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1

No hemos conservado la grafía original en los pasajes estudiados por su contenido y no por sus formas lingüísticas.

 

2

No hace muchos años, F. Weisser, Sprachliche Kunstmittel des Erzpriesler von Hita, VKR, 1934, VII, pág. 243, señalaba todavía como peculiaridad de Juan Ruiz el «enlace de lo divino y de lo humano», dando como ejemplo los versos del episodio de don Melón en que el enamorado implora la ayuda de Dios para su empresa (650b, 692d, 694a) y le agradece su éxito (877d). Los ejemplos podrían multiplicarse fácilmente (671a, 683a, 687a, 738b, 864c, aparte de las frases interjectivas «¡ay Dios!» de 653a, 852a, y «por Dios» de 711b), pero la mayoría de ellos -cuatro de los cinco citados por Weisser- son traducción de la comedia latina del siglo XII, Pamphilus de amore (o Liber Pamphili en el manuscrito conocido en España), que sirvió de modelo al Arcipreste. Tal enlace de lo divino y lo humano, lejos de ser peculiaridad del blasfemo Juan Ruiz, ni de emanar de sus «segundas y muy diabólicas intenciones», que hacían cavilar a Menéndez y Pelayo, es sin duda alguna rasgo de todo su momento literario. La alta Edad Media asiste a la vez al auge de la lírica marial y al de las misas paródicas -de ambos géneros hay muestra importante en el Buen amor- , y se complace en dar a cada cuento devoto un reverso bufonesco: compárase la visión del monje que vio a los cistercienses en el regazo de la Virgen (Gesario de Heisterbach, Diálogos miraculorum, VII, 64) y Chaucer, The Prologue of the Somnours Tale; o la historia del ladrón devoto (Berceo, Milagros, VI, y el Ensiemplo del ladrón que fizo carta al diablo de su ánima (Buen amor, 1454 y sigs.).

 

3

El lugar clásico es la mencionada Disputación, basada en un cuento erudito que ridiculizaba el código de signos empleado en ciertos monasterios para no quebrantar la regla del silencio; a los ejemplos aducidos por Lecoy (Obra citada, pág. 168, y 367-368) puede agregarse la observación de los Viajes de sir John Mandeville (siglo XIV) sobre ciertos fabulosos pigmeos que, por no tener lengua, «se hacen señas como los monjes y por ellas cada cual entiende a su vecino». El libro de Eileen Power, Medieval People, 1934 (cap. III), da curiosos detalles sobre la naturaleza y número de los gestos empleados -ciento seis en cierto convento inglés. Como ilustración del gradualismo medieval (cada jerarquía humana escoge en el valor múltiple del signo el aspecto adecuado a su propio ser: el doctor, la lección de teología; el ribaldo, unas groseras amenazas) la Disputación tiene un claro paralelo en un episodio del Libro de Alejandre (783 y 800-801 Willis), el carteo simbólico en que el rey persa, para motejar al griego de niño, le envía de presente una correa, una pelota y una bolsa: Alejandro ve en la bolsa los tesoros de Darío que han de caer en sus manos; en la pelota la dominación de toda la redondez de la tierra, y en la correa el azote con que sojuzgará el imperio de su rival.

 

4

En la admisión del encarcelamiento del Arcipreste pesó mucho la vetustez del testimonio del escribiente que, al ejecutar el manuscrito de Salamanca, agregó al final:

Esto es el libro del Arcipreste de Hita, el cual compuso seyendo preso por mandado del cardenal don Gil, arzobispo de Toledo.



Pero la apostilla es simplemente una primera interpretación ingenua de la forma autobiográfica del Libro (el nombre del Cardenal-arzobispo emana de la Cantiga de los clérigos de Talavera; el copista identifica asimismo con Juan Ruiz al pesaroso arcipreste que trae las cartas de don Gil), evidente también en los títulos que ha agregado y que no se hallan en los manuscritos más antiguos: Aquí dice de cómo fué fablar con doña Endrina el Arcipreste; De cómo doña Endrina fué a casa de la vieja, e el Arcipreste acabó lo que quiso, etc. Influyó además, sin duda, el ejemplo del Rimado de palacio que el canciller Pedro López de Ayala compuso durante su cautiverio en Oviedes; pero tampoco en este caso es fidedigno el copista, pues la inscripción del manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid sitúa equivocadamente en Inglaterra la prisión que el Canciller sufrió en Portugal.

 

5

Por ejemplo, Teognis, versos 831-832:

Por confianza perdí mi riqueza, por desconfianza la salvé: difícil es juzgar de una y otra.


