnánimo esfuerzo conocido
De sus compaños y benigna estrella.
Y amorosa pasion tambien sentido
Habia en Lusitania, cuando á ella
Á su hija llevó, que el pecho doma
Del fuerte Rey que por mujer la toma.


XLVIII

   «El Duque, que la carga no queria
Por no encender rencores intestinos,
Los dice: -«Cuando el goce pretendia
Portugal de los campos Iberinos,
En los Lusiadas ví tanta osadía,
Y arte tanto, y alientos peregrinos,
Que podrán ellos solos, sino yerro,
Sustentar vuestra parte á maza y fierro.


XLIX

   «Y si os agrada, damas ofendidas,
Les mandaré por vos embajadores,
Que por cartas discretas y pulidas,
De vuestro mal les hagan sabedores.
Tambien por vuestra parte encarecidas
Con palabras de halagos y de amores,
Seánles vuestras lágrimas, que juro
Que habreis socorro allí grande y seguro.»-


L

   «Así las aconseja el Duque esperto,
Y luego les elige doce fuertes;
Y porque cada dama tenga un cierto,
Las manda que sobre ellos echen suertes,
Pites ellas doce son; y descubierto
Cual con cual resultó de los consuertes,
Escribe cada cual, por varios modos,
Y todas á su Rey, y el Duque á todos.


LI

   «Llegado á Portugal el mensajero,
la corte aplaude el caso alegremente:
Quisiera el mismo Rey ser el primero:
Mas el regio esplendor no lo consiente.
Cortesano no hay ya que aventurero
No quiera ser con voluntad ferviente;
Y se juzga tan solo bien hadado,
Quien viene por el Duque designado.


LII

   «Y en la ciudad, modelo de nobleza,
Y que dió á Portugal su nombre eterno,
Manda nave aprestar de ligereza
El que las riendas lleva del gobierno.
Se preparan los doce con presteza
De armas, y trajes, de uso el más moderno,
De caballos, jaeces, y primores,
De bandas, yelmos, letras y colores.


LIII

   «Toman de su Monarca la licencia,
Para partir del Duero celebrado
Aquellos que escogidos por sentencia
Fueron del Duque Inglés tan bien probado:
No hay en la compañía diferencia
Por ginete, por diestro, ni esforzado:
Mas uno que llamábase Magricio
Habla á todos así sin artificio:


LIV

   -«Compañeros de honor, mucho ha que quiero
Andar y recorrer tierras estrañas,
Por ver más aguas que del Tajo y Duero,
Leyes, usos y gentes, y sus mañas;
Y ora que ya este viaje es verdadero
(Pues las cosas del mundo son tamañas)
Pido me dejeis ir solo por tierra,
Que os buscaré despues en Inglaterra.


LV

   «Pues si ocurriere el caso que impedido
Por quien todo lo rige cual le place,
No llegare en el punto instituido,
Poca falta, lo sé, mi falta os hace:
Todos hareis por mí lo que es debido.
Mas si es verdad lo que en mi mente yace,
Rios, montes, fortuna, envidia fea,
No han de impedir que con vosotros sea.»


LVI

   «Dice, así, y abrazados los amigos
Con su licencia, trámites acorta.
Pasa Leon, Castiella, viendo antiguos
Sitios cuyo dominio tanto importa:
Navarra con los montes enemigos
De Pirene, que á España y Galia corta:
Vistas de Francia, en fin, las cosas grandes,
Al grande emporio fue rico de Flandes.


LVII

   «Y allí llegado, ó fuese caso ó maña,
Sin pasar se detuvo muchos dias.
En tanto de los once la compaña
Cortan del Norte al mar las ondas frias;
Y ganando de Albion la costa estraña,
A Lóndres llegan por seguras vias,
Y son del Duque amigo agasajados,
Y de las damas con favor mimados.


LVIII

   Y llega el plazo y dia prevenido
De entrar en liza con los doce ingleses,
Como ya su gran Rey lo ha concedido:
Toman cota, morrion, grevas y arneses;
Ya las damas por ellas ven erguido
El pavés de los bravos Portugueses;
Y ellas de joyas mil ricas y ledas
Órnanse, y de recamos, y oro, y sedas.


LIX

   «Mas á aquella á quien fuera en suerte dado
Magricio, que no viene, asáz le pesa
Vestirse, pues no tiene al que nombrado
Fue por su caballero en esta empresa;
Aunque afirman los once que acabado
Será así el paso ante la corte Inglesa,
Que su gloria las damas recuperen,
Aunque dos ó tres de ellos perecieren.


