Menéndez Pelayo y la creación del mito de Pereda, el «Genio natural»
Borja Rodríguez Gutiérrez
UNED Cantabria / I. E. S. Alberto Pico
—231→
El 23 de Enero de 1911, en la ciudad de Santander, se inauguró solemnemente el monumento a Pereda, levantado por suscripción popular, obra del escultor Lorenzo Collaut Valera, sobrino del novelista Juan Valera.
Un Menéndez Pelayo, ya enfermo, pero perfectamente lúcido, pronunció el discurso de inauguración del monumento. El discurso es una de las mejores piezas de su autor y pone de manifiesto, una vez más, el extraordinario prosista que era Marcelino Menéndez Pelayo. Destaca en él la cuidadosa construcción, la intencionada elección de los conceptos, la perfección de las metáforas. Este discurso, emocionado y vibrante, en el que la voz del amigo se oye sin duda, no es, y avanzamos ya una de las ideas que vamos a defender en este artículo, una obra de circunstancias. Muy al contrario es la formulación definitiva, no ya de cómo Menéndez Pelayo juzgaba a Pereda, sino de cómo quería que fuese el novelista Pereda. Con la inauguración de la estatua, Menéndez Pelayo culminaba una obra que había empezado muchos años atrás, cuando ambos eran más jóvenes, el escritor de costumbres no había todavía —232→ llegado a novelista y el joven prodigio montañés esperaba de su amigo la gran novela santanderina.
El examen del discurso nos permite ver las cualidades en las que Menéndez Pelayo cifra la excelencia literaria del novelista de Polanco.
En primer lugar la inspiración. Cuando se siente inspirado, acierta como nadie, dice Menéndez Pelayo. La presentación de Pereda como artista que todo lo debe a la inspiración se repite a lo largo del discurso. Se nos habla de un escritor que escribe por vocación irresistible, que es un intérprete apasionado de la realidad, cuya fuente de literatura está dentro de sí mismo. Un escritor que en el fondo no es un escritor, sino de un caballero cristiano de moral intachable, que escribía libros, cuando la fiebre estética lo devoraba.
Ese escritor inspirado es, necesariamente, irregular. Menéndez Pelayo no tiene problema en admitir los altibajos de la obra de Pereda, es más, los saca a la luz en su discurso, puesto que esa irregularidad es una confirmación del carácter de escritor inspirado, espontáneo, que él atribuye a su amigo. Por eso el orador nos habla de que cuando la inspiración falla, desdeña todo artificio, de que alterna fuerza y desigualdad, de que hay partes débiles y borrosas en ciertas novelas... Es lógico. El artista que escribe bajo el impulso de la fiebre estética, cuando no esta preso de ella, no consigue nada valido, sólo puede recurrir a artificios que el escritor espontáneo que es Pereda, desdeña.
Para poner más de relieve la fuerza de la inspiración del polanquino, Menéndez Pelayo no duda en llamar la atención sobre unas características de Pereda que, a primera vista, pueden parecer defectos y que no dejan de sorprendernos al encontrarlas en un discurso de, eso puede parecer al principio, circunstancias: la falta de cultura literaria, la ausencia de preparación, la carencia de estudios de Pereda. El orador cuya misión es recordar la gloria del homenajeado nos dice que éste no ha tenido maestros, que leyó poco, que a la mayoría de los novelistas modernos no los conocía ni de nombre, que muchos de sus contemporáneos le aventajaron en estudio. Si entresacamos estas frases y las ponemos una detrás de otra componen un conjunto bien extraño para formar parte de un elogio conmemorativo: Alcanzó Pereda la sublimidad en —233→ dos o tres momentos de su vida y de su arte... una mezcla de candidez y de adivinación... desdeña todo artificio para disimular el cansancio... Otros contemporáneos suyos pudieron aventajarle en estudio y reflexión... No fue un artista erudito ni siquiera curioso... Todo lo encontró en su propio fondo... Se asimilaba rápidamente lo poco que leía, sin repasarlo después ni preocuparse de ello... escuelas y autores que apenas conoció más que de nombre... pocas ideas... sentimientos primordiales, técnica elemental... Una serie de alusiones que parecen más de censura que de alabanza, vistas desde nuestra óptica. Es llamativa la insistencia de Menéndez Pelayo en presentar esta, llamémosla así, incultura de Pereda como uno de sus atributos fundamentales.
Esta debilidad intelectual, conceptual de la obra de Pereda se combina en ese discurso menéndezpelayino con su naturalidad. Y en este concepto, dado que el estudio, el análisis, la reflexión, la erudición, son los atributos de los que Pereda, gozosamente según Menéndez Pelayo, carece, la naturalidad del escritor José María de Pereda, se basa en su condición de artista primitivo, entendiendo aquí primitivo en su primera acepción del diccionario, es decir, el primero en su línea, el que no toma origen en nada. Es en ese sentido en el que Menéndez Pelayo se refiere a su genio de artista, primitivo y sincero, e insiste en relacionar a Pereda con la literatura más primitiva: uno de los raros focos que nuestro tiempo ha conocido de aquella poesía robusta, patriarcal, épica en el fondo, que no se escribe para los viciosos y los refinados.
Inspiración y como consecuencia desigualdad en la obra. Inspiración, que no depende de una cultura literaria, la cual es innecesaria e incluso contraproducente. Inspiración y por lo tanto creación de algo totalmente nuevo: de esa forma un escritor se convierte en primitivo, en auténtico, en primero, en innovador: en todos los géneros donde estampó su huella, fue el más radical innovador de la literatura de su tiempo, nos dice Menéndez Pelayo. Esa inspiración, como cualidad básica de la creación literaria, es la base de un determinado concepto de la creación artística: no se trata de una operación lógica, racional, organizada o estructurada, sino que es una iluminación, una intuición.
Dado este carácter de intuición, de revelación que hay en la creación artística, Menéndez Pelayo llega a la inevitable conclusión de que Pereda no sabía como escribía, no era consciente de su arte: Lo que —234→ había de característico en su estructura mental era incomunicable, y él mismo no hubiera podido definirlo. Pereda era, nos dice el orador, un artista que se sublimaba en raptos de inspiración, en los que acertaba, en los que conseguía obras de radical innovación, pero sólo cuando le asaltaba ese golpe de intuición. La inspiración, la intuición que afligía a Pereda de cuando en cuando era tan potente, tan total que Menéndez Pelayo no duda en compararla con la iluminación divina: Cuando se apoderaba de él lo que llamaba «fiebre estética», era infalible el resultado, pero salía de aquella crisis maltrecho y rendido, como la antigua sacerdotisa de Delfos, oprimida y acongojada por el estro divino que ardía en sus entrañas. Esta descripción del proceso creador de Pereda conviene a maravilla con el del éxtasis de los poetas místicos o la revelación profética. Tanto es así que el orador recuerda la creación de Peñas Arriba como un rapto profético: nunca voló más alto su numen que el día en que, purificado por el dolor, se arrojó con filial confianza en brazos del Padre amorosísimo, después de un inmenso infortunio. Entonces Dios recompensó su fe, haciendo pasar por sus labios el ascua inflamada de los profetas de Israel, y sosteniendo sus brazos para que orase sobre las cumbres y se desatase su voz en lluvia de bendiciones al Altísimo.
