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Noticia de José Luis Gallego

Leopoldo de Luis

Cuando, en 1947, edité el volumen Noticia de mí, primera muestra poética de José Luis Gallego -en edición brevísima de ciento cincuenta ejemplares-, el poeta que ahora acaba de morir llevaba varios años en la cárcel, de donde no saldría hasta 1960. Había sido condenado a muerte por un intento de reorganizar las Juventudes Socialistas, en las que militó durante la guerra civil y -como en el caso de Miguel Hernández-, algunos amigos lograron la conmutación a pena de treinta años. A mediados de los cincuenta, se insistió en el intento de una revisión para obtener menor condena. Se acompañaron a la solicitud unos cuantos poemas de José Luis, precedidos por unas cuartillas del maestro Vicente Aleixandre quien -con su actitud siempre favorable a toda causa en pro de la justicia y de la libertad- quiso unirse de tan magnífica forma a la petición. Desgraciadamente, la severidad del sistema no admitió la demanda más que en la pobre medida de una reducción de seis meses, concedidos como redención especial.

Pues bien, en tales circunstancias, el libro de José Luis no revelaba ni una queja. Revelaba dolor, melancolía, nostalgia, separación amorosa..., pero lejos no ya de los tintes violentos o la voz épica, sino también de la protesta directa o la denuncia. De su lírica íntima se infiere, eso sí, un testimonio que es, por conmovedor, más eficaz que cualquier poesía de intención denunciadora.

Lo primero que sorprende en Noticia de mí es que, entre el realismo machadiano, la estética evasiva del «garcilasismo» y el neorromanticismo «tremendista», José Luis Gallego proclama su «Homenaje filial a Juan Ramón Jiménez», donde expresa su propósito de «seguir tu soledad de océano, tu pureza / de nieve y de cristal y de hoguera y de luna». Además, en una prosa - «Confesión»- con la que el libro se abre, explica su actitud: «Cuando parece haber sonado en nuestro país la hora del reproche a él [...] es para mí un orgullo proclamar a J. R. J. [...]».

La siguiente sorpresa que experimentará el lector del libro es la capacidad de entusiasmo que el poeta exhibe. Es una poesía juvenil, fresca, decididamente volcada a la vida, a la luz y a la belleza. «Mi entusiasmo solo es mío», declara, convencido de que, al fin, «el mundo querrá lo mismo / que quiere mi adolescencia». Además, siguiendo la tradición de poetas que, encarcelados, cantaron algo semejante -Meléndez Valdés, Jovellanos, Miguel Hernández...- Gallego asegura que «la vida interior de un hombre / no puede ser prisionera / de la vida de otros hombres / porque es un chorro de estrellas».

El amor -en recuerdo- y la belleza -siempre soñada- sostienen la voz de Noticia de mí. Se dirige a la estrella, a los regatos, a los ríos, al sol, a los árboles, para pedirles ejemplo de sencillez, candor y eternidad. Esto es: pide lecciones a lo natural y puro, pero, en cambio, sabe que puede darlas a lo artificial o interpuesto: «mi corazón / siempre dando lecciones / de vuelo a la cometa». En cuanto al amor, se manifiesta con el mismo sentido estético de aspiración ideal; es una «clara Roma de alegría», un «eterno mediodía» más para imaginaciones que para realidades, como quizá corresponda a la posición de alejamiento.

El tema del hijo nos descubre también -no podía ser de otra manera- que se canta desde esa ausencia. El mundo poético de Noticia de mí es lo pensado más que lo visto o tocado, es un mundo que flota en la imaginación. Una gran belleza acompaña a la ternura de los poemas a la hija -nacida cuando el poeta está ya preso-. Pero la lejanía lo condiciona todo, y así: «Tu corazón [...] / acaba de caer ahora mismo / dentro del mío: / tu recuerdo hecho luz en mi tiniebla». Poesía, pues, muy al proviso en cuanto a la emoción, pero claramente longincua en cuanto a las realidades cantadas: «Completamente solo, frente a frente conmigo / he desgranado el rico fruto de vuestros nombres».

Noticia de mí se cierra con cuatro poemas, en forma de «suite», cuyos títulos son ya, por sí mismos, una poética: «Condición de cigarra», «Anhelo de cristal», «Resolución de luz» y «Confianza de mármol».

En 1956 formó José Luis Gallego dentro del penal de Burgos un grupo literario -podemos suponer las cortapisas y dificultades- con el novelista argentino Luis Quesada, el joven poeta Marcos Ana, el profesor Ángel Poyatos y algunos camaradas más. Se llamaba «La Aldaba». Conservo uno de sus cuadernos, que en aquellas fechas me hicieron llegar, con cuentos de Quesada, cuatro poemas de Marcos (de los que él titulaba Cantos peninsulares) y dos de José Luis. En ellos sostiene Gallego la tesitura casi entusiasta, la fuerza moral que toma ejemplo de la naturaleza y el deseo de vida. «Cristal, pino, toro, tierra» se titula el primero y utiliza el eficaz recurso de la dispersión y la reunión: «No más duros que yo son los cristales», comienza, y los versos siguientes cantan su manera de resistir. «Mas en mi yo no cala que en los pinos / la mano del invierno», es el comienzo de la segunda estrofa, que continúa como la precedente. «Menos seres que yo no son los toros» y «Yo no soy diferente que la tierra», son los comienzos de sendas estrofas sucesivas, igualmente glosadas, para reunir en la última los cuatro elementos anteriores y reunirlos como «normas ejemplares». En el otro poema: «Media filiación», se ve a sí mismo el poeta como preso de nacimiento y de nombre, aunque capaz de superarlo porque «los presos viven más que los relojes».

Estos dos poemas intermedios dan paso a Prometeo XX, libro ya más conocido, puesto que lo editó la colección «El Bardo» (núm. 63) en 1970. En Prometeo XX hay, desde luego, más desolación, porque un encarcelamiento tan prolongado erosiona la piedra más firme del entusiasmo y filtra amargura en el corazón más entero. Sin embargo, no es un libro de violencia, sino de dolor. De dolor íntimo y subjetivo que, por su verdad, por su autenticidad lírica, cobra dimensión colectiva. Un poema titulado, patéticamente, «La eternidad», refleja ese arruinamiento inevitable en las infinitas vueltas al patio de la prisión: «Arruínanse la ropa y los zapatos, / arruínanse la frente y las caderas, / arruínanse los ojos y la boca». Es claro que la ruina va de lo físico a lo psíquico, del zapato al alma. El poeta constata esa «ruina total», reflexionando sobre sí mismo y preguntando: «mas de ti, pobre noche, sangre triste, / corazón condenado a treinta argollas, / ¿qué ha de brotar...?». Y mantiene una dura lucha con la muerte, entre el vitalismo antaño entusiasta y el natural decaimiento.

Una zona particularmente interesante del libro está sustanciada en el recuerdo de lo que llamaríamos mundo cultural perdido y amado por el poeta: la biblioteca del Centro de Estudios Históricos, el parquecillo de la Residencia de Estudiantes, los cuadros del Museo del Prado, la música de Beethoven y Schumann, la poesía de Juan Ramón... Se manifiestan una sensibilidad y una formación juvenil, que acompañan y a la vez duelen, y todo ello tiene como síntesis una «Elegía por la muerte de la belleza en el mundo».

Como he escrito en otra ocasión, Prometeo XX no es una poesía alegórica ni apoyada en mitos heroicos sino, mucho más sencilla y humanamente, es un singular testimonio de belleza y nostalgia de la poesía del aherrojamiento.