Libro primero
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Invocación
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Me lleva el
ánimo a decir las mutadas formas |
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a nuevos cuerpos: dioses, estas
empresas mías -pues vosotros los mutasteis- |
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aspirad, y, desde el primer origen
del cosmos |
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hasta mis tiempos, perpetuo
desarrollad mi poema. |
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El origen del mundo
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Antes del mar y
de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, |
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uno solo era de la naturaleza el
rostro en todo el orbe, |
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al que dijeron Caos, ruda y
desordenada mole |
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y no otra cosa sino peso inerte, y,
acumuladas en él, |
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unas discordes simientes de cosas
no bien unidas. |
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Ningún Titán
todavía al mundo ofrecía luces, |
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ni nuevos, en creciendo, reiteraba
sus cuernos Febe, |
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ni en su circunfuso aire estaba
suspendida la tierra, |
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por los pesos equilibrada suyos, ni
sus brazos por el largo |
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margen de las tierras había
extendido Anfitrite, |
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y por donde había tierra,
allí también ponto y aire: |
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así, era inestable la
tierra, innadable la onda, |
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de luz carente el aire: ninguno su
forma mantenía, |
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y estorbaba a los otros cada uno,
porque en un cuerpo solo |
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lo frío pugnaba con lo
caliente, lo humedecido con lo seco, |
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lo mullido con lo duro, lo sin peso
con lo que tenía peso. |
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Tal lid un dios
y una mejor naturaleza dirimió, |
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pues del cielo las tierras, y de
las tierras escindió las ondas, |
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y el fluente cielo segregó
del aire espeso. |
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Estas cosas, después de que
las separó y eximió de su ciega
acumulación, |
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disociadas por lugares, con una
concorde paz las ligó. |
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La fuerza ígnea y sin peso
del convexo cielo |
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rieló y un lugar se hizo en
el supremo recinto. |
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Próximo está el aire
a ella en levedad y en lugar. |
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Más densa que ellos, la
tierra, los elementos grandes arrastró |
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y presa fue de la gravedad suya; el
circunfluente humor |
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lo último poseyó y
contuvo al sólido orbe. |
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Así
cuando dispuesta estuvo, quien quiera que fuera aquel, de los
dioses, |
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esta acumulación
sajó, y sajada en miembros la rehizo. |
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En el principio a la tierra, para
que no desigual por ninguna |
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parte fuera, en forma la
aglomeró de gran orbe; |
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entonces a los estrechos
difundirse, y que por arrebatadores vientos se entumecieran |
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ordenó y que de la rodeada
tierra circundaran los litorales. |
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Añadió también
fontanas y pantanos inmensos y lagos, |
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y las corrientes declinantes
ciñó de oblicuas riberas, |
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las cuales, diversas por sus
lugares, en parte son sorbidas por ella, |
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al mar arriban en parte, y en tal
llano recibidas |
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de más libre agua, en vez de
riberas, sus litorales baten. |
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Ordenó también que se
extendieran los llanos, que se sumieran los valles, |
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que de fronda se cubrieran las
espesuras, lapídeos que se elevaran los montes. |
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Y, como dos por la derecha y otras
tantas por su siniestra |
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parte, el cielo cortan unas fajas
-la quinta es más ardiente que aquéllas-, |
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igualmente la carga en él
incluida la distinguió con el número mismo |
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el cuidado del dios, y otras tantas
llagas en la tierra se marcan. |
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De las cuales la que en medio
está no es habitable por el calor. |
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Nieve cubre, alta, a dos; otras
tantas entre ambas colocó |
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y templanza les dio, mezclada con
el frío la llama. |
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Domina sobre ellas el aire, el
cual, en cuanto es, que el peso de la tierra, |
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su peso, que el del agua,
más ligero, en tanto es más pesado que el fuego. |
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Allí también las
nieblas, allí aposentarse las nubes |
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ordenó, y los que
habrían de conmover, los truenos, las humanas mentes, |
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y con los rayos, hacedores de
relámpagos, los vientos. |
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A ellos también no por todas
partes el artífice del mundo que tuvieran |
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el aire les permitió. Apenas
ahora se les puede impedir a ellos, |
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cuando cada uno gobierna sus soplos
por diverso trecho, |
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que destrocen el cosmos: tan grande
es la discordia de los hermanos. |
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El Euro a la Aurora y a los
nabateos reinos se retiró, |
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y a Persia, y a las cimas sometidas
a los rayos matutinos. |
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El Anochecer y los litorales que
con el caduco sol se templan, |
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próximos están al
Céfiro; Escitia y los Siete Triones |
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horrendo los invadió el
Bóreas. La contraria tierra |
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con nubes asiduas y lluvia la
humedece el Austro. |
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De ello encima impuso, fluido y de
gravedad carente, |
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el éter, y que nada de la
terrena hez tiene. |
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Apenas
así con lindes había cercado todo ciertas, |
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cuando, las que presa mucho tiempo
habían sido de una calina ciega, |
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las estrellas empezaron a hervir
por todo el cielo, |
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y para que región no hubiera
ninguna de sus vivientes huérfana, |
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los astros poseen el celeste suelo,
y con ellos las formas de los dioses; |
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cedieron para ser habitadas a los
nítidos peces las ondas, |
