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ArribaAbajoCanto IX

Salen seis españoles de la ciudad de Polonchan [Champotón], por orden de Cortés, a buscar mantenimientos la tierra adentro y, habiéndose dividido, se le ofrecen en un bosque a Clandina, Aguilar y Matienzo, a la cual libran de la fuerza de Hirtano. Cuéntales la india el molesto proceder del bárbaro, con el lastimoso fin de Tacaybí, su competidor.




    Quien quisiere saber cuán vario temple
siente, en amando, un corazón sujeto,
y el cómo por momentos se destemple
en tus llamas, Amor, o hielo inquieto,
en sí lo pruebe y su rigor contemple,
y así dirá del Bóreas el efeto
ser menor, y el arder un gusto insano,
más que Vesubio, Estrómbole y Volcano.

   Nuevo parecerá tratar de amores
en quien sólo rigor ha prometido,
mas hombres son también los escritores,
con quien amor su límite ha extendido,
no sujetos a menos sinsabores
que el que más por amar ha padecido:
¡qué triste el alma mísera que sabe
las partes conocer de un rostro grave!

   No con tan flaco y destemplado aliento,
podría explicar las noches congojosas,
los días de asperísimo tormento
que pasé por mi Sol, y horas llorosas,
cuando bocas tuviese y lenguas ciento,
voz y pluma de hierro; que son cosas
que en largos años por demás sería,
cual la siento, decir la pena mía.

   De mi discurso un bárbaro me saca
dándome voces su firmeza diga,
que ni su padecer el tiempo aplaca,
ni con querellas a su dama obliga,
y como no es la parte en mí más flaca,
esme forzoso sus intentos siga:
llámase Hirtano el desdeñado amante,
después de mí en el mundo el más constante.

   Mostraba al suelo su rosado manto
la Aurora, y el nocturno ahuyentaba,
matiza el lirio y el vistoso acanto,
y el junquillo y violeta matizaba,
cuando Aguilar, Matienzo, Andrés del Canto,
Terrazas, Villalobos y Xarava,
en caballos revueltos y trabados
salen de la ciudad, a punto armados.

   Por la tierra a buscar mantenimiento
(de que los españoles carecían)
y a conocer los pueblos y el asiento,
que de aquella ciudad en torno veían:
de Cortés con expreso mandamiento
que, si algunas viandas descubrían,
los cinco peleasen, dando vuelta
el uno a le avisar a rienda suelta

   Pero a legua y no más que caminaron,
por diferentes sendas se esparcieron;
hacia Cintla los cuatro, enderezaron,
y Aguilar y Matienzo se metieron
por un camino estrecho que toparon,
y por él hasta el cabo prosiguieron
donde un espeso bosque se les muestra,
con un sitio agradable, a mano diestra.

   De tiernas florecillas varïado,
que apacibles al ojo se ofrecían,
a recrear un ánimo cansado
bastante la fragancia que esparcían;
cruzando el espacioso y verde prado,
por diversos lugares discurrían
mil cristalinos lazos, con rüido,
a la vista agradables y al oído.

   Pues yendo contemplando la hermosura
los dos, de este lugar tan deleitoso,
oyeron un suspiro en la espesura,
envuelto en un gemido lastimoso.
Paran y ven que el grito se apresura,
y alentado alarido temeroso:
mirábanse los dos sin resolverse
ni saber en tal caso lo que hacerse.

   Pero de verlo al fin determinados,
por el hojoso bosque a media rienda,
en sus prestos caballos confïados
se meten, al rumor abriendo senda,
al trance más sangriento aparejados,
y más dudosa y áspera contienda,
las lanzas a los puños apretadas,
y las anchas adargas embrazadas.

    No lejos del camino, el verde suelo
hallan de cuerpos muertos ocupado.
No dejó de causar algún recelo
a los dos el lugar tan apretado,
mas roto del temor el torpe velo,
por el lado, más áspero y cerrado
del bosque el paso ignoto van rompiendo,
llegar do la voz oyen pretendiendo.

