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ArribaAbajoPaulina o el amor desinteresado


ArribaAbajoPrologo

El lector que al concluir esta novela no se sienta tan dulcemente interesado al amor casto, puro y virtuoso, y no deteste el libertinaje y la lujuria que tanto afean á este sentimiento necesario al hombre, este lector digo, creerá su fábula una mera ficcion, imposible de encontrarse en el mundo. Mas por fortuna no es así: aun hay almas virtuosas que prefieren las delicias inocentes del afecto de un corazon puro á todos los goces del deleite vicioso y fugaz. En la novela que sigue encontrarán un hermoso ejemplo de dos amantes verdaderamente envidiables; y es tan hermosa é irresistible la virtud, que parece prudente no prevenir al lector con reflexiones serias, que no valdrian nada en comparacion de los sentimientos que ella sabe despertar.




ArribaAbajoPaulina

Una noche de invierno, que Doña Clara de Postigo volvia á recogerse á su casa, despues de haber hecho oracion en Atocha, oyó cerca de la puerta de las Delicias los gritos de una criatura, y pasando por delante de ella vió en efecto una niña, que parecia de muy poco tiempo, y que lloraba sin consuelo. Se le acercó para acariciarla, y viéndola pasada de frio y sola, se compadeció. Volvió los ojos á todas partes por si veia alguna persona que la buscase, y no vió á nadie. No se atrevió á dejarla tan abandonada, y le pareció esperar allí hasta que alguno viniera. Pero habiendo estado mas de una hora traspasada ella misma de frio, se resolvió á tomarla en   —86→   sus brazos, y llevarla al Alcalde del cuartel, á quien dió cuenta de todo.

El Alcalde envió al sitio en que se encontró, para examinar si habia alguno que la buscase. Pero despues de largo tiempo le vinieron á decir, que no habia parecido nadie. No se pudo saber como estaba tan abandonada esta criatura, y la conjetura mas verosímil, fué que seria hija de una madre muy pobre, que no pudiendo mantenerla la habia espuesto á la conmiseracion pública. Era pues indispensable buscarle algun abrigo, y el Alcalde pensaba en enviarla á los huérfanos. Pero Doña Clara le dijo: yo soy una pobre viuda de un teniente coronel, no tengo mas renta que mi viudedad, que apénas me basta para vivir con escasez. Pero el cielo me ha enviado esta criatura; pues haciéndome pasar junto á ella en el momento de su desamparo, me indica que me la destina, y que su providencia me la encarga. El mismo cielo no concedió á mi matrimonio la bendicion de la posteridad, y ahora parece que quiere suplirme aquella falta con esta hija. Yo la adoptaré, y la misma providencia me dará los medios, ó yo me sujetaré á algunas privaciones para mantenerla. Dádmela pues, y si sus padres parecen la hallarán en mi casa.

El Alcalde, que conocia á Doña Clara, y que sabia que era muy estimada por su notoria honradez y virtud, lejos de tener dificultad en confiársela, elogió su generosidad, y se la entregó. Doña Clara la hizo criar, la dió el nombre de Paulina, porque la encontró el dia de aquel Santo, y en breve tiempo la quiso como si fuera su propia madre. Ya hubiera sentido el que sus padres viniesen á quitársela; pero cuando vió que pasáron muchos años sin que nadie la reclamase, esperó conservarla. La tierna Paulina se formaba, y cada dia parecia mejor. Cuando llegó á la edad de doce años, ya era una muchacha hermosa. Su talle era fino y delicado, sus ojos negros despedian centellas, sus cabellos copiosos eran rizados, sus dientes eran blancos, limpios y puestos con un órden admirable. En fin, una sonrisa dulce y tierna, muchas gracias, y un espíritu natural, vivo, chistoso y sensible, habian hecho de ella un sugeto precioso, que inspiraba cariño á cuantos la veian.

Doña Clara no habia podido darla mas que una educacion muy sencilla; pero la habia acostumbrado á la virtud, y á temer y amar á Dios, á estimar la honestidad, á mirar el honor como la ley suprema, y la conciencia como el mas respetable soberano. En lo demas no la pudo hacer aprender   —87→   ninguna habilidad. Sus medios no se lo permitian, y como por otra parte vivia retirada sin tratar mas que con un corto número de amigos, tan virtuosos y retirados como ella, Paulina no pudo estender sus ideas, ni adquirir ninguna esperiencia del mundo. Así conservó largo tiempo la feliz y tranquila ignorancia, que no conoce los vicios, y que aleja la triste desconfianza. Paulina inocente y buena, no sabia que era posible ser mala; juzgaba por su corazon que todos eran buenos, y se habia figurado que los hombres no habian nacido mas que para servir á Dios, para amarse unos á otros, y socorrerse mútuamente.