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la tierra a las fieras
acogió, a los voladores el agitable aire. |
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Más santo
que ellos un viviente, y de una mente alta más capaz, |
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faltaba todavía, y que
dominar en los demás pudiera: |
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nacido el hombre fue, sea que a
él con divina simiente lo hizo |
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aquel artesano de las cosas, de un
mundo mejor el origen, |
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sea que reciente la tierra, y
apartada poco antes del alto |
80 |
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éter, retenía
simientes de su pariente el cielo; |
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a ella, el linaje de Jápeto,
mezclada con pluviales ondas, |
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la modeló en la efigie de
los que gobiernan todo, los dioses, |
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y aunque inclinados contemplen los
demás vivientes la tierra, |
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una boca sublime al hombre dio y el
cielo ver |
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le ordenó y a las estrellas
levantar erguido su semblante. |
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Así, la que poco antes
había sido ruda y sin imagen, la tierra |
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se vistió de las
desconocidas figuras, transformada, de los hombres. |
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Las edades del hombre
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Áurea la
primera edad engendrada fue, que sin defensor ninguno, |
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por sí misma, sin ley, la
confianza y lo recto honraba. |
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Castigo y miedo no habían,
ni palabras amenazantes en el fijado |
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bronce se leían, ni la
suplicante multitud temía |
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la boca del juez suyo, sino que
estaban sin defensor seguros. |
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Todavía, cortado de sus
montes para visitar el extranjero |
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orbe, a las fluentes ondas el pino
no había descendido, |
95 |
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y ningunos los mortales, excepto
sus litorales, conocían. |
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Todavía vertiginosas no
ceñían a las fortalezas sus fosas. |
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No la tuba de derecho bronce, no de
bronce curvado los cuernos, |
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no las gáleas, no la espada
existía. Sin uso de soldado |
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sus blandos ocios seguras pasaban
las gentes. |
100 |
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Ella misma también, inmune,
y de rastrillo intacta, y de ningunas |
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rejas herida, por sí lo daba
todo la tierra, |
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y, contentándose con unos
alimentos sin que nadie los obligara creados, |
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las crías del madroño
y las montanas fresas recogían, |
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y cornejos, y en los duros zarzales
prendidas las moras |
105 |
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y, las que se habían
desprendido del anchuroso árbol de Júpiter,
bellotas. |
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Una primavera era eterna, y
plácidos con sus cálidas brisas |
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acariciaban los céfiros,
nacidas sin semilla, a las flores. |
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Pronto, incluso, frutos la tierra
no arada llevaba, |
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y no renovado el campo
canecía de grávidas aristas. |
110 |
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Corrientes ya de leche, ya
corrientes de néctar pasaban, |
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y flavas desde la verde encina
goteaban las mieles. |
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Después
de que, Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado, |
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|
bajo Júpiter el cosmos
estaba, apareció la plateada prole, |
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que el oro inferior, más
preciosa que el bermejo bronce. |
115 |
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Júpiter contrajo los tiempos
de la antigua primavera |
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y a través de inviernos y
veranos y desiguales otoños |
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y una breve primavera, por cuatro
espacios condujo el año. |
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Entonces por primera vez con secos
hervores el aire quemado |
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se encandeció, y por los
vientos el hielo rígido quedó suspendido. |
120 |
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Entonces por primera vez entraron
en casas, casas las cavernas fueron, |
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y los densos arbustos, y atadas con
corteza varas. |
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Simientes entonces por primera vez,
de Ceres, en largos surcos |
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sepultadas fueron, y hundidos por
el yugo gimieron los novillos. |
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Tercera tras aquella sucedió
la broncínea prole, |
125 |
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más salvaje de ingenios y a
las hórridas armas más pronta, |
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no criminal, aun así; es la
última de duro hierro. |
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En seguida irrumpió a ese
tiempo, de vena peor, |
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toda impiedad: huyeron el pudor y
la verdad y la confianza, |
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en cuyo lugar aparecieron los
fraudes y los engaños |
130 |
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y las insidias y la fuerza y el
amor criminal de poseer. |
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Velas daba a los vientos, y
todavía bien no los conocía |
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el marinero, y las que largo tiempo
se habían alzado en los montes altos |
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en oleajes desconocidos
cabriolaron, las quillas, |
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y común antes, cual las
luces del sol y las auras, |
135 |
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el suelo, cauto lo
señaló con larga linde el medidor. |
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Y no sólo sembrados y sus
alimentos debidos se demandaba |
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al rico suelo, sino que se
entró hasta las entrañas de la tierra, |
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y las que ella había
reservado y apartado junto a las estigias sombras, |
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se excavan esas riquezas, aguijadas
de desgracias. |
140 |
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Y ya el dañino hierro, y que
el hierro más dañino el oro |
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había brotado: brota la
guerra que lucha por ambos, |
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y con su sanguínea mano
golpea crepitantes armas. |
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Se vive al asalto: no el
huésped de su huésped está a salvo, |
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no el suegro de su yerno, de los
hermanos también la gracia rara es. |
145 |
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Acecha para la perdición el
hombre de su esposa, ella del marido, |
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cetrinos acónitos mezclan
terribles madrastras, |
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el hijo antes de su día
inquiere en los años del padre. |
