Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoLa luz de Benedetti

Francisco Ramos (Universidad de Valencia)



una mujer querida o a querer
exorcisa por una vez la muerte


Mario Benedetti
A Noelia
               


Antes de comenzar la comunicación sería conveniente señalar los tres objetivos que nos hemos propuesto en nuestra exposición: el primero de ellos es demostrar la importante relación que existe entre la mujer y la mirada, analizando toda la imaginería de la mujer en la poesía de Benedetti, el segundo unir a la mujer con el amor, ya que ambos elementos forman un todo poético, y, por último, trataremos de relacionar a la mujer con el momento de la nostalgia.

1) «Que sin ella sus ojos no tenían qué mirar»

La primera nota que se puede extraer al analizar el tratamiento de la mujer en el poeta uruguayo es que hay distintos tipos de mujeres, pero todas éstas se encierran en el término genérico de Mujer, es decir, no son mujeres con nombre y apellidos, es la mujer como tal, como sujeto poético en sí, es una Mujer que recoge a todas las demás en una sola unidad poemática.

Al analizar el tratamiento de la mujer en la poesía de Mario Benedetti podemos comprobar que a menudo la mujer tiene una estrecha ligazón con la mirada. Este importante elemento poético ya lo dilucidamos en uno de los primeros poemas de Mario dedicados a la mujer, titulado «Asunción de tí» (Solo mientras tanto):


    Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada.

Aquí la mirada es el todo, es un núcleo, una abstracción oculta, escondida, elemental, pero que ni siquiera sentimos su presencia. Es una mirada extraída del rostro de la mujer, es un sujeto autónomo. La mirada es el símbolo femenino, es la que recoge a la mujer y la hace nacer a partir de sus ojos.

Por su lado, es el poeta el que capta el cuerpo de la mujer, por eso se trata la imagen femenina en su desnudez, es lo que realmente la dota de belleza. Es la mirada del poeta la que mira a la mujer, la codifica y la transforma en verso. El poeta detiene a la mujer en su paso rápido, la mira y a partir de esa mirada fruitiva la crea poéticamente200. Pero aquí cabría hacer la aclaración que también existe la mujer como creación poética en sí, como ente poético propio, como sujeto autónomo201.

Y es que ver, mirar a la mujer es una necesidad para huir de la monotonía de la oficina, del hastío de los documentos, las boletas y los impresos. La mujer es ese pretexto para escapar de los archivos, es ese aire natural que nos ayuda a hacer más respirable el aire artificial de la oficina.

A veces el rostro de la mujer mengua y se convierte en mirada. La mirada es esa lucecita que nos ilumina por las noches, es esa ventanita por la que se abre paso el alma, la mirada es la mujer entera. La mujer desnuda es una lámpara que nos da luz en lo oscuro. La mujer en Benedetti es una imagen que conlleva de por sí una necesidad primordial, la desnuda es una fiesta, es un acontecimiento, «una mujer desnuda y en lo oscuro» es un sol que nos llama a tocarlo. Una mujer es un candor, es un fuego que nos mata el frío, es, sencillamente, una estrella acostada a nuestro lado.

La mirada también significa la recuperación de la infancia («Mucho más grave», Poemas de otros). Es la mujer la que rescata el pasado del poeta, lo rehace, lo reconstruye y lo «riega mirándolo». Es decir, la mirada también es capaz, con sus lágrimas, de rehacer de nuevo la juventud, formando un lindo arcoiris con la salida del Sol.

Es la mirada de la mujer la que crea futuro, la que hace nacer el tiempo. Por tanto, la mujer refunda el pasado e inaugura el futuro, y en medio, elabora, con su presencia silenciosa, el presente.

También la mirada es un modo de aprendizaje de la mujer. Mirándola se aprende su forma, su cuerpo, su cabello, sus manos, sus pies, con nuestra mirada también aprendemos a mirar cómo mira la mujer. Mirar, por tanto, también es amar, querer a la mujer tal y como es («Táctica y estrategia», Poemas de otros).


Mi táctica es
mirarte
aprender como sos,
quererte como sos.