   Al pie de un viejo roble un hombre vieron
al parecer forzando una doncella,
a quien a rienda suelta arremetieron,
con gana de acorrer la joven bella,
y a coyuntura tal los dos vinieron,
que le faltó lugar para ofendella:
sólo el tacto y la vista satisfizo,
y aquesto fue lo más que pudo y hizo.

   Este, viendo a los dos, que fuesen piensa
de la región celeste descendidos
a castigar su yerro y torpe ofensa,
y no del bajo suelo producidos:
y con turbado paso y pena intensa,
por los más intratables y escondidos
lugares del gran bosque va huyendo,
de la amorosa empresa desistiendo.

   Llegan a la doncella, que llorosa
del deshonesto intento se mostraba;
ven que con vista baja, vergonzosa,
con lágrimas la hierba aljofaraba;
de tierra el bello rostro alzar no osa,
antes con cruda mano, le agraviaba:
«Lleva (dice) pues fuiste tú el señuelo
de tanta desventura, el mayor duelo.»

   Así la faz hermosa molestando,
con ambas manos sin piedad hería;
la encrespada madeja maltratando,
mil hebras de oro por el aire envía.
La nevada columna fatigando,
que la dorada cumbre sostenía,
maldice su ventura, culpa al Cielo,
que la mano cargó en su desconsuelo.

   Pero los dos iberos, conmovidos
a compasión, de presto se apearon,
los brazos la tuvieron fuerte asidos,
y el duro tratamiento le estorbaron.
De tan rara belleza suspendidos,
con amorosa voz la saludaron.
Ella, en el nueve, trance, teme y calla,
y menos medio a sus intentos halla:

   Que como nunca un mal sin otro viene,
y el nacer uno de otro es cosa cierta,
y el ser mayor aquel que sobreviene,
que el que primero al duelo abrió la puerta,
no es de admirar que tema, y tal la tiene
esto (y de buen suceso tan incierta)
a la llorosa joven, que entendía
que del socorro fuerza nacería.

   Mas ellos viendo su temor honesto,
de que el virgíneo rostro muestras daba,
con halagüeña voz y alegre gesto,
cada cual su recelo aseguraba
diciendo: «No el lugar, aunque dispuesto,
no tu rara beldad, aunque incitaba,
serán partes, señora, a hacerte ofensa
en quien vino, cual ves, a tu defensa.

   «Está de estas palabras enterada,
cese el confuso llanto y larga vena,
que con sana intención será mirada
la tuya, pues es tal, tan justa y buena.»
Ella, aunque no del todo asegurada
(un tanto mitigando el lloro y pena),
con voz confusa, humilde, reagradece
lo que con tantas veras se le ofrece.

   Diciendo: «Bien entiendo que mi suerte
me fue en esto, señores, tan amiga,
cuanto en el ya pasado trance fuerte
(con ásperas señales) enemiga.
Si en mi temprana vida pedí muerte
hoy, fue para salir de tal fatiga;
mas, cual veis, otra cosa ordena el Cielo,
quizá para doblar mi desconsuelo.

   «Y a tan notable y alto beneficio,
¿cómo satisfará mi desventura,
cómo dará de paga algún indicio,
mujer tan corta y falta de ventura?
Admitid mi deseo por servicio
de obra tan alta y voluntad tan pura,
que si esto con desdichas se pagara,
nada a deber, señores, os quedara.

   «Pero ya que en lo más habéis mostrado
el valor de los pechos generoso,
no me desamparéis en tal estado
ni en lugar me dejéis tan peligroso:
que del glorioso hecho no acabado
no sale el que le intenta victorioso,
ni el nombre de esforzado le es debido,
el que fue en comenzar sólo atrevido.»