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Vencida yace la piedad, y la
Virgen, de matanza mojadas, |
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la última de los celestes,
la Astrea, las tierras abandona. |
150 |
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La Gigantomaquia
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Y para que no
estuviera que las tierras más seguro el arduo
éter, |
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que aspiraron dicen al reino
celeste los Gigantes, |
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y que acumulados levantaron hacia
las altas estrellas sus montes. |
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Entonces el padre omnipotente
enviándoles un rayo resquebrajó |
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el Olimpo y sacudió el
Pelión del Osa, a él sometido; |
155 |
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sepultados por la mole suya, al
quedar sus cuerpos siniestros yacentes, |
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|
regada de la mucha sangre de sus
hijos dicen |
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que la Tierra se impregnó, y
que ese caliente crúor alentó, |
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y para que de su estirpe todo
recuerdo no desapareciera, |
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que a una faz los tornó de
hombres. Pero también aquel ramo |
160 |
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despreciador de los
altísimos y salvaje y avidísimo de matanza |
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y violento fue: bien sabrías
que de sangre habían nacido. |
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|
El concilio de los dioses (I)
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Lo cual el padre
cuando vio, el Saturnio, en su supremo recinto, |
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|
gime hondo, y, todavía no
divulgados por recién cometidos, |
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|
los impuros banquetes recordando de
la mesa de Licaón, |
165 |
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|
ingentes en su ánimo y
dignas de Júpiter concibió unas iras, |
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y el consejo convoca; no retuvo
demora ninguna a los convocados. |
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|
Hay una vía sublime,
manifiesta en el cielo sereno: |
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|
Láctea de nombre tiene, por
su candor mismo notable. |
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|
Por ella el camino es de los
altísimos hacia los techos del gran Tonante |
170 |
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y su real casa: a derecha e
izquierda los atrios |
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|
de los dioses nobles van
concurriéndose por sus compuertas abiertas, |
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|
la plebe habita otros, por sus
lugares opuestos: en esta parte los poderosos |
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|
celestiales y preclaros pusieron
sus penates. |
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Éste lugar es, al que, si a
las palabras la audacia se diera, |
175 |
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yo no temería haber llamado
los Palacios del gran cielo. |
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Así pues,
cuando los altísimos se sentaron en su marmóreo
receso, |
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|
más excelso él por su
lugar, y apoyado en su cetro marfileño, |
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|
|
terrorífica, de su cabeza
sacudió tres y cuatro veces |
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la cabellera, con la que la tierra,
el mar, las estrellas mueve; |
180 |
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de tales modos después su
boca indignada libera: |
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|
«No yo por el gobierno del
cosmos más ansioso en aquella |
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|
ocasión estuve, en la que
cada uno se disponía a lanzar, |
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|
de los angüípedes, sus
cien brazos contra el cautivo cielo, |
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|
pues aunque fiero el enemigo era,
aun así, aquélla de un solo |
185 |
|
|
cuerpo y de un solo origen
pendía, aquella guerra; |
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|
ahora yo, por doquiera Nereo
rodeándolo hace resonar todo el orbe, |
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|
al género mortal de perder
he: por las corrientes juro |
|
|
|
infernales, que bajo las tierras se
deslizan a la estigia floresta, |
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|
que todo antes se ha intentado,
pero un incurable cuerpo |
190 |
|
|
a espada se ha de sajar, por que la
parte limpia no arrastre. |
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|
Tengo semidioses, tengo,
rústicos númenes, Ninfas |
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|
y Faunos y Sátiros y
montañeses Silvanos, |
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|
a los cuales, puesto que del cielo
todavía no dignamos con el honor, |
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|
las que les dimos ciertamente, las
tierras, habitar permitamos. |
195 |
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|
¿O acaso, oh
altísimos, que bastante seguros estarán ellos
creéis, |
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|
|
cuando contra mí, que el
rayo, que a vosotros os tengo y gobierno, |
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|
ha levantado sus insidias, conocido
por su fiereza, Licaón?». |
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|
|
Murmuraron
todos, y con afán ardido al que osó |
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|
|
tal reclaman: así, cuando
una mano impía se ensañó |
200 |
|
|
con la sangre de César para
extinguir de Roma el nombre, |
|
|
|
atónito por el gran terror
de esta súbita ruina |
|
|
|
el humano género queda y
todo se horrorizó el orbe, |
|
|
|
y no para ti menos grata la piedad,
Augusto, de los tuyos es |
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|
|
que fue aquélla para
Júpiter. El cual, después de que con la voz y la
mano |
205 |
|
|
los murmullos reprimió,
guardaron silencios todos. |
|
|
|
Cuando se detuvo el clamor, hundido
del peso del soberano, |
|
|
|
Júpiter de nuevo con este
discurso los silencios rompió: |
|
|
|
Licaón
|
|
«Él, ciertamente, sus castigos -el cuidado ese perded-
ha cumplido. |
|
|
|
Mas qué lo cometido,
cuál sea su satisfacción, os haré saber. |
210 |
|
|
Había alcanzado la infamia
de ese tiempo nuestros oídos; |
|
|
|
deseándola falsa desciendo
del supremo Olimpo |
|
|
|
y, dios bajo humana imagen, lustro
las tierras. |
|
|
|
Larga demora es de cuánto
mal se hallaba por todos lados |
|
|
|
enumerar: menor fue la propia
infamia que la verdad. |
215 |
|
|
El Ménalo había
atravesado, por sus guaridas horrendo de fieras, |
|
|
|
y con Cilene los pinares del helado
Liceo: |
|
|
|
del Árcade a partir de
ahí en las sedes, y en los inhóspitos techos del
tirano |
|
|
|
penetro, cuando traían los
tardíos crepúsculos la noche. |
|
|
|
Señales di de que
había llegado un dios y el pueblo a suplicar |
220 |
|
|
había empezado: se burla
primero de esos piadosos votos Licaón, |
|
|
|
luego dice:
«Comprobaré si dios éste o si sea mortal |
|
|
|
con una distinción abierta,
y no será dudable la verdad». |
|
|
|
De noche, pesado por el
sueño, con una inopinada muerte a perderme |
|
|
|
se dispone: tal comprobación
a él le place de la verdad. |
225 |
|
|
Y no se contenta con ello: de un
enviado de la nación |
|
|
|
molosa, de un rehén, su
garganta a punta tajó |
|
|
|
y, así, semimuertos, parte
en hirvientes aguas |
|
|
|
sus miembros ablanda, parte los
tuesta, sometiéndolos a fuego. |
|
|
|
Lo cual una vez impuso a las mesas,
yo con mi justiciera llama |
230 |
|
|
sobre unos penates dignos de su
dueño torné sus techos. |
|
|
|
Aterrado él huye y
alcanzando los silencios del campo |
|
|
|
aúlla y en vano hablar
intenta; de sí mismo |
|
|
|
recaba su boca la rabia, y el deseo
de su acostumbrada matanza |
|
|
|
usa contra los ganados, y ahora
también en la sangre se goza. |
235 |
|
|
En vellos se vuelven sus ropas, en
patas sus brazos: |
|
|
|
se hace lobo y conserva las huellas
de su vieja forma. |