La mirada no es silencio, mirar es hablar con los ojos, a veces el lenguaje de la mirada tiene incluso más importancia que el lenguaje de las palabras («Los formales y el frío», Poemas de otros):


    Su mirada la de él tomaba nota
de cómo eran sus ojos los de ella
pero sus palabras las de él
no se enteraban de esa dulce encuesta.

La mirada de la mujer en la poesía de Benedetti tiene tanta importancia que el propio poeta se asombra («Hombre que mira a una muchacha», Poemas de otros). Es una importancia inconsciente, que apenas se deduce, sólo se da cuenta de su necesidad cuando ha desaparecido, es entonces cuando la mujer se convierte en nostalgia.

Incluso nos encontramos con una parte del libro Poemas de otros titulada «Trece hombres que miran». Es la mirada del poeta la que crea el mundo, es ésta la que dota de sentido poético a la mujer. Hay un momento en el que la tierra se convierte en mujer («Hombre que mira la tierra»), reseca y vieja por el paso de la Historia. Es con el acto del agua cuando se transforma en símbolo de la reproducción y se forma un barro con charcos que parecen ojos, y es que la tierra-mujer también mira; ese hombre que mira la tierra se ve reflejado en sus huellas, en esos espejos que se crean por donde él camina.

En contraposición a la mirada (los ojos) nos encontramos con las manos. Si la mirada significa el alma interior de la mujer las manos (y también a menudo los pies) significan su alma exterior, es decir, su imagen desnuda. Son sus ojos los que dejan entrever sus sentimientos, son nuestras manos las que sienten la belleza de su desnudez más corporal. La distinción entre su imagen y su alma se ve en el poema «Hombre que mira el cielo», en el que aparecen los siguientes versos:


    Y que vos muchachita sigas alegre y dolorida
poniendo en tus ojos el alma
y tu mano en mi mano.

En la mirada tirita el alma, en ella descansa la fluidez del agua interna. Sin embargo, en las manos se recoge toda la mujer en su desnudez, ya que normalmente las manos son la única parte del cuerpo que queda al aire, junto al rostro, donde a la vez se encuentran los ojos. Además, las manos crean un lenguaje propio: el lenguaje de las caricias («Hombre que mira a una muchacha», Poemas de otros):


    Tus lindas manos mágicas
que te expresan a veces mejor que tus palabras.

La mirada también es importante en el momento de la nostalgia. Cuando la mujer se ha marchado solo queda soñarla, encerrar su mirada en el recuerdo, y lo único que deseamos que regrese son sus ojos, que, aunque estén cerrados, durmiendo, apagados, son imprescindibles para la oscuridad de la soledad. Esto aparece en el poema «Chau número tres» (Poemas de otros):


    y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirandoté.

2) «el amor viene y va y regresa»

La mujer, por otro lado, aparte de a la mirada, está íntimamente unida al amor. No existe el amor sin la mujer, ésta es un sentimiento que a veces se confunde en el corazón con el amor. Con el amor, el «yo» individual del hombre y la mujer se convierte en «nosotros», la primera persona singular pasa a ser primera persona plural. Según el propio poeta «el amor es uno de los elementos emblemáticos de la vida. Breve o extendido, espontáneo o minuciosamente construido, es de cualquier manera un apogeo en las relaciones humanas». «El amor es un centro», mejor dicho, el amor es el todo, incluyendo a la mujer, naturalmente. El amor es una marea de la sangre, un ideal, es un árbol que poco a poco pierde sus hojas y se convierte en un «fantasmita», en un tronco desnudo que perdura hasta que cae por el propio pudrimiento de la madera. En este amor también hay una imposibilidad de conocer plenamente al otro, por mucho que creamos que lo conocemos, ese conocimiento es poco, nunca podremos saber lo que siente en cada momento nuestro amante, sólo lograremos conocer sus aspectos más superficiales: su cuerpo, a través de nuestras caricias, sus miradas, a través de nuestros ojos, la tristeza corporal, sus gestos, etc... esto lo vemos en el poema «Es tan poco» (Poemas del hoyporhoy):


    Lo que conoces
es tan poco
lo que conoces
de mí
lo que conoces
son mis nubes
son mis silencios
son mis gestos
lo que conoces
es la tristeza
de mi casa vista de afuera.