Inspiración, intuición, iluminación: son todos ellos atributos del genio y como genio califica Menéndez Pelayo a Pereda: Su genio de artista, primitivo y sincero, nos dice. Y más adelante insiste: reconozcamos en él la llama del genio... Del genio tuvo muchos atributos... en condiciones propiamente geniales no le igualó nadie... el mar, tu confidente y siervo fiel, que yace a tus plantas como lebrel atraillado por tu genio. La palabra genio es la última del discurso y no por casualidad: Menéndez Pelayo era un escritor demasiado consciente como para cerrar a la buena de Dios un discurso tan importante para él.
Y un genio muy implicado, muy relacionado, totalmente enraizado en una tierra, en su región: Su genio de artista, primitivo y sincero, se compenetró de tal modo con el alma de su raza... hizo su nombre inseparable del nombre de su tierra, incorporada por él a la geografía poética del Universo... llegó a ser, por virtud de Pereda, uno de los raros focos que nuestro tiempo ha conocido de aquella poesía robusta, patriarcal, épica en el fondo... El genio de Pereda está ligado a su pueblo, a su tierra, hasta tal punto que la tierra se convierte —235→ en foco, en fuente de esa genialidad, y llega a integrarse en la geografía poética del universo.
Y esto es así porque Pereda es un poeta. Una vez más, insisto en que el discurso de Menéndez Pelayo es una soberbia creación, una obra cuidada y meditada. Y aquí hay que fijarse como el autor introduce el concepto de poesía y de Pereda como poeta. La montaña, la patria común de Pereda y Menéndez Pelayo queda incorporada a la geografía poética, es el foco de una poesía robusta, patriarcal, épica, Pereda es explorador de un mundo poético nuevo. Frente a esta caracterización, llama la atención las continuas piruetas dialécticas a las que se entrega Menéndez Pelayo para evitar la identificación de Pereda con la novela. Es cierto que al principio del discurso llama a Pereda gran novelista. Pero también que entrado ya el discurso en uno de sus puntos culminantes describe así la obra de Pereda: En el cuadro de costumbres, en la sátira política, en el idilio rústico, en la tragedia del mar ávido de humanas vidas, en todos los géneros donde estampó su huella, fue el más radical innovador de la literatura de su tiempo. Evidentemente que la sátira política puede ser Don Gonzalo, el idilio rústico, El sabor de la tierruca y la tragedia del mar Sotileza. Pero el caso es que no aparece aquí la palabra novela, que a lo largo del discurso sólo oímos asociada a la única censura auténtica que hace Menéndez Pelayo a Pereda: hay una parte débil y borrosa en ciertas novelas donde el fin moral no llegó a vencer las asperezas de la forma. Poeta sobre todo, ésa es la impresión que el discurso nos quiere trasmitir. ¿Y por qué poeta?
Russell P. Sebold, en un preciso y precioso análisis de la elegía que Zorrilla dedicó a Larra1, la elegía que leyó ante su tumba y que catapultó a la fama al poeta de Valladolid, ha notado la presencia de la idea de la misión del poeta sobre la tierra, ese cometido sagrado al que el poeta debe dedicar sus esfuerzos. Indica Sebold que Zorrilla, presenta a Larra como un escritor afligido por esa misión, para lo cuál es necesario calificar a Larra como poeta, a pesar de que ni ahora ni entones la gloria de Fígaro le llegó por su poesía. De la misma forma procede Menéndez Pelayo, que, aunque no llega a dar el nombre de misión a la labor de Pereda, sí que la plantea claramente a lo largo de todo el discurso. Pereda —236→ estaba destinado a ser el poeta de la raza y la patria cántabra, a hacer sentir el nombre de su tierra, antes ignorada, en todo el universo, uniendo la tierra natal de ambos amigos y la moral cristiana en un mensaje inmortal.
La unión de Pereda con su tierra y con todos los montañeses se repite a lo largo del discurso: fue montañés de nacimiento, de linaje, de corazón, de costumbres, se identificó con el paisaje, es morador perpetuo de la montaña, estaba enamorado ciegamente de ella. Su misión fue cumplida con éxito pues gracias a él la montaña adquiere un nombre, una realidad, una individualidad: al traducirlos en hojas que no han de morir, hizo su nombre inseparable del nombre de su tierra, incorporada por él a la geografía poética del Universo. Lo que antes no era más que un plácido y oscuro rincón de la Península, que muchos apenas distinguían de las provincias colindantes, llegó a ser, por virtud de Pereda, uno de los raros focos que nuestro tiempo ha conocido de aquella poesía robusta, patriarcal, épica en el fondo... Una tierra hasta entonces desconocida por todo el mundo entra de lleno en el ámbito universal del arte, gracias a la obra de un escritor que para ello no toma nada de fuera sino de su propio fondo. Ese fondo de Pereda, que está tan unido a su tierra, a esa montaña de la que es morador perpetuo, nos lleva a que, como consecuencia necesaria, lo que saca Pereda de su propio fondo lo saca de la tierra natal, de la montaña. Pereda saca lo más profundo de la tierra de Cantabria y lo convierte en arte, hace de la Montaña una tierra universal, funde su nombre con ella y ascienden ambos, el nombre del novelista y el nombre de su patria, al olimpo del arte: Su nombre es para los montañeses dispersos por ambos mundos el símbolo de la región y de la raza... estos lugares que tanto amó y que por él sonaron en lenguas de gentes para quienes era peregrino hasta el nombre de Cantabria...
Si ha cumplido esa misión, está claro que el orador no exagera al definir al homenajeado como hombre providencial, y más aún si a su «misión patriótica» une una «misión moral» y cumple ambas, y las junta y confunde a la mayor gloria de la tierra y la religión: su literatura es el reconstituyente más enérgico que puede aplicarse a la generación que hoy crece, marchita de voluntad antes de haber vivido, y enferma de escepticismo antes de haber pensado. La misión de Pereda sobre la tierra era una misión santa y benéfica, y por eso retrata Menéndez Pelayo al escritor de Peñas Arriba, como un —237→ santo: era el más sano de los hombres. Esta buena salud moral de que disfrutó siempre... Su arte noble y varonil... página en sus libros que... contienen altísimas enseñanzas, tanto más eficaces cuanto más inesperadas... el alma de Pereda íntegramente cristiana, con práctico y positivo cristianismo.
Con arte, con cálculo, con conceptos bien definidos y con una idea en mente va desarrollando Menéndez Pelayo a lo largo de este discurso el retrato de Pereda. Un escritor en el que se dan cita la inspiración, la intuición y que debe cumplir una misión poética y propagar un mensaje artístico nuevo sobre la tierra. Un escritor irregular, que escribe a golpes de inspiración fulminantes, distinto, auténtico, primero y único en su género. Un genio de una especie de las que ya no se dan en esa época aguada y desangelada en la que ambos han vivido. Un genio que extrae su particular poesía de la propia raza y tierra a la que pertenece, de la que se hace portavoz y estandarte y que es a la vez la fuente y el destino de su obra.