|
|
|
La canicie la misma es, la misma la
violencia de su rostro, |
|
|
|
los mismos ojos lucen, la misma de
la fiereza la imagen es. |
|
|
|
Cayó una sola casa, pero no
una casa sola de perecer |
240 |
|
|
digna fue. Por doquiera la tierra
se expande, fiera reina la Erinis. |
|
|
|
Para el delito que se han conjurado
creerías; cumplan rápido todos, |
|
|
|
los que merecieron padecer,
así consta mi sentencia, sus castigos». |
|
|
|
El concilio de los dioses (II)
|
|
Las palabras de
Júpiter parte con su voz, murmurando, aprueban e
incitamentos |
|
|
|
añaden. Otros sus partes con
asentimientos cumplen. |
245 |
|
|
Es, aun así, la
perdición del humano género causa de dolor |
|
|
|
para todos, y cuál
habrá de ser de la tierra la forma, |
|
|
|
de los mortales huérfana,
preguntan, quién habrá de llevar a sus aras |
|
|
|
inciensos, y si a las fieras, para
que las pillen, se dispone a entregar las tierras. |
|
|
|
A los que tal preguntaban -puesto
que él se preocuparía de lo demás- |
250 |
|
|
el rey de los altísimos
turbarse prohíbe, y un brote al anterior |
|
|
|
pueblo desemejante promete, de
origen maravilloso. |
|
|
|
El diluvio
|
|
Y ya iba sobre
todas las tierras a esparcir sus rayos; |
|
|
|
pero temió que acaso el
sagrado éter por causa de tantos fuegos |
|
|
|
no concibiera llamas, y que el
lejano eje ardiera. |
255 |
|
|
Que está también en
los hados, recuerda, que llegará un tiempo |
|
|
|
en el que el mar, en el que la
tierra y arrebatados los palacios del cielo |
|
|
|
ardan y del mundo la mole, afanosa,
sufra. |
|
|
|
Esas armas vuelven a su sitio, por
manos fabricadas de los Cíclopes: |
|
|
|
un castigo place inverso, al
género mortal bajo las ondas |
260 |
|
|
perder, y borrascas lanzar desde
todo el cielo. |
|
|
|
En seguida al
Aquilón encierra en las eolias cavernas, |
|
|
|
y a cuantos soplos ahuyentan
congregadas a las nubes, |
|
|
|
y suelta al Noto: con sus mojadas
alas el Noto vuela, |
|
|
|
su terrible rostro cubierto de una
bruma como la pez: |
265 |
|
|
la barba pesada de borrascas, fluye
agua de sus canos cabellos, |
|
|
|
en su frente se asientan nieblas,
roran sus alas y senos. |
|
|
|
Y cuando con su mano, a lo ancho
suspendidas, las nubes apretó, |
|
|
|
se hace un fragor: entonces densas
se derraman desde el éter las borrascas. |
|
|
|
La mensajera de Juno, de variados
colores vestida, |
270 |
|
|
concibe, Iris, aguas, y alimentos a
las nubes allega: |
|
|
|
póstranse los sembrados, y
llorados por los colonos |
|
|
|
sus votos yacen, y perece el
trabajo frustrado de un largo año. |
|
|
|
Y no al cielo suyo se limitó
de Júpiter la ira, sino que a él |
|
|
|
su azul hermano le ayuda con
auxiliares ondas. |
275 |
|
|
Convoca éste a los caudales.
Los cuales, después de que en los techos |
|
|
|
de su tirano entraron: «Una
arenga larga ahora de usar», |
|
|
|
dice, «no he: las fuerzas
derramad vuestras. |
|
|
|
Así menester es. Abrid
vuestras casas y, la mole apartada, |
|
|
|
a las corrientes vuestras todas
soltad las riendas». |
280 |
|
|
Había ordenado; ellos
regresan, y de sus fontanas las bocas relajan, |
|
|
|
y en desenfrenada carrera ruedan a
las superficies. |
|
|
|
Él mismo con el tridente
suyo la tierra golpeó, mas ella |
|
|
|
tembló y con su movimiento
vías franqueó de aguas. |
|
|
|
Desorbitadas se lanzan por los
abiertos campos las corrientes |
285 |
|
|
y, con los sembrados, arbustos al
propio tiempo y rebaños y hombres |
|
|
|
y techos, y con sus penetrales
arrebatan sus sacramentos. |
|
|
|
Si alguna casa quedó y pudo
resistir a tan gran |
|
|
|
mal no desplomada, la
cúpula, aun así, más alta de ella, |
|
|
|
la onda la cubre, y hundidas se
esconden bajo el abismo sus torres. |
290 |
|
|
Y ya el mar y la tierra ninguna
distinción tenían: |
|
|
|
todas las cosas ponto eran,
faltaban incluso litorales al ponto. |
|
|
|
Ocupa éste un collado, en
una barca se sienta otro combada |
|
|
|
y lleva los remos allí donde
hace poco arara. |
|
|
|
Aquél sobre los sembrados o
las cúpulas de una sumergida villa |
295 |
|
|
navega, éste un pez
sorprende en lo alto de un olmo; |
|
|
|
se clava en un verde prado, si la
suerte lo deja, el ancla, |
|
|
|
o, a ellas sometidos, curvas
quillas trillan viñedos, |
|
|
|
y por donde hace poco,
gráciles, grama arrancaban las cabritas, |
|
|
|
ahora allí deformes ponen
sus cuerpos las focas. |
300 |
|
|
Admiran bajo el agua florestas y
ciudades y casas |
|
|
|
las Nereides, y las espesuras las
poseen los delfines y entre sus altas |
|
|
|
ramas corren y zarandeando sus
troncos las baten. |
|
|
|
Nada el lobo entre las ovejas,
bermejos leones lleva la onda, |
|
|
|
la onda lleva tigres, y ni sus
fuerzas de rayo al jabalí, |
305 |
|
|
ni sus patas veloces, arrebatado,
sirven al ciervo, |
|
|
|
y buscadas largo tiempo tierras
donde posarse pudiera, |
|
|
|
al mar, fatigadas sus alas, el
pájaro errante ha caído. |
|
|
|
Había sepultado
túmulos la inmensa licencia del ponto, |
|
|
|
y batían las montanas
cumbres unos nuevos oleajes. |
310 |
|
|
La mayor parte por la onda fue
arrebatada: a los que la onda perdonó, |
|
|
|
largos ayunos los doman, por causa
del indigente sustento. |
|
|
|
Deucalión y Pirra
|
|
Separa la
Fócide los aonios de los eteos campos, |
|
|
|
tierra feraz mientras tierra fue,
pero en el tiempo aquel |
|
|
|
parte del mar y ancha llanura de
súbitas aguas. |
315 |
|
|
Un monte allí busca arduo
los astros con sus dos vértices, |
|
|
|
por nombre el Parnaso, y superan
sus cumbres las nubes. |
|
|
|
Aquí cuando Deucalión
-pues lo demás lo había cubierto la superficie- |
|
|
|
con la consorte de su lecho, en una
pequeña balsa llevado, se aferró, |
|
|
|
a las corícidas ninfas y a
los númenes del monte oran |
320 |
|
|
y a la fatídica Temis, que
entonces esos oráculos tenía: |
|
|
|
no que él mejor ninguno, ni
más amante de lo justo, |
|
|
|
hombre hubo, o que ella más
temerosa ninguna de los dioses. |
|
|
|
Júpiter, cuando de fluentes
lagos que estaba empantanado el orbe, |
|
|
|
y que quedaba un hombre de tantos
miles hacía poco, uno, |
325 |
|
|
y que quedaba, ve, de tantas miles
hacía poco, una, |
|
|
|
inocuos ambos, cultivadores de la
divinidad ambos, |
|
|
|
las nubes desgarró y,
habiéndose las borrascas con el aquilón alejado, |
|
|
|
al cielo las tierras mostró,
y el éter a las tierras. |
|
|
|
Tampoco del mar la ira permanece y,
dejada su tricúspide arma, |
330 |
|
|
calma las aguas el regidor del
piélago, y al que sobre el profundo |
|
|
|
emerge y sus hombros con su innato
múrice cubre, |
|
|
|
al azul Tritón llama, y en
su concha sonante |
|
|
|
soplar le ordena, y los oleajes y
las corrientes ya |
|
|
|
revocar, su señal dando: su
hueca bocina toma él, |
335 |
|
|
tórcil, que en ancho crece
desde su remolino inferior, |
|
|
|
bocina, la cual, en medio del ponto
cuando concibió aire, |
|
|
|
los litorales con su voz llena, que
bajo uno y otro Febo yacen. |
|
|
|
Entonces también, cuando
ella la boca del dios, por su húmeda barba rorante, |
|
|
|
tocó, y cantó
henchida las ordenadas retretas, |
340 |
|
|
por todas las ondas oída fue
de la tierra y de la superficie, |
|
|
|
y por las que olas fue oída,
contuvo a todas. |
|
|
|
Ya el mar litoral tiene, plenos
acoge el álveo a sus caudales, |
|
|
|
las corrientes se asientan y los
collados salir parecen. |
|
|
|
Surge la tierra, crecen los lugares
al decrecer las ondas, |
345 |
|
|
y, después de día
largo, sus desnudadas copas las espesuras |
|
|
|
muestran y limo retienen que en su
fronda ha quedado. |
|
|
|
Había
retornado el orbe; el cual, después de que lo vio
vacío, |
|
|
|
y que desoladas las tierras
hacían hondos silencios, |
|
|
|
Deucalión con
lágrimas brotadas así a Pirra se dirige: |
350 |
|
|
«Oh hermana, oh esposa, oh
hembra sola sobreviviente, |
|
|
|
a la que a mí una
común estirpe y un origen de primos, |
|
|
|
después un lecho
unió, ahora nuestros propios peligros unen, |
|
|
|
de las tierras cuantas ven el ocaso
y el orto |
|
|
|
nosotros dos la multitud somos:
posee lo demás el ponto. |
355 |
|
|
Esta tampoco todavía de la
vida nuestra es garantía |
|
|
|
cierta bastante; aterran
todavía ahora nublados nuestra mente. |
|
|
|
¿Cuál si sin
mí de los hados arrebatada hubieras sido |
|
|
|
ahora tu ánimo, triste de
ti, sería? ¿De qué modo sola |
|
|
|
el temor soportar podrías?
¿Con consuelo de quién te dolerías? |
360 |
|
|
Porque yo, créeme, si a ti
también el ponto te tuviera, |
|
|
|
te seguiría, esposa, y a
mí también el ponto me tendría. |
|
|
|
Oh, ojalá pudiera yo los
pueblos restituir con las paternas |
|
|
|
artes, y alientos infundir a la
