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Miguel Hernández en julio de 1935 (El tema del toro)

Leopoldo de Luis

El tema del toro en la poesía de Miguel Hernández ha sido largamente estudiado. Aparece en un poema más bien retórico y exterior cual es «Corrida real», no incluido en ninguno de los libros que el poeta compaginó. Pero tiene ya importancia el tema en El rayo que no cesa, al ascender a una simbología de destino trágico, nobleza y virilidad. Pasa, pues, de lo taurino a lo táurico; de la fiesta al tótem. Cabe preguntarse dónde y cómo se produce la inflexión, y creo que es ese un punto resuelto si revisamos los sonetos de El silbo vulnerado, versión previa de El rayo...

Juan Guerrero Zamora, en su libro de 19551, señaló en El silbo... la presencia del soneto que comienza «Silencio de metal triste y sonoro». Es el 14 de El rayo..., y el propio Guerrero se extrañaba ante el hecho de que José María de Cossío, al editar en la colección Austral la triple versión hernandiana, no lo incluyera en el grupo constitutivo de El silbo... Esta ausencia motivó que se postulara por algunos críticos la no atribución del soneto al grupo. Creo que se puede afirmar, sin embargo, el acierto de Juan Guerrero y lo fundado de su extrañeza, porque precisamente en la hoy Casa-Museo de Cossío se conserva el cuaderno mecanografiado por Miguel. El silbo vulnerado se compone de veintiséis sonetos más un poema en heptasílabos. El último, es «Silencio de metal...», y al pie aparece, cerrando el conjunto, la firma de Miguel.

Sabemos que estos poemas se escribieron en 1935. Miguel trabajaba entonces activamente en el diccionario taurino, bajo las órdenes de José María de Cossío, quien con frecuencia se ausentaba de Madrid, y el poeta le escribía a Santander para darle cuenta de la marcha de los trabajos. En una de las cartas, fechada el 14 de julio de 1935, leemos: «Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes menos por una: la de los días que mando a la puñeta el trabajo». Y tras unas noticias en torno a la labor, esta referencia: «Le mando un soneto, que no sé si le gustará para su descripción del toro: lo he hecho con la mejor voluntad. Ahí va».

Gracias a Rafael González S. Iglesias, cuya gran preparación y entusiasmo por la literatura lo han convertido en el director ideal del tesoro bibliográfico de la Casona de Tudanca, he consultado estos documentos hernandianos. De ellos se deduce que la lectura continuada de materia taurina influyó en Miguel para la adopción del tema en su poesía de entonces. El propio poeta lo dice: «Ahí va otro soneto taurino: el ambiente cornudo en que vivo me hace cantar tauromáquicamente a todas horas». Es un comentario en carta de diecisiete días después.

No puede asegurarse, pero me parece probable que el primer soneto -el remitido con la carta del día 14- sea el mismo soneto 26 de El silbo... Recordemos que se trataba de una «descripción del toro». Recordemos también que es el primer soneto que asume el tema en forma grave.

Silencio de metal triste y sonoro

agrupa espadas, acumula amores

en el final de huesos destructores

de la reglón volcánica del toro.

Una humedad de femenino oro

que olió puso en su sangre resplandores,

y refugió un bramido entre las flores

como un inmenso y clamoroso lloro.

De amores y cálidas cornadas

cubriendo va los trebolares tiernos,

con el dolor de mil enamorados.

Bajo su piel, las furias refugiadas

son desde el nacimiento de los cuernos

pensamientos de muerte edificados.



Parece plausible, en efecto, la hipótesis de prioridad para este soneto en la serie táurica de Hernández. Su frecuentación del tema por mor del trabajo editorial le llevaría de la mano a resumir, como bien dice él mismo, una descripción. El siguiente paso será tornar el toro en símbolo del destino del amante e identificarlo con su pena, con su pasión, con su ímpetu. Llevar su proyección hacia la muerte en forma paralela con la condición humana. Ahí están los sonetos 17, 23 y 28 de El rayo..., tan conocidos que hacen superflua toda cita.

