Muerte y resurrección de la Compañía de Jesús: 1773-1814
Isidro María Sans
Texto procedente del «Diario» de Manuel Luengo, recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans
(P. Manuel Luengo) |
Incitado por el Presidente del Consejo de Castilla Conde de Aranda, el Fiscal D. Pedro Rodríguez Campomanes y el Secretario de Gracia y Justicia D. Manuel de Roda, el Rey Carlos III de España firmó el 2 de abril de 1767 en El Pardo la Pragmática Sanción por la que se dictaba la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la corona de España, incluyendo los de Ultramar, lo que suponía un número cercano a los 6.000. Previamente se había producido su expulsión de Portugal en 1759 y de Francia en 1763. Pero todo ello no bastaba para calmar la inquina de los Ministros de las Cortes Borbonas contra los jesuitas. Presionado por el Embajador de España en Roma, D. José Moñino, futuro Conde de Floridablanca, el Papa Clemente XIV terminó por claudicar y el 21 de julio de 1773 firmó el Breve de Extinción de la Compañía de Jesús, Dominus ac Redemptor.
Según la costumbre de la época, para que la extinción fuera efectiva, había de ser precedida por la intimación formal del tal Breve a las Comunidades jesuíticas o a cada jesuita en particular. Tal intimación se inició en la misma Capital de los Estados Pontificios, Roma, el 25 de agosto de 1773. Y a continuación fue ejecutándose sucesivamente en todas partes porque todos los Soberanos de Europa aceptaron la decisión del Papa, todos... menos una, la Zarina Catalina II de Rusia.
Nació el 21 de abril de 1729 en Stettin (Prusia) y fue bautizada como Sofía Augusta Federica de Anhalt-Zerbst. Tenía 15 años cuando fue enviada a Rusia como prometida al zar heredero Pedro Feodorovitch. Una vez establecida en la Capital del Imperio Ruso, Pietroburgo, adoptó la Religión Ortodoxa, cambió su nombre por el de Catalina Alekséyevna llamada y aprendió en pocos meses el idioma ruso. Al año siguiente, 1745, Catalina y Pedro se casaron, pero el matrimonio resultó un fracaso desde la misma noche de bodas. En 1762 accedió al trono ruso con su marido Pedro III, pero el nuevo Zar, dado su carácter excéntrico, inestable y despectivo, se ganó enseguida el odio de ciertos sectores importantes de la sociedad y se vio obligado a abdicar a los seis meses de su ascensión al trono. El 28 de junio de 1762 su esposa, de un carácter muy opuesto al suyo, se convertía en la Zarina Catalina II. Al tomar la dirección del extenso Imperio Ruso, se lanzó a transformar sus estructuras administrativas y productivas de acuerdo con las modernas tendencias europeas. Hizo crecer considerablemente la economía rusa. Se preocupó a fondo en el campo de la enseñanza, fundando numerosas escuelas. Y en política exterior mantuvo una política expansionista.
En 1772 tuvo lugar el primero de los tres llamados repartos del Reino de Polonia (1772-1795), entre Prusia, Austria y Rusia. Catalina II comenzó por apoderarse de la parte norte de la Rusia Blanca (actual Bielorrusia), donde había como unos 200 jesuitas, distribuidos en 3 Colegios, 2 Residencias y 6 Misiones. La Zarina conocía la fama que tenían los jesuitas en la enseñanza de todas las ciencias y letras. Fiel a su preocupación en el campo de la enseñanza de su pueblo, quiso aprovecharlos, aun cuando otros Monarcas los echasen de sus Dominios. De ahí que se opusiese con vigor a la intimación del Breve de Extinción de la Compañía a sus nuevos vasallos.
Repartos del Reino de Polonia
En este mapa nos interesan preponderantemente dos lugares: uno hacia el sur de la zona, Mohilow, sede del Obispo Católico Ilmo. Sr. Stanislao Siestrzencevicz; el otro hacia el norte, Polock (no especificado en este mapa), en donde los jesuitas tenían el más importante de sus Colegios, su Colegio Mayor, y Curia Provincial desde el nombramiento del P. Stanislao Czerniewicz como Vice-Provincial de los jesuitas bielorrusos. El Provincial P. Sobolewski, al remitirle tal nombramiento, parece ser que añadió lo que se iba a convertir en una especie de profecía:
«El Señor te conceda dones copiosos de gracia para sostener en esa región los restos de la Compañía». |
Al promulgarse el Breve de Extinción, Catalina II ordenó a sus jesuitas que continuaran in statu quo. De inmediato el P. Czerniewicz se apresuró en escribir al Nuncio José Garampi en Riga:
Y al mismo tiempo solicitó de la Zarina que permitiera al Obispo Católico la intimación del Breve de Extinción, para obedecer más plenamente los deseos del Papa y acomodarse totalmente a la misma suerte de sus Hermanos y Compañeros. Pero ella le respondió con estas breves líneas:
La Zarina contó desde el principio con buenos colaboradores de sus proyectos. Uno de ellos fue el Conde Zacarías Czernicheff, Gobernador de la Rusia Blanca, que, al parecer, fue quien le sugirió que, dado que aquellos jesuitas eran relativamente pocos y necesariamente irían siendo menos, convendría que abriesen un Noviciado con el que asegurar y acrecentar su conservación para adelante. He aquí cómo lo cuenta el P. Manuel Luengo en su «Diario de la expulsión de los jesuitas de los Dominios del Rey de España», con fecha 29 de julio de 1777:
El Ilmo. Obispo de Mohilow Sr. Siestrzencevicz, se encargó de la apertura del Noviciado. En un principio huía de concurrir con los jesuitas en parte alguna. Pero tras haber visitado luego sus parroquias, misiones, estudios y Seminarios, quedó tan afecto a los jesuitas que en todas partes iba a hospedarse en sus Colegios y sin rebozo repetía que los jesuitas hacían mucho fruto en la Viña del Señor. Les prometió escribir al Papa para informarle sobre lo mucho que trabajaban y lo útiles e imprescindibles que eran. Y por ello asumió gustosamente la orden de la Emperatriz.
Él mismo nos lo cuenta detalladamente en su Carta Pastoral de 30 de junio de 1779. Comienza así:
Reconoce después el Obispo la necesidad de abrir una Casa de Noviciado de la Compañía en aquel país a fin de que pueda conservarse en un número suficiente para poder cumplir con sus ministerios, que con tanta utilidad del público ejercita en varias Ciudades. Expone además de esto varias disposiciones previas y oportunas para tomar en el asunto una acertada resolución, y una de ellas fue leer a presencia de su Cabildo un Rescripto del Papa Pío VI fechado a 15 de agosto de 1778, despachado por la Secretaría de la Congregación de Propaganda Fide, que inserta por entero en su Pastoral, en el que se le dan amplísimas facultades sobre las Órdenes Religiosas de Rusia, hasta poder suprimir las antiguas y fundar otras de nuevo. Después de trasladar todo el Rescripto de Roma concluye el Obispo que, usando de la autoridad que se le da, permite a los Clérigos Regulares de la Compañía de Jesús que establezcan Casa de Noviciado y reciban en ella Novicios, y manda que su Pastoral o Edicto sea leído en todas las Parroquias desde el púlpito y que se fije en las puertas de las Iglesias, y su data es el día después de la fiesta de San Pedro y San Pablo del año de 1779. Y concluye así:
En todo caso -añade-, parece que
El Cardenal respondió que el Papa había acogido el memorial con clemencia, pero que no se debía esperar una respuesta más expresiva. El Vice-Provincial creyó entonces que podría abrir un Noviciado, pero en el discernimiento los Consultores creyeron necesario el permiso del Papa. En tres años los jesuitas habían descendido de 201 a 150, a causa de las muertes y las salidas, por obedecer al Breve. El P. Czerniewicz pidió a Catalina que intercediera.
Por una carta de 23 de diciembre de 1777, sabemos que en el Colegio de Polock residían unos 42 jesuitas de mediana edad y 50 jóvenes Escolares que acababan de ser ordenados presbíteros por el mismo Obispo de Mohilow, capaces para ir sustituyendo a sus compañeros ya ancianos. Sólo faltaba erigir el Noviciado.
Sin embargo, la erección del Noviciado de Polock hubo de superar muchas dificultades, llegadas particularmente de las Cortes de España y de Roma. Los Ministros de Madrid hicieron que Carlos III escribiera a la Zarina solicitando la supresión de los jesuitas en sus Dominios. Y Catalina II le respondió vigorosamente:
Más dura fue la oposición de Roma. El Cardenal Pallavicini, Secretario de Estado, y Monseñor Archetti, Nuncio de Su Santidad en Varsovia, eran contrarios a los jesuitas. En una nota publicada en la Gaceta de Florencia el 18 de setiembre de 1777, probablemente a instancias del Cardenal Pallavicini, se aseguraba que la concesión de la facultad de abrir «en la Rusia Blanca un Noviciado de los suprimidos jesuitas»
era pura ficción y que al mismo Obispo de Mohilow le constaba que su proyecto era contra la intención del Papa. Aún más tajante se mostró el Cardenal Pallavicini en una Circular a todos los Nuncios sobre «la mala fe» con que Monseñor Siestrzencevicz había interpretado el Breve de Extinción y el Rescripto de la Congregación de Propaganda Fide. Y en fin, en su carta de 22 de febrero de 1780 al Marqués Antici, Ministro del Rey de Polonia, «llega a pedir a Su Majestad Polaca que emplee su amistad y crédito en la Corte de Pietroburgo para hacer que ésta lleve a bien que se revoque la Pastoral con que el Obispo de Mohilow abrió el Noviciado de los jesuitas y que se les intime a éstos el Breve de Extinción de la Compañía del Papa Clemente XIV»
.
Por su parte, Monseñor Archetti había preguntado al Gobernador de la Rusia Blanca si, lo que había hecho el Obispo de Mohilow, había sido por orden de la Emperatriz. Y éste le respondió:
Monseñor Archetti continuó insistiendo: en carta directa al Obispo de Mohilow le notifica «la sorpresa y amargura del Santo Padre al oír la relación, que yo le envié, de la apertura del Noviciado»
.
Y tanto el Secretario de Estado Cardenal Pallavicini como el Nuncio Archetti continuaron durante mucho tiempo intentando, por todos los medios posibles, destruir aquellas pequeñas «reliquias de la Compañía de Jesús, que en su miserable naufragio se han salvado en aquel rincón del norte»
, tildando reiteradamente a aquéllos de «desobedientes, refractarios y cismáticos»
.
A pesar de todos los pesares, el Noviciado de Polock en la Rusia Blanca se abrió el 2 de febrero de 1780 con 8 novicios. Volvieron a la carga los Ministros de Madrid ofreciendo y derramando dinero en abundancia para conseguir echarlo por tierra. Pero por una singular providencia del Cielo, todo fue inútil y sin efecto alguno, y el Noviciado de la Compañía de Jesús de la Rusia Blanca, a despecho de los Ministros de Madrid y de todos sus aliados y amigos, no sólo no fue echado por tierra, sino que se aseguró y arraigó más, y no solamente por parte de la Corte de Pietroburgo sino también por parte de Roma.
La misma Catalina II quiso honrar con su presencia personal el Noviciado de sus jesuitas. Y en cuanto le fue posible viajó desde su Corte de Pietroburgo a sus nuevos estados de la Rusia Blanca. El día 30 de mayo de 1780 por la tarde llegó a la Ciudad de Polock.