Sófocles, Ayante, 1142 y siguientes:

-Ya vi una vez un hombre de lengua audaz que exhortaba a los marineros a navegar en la tormenta, pero no le encontrarías voz cuando se hallaba en lo recio de la tempestad... Así también a ti...

-Yo he visto un hombre lleno de necedad que insultaba la desgracia de su prójimo. Y viéndole alguien, semejante a mí y con parecida indignación, le dijo estas palabras: «No agravies a los muertos; si lo haces, sábelo, serás castigado»... ¿He hablado por enigmas?


Eurípides, Alcestis, 962-966 (coro):

Con el favor de las Musas me lancé a lo alto y tras tantear muchas razones nada hallé más fuerte que la Necesidad.


Helena, 1488-1150 (coro):

No puedo decir qué es lo cierto, si es que se halla entre los hombres, pero encontró verdadera la palabra de los dioses.


Medea, 446-447:

No es ahora la primera ocasión: muchas veces he visto cuán irremediable mal es la áspera ira.


Filodemo (Antología Palatina, V, 112):

Anduve en amores. ¿Quién no? Celebré festines. ¿Quién no se ha iniciado en ellos? Me di a la locura. ¿Quién te incitó? ¿no fué un dios? Arrojemos todo, pues el cabello cano, nuncio de la edad juiciosa, se apresura a sustituir al negro. Cuando era sazón de juegos hemos jugado, ahora que ya no lo es probaremos mejores pensamientos.


Virgilio, Geórgicas, I, 193-199 (traducción de Miguel Antonio Caro):


Yo he visto, cierto, a muchos labradores
medicinar primero la semilla...
Mas simientes compuestas de esa suerte
y a cumplir esperanzas obligadas
las vi degenerar, si humana industria
no hizo nuevo escrutinio cada un año
con mano asidua, ¡Universal destino!
Todo a menos camina o retrocede...

Tibulo, I, 4, 23 y siguientes:

¡Cuan pronto pasará un tiempo!... Vi ya un joven a quien oprimía más tardía edad dolerse de que se le hubieran deslizado sus necios días.


Ovidio, Remedios para el amor, 101-102:

Yo vi que, al diferirse la herida quo en un comienzo se hubiera podido sanar, trajo el castigo de su larga demora.


Ausonio, Las rosas, 5 y siguientes:

Vagaba yo por las sondas cruzadas de un bien regado jardín, deseando recrearme con el comenzar del día. Vi pender la escarcha sólida del césped flexible... Vi los rosales que cultiva Pesto, cubiertos de rocío, gozarse al surgir el lucero... [sigue la descripción de las rosas en distintos momentos]. Me maravillaba el robo veloz de su edad fugitiva, me maravillaban que en tanto estuvieran naciendo envejecieran las rosas... [y acaba con la exhortación:] Recoge, niña, las rosas, mientras es fresca la flor y fresca tu juventud, y recuerda que como la de ellas se apresura tu edad.


Glaudiano, Contra Rufino, 1, I y siguientes:

Muchas voces agitó mi mente dudosa el pensamiento de si los dioses se cuidan de la tierra o de si no había nadie que la dirigiese y las cosas de los mortales corrían por incierto azar. Pues cuando investigaba los pactos del orden del mundo... pensaba entonces que todo está establecido por consejo divino... Pero cuando veía que los sucosos humanos ruedan en tan densa tiniebla, que los malvados florecen alegres largo tiempo y los piadosos son afligidos... mal de mi grado seguía la senda de la otra causa... Pero el castigo de Rufino me libró al fin de esta agitación y absolvió a los dioses. Ya no me quejo de que los injustos alcanzan el colmo del poder: son elevados a las alturas para desplomarse con más terrible caída.


Gautier de Châtillon. Propter Sion non tacebo, [sátira contra Roma], estrofa 3:

He visto, he visto la cabeza del mundo semejante al mar y parecida a las fauces voraces del abismo de Sicilia.


Anónimo, In terris summus, 47-50:

He visto que el dinero cantaba y celebraba las misas...; he visto que lloraba mientras decía el sermón y que sonreía al pueblo porque lo estaba engañando.


Cf. Buen Amor, 493ab:


Yo vi en corto de Roma do es la santidad
que todos al dinero facían homilidad, etc.


Don Santo de Carrión, Proverbios morales. [Las lecciones morales en forma de experiencia u observación personal son frecuentísimas; recuérdense, como muestra, las que comienzan]:


Yo estando en afrenta
por miedo de pecados...