La versión que acabo de dar es la que aparece en el cuaderno de El silbo... Ya en su obra2 Dario Puccini anotó las variantes con que pasó a El rayo..., aunque para él procedía de Imagen de tu huella, donde también estuvo, sin duda. No son variantes de trascendencia. El verso segundo pasa a «espadas congregando con amores», cambio de acierto controvertible, puesto que si bien evita las cacofonías agrupa-espa y acumula-amo, cae en un gerundio impertinente y, además, pierde la gracia del verso bimembre. El verso octavo gana al convertirse en «como un huracanado y vasto lloro». En el décimo, «cubriendo va» se reemplaza por «cubriendo está», asimismo acertadamente. En cuanto al décimo tercero, el artículo los se sustituye por el posesivo sus.

Creo yo que la mayor originalidad del poema reside en el último terceto. El primer cuarteto, con una alusión a la espada que preconiza muerte, refleja la estampa poderosa del animal. El segundo cuarteto (en cuyo segundo verso me parece que se hace necesaria una coma tras «que olió») recoge una visión bucólica y a la vez melancólica que se prolonga en el primer terceto. Pero la acometividad de la fiera adquiere una expresión bellísima y nueva en esos tres versos finales, donde las furias -furias y penas de Quevedo-, se refugian debajo de la piel para estallar en cualquier trágico momento, y donde se dice que los cuernos son pensamientos -lo que ya estaría bien, poéticamente-, pero de muerte y edificados. Los pensamientos de muerte se hacen, pues, sólidos, duros: se edifican; los cuernos son esos pequeños edificios en los que se han convertido las furias (los pensamientos) mortales. Que al poeta le gustó el acierto de considerar una idea o tendencia fatal como algo edificado, lo prueba el hecho de que vuelva a emplearlo en el soneto 17, cuyo primer terceto nos habla de un acero que ha edificado el cáliz de la muerte.

El problema que, sin embargo, plantea esta atribución del soneto dicho al mes de julio de 1935 es que, pese a estar basada en un documento de bastante valor, se opone a la natural y lógica suposición de que Miguel Hernández, poeta bisoño, hubiera escrito estos sonetos impresionado por la lectura de aquellos otros que compuso Rafael Alberti en su Verte y no verte.

Se enhebraron un duro pensamiento

las no floridas puntas de tu frente.



De que los cuernos enhebren un duro pensamiento a que los cuernos tengan pensamientos edificados no hay mucho. En el conjunto de las dos pequeñas colecciones de sonetos taurinos (o táuricos) la mayor diferencia reside en que, para Alberti, la premonición se proyecta hacia la muerte del torero, en tanto que para Hernández es símbolo de su propio dolor y aun de su propio destino humano. Pero cierto aire metafórico común envuelve a ambas «suites». Cualesquiera que puedan ser los antecedentes clásicos comunes, es difícil no pensar en los más próximos. La cuestión reside en que Verte y no verte está fechado por su autor en 13 de agosto de 1935 y en México, donde se edita por primera vez. Aunque no sea imposible que un ejemplar llegara a manos de Cossío en seguida y, por ende, que estuviera muy pronto al alcance de Miguel, la carta con que este manda su soneto es de un mes antes. Claro que Alberti, en el volumen Poesía. 1924-1960 da su poema como de 1934, añadiendo: «... escribí este poema que firmé al fin en El Toreo, la plaza mexicana...». Luego aquella fecha de 13 de agosto no corresponde -contra lo que dice la segunda edición3-, sino a la firma. Alberti escribía, según esa nota a su libro recapitulativo durante un viaje marítimo «desde Roma hasta México, pasando por La Habana» (y por las costas españolas, puede añadirse). Desconozco si anticipó, pública o privadamente, fragmentos del poema que, como se sabe, está compuesto por cuatro sonetos, unos tercetos, varios poemas de verso libre y unas seguidillas a manera de hilvanes.

