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ArribaAbajoCanto XVII

Ponen Maxixca y Taxguaya a los españoles en grande aprieto, del cual, habiéndose ofrecido el Ángel a Cortés en hábito de indio amigo, los saca victoriosos, con lamentable y sangrienta retirada de los tlaxcallanos. Sale Xicoténcatl, su general, de la ciudad con ciento y cincuenta mil indios y, habiendo exhortado [a] su gente, presenta la desigual batalla a Cortés.




    El rudo proceder del vulgo vano,
o la mísera envidia carcomida
del bajo pecho tímido, villano,
émulo cierto de la honrosa vida,
de Cortés viendo el nombre soberano
y gloria con sus hechos adquirida,
quieren oscurecer lo que la Fama
por todo el mundo en su favor derrama.

   Diciendo: «Sujetó gente grosera,
bárbara y en las armas no cursada,
inhábil, sin destreza ni manera
para tomar en su defensa espada.»
Mas para que entendáis la gente que era,
cuán belicosa, fiera y arriscada,
atended al discurso de mi canto,
que en él la pluma acorto y no adelanto.

   En los collados de Ida se levanta,
trayendo nueva luz a los mortales,
el vecino lucero, y toda planta
de su alegre venida da señales.
La hija de Pandión llorosa canta
el discurso infelice de sus males,
ya de Titón la esposa se mostraba
y el sosegado mar coloreaba.

   Cuando Maxixca, por inculta vía,
con mil soldados diestros, escogidos,
a la crismada gente se ofrecía,
dejando en emboscada recogidos
los gruesos escuadrones que traía,
en dos hondas quebradas compartidos,
adonde a sus contrarios atendiesen
cuando de industria allí se los trajesen.

   Vuelven gritando «¡Al arma!» dos jinetes,
«¡al arma, al arma, que el contrario asoma!».
Requieren los templados coseletes
y aprisa cada cual sus armas toma:
enlazan presurosos los almetes,
y el cañón, que al más fuerte pecho doma,
de plomo y salitrada especie entrañan,
y la encendida cuerda aprisa apañan.

   Tocan diversas suertes de instrumentos
los fuertes tlaxcaltecas orgullosos;
con alarido y fieros movimientos
aquí y allí discurren jactanciosos:
el hondo valle, al caos de sus acentos,
responde, con los montes pedregosos,
de bárbaros denuestos ocupados,
contra el ungido pueblo al aire dados.

   No quiso el siervo, no, del Ángel vano
un punto diferir la prueba fiera,
que una nube lanzó, con presta mano,
de aladas flechas, con pujanza entera:
parte gallardo, alharaquiento, ufano,
gritando: «¡cierra, cierra, muera, muera!»;
paz el Ibero ofrece, mas no presta,
y así las armas en su daño apresta.

   Eran los de a caballo, los que el día antes
su gran valor habían mostrado
y aquella bulliciosa compañía
con sangriento furor del campo echado:
los cuales, con tropel y vocería,
al escuadrón embisten denodado,
sacando cada cual el hierro rojo,
con nuevo esmalte, por feliz despojo.

   Alvarado tras éstos acomete,
a quien la infantería va siguiendo;
cuatrocientos Maxixca en orden mete,
que gruesas astas de haya van blandiendo:
con que el gallardo Bárbaro arremete
y se va al Español contraponiendo,
con tal valor y esfuerzo, cual si fuera
un Aquiles que a Grecia defendiera.

   Mézclanse con un ímpetu sangriento,
trábase una reñida y cruel contienda,
crece el dañoso y fiero atrevimiento
do se procura de la ofensa enmienda.
Siembran confusas voces por el viento,
causa de que la saña más se extienda:
el estruendo marcial al cielo llega
y el polvo en nube espesa el aire ciega.

   Con sus seiscientos jóvenes valientes,
tras Maxixca embistió Taxguaya bella,
milagro de Natura entre las gentes,
cuya potencia se esmeró en hacella:
era de verdes años florecientes,
resplandecía la pureza en ella,
y aunque este don de virgen conservaba,
en nada el brío y ser la afeminaba.