   Aguilar, que la lengua bien entiende,
la responde: «Señora, nuestro intento
es de agradarte en todo, pues se entiende
a procurar tu bien, quietud, contento.
Guíe tu voluntad por do pretende,
vaya por el camino más sangriento,
que, abierto del rigor de nuestra espada,
do quisieres por él serás llevada.»

   La joven dice: «Acepto tal promesa»,
y a una torcida senda enderezando
el paso, a caminar a toda priesa
comienza, de gran gozo muestras dando.
«Salgamos, dice, de la selva espesa,
y yo, señores, os iré guiando,
que aqueste de mi estado es el camino,
si no le tuerce mi áspero destino.

   «Por el discurso de él mi desventura
os contaré, señores, porque os sea
la fatiga de andarle menos dura,
una traición oyendo torpe y fea.»
Los dos cabalgan presto, la aventura
deseando saber y lo que sea.
En ancas del caballo la pusieron
de Aguilar, y en camino se metieron.

   «Clandina, dice, soy, hija heredera
de Calpuchi, cacique valeroso,
señor de aqueste término y ribera,
y del fuerte castillo Daybanoso:
pero pluguiera al Cielo que yo fuera
de padre bajo, vil, menesteroso,
y que nunca debiera a la Fortuna,
ni a su engañoso curso, cosa alguna.

    «En Potonchan mi padre me tenía,
que madre no la tengo (¡oh suerte airada!),
do en calidad y estado prefería,
del pueblo a la mujer más reputada.
Sólo a mi voluntad se sometía
de la ciudad la gente más granada,
celebrando concordes mi hermosura,
de ella falta (cual veis) y de ventura.

   «Vivía, aunque no libre de cuidado
de lo que en vano muchos pretendían:
era mi viejo padre molestado
do voluntades mil que me seguían,
y en dulce matrimonio deseado,
con notorias ventajas me pedían;
deseólo mi padre, mas mi suerte,
antes que mi remedio vio su muerte.

   «Entre estos pretensores, un Hirtano
(que así el molesto joven se decía)
con tierno proceder e intento vano,
do le pudiese oír se puso un día
debajo de un balcón, que el fértil llano
con variedad de plantas descubría,
diputado lugar al ejercicio
de mi labor, doncellas y servicio.

   «Sucedió que, después de haberme alzado
de la sutil labor a que asistía,
saliendo a aquel lugar acostumbrado
do recrear el ánimo solía,
le vi a sombra de un mirto recostado,
do mil veces mi nombre repetía.
Del repentino caso alborotada,
atrás volví, suspensa y admirada.

   «Oí (sin que él me viese) que decía:
'Cansada, vida, vida miserable,
suerte infelice, adversa (en esto mía,
y ajena en el contento, varïable),
¿dó escondes la ocasión de mi alegría,
dó la serenidad del rostro afable?
Muestra el oculto bien do está mi daño,
que dulce me es morir en tal engaño.

   'Y si por ser alivio a mi cuidado,
ya como tal me fuere defendido,
no el duro disponer del Cielo airado
(en daño mío con el hado unido)
mi lamento a lo menos (de ti odiado)
podrá apartar de tu arrogante oído,
aunque sordo a mi queja miserable,
más que la furia de la mar instable.

   'Por ti ya me agradó la ¿selva umbrosa,
por ti el callado bosque me fue grato,
por ti la soledad me fue sabrosa,
y sabroso de rústicos el trato;
por ti la dulce fuente, pedregosa,
porque en ella miraba tu retrato:
inquieto, varïable, bullicioso,
mudo, perturbador de mi reposo.

   'Acuérdome que un día (a Dios pluguiera
que en mi triste memoria nunca entrara),
yendo en alcance de una bestia fiera,
junto a una fuente cristalina clara
te vi, y dejando la veloz carrera,
volví a mi pecho la herbolada jara,
dejé de fiera el codicioso alcance,
y entré con fiera en sanguinoso trance.