(Estrofa 8 y sigs.)                



En sueño una formosa
besaba una vegada...


(23 y sig.)                



Las mis canas teñilas
no por las aborrecer...


(33 y sig.)                



Cuidé que en callar
habría mejoría...


(40 y sigs.)                



Unos vi con locura
alcanzar gran provecho...


(84 y sigs.)                


Entre los muy abundantes ejemplos del yo didáctico en la Biblia, puede citarse:

Salmos, XXXVII, 25 y 35-36:

Mozo fui y he envejecido, y no he visto justo desamparado ni su simiente que mendigue pan... Vi yo al impío altamente ensalzado, excelso como los cedros del Líbano; y pasé y he aquí que no era; y busquélo y no fué hallado en su lugar.


Proverbios, V, 12-13:

¡Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón menospreció la reprensión, y no oí la voz de los que me adoctrinaban, y a los que me enseñaban no incliné mi oído!


Sabiduría, VII, 7-11:

Por eso rogué y me fué dada discreción, invoqué y llegó sobre mí el espíritu de la sabiduría; la preferí a los cetros y a los tronos, y no tuvo en nada la riqueza en comparación con ella. No la comparé con las piedras inestimables, porque ante ella todo el oro es poca arena y la plata será tenida como lodo. La amé por sobre la salud y la belleza y preferí tenerla antes que la luz, porque su resplandor no se adormece. Con ella me llegaron todos los bienes, riqueza infinita está en sus manos.


Eclesiástico, XXXI, 12-13:

Muchas cosas vi en mi erranza, más que mis palabras es mi entendimiento. Muchas veces corrí peligro de muerte y por ellos me salvé.


Como se ve, los ejemplos se agrupan en dos tipos, yo vi hacer y yo hice, que no difieren en propósito: ambos presentan al lector cierta experiencia que ha de dirigir su acción en tal o cual sentido. Lo que sí difiere es la actitud que lleva al poeta a preferir un esquema a otro, el yo vi que evoca al sabio apartado de la vida, ante la cual se sitúa como observador, al yo hice, donde habla el hombre de experiencia propia, afirmado en la vida, como apasionado actor. En consecuencia, aquel será el cuadro elegido (precisamente por su visión superior al plano de lo que critica) cuando el maestro alza la voz en rechazo terminante de los graves hechos que denuncia, de hechos de su tiempo -como las sátiras contra el papado- o de todos los tiempos -como las reflexiones sobre el orden del mundo de Virgilio, Ausonio y Glaudiano. El yo hice, en cambio, no siempre es disuasivo (cf. los ejemplos de Eurípides, de la Sabiduría y del Eclesiástico) y cuando lo es, más pide el perdón que el aborrecimiento del público para los extravíos que enumera, no solo porque son más leves, sino porque el mero hecho de declarar los propios yerros, implica un sometimiento, una profesión de humildad que halaga al público. Por eso, el tipo yo hice es, de los dos, el único que admite la experiencia cómica: Juan Ruiz, por ejemplo, que se da por héroe de tanta aventura pecaminosa, no es sino observador remoto (a través de don Amor) del pecado de simonía, para el cual su auditorio estaría mucho menos dispuesto a otorgar su venia, que para las alegres liviandades por la villa y la sierra.

 

6

RFE, 1929: Reseña del Glosario sobre Juan Ruiz de José María Aguado.

 

7

Algunas muestras de este esquema:


Por la granel escaseza fué perdido el Rico,
que al pobre Sant Lázaro non dió solo un zatico;
nos quieres ver nin amas pobre grande nin chico,
nin de los tus tesoros nan les quieres dar un pico.


(247).                



   Es el vino muy bueno en su mesma natura,
muchas bondades tiene si se toma con mesura;
al que demás lo bebe sácalo de cordura,
toda maldad del mundo face e toda locura.


(548).                



   Las mentiras a las de veces a muchos aprovechan,
la verdad a las de veces muchos en daño echa;
muchos caminos ataja desviada estrecha,
antes salen a la peña que por carrera derecha.


(637).                



   ¿Qué poder ha en Roma el juez de Cartagena,
o qué juzgará en Francia el alcalde de Requena?
Non debe poner home sa foz en mies ajena,
face injuria e dapno e meresce grand pena.


(1146).                


 

8

También Fernán Pérez de Guzmán presenta este empleo peculiar de «bañarse»:


Según que Sirac se baña
en loar los gloriosos
varones...