   Aquesta de Chololla había venido,
de ver los españoles deseosa,
y a probar, de su brazo conocido,
con ellos la pujanza vigorosa:
cuyo tiro de dardo era temido
en toda la provincia belicosa
por dar tan cierta y tan profunda herida
que derramaba a un tiempo sangre y vida.

   Era su oficio perseguir las fieras
(con más velocidad que el presto viento)
en tanto que las cajas y banderas
no provocaban a rigor sangriento:
ésta acudió a su patria tan de veras,
que fue gran parte de notable aumento;
ésta los enemigos espantaba
y las cosas difíciles trazaba.

   De dos tigres las pieles varïadas
los bellos miembros de la virgen cubren,
de penetrante punta reservadas,
que en parte su beldad rara descubren.
El liso pie, y de Paro [s] las nevadas
columnas, dos coturnos de oro encubren,
y un capacete de metal luciente
ciñe la crespa hebra y blanca frente.

   Lleva ocupadas las robustas manos
(no en el uso de Aracne ejercitadas,
mas de Marte en reencuentros inhumanos)
con diez dardos de puntas afiladas.
Míranla los valientes tlaxcallanos
y sus gracias ponderan celebradas,
su gallardo atavío y compostura,
y de los bellos miembros la soltura.

   Cubre un velo sutil su hermosa cara,
dejando libre la agradable vista
(vista a muchos tan dulce cuanto cara),
en quien muestra de amor jamás fue vista:
mas ¡guarte, virgen! que el Amor ya encara
contra tu libertad su flecha lista,
quizá ofendido de que no le estimas
y de que a tantos sin piedad lastimas.

   Tú, con diestra viril, un liso dardo
pasaste por el pecho de Apuxclano,
y con otro heriste al fuerte Axtardo
(caudillo del socorro cempoallano),
bella Taxguaya: y con vigor gallardo
fue la primera tu certera mano
que con sangre española el campo riega,
un muslo atravesando al bravo Ortega.

   Tú al fuerte Baxbaniga jactancioso,
la escamosa coraza penetraste,
cuyo oculto pulmón, con hierro odioso,
de un presuroso dardo escudriñaste;
tú el jacerino jaco de Reinoso
con otra aguda punta salteaste,
abriéndole una fuente sanguinosa
en un hombro, al curar dificultosa.

   Concedióte la suerte gloria tanta
que de otro suelto dardo a Leyva ofendes
y pasas a Axtamixtlo la garganta,
diestro cacique, cuya nuca hiendes:
ya tu diestra femínea el campo espanta,
y más cuando herido a Solís tiendes;
todos ponen ya en ti la airada mira
y cada cual a te ofender aspira.

   Pero, viendo el estrago sanguinoso,
Sandoval a evitarle solo parte
con pecho airado y paso presuroso:
mas presto alcanzará del daño parte,
que, rechinando, un dardo bullicioso
recibe al que imitando viene a Marte.
Tocóle, aunque al soslayo, el hombro diestro
sacando, sangre el tiro no siniestro.

   Con ella el español furioso cierra
(que por guerrero le juzgó arrogante)
y de un golpe entendió acabar la guerra,
pasando con sus fines adelante:
mas la fuerte Taxguaya, en quien se encierra
ánimo varonil y ser pujante,
no del nuevo espectáculo se espanta,
que antes de nuevo el ánimo levanta.

   Como el nuevo león (cuando del nido
sale la primer vez a la montaña)
a quien se ofrece un oso embravecido,
cuya forma le admira en cuanto extraña,
mas (del furor nativo prevenido)
tiende las garras y a su adverso daña,
así la joven bárbara animosa
mira y aguarda al español briosa.

   Sólo un dardo a Taxguaya había quedado,
el cual en contra de su adverso impele,
más que todos avieso o desgraciado
pues el golpe erró, que jamás suele:
por entre el brazo y el siniestro lado
pasa, de que la bárbara se duele,
mas del cuello derriba el fuerte escudo,
alzando de la espada el filo agudo.

   Dos saltos en el aire dio monstruosos
y con su filo el del contrario tienta;
conócense los pulsos vigorosos,
con que el cuidado en cada cual se aumenta;
danse golpes pesados, rigurosos,
que el uno y otro a su poder se alienta:
no tiran golpe que les salga vano,
con firmes pies en el herboso llano.