   'Allí (si bien te acuerdas) me dijiste:
'No desesperes, lisonjero Hirtano'.
A par del sol con esto me subiste,
no menos que él de su potencia ufano:
¿qué es de aquesta esperanza que me diste?
¿con término procedes tan insano?
¿así te burlas con un alma asida?
¿tan poco te enternece su herida?

   '¿Por qué contra un rendido cruel te ensañas?
¿por qué contra un humilde te armas de ira?
Ya vences sin ardides ni marañas;
la suerte de triunfar que eliges mira.
Tiñe tus uñas, fiera, en mis entrañas,
despojo odioso a tu cansada mira,
si aquel que más te enoja a tus pies tienes,
¿por qué a satisfacerte cruel no vienes?

   'Si me dejas la vida por venganza,
tomarla yo de mí será sin duda,
que a parte donde muere la esperanza,
justo es que con remedio tal se acuda.
Ya no te cansará mi confianza,
la nunca enjuta faz y lengua ruda;
quizá, Clandina, mi llorosa suerte
podrá, aunque tarde, en algo enternecerte.

   'Verdad es que no puedo yo negarte
que mi caído nombre no subsiste,
pues en el fiel discurso del amarte,
un espíritu nuevo en mí infundiste;
nunca subiera a tan dichosa parte
mi fama inútil si, con llanto triste,
tu nombre con el mío no entregara
a las cortezas de esta selva cara.

   'Allí fijé mis quejas no escuchadas,
que por momentos con el tiempo crecen,
bien cual en mis entrañas fatigadas,
con quien tus sinrazones se embravecen:
juntas están aquí y allí estampadas
tu imagen con la mía, y bien parecen,
si tu distante voluntad quisiera
y con la grata estampa respondiera.

   'No me quejo de Amor, antes le alabo,
que así tendió la mano en mi fortuna,
pues cual a otros pudo hacerme esclavo,
entre mujeres fáciles de alguna.
Y no sólo no quiso, pero al cabo
eligió entre millares sola una
de singular virtud, gracia, excelencia,
para toque fïel de mi paciencia.

   'Si en calidad quilatas mi persona,
de Quipancol soy hijo verdadero,
sobrino de Tabasco, que me abona,
de Potonchan cacique, gran guerrero.
De Cintla soy señor, y Payagona,
y de diez mil vasallos heredero,
los cuales rico y abundante pecho,
de antigüedad me rinden por derecho.

   'Si en cantidad reparas, mucha tierra
poseo afable, quieta, fértil, rica,
en cuyos senos cantidad se encierra
del luciente metal, que se me aplica:
tierra adquirida toda en buena guerra,
que el ser de mis pasados amplifica;
gran suma esconde en sí de claras venas,
de gruesas piezas de oro y plata llenas.

   'Mas ¿de qué me aprovechan mis haberes
sin ti, muriendo en lágrimas deshecho?
¿Qué bien me será bien, si tú no quieres
que en mí lo sea, y en mi aflicto pecho?
¿O quién, si a remediarme te movieres,
del hado quedará tan satisfecho?
Mi estado, ser y antiguas posesiones
son, para te servir, pequeños dones.

   'Esto estará debajo de tu mano
y de todo serás obedecida;
fiel esclavo tuyo será Hirtano,
pues de tu voluntad pende mi vida.
Tenga límite el término inhumano
con que me tratas, fiera embravecida,
dame ya de consorte prenda cara,
y séme en todo, sino en esto, avara.

   'Deja de Tacaybí, joven grosero,
el amor que le muestras entrañable,
que servirte mejor que él me prefiero,
con término mejor y más loable,
y con amor más limpio y verdadero,
cual lo verás, Clandina, y más estable.
Mira que es Tacaybí pobre y liviano,
y en calidad menor que no tu Hirtano.