Estas ideas, a las que da forma definitiva Menéndez Pelayo, en su discurso del 23 de Enero de 1911, no son en modo alguno nuevas. Muchas de ellas ya se habían enunciado antes, una veces directamente, otras veces de forma más velada.
Casi treinta años antes2, en su artículo sobre El sabor de la tierruca, ya exponía varias de las ideas que henos visto en este discurso. Sin duda Menéndez Pelayo también consideraba este escrito una pieza básica en su visión crítica de Pereda, pues su parte inicial es la misma que abre el Prólogo a las Obras Completas de 1893 y en cuyo Prólogo se reproducen todas las ideas del artículo que aquí mencionamos.
La especial
unión con la tierra montañesa, con la patria
común de ambas, aparece desde el primer momento: «Pereda, el más montañés de
todos los montañeses, identificado con la tierra natal, de
la cual no se aparta un punto, y de cuyo contacto recibe
fuerzas»
(101-102). Esa unión con su tierra, que
hace que, según Menéndez Pelayo, sea reverenciado por
todo montañés (102), es el triunfo que más
agrada a Pereda (102) aunque Menéndez Pelayo reconoce que no
sea lo que más halague —238→
la calidad literaria. Hablando de Don Gonzalo...
algunos años antes, en 1879, esta unión íntima
e irrevocable, hace decir al crítico de manera más
brusca: «Cuanto más realista y
más provinciales sean sus cuadros, más en su cuerda
estará, y más le querremos y admiraremos los
montañeses, que respiramos con delicia en sus obras el
ambiente de la tierra nativa. Si los de fuera no comprenden
esta literatura no es nuestra la culpa (El subrayado es
mío)
»3.
Y tres años antes, en 1876, hablando de Bocetos al
temple, no duda en decir que «Es un
escritor por excelencia montañés. Es la
Montaña personificada y en esto cosiste gran parte de su
gloria»
4.
El artista
primitivo, inspirado, está también presente en el
escrito dedicado a El sabor de la tierruca.
Menéndez Pelayo insiste en que la habilidad de Pereda es una
habilidad personal e intransferible, propia de una condición
genial: va siempre detrás de lo individual y lo concreto
(103), sin cálculo sin plan. Es un artista instintivo uno de
los que «van embelesados tras de lo
particular»
(104) y por ello su literatura es reflejo de
ese exterior. Y no puede ser de otra manera, «porque ésa es su índole y
ése su temple artístico, porque así fue desde
sus principios, y porque no podrá ser otra cosa sin
condenarse a la esterilidad y a la muerte»
(103-104).
Pero, si tan
importante es lo exterior para el novelista, ¿hasta
qué punto el mérito de la creación es suyo?
¿Qué es lo que hay de consciente, de meditado, en esa
creación? «Si conociera
Vd. a Pereda, con sólo hablarle
una vez encontraría Vd. la clave de todo esto,
comprendería hasta qué punto llega en él la
influencia fascinadora de lo exterior, y no le exigiría la
unidad lógica que el sujeto impone, sino la unidad
orgánica y viviente que el objeto trae (las
cursivas son del propio Menéndez
Pelayo»
5.
Así dice el crítico en una carta a propósito
de La Puchera. Es decir que no hay planificación ni
creación consciente, que el —239→
creador, el sujeto como dice Menéndez Pelayo
no elige el tema, le da forma, le domina y moldea, sino que el
tema, el objeto, avasalla al creador y se le impone. De
esta forma lo mejor de Pereda no viene de él mismo, sino del
exterior: «Yo confieso que en las novelas
de Pereda, [...] llega a desagradarme lo que no es rústico y
agreste, y me impaciento hasta que tornan los Niscos y Chiscones,
por muy bien y discretamente que haga hablar el autor a personajes
de condición superior y más altos propósitos.
Y no es desventaja del autor, sino ventaja de los tipos»
(105). Con lo que no es extraño que Menéndez Pelayo
afirme, a propósito de Sotileza, que es el tema,
verdaderamente, el que ha hecho grande la novela: «el asunto ha tenido virtud bastante para
levantar el ingenio del autor a regiones que ni él mismo
sospechaba hasta ahora»
6.
La idea de que el mérito de las obras de Pereda es
inseparable de su unión con La Montaña también
aparece en la carta que hemos mencionado a Francisco Sosa: «Pereda, sin su carácter local tan
enérgico y tan acentuado, sin estar tan adherido como
está a las raíces de la tierra, no valdría la
décima parte de lo que vale»
7.
Lo que remata, en la misma carta con esta radical
afirmación: «En el mismo Pedro
Sánchez, a pesar de sus singulares bellezas, no hay
más que medio Pereda»
.
Este exterior tan
decisivo en la obra de Pereda lo que le da a su obra la cualidad
que Menéndez Pelayo admira y destaca sobre todo: la fuerza.
«La cualidad distintiva del ingenio de
Pereda es la fuerza»
8
nos dice hablando de Don Gonzalo... Esta fuerza de la que
Menéndez Pelayo habla va a quedar más claramente
explica cuando el crítico se centra en su novela favorita,
en la que verdaderamente le apasiona: Sotileza.
(376-377)9 |
Cuando Pereda
publica Sotileza, Menéndez Pelayo encuentra por fin
la ansiada continuación de La leva y de El fin
de una raza, la novela que él como santanderino y
callealtero deseaba: «¿Qué
he de decir de un libro que es la epopeya de mi calle natal, libro
que he visto nacer y que casi presentía y soñaba yo
antes de que naciese?»
(381). Y además ese libro
posee esa cualidad distintiva del estilo de Pereda que él
tanto alaba: la fuerza, es decir, la sublimidad. Recordemos que en
el discurso conmemorativo Menéndez Pelayo afirma que la
cualidad genial de Pereda se concreta en que alcanzó la
sublimidad en dos o tres momentos de su obra. Y que a lo largo de
la Historia de las Ideas Estéticas analizando la
emoción sublime se refiere a ella, precisamente, como el
resultado del enfrentamiento entre la voluntad indomable del hombre
y una fuerza enorme, titánica, desatada, tal cual los
críticos románticos la consideraban.
También la presencia del concepto de poesía aplicado a Pereda, la podemos encontrar en el artículo ya mencionado sobre El Sabor de la Tierruca:
(102-103) |
El pueblo se
encontró más poético de lo que nunca
había imaginado. Pero un pueblo con poesía en
sí mismo: «una raza que, con
rebosar de poesía, no había encontrado hasta estos
últimos tiempos su poeta»
(102). Gracias a ese
pueblo, Pereda es «el poeta más
original que el Norte de España ha
producido»
10,
y en las costumbres de su tierra encuentra «una poesía verdaderamente cristiana y
verdaderamente moderna»
11.
