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Para el lector, espectador al margen de los conflictos vitales de los personajes novelísticos, la realidad física no presenta, en la mayoría de los casos, gran problemática, pues el autor se encarga de encaminarlo hacia la solución adecuada con frases recurrentes, como «así era la verdad». Hay, sin embargo, algunas excepciones de capital importancia; vid. supra, nota 17. Pero lo esencial aquí es la problemática que confrontan los personajes. Cervantes es creador de vidas, y en la esencia de estas vidas se halla, a menudo, el conflicto entre ser y parecer.

 

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«Se dieron a entender que estaba en éxtasis y arrobada de puro buena; otros hubo que dijeron: Esta puta vieja sin duda debe de ser bruja, y debe de estar untada, que nunca los santos hacen tan deshonestos arrobos» (Coloquio de los perros, p. 240b).

 

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«Con el paso brioso que llevaba, algunos hubo que le compararon a Marte, dios de las batallas, y otros, llevados de la hermosura de su rostro, dicen que le compararon a Venus, que para hacer alguna burla a Marte de aquel modo se había disfrazado» (La española inglesa, p. 150a). En este ejemplo aparece en primer plano la reelaboración artística de un viejo tema literario, pero en el trasfondo se vislumbra la verdad cambiante y subjetiva de las opiniones personales.

 

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«Sacó de la faldriquera algunos mendrugos de pan, y obra de veinte pasas, que a mi parecer entiendo que se las conté, y aún estoy en duda si eran tantas, porque juntamente con ellas hacían bulto ciertas migajas de pan que las acompañaban» (Coloquio de los perros, p. 243a).

 

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El mínimo retoque que da Cervantes al cuento heredado de la tradición es de capital importancia, no sólo para el tema que propiamente me concierne aquí, sino también para el estudio de lo tradicional en su obra. En la leve variante que se le imprime al cuento se encierra un cambio radical de sentido. Es en esta forma que Cervantes imita: no sólo recreando artísticamente en mayor o menor medida, sino también imprimiendo a los temas un nuevo matiz ideológico. Este último aspecto es el que ha pasado desapercibido en la mayoría de los casos.

 

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Pensemos en las teorías lingüísticas de un Fernando de Herrera, o en la práctica literaria de un Rabelais. Ejemplo máximo de la invención verbal desenfrenada lo hallamos en España en el poema caballeresco de Jerónimo de Huerta, Florando de Castilla, lauro de caballeros, Alcalá, 1588, reproducido en Biblioteca de Autores Españoles, XXXVI.

 

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Similar síntesis de opuestos, una especie de ars oppositorum en miniatura, se halla en La cueva de Salamanca (IV, p. 141) en el híbrido sacridiablo (sacristán más diablo). Cabría pensar en armonización ideológica de cielo e infierno, pero me parece mucho más probable considerarlo como nueva burla de los sacristanes. En el novísimo vocablo hay una transvasación de sentidos que convierte a los sacristanes en diablos y a los diablos en sacristanes.

 

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Benedetto Croce, en uno de sus ensayos de Poesía antica e moderna, ya había utilizado este término asociado con el Quijote. Mas para él la simpatía es el lazo externo que une al lector con la obra, no el interno que enlaza al agonista con sus circunstancias.

 

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Exclama don Quijote: «¡Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de Mambrino, el cual se le quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con ligítima y lícita posesión!» (I, cap. XLIV).

 

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«En lo del albarda no me entremeto» (I, cap. XLIV); «En lo de declarar si esa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia definitiva: sólo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes» (I, cap. XLV).