   'Y si olvidar a aqueste no quisieres,
haciéndome capaz de lo que pido,
culpa a Amor y no a mí, si ya me vieres
su intento castigar por atrevido.
Vuelve y, libre de amor, mira quién eres,
y el error en que amándole has vivido,
verás cuánto más que él en todo valgo,
y que de la verdad en nada salgo.'

   «Esto el traidor estaba refiriendo,
cuando de Tacaybí la suerte dura
(diré mejor la mía) discurriendo
le trajo hacia el balcón por la verdura,
donde le estaba mísera atendiendo,
ajena de esperar tal desventura,
no porque más favor de mí tuviese
de cuanto para hablar lugar le diese.

   «Verdad es que con verle recibía
(que no puedo negarlo) algún contento,
y que él con limpio celo pretendía
casar conmigo, y éste fue su intento,
pero estorbólo el ver que lo quería
la triste de Clandina, y ser su aumento
que nunca quiso cosa un desdichado
que no le fuese adverso en ella el hado.

   «Viendo venir al mozo el cauto Hirtano
al camino le sale diligente
diciendo: 'Tacaybí, seráte sano
el dejar esta empresa, y conveniente.
Otra vez te lo he dicho ya, villano
y con grosero término imprudente:
pretendes este bien (de que carezco)
sin mirar cuánto más que tú merezco'.

   '¡Mientes en eso!, Tacaybí responde,
que si esto va por méritos, es mío.'
Hirtano dice: 'A ver si corresponde
el valor de tu pecho con el brío.'
Y un agudo puñal al triste esconde
dos veces por un lado, en lo vacío,
esto con tal presteza, que el cuitado
no pudo contrastar al duro hado.

   «Con gemido mortal cayó en el suelo
la gloria de mi gloria, y alegría;
llamando (y con razón) injusto al cielo,
a compasión las plantas conmovía;
con bascoso lamento y desconsuelo,
al viento mil suspiros esparcía:
'Fortuna, dice, mísera, avarienta,
¿estarás en mi daño ya contenta?

   'Si la envidia de verme entronizado
(por mi contraria suerte) en tanta alteza,
y haberme puesto Amor en tal estado
acerca de Clandina y su grandeza,
en mí causaron fin tan desastrado,
de bien tan alto indigna mi bajeza,
¿por qué de tanto bien capaz me hiciste,
si fin tan lastimoso previniste?

   'Antes del bien, me fuera menos grave
que a vista de él aquesta acerba muerte;
pero, porque ninguno se te alabe
que bastó a resistir tu golpe fuerte,
ni que tu fin incierto alcanza o sabe
el que acerca de ti es mejor en suerte,
quisiste a tu alta cumbre levantarme,
para con duro golpe de ella echarme.

   'Muero, y conmigo muere mi esperanza,
a cuya causa me es el morir duro.
No lloro de mi muerte la venganza,
Clandina, por el Sol inmenso juro:
lloro de mi miseria la pujanza,
y que bajo sin verte al reino oscuro,
do el espíritu ardiente, enamorado,
largo tiempo estará de ti apartado.'

   «Diciendo aquesto, el último gemido
y postrimero acento lastimoso
hirió, señores, mi turbado oído
con un suspiro mísero lloroso.
Descoyuntado, el joven afligido
quedó, de un mortal frío congojoso;
huyó del cuerpo el ánima indignada,
del desangrado cuerpo desatada.

   «Juzgad cuál esta triste quedaría,
señores, si algún tiempo habéis querido;
las lástimas y quejas que diría
viendo a su Tacaybí ante sí tendido.
Lo que tal espectáculo obraría
en un pecho de amor enternecido,
déjolo a vuestro claro entendimiento,
si ya de amor tuvisteis sentimiento.

   «Huyó con prestos pies el homicida
sin ser sino de mí de alguno visto,
y como su traición no fue entendida,
quedóse, como de antes, quieto y quisto.
Yo, triste, miserable y afligida
(que del continuo llanto aún no desisto),
por no poner mi honor en detrimento,
callé el suceso mísero, sangriento.