LX

   «Ya en un sublime y público teatro,
El Rey Inglés se asienta con su corte:
Estaban tres á tres, y cuatro á cuatro,
Por gerarquías, desde Sur a Norte.
Jamás ha visto el sol de Duero á Batro
De esfuerzo y brío y generoso porte
Otros doce salir cual los ingleses,
Al frente de los once Portugueses.


LXI

   «Mastican los caballos espumando
Los áureos frenos, con feroz talante:
En las armas el sol está brillando,
Como en cristal ó rígido diamante;
Y movíase entre uno y otro bando
Ruido sobre el partido disonante
De ir doce á once allí, cuando la gente
A agitarse comienza alegremente.


LXII

   «Vuelven todos el rostro dó se oia
La causa principal del rebullicio;
Y ven á un caballero, que traia
Armas, caballo, y bélico servicio.
Al Rey y damas habla, y compañía
A los once va á hacer, que era Magricio;
Y abraza á los amigos, pues su oferta
Que de cumplir habia, es cosa cierta.


LXIII

   «La dama en cuanto oyó que es el que suele,
Viniendo á defender su nombre y fama,
Se alegra y viste con la piel del Héle.
Que el vulgo más que las virtudes ama.
Ya el eco dando, la trompeta impele
Los belicosos ánimos que inflama:
espuelas pican, sueltan riendas luego,
Bajan lanzas, la tierra escupe fuego.


LXIV

   «Al pisar de los brutos, que se abaja
Dirás el suelo, y que á tus plantas muge:
El corazon en lo interior trabaja
De gozo y de temor al vivo empuje:
Ya el eco dando, la trompeta impele
los belicosos ánimos que inflama:
Espuelas pican, sueltan riendas luego,
Bajan lanzas, la tierra escupe fuego.


LXV

   «De allí alguno sacó perpetuo sueño,
Y un instante bastó para acaballo:
De una parte un corcel corre, sin dueño,
Y de otra parte, el dueño sin caballo.
Cae la soberbia inglesa de su empeño,
Que á dos ó tres ya alcanza el triste tallo;
Y aquellos que han buscado el trance rudo,
Hallaron, más que arnés, malla y escudo.


LXVI

   «Gastar palabras en contar estremos
De fieros golpes, crudas estocadas,
Es de esos que del tiempo conocemos
Gastadores, en fábulas soñadas:
Basta por fin del caso que espliquemos
Que con proezas grandes y variadas,
Quedó por nos la palma y la victoria,
Y triunfantes las damas, y con gloria.


LXVII

   «Junta el Duque á los doce vencedores
En sus salas, con fiestas y alegría:
Cocineros emplea y cazadores,
De las damas la hermosa compañía,
Para dar á sus nobles salvadores
Banquetes mil, cada hora, y cada dia,
Mientras parar los doce en Inglaterra
Puedan, ausentes de su dulce tierra.


LXVIII

   «Mas dicen que con todo el buen Magricio
Codicioso de ver las cosas grandes,
Apartóse y fue á dar donde un servicio
Notable á la Condesa hizo de Flandes;
Y como quien no es ya ningun novicio,
Mavorte, en todo asunto en que tú mandes,
Mató en campo un francés, que en mal destino
Tuvo allí de Torcuato y de Corvino.


LXIX

   «De los doce tambien en Alemaña
Uno tuvo furioso desafío,
Con un germano astuto, que con maña
Quiso burlar su honor, con fraude impío.»
Esto cuenta Velloso; y la compaña
Le pide que no deje en tal desvío
A Magricio y Condesa, ni tampoco
Al que venció al Germano estime en poco.


LXX

   Mas cuando están la historia ya aguardando,
Vea aquí que el Mestre, que en sus artes anda,
Toca el pito; y se agitan despertando
Los marinos de la una y la otra banda;
Y porque viene el viento refrescando,
Los rizos de la gavia coger manda;
Y dice:«Alerta estad que el viento crece
De aquella negra nube que aparece.»


LXXI

   Y los rizos no bien toman veloces,
Cuando estalla la súbita procela:
«¡Amaina (dice el Mestre á grandes voces)
Amaina (grita) amaina la gran vela!»
Mas no esperan que amainen los feroces
Vientos, que ya la lona rota vuela,
Convertida en pedazos, con tal ruido,
Que parece que el mundo es destruido.


LXXII

   Alzase aquí la grita de la gente,
Del súbito temor el alma yerta,
Que la vela al volar, la náo pendiente
Dejó, y de mar henchida la cubierta.
«¡Alija (gritó el Mestre rudamente:)
Alija: todo al mar, órden y alerta:
A la bomba den unos, no parando:
Apretad, que nos vamos anegando.»