El 3 de junio la Emperatriz Catalina II hubo de marchar hacia Mohilow para encontrarse allí con el Emperador de Alemania José II.
Desde que empezaron a llegar a occidente noticias sobre la conservación de la Compañía de Jesús en la Rusia Blanca y la apertura del Noviciado de Polock, fueron no pocos los ex-jesuitas que ansiaron reingresar en ella. El primer citado por el P. Luengo, a fines de 1779, es un jesuita italiano llamado Nuparola, que, «luego que supo la apertura del dicho Noviciado, escribió a aquel P. Superior de los jesuitas, pidiendo licencia y consentimiento para sí o para otro, para irse a juntar con ellos y volver a incorporarse en la Compañía. Y ya ha recibido respuesta, en la que le concede lo que le pedía»
.
En mayo de 1780 pasó por Bolonia, camino de Polock, el joven jesuita italiano José Marutti. Y, llegado a su deseado término a fines de julio, escribió a un ex-compañero suyo residente en Bolonia, dándole cuenta menudamente de todos los sucesos de su viaje, largo 403 leguas o 1.612 millas italianas. En su viaje se le agregó un ex-jesuita alemán y en la Corte de Varsovia ambos recibieron demostraciones de particular aprecio y estima del Rey de Polonia. Enterado éste de su llegada por dos jesuitas de aquel país, quiso verlos. Y hallándose el Rey en un Sitio Real a alguna distancia de la Corte, se les envió una carroza para que fuesen a presentarse a Su Majestad. El Rey les recibió con muy particular agrado. A cada uno de ellos le habló en su propia lengua, italiana y alemana, y les dio abundantes expresiones de aprecio de la Compañía de Jesús. Marutti habla también de otros muchos recibimientos cariñosos, que ha tenido en su viaje en las casas de varios jesuitas de los que están esparcidos y en varios Colegios en que se conservan reunidos algunos, y más difusamente del que tuvo en Sanon, a cinco leguas de Polock, en el Palacio de una Señora principalísima de apellido Ciava, que, después de detenerle a él y a su compañero algunos días, les hizo llevar a Polock en su mismo coche con tiro entero. Pinta después muy tiernamente su gozo y consuelo al entrar en aquel Colegio de la Compañía de Jesús y vestirse de nuevo la ropa de jesuita, y puntualmente el mismo día de su Padre San Ignacio. Explica brevemente el estado de la Compañía en aquel país. Da alguna razón de lo que sucedió cuando estuvieron allí por el mes de junio el Emperador de Alemania y la Emperatriz de Rusia, y más de una vez asegura y protesta que, mientras viva esta Augustísima Soberana, no tienen temor alguno de que sea extinguida aquella pequeñita Compañía de Jesús de la Rusia Blanca.
Un tercer ex-jesuita, que se incorporó al Noviciado de Polock, fue Agustín Magnani, boloñés, muy piadoso y devoto y muy embebido de aquel espíritu de unión, de amor y de caridad, de familiaridad y franqueza, que debe haber entre los Hermanos e Hijos de una misma Madre, que tanto se recomienda en el Instituto de la Compañía y que con asombro ha admirado siempre el mundo entre los jesuitas de todas las Naciones entre sí y con los de las extranjeras. Después de la extinción de la Compañía consiguió ser ordenado de Sacerdote y se dedicó fervorosamente a los ministerios. Nada le faltaba al joven Agustín para vivir con quietud, con gusto y con alegría. Su patria Bolonia, Ciudad en que se halla lo que puede contribuir a hacer gustosa la vida, las conveniencias y regalo de su casa; la compañía de sus hermanos, de su madre y otros de los suyos, con quienes vivía con mucha paz y armonía; y la mucha estimación que merecía aun a muchos de la más distinguida nobleza; todo en suma debía de hacerle gustosa y agradable la morada en su patria en cuanto a comodidades y gustos del mundo. Además de esto se hallaba ya en mucha proporción para trabajar predicando y confesando para contentar su celo por el bien de las almas y por la gloria del Señor. ¡Qué montes de dificultades no se le presentarían por otro lado en un viaje de 600 leguas, en la entera mudanza de clima, debiendo pasar a vivir a uno frigidísimo, y más siendo delicado, de pocas fuerzas y de poca robustez, y en otras consecuencias necesarias de su determinación de irse a la Rusia Blanca a tomar la ropa de la Compañía! Y con todo eso no hallaba quietud, sosiego y gusto en su Bolonia, en su casa y entre los suyos, y sentía en sí grandes deseos y ansias de emprender el viaje a Rusia y volver a ser allá jesuita.
Sobre esta su segunda y sumamente ardua vocación a la Compañía de Jesús consultaba aquí a varios jesuitas españoles e italianos, y entre ellos había quienes la aprobaban como inspiración del Cielo, y otros que eran de diverso parecer. Y de parte de los suyos tenía una oposición más vigorosa a su viaje a Rusia. Se hallaba por tanto indeciso y perplejo, sin saber qué partido debía tomar, pero siempre con grandes deseos de unirse a la Compañía de Jesús en Rusia. En estas sus dudas y perplejidades fue a la Ciudad de Faenza, en la que vive el P. Muriel, jesuita de la Provincia del Paraguay, hombre verdaderamente sabio, santo, de mucho espíritu y muy versado en cosas espirituales. A este respetabilísimo jesuita español le abrió todo su pecho el joven Magnani, le comunicó todas sus inspiraciones y movimientos sobre este punto y se puso enteramente en sus manos. El P. Muriel le dijo que el Señor le llamaba y que debía seguirle sin detenerse por cosa alguna. Y desde aquel momento Agustín Magnani no pensó en otra cosa que en tomar sus medidas para emprender el viaje a Rusia. Y de hecho lo emprendió en mayo de 1781, arribando a Polock en agosto. Desde allí escribió una serie de cartas a su familia, a sus antiguos compañeros y amigos. En ellas cuenta menudamente su feliz viaje y los muchos favores y finezas recibidos en Varsovia y otras Ciudades de Polonia, su llegada a Polock y su reunión con inexplicable gozo y consuelo a su Madre la Compañía de Jesús. Cuenta después en las mismas cartas con igual o mayor menudencia y exactitud todas las cosas pertenecientes a la Compañía en aquel país. Habla con grande encarecimiento de la observancia regular. Y precisa que en Polock son ya 17 los Novicios.
Seguiremos narrando posteriormente otras reinserciones de ex-jesuitas en la Compañía Rusa. Pero antes, atendiendo a la secuencia cronológica, narraremos otros episodios relativos a nuestra historia.
El Archiduque de Rusia Pablo Pietrowitz y su esposa Maria Federowna de Württemberg Stuttgart iniciaron un viaje de visita a las Provincias meridionales de Europa, y de camino hacia estos países llegaron el día 8 de octubre de 1781 a la Ciudad de Polock. Los días 9 y 10 entraron y estuvieron muy despacio en el Colegio por tres veces, como que no tenían otra cosa que les diese mayor gusto, y no sabían apartarse de aquellos jesuitas. En él quisieron andar por todas partes y verlo todo muy despacio, acompañados siempre de todos los principales Señores y Damas, de todos aquellos Padres y aun de los jóvenes Novicios. Y a todos ellos les trataron con suma dignación y humanidad, preguntándoles a todos sus nombres, sus patrias y otras muchas cosas, y haciéndoles a todos en común y en particular tantas expresiones y finezas que sólo pueden haberlas igualado o excedido las que les hizo el año pasado su madre, la Augusta Emperatriz Catalina II. El día 10, en que celebraron aquellos Padres con la conveniente solemnidad la fiesta de San Francisco de Borja, asistieron a toda ella los Archiduques con mucha modestia y veneración en una tribuna de la misma Iglesia, estando a su lado un Padre que les iba explicando todas las sagradas ceremonias de la Misa. Los jesuitas por su parte, como por sí mismo se deja entender, hicieron a los Serenísimos Príncipes todas las demostraciones de veneración y obsequio, con iluminaciones de su Colegio, composiciones poéticas y otras cosillas a que han alcanzado sus débiles fuerzas, dirigidos para encontrar el gusto de los Archiduques y ayudados por el Conde de Czernicheff, Gobernador de aquella Provincia y su tiernísimo protector. El día 11 partieron de aquella Ciudad los Príncipes y desde su misma carroza, con admiración de todos y verosímilmente con envidia de algunos, con muy particulares cortesías y ademanes cariñosos a la Comunidad de los jesuitas, dieron muchas pruebas de amor y estimación para con ellos. Parece, pues, que el Señor prepara en estos Príncipes unos cariñosos protectores que les protejan y conserven cuando les llegue su día.
Llegados a Roma y en ausencia del Santo Padre, los Príncipes de Rusia fueron recibidos por el Secretario de Estado Emmo. Pallavicini con todos los obsequios y fiestas que se juzgaron oportunas para cortejarlos, y una de ellas fue la iluminación de la gran Cúpula o Cimborio de la Iglesia Vaticana, según se suele hacer en la fiesta de San Pedro y San Pablo. Se les hicieron también, a nombre de Su Santidad, algunos convenientes regalos de pinturas y de otras curiosidades. Y satisfechos y gustosos por los muchos obsequios, que se les han hecho en la Capital del Cristianismo, salieron de aquella Ciudad el día 15 de marzo.
En abril de 1782 llegó a Bolonia una nueva carta del P. Agustín Magnani desde Polock. En ella pinta con viveza la tierna, cariñosa y sensibilísima despedida del Conde de Czernicheff, su Gobernador y más propiamente como el mismo dice, su finísimo protector, su Padre y su Madre amorosa y solícita de su bien y felicidad, por haber sido promovido por la Soberana a otro Gobierno mayor. Y al mismo tiempo le da muy particulares elogios y le representa un Caballero adornado de talentos, prendas y virtudes morales muy sobresalientes. A la verdad no hay cosa alguna, a que no les obligue a aquellos jesuitas, y aun a todos, el agradecimiento a este ilustre Conde de Czernicheff, y más que con elogios y alabanzas debemos mostrarnos agradecidos con fervorosas oraciones al Señor, como lo harán certísimamente los jesuitas de Rusia, pidiendo a Su Majestad que le haga feliz y le colme de sus bendiciones en este mundo y mucho más en la Eternidad.
Todo esto deben los jesuitas a este ilustre Caballero, pues, hablando sin rebozo y con toda lisura, no hay hombre alguno, y quizá ni aun la Emperatriz misma, a quien se deba atribuir más propiamente que no haya sido borrada del todo de la faz de la tierra la santa Compañía de Jesús, y que en el general naufragio se hayan salvado aquellas pequeñas reliquias de la Rusia Blanca. En estos 8 años de inquietud y turbación para aquellos jesuitas, y en los que se han usado mil astucias y ardides diabólicos para perderlos, con su diligencia en impedir la intimación del Breve de Clemente XIV, con sus informes honoríficos y ventajosos, con sus recomendaciones eficacísimas a la Soberana y por medio de sus amigos en la Corte, les ha salvado, y a su partida les deja en un estado de bonanza y felicidad, con el Noviciado abierto y, hablando humanamente, con una entera seguridad de conservarse y multiplicarse. Y él mismo, aun ausente de la Rusia Blanca, les ayudará para que lo consigan todo, como se lo prometió, haciéndoles mil expresivas protestas de que, en cualquier parte del Imperio en que se halle, les ayudará, protegerá y defenderá eficacísimamente con toda su autoridad y poder.