   «Con más fuerza el traidor, de allí adelante,
diligente a servirme se ofrecía,
poniéndome el tormento por delante
que el pérfido a mi causa padecía.
Mas yo, con riguroso y cruel semblante,
la oreja a sus querellas escondía,
pidiendo del traidor venganza al Cielo,
por alivio postrero de mi duelo.

   «En esto de Tabasco las riberas,
las costas y marinas, ocupadas
fueron de ciertas gentes extranjeras,
en fuerte punto y hora allí llegadas.
Tomó esto Potonchan con tantas veras
que, acudiendo al rigor de las espadas,
su gente al reforzado muro atiende
y los pasos y entrada les defiende.

   «Para lo cual un áspero decreto
el cacique mandó se publicase,
y fue que de mujeres (con efeto)
y niños la ciudad libre quedase.
No quiso dilatarlo el pueblo inquieto,
ni que a mayor ruïna se aguardase,
que aquí y allí discurre bullicioso,
del venidero daño temeroso.

   «Por orden de mi padre fui enviada
fuera de la ciudad (que no debiera)
a un su castillo fuerte, acompañada
de cien hombres de guarda que me diera,
sobre doradas andas levantada,
mas no cual otras veces placentera,
que cuando el mal suceso se avecina,
casi por las señales se adivina.

   «Apenas la ciudad había dejado
y entrado en este bosque deleitoso,
cuando salió Hirtano, acompañado
de armada gente, por lo más fragoso
diciéndome: 'Clandina, ya es llegado
el deseado fin de mi reposo;
fuerza tu voluntad a bien quererme,
que hoy has por bien o mal a complacerme.'

   «No pude responder (ni fue en mi mano)
a su plática triste, de turbada,
mas hízolo el valiente Gualdacano,
varón a quien venía encomendada,
diciendo: 'El responderte, loco Hirtano,
no le toca a Clandina, que a esta espada
se le acomete la áspera respuesta
de la libre razón por ti propuesta.'

    «Parten a un tiempo entrambos a embestirse,
cada cual de su gente acompañado;
comienzan con rigor a combatirse,
muriendo muchos de uno y otro lado,
mas en espacio breve, a resumirse
vino mi gente (por mi adverso hado)
de cien hombres en doce, que volvieron
las espaldas y al monte se metieron.

   «Quedé sola y sujeta al cruel Hirtano,
que soberbio mandó aguardar su gente,
metiéndome a lo espeso (por la mano)
del bosque, fervoroso y diligente:
y estando con razones el tirano,
procurando aplacarme tiernamente,
llegó con voz turbada, sin aliento,
contando un indio un caso atroz, sangriento.

   «Dice que Potonchán era ya entrada
de aquella advenediza gente fiera,
muriendo la mejor y más granada
que dentro estaba, propia y forastera;
y que (con lamentable retirada)
la poca que quedó, saliendo fuera,
huyó. También me dijo que este día
mi padre en el asalto muerto había.

   «Yo, que el eueeso adverso y desastrado
oí, de nuevo llanto apercibida,
con sollozos culpaba el triste estado
a que por mis miserias fui venida.
Mas no por eso el falso fue apartado
de su fogosa furia desmedida:
antes al indio echó de allí impaciente,
llamándole de bárbaro imprudente.

   «Comenzaba de nuevo la porfía
cuando turbada, de rodillas puesta,
le dije que bien claro conocía
ser su demanda lícita y honesta,
y que si algo mi amor con él valía
(pues estaba a agradarle ya dispuesta)
que hasta que el nuevo día se mostrase
su pertinaz intento dilatase.

   «Porque al alma de un padre tan querido
hiciese algún acepto sacrificio
que fuese por los dioses admitido,
y ante su deidad grato y propicio.
Fue con dificultad de él concedido
(por entonces dejando el torpe vicio)
de acuerdo odioso que, venido el día,
por marido al traidor aceptaría.