Un poeta
espontáneo, que actúa por puro instinto creador, por
«una cuestión individual,
genial»
, tal como nos dice en el ya tantas veces
mencionado artículo sobre El Sabor de la Tierruca
(104). Y es que Pereda «refractario por
temperamento a la curiosidad erudita, sentía vigorosamente
la tradición como si de ella formase parte; no la
aprendía, sino que la veía»
12.
Como hemos visto antes su obra parte de lo exterior y «con verlo todo más sencillo, lo ve
más próximo a su raíz, más
íntegro y más hermoso y se levanta enormemente sobre
todo este conjunto de estériles complicaciones, de
interiores ahumados, de figuras lacias, de sentimientos retorcidos
y de psicologías pueriles, de que vive en gran parte la
novela moderna»
13.
Si el crítico reconoce esa virtud en el novelista, arremete
contra la tentación de Pereda de crear personajes con
hondura psicológica, sin copiarlos del natural, sin que le
vengan dados del exterior, sin tener, tal como él lo dice,
un objeto que se imponga al sujeto creador, al
escritor, a Pereda. Recuerda, hablando de Pedro Sánchez, que
Pereda es un ingenio «tan exterior y tan
objetivo y tan poco amigo de refinamiento
psicológicos»
14.
Cuando se enfrenta a La Puchera no tiene inconveniente en
censurar «cierto alarde de
psicología un poco infantil, que no va bien con los
hábitos literarios ni con las facultades dominantes de su
autor, a quien le basta con su psicología instintiva y
adivinatoria para crear cuerpos y almas, sin necesidad de perderse
en sutiles —242→
y tortuosos análisis»
15.
Y sobre Peñas Arriba indica que el éxito de
la novela no se funda en «sutilezas
psicológicas que no van bien con la índole de su
talento, espontáneo y llano»
16,
y no tiene inconveniente en manifestar que de todos los personajes
el más débil es el «protagonista narrador, por cuya boca habla
excesivamente el espíritu de Pereda»
17.
Lo que nos lleva a pensar que Menéndez Pelayo encontraba que
el espíritu de Pereda tenía pocas cosas interesantes
que decir. Y eso a pesar de su cariño a Pereda: «No es posible admirar y querer a Pereda
más de lo que yo le quiero y admiro, pero créalo Vd.,
ni él pretende pasar por novelista psicológico, ni
Dios le llama por tales caminos, ni conviene que sea otra cosa que
lo que real y verdaderamente es»
18.
De una manera u otra, pues, todas las ideas que Menéndez Pelayo ha insertado en el discurso conmemorativo, están ya expuestas con anterioridad en algunas de las muchos páginas que el estudioso montañés dedicó a su paisano. El discurso ordena, sistematiza y da una forma plena y definitiva a las ideas de Menéndez Pelayo. Presenta la imagen que él quiere consagrar del polanquino.
Lo que Menéndez Pelayo está presentando en el discurso de 1911 es la imagen prototípica del genio romántico19: un poeta que viene de su tierra, que busca su inspiración en la naturaleza, que no necesita estudios y que, primitivo y sincero, saca de sí mismo, de su propio fondo, —243→ una poesía que es la más perfecta representación de una raza pura, no corrompida por los tiempos modernos: Ossian.
«Un poeta tan lleno de sublimidad, inocencia,
candor, acción y felicidad de la vida humana [...] tiene
ciertamente que influir y mover corazones que quisieran
también vivir en la pobre cabaña escocesa y que
bendicen su casa para esa fiesta»
20.
Esas palabras de Herder en Extracto de un intercambio de cartas
sobre Ossian y las canciones de los pueblos antiguos (1773)
llaman la atención por las coincidencias que en ellas se
encuentran con el discurso de Menéndez Pelayo sobre Pereda.
Ossian está lleno de sublimidad y Pereda alcanzó la
sublimidad; Ossian tenía candor y Pereda candidez; Ossian
felicidad y Pereda cordial alegría, Ossian mueve los
corazones que viven en la pobre cabaña escocesa y Pereda
hace lo mismo con los que habitan en la aldea y la mar
cántabra. Que Ossian no fuera sino una falsedad, una
creación de un espíritu de tiempos mucho más
modernos, no anula esta coincidencia, sino que, por el contrario la
da más fuerza. El concepto de Ossian fue la
realización de un deseo en el que mucho había de
patriótico: la creación de una literatura nacional
escocesa, como forma de asegurar la individualidad de la patria
frente al dominio inglés. Menéndez Pelayo, más
afortunado que Macpherson, no tuvo que inventarse una literatura,
sino que asistió a su nacimiento, o, más propiamente,
potenció su gestación, cuidó su alumbramiento
y protegió su desarrollo.
Pero las
coincidencias entre Pelayo y el Herder que creía en la
autenticidad de Ossian no acaban aquí: «Cuanto más primitivo, esto es cuanto
más activo sea un pueblo -pues no otra cosa significa la
palabra- tanto más primitivas, libres, sensibles,
líricamente activas serán sus canciones, en caso de
tenerlas. Cuanto más alejado esté el pueblo del
pensamiento el lenguaje y los modos literarios, artificiosos,
científicos, tanto menos estarán sus canciones secas
para el papel, y tanto menos serán sus versos letra
muerta»
21.
Son también palabras de Herder que Menéndez Pelayo,
sin duda había leído22,
y que debió tener en cuenta, pues no —244→
sin alguna razón pone de relieve la capacidad
especial del escritor alemán, de entender o adivinar la
poesía de las edades pretéritas, las voces de los
pueblos, en la terminología de Herder23.
Muchos años antes, en 1876, las palabras de Menéndez
Pelayo sobre Bocetos al temple ya tenían ecos de
estas palabras de Herder que acabamos de citar: «El carácter local que aparece en todos
sus escritos contribuye a separar más y más a Pereda
de la literatura amanerada y trivial que tiene en Madrid su foco y
residencia»
24.
La literatura amanerada y trivial que desagradaba al joven
Menéndez Pelayo es, sin duda, la literatura artificiosa,
alejada del pueblo, letra muerta, que Herder despreciaba. Pereda
rechaza esa literatura artificiosa y vuelve al origen, al pueblo;
desprecia el foco de la literatura amanerada y trivial que
es Madrid y se alimenta de su propia tierra, que es uno de los
raros focos de esa poesía ossiánica que
Herder admiraba y que Menéndez Pelayo deseaba25.
He indicado aquí algunas ideas que pronto hay que desarrollar en cuanto a la labor de Menéndez Pelayo en la obra de Pereda. Pero antes de seguir adelante hay que pasar revista a alguna de las características que Menéndez Pelayo había proclamado de Pereda al pie de su monumento y que había culminado en el punto más alto de emotividad del orador con la palabra genio.