Un Gobernador de la Rusia Blanca de este temple y carácter de Czernicheff era necesario para poder sostener contra tantos y tan poderosos enemigos a aquellos desvalidos jesuitas, y era también necesario ser un hombre desinteresadísimo e incapaz de rendirse a las más cuantiosas ofertas, porque, no pudiendo ignorar los Ministros de Madrid que la principal fuerza, que sostenía a los jesuitas de Rusia, estaba en este Conde de Czernicheff, Gobernador de aquella Provincia, se debe tener por cierto, aunque nunca se averigüe, que le ofrecieron mil cosas y le solicitaron de muchos modos para que desistiese de su empeño.
En la misma carta del P. Magnani se cuenta una cosa que puede ser prueba de lo que acabo de decir, y de otras muchas empresas del mismo género de los Ministros de España. En aquella Ciudad de Polock -dice el P. Agustín- ha estado detenido algunos días un Caballero Ruso que viene de Constantinopla, en donde ha sido Ministro de Su Majestad Imperial, y vuelve a la Corte de Pietroburgo. Y éste les ha dicho en términos claros, expresos y formales que en Constantinopla le han solicitado y procurado ganar los Borbones para que en Pietroburgo maneje y se empeñe en el negocio de los jesuitas en orden a conseguir la permisión de la Soberana para que se les intime el Breve de Extinción. Y ahora pueden haber promovido mejor este negocio los Ministros de Madrid en Constantinopla, porque tienen ya en esta Corte Ministro propio, que entiende en la paz con el Turco y a lo que parece está ya en buen estado. Pocas veces se ha dicho con más verdad que ex ungue leonem y que de una cosa pequeña se infieren con seguridad muchas y muy grandes. Asiéntese como un hecho cierto y seguro, pues lo es evidentemente, que los Ministros de Madrid aun en Constantinopla solicitan y procuran ganar, y se supone que con ofertas y regalos, a un Caballero Ruso para que, restituyéndose a Pietroburgo, les sirva en orden a lograr la extinción de aquellos pocos jesuitas escondidos en la Rusia Blanca.
Aquellas reliquias de la Compañía de Jesús, empero, no salieron perdiendo con el cambio de Gobernador de la Rusia Blanca. A su afectísimo Conde de Czernicheff le sustituyó el Príncipe Potemkin, cuyo afecto y protección les hizo no echar de menos a su querido antecesor.
En esa misma carta comunicaba el P. Magnani la publicación de un Decreto de la Emperatriz Catalina II, por el que el Obispado de Mohilow ascendía a la categoría de Arzobispado, abarcando bajo su jurisdicción «todas las Iglesias y Monasterios Católicos ubicados tanto en Mohilow como en Polotski, en nuestras dos capitales y en todo el Imperio Ruso»
. Al nuevo Arzobispo Ilmo. Stanislao Siestrzencevicz se le daba un Obispo Coadjutor que le ayudara en el gobierno de su Arzobispado y que le sucediera después de su muerte. Y para este cargo y Dignidad era elegido el Sr. D. Juan de Benislawski, Canónigo de la misma Iglesia de Mohilow. Benislawski había sido jesuita por muchos años y dejado de serlo por vivir al tiempo de la extinción de la Compañía en un Colegio en que se intimó el Breve de Clemente XIV. Después que se abrió el Noviciado en aquel país, quiso dejar el Canonicato y unirse de nuevo a la Compañía de Jesús. Pero por justos respetos y buenas razones, no se tuvo por conveniente. No puede, según esto, estar al presente mejor establecida en Rusia la Potestad Eclesiástica para que nada tengan que temer de parte de ella aquellos jesuitas.
En fuerza de este Decreto de la Emperatriz, aunque en él se hable como que todo lo hace Su Majestad por sí misma, se ha recurrido a Roma para la erección canónica o eclesiástica del Nuevo Arzobispado, para las Bulas del Arzobispo y para la del Obispo Coadjutor. Catalina II había ya escrito el 30 de enero de 1782 a Su Santidad sobre la elección del nuevo Arzobispo y de su Coadjutor, pidiendo para aquél el Palio y para éste las Bulas para ser consagrado. Y con esta ocasión se derramaba en elogios del Santo Padre y en expresiones de aprecio a su persona, y recordaba su protección y favores para con los Católicos que hay en sus Estados.
La respuesta del Papa se retrasó mucho y más todavía se demoró la entrega del Palio y la consagración episcopal, solicitadas por Catalina II. Volveremos más adelante sobre las varias dificultades surgidas y luego superadas.
La inauguración del Noviciado de Polock fue sin duda un paso esencial en la «resurrección» de la Compañía. Pero aún faltaban otros. El 30 de setiembre de 1782 se iniciaba un nuevo paso para poner perfectamente la Compañía de Jesús en su estado antiguo y sin que le faltara cosa alguna para conservarse y multiplicarse, y para gobernarse enteramente según sus Constituciones e Instituto: se inauguraba la Congregación General XX (1.ª Congregación General Rusa) en el mismo Colegio de Polock.
En los nueve meses transcurridos desde la extinción de la Compañía, por no poder hacer otra cosa, y acaso por esperar que fuese restablecida presto por el Papa, no habían tomado providencia alguna aquellos jesuitas sobre el gobierno interior y elección de Superiores, y se habían conservado haciendo de Vice-Provincial y Superior de todos el que era Rector del principal Colegio, y Rectores o Superiores, en cuanto había sido posible, los mismos que lo eran al tiempo de la extinción. No era posible ni conveniente continuar siempre de este modo. Y no viéndose esperanza alguna fundada de restablecimiento próximo de la Compañía por Roma, se juntaron los PP. Profesos de cuatro votos en Congregación General, para ordenar en ella las cosas que tuvieran por convenientes al presente estado de la Compañía, y especialmente para elegir un Vicario General con la misma autoridad que tenían los Prepósitos Generales, si bien con la expresa condición de que solamente haya de durar mientras que no haya General de la Compañía en Roma.
Los jesuitas de la Rusia Blanca podían dar lícitamente este paso y juntarse en Congregación General sin una nueva licencia o consentimiento del Papa. Existe en aquel país legítimamente la Compañía de Jesús. No puede, pues haber duda razonable en que, sin nuevo permiso de la Silla Apostólica, puede gobernarse según sus leyes e Instituto, y hacer aquellas cosas que en ellas se prescriben y mandan. Con todo eso, aquellos jesuitas, por su particularísima veneración y obediencia a la Santa Sede, así como no quisieron recibir Novicios sin su licencia, así tampoco determinaron juntarse en Congregación sin que les constase con seguridad que en esto no desagradaban al Santo Padre. Para condescender con la delicadeza y nimiedad de sus jesuitas en este punto, Catalina II escribió sobre este asunto una carta atentísima a Pío VI, y con ella y con las negociaciones del Ministro de la Corte de Pietroburgo en la de Viena (adonde había ido Pío VI) se consiguió que diese el Papa su consentimiento para que los jesuitas de la Rusia Blanca tuviesen su Congregación y eligiesen su General con arreglo a sus Constituciones y según su método.
Mediante Decreto de 2 de agosto ordenó la Emperatriz que sus jesuitas se juntasen en Congregación General. El P. Czerniewicz, apoyado por el Príncipe Potemkin, solicitó del Sr. Obispo de Mohilow, en muestra de obsequio y veneración para con su persona y dignidad, su santa bendición para tener la Congregación General. Fueron 31 los Electores congregados por haber estado impedidos otros. También fueron admitidos en la Congregación los Profesos que habían venido a la Rusia Blanca después del Breve de Clemente XIV, estimándose que hubiera sido injusto excluirlos, constando los dos Breves secretos de Clemente XIV y Pío VI, mediante los que conservan los jesuitas su antiguo estado. Y el 17 de octubre de 1782, fiesta de la gloriosa Santa Eduvigis, Patrona del Reino de Polonia, y Octava de San Francisco de Borja, tercer General de la Compañía de Jesús y propagador de ella en aquel país, fue elegido Vicario General con grande uniformidad de votos el lituano hasta entonces Vice-Provincial P. Stanislao Czerniewicz. El Príncipe Potemkin le hizo saber que era voluntad de la Soberana que fuese a la Corte y se presentase a Su Majestad Imperial. Obedeció al instante y, nombrando inmediatamente Provincial de aquella Provincia al P. Francisco Kareu, hasta entonces Rector del Colegio de Orsa, partió en diligencia a la Corte de Pietroburgo.
Los jesuitas de Rusia eran entonces unos 200. Al año siguiente serían 20 más los nuevos Profesos. La Compañía reflorecía en letras y en virtud, y se hablaba ya de los más extraordinarios ejemplos del primitivo espíritu de fervor. El P. Martín Kazewski, postrado en cama, fue visitado por el nuevo Vicario General; y a pesar de estar moribundo se levantó, se postró de rodillas, alabando y dando mil veces gracias al Señor, por haberle traído de Roma a la Rusia Blanca para morir en brazos de la Compañía.
Para mayor colmo del gozo y consuelo de los jesuitas de Rusia y de todos los demás, poco antes de la Congregación se había visto en aquella misma Ciudad de Polock un suceso que de un modo muy particular demuestra que el Señor se complace en aquella pequeñita Compañía de Jesús, y en sí mismo tan extraordinario que en su género y en todas sus circunstancias difícilmente se hallará otro igual en la Historia Eclesiástica de todos los siglos pasados. De él se habla así al final de la carta en que se narran detalles de la 1.ª Congregación General Rusa:
Más larga y menudamente se cuenta esta singularísima historia en una carta latina del ya conocido P. Agustín Magnani, que puede compendiarse como sigue:
Ignacio Tenorio Carvajal, joven de familia ilustre e hijo del Gobernador de la Provincia de Popayán en el Reino de Quito de América Meridional, pidió ser admitido en la Compañía antes que ésta fuese desterrada de aquel país el año de 1767, y no le pareció conveniente al P. José Baca, Provincial de aquella Provincia, el recibirle entonces por ser muy niño, pero le prometió que le recibiría cuando tuviese la edad competente. El destierro de la Compañía el dicho año de 1767 de aquel Reino, como de todos los demás del Rey Católico, impidió que se condescendiese con sus deseos. Pero este trastorno general, por decirlo así, de la Compañía de Jesús, acompañado de tanta infamia y deshonor, de tantos trabajos y miserias, no fue bastante para que este joven Carvajal se resfriase en sus deseos de ser admitido en la Compañía. Siempre los conservó muy vivos en su pecho y, habiendo llegado a aquellos remotos países el año de 1780 noticia segura de que se conservaba la Compañía en la Rusia Blanca y de que se había abierto allí el Noviciado, se le avivaron y encendieron mucho más, y se resolvió a venir, aunque fuese mendigando, a Europa y a esta apartada Provincia de ella, para lograr su cumplimiento.
