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Mihai Eminescu y su «Romancero español»

Héctor Martínez Sanz

Hace tiempo que estoy embarcado en la aventura cultural rumana, sorprendiendo a mucha gente cuando a través de mí descubren cuántos nombres ha dado la tierra de los Cárpatos. Uno de ellos es Mihai Eminescu, poeta y símbolo literario nacional. Próximos como estamos para celebrar el aniversario de su nacimiento, no quería perder la oportunidad de rendirle homenaje desde mi rincón.

Eminescu es romántico. Pero no solo. Es romántico a la altura de Hölderlin, Novalis, Lord Byron, o de nuestros Espronceda y Bécquer. Treinta y nueve años de vida dieron para condensar en su obra el alma rumana y las formas literarias destiladas allende las fronteras de Rumanía, tanto del espacio como del tiempo. Y digo que no solo es romántico, porque también es próximo a nuestro Quevedo y nuestro Calderón, es decir, al espíritu barroco. En modo alguno le es extraña la literatura española a Eminescu. Tal y como señala Czeglédi, siendo, como fue, devoto lector de Schopenhauer, filósofo que bien puede hacer de hilo conductor entre los barrocos y los románticos, Eminescu pudo leer a Calderón de la Barca en alemán traducido por aquel y El Criticón de Baltasar Gracián. Del mismo modo, se tiene noticia de su estudio del español y nuestra literatura a través de los apuntes del poeta tomados en los cursos de lenguas románicas en Viena. Esta es la razón, lector, de que hoy vaya a acercarte a una de las curiosidades de Eminescu, aquel olvidado Romancero español1 (1870) que escribió tan irónicamente contra I. Negruzzi.

Se trata de una composición que ya desde su introducción delata el humorismo español. La invención de nombres como Don López de Poeticales por parte de Eminecu es, precisamente, un rasgo de la comedia del Siglo de Oro español como recurso para la burla y degradación de los personajes. Aún más lo es la situación que narra, tan paradójica y absurda como imposible: un autor español del siglo XVII ha plagiado a un autor rumano del siglo XIX. Con ello, Eminescu acierta en la diana de la comedia burlesca a través del absurdo y la degradación. Un absurdo creado dando la vuelta a los hechos y su sentido lógico-temporal.

¡Qué historia más rara! ¡Los siglos se agarran de los cabellos y se tiran hacia atrás! El pasado es porvenir y el porvenir es pasado. El año 15... le ha hurtado al año 1870 de una manera horrible y con la cautela astutamente sonriente de que no se lo reconocerá. Una vez... en el año 1870 vivía en Rumanía un escritor que se ocupaba por principio y profesión del señor Cocovei2, oscuro búho que anda por los tribunales de Rumanía, que en vez de graznar murmura entre dientes la palabra: ¡Considerando!...

Este autor de cosas dignas de la risa, o de mascaradas, empezó un buen día, o buena noche o un día cualquiera (pues dos días no necesitaba la genial Pala3) a escribir en rumano una comedia: Astucia y amor, en tres jornadas, con bosques y secretos escondites, y en versos no versificados. En el año 15... post Cristum natum vive también un autor español, Moretto [sic], y escribe él también una comedia con el título Doña Diana, es decir..., ¡El ladrón! cambia la Elena del señor Cocovei en Diana y traslada la acción allá, a España. ¡Diablura del diablo! Y después ni siquiera dice Señor Moretto que la tradujo del rumano al español.


La idea que transmite Eminescu con esta rara historia es justo la contraria: Cocovei, autor rumano del siglo XIX -identificado con I. Negruzzi- tradujo del español al rumano la obra de Moreto, autor español del siglo XVII, y la exhibió como obra suya. La chanza continúa al declarar Eminescu que ha escrito a Moreto a las regiones celestes -pues Moreto está muerto- recriminándole el no haber hecho constar que su obra era traducción del rumano al español.

Le he enviado un telegrama a Moretto a las regiones celestes para que la próxima vez, cuando se atreva a copiar en el año tal una comedia escrita en rumano en el año 1870, que tenga al menos la precaución de decir: traducida del rumano al español en el año..., ¡y no así como lo hizo!


En la composición, sin embargo, Eminescu dialoga y escucha los lamentos de la Diana de Moreto, y no los lamentos de la Elena de Cocovei. Con ello, devuelve en una nueva inversión de los elementos, los acontecimientos a su curso lógico-temporal, desentrañando el secreto del absurdo y haciendo palpable el plagio.

¿Por qué lloras, oh Doña Diana,

por qué hay lágrimas en tus ojos?

¿Acaso no eres santa y hermosa

como el teatro español?



En la respuesta de Diana, todo lo anteriormente reprochado en el absurdo a Moreto se dirige ahora hacia Cocovei -identificado por primera vez en todo el texto, claramente, con I. Negruzzi-:

Lo que me hace llorar

es que Iacob Negruzzi

me haya traducido al rumano.

No lloraría, querido mío,

si solo fuera por la traducción,

mala o buena, no cambia

mi valor interno;

pero Negruzzi, querido mío,

ha escrito una comedia,

una comedia que dice original:

Astucia y amor.



Es el personaje de Diana, y no la voz del poeta, el empleado para criticar esos «versos sin versificar» de Cocovei, por medio de una imagen cómica: el ritmo de los versos de Cocovei suenan como el tambor que usan los gitanos con el oso -algo así como nuestro show de la cabra sobre el taburete o la escalera al son de una trompeta.

Me veo forzada

a recitar malos versos

que suenan como el tambor

del oso gitano

Al final escuchamos la voz del poeta:

Si esto hizo Negruzzi

con la Madonna de Moreto,

¡Sí que sois desgraciada

Doña Diana, Doña Diana!



Si bien la composición de Eminescu carece de la rima asonante de los versos pares, en cambio sí trabajó en ella la métrica octosilábica4 y el carácter narrativo-dialogado propio del romance español, junto a la expresión sencilla de su origen popular frente a los poemas estróficos de la lírica culta. Precisamente, el haber escogido el romance tradicional castellano nos permite deducir el marcado tono español que Eminescu quiere imprimirle a la obra, junto a Moreto, el humorismo y los recursos del absurdo y la degradación.

A través de este pequeño ejemplo, resulta evidente que el gran poeta rumano conocía nuestra tradición poética popular, homenajeando nuestro romancero. Ahora bien, ¿conocemos nosotros, los españoles, la suya?... ¿Y a qué esperamos?

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