Pero no un genio
cualquiera. El concepto de genialidad que Menéndez Pelayo ha
ido desgranando a lo largo de su discurso se caracteriza por una
serie de elementos que se reúnen en el concepto
romántico de «genio creador». Esteban Tollinchi,
en un imprescindible estudio sobre la cultura del romanticismo nos
explica en que consiste ese genio romántico: «la actividad constante, el entusiasmo (el genio
se suele describir como una chispa, un ardor, un fuego), el fervor
emocional y sentimental, la espontaneidad y sobre todo la
originalidad»
26.
De la originalidad
de Pereda no queda duda oyendo el discurso: no sigue a nadie, todo
lo encuentra dentro de sí mismo, es el mayor innovador de la
literatura de su tiempo. Según un fino análisis de
Teresa Aizpún sobre las características del genio
romántico, «el genio [...] se
constituye como tal por su originalidad, por estar unido al origen,
o más todavía por constituirse, justificadamente, el
mismo en principio»
27.
La genialidad de Pereda, por tanto, estriba en la originalidad que
ya hemos mencionado, pero también por estar unido a su
origen, a su tierra —246→
(morador perpetuo de ella) y por constituir en
sí mismo un principio (en rigor no tuvo maestros),
como hemos visto antes, por ser primitivo.
La espontaneidad
es uno de sus atributos básicos, que explica gran parte de
su obra, las irregularidades, los claroscuros, los aciertos, los
desniveles que se advierten hasta dentro de una misma novela:
cuando se siente inspirado acierta como nadie, pero cuando
no es así desdeña todo artificio que
disimule esa falta de inspiración. Porque, evidentemente es
inútil tanto corregir y cambiar lo producido en un acceso de
inspiración espontánea y genial, como intentar
recrearla o provocarla. Así lo dice Goethe en una carta a
Schiller: «Yo creo que todo lo que el
genio hace como tal se produce inconscientemente. El hombre de
genio puede también actuar racionalmente siguiendo una
reflexión deliberada, y una convicción; pero todo es
no se hace sino accesoriamente. Ninguna obra de genio puede ser
corregida por la reflexión ni liberada de sus
defectos»
28.
Eso decía Goethe, «poeta de los
mayores del mundo: el mayor del siglo en que nació, y el
mayor también del siglo XIX, al cual pertenecen algunas de
sus obras más incomparables, y el desarrollo total de su
genio»
29.
Menéndez Pelayo, recuerda que para Goethe la facultad
poética era una intuición30
y por lo tanto un acto espontáneo. No es extraño,
siguiendo lo que dice la carta de Goethe a Schiller, que haya obras
irregulares, puesto que el genio no llega nunca, pasado el momento
de la creación a reparar sus equivocaciones. Es más,
esos errores son la prueba más evidente de la genialidad del
autor, puesto que es precisamente la creación particular y
única que sólo el genio puede hacer, la
creación en el acceso de iluminación genial, la que
lleva a esa irregularidad. De esta manera se pueden entender varias
de las valoraciones críticas que Menéndez Pelayo hace
de Pereda: «Vd. da demasiada importancia
a la regularidad lógica de la fábula, y con arreglo a
este criterio aplaude y condena. Para mí lo esencial no es
la fábula, sino la Vida, [...]. Unidad de interés,
unidad de carácter, unidad de impresión es lo que
busco, y cuando digo de carácter no me refiero a éste
o al otro carácter —247→
particular, sino al carácter general y al
propósito artístico del libro. Si se las mira bajo el
aspecto de la fábula no sólo ésta [La
Puchera] sino la mayor parte de las novelas de Pereda son muy
vulnerables, y da la casualidad de que las más
débiles, como La Montálvez, son las que
mejor cumplen con ese requisito que Vd. exige. ¿Y sabe Vd.
por qué? Porque esas obras no han nacido en Pereda de
una inspiración genial, sino de un esfuerzo de voluntad: no
han sido concebidas artística sino lógicamente; son
obras de talento, pensadas más bien que imaginadas ni
sentidas, al paso que sus novelas montañesas,
comenzadas muchas veces sin plan alguno, son verdaderas obras
de genio, y al mismo tiempo pedazos de la vida, que se le
entra al novelista por los ojos y le domina y subyuga. Así
se han escrito Sotileza y El sabor de la tierruca
y La Puchera. (Las cursivas son
mías)»
31.
En esta carta de 1889 al crítico mexicano Francisco Sosa, a
propósito de unos comentarios que éste había
hecho a Menéndez Pelayo sobre la debilidad estructural de
La Puchera, el erudito montañés explica con
claridad lo que él encuentra como suprema, acaso como
única virtud de Pereda: su inspiración.
Esa
inspiración le llenaba de cuando en cuando y entonces
sobrevenía la «fiebre estética», un
concepto que todo crítico de Pereda se ha encontrado y que
conviene perfectamente con el «fervor emocional» que
Tollinchi ha citado unas líneas arriba. Cuando se
apoderaba de él lo que llamaba «fiebre
estética», era infalible el resultado, pero
salía de aquella crisis maltrecho y rendido, como la antigua
sacerdotisa de Delfos, oprimida y acongojada por el estro divino
que ardía en sus entrañas. Esa frase del
discurso de Menéndez Pelayo es conveniente tenerla en mente,
puesto que tiene mucho que ver con la descripción de
diferentes artistas románticos del proceso de
creación inspirada. Así por ejemplo Wagner, hablando
de Tristán: «Jamás
he hecho algo semejante. Siento a mi espíritu dilatarse
enteramente en esta música. No quiero saber en absoluto
cuando quedará terminada... Tristán es para
mí un milagro ¿Cómo he podido crear cosa
semejante? Cada vez lo comprendo menos»
. O Tschaikowsky:
«No hay necesidad del menor esfuerzo de
la voluntad; basta obedecer a la voz interior... Se olvida todo, el
espíritu se estremece deliciosamente, vibra, y antes de que
se haya seguido su rápido impulso hasta el cabo, el tiempo
—248→
ha volado sin que uno se haya dado cuenta. Hay en ello algo
de sonambulismo. No se oye uno vivir. Son momentos indescriptibles.
Todo lo que sale de la pluma en esos instantes o que simplemente
queda en la cabeza, tiene siempre valor y si el artista no es
interrumpido desde fuera, resultará su mejor
obra»
32.
Para Wagner un milagro, para Tschaikowsky una comunicación
mística (¿cómo definir, si no, ese «no
se oye uno vivir»?) y perfecta con el ser interior del
artista. Para Coleridge, por ejemplo, fue un sueño
opiáceo en el que compone doscientos versos de
Kubla-Khan. Y para Pereda, eso al menos nos dice
Menéndez Pelayo, una visión profética que
envía la divinidad.
Por dos veces
aparece relacionada esa visión profética con Pereda.
La primera es la referencia a la sacerdotisa del Oráculo de
Delfos. La segunda, ya más adelantado el discurso, se funde
con el recuerdo de la muerte, del suicidio del hijo del novelista:
Dios recompensó su fe, haciendo pasar por sus labios el
ascua inflamada de los profetas de Israel, y sosteniendo sus brazos
para que orase sobre las cumbres. En el estudio que antes
hemos citado Tollinchi hace un recorrido por los poetas, artistas y
filósofos románticos que relacionan la
inspiración poética con la posesión divina:
Goethe que ve al artista como el «ungido del
Señor». Runge que cree que es Dios, no la naturaleza
quien inspira al artista. Hölderlin que cree que el poeta da
al pueblo los dones celestiales a través de su canto.