Se hallaba a esta sazón en Lima, Capital del Perú, y ya después de haber estudiado Filosofía y Cánones, y recibido el grado de Doctor en Derecho Canónico. Y para no errar en un paso de tanta importancia, encomendó mucho al Señor este negocio y comunicó sus deseos a un Religioso Francisco, Catedrático de Prima en aquella Universidad, y a dos Religiosos Mercedarios, y tuvo la fortuna que no tuvieron generalmente nuestros Novicios en Europa. Y aquellos Religiosos aprobaron su vocación y aun de ella inferían de algún modo que la Compañía volvería a restablecerse aun en América y que entonces podría cumplir sus deseos. Pero el joven Ignacio no tuvo paciencia para aguardar tanto tiempo y, habiendo comulgado con particular fervor el día del inocentísimo Novicio de la Compañía de Jesús, San Estanislao de Kotska, que con un largo viaje a pie desde la Corte de Viena a la de Roma había logrado ser recibido en ella, se resolvió a imitarle y a emprender, de cualquier modo que fuese, el viaje inmenso desde Lima a la Rusia Blanca para solicitar ser admitido en la Compañía.
Comunicó sus intentos a una tía suya, que en Lima tenía para con él el lugar de madre. Y si bien aquella Señora mostrase sentimiento de que le hubiese ocultado su resolución, le dio su bendición y licencia, y le proveyó abundantemente para el viaje. Salió, pues, de Lima en diciembre del mismo año de 1780 y, atravesando todo aquel larguísimo continente de América, salió a uno de los puertos de la Corona de Portugal en la ribera oriental de aquella parte del mundo. En él se embarcó en nave portuguesa y llegó a Lisboa a vuelta de 11 meses después que salió de Lima, y siempre constante en llevar hasta su cumplimiento su vocación a la Compañía, aunque en su viaje tuvo terribles asaltos y tentaciones para desistir de ella. Desde Lisboa escribió a su padre una larga carta dándole cuenta de su determinación y de todas sus cosas. Y después de haber estado en aquella Ciudad casi 4 meses, se embarcó en una nave de Hamburgo y, habiendo desembarcado en esta Ciudad, por la Pomerania se fue a Riga en la Livonia, y desde esta Ciudad finalmente a la suspirada de Polock en la Rusia Blanca, en donde estaba el centro de todas sus ansias y suspiros. El día 29 de julio de este año de 1782 llegó este joven Carvajal a la dicha Ciudad de Polock, habiendo salido de la de Lima en el Perú en diciembre del año de 1780. Y así ha tardado en el viaje de 19 a 20 meses. Y no se debe extrañar mucho, habiendo caminado en él por tierra y por mar como unas 5.000 leguas españolas.
Poco después de la llegada del joven Carvajal al Noviciado de Polock, un hermano del P. Agustín Magnani, Juan Natal, contagiado por su resolución, emprendía su aventura. Confió su decisión a algunos jesuitas amigos italianos y españoles, pero la ocultó a su familia y a las demás gentes conocidas de Bolonia por miedo de que se la impidiesen. Y el 17 de agosto de 1782 por la noche marchó con gran diligencia a Módena, donde se le juntó el P. Bernardo Scordialó, Profeso de la Compañía antes de la extinción. Y un poco más adelante, según estaban de acuerdo, se les juntaron dos jóvenes hermanos, jesuitas también, naturales de Verona, en el Estado de Venecia, llamados Cayetano y Francisco Angiolini. Desde Viena escribió Natal a Bolonia notificando que los cuatro habían hecho un viaje feliz hasta aquella Corte. Volvió a escribir desde Vilna el 13 de octubre. Y de nuevo el 30, ya desde Polock. Habían llegado dos días antes, el 28 de octubre. Al día siguiente tomaron efectivamente los cuatro la ropa de jesuitas. El P. Scordialó, tras algunos días de Ejercicios, renovó su Profesión y los otros tres tendrían que esperar un año para renovar sus primeros votos.
Uno de los dos Angiolini escribió desde Polock el 1.º de enero de 1784 una curiosa carta, en la que trata muy exacta y menudamente del clima de aquel país, de nuestro Colegio de aquella Ciudad, de su modo de vivir y del estado en que se hallan las cosas de la Compañía en aquel Imperio. Del clima dice que es enormemente frío, llegando a tanto algunas veces que hay peligro de congelación de narices y orejas, si se sale entonces de casa. Pero que, a pesar de todo se padece menos que en Italia, porque allí tienen estufas en todas las habitaciones de las casas y al salir de casa van vestidos de pieles de pies a cabeza. La Ciudad no debe de ser muy magnífica, pues la mayor parte de las casas son de madera. Ni tampoco debe de estar muy poblada, porque hay en ella mucha falta de artesanos, y la misma escasez de gente hay para el cultivo del campo. Nuestro Colegio es muy capaz, pues hay en él habitación conveniente para 100 jesuitas, y juntamente dos Seminarios de Nobles, oficinas y talleres de casi todas las artes y oficios. La Iglesia del Colegio es Parroquia para una extensión de 20 leguas, y más que de Colegio de la Compañía parece una Colegiata o Catedral.
Por lo que toca a sí mismos, asegura que están llenos de contento y gozo por verse otra vez en el seno de una Madre tan buena como la Compañía de Jesús, y más teniendo unos Superiores tan solícitos y caritativos que merecen por muchos títulos el renombre de Padres. El P. Scordialó, que era Profeso antes de la extinción de la Compañía, ha renovado su Profesión, y queda con esto como todos los demás Profesos a quienes no se intimó el Breve de Extinción. Los otros tres, que no eran Profesos, solamente después de un año renovarán sus votos y aun podrán hacer presto la Profesión, pues han determinado que, en cuanto a este punto, se les cuenten por años de Religión los que han pasado desde la extinción de la Compañía hasta su reunión a ella en Rusia. Entre tanto, todos se ocupan seriamente y con aplicación en el estudio de la lengua del país, y la representan tan difícil que no será poco si a vuelta de dos años pueden emplearse en algunos ministerios.
A mediados de mayo de 1784 se encaminaron hacia Polock otros tres ex-jesuitas italianos y un Sacerdote joven: los PP. Rugnati de la Provincia de Milán, Panizzoni de la Provincia Romana y Angiolini de la Provincia de Venecia. Éste es hermano de los antes citados, así como también lo es el Sacerdote joven. Y aun estaba para marchar otro quinto hermano, que por el momento lo ha dejado. Por otro lado, a lo que se asegura, ha tenido un aumento considerable la colonia de jesuitas de Rusia. Éste les ha venido de China, en donde se conservaban todavía varios jesuitas Misioneros, a quienes no se ha intimado el Breve de Extinción de la Compañía. Y entre ellos cuentan un P. Perou, que está en mucha gracia de aquel Emperador y ha sacado nuevamente mayor libertad para la Religión Católica. No se seguirá de aquí que los rusos reciban muchos socorros de operarios que les ayuden a trabajar en el dilatado Imperio de Rusia, antes por el contrario es más verosímil que de Rusia pasen algunos jesuitas a China, y de este modo se podrá lograr que, aunque el deseado restablecimiento de la Compañía tarde algunos años, no se llegue a extinguir la casta de los jesuitas en aquellas famosas e importantísimas Misiones.
Y no olvidemos que, además de los de China, todos los de Inglaterra y de Francia, a quienes no se ha intimado el Breve de Extinción de la Compañía, son verdaderamente jesuitas y que forman con los de Rusia una misma Religión, aunque por la violencia y poder de Príncipes o Ministros no puedan tener entre sí la unión y comunicación, que debían, como miembros de un mismo Cuerpo. Y se puede esperar con fundamento que la Compañía de Jesús de Rusia se vaya extendiendo y propagando no sólo dentro del mismo Imperio Ruso, sino también fuera de él.
El 4 de noviembre de 1782 la Emperatriz de Rusia escribió una carta muy sentida a sus Embajadores en las Cortes de Varsovia y Viena, para que se la hiciesen saber a los Nuncios del Papa en ellas, y por su medio llegase a Su Santidad: hacía más de nueve meses que había solicitado al Papa el Palio para el nuevo Arzobispo y la consagración de su Obispo Coadjutor, ¡y continuaba sin recibir siquiera una acusación de recibo! Se lamentaba agriamente de la falta de atención de la Corte Romana para con su persona y se mostraba llena de pasmo por la mala política de dicha Corte, que ni aun sabe mirar por sus propios intereses. En el quicio entre los años 1782-1783 pudo llegar esta carta al Papa, el cual se afligió y turbó mucho con ella y, sin perder más tiempo, dio respuesta a Su Majestad con fecha 11 de enero, excusando, del mejor modo que ha podido, su tardanza en responderle y concediéndole las gracias que había pedido para el Obispo de Mohilow y para el Canónigo Benislawski.
Pero no contento el Príncipe Potemkin con la carta que la Emperatriz hizo llegar al Santo Padre por medio de sus Nuncios en Viena y Varsovia, y, temiendo que los enemigos romanos de la Compañía lograran poner nuevos impedimentos a la respuesta del Papa, determinó enviar detrás de la carta un Ministro autorizado a tratar inmediatamente con Su Santidad los puntos controvertidos. Lo más gracioso de todo es que el Príncipe Potemkin escogió para esta embajada a Roma al mismísimo Benislawski. Y éste salió de Pietroburgo para Roma el 17 de diciembre de 1782. El lunes 17 de febrero de 1783, cerca de las dos de la tarde, llegó a Ferrara. Un jesuita aragonés escribió a Bolonia detallando minuciosamente su figura y sus explicaciones:
El Canónigo Benislawski pasó de incógnito por Bolonia el 18 de febrero de 1783. Su posterior llegada a Roma el 1º de marzo como Ministro de la Emperatriz Rusa excitó un tumulto de hablillas y de rumores entre todo género de gentes del partido anti-jesuítico. Más inquieto nos pintan todavía por este suceso al Cardenal Secretario de Estado. El Sr. Santini, Agente de Rusia en Roma, le tenía preparado un conveniente hospedaje y el mismo día dio parte a Su Santidad del arribo del Enviado y le presentó inmediatamente sin pasar por la Secretaría de Estado las convenientes credenciales. El día 3, lunes de Carnaval, aunque no suele el Papa admitir a nadie en esos días, concedió la primera Audiencia a Benislawski, que no fue menos que de hora y media. Después de ella salió el Papa de Palacio y fue a hacer oración a la Iglesia del Jesús, cosa que no ha hecho este Papa sino otra vez en los 8 años de su Pontificado. Benislawski hizo visita de pura atención al Cardenal Pallavicini, que no dejará de sentir mucho el verse excluido de entrar en estos negocios. Y ha recibido después visitas de Ministros, de personas de distinción y de varios Cardenales, entre los que cuentan a Bernis, Herzan, Pallavicini, Carlos Rezzonico, Borromei y Antonelli. Y con este último se ha advertido que ha tenido largas conversaciones, las que es muy natural que sean sobre las cosas de la Religión en Rusia y los negocios de la Congregación de Propaganda en aquel Imperio. Y aun se cree que le habrá hablado de tal modo sobre la conducta de los de Propaganda en aquellas partes y sobre el proceder de la misma Congregación en Roma, insinuándole también lo muy disgustada que está con ella su Corte, que no le habrá agradado mucho al Emmo. Prefecto.