conformada tierra. |
|
|
|
Ahora el género mortal resta
en nosotros dos |
365 |
|
|
-así pareció a los
altísimos- y de los hombres como ejemplos
quedamos». |
|
|
|
Había dicho, y lloraban;
decidieron al celeste numen |
|
|
|
suplicar y auxilio por medio buscar
de las sagradas venturas. |
|
|
|
Ninguna demora hay: acuden a la par
a las cefísidas ondas, |
|
|
|
como todavía no
líquidas, así ya sus vados conocidos cortando. |
370 |
|
|
De allí, cuando licores de
él tomados rociaron |
|
|
|
sobre sus ropas y cabeza, doblan
sus pasos hacia el santuario |
|
|
|
de la sagrada diosa, cuyas
cúspides de indecente |
|
|
|
musgo palidecían, y se
alzaban sin fuegos sus aras. |
|
|
|
Cuando del templo tocaron los
peldaños se postró cada uno |
375 |
|
|
inclinado al suelo, y atemorizado
besó la helada roca, |
|
|
|
y así: «Si con sus
plegarias justas», dijeron, «los númenes
vencidos |
|
|
|
se enternecen, si se doblega la ira
de los dioses, |
|
|
|
di, Temis, por qué arte la
merma del género nuestro |
|
|
|
reparable es, y presta ayuda,
clementísima, a estos sumergidos estados». |
380 |
|
|
Conmovida la diosa fue y su ventura
dio: «Retiraos del templo |
|
|
|
y velaos la cabeza, y soltaos
vuestros ceñidos vestidos, |
|
|
|
y los huesos tras vuestra espalda
arrojad de vuestra gran madre». |
|
|
|
Quedaron
suspendidos largo tiempo, y rompió los silencios con su
voz |
|
|
|
Pirra primera, y los mandatos de la
diosa obedecer rehúsa, |
385 |
|
|
y tanto que la perdone con aterrada
boca ruega, como se aterra |
|
|
|
de herir, arrojando sus huesos, las
maternas sombras. |
|
|
|
Entre tanto repasan, por sus ciegas
latencias oscuras, |
|
|
|
las palabras de la dada ventura, y
para entre sí les dan vueltas. |
|
|
|
Tras ello el Prometida a la
Epimetida con plácidas palabras |
390 |
|
|
calma, y: «O falaz»,
dice, «es mi astucia para nosotros, |
|
|
|
o -píos son y a ninguna
abominación los oráculos persuaden- |
|
|
|
esa gran madre la tierra es:
piedras en el cuerpo de la tierra |
|
|
|
a los huesos calculo que se llama;
arrojarlas tras nuestra espalda se nos ordena». |
|
|
|
De su esposo por
el augurio aunque la Titania se conmovió, |
395 |
|
|
su esperanza, aun así, en
duda está: hasta tal punto ambos desconfían |
|
|
|
de las celestes admoniciones. Pero,
¿qué intentarlo dañará? |
|
|
|
Se retiran y velan su cabeza y las
túnicas se desciñen, |
|
|
|
y las ordenadas piedras tras sus
plantas envían. |
|
|
|
Las rocas -¿quién lo
creería, si no estuviera por testigo la
antigüedad?- |
400 |
|
|
a dejar su dureza comenzaron, y su
rigor |
|
|
|
a mullir, y con el tiempo,
mullidas, a tomar forma. |
|
|
|
Luego, cuando crecieron y una
naturaleza más tierna |
|
|
|
les alcanzó, como sí
semejante, del mismo modo manifiesta parecer no puede |
|
|
|
la forma de un humano, sino, como
de mármol comenzada, |
405 |
|
|
no terminada lo bastante, a las
rudas estatuas muy semejante era. |
|
|
|
La parte aun así de ellas
que húmeda de algún jugo |
|
|
|
y terrosa era, vuelta fue en uso de
cuerpo. |
|
|
|
Lo que sólido es y doblarse
no puede, se muta en huesos, |
|
|
|
la que ahora poco vena fue, bajo el
mismo nombre quedó; |
410 |
|
|
y en breve espacio, por el numen de
los altísimos, las rocas |
|
|
|
enviadas por las manos del hombre
la faz tomaron de hombres, |
|
|
|
y del femenino lanzamiento
restituida fue la mujer. |
|
|
|
De ahí que un género
duro somos y avezado en sufrimientos |
|
|
|
y pruebas damos del origen de que
hemos nacido. |
415 |
|
|
A los
demás seres la tierra con diversas formas |
|
|
|
por sí misma los
parió después de que el viejo humor por el fuego |
|
|
|
se caldeó del sol, y el
cieno y los húmedos charcos |
|
|
|
se entumecieron por su hervor, y
las fecundas simientes de las cosas, |
|
|
|
por el vivaz suelo nutridas, como
de una madre en la matriz |
420 |
|
|
crecieron y faz alguna cobraron con
el pasar del tiempo. |
|
|
|
Así, cuando abandonó
mojados los campos el séptuple fluir |
|
|
|
del Nilo, y a su antiguo seno hizo
volver sus corrientes, |
|
|
|
y merced a la etérea
estrella, reciente, ardió hasta secarse el limo, |
|
|
|
muchos seres sus cultivadores al
volver los terrones |
425 |
|
|
encuentran y entre ellos a algunos
apenas comenzados, en el propio |
|
|
|
espacio de su nacimiento, algunos
inacabados y truncos |
|
|
|
los ven de sus proporciones, y en
el mismo cuerpo a menudo |
|
|
|
una parte vive, es la parte otra
ruda tierra. |
|
|
|
Porque es que cuando una templanza
han tomado el humor y el calor, |
430 |
|
|
conciben, y de ellos dos se
originan todas las cosas |
|
|
|
y, aunque sea el fuego para el agua
pugnaz, el vapor húmedo todas |
|
|
|
las cosas crea, y la discorde
concordia para las crías apta es. |
|
|
|
Así pues, cuando del diluvio
reciente la tierra enlodada |
|
|
|
con los soles etéreos se
encandeció y con su alto hervor, |
435 |
|
|
dio a luz innumerables especies y
en parte sus figuras |
|
|
|
les devolvió antiguas, en
parte nuevos prodigios creó. |
|
|
|
La sierpe Pitón
|
|
Ella ciertamente
no lo querría, pero a ti también, máximo
Pitón, |
|
|
|
entonces te engendró, y de
los pueblos nuevos, desconocida sierpe, |
|
|
|
el terror eras: tan grande espacio
de un monte ocupabas. |
440 |
|
|
A él el dios señor
del arco, y que nunca tales armas |
|
|
|
antes sino en los gamos y corzas
fugaces había usado, |
|
|
|
hundido por mil disparos, exhausta
casi su aljaba, |
|
|
|
lo perdió,
derramándose por sus heridas negras su veneno. |
|
|
|
Y para que de esa obra la fama no
pudiera destruir la antigüedad, |
445 |
|
|
instituyó, sagrados, de
reiterado certamen, unos juegos, |
|
|
|
Pitios con el nombre de la domada
serpiente llamados. |
|
|
|
Ése de los jóvenes
quien con su mano, sus pies o a rueda |
|
|
|
venciera, de fronda de encina
cobraba un galardón. |
|
|
|
Todavía laurel no
había y, hermosas con su largo pelo, |
450 |
|
|
sus sienes ceñía de
cualquier árbol Febo. |
|
|
|
Apolo y Dafne
|
|
El primer amor
de Febo: Dafne la Peneia, el cual no |
|
|
|
el azar ignorante se lo dio, sino
la salvaje ira de Cupido. |
|
|
|
El Delio a él hacía
poco, por su vencida sierpe soberbio, |
|
|
|
le había visto doblando los
cuernos al tensarle el nervio, |
455 |
|
|
y: «¿Qué tienes
tú que ver, travieso niño, con las fuertes
armas?», |
|
|
|
había dicho; «ellas
son cargamentos decorosos para los hombros nuestros, |
|
|
|
que darlas certeras a una fiera,
dar heridas podemos al enemigo, |
|
|
|
que, al que ahora poco con su
calamitoso vientre tantas yugadas hundía, |
|
|
|
hemos derribado, de innumerables
saetas henchido, a Pitón. |
460 |
|
|
Tú con tu antorcha no
sé qué amores conténtate |
|
|
|
con irritar, y las alabanzas no
reclames nuestras». |
|
|
|
El hijo a él de Venus:
«Atraviese el tuyo todo, Febo, |
|
|
|
a ti mi arco», dice, «y
en cuanto los seres ceden |
|
|
|
todos al dios, en tanto menor es tu
gloria a la nuestra». |
465 |
|
|
Dijo, y rasgando el aire a golpes
de sus alas, |
|
|
|
diligente, en el sombreado recinto
del Parnaso se posó, |
|
|
|
y de su saetífera aljaba
aprestó dos dardos |
|
|
|
de opuestas obras: ahuyenta
éste, causa aquél el amor. |
|
|
|
El que lo causa de oro es y en su
cúspide fulge aguda. |
470 |
|
|
El que lo ahuyenta obtuso es y
tiene bajo la caña plomo. |
|
|
|
Éste el dios en la ninfa
Peneide clavó, mas con aquél |
|
|
|
hirió de Apolo, pasados a
través sus huesos, las médulas. |
|
|
|
En seguida el uno ama, huye la otra
del nombre de un amante, |
|
|
|
de las guaridas de las espesuras, y
de los despojos de las cautivas |
475 |
|
|
fieras gozando, y émula de
la innupta Febe. |
|
|
|
Con una cinta sujetaba, sueltos sin
ley, sus cabellos. |
|
|
|
Muchos la pretendieron; ella,
evitando a los pretendientes, |
|
|
|
sin soportar ni conocer
varón, bosques inaccesibles lustra |
|
|
|
y de qué sea el Himeneo,
qué el amor, qué el matrimonio, no cura. |
480 |
|
|
A menudo su padre le dijo:
«Un yerno, hija, me debes». |
|
|
|
A menudo su padre le dijo:
«Me debes, niña, unos nietos». |
|
|
|
Ella, que como un crimen odiaba las
antorchas conyugales, |
|
|
|
su bello rostro teñía
de un verecundo rubor |
|
|
|
y de su padre en el cuello
prendiéndose con tiernos brazos: |
485 |
|
|
«Concédeme, genitor
queridísimo» le dijo, «de una perpetua |
|
|
|
virginidad disfrutar: lo
concedió su padre antes a Diana». |
|
|
|
Él, ciertamente, obedece;
pero a ti el decor este, lo que deseas |
|
|
|
que sea, prohíbe, y con tu
voto tu hermosura pugna. |
|
|
|
Febo ama, y al verla desea las
nupcias de Dafne, |
490 |
|
|
y lo que desea espera, y sus
propios oráculos a él le engañan; |
|
|
|
y como las leves pajas