LXXIII

   Y corren los soldados animosos,
Dando á la bomba, mas su ardor contrastan
De la mar los balances temerosos,
Que contra el bordo opuesto los aplastan:
Tres marinos, de bríos poderosos,
A manejar la caña ya no bastan:
Trabes la ponen de una y otra parte,
Sin que de hombres alcance fuerza y arte.


LXXIV

   Tales los vientos son, que no pudieran
Mostrar más fuerza de ímpetus crueles,
Si á la sazon que derribar tuvieran
Dos torres de fortísimas Babeles.
En los mares, que altísimos crecieran,
El pequeño grandor de unos bateles
Muestran las grandes naos, y da espanto
De ver cómo en las olas duran tanto.


LXXV

   La mayor en que está Pablo de Gama,
Roto el palo maestro, va contino
El mar tragando ya: la gente clama
Á Aquel que á nos salvar á todos vino.
No menos gritos de doquier derrama
La nave de Coello, ya sin tino,
Con quien el Mestre tuvo tanto tiento,
Que antes amáina que estallara el viento.


LXXVI

   Ora junto á las nubes los subian
Las ondas de Neptuno furibundo:
Ora á tocar dirás que descendian
Las íntimas entrañas del profundo.
Noto, Austro, Bóreas y Aquilon querian
Fieros romper la máquina del mundo:
La noche oscura y fea se alumbraba
De rayos con que el polo se inflamaba.


LXXVII

   Las aves de Alcion su triste canto
Junto á las bravas costas despidieron,
Al recordar aquel pasado llanto,
Que las aguas furiosas les trajeron:
Los delfines amantes entre tanto
En las cuevas marítimas se hundieron,
De la borrasca huyendo, y vientos duros.
Que ni allí les permite estar seguros.


LXXVIII

   Nunca tan vivos rayos fabricára
Contra el ciego furor de los gigantes
El que del entenado bien forjára,
Gran herrero, las armas rutilantes,
Ni tantas el gran Júpiter lanzára
Á la tierra centellas fulminantes,
En el diluvio que tan solo huyeron
Los que en gente las piedras convirtieron.


LXXIX

   ¡Cuántos, montes entonces derribaron
Las ondas que batian denodadas!
¡Cuántos árboles viejos arrancaron
De los vientos las furias desatadas!
Las violadas raices no pensaron
Que fuesen nunca al cielo reviradas,
Ni las hondas arenas que pudiese
Tanto el mar, que sobre él las revolviese.


LXXX

   Vasco de Gama, al ver que tan de cierto
El fin de su deseo se perdia,
Viendo el mar, ora hasta el infierno abierto,
Ora que hasta los cielos se subia,
Confuso de temor, de vida incierto,
Pues que ningun remedio le valia,
A aquel remedio acude venerando,
Que puede lo imposible, así esclamando:


LXXXI

«¡Oh celestial Autor de cuanto existe,
Que mar, y tierra, y cielo, señoréas!
Tú, que á todo Israel refugio diste
Por mitad de las aguas Eritréas:
Tú, que á Pablo libraste y defendiste
De sirtes arenosas y ondas feas,
Y con su grey guardaste á aquel segundo
Poblador de anegado y vácuo mundo:


LXXXII

   «Si tengo muchos trances peligrosos
De Caribdis y Scilas ya pasados:
De otras Sirtes, y bajos arenosos,
De otros Aeroceráunios dominados,
Al fin de tantos riesgos trabajosos,
¿Por qué somos de Tí desamparados,
Cuando esta empresa nuestra no te ofende,
Sino que solo á tu servicio tiende?


LXXXIII

   «¡Oh dichosos aquellos que pudieron,
Entre las duras lanzas Africanas
Morir, mientras que fuertes sostuvieron
La Fe santa en las tierras Mauritanas!
Que de ellos grandes hechos se supieron.
De ellos quedan memorias sobrehumanas:
Y la vida ganaron sin perdella,
Dulce haciendo la muerte el honor de ella.»


LXXXIV

   Esto al decir los vientos, que luchaban
Como toros indómitos mugiendo,
Más y más la tormenta acrecentaban,
Por las menudas jarcias recrugiendo:
Los relámpagos vivos no cesaban,
Y el trueno avisa que se están ya haciendo
Los elementos entre sí la guerra
Y el cielo va á caer sobre la tierra.


LXXXV

   Mas la amorosa estrella al fin lucia
Por delante del sol, al horizonte;
Y mensajera plácida del dia,
Visitaba la mar, la tierra, el monte.
La diosa que en los cielos la regia,
De quien huye el signífero Orionte,
En cuanto vió la mar y cara armada,
De miedo y rabia á un tiempo fue asaltada.


