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Entre otras cosas dice allí: «No te quiero yo a montón, / ni te pretendo y te sirvo / por lo de barraganía; / que más bueno es mi designio». Hay que observar que esta declaración amorosa está más cercana a la definición del amor en la Edad de Oro que acaba de dar don Quijote («Entonces se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente del mismo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos»), que todos los retóricos y encendidos versos de Grisóstomo. La naturalidad de la vida es superior a la literarización en que vive Grisóstomo.

 

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En el curso de este relato, puesto en boca del cabrero Pedro se da otro tipo de dualidad antitética. El cabrero incurre en una serie de rusticismos que don Quijote corrige con celo: concepción utilitaria del lenguaje, concepción artística del mismo.

 

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Véase Pilar García de Diego, «El testamento en la tradición», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, X (1954), en especial pp. 400-410.

 

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Sobre otros aspectos del mismo episodio (relaciones con la Galatea, el libre albedrío en Marcela en oposición a la obligación de amar, relaciones con el episodio de Leandra, Quijote I, cap. LI) véase mi Novela pastoril española, cap. VIII.

Escribe al respecto E. F. Rubens: «Es corriente [en la obra cervantina] que pastores reales aparezcan frente a pastores fingidos. Esto, que es de Cervantes, no estaba en los moldes del género», Sobre el capítulo VI de la primera parte del Quijote, Bahía Blanca, 1959, p. 16. Rubens exagera un poco (basta pensar en Felismena en la Diana de Montemayor), pero en lo sustancial la afirmación es aceptable, si se agrega que lo propiamente cervantino es enfrentar a pastores reales y fingidos en situación conflictiva.

 

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Obras completas de Fígaro, París, 1874, II, p. 124. En este terreno del suicidio en el siglo XVI hay, además, el choque ideológico entre estoicismo y neoplatonismo. El culto a la naturaleza, foco del neoplatonismo, hace de ella la única fuerza creadora y aniquiladora, por lo cual el suicidio resulta ser un acto contra Naturam. El estoico, desde luego, no doblega su voluntad ante nada.

 

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En cambio, en la literatura bucólica italiana el suicidio tiene cierta aceptación, cf. Mia Gerhardt, La Pastorale, Assen, 1950, primera parte.

 

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Ver Novela pastoril española, pp. 183-188.

 

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Sobre Judas suicida dice Cervantes en La gran sultana (II, 184): «El matarse es cobardía, / y es poner tasa a la mano /liberal del soberano / bien que nos sustenta y cría. // Esta gran verdad se ha visto / donde no puede dudarse: / que más pecó en ahorcarse / Judas, que en vender a Cristo».

 

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Los hallo en Julio Cejador y Frauca, La lengua de Cervantes, II, Madrid, 1906, s. v.; Cejador no cae en la cuenta del doble significado del verbo, y piensa que Cervantes lo usa siempre en la acepción de «desesperanzarse» o «impacientarse». La evolución semántica desesperarse «suicidarse» es paralela a la que tuvo perderse en el siglo XV, cf. María Rosa Lida, «La hipérbole sagrada en la poesía castellana del siglo XV», Revista de Filología Hispánica, VIII (1946), pp. 125-126, quien explica cómo este último verbo vino a denotar «la máxima pérdida, la del alma».

 

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Un problema de lectura: ¿en el último verso hay que leer «aun o «aún»? Yo prefiero «aun», más consecuente con las afirmaciones precedentes de la canción. Como suicida se le niega «hasta la mortaja».