   Allí hace su oficio la esperanza,
victorioso suceso prometiendo;
allí el empacho incita a la venganza,
en ira las entrañas encendiendo;
allí siente vigor la confïanza,
a los dos igualmente socorriendo:
tras cada golpe novedad aguardan
y así el rigor sangriento fieros guardan.

   Dos veces el varón, con lazo estrecho,
de la virgen ciñó los miembros bellos
no cual amante, mas con fiero pecho,
procurando indignado deshacellos;
mas ella, con vigor, a su despecho
se desanuda corajosa de ellos:
ya con sonante anhélito fogoso
desea cada cual algún reposo.

   Esta y aquél a un tiempo se retiran
y los cuerpos arriman fatigados
a las espadas, y de allí se miran
con ojos codiciosos, indignados:
los fatigados pechos ya respiran,
de un apacible céfiro alentados,
y cada cual, con nuevo aliento, juzga
que está sin él el otro y le sojuzga.

   Levantan los pesados morrïones,
y las frentes se limpian con las diestras.
Al español admiran las facciones
del que de fuerte joven daba muestras;
ya templa sus sangrientas intenciones,
ya en el vencer las juzga por siniestras:
«gallardo mozo, dice, bello, apuesto,
de ánimo grande y perfección de gesto,

   «¿posible es que produce aquesta tierra
entre esta baza gente tal blancura,
cabello de oro que el del sol atierra,
sin cuidadoso adorno y compostura?
Mas si que mucha gente blanca encierra
su grandeza acabada en hermosura
(de que alguna experiencia ya tenemos
en lo que de ella hasta aquí sabemos),

   «¿qué Adonis, Ganimedes, qué Narciso,
qué dormido pastor por quien Dictina
dejar el cielo fervorosa quiso
fue igual a esta belleza peregrina?»
Mas mientras el varón está diviso
en esto, de la dura disciplina
la bárbara el furor sangriento templa
y una, ciento, y mil veces le contempla.

   Por su valor discurre y fortaleza,
por su rostro agradable, aunque indignado,
por su gallardo aspecto y gentileza,
que en su mente le ha Amor perfeccionado:
¡oh poderoso tú, que en su fiereza
domar puedes de Marte el brío airado!
dos voluntades unes tan distantes,
ya enemigos fierísimos, ya amantes.

   No quita la doncella de él la mira,
y extraña novedad con esto siente:
ya del rostro el color se le retira,
ya brotan sus mejillas brasa ardiente,
ya con recato gime, ya suspira,
ya se abrasa y se hiela juntamente,
ya se ceba la llama entre las venas,
más de ternezas que de sangre llenas.

   Ya pesa de aquel hombre más la vista
que el útil de en vida y patria cara,
no hay parte en ella donde amor no asista,
que en el pecho le tiene impreso, y cara:
«¿Quién hay que de este trance se resista,
a quién tal vista como a mí fue cara?»,
dice, y con la turbada fantasía
lucha y de su remedio desconfía.

   En esto ocurren Zúñiga y Sedeño,
Juan Yuste, Morla, Ordás, Gaytán, Olea,
Tapia, Leyva, Quiñones y Cermeño,
por allí refrescando la pelea:
que por aquella parte el bravo Axtleño
con su escuadrón se arroja, porque vea
la hermosa Taxguaya (por quien muere)
que a todo el socorrerla se prefiere.

   Un confuso tropel llegó tras esto
de alentados flecheros, despidiendo
con alarido vivo, descompuesto,
nubes de astas, el sol oscureciendo:
Sandoval y Taxguaya acuden presto,
por diferentes partes discurriendo,
a resistir del enemigo fiero
el ímpetu, más fuerte que el primero.

   Divídense los dos de aquesta suerte
y mézclanse furiosos los soldados;
ninguno tira a menos que a dar muerte,
los unos con los otros ya trabados:
éste de aquel la roja sangre vierte
y con la de éste aquél riega los prados,
suenan en varias partes mil gemidos,
de los tristes que mueren despedidos.

