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María Rosa, flor del Quillén [Fragmentos]

Marta Brunet





«Y la convicción de que no había ninguna como ella le hizo lentamente un alma de orgullo, cerrada y fiera, que al correr de los años creció hasta ser la base de su personalidad [...] Pero lo que más la ufanaba, lo que le esponjaba el alma, era verse la más bonita de las mujeres de la hacienda, la que gozaba de mayores consideraciones, la que poseía más comodidades en la puebla. Era un orgullo humilde que vivía en el fondo de sí misma, sin exteriorizarse, alimentado en la conciencia de su propio valer».



«En su espíritu acaba de surgir la visión de su vida futura. Se veía empujada en los brazos de Pancho por una fuerza superior a su voluntad. ¡Sería el destino! Su vida tan clara, tan nítida, se complicaba, se hacía oscura, entraba en el círculo de las mentiras, de los disimulos, de las traiciones, de las hipocresías. Ya no podía decirse con íntimo orgullo que como ella no había ninguna y que bien harían llamándola la flor del Quillén. [...] Nunca. No podía darse al amor. Aquella embriaguez de ilusión había que olvidarla. En su vida no habría caricias, ni besos, ni charlas, ni miradas, ni esperas, ni sobresaltos, ni miedos, ni iras, ni rencores, ni remordimientos. En su vida no habría nada. [...] Y lloraba con angustia porque, por segunda vez -voluntaria y definitivamente, sus días volvían a la rutina que los aplastaba».



«Recobrada su personalidad de Flor de Quillén... Mentir, simular, hacer cualquier cosa, provocar un escándalo, llegar al crimen, pero que nadie supiera nada, que todos creyeran en una agresión, basándose en su protesta iracunda, nada».







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