Por lo demás está con honor, estimación y decoro, aunque no con mucho fausto en aquella Corte. Visita las gentes de distinción que le han visitado a él, y asiste algunas veces a las conversaciones en las casas de los Señores. Y se ha notado que la que más frecuenta es la del Duque Grimaldi, Embajador de España, quien le recibe, le habla y le trata con particular agrado y atención. Pero advierten también que Benislawski no es hombre de quien Grimaldi haya de sacar alguna cosa ni con halagos ni con artificios. Su conducta en todo lo demás es seria, grave y circunspecta; y está tan sobre sí en las muchas ocasiones que se le han ofrecido, en las cuales han procurado sacarle algunas noticias sobre los jesuitas de Rusia y sobre los negocios de su viaje, que todos han quedado burlados. Ha visitado nuestras Iglesias de Roma y ha dicho Misa en varias de ellas, y se ha dejado ver en el Jesús, en donde están unidos casi cien jesuitas, y ha admitido a su trato y confianza al que fue Asistente de Polonia y a algún otro, que le pueden dar alguna luz en sus negocios. Después de la larga audiencia del Papa el día 3 de este mes, ha tenido otras dos o tres, de las cuales, como de la primera, nada en particular se puede saber en el día. Pero el mostrarse Benislawski contento y gustoso, como lo da a entender en términos generales, es señal bien clara de que están en buen estado sus negocios y pretensiones.
En su carta de 11 de enero de 1783, sin saber todavía nada de la venida de Benislawski a Roma, el Papa ofrecía a Catalina II enviar a su Corte de Pietroburgo un Obispo Católico Romano que oficiase su consagración episcopal. Era, pues, forzoso aguardar la respuesta de la Emperatriz a la carta del Papa para ver si Su Majestad insistía en que Benislawski se consagrase en Roma o por el contrario admitía la oferta del Santo Padre de enviar a Pietroburgo un Obispo que le consagrase en aquella Corte. Y esa respuesta llegó a Roma a principios de abril: la Emperatriz escogía que Benislawski se consagrara en Pietroburgo. Enterado de ello, Benislawski empezó a pensar en regresar a Pietroburgo. Estuvo con los jesuitas de la Casa Profesa del Jesús y les aseguró en términos generales y con mucha alegría y gozo que salía contento de Roma y que había logrado todas las pretensiones que habían sido la causa de su viaje. Se despidió de los Cardenales, Ministros y demás personas de distinción que le habían visitado; tuvo su Audiencia de despedida del Santo Padre y recibió de sus manos un devoto regalo. Y después de todas estas diligencias hechas con sosiego en Roma, salió de aquella Ciudad el día 15 de abril. Y viniendo poco a poco por la vía de Loreto, llegó a esta Ciudad el día 24 del mismo mes a media tarde. Aquella misma noche le visitaron en el mesón algunos ex-jesuitas italianos y españoles. En la conversación dio muestras de venir muy satisfecho del Papa, a quien alabó de hombre de buen corazón. Aseguró que iba bien despachado en todos los artículos de su embajada: las Bulas, el Palio y el restablecimiento de los jesuitas en Curlandia. Y aun añadió que llevaba una cosa de consuelo para los jesuitas de Rusia, con lo que verosímilmente aludiría a que, a petición del mismo Benislawski, en presencia de algún otro testigo de palabra o viva vocis oraculo aprobó Su Santidad la conservación de la Compañía de Jesús en Rusia.
El elegido por Pío VI para llevar el Palio Arzobispal al Ilmo. Stanislao Siestrzencevicz y consagrar Obispo al Canónigo Benislawski fue su Nuncio en Varsovia, Ilmo. Sr. Arzobispo de Calcedonia, D. Juan Andrés Archetti. Es natural que los pobres jesuitas rusos se estremecieran de pavor viendo entrar en el Imperio y en la Corte misma con mucho poder y autoridad, y con las manos sueltas, un furioso enemigo suyo, furiosamente encaprichado en arruinar a toda costa y por todos los modos imaginables la Compañía de Jesús en Rusia. Catalina II volvió a intervenir una vez más ante el peligro: escribió al Conde de Stackelberg, su Embajador en la Corte de Varsovia, encargándole que advirtiera al Nuncio que no debía ir a la Corte a otra cosa que a perfeccionar la obra empezada, sin mezclarse en otros asuntos y mucho menos en el punto de los jesuitas.
A principios de julio llegó Monseñor Archetti en calidad de Embajador Extraordinario de Pío VI a la Emperatriz Catalina II. A su arribo a aquella Corte, que pudo ser a principios de julio, fue recibido con mucho cortejo y agasajo de los Caballeros y gente de distinción, y el día 15 del mismo mes tuvo su primera Audiencia en forma pública de la Soberana. A ella fue conducido con el mismo tren, aparato y acompañamiento que se usa en aquella Corte con los Embajadores de los Reyes, e introducido a la presencia de la Emperatriz y ante su Trono con el cortejo y ceremonias que se practican con los mismos. Presentó el Embajador Pontificio, como es costumbre, sus Credenciales e hizo al mismo tiempo una breve arenga, dando en general razón del motivo de su Embajada, insinuando a la Emperatriz el singular concepto y estima que tiene el Santo Padre de su persona, dándole a nombre suyo gracias por su protección y favores para con los Católicos, y protestando su grande fortuna y dicha en haber sido escogido para presentarse delante de su augusto Trono como enviado del Romano Pontífice. Y después de haber la Emperatriz mostrado su contento con una brevecita respuesta, así de las expresiones del Santo Padre como de la elección para esta Embajada de Monseñor Archetti, éste con las mismas ceremonias y con el mismo cortejo se retiró a su Palacio.
Tenemos, pues, ya en la Corte de Pietroburgo a Monseñor Archetti como público Ministro y Embajador del Romano Pontífice. Suceso a la verdad extraordinario. Y pudiera hacerse mucho más ilustre y glorioso, si la persona escogida por el Papa fuera cual debía ser un Nuncio enviado a una Corte no Católica, y como lo han sido en realidad los que en muchas ocasiones semejantes han enviado los Romanos Pontífices. Esto es, un hombre de una vida ejemplar, cuyo proceder y costumbres irreprensibles y santas fuesen una sensible y palpable demostración de la verdad y santidad de la Religión Católica, de un celo, sabiduría, prudencia, humildad y dulzura, que sólo pensase en los intereses y ventajas de la Religión, y para este fin supiese ganarse el amor y corazón de la Augusta Soberana y de los principales Señores de la Corte. Siendo tan buenas, como ciertamente son, las disposiciones de la Emperatriz para con la Iglesia Romana, no hay duda alguna en que un Nuncio de este carácter pudiera en esta ocasión hacer grandes servicios a la Religión Católica, y quién sabe si lograría dar algunos pasos de consecuencia en orden al importantísimo negocio de la reunión del Imperio Ruso a la Cátedra Apostólica. Pero la conducta de Monseñor Archetti en esta Ciudad de Bolonia, siendo en ella Vice-Legado, entremetido en la causa de la Compañía en Roma y en su Nunciatura de Varsovia, no nos permite esperar cosas grandes a favor de la Religión en esta su Embajada de Pietroburgo.
Y seguramente los enemigos romanos de la Compañía de Jesús se habrán alegrado con la lisonjera esperanza de que Archetti, hallándose en la Corte de Pietroburgo tan autorizado y con carácter de Embajador del Papa, pueda llegar a conseguir que se intime el Breve de Extinción de la Compañía. Todo en efecto puede contribuir a avivar esta su esperanza, porque todo les es favorable para lograr la extinción de la Compañía. El genio y humor de Archetti más a propósito para trabajar en echar por tierra a los jesuitas que en dilatar el Catolicismo; las Instrucciones de Pallavicini para que lo intente de todos modos y sus magníficas promesas si lo consigue; insinuaciones vivas, grandes ofertas y dinero en abundancia de los Ministros de Madrid; y por su fortuna la ausencia de Pietroburgo del Príncipe Potemkin, ocupado en negocios de importancia en la Crimea: todas son cosas que les hacen mirar como posible una sorpresa de la Emperatriz Catalina y la intimación del Breve de Ganganelli. Para confirmar tales suposiciones, he aquí lo dicho por el Cardenal Valenti Gonzaga, Legado en Ravena, que, estando de Nuncio en Madrid y conociendo muy bien a aquellos Ministros, explicaba con mucha ponderación y énfasis, aunque en aire un poco burlesco, las promesas que se le han hecho a Monseñor Archetti:
Se iban ya acercando los días en que se habían de hacer las funciones del Palio y consagración, previstas para octubre. Y entonces Monseñor Archetti presentó al nuevo Arzobispo y al Obispo electo la fórmula del juramento que debían de hacer de antemano. Ambos le representaron al Nuncio que no podían hacer en la Corte misma y ante la misma Emperatriz unas palabras con las que juraban perseguir a los cismáticos. Era necesario omitir aquella expresión o a lo menos moderarla en términos más suaves y más corteses. La representación no podía ser más justa y más razonable, atendidas las circunstancias del tiempo, lugar y concurso de gentes en que se había de hacer la función del Palio y la consagración del Obispo. No obstante, afectando Monseñor Archetti celo, escrupulosidad y entereza, ha estado inflexible en el empeño de que nada se quite ni altere en la dicha fórmula del juramento. Y no pudiendo los otros acomodarse a ella, no hubo otro arbitrio que suspender las funciones y dar parte de todo a Roma.
La Corte de Pietroburgo, usando de su acostumbrada moderación, se contentó en este lance con escribir al Papa, apoyando las justas representaciones del Obispo y el Canónigo, y se debe suponer que lo ha hecho con empeño, con vehemencia y con fuego, quedando entre tanto suspensas las funciones del Palio y consagración. A últimos de noviembre o principios de diciembre pudieron llegar a Roma estas cartas de Pietroburgo y con ellas se inquietó, se desazonó y se enfadó mucho el Papa, viendo el injusto empeño de su Nuncio. Prontamente respondió Su Santidad a las cartas de Pietroburgo, ordenando expresamente que se quiten o mitiguen todas las expresiones de la dicha fórmula que puedan ofender y disgustar de algún modo a Su Majestad Imperial.
Por fin, el 2 y el 8 de febrero de 1784 se celebraron en Pietroburgo las dos funciones de presentar el Palio al nuevo Arzobispo Stanislao y de la consagración del Canónigo Benislawski como Obispo Coadjutor y sucesor del Arzobispo. Tales funciones resultaban enteramente nuevas en aquel país y en aquella Corte. De ahí que hubiera un gran empeño y curiosidad en asistir a ellas, y que fuera numerosísimo el concurso de gentes de todas clases y especialmente de la Nobleza. Asistieron también, y tuvieron parte en las funciones los Embajadores y Ministros de las Cortes Católicas, entre ellos el de España. Y todo se ejecutó con grandeza, con magnificencia y con esplendor. La Emperatriz concedió Audiencia al nuevo Obispo Benislawski la misma noche del día en que fue consagrado, y le hizo en ella nuevas finezas y favores.