   Duró más de tres horas la porfía
sin que en nadie ventaja se entendiese,
que la ayuda que el Bárbaro traía
quiso que (aunque era poca) buena fuese.
Ésta con tal esfuerzo y osadía
hizo su gran valor se conociese,
que presto vio Cortés era la gente
cual se la habían pintado, y más valiente.

   Muchos el orgulloso brío templaron
con que habían al Indio acometido,
de quien, cuando a su costa se enteraron,
habían notable daño recibido:
mas no en los duros golpes aflojaron,
que de insufrible cólera movido,
el uno con el otro más se estrecha
y de las fuertes diestras se aprovecha.

   Ya (de malicia) el Bárbaro aflojaba
y con orden gallardo recogido
a la celada al Español llevaba,
no habiendo de los suyos diez perdido:
no porque fuerza y brío le faltaba,
sino para coger más sin rüido,
y con menos peligro, a los cristianos,
y haberlos todos vivos a las manos.

   Acércanse al lugar donde parada
tenía, en la quebrada barrancosa,
el astuto Maxixca su celada,
traza para en un bárbaro ingeniosa;
de a do en tropel confuso, desmandada,
salió la fiera turba belicosa,
flechas, dardos y piedras arrojando,
cielo y aire con voces asordando.

   Del espeso montón tantos salían,
la luz con nubes de astas impidiendo,
que turbulentas olas parecían,
a quien el fiero Noto va impeliendo:
en confuso tropel arremetían,
confusos alaridos despidiendo,
que con los mal acordes instrumentos,
hinchen el aire de ásperos acentos.

   Cortés a un cabo y a otro discurría,
pero viendo el aprieto que se ofrece
y que de gente el campo se cubría
(donde por puntos su pujanza crece),
a la suya exhortando, por la vía
que más dificultosa le parece,
vibrando el asta gruesa a toda parte,
entra rompiendo con propicio Marte.

   Siguen los de a caballo la vereda
que el valor de Cortés les va mostrando:
uno queda tendido y otro queda
por su mano en el campo basqueando.
No hay quien su gran pujanza sufrir pueda,
que de cuerpos el campo va sembrando,
y los doce tras él la vía ensanchan
y de antípoda sangre el campo manchan.

   Venía el joven Mixtlo jactancioso,
un dardo en contra de Cortés blandiendo,
con alentado grito presuroso,
y denuesto, indignarle pretendiendo.
Cércale con la vista corajoso
y (a un tiempo el pie y la diestra atrás volviendo)
furioso el dardo rechinando impele,
cual jinete español la caña suele.

   Pero tuvo lugar de prevenirse,
doblando el cuerpo sobre el pie siniestro,
el sin par capitán, y de cubrirse
de la ancha adarga con recato diestro.
Mas viendo el joven por los aires irse
el vano tiro, por su mal siniestro,
la mano pone en la tajante espada,
a dar golpe mortal acostumbrada.

   Mas Cortés, su intención ejecutando,
sobre las corvas piernas se levanta
y, la asta gruesa con vigor vibrando,
pasa al bárbaro joven la garganta:
por do la mal distinta voz echando,
no las quejas de amor cual antes canta,
que la alma envuelta en la arrogante injuria,
sale por do la lanza entró con furia.

   Parte Alvarado con la infantería,
negras y ardientes balas esparciendo,
y con la presurosa artillería
caminó, por la turba espesa abriendo:
busca cómo pasar la ciega vía
por pantanos y acequias, inquiriendo
conveniente lugar para batalla,
que le era allí imposible el poder dalla.

   Había un pasillo estrecho y prolongado,
vereda enjuta del lugar lodoso,
bien dos brazas en alto levantado
del corvo arroyo y sitio pantanoso:
antiguo pontecillo fabricado
para paso en el tiempo más lluvioso,
de siete pies por alto de angostura,
obra más de prestado que de dura.

   Donde los indios, con valor, impiden
al Español el paso peleando:
unos en varias partes se dividen,
otros la angosta senda van cerrando,
cuerpo a cuerpo las picas ya se miden,
y tal soberbia muestran que, arrojando
la espada de la mano, se abrazaban
del Ibero y la suya le quitaban.