Con tantas gracias, y tantas prendas, Paulina no podia dejar de ser muy amable. Su candor, su inocencia y su alegría la hacian interesante para todos. ¡Cuánto mas debia serlo para Doña Clara, que veia tambien logrado el objeto de sus atenciones! Solia decir, que la providencia la habia recompensado su ligera caridad, con la abundancia digna de su grandeza, pues la daba en la hija que habia adoptado tantas satisfacciones, que ellas solas hacian la felicidad de su vida. Pero por lo mismo que la idolatraba, veia con dolor, que su muerte dejaria á Paulina sin asilo, y este era el único torcedor que la afligia sin cesar.

En su cuarto bajo vivia un famoso pintor, llamado Cano, y su muger Doña Felipa. Tambien vivia con ellos una hermana del pintor, llamada Doña Tomasa. Esta era una familia honrada y recogida. Una vecindad tan inmediata, y la conformidad de genios y costumbres los habian unido con mucha intimidad, y solian pasar juntos una parte de la noche. Tomasa tenia ya mas de cuarenta años, y no habia querido casarse. Pero habiendo sido criada por una pariente rica, y que trataba con gentes de modo, habia adquirido la urbanidad, y delicadeza que se pega á los que tratan con ellas. No era hermosa, y era pobre; pero su buen natural, su honestidad, y su dulzura la hacian estimar de todo el mundo, y era amiga particular de Doña Clara.

Como Cano y su hermana venian con frecuencia á casa de Doña Clara, se hablaba mucho de pintura. Paulina como niña se habia puesto muchas veces á dibujar groseramente los objetos que le caian en la mano, y Cano creyó descubrir en ella una gran disposicion para el dibujo. Ella retrataba flores, y formaba figuras, que no dejaban de tener rasgos de semejanza, y proporciones que sorprendian al pintor. Al principio se contentaba con indicarle los defectos, se los corregia   —88→   con una pincelada de su mano; pero observó, que cada instruccion suya era un golpe de luz para Paulina, que todas sus lecciones eran útiles, que no volvia á caer en los mismos defectos, y en fin, que jugando habia llegado á dar una gran correccion á sus obras. Como conoció que la naturaleza la habia dotado de un genio estraordinario, y que si se aplicaba seriamente, seria de un singular talento. Se lo dijo á Doña Clara, y se ofreció, si queria, á darla algunas lecciones, y cultivar una disposicion tan feliz. Doña Clara se lo agradeció mucho, le esplicó la pena con que vivia de no tener que dejarla, y el consuelo que la daba, haciéndole esperar, que tendria una ocupacion honesta con que poder vivir.

Desde aquel dia Cano se aplicó seriamente á enseñarla. La trajo modelos, corregia sus copias, y en fin la puso en estado de que pudiese cultivar con utilidad este estudio. Paulina, dócil, inteligente y atenta hizo tantos progresos, que el mismo maestro estaba sorprendido, y decia, que con el tiempo su pincel seria distinguido y admirado. Ya le era muy útil porque no solo le preparaba los trabajos, sino sacaba con acierto sus copias. En esta situacion una fiebre maligna sorprende á Doña Clara.

Paulina y Tomasa no se apartaban de su cabecera, y la sirvieron con todo el interes de una hija, y de una amiga. Pero á pesar de todas sus atenciones, en cinco días la muerte la arrebata de entre sus brazos. Tomasa arrancó á Paulina del lecho funesto, la condujo al cuarto de su hermano, y se encerró con ella, la dió tiempo para que se desahogara, derramando un diluvio de lágrimas, y tuvo la prudencia de permitirla esta dulzura tan necesaria á los corazones afligidos. Hay almas duras, ó poco reflexivas, que con el pretesto de aliviar las penas, pretenden impedirles gemir de sus dolores. Los genios insensibles ó necios no ven otro remedio, que el de quitar ó disminuir la libertad del llanto. Pero este celo indiscreto se acerca mucho á la dureza, y en aquellos momentos, léjos de que puedan tranquilizar los discursos vanos, y las frias consideraciones, traspasan una alma que ya está herida de su dolor. Es insensato y ridículo pretender, que un infeliz que se siente atravesar el corazon, parezca insensible al dardo que lo hiere.