Y entonces acaeció un prodigio imprevisto y maravilloso: ¡Monseñor Archetti cambia del todo y comienza a hablar y escribir de una manera enteramente diversa de los jesuitas de Rusia! Reconoce que su existencia y conservación en Rusia sin mudanza en su estado es irreprensible y legítima; se deshace en elogios y alabanzas de los jesuitas particulares, en quienes les parece que ve unos hombres laboriosísimos, unos santos y unos Apóstoles. ¿Cuál es la causa de semejante mudanza? Al parecer, debe atribuirse a una conversación con el Príncipe Potemkin, dotado éste de gran amor a la Compañía y de gran habilidad política, que le debió de hablar poco más o menos así:
No era posible que Archetti pudiera resistir a un discurso como éste y que dejase de comprender que le era mucho más fácil conseguir el Capelo dando gusto a la Corte de Pietroburgo en mostrar algún afecto a los jesuitas que obstinándose en perseguirles en obsequio de las Cortes Borbones. Y así todas las señales son de que se rindió a este razonamiento y abrazó el partido que se le propuso. El hecho es que, al mismo tiempo que a Italia llegó la noticia de la mudanza de Archetti y empezaron a resonar sus alabanzas y elogios de los jesuitas de Rusia, se supo con toda certeza que la Emperatriz Catalina le había recomendado a Su Santidad en orden a hacerle Cardenal lo antes posible. Y poco después se conoció que ya estaba nombrado nuevo Nuncio en Varsovia Monseñor Ferdinando Saluzzo, lo que se habría hecho para que a Archetti, dejando de ser Nuncio en Polonia, se le dé el Capelo por razón de Nuncio Extraordinario en la Corte de Pietroburgo.
No le puede haber salido más felizmente a Monseñor Archetti su viaje y Embajada a la Corte de Pietroburgo, pues llega así al término de sus deseos, que era el Capelo Cardenalicio. Por éste suspiraba y por conseguirlo ha hecho todo el mal que ha podido a los jesuitas de Rusia, en obsequio de las Cortes Borbonas y del Cardenal Pallavicini, Secretario de Estado. De éstos, a pesar de sus grandes servicios, al no haber podido arruinar totalmente a aquellos jesuitas, no hubiera recibido la Púrpura verosímilmente hasta después de aguardarla 6 u 8 años en la Nunciatura de Viena, a la que pasaría naturalmente desde la de Varsovia. Un pequeño servicio hecho de mala gana a los jesuitas rusos, poniendo el palio a un Arzobispo que les abrió el Noviciado, y consagrando Obispo a uno de ellos con cuatro renglones en su elogio, por la singular beneficencia de Catalina II, le han colocado bien presto donde quería llegar pisándolos y echándolos enteramente por tierra.
En efecto, la Emperatriz de Rusia, no contenta con haber recomendado a Monseñor Archetti al Papa para que le hiciese Cardenal, viendo que se dilataba su elección, verosímilmente porque Su Santidad reservaba el nombrarle para la promoción general de los Nuncios, que no puede estar muy lejos, hizo nuevas y más eficaces instancias para que sin dilación se le diera el Capelo. A la verdad es muy digna de alabanza y aun admiración la beneficencia y generosidad para con Monseñor Archetti de la Augusta Emperatriz Catalina, que, sin reparar en los muchos disgustos que le ha dado, persiguiendo de muchas maneras a sus amados jesuitas y dilatando por sus impertinencias muchos meses las funciones del Palio y de la consagración, le ha recomendado al Papa con tanta fuerza y empeño como si en todo le hubiera servido y dado gusto completamente. No pudiendo, pues, Su Santidad dejar de condescender a unas instancias tan vivas de una Soberana tan grande, sin aguardar a la promoción de los Nuncios, dando primero aviso a los Ministros Borbones, tuvo Consistorio el 20 de setiembre de 1784 y en él creó y publicó Cardenal a Monseñor Juan Andrés Archetti, su Nuncio Extraordinario a la Corte de Pietroburgo.
La posta, que le lleva a monseñor Archetti nuevas tan agradables, pasó por Bolonia el 23 y va a buscarle a Grodno en Lituania, donde se va a tener la Dieta de Polonia y por esta causa se ha transferido allá la entera Corte de Varsovia. También Archetti se enderezó a mediados de julio hacia dicha Ciudad para poder recibir de mano del Rey de Polonia la birreta cardenalicia, despedirse de Su Majestad y emprender su regreso a Roma. Antes, por supuesto, se despidió en Pietroburgo de la Emperatriz y de la Familia Imperial, y recibió en regalo un precioso pectoral y muchas martas finísimas. Al atravesar la Rusia Blanca para entrar en Lituania, se portó con mucha esquivez y extrañeza con los jesuitas, no queriendo ver ni hablar a ninguno de ellos. De aquí se infiere que su «conversión» no fue más que una ceremonia aparente para lograr recomendaciones de la Corte de Pietroburgo en orden a conseguir el Capelo. Y que, habiéndolas logrado ya, se ha quitado la máscara que por poco tiempo se puso, y vuelve a mostrarse enemigo de los jesuitas para no desmerecer la amistad y confianza del Secretario de Estado Pallavicini y los favores y gracias de los Ministros de las Cortes Borbonas.
En todo caso, aquellos jesuitas de Rusia se alegran mucho de ver fuera de su Corte y de todo el Estado a este hombre peligroso, siempre pronto y determinado a aprovecharse de cualquier ocasión oportuna que se le venga a la mano para hacerles mal y perderles. Por lo demás están sumamente contentos y alegres, y no menos los antiguos en el país que los que fueron últimamente de Italia y fueron reincorporados a la Compañía con un increíble gozo el día de la Visitación de Nuestra Señora. Todos hablan con grande encarecimiento del fervor, del espíritu, de la observancia que hay en aquellos Colegios, y de la paz, unión y caridad entre unos y otros, aunque de Naciones tan diferentes, y con una entera resolución de la legitimidad de su existencia y conservación en su mismo estado de jesuitas.
Sirva de colofón de esta historia la siguiente nota: a principios de 1785 viajó a Roma el Príncipe de Yousoupouff, Ministro Plenipotenciario de Rusia en la Corte de Turín, con el fin de agradecer al Papa en nombre de Catalina II el envío a su Corte de Monseñor Archetti para dar el Palio al Arzobispo Stanislao y consagrar Obispo al Canónigo Benislawski. El Príncipe fue a una audiencia del Papa con magnífico tren de carrozas y con un vestido riquísimo con botonadura de diamantes. Y, después de haber cumplido con su comisión para con el Santo Padre, volvió a casa y, mudando de vestido, fue después a hacer visita al Cardenal Secretario de Estado.
Por una Orden de la Corte, intimada por el nuevo Arzobispo Stanislao Siestrzencevicz, el Provincial llevó consigo a dos sujetos de talentos y de juicio, a fin que se instruyan en cierto método de Escuelas Normales y lo introduzcan en sus Aulas. Los tres jesuitas fueron recibidos en la Corte con mil demostraciones de aprecio y estimación de la Emperatriz, de los Duques sus hijos, y de los principales Señores y Ministros. Pero lo más importante de este viaje acaeció al regreso. Recuérdese lo anteriormente narrado sobre el Conde de Czernicheff, hombre de gran juicio y prudencia, de singular piedad y de excelentes virtudes morales, a quien, después del Cielo, debe sin disputa alguna la Compañía de Jesús su conservación en la Rusia Blanca. No era posible conservar en su pecho más que una sola centella del espíritu de jesuita y no mostrarse agradecido a un bienhechor tan insigne como el Conde de Czernicheff, y no pedir al Cielo para él sus más copiosas bendiciones.
Al volver de Pietroburgo hacia Polock pasando por Moska, se encontraron los tres jesuitas con la triste nueva de que el Conde de Czernicheff, su Gobernador, por haber recibido un golpe mortal al habérsele trastornado el coche, se hallaba en cama en peligro evidente de morir. En Moska se detuvieron para asistir en lo que pudiesen al moribundo, y consolar a su afligida familia. Uno de los tres jesuitas estuvo constantemente a la cabecera del enfermo, le cuidó y trató con toda confianza y, luego se mostró muy alegre, contento y satisfecho por haber ayudado a morir en el seno de la Iglesia Católica.
En Polock hicieron los jesuitas otra conversión a la Iglesia Católica, la de un Eclesiástico del Rito Griego cismático, que era tenido generalmente por el mayor Teólogo de su Religión. Los jesuitas pudieron tratarle en su enfermedad y le convencieron de que la única cabeza legítima de la Iglesia de Jesucristo es el Pontífice Romano, Sucesor de San Pedro. Y, habiéndolo confesado públicamente, fue reconciliado con la Iglesia y murió en su seno.
El difunto Conde de Czernicheff había determinado fundar a la Compañía una Residencia en uno de sus feudos. Murió sin haber conseguido realizar ese proyecto, pero la Condesa viuda y su hijo primogénito y heredero han resuelto realizarlo y para todo ofrecen con generosidad los caudales necesarios. A finales de 1784 se podía afirmar que ya se estaba construyendo el Colegio del Conde de Czernicheff en sus feudos, una Casa Profesa en Moska y un magnífico Colegio en Pietroburgo.
La primera es del P. Pfeifer, alemán, y lleva fecha de 27 de noviembre de 1782. Después de agradecer las noticias recibidas de su corresponsal, prosigue dándole menuda cuenta de la situación de la Compañía en la Rusia Blanca:
La segunda, fechada a 13 de noviembre de 1783, es del Rector del Colegio de Polock P. Gabriel Lenkievicz al P. Francisco Javier Wois:
La tercera es del P. Agustín Magnani y está fechada el 4 de febrero de 1785:
Al mismo tiempo envió este P. Agustín un papelito con una oración muy devota para pedir al Señor el restablecimiento general y glorioso de la Compañía, y la propone como un contrato espiritual a todos los que tengan gusto de entrar en él. Hela aquí, traducida del original latino:
Nueva carta del P. Agustín Magnani, esta vez con la triste noticia del fallecimiento del P. Vicario General Stanislao Czerniewicz. Al parecer llevaba algún tiempo sufriendo de úlceras en una pierna. Había ido a una granja del Colegio de Polock, llamada Stayki. El 6 de julio de 1785 celebró la Misa con mucha devoción. Después de la comida sintió fuertes dolores de estómago. Y el 7 al mediodía murió. El cadáver fue llevado al antiquísimo templo, anejo a nuestra Casa de Campo, donde luego fue sepultado, por no permitir las Leyes del Estado enterrar a los muertos dentro de las Ciudades.
El miércoles 12 de octubre de ese mismo año publicó la Gaceta de Venecia un extenso artículo sobre la vida y obras del P. Czerniewicz, a manera de «elogio» suyo que merece reproducirse en este lugar:
El «elogio» continúa aseverando con firmeza que el P. Czerniewicz no fue desobediente o refractario.
El autor acumula reiteradamente hechos históricos probatorios de tales rechazos. Baste citar los dos primeros:
Y después de recordar esos hechos históricos, el autor prosigue:
El día 8 de julio de 1785, en presencia de los Profesos de este Colegio, el Profeso más antiguo de todos abrió el sobre dejado para el caso por el difunto P. Vicario, que nombraba Vicario General hasta nueva Congregación al P. Gabriel Lenkievicz, Rector del Colegio de Polock, a quien toda la Comunidad acudió a continuación a besarle la mano.
La Orden de la Corte para la elección de Vicario General, solicitada por el Vicario General en funciones, conformada por el Ilmo. Benislawski y firmada el 22 de julio, fue directamente entregada a éste, por lo que Benislawski se halló en Polock al tiempo de la Congregación. Y éste aprovechó la ocasión para declarar ante los Congregados, con toda solemnidad y con juramento, cómo había oído al Papa Pío VI aprobar y confirmar la Compañía de Jesús de Rusia vivae vocis oraculo.