   Maxixca en este paso estrecho estaba
con ochenta valientes tlaxcallanos,
que lo que del contrario procuraba
era hacerle pasar por los pantanos,
adonde con ventaja se mostraba
y con mayor presteza en pies y manos:
caballo al Español, ni artillería,
ya de ninguna cosa le servía.

   Aquí se vio Cortés en grande aprieto,
pero el alado joven (que allí asiste
por inviolable, celestial decreto)
el ímpetu del hado cruel resiste,
que al alto Omnipotente está sujeto,
en cuya voluntad sólo consiste
el siniestro suceso o la ventura
de la desconocida criatura.

   La forma toma, y voz, de un mensajero
(de aquellos cuatro que enviado había
de Cempoallán Cortés al Indio fiero)
con la oferta de paz que no admitía;
con voz briosa y rostro placentero
al español el ángel se ofrecía:
«Sígueme, dice, capitán famoso,
que voy donde te llama un triunfo honroso.

   Hizo armonía en el atento oído
del capitán el soberano acento,
ya le parece al Indio haber vencido
y le queda para más aliento:
«Seráte (dice), amigo, agradecido
por mí el celo amoroso y sano intento;
tú serás de mi bien o mal testigo,
de hoy más cual verdadero y grato amigo.»

   Deja tras esto la campaña herbosa
y en breve el falso atolladero deja:
pisando una ancha vía pedregosa
del ya triunfante Antípoda se aleja
por la parte do el sol, con faz lustrosa,
tiende tras las tinieblas su madeja.
Sigue Cortés el paso y voz amiga,
su campo haciendo que también le siga.

   Pero el gallardo Bárbaro animoso,
la favorable suerte conociendo,
al Español impide fervoroso
el paso, a un cabo y otro en él hiriendo.
Viendo Miguel el trance peligroso,
y de los indios el esfuerzo viendo,
procura del Crismado la defensa
para impedir la pertinaz ofensa.

   Cúbrele de una niebla espesa y ciega
que la hueca región del aire turba,
en cuya confusión las armas juega
(sin saber contra quién) la espesa turba.
En tanto con Cortés el ángel llega
al puente estrecho, que el pasar perturba,
donde invisible en aire se resuelve
y el claro día como de antes vuelve.

    Tiende Cortés la codiciosa mira
inquiriendo la amiga forma en vano,
y con admiración al cielo mira,
alzando en alto la derecha mano:
en su oreja aún la grata voz respira
que dice: «Pasa el puente y toma el llano,
donde un suceso próspero se encierra,
dispuesto por Aquél que en nada yerra.»

   El pío Cortés la voz ha conocido
(con el süave aliento) ser aquélla
que ya en Tabasco se le había ofrecido,
cual joven cazador, en forma bella:
«Celeste amparo, dice enternecido,
de mis intentos y felice estrella,
ya voy donde me mandas, ya te sigo,
protector de mis triunfos y testigo.»

   No del cañón fogoso bala ardiente
con tal presteza por los aires parte
como el pronto caballo, cuando siente
la espuela y grito del cristiano Marte:
bate el suelo con brío vehemente,
de llegar codicioso a aquella parte
donde la fácil rienda le endereza,
y de la presta mano la destreza.

   Era de raza noble, bien formado,
de fuerte trabazón y compostura,
revuelto, hollador, presto, alentado
y, aunque mediano, de estremada hechura;
rucia la piel y de color rodado,
al bocado obediente y su estrechura,
en la riberas béticas nacido,
del viento y ágil madre producido.

   En breve el capitán al puente llega
gritando: «¡Santiago! ¡Cierra, España!»,
dando a la desigual y dura brega
duro principio, con fiereza extraña.
Viendo el audaz Maxixca cómo entrega
su gente al sueño eterno, ardiendo en saña
el preferido puesto y bastón deja
y al deseado trance se apareja.

   Traía el fiero bárbaro arrogante
de palo un coselete retostado,
con planchas de oro puro rutilante
con admirable industria cobijado:
un casco de lo mismo, y lo restante
del cuerpo de algodón ojeteado,
un arma corva, aguda, retorcida,
blandiendo airoso, por el cuento asida.