De cualquier suerte, sigo inclinado a pensar que el soneto unido a la carta de 14 de julio fue «Silencio de metal...», primer soneto de tema táurico que escribe Miguel y llevado por este a su cuaderno de El silbo vulnerado. Esto último es bastante seguro, puesto que el cuaderno existe y está firmado por el autor. La relación de esa pieza con la carta es presumible, pues, de otro modo, ¿qué ha sido del soneto que con ella fue? No creo en material extraviado, porque lo lógico es pensar que Cossío lo guardaría con la carta. Si no lo hizo fue porque -podemos suponer- Miguel lo llevó al librito. Admito que quizá lo llevara al grupo de Imagen de tu huella, pero, asimismo -antes o después-, al de El silbo...

Otra pregunta sería cuál fue el soneto enviado con la carta siguiente: la de 31 de julio. Acaso uno que pasó directamente a El rayo... El verano de 1935 resulta, sin duda, clave, como época en que se revisan las dos versiones y se preparan el original para la colección Héroe y para la colaboración en Revista de Occidente.

Aquel verano Miguel escribe a Cossío cuatro cartas y dos tarjetas. Las tres primeras cartas son de julio (días 14, 20 y 31). En la que incluyó el primer soneto dice estar «enormemente apenado por no poder ir a Orihuela, donde me espera mi novia y mi familia, que tengo muchas ganas de ver». Y, ya al final, lanza este «globo sonda»: «¿No podría hacer usted porque fuera con cualquier misión taurina hacia mi provincia? Sálveme un poco de Madrid, que me derrite como un cirio pascual».

En la segunda carta, incrusta entre los informes del trabajo este deseo: «Estoy haciendo desesperados esfuerzos por poder ir a Orihuela todo este mes de agosto cercano para escribir el teatro animal que me está pidiendo realización a tirones y ver a mis gentes».

En la tercera -con la que acompañó el otro soneto- ya va al grano, en cuanto se inicia: «Acabo de recibir una carta de mi casa en la que me pide mi madre que vaya a verla, aunque sea sin un céntimo, y esta noche, aprovechando la baja de precio en la línea de ferrocarriles de mi provincia, salgo para Orihuela».

Y se fue. A su pueblo añorado, a su recordada calle de Arriba, al encuentro con Josefina Manresa. ¿Reordenó aquel agosto de vacaciones el original de poemas? De lo que tenía ganas era de escribir teatro, pero ello no excluye que abordase el otro quehacer.

El 2 de septiembre ya está lo que se dice al pie del cañón. Y pidiendo disculpas, porque Cossío no debió de enterarse de la ausencia estival: «Estoy completamente consternado. ¿No recibió usted mi carta en la cual le anunciaba mi partida?». Es obvio que la recibió, aunque fuera con retraso. Inmediatamente se apresta Miguel a poner el trabajo al día. «Tan pronto como me entero de lo que me pide, lo cumplo», dice, con expresión de atento secretario. Y, al final, una noticia propia que no puede callarse: «Traigo de mi pueblo dos actos de una tragedia montés: Los hijos de la piedra».

Aquel mismo mes de septiembre van dos tarjetas para Santander. En una, y tras las habituales noticias de encargos, y trabajos: «Le recuerdo y le anuncio que va a salir una revista de poesía: Caballo verde, que dirigirá Pablo. Irá un poema mío». En la siguiente, unas semanas después, ninguna cosa notable ni de índole personal.

Para mí lo más importante de esta correspondencia (aparte de la muestra de continua necesidad de ayuda que Miguel tenía, de la que pienso escribir en otro momento) reside en la revelación del instante en que se inicia la etapa de sonetos táuricos. Puede fijarse, por lo dicho, en el 14 de julio de 1935. Fue una época intensa y breve en la cual el poeta evolucionó de manera asombrosa, y tan rápida como trascendental.