Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


80

lujerías. No encuentro el término en los glosarios consultados. Debe de estar relacionado con lujo y su significado puede ser «riquezas», aunque con cierto sentido despectivo, de acuerdo con el contexto en que aparece.



 

81

la fama que de enamorados tienen los portugueses. Es frecuente en los textos del Siglo de Oro la caracterización de los portugueses como enamorados, así se pone de manifiesto en el cap. X del Libro I del Persiles, «De lo que contó el enamorado portugués». Al igual que Manuel de Sosa Coitiño en la obra de Cervantes, el conde Faustino muere de amor a consecuencia de una relación imposible, que recuerda algo la mantienen don Fernando y Dorotea, entre señor y vasalla, aunque aquí el arreglo no es factible entre ambos, a causa de la diferencia social existente y la moralidad imperante en el relato.



 

82

mi remedio. La enfermedad de amor es un elemento que suele aparecer en la narrativa de aventuras peregrinas y también en la llamada novela cortesana. Se le conoce con el nombre de erotes y los remedios que se proponen para su curación son similares a los que se detallan luego en el relato. «Erotes llamaron a aquella melancolía que procede de mucho amor; curábanla con vino, baños, espectáculos, representaciones, músicas y cosas alegres, que separaban el entendimiento de aquella imaginación profunda», El peregrino en su patria, op. cit. p. 141. No siempre se tomó la enfermedad y muerte por amor como algo meramente literario, sino que aparece en textos de carácter más o menos científico. Así lo encontramos en el libro de Oliva Sabuco de Nantes, quizá obra de su padre, Miguel Sabuco, en el que se señala al respecto: «no pudiendo alcanzar lo que se ama, y desea, da gran tormento y angustias, y también mata, como es cosa común y notoria a los enamorados; y todo el mundo sabe que muchos y muchas murieron de amores; y otros y otras muchas se mataron», Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, ed. Atilano Martínez, Madrid, Editora Nacional, 1981, p. 103. A continuación se señalan varios remedios de amor, algunos procedentes, como parte de los mencionados en la narración de Martínez Colomer, de los Remedia amoris, de Ovidio. Sobre el tratamiento médico de la enfermedad amorosa, cfr. Keith Whinnom, prólogo a Diego de San Pedro, Obras completas, Cárcel de amor, Madrid, Castalia, 1971, p. 13 y ss.



 

83

El título de este capítulo es bastante parecido al que tiene el quinto de la primera parte de Don Quijote: «Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero».



 

84

la música. Sobre los efectos de la música cfr. Tomás de Iriarte, La música, Madrid, Imprenta Real, 1779, especialmente el canto II, aunque no hay referencia explícita a la música como remedio amoroso.



 

85

lastio, lidio, frigio, dorio y aeolio. Son los tonos clásicos de la música griega. El excurso sobre la capacidad de la música para curar enfermedades de amor, con los personajes aducidos al respecto, puede proceder de cualquier poliantea de la época.



 

86

tarántula o araña apulia. El nombre de araña apulia procede de que eran especialmente frecuentes en las llanuras de Apulia, en Italia. Sobre la curiosa cuestión de la música como medicina o remedio a la picadura de esta araña cfr. Luis Robledo, «Poesía y música de la tarántula», Poesía, 1979-80, 5-6, pp. 223-232.



 

87

Con apacible rostro. El poema, en torno a la locura que produce el amor y la necesidad de huir de este sentimiento, ofrece un marcado carácter didáctico semejante a algunas fábulas de la época, que condensan una moraleja o enseñanza moral en los versos finales. Métricamente el poema ofrece el esquema de la octava real. A este respecto se puede recordar que el autor parece considerarla como una estrofa fácil, puesto que el protagonista de El petimetre pedante, el marqués de Monteblanco, consigue escribir una octava muy mala, aunque él está satisfecho con el resultado: «Ya se pasea aceleradamente, ya se arrima contra una pared, ya reclina la frente sobre un ángulo del aposento, ya se rasca la cabeza, ya se pone sobre un pie, ya sobre otro; y al cabo de haberse roído la metad de la yema de un dedo, como Sancho Panza cuando no se acordaba de la carta de D. Quijote para Dulcinea, le acudió el primer verso de una octava», op. cit., p. 58.



 

88

Solimán Dragut. Puede tratarse del mismo personaje que aparece mencionado en el romance de Góngora «Amarrado al duro banco [...] un forzado de Dragut», que se menciona también en otras composiciones del Siglo de Oro, cfr. Robert Jammes, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Castalia, 1987, pp. 320-321. Para la cuestión del cautiverio en su dimensión real e histórica y su reflejo en la obra literaria cfr. George Camamis, Estudios sobre el cautiverio en el Siglo de Oro, Madrid, Gredos, 1977; Emilio Sola, Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos, Madrid, Tecnos, 1988, y Emilio Temprano, El mar maldito. Cautivos y corsarios en el Siglo de Oro, Madrid, Mondadori, 1989, entre otros.



 

89

bey es el nombre que se da entre los turcos a los gobernadores, cfr. Viaje de Turquía, ed. Fernando García Salinero, Madrid, Cátedra, 1980, p. 419 y ss.



 
Indice