   Sobre el cerebro, en el metal precioso
tres gruesas esmeraldas se mostraban
que en recogido encaje artificioso,
de un enhiesto plumaje se abrazaban
y al corpulento joven valeroso
de colores diversos matizaban:
gallardo cuanto fuerte parecía,
que en uno y otro extremo florecía.

   En contra de Cortés el indio sale,
la asta temida en alto levantando;
de nadie quiere ayuda ni se vale,
antes: «¡Dejadme solo!» (está gritando)
«veréis lo que mi diestra puede y vale
contra este advenedizo y flaco bando,
dándoos con sólo un golpe clara muestra
de cuánto os es con él la suerte diestra.»

   No acabó de decirlo, cuando había
tocado la asta dura al peto fuerte,
mas de él la aguda punta resurtía
por ser grueso y obrado de tal suerte.
Abre Cortés la estrecha y ciega vía
dando a un bárbaro y otro cruda muerte;
hizo Maxixca el duro golpe en vano
con que entendió quedar gozoso, ufano.

   Procura el indio de la ofensa enmienda,
y con paso alentado le siguiera
si tras Cortés, a toda y suelta rienda,
no vinieran Quiñones y Cabrera,
por quien la dura y áspera contienda
casi de todo punto fin hubiera,
que como de tropel los dos llegaron,
del puente abajo al bárbaro arrojaron.

   Dio el indio sobre el agua y, ofendido,
en pie se pone y cierra con Caycedo,
a quien tiende en el lodo sin sentido
de un golpe, y de otro tiende al fuerte Oviedo.
Mas fueron uno y otro socorridos
porque el gallardo joven, con denuedo,
del agua al pontecillo dio un gran salto
que le bastó a poner en lo más alto.

   Cual ave de rapifía que, del suelo
do se abatió hambrienta, se levanta
(con ágil movimiento y veloz vuelo)
sobre la cima de la enhiesta planta
tras el tímido pájaro, que al cielo
se queja en vano de fatiga tanta:
así el valiente bárbaro animoso
subió en el puente y paso peligroso.

   Ya los pocos caballos rato había
que habían pasado el pontecillo estrecho
con parte de la amiga infantería,
habiendo mucho por las armas hecho;
pero Maxixca, que en furor ardía,
no del pasado agravio satisfecho,
levanta el hacha con entrambas manos,
abominando de sus dioses vanos.

   Estaba de españoles ya ocupado
el lugar do a parar el indio vino,
mas por ellos el bárbaro esforzado
con áspero rigor abre camino.
No a largo trecho se ofreció Alvarado,
que estaba peleando con Maxflino,
a quien de un golpe en sueño eterno pone
y al ímpetu del bárbaro se opone.

   Ya la arma, en contra suya levantada,
bajaba por los aires rechinando
cuando, volviendo atrás brazo y espada,
con la rodela el golpe reparando,
le tira con presteza una estocada;
mas antes del efecto, derribando
la arma temida, el fuerte tlaxcallano
alcanza al español, aunque de llano.

   Cual si fuera de vidrio, la rodela
asi menudas piezas se deshizo,
y en varias partes por el aire vuela,
bajando al suelo cual veloz granizo.
Llega siguiendo a Apuxcla Valenzuela,
mas de él no cual pensó se satisfizo,
que del temido capitán se ampara,
al indio vista cuál la vida es cara.

   Quedó del golpe atónito Alvarado,
con la siniestra mano maltratada,
y un rato vaciló desacordado,
mas no aflojó la diestra de la espada:
antes en sí volviendo, bravo, airado,
con furia y ligereza no pensada,
al arrogante bárbaro arremete
pensando atravesarle el coselete.

   Tocóle de una punta, mas fue en vano,
que el rico peto le impidió la entrada.
En esto un escuadrón grueso, lozano,
despartió la contienda comenzada,
que sobre Magariño y Bejarano,
Amezqueta, Meneses y Quijada
viene (millares de astas arrojando),
el lugar ya perdido recobrando.

