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Según Sánchez Vidal, estos tópicos, lejos de esclarecer la figura del escritor oriolano, «han distorsionado» su obra y «siguen dificultado su recepción» (1992: 52). Si bien los tres se basan en aspectos verídicos, algunos de sus elementos se han exagerado, disolviendo los matices y las contradicciones inherentes a cualquier ser humano, lo cual trae aparejada la mitificación del escritor y el aprisionamiento de su compleja imagen detrás de los trazos generales de la caricatura.

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Este artículo, junto con «Imagen primera y definitiva de Miguel Hernández» de Rafael Alberti, que analizaremos más adelante, se recoge en el libro Miguel Hernández, coordinado por María de Gracia Ifach en 1975. Ambos serán citados a partir de la reedición de 1989.

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Presumiblemente, la razón fundamental por la que Altolaguirre hace hincapié en la producción poética hernandiana anterior al enfrentamiento bélico tal vez sea pertinente buscarla en las diferencias de criterio entre los autores con respecto al tipo de poesía que se debía escribir en tiempos de guerra. Recordemos el conocido artículo que el malagueño publicó en el cuarto número de Hora de España (abril de 1937), en su sección denominada «Diarios», suerte de miscelánea donde reflexiona sobre el conflicto armado. En este, pondera positivamente la labor de Miguel Hernández, pensando incluso que, al menos en parte, este podría llenar el vacío dejado por Federico García Lorca, pero critica con dureza el empleo de una retórica épica, que ya no cumple con sus propósitos revolucionarios, una vez clausurado el empleo del romance durante los primeros meses de la contienda, y aboga por una escritura inspirada en las experiencias personales. Por lo demás, estas diferencias daban cuenta de dos «tomas de posición» en el seno del campo cultural republicano y de un extendido debate entre los intelectuales de este.

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Las referencias a las ponencias del Homenaje a Miguel Hernández se toman de la edición impresa de este, llevada a cabo en 2007, por la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihuela.

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El manido «tríptico de la criminalidad franquista» fue conceptualizado en un artículo de Guillermo de Torre de 1948, pero se anticipaba en la mayor parte de las conferencias del temprano homenaje cubano de 1943. Por añadidura, páginas después del ejemplo citado, Guillén subraya el delito perpetrado sobre los tres poetas y alerta sobre la amenaza del fascismo mundial: «Como el crimen de Lorca, como el asesinato de Antonio Machado -porque fue un asesinato, aunque el gran viejo muriera en su almohada-, esta lenta tortura de Miguel Hernández arroja nueva luz sobre lo que el fascismo significa, sobre el peligro brutal que entraña para consolidar el predominio del espíritu sobre la fuerza» (2007: 13).

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Juan Chabás participa del encuentro con un texto breve denominado «No quedará en la muerte», en el que caracteriza a Hernández como pastor y soldado, «labrador y militar a la vez». Conforme a esto, describe su cara a través de una analogía con otro referente de la imaginería española: los ángeles del escultor barroco Francisco de Salzillo: «Tenía un rostro de ángel de Salzillo, porque los ángeles de Salzillo tienen el rostro huertano de los adolescentes de Murcia y de la huerta alicantina de su Orihuela, la cabeza rapada, como de pastor, que él lo había sido» (2007: 31).

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De ideales regeneracionistas, la editorial Calleja publicó grandes tiradas de libros a muy bajo costo, ilustrándolos con los dibujos de los artistas más destacados. Así, logró un producto atractivo y al alcance de todos, que se constituyó como lectura casi obligada de varias generaciones de niños de habla hispana (Fanjul, 2015).

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Para Jorge Urrutia, asimismo, «Las abarcas desiertas» -del ciclo previo a El hombre acecha- constituye uno de los ejemplos más indiscutibles de su presentación como proletario. Hernández ya no puede apoyar los sistemas de gobierno que se han desarrollado hasta ese momento. Se ha afiliado al Partido Comunista y cuenta con la experiencia de la vida en la trinchera. Desandadas sus dudas religiosas y sociales, comprende «que una revolución resultaba imprescindible (poema "Alba de hachas"), y esta se resuelve y resume en la lucha de clases» (2021: 20).

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No resulta demasiado difícil imaginar a Montiel vociferando los eslóganes con los que concluye su participación. Estos son: «Luchemos contra el terror de Hitler y Franco. / Luchemos para que la poesía, la cultura, la libertad, no perezcan en esta oleada de crimen y terror. / Salvemos unidos la libertad y la cultura. / Entonces, Miguel Hernández no habrá muerto» (2007: 29). Desde luego, el autor recurre a la «función movilizadora», que se diseña mediante los argumentos y tropos de la oralidad desperdigados a lo largo del artículo, y que comparte los mismos objetivos de la propaganda. En el marco de los discursos sociales, la exhortación extrae «su fuerza estimulante del recuerdo de las certidumbres del Relato socialista, a menudo modalizadas en profetismo» (Angenot, 1998: 133).

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A propósito del romancero, la guerra pudo haber sido un momento propicio para revivirlo, «pero los poetas no tenían convencimiento de lo que decían» (Jiménez, 1961: 174). Esta es la opinión de Juan Ramón Jiménez, recogida en «El romance, río de la lengua española», una de las conferencias compiladas en El trabajo gustoso. Según el poeta de Moguer, estos «eran señoritos, imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel fue Miguel Hernández» (1961: 174). Es decir, destaca la labor hernandiana a pesar de atribuirle un didactismo, «resabio escolástico de los frailes de Orihuela» (1961: 174), que desmerecería, al menos en parte, su aproximación al género romanceril; mientras denuesta y pone en evidencia el accionar de los llamados «intelectuales de retaguardia», de los cuales Rafael Alberti suele considerarse un ejemplo.

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