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Nueva versión de los antiguos cancioneros

Leopoldo de Luis

Algunas otras veces me he ocupado de esta curiosa y excepcional obra de José María de Cossío: su Cancionero de Tudanca. No sé qué pensaría Cossío del discurso pronunciado por Antonio Rodríguez Moñino al ingresar en la Academia, en 1968. Versó sobre los Cancioneros del siglo XVI. Cossío inició el suyo, por su cuenta y riesgo, en 1940, y lo alimentó durante casi cuarenta años. «Compilador de naturaleza castellana, con fervorosa pasión por la poesía en cualquier lengua, mayormente en la materna y propia». Es elogio dedicado a Hernando del Castillo que le va a Cossío como anillo al dedo.

La verdad es que tres décadas largas de la poesía española dejan su compendio y su fulgor en los preciosos tomos de encuadernación riquísima y pliegos manuscritos por sus autores. Gozo literario y valor histórico, porque la poesía -dígase lo que se quiera- implica siempre un testimonio y supone, aun en los más evasivos, un compromiso de época. Bien claro que el talante del compilador no era proclive a discriminaciones banderizas. En la más sombría posguerra, el libro va presidido por lo liberal y lo amistoso. Y, en principio, amigo era todo poeta. Ejemplo al canto: no se elude el tema de la represión carcelaria, aunque quien dedica a ello sus poemas lo haga desde represiones de distinto signo: si de un lado el P. Félix García, de otro Jesús Cancio. También hay poemas de cárcel firmados por Miguel Hernández: sacados subrepticiamente de entre rejas, fueron copiados -caso único- por la mano del propio Cossío.

No es casual que el primer invitado fuese Manuel Machado. En la España de 1939 era, entre las figuras no vetadas por el régimen, la de mayor prestigio. Su hermano acababa de morir en Colliure. Él fundaba por entonces, con el propio Cossío, la Academia de Poesía Musa Musae, intento de flor en el desierto. Su amigo Antonio de Zayas se incorporó en seguida, aunque murió pronto. Y si los maestros del 27 que permanecían en España eran más o menos tolerados por la censura de la época -Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, nombrados sean por orden de mayor o menor tolerancia-, Cossío contó con los tres. De ellos, Dámaso ofrece una primera versión en prosa de su famoso poema «Los insectos». Gerardo llama a Cossío «profesor de entusiasmo». Vicente nos da la sorpresa de cuatro poemas inéditos, olvidados por el poeta -yo los publiqué en 1982-, y el hallazgo nos brinda el más riguroso poema, formalmente visto, de su autor: «Paraíso sin nadie» escrito en serventesios: endecasílabos aconsonantados.

Refrendo del talante comprensivo y liberal del recopilador es la poesía del exilio: Alberti, Guillén, Max Aub, León Felipe. Otra sorpresa: aquella autodefinición de León Felipe como «poeta de la contemporaneidad» que aparece en un poema suyo posterior, resulta que eran frases de su carta de envío. León lo poetizaba todo y, además, volvía una y otra vez sobre sus textos.

El Cancionero de Cossío fue más generoso que la mayoría de los historiadores de la Literatura. Él sabía que la famosa generación del 27 presenta una primera línea de la que es fácil, claro, escribir sin miedo a equivocarse. Pero hay que saber abrir la puerta a una segunda y hasta a una tercera fila con figuras de valor: Souvirón, García Cabrera, Adriano del Valle, Laffón, Espina, el propio Pemán...

Casi toda la generación de posguerra -la primera y la segunda- pasa por estas páginas, empezando por Rafael Morales, a cuyos Poemas del toro puso Cossío prólogo, como algo antes lo puso al libro inicial de Miguel Alonso Calvo (Ramón de Garciasol). Algunos más jóvenes se han incorporado luego, porque cuando Cossío murió en 1977, Rafael Gómez S. Iglesias, poeta y bibliotecario, entró como conservador de aquel excepcional archivo, hoy de la Diputación de Cantabria. Respondiendo a su lealtad ejemplar al erudito desaparecido, ordenó y encuadernó un nuevo volumen, para proseguir la tarea de nuevas adquisiciones, como homenaje al promotor de la idea. Más de dos mil poemas forman hoy estos tomos, donde se albergan piezas realmente antológicas.

¿Qué panorama poético con valor histórico no es un espejo? Circunstancias políticas, hechos sociales, sucesos de coyuntura, fenómenos con trascendencia, aconteceres menudos. Todo queda reflejado en estos manuscritos. De los fascismos en lucha con las democracias, al holocausto de Hiroshima. De la revolución cubana, a los mitos de los toros o el deporte. Y los estilos, las, por así decirlo, modas literarias. El garcilasismo, el tremendismo, la influencia de Rilke, la poesía social, lo religioso y lo protestatario. Bien harán los historiadores, y aun los sociólogos, en detenerse un punto ante este monumento de la poesía española que debemos a quien sentía, ante todo, entusiasmo por las formas bellas e inteligentes de la convivencia humana.