En este amor la mirada resurge de nuevo. Si la mujer se reduce a la mirada, el amor sólo sobrevive con el juego de las miradas. Es la mirada lo que configura la unión de ambos («Estados de ánimo», Poemas de otros):


    Sereno en mi confianza
confiado en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.

Esta mirada de pareja tiene en «Asunción de tí» su reflejo en la unidad del agua de una fuente, espejo de ambos sujetos poéticos, y que en cuya profundidad espían y reconocen sus almas, es en ese contexto acuático donde se desarrollan y se construyen un futuro, descubriendo quiénes son esos «nosotros» que ni siquiera saben que están ahí, temblando en el líquido unitario de ambas miradas.

Por otro lado, la unión espiritual de ambos espíritus corporales se produce de acuerdo a la existencia de los otros. Son los demás los que crean la unidad de ambos amantes («Asunción de tí»):


    Eras sí pero ahora
suenas un poco a mí.
Eras sí pero ahora
vengo un poco de tí.
No demasiado, solamente un toque,
acaso un leve rasgo familiar,
pero que fuerce a todos a abarcarnos
a ti y a mi cuando nos piensen solos.

Son los otros, el «ellos», los que dan unidad amorosa a ambos cuerpos, solo incluso con pensarlos, solo con imaginar a ambos en un plural.

A menudo, en esta línea, el poeta pasa de la individualidad de la primera persona a la contemplación de los otros, y es su mirada la que los une, es él el que inaugura en su imaginación la pareja a la que está observando. Este acto de unión de los otros se ve claramente en el poema «A la izquierda del roble» (Noción de patria), en el que, de nuevo, juega un papel importantísimo la mirada. El poeta es el que crea, o mejor, imagina una conversación, un diálogo, ya que él no escucha, no oye, solo le llega un susurro, el eco murmurante de unas palabras que poseen la cualidad de mirar.

El amor significa posesión, pero también desposesión, pérdida; el amor es vida y muerte, el amor es, en definitiva, mirada y ceguera («Corazón coraza», Noción de patria):


    Porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro.

En la poesía de Benedetti el amor tiene un principio en la mirada y un final en la separación, y, por tanto, en la soledad. Es ésta la que nos hace comprender el amor, sin nostalgia éste no ha existido.

Si el amor posee un principio y un final hay que vivirlo, entregarse a plena vida, abandonarse antes de que esta abundante dicha desaparezca, antes de perder ese fuego hay que avivarlo. Es el carpe diem, disfrutar de ese sentimiento y de su placer antes de entrar en el dolor de la nostalgia («Todo el instante», Noción de patria).

Por otro lado, en la poesía de Benedetti encontramos la imposibilidad de encontrar a la mujer «ideal». La mujer que aparece es una mujer material, que se puede tocar, besar, oler, incluso gozar, pero nunca es esa mujer que soñamos, esa mujer no existe en la tierra, solo se puede ver en los sueños, por las noches. Esto lo podemos leer en el poema «Sirena», el cual empieza con estos dos versos:


    Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche

Y acaba con estos otros dos versos:


    tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.

Es decir, la mujer de la mayoría de los poemas de Benedetti es una sirena, es esa mujer medio desnuda, bella, marítima incluso, que nos llama y cuando la buscamos, desaparece, es esa mujer que nos tienta, pero que nunca logramos alcanzar202.

3) «simplemente los seguiré en la noche»

La mujer se convierte en sentimiento en el momento en el que se ha perdido. Es entonces cuando nos sobrecoge y nos inunda la soledad, y es ésta la que nos hace recrear en el recuerdo la imagen iluminada y siempre desnuda de la mujer. Este recuerdo o nostalgia es una neblina opaca que no nos permite ver con claridad el pasado («La culpa es de uno», Poemas de otros) y en esta cortina, al final, como un faro de luz, se encuentran los ojos de la mujer, eternamente buscados como un amuleto necesario entregado al azar.

A menudo, en esta nostalgia, lo que se echa de menos es el momento de la noche («La otra copa del brindis», Poemas de otros):


    y sin dolor sin desesperaciones
sin angustia y sin miedo
dócilmente empezó
como otras noches
a necesitarla.