sahúman, despojadas de sus aristas, |
|
|
|
como con las antorchas los cercados
arden, las que acaso un caminante |
|
|
|
o demasiado les acercó o ya
a la luz abandonó, |
|
|
|
así el dios en llamas se
vuelve, así en su pecho todo |
495 |
|
|
él se abrasa y
estéril, en esperando, nutre un amor. |
|
|
|
Contempla no ornados de su cuello
pender los cabellos |
|
|
|
y «¿Qué si se
los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes, |
|
|
|
a estrellas parecidos sus ojos, ve
sus labios, que no |
|
|
|
es con haber visto bastante. Alaba
sus dedos y manos |
500 |
|
|
y brazos, y desnudos en más
de media parte sus hombros: |
|
|
|
lo que oculto está, mejor lo
supone. Huye más veloz que el aura |
|
|
|
ella, leve, y no a estas palabras
del que la revoca se detiene: |
|
|
|
«¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un
enemigo; |
|
|
|
¡ninfa, espera! Así la
cordera del lobo, así la cierva del león, |
505 |
|
|
así del águila con
ala temblorosa huyen las palomas, |
|
|
|
de los enemigos cada uno suyos; el
amor es para mí la causa de seguirte. |
|
|
|
Triste de mí, no de bruces
te caigas o indignas de ser heridas |
|
|
|
tus piernas señalen las
zarzas, y sea yo para ti causa de dolor. |
|
|
|
Ásperos, por los que te
apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego |
510 |
|
|
corre y tu fuga modera, que
más despacio te persiga yo. |
|
|
|
A quién complaces pregunta,
aun así; no un paisano del monte, |
|
|
|
no yo soy un pastor, no aquí
ganados y rebaños, |
|
|
|
hórrido, vigilo. No sabes,
temeraria, no sabes |
|
|
|
de quién huyes y por eso
huyes. A mí la délfica tierra, |
515 |
|
|
y Claros, y Ténedos, y los
palacios de Pátara me sirven; |
|
|
|
Júpiter es mi padre. Por
mí lo que será, y ha sido, |
|
|
|
y es se manifiesta; por mí
concuerdan las canciones con los nervios. |
|
|
|
Certera, realmente, la nuestra es;
que la nuestra, con todo, una saeta |
|
|
|
más certera hay, la que en
mi vacío pecho estas heridas hizo. |
520 |
|
|
Hallazgo la medicina mío es,
y auxiliador por el orbe |
|
|
|
se me llama, y el poder de las
hierbas sometido está a nos: |
|
|
|
ay de mí, que por ningunas
hierbas el amor es sanable, |
|
|
|
y no sirven a su dueño las
artes que sirven a todos». |
|
|
|
Del que
más iba a hablar con tímida carrera la Peneia |
525 |
|
|
huye, y con él mismo sus
palabras inconclusas deja atrás, |
|
|
|
entonces también pareciendo
hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos, |
|
|
|
y las brisas a su encuentro
hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas, |
|
|
|
y leve el aura atrás daba,
empujándolos, sus cabellos, |
|
|
|
y acrecióse su hermosura con
la huida. Pero entonces no soporta más |
530 |
|
|
perder sus ternuras el joven dios
y, como aconsejaba |
|
|
|
el propio amor, a tendido paso
sigue sus plantas. |
|
|
|
Como el perro en un vacío
campo cuando una liebre, el galgo, |
|
|
|
ve, y éste su presa con los
pies busca, aquélla su salvación: |
|
|
|
el uno, como que está al
cogerla, ya, ya tenerla |
535 |
|
|
espera, y con su extendido morro
roza sus plantas; |
|
|
|
la otra en la ignorancia
está de si ha sido apresada, y de los propios |
|
|
|
mordiscos se arranca y la boca que
le toca atrás deja: |
|
|
|
así el dios y la virgen; es
él por la esperanza raudo, ella por el temor. |
|
|
|
Aun así el que persigue, por
las alas ayudado del amor, |
540 |
|
|
más veloz es, y el descanso
niega, y la espalda de la fugitiva |
|
|
|
acecha, y sobre su pelo, esparcido
por su cuello, alienta. |
|
|
|
Sus fuerzas ya consumidas
palideció ella y, vencida |
|
|
|
por la fatiga de la rápida
huida, contemplando las peneidas ondas: |
|
|
|
«Préstame,
padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen
tenéis, |
545 |
|
|
por la que demasiado he complacido,
mutándola pierde mi figura». |
|
|
|
Apenas la plegaria acabó un
entumecimiento pesado ocupa su organismo, |
|
|
|
se ciñe de una tenue corteza
su blando tórax, |
|
|
|
en fronda sus pelos, en ramas sus
brazos crecen, |
|
|
|
el pie, hace poco tan veloz, con
morosas raíces se prende, |
550 |
|
|
su cara copa posee: permanece su
nitor solo en ella. |
|
|
|
A ésta también Febo
la ama, y puesta en su madero su diestra |
|
|
|
siente todavía trepidar bajo
la nueva corteza su pecho, |
|
|
|
y estrechando con sus brazos esas
ramas, como a miembros, |
|
|
|
besos da al leño;
rehúye, aun así, sus besos el leño. |
555 |
|
|
Al cual el dios: «Mas puesto
que esposa mía no puedes ser, |
|
|
|
el árbol serás,
ciertamente», dijo, «mío. Siempre te
tendrán |
|
|
|
a ti mi pelo, a ti mis
cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas. |
|
|
|
Tú a los generales lacios
asistirás cuando su alegre voz |
|
|
|
el triunfo cante, y divisen los
Capitolios las largas pompas. |
560 |
|
|
En las jambas augustas tú
misma, fidelísisma guardiana, |
|
|
|
ante sus puertas te
apostarás, y la encina central guardarás, |
|
|
|
y como mi cabeza es juvenil por sus
intonsos cabellos, |
|
|
|
tú también perpetuos
siempre lleva de la fronda los honores». |
|
|
|
Había acabado Peán:
con sus recién hechas ramas la láurea |
565 |
|
|
asiente y, como una cabeza,
pareció agitar su copa. |
|
|
|
Júpiter e Ío (I)
|
|
Hay un bosque en
la Hemonia al que por todos lados cierra, acantilada, |
|
|
|
una espesura: le llaman Tempe. Por
ellos el Peneo, desde el profundo |
|
|
|
Pindo derramándose, merced a
sus espumosas ondas, rueda, |
|
|
|
y en su caer pesado nubes que
agitan tenues |
570 |
|
|
humos congrega, y sobre sus
supremas espesuras con su aspersión |
|
|
|
llueve, y con su sonar más
que a la vecindad fatiga. |
|
|
|
Ésta la casa, ésta la
sede, éstos son los penetrales del gran |
|
|
|
caudal; en ellos aposentado, en su
caverna hecha de escollos, |
|
|
|
a sus ondas leyes daba, y a las
ninfas que honran sus ondas. |
575 |
|
|
Se reúnen allá las
paisanas corrientes primero, |
|
|
|
ignorando si deben felicitar o
consolar al padre: |
|
|
|
rico en álamos el
Esperquío y el irrequieto Enipeo |
|
|
|
y el Apídano viejo y el lene
Anfriso y el Eante, |
|
|
|
y pronto los caudales otros que,
por donde los llevara su ímpetu a ellos, |
580 |
|
|
hacia el mar abajan, cansadas de su
errar, sus ondas. |
|
|
|
El Ínaco
solo falta y, en su profunda caverna recóndito, |
|
|
|
con sus llantos aumenta sus aguas y
a su hija, tristísimo, a Ío, |
|
|
|
plañe como perdida; no sabe
si de vida goza |
|
|
|
o si está entre los manes,
pero a la que no encuentra en ningún sitio |
585 |
|
|
estar cree en ningún sitio y
en su ánimo lo peor teme. |
|
|
|
La había
visto, de la paterna corriente regresando, Júpiter |
|
|
|
a ella y: «Oh virgen de
Júpiter digna y que feliz con tu |
|
|
|
lecho ignoro a quién has de
hacer, busca», le había dicho, «las sombras |
|
|
|
de esos altos bosques», y de
los bosques le había mostrado las sombras, |
590 |
|
|
«mientras hace calor y en
medio el sol está, altísimo, de su orbe, |
|
|
|
que si sola temes en las guaridas
entrar de las fieras, |
|
|
|
segura con la protección de
un dios, de los bosques el secreto alcanzarás, |
|
|
|
y no de la plebe un dios, sino el
que los celestes cetros |
|
|
|
en mi magna mano sostengo, pero el
que los errantes rayos lanzo: |
595 |
|
|
no me huye», pues
huía. Ya los pastos de Lerna, |
|
|
|
y, sembrados de árboles, de
Lirceo había dejado atrás los campos, |
|
|
|
cuando el dios, produciendo una
calina, las anchas tierras |
|
|
|
ocultó, y detuvo su fuga, y
le arrebató su pudor. |
|
|
|
Entre tanto Juno abajo miró
en medio de los campos |
600 |
|
|
y de que la faz de la noche
hubieran causado unas nieblas voladoras |
|
|
|
en el esplendor del día
admirada, no que de una corriente ellas |
|
|
|
fueran, ni sintió que de la
humedecida tierra fueran despedidas, |
|
|
|
y su esposo dónde
esté busca en derredor, como la que |
|
|
|
ya conociera, sorprendido tantas
veces, los hurtos de su marido. |
605 |
|
|
Al cual, después de que en
el cielo no halló: «O yo me engaño |
|
|
|
o se me ofende», dice, y
deslizándose del éter supremo |
|
|
|
se posó en las tierras y a
las nieblas retirarse ordenó. |
|
|
|
De su esposa la llegada
había presentido, y en una lustrosa |
|
|
|
novilla la apariencia de la
Ináquida había mutado él |
610 |
|
|
-de res también hermosa es-:
la belleza la Saturnia de la vaca |
|
|
|
aunque contrariada aprueba, y de
quién, y de dónde, o de qué manada |
|
|
|
era, de la verdad como
desconocedora, no deja de preguntar. |
|
|
|
Júpiter de la tierra
engendrada la miente, para que su autor |
|
|
|
deje de averiguar: la pide a ella
la Saturnia de regalo. |
615 |
|
|
¿Qué iba a hacer?