En setiembre se juntaron en Congregación los 30 Profesos que habían de participar en ella. Y el 27 de setiembre según el cómputo antiguo, día de los Santos Mártires Cosme y Damián (día glorioso y de mucha devoción para todos los jesuitas por ser el 245.º aniversario de la aprobación de la Compañía por Paulo III), al primer escrutinio salió elegido por Vicario General el mismo P. Gabriel Lenkievicz. En la Congregación participaron dos italianos, los PP. Luis Panizzoni y Agustín Magnani, a quienes debemos sendas cartas sobre lo sucedido en ella, así como una tercera al alemán P. Columbano Pfeifer. El P. Panizzoni rebosa de gozo, de alegría y consuelo, no solamente por el suceso mismo de la Elección, sino también por la unión y concordia de unos con otros, aunque de tan diferentes Naciones, por el espíritu y fervor, por el amor tiernísimo de todos a la Compañía de Jesús, y por la exactitud y esmero con que se observaban aun los más menudos ápices del Instituto de San Ignacio.
El P. Magnani se encargó de comunicar menudamente los asuntos posteriormente tratados. La Congregación confirmó lo que se había determinado en orden a la reunión de los que habían sido jesuitas en otras partes hasta la intimación del Breve de Clemente XIV: a los antiguos Profesos no se les obligaba más que a hacer 8 días de Ejercicios, a confirmar privadamente su Profesión y a entregar a los Superiores un ejemplar de ella firmado de su puño. A los no Profesos se les contarían los años pasados después de la extinción de la Compañía, y después de un año se les admitiría a los Últimos Votos. A instancia de muchos, aun de italianos, americanos y españoles residentes todavía en Italia, se había presentado un Postulado sobre la Devoción al Sagrado Corazón y a la Santísima Virgen, que se aprobó en el sentido de que se dijese todos los días en la Letanía de los Santos la oración del Sagrado Corazón de Jesús y que se hiciese todos los años y en todos los Colegios un Solemne Triduo; y así mismo se determinó que todos los sábados se dijese la Letanía de la Virgen. Y una y otra cosa en acción de gracias por haberse conservado con tantos prodigios la Compañía de Jesús en la Rusia Blanca aquella Provincia y para alcanzar del Cielo su restablecimiento glorioso en todas partes. Sobre cosas de estudios se hicieron también varios Reglamentos oportunos. Los PP. Congregados tuvieron más tiempo y sosiego que en la otra Congregación, ya que ésta hubo de concluirse con cierta prisa por haber debido marchar pronto a la Corte el Vicario General. Y sobre todo se deliberó con reflexión y madurez, y se resolvió con paz y concordia lo que pareció más acertado.
Por su parte, el P. Pfeifer subraya también el gozo de todos por la misma elección y por la prontitud con que se logró.
No es extraño que el P. Luengo concluya en el año 1785 su Diario con estas consideraciones esperanzadas:
En otra carta fechada a 26 de enero de 1786, el P. Pfeifer asegura que la Emperatriz Catalina ha confirmado por su parte la elección del nuevo Vicario General de la Compañía, y que por medio del Senado se han remitido al Gobernador de la Rusia Blanca y al Ilmo. Sr. Arzobispo de Mohilow cartas públicas y autorizadas aprobando la dicha elección; con este paso de la Corte el nuevo Vicario General queda sólidamente reconocido y establecido.
El mismo P. Pfeifer indica en esa carta que han padecido un insólito cambio de tiempo y han pasado unas vacaciones navideñas con un frío espantoso. Y a continuación cuenta su destino a la Misión de Dagda, para sustituir al celosísimo Misionero P. Miguel Roth, recién fallecido. Para mayor detalle adjunta un elogio del mismo, publicado en la Gaceta de Varsovia. El P. Miguel Roth era alemán de nacimiento. Entró en la Compañía y recién ordenado Sacerdote, todavía joven, se ofreció a trabajar en las Misiones. Era de poca salud y de complexión muy delicada. Sus Superiores le destinaron a la Misión de Dagda, en la actual Estonia, fundada por una piadosa viuda de Minsk, hermana del Obispo de Smolensko.
El P. Pfeifer indica que no es este P. Roth el único Misionero cuya pérdida lloran aquellos Padres de Rusia. Antes en la misma carta da noticia de la muerte de otro celoso y dignísimo Superior de otra Misión dependiente del Colegio de Duneburg, aunque no cuenta en particular sus trabajos y el fruto de ellos. Pero esto en realidad no debe causar mucha admiración, pues siempre, en todas las Provincias y en todos los países, supo la Compañía de Jesús, con la gracia del Señor, formar en su seno excelentes Varones Apostólicos y Misioneros celosísimos. Y resulta más prodigioso que en estos tiempos se sigan encontrando tantos hombres de una piedad poco común y de una santidad y virtud verdaderamente extraordinaria y singular.
A mediados de junio de 1786 se recibió en Bolonia una breve historia compendiada de la Compañía en la Rusia Blanca, escrita por el P. Natal Magnani. El P. Manuel Luengo la juzgó muy estimable, la tradujo al castellano y la asumió en su Diario. Aunque se repitan en ella sucesos ya conocidos, aporta algunos detalles concretos e interesantes que pueden resultarnos novedosos. De ahí que me haya decidido a insertarla aquí.
Empieza la historia en el año de 1772 y ya hacia el fin, cuando la Emperatriz Catalina II entró en posesión de aquella parte de Polonia, a lo que se siguió que todos los Cuerpos hiciesen juramento de fidelidad, y la Soberana prometiera por su parte no inquietar a nadie con motivo de su Religión y de su estado. Respecto a la Compañía de Jesús hubo particulares dificultades por antiguas leyes del Imperio, que ordenaban expresamente que jamás se admitiese un jesuita en el Estado. No obstante, la Emperatriz abrogó dichas leyes y, no queriendo seguir el ejemplo de tantos Monarcas que les habían desterrados de sus Reinos, quiso resueltamente conservarlos en su Estado. Y así fue a Pietroburgo el P. Stanislao Czerniewicz, Rector de Polock, a hacer juramento de fidelidad en nombre de todos los jesuitas de Rusia, y en esta ocasión conoció al Conde de Czernicheff, y le dio a conocer la Compañía, y éste fue después, siendo Gobernador de la Rusia Blanca, su protector y conservador.
Por febrero del año 1773 volvió a Pietroburgo de esta expedición el P. Stanislao, y por setiembre del mismo año llegó allí la tristísima nueva de la extinción de la Compañía por el Papa Clemente XIV. Pero, antes que se acabase el siguiente mes de octubre, ya vieron por una parte un severísimo Edicto de la Corte que prohibía la introducción y publicación del Breve, y por otra una Orden de su Obispo de Vilna de que se estuviesen tranquilos en su estado hasta que se les mandase otra cosa. ¿Qué razón puede haber de dudar que aquellos jesuitas podían estarse quietos y tranquilos y seguros en su conciencia, y esperando que por alguna parte se les hiciese saber con la legalidad conveniente el Breve de Extinción? Pero no se contentaron con esto y dieron muchos pasos, practicaron muchas diligencias y suplicaron de palabra y por escrito en orden a conseguir de la Corte que diese su consentimiento para que se les intimase el Breve del Papa. Ejemplo de obediencia y de respeto a la Silla Apostólica, que tendrá pocos semejantes en toda la Historia Eclesiástica, y que con mucha razón asombró a toda la Corte y a sus principales Ministros. Y hasta mereció elogios del Ilmo. Stanislao Siestrzencevicz, que con el título de Obispo de Mohilow entró por aquel tiempo en la jurisdicción episcopal de aquella Provincia, separada de la Diócesis de Vilna, y que por entonces era muy contrario a los jesuitas.
La Corte estuvo constante en su resolución de no admitir el Breve de Extinción de la Compañía, y el P. Stanislao, en calidad de Vice-Provincial por Rector del Colegio Máximo, empezó a gobernar aquella media Provincia, compuesta de 201 jesuitas, y él mismo tuvo mucho cuidado de informar de todo menudamente al Nuncio del Papa, Monseñor Garampi, asegurándole al mismo tiempo que los jesuitas siempre estaban prontos a obedecer a la Silla Apostólica. Y lo mismo practicó después con su sucesor Archetti. Pero los dos guardaron una misma conducta y política de no responder una palabra, ocupándose entre tanto, especialmente el último, en discurrir medios y arbitrios para lograr la intimación del Breve de Extinción e infamarlos en Europa. Ninguno, pues, de los dos Nuncios, ni el Obispo de Vilna, mientras tuvo jurisdicción, ni el que le sucedió en ella, han hablado jamás una palabra en orden a intimación del Breve con que se extinguió la Compañía. Todos cuatro, y son los únicos que podían haberlo intimado legítimamente, han respetado, como era justo, el Edicto de la Corte.
Pero no han faltado algunos temerarios, que sin autoridad para ello, han procurado de un modo o de otro se diese ejecución al Breve. Dos ejemplares de éste fueron enviados desde Vilna, por persona a quien no se quiere nombrar, a dos Sacerdotes, para intimarlos a los jesuitas, procurando sacar el permiso de los Justicias. Pero, por haber tardado en presentar los dichos ejemplares, fueron desterrados del Estado. Más daño que éstos hizo a aquellos jesuitas el Ilmo. Félix Jovianski, Francisco Conventual y discípulo en Roma del Papa Ganganelli, Obispo Sufragáneo en la Rusia Blanca, aunque ya sin autoridad alguna en aquella parte de la Provincia. Éste, con cartas anónimas, esparcidas en el público y remitidas a los mismos jesuitas, sobre la obligación de conformarse al Breve de Clemente XIV, y prohibiendo a sus Religiosos asistir como antes a la fiesta de San Luis Gonzaga, a la que se siguió que los Basilios y Dominicos dejasen de asistir a las de San Estanislao y San Ignacio, les hizo mucho mal, aunque de todo se arrepintió más adelante, se reconcilió con los jesuitas y el año de 1782 murió en un Colegio de la Compañía, en donde estaba hospedado. Y su entierro se hizo en aquella Iglesia por los jesuitas la víspera de San Luis Gonzaga, habiendo muerto el día antecedente. A ejemplo de este Religioso Conventual, otros muchos de varias Órdenes trataron de desacreditar a los jesuitas en los pueblos, haciendo sospechosas las confesiones en sus Iglesias, llamándoles desobedientes al Papa, y aun hubo quien tuvo la osadía de llamarles desde el púlpito cismáticos. El nuevo Obispo por su parte les mortificaba mucho, no quería ordenar a los jóvenes y quiso entrar en el gobierno interior de los Colegios. Este estado de abatimiento y tribulación, que a pesar de la protección de la Corte, duró varios años, sacó de la Compañía muchos, especialmente de los jóvenes.