Wackenroder, para quien la obra de arte aparece en el alma del
artista por obra y gracia de un rayo celestial. Piensa Wackenroder
que la creación poética es un acto irracional por
excelencia y que sólo la presencia divina la hace
posible33.
Pero no sólo acceso religioso sino profético: el
poeta romántico es visto, no como un simple artista, sino
como un personaje dotado de características extraordinarias:
es creador, demiurgo, profeta. Paolo D'Angelo lo explica: «Se trata de uno de los aspectos más
conocidos de la poética romántica y a ello
contribuirá, además, la posibilidad de referencia a
algunas figuras paradigmáticas como Foscolo en Italia, Hugo
en Francia, Byron en Gran Bretaña. Se considera ahora la
poesía como el instrumento de una transformación
radical del mundo, la poesía —249→
asume una función a un tiempo política y
religiosa»
34.
A lo largo del discurso queda clara la función religiosa de
la «poesía» de Pereda; en cuanto a la
función política, en este caso patriótica,
regionalista, está también mencionada por
Menéndez Pelayo en su discurso35.
Es tal la riqueza conceptual del discurso que podríamos citar aquí muchos más detalles, pero creo que es suficiente lo apuntado hasta ahora para afirmar que Menéndez Pelayo pretendía «coronar» a Pereda, en su patria común, como poeta de la raza y de la tierra, como una genuina representación del genio romántico: auténtico, primitivo, inspirado, natural, espontáneo, original, iluminado, profético. En suma, como Ossian, pero un Ossian auténtico y cristiano.
Era sin duda un momento importante para Menéndez Pelayo, que ya afirmaba en 1889 a Francisco Sosa, que iba a hacer lo posible para ensalzar la gloria de Pereda. Al cabo de 22 años ese interés seguía vivo y Menéndez Pelayo procura cumplir con su deber. Dos días antes de la inauguración, preocupado porque teme que no se dé una idea exacta del contenido del discurso en los resúmenes de prensa escribe a Francisco Rodríguez Marín36 y le envía el texto, para que éste lo haga publicar en el ABC, La Época o El Universo. En los días siguientes al discurso llegan cartas de corresponsales diversos como Carmelo de Echegaray37, Antonio María Fabié38, Nicasio Ruiz39, el Conde de Cedillo40, Jacinto Octavio Picón41, Adolfo Bonilla y San Martín42, José Ramón Mélida43, —250→ Miguel Mir44, Manuel Gómez Imaz45, Isidro Bonsoms46, Juan Menéndez Pidal47, Manuel Pérez Villamil48, Antonio Maura49, Miguel Alcalde50, Eduardo de Oliver Copon51s y Pedro Henríquez Ureña52, que le felicitan por su intervención hacia el monumento. Muchos de ellos dan las gracias, además, por recibir una copia del discurso, lo que corrobora la importancia que daba Menéndez Pelayo a esta pieza.
La definitiva consagración de Pereda, es cierto. Pero también algo más. Porque hay que advertir que en la relación Menéndez Pelayo y Pereda, como crítico y novelista, hay unos puntos oscuros, dudosos, que bien pudieran ser interpretados como poco honestos, escasamente éticos, por parte del crítico.
Y es que
Menéndez Pelayo durante gran parte de la obra de Pereda es
inspirador, guía, animador, seguidor, consejero... hace
crítica de libros cuyo desarrollo ha contemplado,
quizás hasta incitado. Se coloca en una posición
ambigua. ¿Quizás está presente en
Menéndez Pelayo el anhelo de algunos críticos: ser un
creador? Pero Menéndez Pelayo nunca tuvo el don de la
creación, ni cuando fue un joven prodigio, ni tampoco siendo
un venerable maestro. Hay unas palabras, en su Historia de las
Ideas Estéticas, donde se puede atisbar ese anhelo
oculto. Está hablando de Hegel y de sus conceptos sobre el
arte. Hegel como Menéndez Pelayo, amante de la literatura y
del arte, como Menéndez Pelayo carente del don de la
creación: «un hombre que no era
artista por la forma, pero que por el pensamiento creador era igual
a los mayores artistas del mundo»
53.
¿Era así, como se veía a sí mismo Don
Marcelino? ¿Igual a los mayores artistas del mundo, pero
desprovisto del don de la forma? Si así era, si esa
«tierra prometida» de la novela, como la definía
—251→
el profesor Montesinos54,
le estaba vedada, podía al menos compartir, provocar,
dirigir la obra de su amigo, y con él llegar a compartir la
gloria del creador.
Hay varios
episodios en la relación de Pereda y Menéndez Pelayo
muy significativos, entre los muchos que Miguel Artigas desgrana en
un artículo ya añejo, pero de capital importancia
para el tema que estamos tratando55
y en otros trabajos suyos. El primero ocurre en 1877 y se trata de
la publicación de Tipos Trashumantes y de la
polémica que acerca del libro se entabla entre A. Gavica, un
político santanderino, seguidor de Ruiz Zorrilla, que
había publicado algún comentario literario en el
periódico El Aviso y Menéndez Pelayo, con
participación del propio Pereda. No vamos entrar ahora en el
fondo de la discusión, sino a anotar algunos
detalles56.
En primer lugar que un muy joven Menéndez Pelayo, de tan
sólo veintiún años, entre con tanta
energía a la polémica, y afirme con tanta rotundidad
su posición de privilegio junta al autor, que por aquel
entonces le doblaba holgadamente en edad, pues ya tenía
cuarenta y cuatro años. «Yo que he
visto nacer los Tipos trashumantes y conozco al autor como
a mi propia persona»
57
dice, asumiendo una función de portavocía de Pereda
que más de una vez habría de repetir. Y algunas
líneas más delante se atreve a anunciar los planes
literarios de Pereda: «Dígalo si
no cierto buey que pronto andará suelto por los
amenos prados y dehesas de la república literaria.
Dígalo cierta novela, cuyos héroes comienzan ya a
rondar por la mesa del autor y a trastornarle los papales. Pero
chito, que no se ha de decir todo en un
día»
58.
Pero es en un artículo posterior, ya respondiendo
directamente a Gavica, cuando —252→
Menéndez Pelayo utiliza la primera persona del plural
aludiendo a él mismo y a Pereda como una sociedad con
coincidencia de opiniones: «el
señor Pereda y yo incluimos a unos y otros en la misma
censura»
(esta hablando de los krausistas59).
Uso de la primera persona que fue confirmado por el propio Pereda
en un artículo posterior. «Tenemos
razón el señor Menéndez Pelayo y
yo»
60.