Cruel cosa adjudicarle sus amores, |
|
|
|
no dárselos sospechoso es:
el pudor es quien persuade de aquello, |
|
|
|
de esto disuade el amor. Vencido el
pudor habría sido por el amor, |
|
|
|
pero si el leve regalo, a su
compañera de linaje y de lecho, |
|
|
|
de una vaca le negara, pudiera no
una vaca parecer. |
620 |
|
|
Su rival ya regalada no en seguida
se despojó la divina |
|
|
|
de todo miedo, y temió de
Júpiter, y estuvo ansiosa de su hurto |
|
|
|
hasta que al Arestórida para
ser custodiada la entregó, a Argos. |
|
|
|
Argos
|
|
De cien luces
ceñida su cabeza Argos tenía, |
|
|
|
de donde por sus turnos tomaban, de
dos en dos, descanso, |
625 |
|
|
los demás vigilaban y en
posta se mantenían. |
|
|
|
Como quiera que se apostara miraba
hacia Ío: |
|
|
|
ante sus ojos a Ío, aun
vuelto de espaldas, tenía. |
|
|
|
A la luz la deja pacer; cuando el
sol bajo la tierra alta está, |
|
|
|
la encierra, y circunda de cadenas,
indigno, su cuello. |
630 |
|
|
De frondas de árbol y de
amarga hierba se apacienta, |
|
|
|
y, en vez de en un lecho, en una
tierra que no siempre grama tiene |
|
|
|
se recuesta la infeliz y limosas
corrientes bebe. |
|
|
|
Ella, incluso, suplicante a Argos
cuando sus brazos quisiera |
|
|
|
tender, no tuvo qué brazos
tendiera a Argos, |
635 |
|
|
e intentando quejarse, mugidos
salían de su boca, |
|
|
|
y se llenó de temor de esos
sonidos y de su propia voz aterróse. |
|
|
|
Llegó
también a las riberas donde jugar a menudo
solía, |
|
|
|
del Ínaco a las riberas, y
cuando contempló en su onda |
|
|
|
sus nuevos cuernos, se llenó
de temor y de sí misma enloquecida huyó. |
640 |
|
|
Las náyades ignoran, ignora
también Ínaco mismo |
|
|
|
quién es; mas ella a su
padre sigue y sigue a sus hermanas |
|
|
|
y se deja tocar y a sus
admiraciones se ofrece. |
|
|
|
Por él arrancadas el
más anciano le había acercado, Ínaco,
hierbas: |
|
|
|
ella sus manos lame y da besos de
su padre a las palmas |
645 |
|
|
y no retiene las lágrimas y,
si sólo las palabras le obedecieran, |
|
|
|
le rogara auxilio y el nombre suyo
y sus casos le dijera. |
|
|
|
Su letra, en vez de palabras, que
su pie en el polvo trazó, |
|
|
|
de indicio amargo de su cuerpo
mutado actuó. |
|
|
|
«Triste de mí»,
exclama el padre Ínaco, y en los cuernos |
650 |
|
|
de la que gemía, y
colgándose en la cerviz de la nívea novilla: |
|
|
|
«Triste de mí»,
reitera; «¿Tú eres, buscada por todas |
|
|
|
las tierras, mi hija? Tú no
encontrada que hallada |
|
|
|
un luto eras más leve.
Callas y mutuas a las nuestras |
|
|
|
palabras no respondes, sólo
suspiros sacas de tu alto |
655 |
|
|
pecho y, lo que solo puedes, a mis
palabras remuges. |
|
|
|
Mas a ti yo, sin saber,
tálamos y teas te preparaba |
|
|
|
y esperanza tuve de un yerno la
primera, la segunda de nietos. |
|
|
|
De la grey ahora tú un
marido, y de la grey hijo has de tener. |
|
|
|
Y concluir no puedo yo con mi
muerte tan grandes dolores, |
660 |
|
|
sino que mal me hace ser dios, y
cerrada la puerta de la muerte |
|
|
|
nuestros lutos extiende a una
eterna edad». |
|
|
|
Mientras de tal se afligía,
lo aparta el constelado Argos |
|
|
|
y, arrancada a su padre, a lejanos
pastos a su hija |
|
|
|
arrastra; él mismo, lejos,
de un monte la sublime cima |
665 |
|
|
ocupa, desde donde sentado otea
hacia todas partes. |
|
|
|
Tampoco de los
altísimos el regidor los males tan grandes de la
Forónide |
|
|
|
más tiempo soportar puede y
a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade |
|
|
|
de su vientre había parido,
y que a la muerte dé, le impera, a Argos. |
|
|
|
Pequeña la demora es la de
las alas para sus pies, y la vara somnífera |
670 |
|
|
para su potente mano tomar, y el
cobertor para sus cabellos. |
|
|
|
Ello cuando dispuso, de
Júpiter el nacido desde el paterno recinto |
|
|
|
salta a las tierras. Allí,
tanto su cobertor se quitó |
|
|
|
como depuso sus alas, de modo que
sólo la vara retuvo: |
|
|
|
con ella lleva, como un pastor, por
desviados campos unas cabritas |
675 |
|
|
que mientras venía
había reunido, y con unas ensambladas avenas canta. |
|
|
|
Por esa voz nueva, y cautivado el
guardián de Juno por su arte: |
|
|
|
«Mas tú, quien quiera
que eres, podrías conmigo sentarte en esta roca», |
|
|
|
Argos dice, «pues tampoco
para el rebaño más fecunda en ningún |
|
|
|
lugar hierba hay, y apta ves para
los pastores esta sombra». |
680 |
|
|
Se sienta el Atlantíada, y
al que se marchaba, de muchas cosas hablando |
|
|
|
detuvo con su discurso, al
día, y cantando con sus unidas |
|
|
|
cañas vencer sus vigilantes
luces intenta. |
|
|
|
Él, aun así, pugna
por vencer sobre los blandos sueños |
|
|
|
y aunque el sopor en parte de sus
ojos se ha alojado, |
685 |
|
|
en parte, aun así, vigila;
pregunta también, pues descubierta |
|
|
|
la flauta hacía poco
había sido, en razón de qué fue
descubierta. |
|
|
|
Pan y Siringe
|
|
Entonces el
dios: «De la Arcadia en los helados montes», dice, |
|
|
|
«entre las hamadríadas
muy célebre, las Nonacrinas, |
|
|
|
náyade una hubo; las ninfas
Siringe la llamaban. |
690 |
|
|
No una vez, no ya a los
sátiros había burlado ella, que la
seguían, |
|
|
|
sino a cuantos dioses la sombreada
espesura y el feraz |
|
|
|
campo hospeda; a la Ortigia en sus
aficiones y con su propia virginidad |
|
|
|
honraba, a la diosa; según
el rito también ceñida de Diana, |
|
|
|
engañaría y
podría creérsela la Latonia, si no |
695 |
|
|
de cuerno el arco de ésta,
si no fuera áureo el de aquélla; |
|
|
|
así también
engañaba. Volviendo ella del collado Liceo, |
|
|
|
Pan la ve, y de pino agudo
ceñido en su cabeza |
|
|
|
tales palabras refiere...».