Llegó finalmente el año de 1779, en el cual, habiendo concurrido por una parte que la Corte hubiese entrado en deseo de que se conservasen y multiplicasen los jesuitas, cuya industria y aplicación a la juventud le había agradado mucho, y por otra que al Obispo de Mohilow se le hubiesen enviado de Roma facultades muy amplias sobre todos los Regulares del país, el dicho Ilmo. publicó el día 29 de junio una Pastoral en la que dio facultad a los jesuitas para recibir Novicios. Y aquí, sin decir el Historiador una palabra sobre los manejos que hubo en el negocio entre el Nuncio, el Arzobispo y la Corte, pasa a contar los extranjeros que se han agregado a la Compañía en los años siguientes a la apertura del Noviciado: desde 1780 empezaron a entrar Novicios y ex-jesuitas tanto polacos como de otras naciones; en 1780 un bohemio, un húngaro, un alemán, un italiano; en 1781 otro italiano; en 1782 un americano venido desde Popayán; en 1783 cuatro italianos; en 1784 cuatro italianos y dos alemanes; en 1785 un italiano y un alemán; y en 1786 esperamos alemanes y franceses. Sin contar los Coadjutores Temporales extranjeros ni los Polacos, Padres o Hermanos. Y no pueden omitirse dos Padres, que aunque vivieron mucho tiempo fuera del Imperio Ruso, nunca fueron secularizados: uno, al oír que en 1776 se había promulgado el Breve en Silesia y temiendo que pudiera promulgarse también en Borussia (aneja a la Provincia Lituana), se acogió al Colegio de Duneburg; el otro en 1781, cuando parecía inminente la promulgación en Regiomonte de Borussia, también huyó a Polonia. Y además hay que contar a siete Escolares de la Provincia de Lituania que en 1773, antes de la promulgación del Breve en Vilna, se fueron a Duneburg.
En el año de 1782 fue nombrado Arzobispo por la Emperatriz el Obispo Stanislao y su Coadjutor el Canónigo Benislawski, al cual y al Conde Czernicheff debieron aquellos jesuitas que se les diese facultad este mismo año de juntarse en Congregación, como lo hicieron, y fue en ella electo Vicario General, con todas las facultades de Prepósito General de la Compañía, el P. Stanislao Czerniewicz, hasta entonces Vice-Provincial y Rector de Polock. Tardaba Roma en despedir las Bulas para el nuevo Arzobispo y para su Coadjutor, y la Emperatriz resolvió enviar a Roma al mismo Coadjutor Benislawski. Y esta determinación fue causa de que el Santo Padre pensase en el despacho de este negocio y escribiese a la Emperatriz ofreciendo enviar a su Corte un Nuncio con el Palio para el Arzobispo y consagrar por sí mismo en Roma a Benislawski. Pareció mejor que todo lo hiciese el Nuncio en Pietroburgo, y así, vuelto Benislawski de Roma a Pietroburgo, trajo las tres pretensiones del Palio para el Arzobispo, de las Bulas para sí y de la Confirmación para la Compañía. Y, después que se vencieron algunos ridículos embarazos puestos por el Nuncio Archetti, fue allí consagrado por éste, que hizo también la ceremonia de imponer el Palio al nuevo Arzobispo.
El P. Vicario General Stanislao Czerniewicz vivió pocos años después de su elección y falleció el día 18 de julio del año pasado de 1785. Y en el mismo año, a 8 de octubre, en Congregación General fue elegido por su sucesor el R. P. Gabriel Lenkievicz, que ahora gobierna con autoridad de Prepósito General aquella pequeña Compañía de Jesús de Rusia. Éste viene a ser el compendio histórico del modo con que se ha conservado la Compañía de Jesús en Rusia, escrito por el P. Natal Magnani, que tiene todos los papeles en la mano. Y cuando los tiempos lo permitan se verá sin duda escrita por él mismo o por otro una historia circunstanciada y muy curiosa sobre este mismo asunto.
A la narración histórica del P. Natal Magnani añade su hermano, el P. Agustín, una relación exacta y menuda de las Misiones que tiene allí la Compañía, particularmente de la de Dagba, en la que tanto trabajó el célebre Misionero Roth, de quien especifica que nació el 1.º de octubre de 1721, ingresó en la Compañía en 1737 e hizo su Profesión Solemne en 1755. Anota además que visitaba con frecuencia las casas de aquellas gentes, consolaba a los enfermos y les ofrecía las medicinas que traía de Riga, adonde iba cada año a conseguirlas. Y que compuso cuatro libros: uno de oraciones, otro de Doctrina Cristiana con preguntas y respuestas, otro de Historia Sagrada y otro con un breve Catecismo. Después enseñó a leer a los niños.
El P. Agustín explana a continuación más en general los estudios, la observancia religiosa de los jesuitas de la Rusia Blanca, los ministerios que ejercitan. Concreta que los Nuestros son 203: 95 Sacerdotes, 228 Escolares y 80 Coadjutores, aunque parece ceñirse sólo al conjunto de personis in gradus tributis. Señala que hay 77 en el Colegio de Polock, 25 en el de Duneburg, 20 en el de Orsa, 19 en el de Mszislaw, 15 en el de Witebsk y 16 en el de Mohilow; y quizá prescinde de los que están en Residencias, Misiones y Noviciado. Admonitor del P. Vicario es el P. Loustia y Asistentes los PP. Kareu, Rector de Polock, Jerónimo Wichert, Rector de Orsa, Francisco Lubowicki, Provincial y Rector de Duneburg (donde está también el Terceronado), el P. Rakiety, al mismo tiempo Secretario de la Compañía y Socio del P. Provincial. Al italiano P. Panizzoni se le había encargado la tarea de recopilar las Instrucciones aún inéditas de los Generales, sus Respuestas y Prescripciones, para que todo pudiera observarse de acuerdo con las normas del Instituto.
Y concluye con una intensa acción de gracias al Sagrado Corazón de Jesús, cuya devoción florece allí maravillosamente y se reaviva continuamente mediante la Exposición mensual del Santísimo Sacramento y las frecuentes Comuniones ofertadas en todos nuestros templos. «Nuestra esperanza está anclada en este Divinísimo Corazón, en el que se esconde la fuente inagotable de todos los bienes. ¡Ojalá todos imitemos sus virtudes y ardamos en su celo!»
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De ahí, además, que todo merezca la aprobación de la Corte, de los Ministros, de los Gobernadores de la Provincia, y generalmente de todas las gentes del país, de todas clases y condiciones, de legos y eclesiásticos, y no menos de los Religiosos que de los Sacerdotes Seculares. Y que no haya actualmente en aquel país persona alguna que no les tenga por verdaderos jesuitas. Con esto se hallan contentos y trabajan gustosos con empeño y aplicación en la Rusia Blanca, suspirando siempre porque llegue el momento feliz en que les sea permitido extenderse por todo el Estado.
Con ocasión de una persecución de los Católicos en China, pocos años después de la extinción de la Compañía por Clemente XIV, regresaron a Europa algunos de aquellos ex-jesuitas misioneros. Y aun en 1786 llegaron uno o más Coadjutores, que, habiendo sido muy cortejados en la Corte de Varsovia y en otras partes, se han incorporado en la Compañía de Jesús de Rusia, y han sido allí muy bien recibidos, así por las noticias que pueden dar del país de China, como por sus talentos y habilidades.
En contraste con estas nuevas reinserciones reviste cierto gracejo el episodio contado por el mismo protagonista a su paso por Bolonia en mayo de 1786. Monseñor Pacca, nuevo Nuncio en Colonia, quiso llevarse consigo como Secretario o Teólogo al P. Carlos Bulardi, ex-jesuita natural de Roma. Por supuesto, era necesario pedir previamente a Su Santidad su permiso. El Papa accedió gustosamente en ello. Y en la audiencia de despedida Pío VI, un tanto festivamente, le espetó a Bulardi: «Temo que desde Colonia os habéis de escapar para ir a haceros jesuita en Rusia»
. Con ello aludía claramente el Papa a lo hecho por varios jesuitas italianos, marchados a la Rusia Blanca para reincorporarse a la Compañía. «No, Beatísimo Padre -fue la respuesta-, yo no me escaparé a Rusia, porque espero ser presto jesuita sin ir tan lejos»
. Y el Papa aplaudió su respuesta con un «¡Bravo, bravo!», como se usa en Italia.
El 12 de enero de 1787 emprendió un gran viaje desde su Corte de Pietroburgo a sus nuevos Estados en Crimea. Y hacia el 29 de enero llegó a la Ciudad de Mszislaw, en la que tienen los jesuitas de Rusia un pequeño Colegio. Toda la Ciudad se iluminó a la entrada de la Emperatriz, que fue poco después de haber anochecido, y la iluminación del dicho Colegio con gran número de luces, con muchos jeroglíficos, emblemas y pinturas, estaba de un gusto muy particular y exquisito, y hacía un golpe de vista extraordinario y singular. Una casualidad, que nadie pudo prever, hizo que sobresaliese más y se hiciese más notable un pequeño obsequio de aquellos jesuitas a su benéfica y amantísima Soberana. Un viento fuerte, que se levantó de repente, apagó o deslució en gran parte la iluminación de otros monumentos. Pero la de la fachada de nuestro Colegio, o por el sitio en que está o por la dirección del viento, no padeció cosa alguna y se conservó con toda su hermosura, lucimiento y esplendor. Acudieron a aquella Ciudad los dos Obispos Católicos de la Rusia Blanca, Latino y Griego, y acudió también, como era justísimo el P. Vicario General de la Compañía de la dicha Provincia de Rusia.
Fue muy breve la detención de la Emperatriz en aquella Ciudad, como suele ser en todas, no siendo las Capitales o habiendo alguna razón particular para detenerse. Con todo eso, se dignó la Augusta Soberana admitir a su audiencia a nuestro P. Vicario General por un buen rato de tiempo. En esta ocasión no sólo practicó el P. General para con la Emperatriz todos los habituales actos de obsequio, de reverencia y de acción de gracias por sus singulares beneficios, sino que se atrevió a presentarle un libro de composiciones poéticas que sus súbditos han compuesto el elogio de Su Majestad y en muestra de su reconocimiento por sus muchos y particularísimos favores. La Emperatriz, según escriben los mismos jesuitas de Rusia, recibió el presente del P. Vicario General con muestras de muy particular gusto y contento, le dijo al mismo Padre muy tiernas expresiones de cariño y estimación de su persona, de la Compañía y de sus Hijos, y le renovó las seguridades de su poderosa y augusta protección.
Con ella están segurísimos de conservar su estado en aquel país y en este particular están ya en el día tranquilos y sin el menor susto. Y esta misma seguridad es causa de que cada día tengan en mayor número pretendientes que desean unirse a ellos, ya de los que fueron antes jesuitas y ya también de jóvenes que quieren empezar a serlo. Pero la falta de rentas no les permite recibir sino muy pocos. No obstante, parece cierto que de la Ciudad de Augusta, en donde se conservan con poca mudanza los jesuitas, han ido a Rusia 7 jóvenes, y parece que, después que estudien y se críen allá, han de volver a su patria para ser en ella jesuitas propiamente, si ya entonces lo fuesen, o a lo menos como lo son ahora los que viven allí, y trabajar como éstos en todo género de ministerios y en la enseñanza. A este Colegio de Augusta, a lo que se ha asegurado, se le han vuelto finalmente en virtud de sentencia que se ha ganado, las haciendas que poseía en algunos Estados vecinos, y se las arrebataron el tiempo de la extinción de la Compañía. De este modo se halla mejor en estado de poder contribuir a la manutención de los 7 jóvenes que envía a Rusia y evitar que sean gravosos a aquellos Colegios.