En 1880, Menéndez Pelayo, tratando de De tal palo tal
astilla vuelve a dejar clara esa especial relación:
«Confieso mi entusiasmo, mi parcialidad,
si se quiere, por el autor y el libro. ¡Es tan grande amigo
mío el uno, y he asistido tan de cerca a la
elaboración del otro! Cuartilla tras cuartilla pasó
por mis manos u oí de boca de su autor todo el original, y
vi desarrollarse día tras día el germen primero y
adquirir forma rica y espléndida»
.
Pero es tras el
éxito de Pedro Sánchez cuando más se
pone de manifiesto esa obsesión de Menéndez Pelayo de
presentar a Pereda y a sí mismo como una sola persona. El
artículo que habla de la novela de Pereda es una curiosa
composición en que, so pretexto de Pedro
Sánchez, no se habla de la novela, en el que se evita
cuidadosamente juzgar la obra literaria a la que presuntamente se
refiere, mientras que se hace un canto emocionado y
patriótico a toda la obra anterior de Pereda, y se amenaza
con un anatema al novelista si sigue por el camino que le
había llevado al éxito entre la crítica. La
primera persona aparece en un párrafo verdaderamente
llamativo61:
«Temíamos... Temíamos...
Temíamos... Temíamos... Temíamos...
Temíamos...»
hasta seis veces se repite esta
palabra, la primera persona que engloba a autor y crítico,
presentándose Menéndez Pelayo a sí mismo, de
nuevo, como parte en la creación de la novela. Y
además se aprovecha la ocasión para poner sobre la
mesa los presuntos defectos de Pedro Sánchez,
defectos a los que se concede mucha más atención en
el texto que a las virtudes, que apenas llegan a aparecer y que
nunca se concretan. Y termina este párrafo con una frase
—253→
también interesante: «Y
esto lo temía yo más que nadie, viendo correr con
tibieza y desaliento la pluma del autor, por las descripciones de
un club o de una redacción de periódico, como si le
aquejase la nostalgia de sus montes y de sus marinas»
. Es
decir que Pedro Sánchez es una novela compuesta en
ausencia de inspiración, una obra de talento y de
pensamiento. Y ya hemos visto lo que piensa Menéndez Pelayo
de Pereda, como autor de obras a base de pensamiento y
meditación: en Pedro Sánchez no hay
más que medio Pereda.
Pero Pereda, ese
medio Pereda que escribió la novela, puede que no estuviera
tan convencido de sus limitaciones, ni tan temeroso del resultado.
Por primera vez, el narcisista que nos describe Pérez
Gutiérrez, el escritor tan preocupado por las
críticas hasta el extremo de obsesionarse con ellas, el
escritor hipersensible a la opinión ajena, se había
visto triunfar. Ninguno de sus libros anteriores habían
conseguido lo que éste, el libro que tanto desagradaba a
Menéndez Pelayo: el éxito total, arrollador, sin
precedentes en el escritor de Polanco62.
En esos momentos, sin duda, Menéndez Pelayo, temió
por la continuidad del poeta de la raza y más cuando en una
carta personal, el novelista, saboreando los miles del triunfo le
pregunta: «¿Seremos tú y yo
los equivocados o los serán tantas y tan diversas gentes que
piensan de diverso modo que nosotros?»
Menéndez
Pelayo siente que tiene que echar el resto, que tiene que conseguir
que su amigo y pupilo (a pesar de la diferencia de edad, Pereda es
pupilo literario de Menéndez Pelayo) no se vaya por el mal
camino, no pierda sus raíces, sus paisajes, sus personajes.
Es un deber patriótico, del novelista pero también
del crítico. Para ello utiliza conceptos muy parecidos a los
que ya hemos visto en el discurso de inauguración del
monumento conmemorativos: «Amo a Pereda;
pero le amo además como escritor de raza, como el poeta
más original que el Norte de España ha producido, y
como uno de los vengadores de la gente cántabra, acusada
hasta nuestros días de menos insigne en letras que en armas.
Y esto parecerá algo pueril a los que miran la patria como
una fórmula abstracta de Derecho público; pero como
en este prólogo —254→
voy dejando hablar al corazón tanto o más que
a la cabeza, no quiero ocultar el íntimo regocijo con que
oigo sonar, cercado de alabanzas, el nombre de Pereda, unido al de
su tierra, que es la mía»
. Patriotismo. Pero
también un concepto al que ya hemos dado vueltas antes:
Pereda poeta de la tierra y de la raza. Como tal poeta de la tierra
y de la raza, Pereda tiene una misión. Y olvidarse de ella,
renunciar a ser el literato de su tierra, es algo pero que un
error: «A mí me ha encantado
más que a nadie el éxito de Pedro
Sánchez; pero con este encanto iba mezclado en cierta
dosis el temor de una deserción»
. Por ahí
iría, sin duda la respuesta a la pregunta de Pereda.
Seducido por las críticas elogiosas, por el éxito
madrileño y nacional, el polanquino podía perderse.
Menéndez Pelayo le recordó su deber
patriótico, como ya había hecho con anterioridad,
después de Tipos y paisajes. No perdía nada
con ello el novelista en cuanto a creación artística,
según el crítico. No se le limitaba su
temática. Insiste Menéndez Pelayo en que «no hay pasión, no hay afecto, no hay
interés, no hay problema, que no pueda traerse a la
Montaña como a cualquier otro rincón del
mundo»
. En esta tensión, en esta lucha entre el
éxito y el deber patriótico, el deber se impone una
vez más. El resultado es Sotileza. La novela
santanderina y marinera que Menéndez Pelayo tanto
había deseado, el ascenso al relato de grandes dimensiones
de los personajes y los ambientes de las dos obras de Pereda que
más le habían fascinado: La leva y El
fin de una raza en las que su visión crítica,
enamorada de la grandiosidad, de la fuerza, de la sublimidad,
siempre había visto lo mejor de Pereda.
Miguel Artigas, en
su análisis de las relaciones entre Pereda y Menéndez
Pelayo, ya había hecho notar como el crítico estaba
más enamorado del asunto que el novelista, como el estudioso
anunciaba, aún antes de ser concluida, que Sotileza
sería la obra definitiva de su autor63.
Y culmina su análisis con estas reveladoras palabras:
«No hay en todo este himno, que es
más himno que crítica, ni una salvedad ni una
veladura; Menéndez Pelayo se entrega completamente. Es el
libro que él esperaba, al que tendían todos sus
esfuerzos críticos, todas su advertencias
—255→ y consejos. El novelista y el
crítico se confunden y estas páginas de
crítica parecen un último capítulo de
Sotileza»
64.
Artigas, pues,
atribuye el hecho de la composición de Sotileza a
Menéndez Pelayo. Para Montesinos en cambio, la vuelta a los
temas montañeses fue una mera «veleidad» en la
que no tuvo nada que ver Menéndez Pelayo: «Me inclino a creer que no [...] aunque los
fervorosos aplausos del crítico halagasen sobremanera al
novelista... No creo que Menéndez Pelayo tuviera parte en la
elaboración de un sistema tan incomprensivo como estridente,
tan mal pensado y que ninguna tradición literaria
justificaba»
65.