   Mas Cristóbal Fernández de Mosquera
al ímpetu del Bárbaro se opone;
haciendo riza sanguinosa y fiera,
el escuadrón copioso descompone:
de quien cuando, señor, largo escribiera,
según la obligación en que me pone
su loable valor, corto quedara,
por mucho que la pluma adelgazara.

   Pero puede al presente perdonarme
(con todos los demás conquistadores),
que no será posible el dilatarme
dando a sus hechos los debidos loores:
mas prometo adelante de ocuparme
en ello, en ocasiones no menores;
fáltame el tiempo, que quién son no ignoro,
que su nombre y hechos sé de coro.

   El joven Martín López valeroso,
gloria del rico asiento sevillano
(con cuyo nombre el Betis caudaloso
al mar vecino da el tributo ufano),
con proceder sangriento, riguroso,
de muertos cubre el dilatado llano,
cuyos hechos, condignos de memoria,
con causas piden singular historia.

   En tanto que esto en el pontón pasaba,
Cortés, la fuerte diestra ejercitando,
su gran valor al Bárbaro mostraba,
muchos con gran rigor alanceando:
el más grueso escuadrón se le apartaba
y las plantas le muestra, de él temblando,
témese su aspereza en toda parte
cual si suelto anduviera el fiero Marte.

   Como el padre de Ceto llevar suele
la oscura nube y negra pesadumbre
cuando con soplo airado la compele,
y deja el cielo con su antigua lumbre,
así Cortés los bárbaros impele
y ahuyenta a la sierra, monte y cumbre:
cuál por reparo elige los pantanos,
cuál por guardarse de él se va a sus manos.

   Gana del todo el Español el paso
y, aunque con riesgo alguno, pasa el puente.
Hállase en un gran campo llano y raso
(para sus pretensiones conveniente),
do no le fue a Cortés el hado escaso
y mostró su valor extremamente,
con esfuerzo no visto peleando,
orden en todo con industria dando.

   Sufrir tal prisa el Indio no pudiendo,
con diligente paso el campo deja.
El valiente Español, en él hiriendo,
sigue el alcance y con rigor le aqueja;
fuele más de dos millas persiguiendo
y, visto cuánto con temor se aleja,
el alcance mandó Cortés cesase
y que de recoger señal sonase.

   Bien es que se le aplique al Indio amigo
la merecida parte de esta gloria,
de cuyo gran valor fue buen testigo
Cortés, al conseguir tan gran victoria,
pues puso en punto estrecho al enemigo
con hechos dignos de inmortal memoria.
El campo en Teocacinco se hizo fuerte,
sitio alcanzado a no pequeña suerte.

   Subía ya en su rueda plateada
a la alta cumbre del luciente cielo,
aun del pastor dormido no olvidada,
la que por él penando bajó al suelo,
por sus nevados bueyes levantada,
la muda noche hinchendo de consuelo,
cuando el bárbaro campo destrozado,
ante el gran general fue presentado.

   Sólo queda Maxixca en la campaña,
su fortuna culpando corajoso;
un escuadrón pequeño le acompaña,
a ello compelido, temeroso,
que con miseria tal y tan extraña,
ante el claro senado belicoso,
y sumo general, el ir rehusa
vivo, por no le dar del caso excusa.

   Laméntase diciendo: «¡Ah desdichado,
de siniestra fortuna perseguido,
por cuya flaca diestra hoy se ha manchado
valor en tantos años adquiridio!
¡Oh cuán mal, patria cara, te he pagado
el haberme en tal cargo preferido!
¡Pluguiera al Sol, al Sol (dice) pluguiera,
que nunca tal mi suerte mereciera!

   «¿Qué disculpa daré que no sea culpa?
¿Qué culpa mereció tan grave pena?
¿Qué pena bastará para disculpa?
¿Qué disculpa podrá excusar la pena?
¿Qué pena no es menor que mi gran culpa?
¿Qué culpa más condigna hay hoy de pena?
¿Qué pena que a tal culpa satisfaga
y que afrenta tan áspera deshaga?»

   Estando en aflicción tan sin medida
un fatigado bárbaro llegaba,
y una rica esmeralda guarnecida,
con la rodilla en tierra le entregaba
(del general insignia conocida),
por cuya seña al bárbaro mandaba
que, vista, a se juntar con él viniese,
sin que excusa ninguna lo impidiese.