La noche es ese racimo estrellado en el que se deja libre la pasión y se degusta el amor verdaderamente físico, y es en la noche cuando nos encontramos realmente solos sin sentir la respiración de una mujer desnuda a nuestro lado.

Por otra parte, la noche es el espacio y el tiempo en el que se crean los sueños, éstos son lo único que nos queda de la mujer desaparecida, como ya se ha apuntado anteriormente más arriba. Los sueños son los que hacen que nos sintamos acompañados en la soledad nocturna, son ellos los que nos acercan un poco más a esa mujer que hemos perdido, pero que siempre se contrapone a la mujer «ideal», a la cual nunca podremos encontrar.

En esta separación de ambos sujetos poéticos nos encontramos con dos finales: o bien la mujer regresa de su exilio amoroso, y si vuelve, vuelve distinta, va a venir sabiendo que han compartido ambos la soledad, va a volver como si fuera otra, y vuelve para reclamar y buscar a aquella que fue en el pasado («Asunción de tí»); pero también puede ocurrir que ella no regrese, caso en el que el hombre intenta reconstruir con su nostalgia y sus sueños aquel pasado que gozaron juntos en las noches enlunadas.

En esta nostalgia nos encontramos con otro tipo de mujer: La patria. Aquí cabe hacer la aclaración de que en varios de los poemarios de Mario Benedetti aparece la patria como mujer, pero no la mujer como patria, la nostalgia del exilio por la patria es muy similar a la nostalgia del enamorado por la ida de su amada. Es en el exilio cuando esta mujer, que es la realmente necesaria, se echa de menos. El poeta intenta comparar los lugares más significativos en los que ha estado exiliado con los de su paisito, ese «trocito de tierra con forma de corazón». Se siente extranjero, extraño («en francés son sinónimos», verso del poema «Aquí lejos», Las soledades de Babel), está como ausente, lejano de sus huellas, triste por la pérdida de sus orígenes, extraña el aire montevideano, en su lejanía es de veras cuando ama su Uruguay materno. Es un náufrago que busca encontrar el puerto de su salvación, y es que su país simboliza todo: la poesía, sus amigos, Luz, la solidaridad, el amor... Es en esa separación cuando la patria se convierte en grito, en la desesperación de la más dolorosa de las soledades.

Por último, la verdadera Mujer (con mayúscula) del poeta uruguayo es la mujer que aparece en el intratexto, es decir, Luz. En ella están todas las cosas, es ella la que simboliza a la mujer benedettiana, todos los sujetos femeninos de su poesía se reducen a ella. Es la mujer por excelencia, en ella se encierra la inspiración del poeta; Luz es, nunca mejor dicho, la luz de Benedetti. La mayoría de los poemarios están dedicados a ella, Luz es su «mengana particular» (citando literalmente la dedicatoria del libro Las soledades de Babel), es su mujer, con todos los matices connotativos que la palabra conlleva. Pero, ¿es ella la mujer que aparece reflejada sobre los versos? En la poesía de Benedetti hay dos mujeres, la que se toca y se respira, la que aparece en la primera superficie de sus poemas y otra mujer, la cual se halla escondida por debajo, en una segunda superficie poemática, podríamos decir que ésta es la mujer que de algún modo da sentido al poema entero, esa mujer interna de su poesía es Luz, que actúa como soporte de toda la poesía de Mario Benedetti dedicada a la mujer.


    una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.


«Una mujer desnuda y en lo oscuro»                


Bibliografía citada

Paoletti, Mario, El aguafiestas, Madrid, Alfaguara, 1995.

Benedetti, Mario, Inventario I y II, Madrid, Visor, 1996.

Benedetti, Mario, El amor, las mujeres y la vida, Madrid, Alfaguara, 1996.

Benedetti, Mario, La tregua, Madrid, Cátedra, (Edición de Eduardo Nogareda), 1994.

Benedetti, Mario, La borra del café, Madrid, Alfaguara, 1996.

Benedetti, Mario, Primavera con una esquina rota, Madrid, RBA Editores, 1993.

Benedetti, Mario, Despistes y franquezas, Madrid, Alfaguara, 1996.

Benedetti, Mario, La realidad y la palabra, 1991.