Pero no acaba
aquí el uso de la primera persona por parte de
Menéndez Pelayo. Hay otro momento, enormemente
significativo, en el que Don Marcelino reivindica, en forma apenas
velada, su participación en la creación de la obra de
Pereda. Estamos en 1889 cuando Pereda publica La Puchera:
«Por primera vez he leído un libro
de Pereda al mismo tiempo que el público y sin estar
iniciado previamente en el secreto del autor. Fue voluntad suya y
mía, para que nada extraño a la obra misma preocupase
mi juicio, y no hablasen en favor de ella intimidades
—256→
de las que forzosamente nacen entre el crítico y el
libro que va a juzgar, cuando él ha asistido a la
elaboración de este libro, embriagándose con el
fervor de la producción ajena, y participando de ella en
algún modo. He querido por esta vez sola, no saber nada de
lo que Pereda escribía en Polanco este verano, y tomar su
novela como obra de un extraño. He procurado olvidarme de
que el autor era montañés, y entrañable y
fidelísimo amigo mío desde que tengo uso de
razón, y amigo de los de mi casa antes que yo
naciera...»
Así comienza el escrito de
Menéndez Pelayo sobre La Puchera. Lo que,
inexcusablemente, quiere decir que en todos los otros libros del
polanquino, Menéndez Pelayo había estado presente,
había participado, opinado, aconsejado, incitado, tal vez
corregido, quien sabe si reformado. El hecho de hallarse ausente de
la elaboración de La Puchera era tan excepcional
que el crítico quiso advertirlo al público.
¿Fue
verdaderamente el crítico quien tomó esa
decisión? ¿O fue el novelista, herido en su orgullo
por el episodio de La Montálvez el que quiso asumir
su nueva creación en soledad? Es cierto que varios autores
acusan a Pereda de no haberse enterado de la posición
contraria de Menéndez Pelayo a su segunda novela de ambiente
madrileño, pero entonces habría que explicar el
porqué de esa separación, de esa unión que
venía funcionando al menos desde doce años antes,
cuando el joven Menéndez Pelayo se liaba a tortas
(dialécticas) con Gavica y Pereda proclamaba al mundo la
unión de los dos amigos: «Tenemos
razón el Señor Menéndez Pelayo y
yo»
66.
Y si este papel protagonista de Menéndez Pelayo en la obra de Pereda fue tan importante, si estuvo presente de tan honda manera en la gestación de la obra del novelista, no se puede dejar de pensar que en el discurso que venimos citando hay también una buena parte de autoalabanza.
Si Pereda fue ese hidalgo que escribía en los ratos libres, ese artista genial pero inconsciente e inconstante, ese creador que no sabía como creaba ni era consciente de su arte, ese poeta primitivo que se llenaba del exterior y lo echaba fuera sin reflexión alguna; si fue todo eso, ¿cómo no se perdió por el camino, cómo fue capaz de desarrollar su obra a lo largo de varios años, cómo llegó a crear una obra tan importante? La repuesta está presente en el discurso y en todos los textos que Menéndez Pelayo escribió sobre Pereda. Respuesta nunca expresada claramente, pero indicada entre líneas. Pereda tuvo un guía, un director que le llevó por el buen camino, le orientó a donde mejor podían lucir sus cualidades, le hizo volver a su tierra y a su origen cuando podía haberse perdido y le llevó a componer su novela máxima, Sotileza. Al mismo tiempo novela y poema de la patria marinera y santanderina. Menéndez Pelayo, como Hegel, no tenía el don de la creación de la literatura, pero en cierta forma había creado a un literato. En su discurso, está proclamando, en realidad, su propia gloria. Las palabras no dichas, pero que flotan en el ambiente hablan de la importancia que tiene Menéndez Pelayo en la literatura de Pereda y podemos imaginarlas: «Si Pereda —258→ fue así, fue el poeta de nuestra patria y gloria de nuestra tierra, fue porque yo lo hice así, yo le cuidé, le orienté, le dije, le motivé... Yo comparto su gloria, yo merezco su aplauso».
Los más amigos del novelista, todavía más conocedores que él de su propia fuerza, murmuraban siempre en sus oídos un más allá, y no le dejaban adormecerse con los halagos de la muchedumbre de los lectores, cuyo criterio estético se reduce a admirar lo que está más cerca de sus gustos y propensiones. Por eso, después de Pedro Sánchez, como después de El sabor de la tierruca y De tal palo..., oyó siempre Pereda la voz de quien mejor le quería, repitiéndole: «Tú eres ante todo el autor de El Raquero, de La Leva y de El fin de una raza. Si quieres elevar un verdadero monumento a tu nombre y a tu gente, cuenta la epopeya marítima de tu ciudad natal. Dios te hizo, aún más que para ser el cantor de las flores y de la primavera, para ser el cantor de las olas y de las borrascas. Tú solo puedes traer a la literatura castellana ese mundo de intensas melancolías y de rudos afectos. Hazte cada día más local, para ser cada día más universal; ahonda en la contemplación del detalle; hazte cada día más íntimo con la realidad, y tus creaciones engañarán los ojos y la mente hasta confundirse con las criaturas humanas».67 |
Son palabras de
ese himno, que según Artigas, Menéndez Pelayo dedica
a Sotileza. No es difícil ver que ese
«más amigo» del novelista era él mismo,
tal como se proclama en el discurso; que «quien conocía más la fuerza de
Pereda que el propio autor»
era el crítico que le
había guiado y que conocía no sólo sus obras,
sino su gestación, que había discutido con el autor
sus libros mientras los creaba y había leído sus
cuartillas mientras las escribía; la «voz de quien mejor le quería»
,
que siempre le hablaba después de que Pereda hubiera
publicado una novela no marinera, era la de Menéndez Pelayo
que tantas veces había ensalzado La leva y El
fin de una raza. De ese santanderino que saluda desde lo
más íntimo de su alma, «la
bandera que flota sobre el libro, la bandera roja y blanca de
la matrícula de Santander (la cursiva es de
Menéndez Pelayo)»
68.
Y para que fuera posible mantener que Pereda fue, y sólo fue, lo que Menéndez Pelayo quería que fuera, había que rebajarle, reducir su figura, convertirle no en un creador, sino en un intérprete: intérprete de la tierra, intérprete de la raza, intérprete de la naturaleza y sobre todo intérprete de Menéndez Pelayo. Intérprete inconsciente, instintivo, visceral, automático. Un iluminado, poseído por la fiebre estética. Porque sólo si Pereda era así, Menéndez Pelayo podría ser su creador.
El discurso es, por lo tanto, el último eslabón de una larga cadena con la que Menéndez Pelayo pretendía atar a Pereda a una determinada imagen, y negar, ignorar o despreciar todo lo perediano que no se correspondiera con esa imagen ossiánica que he descrito. Y todavía hoy, los críticos de Pereda, tienen que luchar contra la imagen del poeta de la raza que Menéndez Pelayo acuñó, a mayor gloria de su amigo, pero mucho más de sí mismo.