   Maxixca a Tlaxcallán luego camina,
adonde estaba ya copia de gente,
que de toda la tierra convecina
se escogió la mejor y más valiente.
Cortés, viendo la aurora ya vecina,
señal cierta de sol resplandeciente,
envía a la ciudad los prisioneros
(por más ciertos y breves mensajeros).

   Requiriendo con paz, paso pidiendo
para seguir de Méjico la vía.
El general y junta, en ira ardiendo,
la respuesta de industria detenían:
mas Cortés, la malicia conociendo,
sale a correr la tierra; en que aquel día
seis aldeas quemó, no bien pobladas,
de la ciudad insigne desviadas.

   Con que volvió al real, aunque seguido
de una gran copia de indios desmandados,
que como (aunque algo tarde) fue sentido
gran rato le flecharon alentados.
Halló que la respuesta había venido
del senado y caciques indignados,
la cual fue que aguardasen, que a otro día
en el campo el General se la daría.

   Parecióle a Cortés determinada
y aún le dio que pensar por larga pieza,
por ser mucha la gente congregada,
brava, indómita y grande su fiereza:
mas aquél que temor jamás en nada
mostró, ni pudo entrar en él flaqueza,
el real fortifica en un instante,
do aguardar quiere al Bárbaro pujante.

   Los febeos caballos ya gozaban
sin frenos la dulcísima ambrosía,
las cabañas y granjas humeaban
y de los corvos montes ya caía
la denegrida sombra, y descansaban
los humanos del duro afán del día,
cuando el gran general la ciudad deja
y tres millas no más de ella se aleja.

   Un grosísimo ejército llevaba
para dar en Cortés, gente animosa,
y en un campo espacioso se alojaba,
do la callada noche tenebrosa
en varios pareceres se pasaba,
con recato, aguardando la sabrosa
y deseada luz; mas mientras viene,
Xicoténcatl su gente así previene:

   -«Bien conocido tengo, oh tlaxcallanos,
el esfuerzo y valor incontrastable
de aquesas diestras y ánimos lozanos,
con que opinión gozáis alta y loable,
temidos de los fieros mejicanos:
que el abatido yugo, miserable,
de sujección, echaros procuraron,
con que a discordia eterna os obligaron.

   «Mas con todo, en el trance que hoy se ofrece.
armaos de ánimo pronto y esforzado,
y cuando la sangrienta lid se empiece,
y en el mayor peligro hayáis entrado,
acordaos de quien sois, que aunque parece
en número el contrario moderado,
de menos importancia es no vencerle
que sin orden, venciendo, acometerle.

   «En sólo un buen suceso está esta gloria,
el cual nunca Tabasco tuvo de ellos:
con ser su fuerza tanta y tan notoria,
no pudo matar uno ni ofendellos.
Adquirid hoy la próspera victoria,
que no será difícil el vencellos,
y si hoy de ellos triunfáis, oh tlaxcallanos,
presto sujetaréis los mejicanos.

   «Mirad que peleáis por la sabrosa
libertad, por la dulce patria amada,
y que si los vencemos, cualquier cosa
se nos hará segura y regalada,
mas si el miedo nos vence, ignominiosa,
áspera de llevar, dura y pesada:
y nadie cubrirá lo que no pudo
nuestra fuerte armadura y patrio escudo.»

   Dijo, y a los caciques elegidos
para aquel menester por el senado,
cuatro escuadrones dio gruesos, lucidos,
tomando él de éstos uno, el más granado,
por números iguales compartidos,
sin agraviar a alguno en un soldado:
dando al bravo Maxixca, su teniente,
el lugar después de él más preeminente.

   Levanta el campo, marcha sin rüido
con el silencio de la noche oscura,
por no ser descubierto ni sentido,
que tomar sitio cómodo procura:
apenas de las aves se había oído
(tocadas del rocío) la dulzura,
cuando junto al Ibero el Indio asienta
su campo, y la batalla le presenta.


 
 
FIN DEL CANTO DECIMOSÉPTIMO