LXXXVI

   «Obras estas de Báco son, de cierto,
(Dijo) mas no será que avante lleve
Tan dañada intencion, que descubierto
Me será siempre el mal á que se atreve.»
Y baja en el instante al mar abierto,
Gastando en el camino espacio breve,
Y allí manda á las ninfas amorosas
Que ornen sus sienes de fragantes rosas.


LXXXVII

   Ceñidas de guirnaldas de colores,
Sobre cabellos áureos á porfía,
¿Quién no dirá que nacen rojas flores
De el oro natural que allí las cria?
Ablandar determina con amores
De los vientos la horrenda compañía,
Mostrándole las caras ninfas bellas,
Que peregrinas viene más que estrellas.


LXXXVIII

   Y así fue; porque luego que llegaron
A sus ojos, al punto desfallecen
Las fuerzas con que de antes batallaron;
Y parece que humildes ya obedecen,
Y que los pies y manos les ataron
Los cabellos, que al sol mismo oscurecen:
Y á Bóreas, á quien tanto ella queria,
Dícele así la angélica Oritía:


LXXXIX

   «No creas, fiero Bóreas, que te creo
Que me tuviste nunca amor constante:
Que señal es de amor más blando arréo:
Y no es propio el furor de fino amante;
Si pues no pones fin á horror tan feo,
No aguardes más de mí que en adelante
Te pueda ya querer, sino temerte,
Que amor contigo en miedo se convierte.»


XC

   Asimismo la hermosa Galatéa
Decia al crudo Noto, que bien sabe
Que dias há que en verla se recréa,
Y hoy quiere que con él todo se acabe;
De ver que ya su amada le procura;
Que luego será blanda, si hoy es dura.


XCI

   De igual arte las otras amansaban
De súbito á los otros amadores;
Y á Vénus bella luego se entregaban,
Amansados la fuerza y los furores;
Y ella les prometió, viendo que amaban,
Sempiterno favor en sus amores;
Y en sus manos de rosa el homenaje
Toma de su lealtad en aquel viaje.


XCII

   Ya daba el alba clara en los oteros
Que fertiliza el Gánges y el sol dora,
Cuando desde el gavion los marineros
Divisaron la tierra por prora.
Pasados la borrasca y mares fieros,
Ya ningun miedo el pecho les azora;
Y alegre dice el nauta Melindaño:
Tierra de Calecut, si no me engaño.


XCIII

   «Esa tierra que allí la atencion llama,
Es la que vuestro afan tanto apetece;
Y si del mundo más ya no reclama,
Vuestro largo trabajo aquí fenece.»
No puede entonces contenerse Gama
De gozo, en ver que la India le aparece:
Y altos los brazos., y la vista al suelo,
Favor tan alto lo agradece al cielo.


XCIV

   Daba á Dios gracias, y razon tenia;
Que no solo la tierra le mostraba
Que buscado con tanto riesgo habia,
Por quien trabajos tantos afrontaba;
Sino que libertado se veia
De muerte, con que el mar le amenazaba
De los vientos alzado el duro empeño,
Como quien despertó de horrible sueño,


XCV

   Por medio de estos hórridos castigos,
De estos graves trabajos y temores,
Alcanzan los que son de fama amigos,
Las honras inmortales y mayores:
No cobijados siempre en los antigos
Troncos de sus insignes genitores:
No en los dorados lechos, ni entre finas,
Do Moscovia cubiertas Zibelinas:


XCVI

   No con manjares nuevos y esquisitos
No con paseos plácidos y ociosos,
No con varios deleites infinitos
Que afeminan los pechos generosos:
No con nunca vencidos apetitos
Que la fortuna tiene, tan mimosos,
Cuerpo vil, que no dejan que te mudes
Para ocasion ninguna de virtudes:


XCVII

Sino con aspirar con fuerte brazo
A honor, del propio honor con las ayudas,
Vistiendo el duro arnés sin embarazo,
Sufriendo tempestades y ondas crudas:
Venciendo yerto frio, en el regazo
De regiones de abrigo y sol desnudas:
Tragando el alimento ya podrido,
Con el tormento y el dolor cocido:


XCVIII

   Y el corazon forzando, que se enfria,
A esperar bien seguro, alegre, entero,
El globo que encendió la saña impía,
Y lleva pierna ó brazo al compañero.
De ese arte el pecho humano callo cria,
Despreciador de rango y de dinero,
De dinero y favor que la ventura
Forjó, que no virtud costosa y dura.


XCIX

   De ese arte se esclarece el pensamiento,
Que hacen las esperiencias contenido;
Y vé de allí, como desde alto asiento,
El bajo trato humano retorcido.
El que obre así, con alto y recto intento,
Y no de otros afectos poseido
Subirá (como debe) á escelso mando.
Contra su voluntad, y no rogando.