   «Todo, aquesto, señores, intentaba,
por ver si en este término tan breve
algún remedio el hado me enviaba,
puesto que a un desdichado no se mueve.
En esta confusión ya despuntaba
la presurosa luz, cuando remueve
a Hirtano el amoroso pensamiento,
tornándole de nuevo al bajo intento.

   «Diciéndome: 'Mi gloria, no dilates
el efecto del bien que me es debido
ni de mí, prenda cara, te recates,
pues el término puesto es ya cumplido.
Tiempo es los lazobs del rigor desates,
hazme, del bien, condigno que te pido.'
Mas repliquéle prometido había
cosa que hasta cumplirla lo impedía.

   «Que fuésemos los dos a Daybanoso,
en mi estado, castillo y villa fuerte,
donde, cumplido el voto, por mi esposo
sería recibido en dulce suerte.
Mas él, de estas palabras receloso,
dice con voz airada: 'Pues moverte
no han podido mis ruegos, determino
gozarte por ilícito camino.'

   «Sobre mí los robustos brazos tiende
y, abatiéndome a tierra fervoroso,
en pretender forzarme sólo entiende,
cuando por el espeso bosque hojoso,
a mis gritos, los dos (según se entiende)
asomásteis en punto venturoso:
con tal vista, señores, evitando
un daño de que ahora estoy temblando.

   «Aqueste es el discurso de mi vida,
y esta gran población do habéis llegado
es mía, do yo, mísera, afligida,
venía, como atrás os he contado;
de ella (por la merced hoy recibida)
señores, os servid, y de mi estado,
que aunque es para tal bien pequeña paga,
no alcanzo otro caudal que os satisfaga.»

   Aguilar y Matienzo, cortésmente,
tal oferta agradecen, admirados
del proceder del bárbaro ferviente,
y del cuento algún tanto lastimados.
Apean a Clandina entre su gente,
de quien los dos estaban ya cercados,
que vistos por los indios los caballos,
salían espantados a mirallos.

   «Queda (dicen los dos) en paz, Clandina,
pues ya estás en tu casa en salvo puesta.»
Ella dice: «Escuchadme, si soy digna,
señores, de tal bien y de respuesta:
¿Sois dioses, por ventura, a quien divina
adoración se debe manifiesta,
o sois hijos del Sol resplandeciente,
según el rostro y hábito luciente?

   «Si lo sois, con humilde reverencia
seréis de mí por tales adorados,
y, en memoria de aquesta gran clemencia
que hoy usásteis conmigo, celebrados:
y en suntüosos templos la excelencia
cantarán de vosotros mis estados,
llevándoos sangre humana en sacrificio,
agradable a los dioses tal servicio.

   «Si hombres mortales sois, lo cual no creo,
no tengo más que os dar de lo ofrecido.»
Aguilar le responde: «Tu deseo
en esto y lo demás será cumplido,
que aunque el luciente traje y bello arreo
te haya de inmortales parecido,
sujetos a morir cual tú nacimos,
y de ninguno en esto diferimos.

   «Somos de aquesta gente que hoy ha entrado
a Potonchán, ciudad insigne y fuerte,
que de un reino remoto y dilatado
venimos a buscar próspera suerte.»
«De saberlo, señores, he gustado
(Clandina dice) y plega el Cielo acierte
a seros la Fortuna tan amiga,
cuanto pide el deseo que me obliga.»

   Con esto se despiden, y volviendo
al camino los dos por do vinieron,
del bosque espeso al llano iban saliendo,
cuando a los cuatro amigos descubrieron
que a media rienda se iban recogiendo
(a quien Matienzo y Aguilar siguieron),
que dos escuadras de indios los flecharon,
hasta que en la ciudad los encerraron.


 
 
FIN DEL CANTO NONO