Loores de los claros varones. (638c).                


 

9

En un poema italiano, los Proverbia que dicuntur super natura feminarum (editado por A. Tobler, ZRPh, 1885, IX) que presenta varios refranes en común con el Buen amor (6: L'encantator e savio que lo dracone doma= 868c: el encantador malo saca la culebra del forado; 148: Altro pensai beuolco, et altra pensai bo = 179b; dijo: «uno cuida el bayo e otro el que lo ensilla»; 179: Lo semplo de la lova si porta per rasone = 402c: faces con tu gran fuego como face la loba), leemos también:


Per Dieu, qe sta en gloria, no e savio niente
ki en pantano semena ceser, o fava o lente,..


(101).                


El otro símil de Juan Ruiz sobre el mismo motivo, reflejo de una superstición popular sobre la influencia estirilizante de la luna, ha inspirado un verso feliz del Decir anónimo que lleva el nº 340 en Baena:


así como sueño e sombra de luna

 

10

En la lengua general doñeguil no parece hallarse antes del Libro de buen amor, ni perdurar más allá del siglo XV, en que se extingue su influencia poética. La versión portuguesa del Libro (siglo XIV), editada por A. G. Solalinde (RFE, 1914, I), vierte molheril. Pudiera ser que la palabra herilis quo emplea Panfilo al enumerar las bellezas de su amada


ardentes oculi, caro candida, vultus herilis,


(708).                


equivalente en latín clásico a "propio del amo" y en bajo latín a "señorial, principesco", sugiriese a Juan Ruiz la traducción doñeguil en el pasaje de contenido correspondiente:


De talle muy apuesta, de gestos amorosa,
doñeguil, muy lozana, placentera e fermosa.


(58 lab.)                


De estos versos del episodio de doña Endrina que constituye, según Lecoy, la parte más antigua del poema, pasó probablemente a la estrofa gemela 169:


De talla muy apuesta e de gesto amorosa,
lozana, doñeguil, placentera, fermosa,

y al comienzo del poema:


que saber bien e mal, decir encobierto e doñeguil,
tú no fallarás uno de trovadores mil.


(65cd.)                


Por aplicarse en su origen al retrato de la dueña ideal, doñeguil adquirió el sobretono moral del adjetivo donnesco de Boccaccio ("propio de dama, gentil, delicado") que tiene en el último de los pasajes citados del Arcipreste y en el primero de los de Villasandino.

Para el lector moderno el adjetivo evoca eficazmente la lengua primorosa del Buen amor; testigo la poesía de Antonio Machado a Castilla de Azorín:


¡Oh duoña doñeguil tan de mañana
y amores de Juan Ruiz a doña Endrina!

¿Creó el Arcipreste la palabra misma o fijó solamente su significado? Pudo haberla creado partiendo de doñiego, derivado de dueña -cf. andariego, nocharniego, adjetivos de su vocabulario- más el sufijo -il de mujeril, señoril. Pudo también enriquecer con un valor semántico nuevo o renovado (el de herilis) una voz del había rural que aún hoy se usa en Salamanca: doñaguil, designación de una «aceituna más pequeña y redondeada que las comunes» (Lamano, El dialecto vulgar salmantino, Salamanca, 1915, s. v.), que probablemente emparienta con doñigal (Talavera, Corbacho, 1, 35, donengal) por metátesis de vocales apoyada en la asociación con las muchas voces en -il. Higo doñigal, según el Diccionario académico, es una «variedad de higo muy colorado por dentro»; doñigal se encuentra en la lengua de los mozárabes con las formas donnecal, donnical, y deriva evidentemente de dom(i)nicalis. Para tal designación de una variedad de fruta, Steiger (Contribución al estudio del vocabulario del Corbacho, Boletín de la Real Academia Española, 1923, X, pág. 32) recuerda el it. pera bergamotta turco bêg armôdi "pera señoril"; cf. en francés la falsa grafía pomme reinette en lugar de rainette, por asociación con reine. A primera vista parece difícil que Juan Ruiz advirtiera el sentido etimológico de un vocablo especializado como doñeguil, pero se ha de tener presente que en lo antiguo el sufijo -(i)ego fue bastante fecundo (además de los citados andariego y nocharaiego produjo, por ejemplo, cadañego, cristianiego, frailego, judiego, lab(o)riego, manchego, palaciego, paniego, pasiega, rebañego, solariego, veraniego, y, con parecida asociación de sentido, machiega, mujeriego), y por lo tanto, era más transparente el significado de las palabras en cuya formación entraba.