Restaba sus palabras referir, |
|
|
|
y que despreciadas sus
súplicas había huido por lo intransitable la
ninfa, |
700 |
|
|
hasta que del arenoso Ladón
al plácido caudal |
|
|
|
llegó: que aquí ella,
su carrera al impedirle sus ondas, |
|
|
|
que la mutaran a sus
líquidas hermanas les había rogado, |
|
|
|
y que Pan, cuando presa de
él ya a Siringa creía, |
|
|
|
en vez del cuerpo de la ninfa,
cálamos sostenía lacustres, |
705 |
|
|
y, mientras allí suspira,
que movidos dentro de la caña los vientos |
|
|
|
efectuaron un sonido tenue y
semejante al de quien se lamenta; |
|
|
|
que por esa nueva arte y de su voz
por la dulzura el dios cautivado: |
|
|
|
«Este coloquio a mí
contigo», había dicho, «me
quedará», |
|
|
|
y que así, los desparejos
cálamos con la trabazón de la cera |
710 |
|
|
entre sí unidos, el nombre
retuvieron de la muchacha. |
|
|
|
Júpiter e Ío
(II)
|
|
Tales cosas
cuando iba a decir ve el Cilenio que todos |
|
|
|
los ojos se habían postrado,
y cubiertas sus luces por el sueño. |
|
|
|
Apaga al instante su voz y afirma
su sopor, |
|
|
|
sus lánguidas luces
acariciando con la ungüentada vara. |
715 |
|
|
Y, sin demora, con su falcada
espada mientras cabeceaba le hiere |
|
|
|
por donde al cuello es
confín la cabeza, y de su roca, cruento, |
|
|
|
abajo lo lanza, y mancha con su
sangre la acantilada peña. |
|
|
|
Argos, yaces, y la que para tantas
luces luz tenías |
|
|
|
extinguido se ha, y cien ojos una
noche ocupa sola. |
720 |
|
|
Los recoge, y del ave suya la
Saturnia en sus plumas |
|
|
|
los coloca, y de gemas consteladas
su cola llena. |
|
|
|
En seguida se
inflamó y los tiempos de su ira no difirió |
|
|
|
y, horrenda, ante los ojos y el
ánimo de su rival argólica |
|
|
|
le echó a la Erinis, y
aguijadas en su pecho ciegas |
725 |
|
|
escondió, y prófuga
por todo el orbe la aterró. |
|
|
|
Último restabas, Nilo, a su
inmensa labor; |
|
|
|
a él, en cuanto lo
alcanzó y, puestas en el margen de su ribera |
|
|
|
sus rodillas, se postró, y
alzada ella de levantar el cuello, |
|
|
|
elevando a las estrellas los
semblantes que sólo pudo, |
730 |
|
|
con su gemido, y lágrimas, y
luctuoso mugido |
|
|
|
con Júpiter pareció
quejarse, y el final rogar de sus males. |
|
|
|
De su esposa él estrechando
el cuello con sus brazos, |
|
|
|
que concluya sus castigos de una
vez le ruega y: «Para el futuro |
|
|
|
deja tus miedos», dice;
«nunca para ti causa de dolor |
735 |
|
|
ella será», y a las
estigias lagunas ordena que esto oigan. |
|
|
|
Cuando aplacado la diosa se hubo,
sus rasgos cobra ella anteriores |
|
|
|
y se hace lo que antes fue: huyen
del cuerpo las cerdas, |
|
|
|
los cuernos decrecen, se hace de su
luz más estrecho el orbe, |
|
|
|
se contrae su comisura, vuelven sus
hombros y manos, |
740 |
|
|
y su pezuña, disipada, se
subsume en cinco uñas: |
|
|
|
de la res nada queda a su figura,
salvo el blancor en ella, |
|
|
|
y al servicio de sus dos pies la
ninfa limitándose |
|
|
|
se yergue, y teme hablar, no a la
manera de la novilla |
|
|
|
muja, y tímidamente las
palabras interrumpidas reintenta. |
745 |
|
|
Ahora como diosa
la honra, celebradísima, la multitud vestida de lino. |
|
|
|
Ahora que Épafo generado fue
de la simiente del gran Júpiter por fin |
|
|
|
se cree, y por las ciudades, juntos
a los de su madre, |
|
|
|
templos posee. |
|
|
|
Faetón (I)
|
|
Tuvo éste en ánimos
un igual, y en años,
|
|
|
|
del Sol engendrado, Faetón;
al cual, un día, que grandes cosas decía |
750 |
|
|
y que ante él no
cedía, de que fuera Febo su padre soberbio, |
|
|
|
no lo soportó el
Ináquida y «A tu madre», dice, «todo como
demente |
|
|
|
crees y estás henchido de la
imagen de un genitor falso». |
|
|
|
Enrojeció Faetón y su
ira por el pudor reprimió, |
|
|
|
y llevó a su madre
Clímene los insultos de Épafo, |
755 |
|
|
y «Para que más te
duelas, mi genetriz», dice, «yo, ese libre, |
|
|
|
ese fiero me callé. Me
avergüenza que estos oprobios a nos |
|
|
|
sí decirse han podido, y no
se han podido desmentir. |
|
|
|
Mas tú, si es que he sido de
celeste estirpe creado, |
|
|
|
dame una señal de tan gran
linaje y reclámame al cielo». |
760 |
|
|
Dijo y
enredó sus brazos en el materno cuello, |
|
|
|
y por la suya y la cabeza de
Mérope y las teas de sus hermanas, |
|
|
|
que le trasmitiera a él, le
rogó, signos de su verdadero padre. |
|
|
|
Ambiguo si Clímene por las
súplicas de Faetón o por la ira |
|
|
|
movida más del crimen dicho
contra ella, ambos brazos al cielo |
765 |
|
|
extendió y mirando hacia las
luces del Sol: |
|
|
|
«Por el resplandor
este», dice, «de sus rayos coruscos insigne, |
|
|
|
hijo, a ti te juro, que nos oye y
que nos ve, |
|
|
|
que de éste tú, al
que tú miras, de éste tú, que templa el
orbe, |
|
|
|
del Sol, has sido engendrado. Si
mentiras digo, niéguese él a ser visto |
770 |
|
|
de mí y sea para los ojos
nuestros la luz esta la postrera. |
|
|
|
Y no larga labor es para ti conocer
los patrios penates. |
|
|
|
De donde él se levanta la
casa es confín a la tierra nuestra: |
|
|
|
si es que te lleva tu ánimo,
camina y averígualo de él mismo». |
|
|
|
Brinca al
instante, contento después de tales |
775 |
|
|
palabras de la madre suya,
Faetón, y concibe éter en su mente, |
|
|
|
y por los etíopes suyos y,
puestos bajo los fuegos estelares, |
|
|
|
por los indos atraviesa, y de su
padre acude diligente a los ortos. |
|
|
|
|