Tomasa fué nombrada por la difunta, su albacea y tutora de Paulina, y desempeñó altamente su confianza. Vendió los muebles y efectos y con ellos compuso una pequeña cantidad que puso á interes en favor de su pupila. El pintor á quien   —89→   era ya muy útil, y que esperaba que cada dia lo seria mas, deseó quedarse con ella, prometiendo cultivar sus disposiciones, y ponerla presto en estado de sostenerse con su habilidad. Tomasa y Paulina aceptáron la oferta, y desde entónces se resolvió, que se quedaria en casa del pintor, lo que tambien agradó á Doña Felipa su muger.

El dolor de Paulina fué mas serio y profundo de lo que parecia comportar su edad: lloraba con mucha ternura á Doña Clara, y la lloraba amargamente, aunque no podia conocer todavia lo que habia perdido con su muerte: lo que lloraba entónces era una amiga dulce, buena y afable, una indulgente y tierna compañera. Felipa no era capaz de recompensarle la pérdida de tan preciosa amiga. Su carácter era frívolo, ligero, que no se ocupaba de nadie, ni pensaba mas que en divertirse, y una persona afligida le parecia fastidiosa. Ya tenia mas de treinta años, y con todo no tenia otro pensamiento que el de los pasatiempos y diversiones. Avara y de corto talento, ni tenia valor de gastar para procurarse placeres, ni sabia privarse de ellos, y para satisfacer sus deseos se acompañaba con mugeres, cuya reputacion no estaba intacta.

Su marido era un buen hombre, siempre ocupado en las cosas de su profesion, y por otra parte de una débil salud, la dejaba vivir á su gusto. Una sola criada anciana gobernaba la casa, y era la que se encargaba de todo, hasta de atender á la salud de su amo. Felipa iba á la comedia, al prado, no perdia paseo, volvia muy tarde á su casa, en fin, no hacia otra cosa; y el buen marido tampoco la decia nada. Su discípula siempre aplicada á su estudio, la veia poco. Apénas se encontraban á las horas de comer, y entónces se hablaban con cortesia, pero con mútua indiferencia.

Paulina pasó de esta manera cuatro años, sin que nada turbase la tranquila uniformidad de su vida; pero ya era un prodigio de su arte. No solo habia llegado al punto de perfeccion, á que su maestro pudo conducirla, sino que su gusto natural la hizo subir muchos grados mas arriba. El lo conocia, y lo confesaba sin rubor. Se aprovechaba del talento de su jóven discípula, la confiaba las obras mas encargadas, y le valian no solo utilidades sino reputacion. Pero viéndose enfermo, y las mas veces incapaz de trabajar por sí mismo, aconsejó á muchos que se dejasen retratar por ella, y estos ensayos empezáron á hacerla conocer.

Fuera de estas ventajas, Paulina con el retiro en que se   —90→   ejercitaba, habia conservado la pureza de ideas, y la simplicidad de costumbres que habia aprendido en casa de Doña Clara. Ya tenia diez y siete años, y todavía sin haber perdido ninguna de las devociones, y toda la modestia con que habia venido á la casa, mantenia el mismo candor, la misma ignorancia del mundo, y la ingenua y sencilla buena fe con que creia, que todos eran tan buenos como ella. Ni conocia ni estimaba la cortesia ceremoniosa con que se afecta la benevolencia, y se finge la amistad. Su corazon no tenia ni aversion ni malicia. Sus atenciones eran simples, y despojadas de toda afectacion; pero eran verdaderas y naturales, y este carácter añadido á sus gracias, la hacian tan rara en su especie, como interesante y agradable.

El pintor la habia encargado que limpiase, y pusiese corriente una pintura, que habia hecho en otro tiempo, y que era el retrato de un caballero. El tiempo y los acasos la habian alterado, el dueño, cuyo retrato era, se la habia remitido, pidiéndole que la compusiese, para dársela á una hermana suya, que debia ausentarse, y se la pedia. La encargó la celeridad, porque ya estaba de partida; y el pintor, conociendo que Paulina lo haria mejor, y mas presto, se la habia confiado, recomendándole la diligencia. Paulina le prometió trabajar en ella con mucho celo, y en efecto se fué al estudio en que trabajaba el pintor de ordinario, y puso manos á la obra.

Apénas habia empezado, cuando siente abrir la puerta. Vuelve los ojos, y ve entrar un caballero, cuyo brillante trage, y los adornos que lo decoraban, debian escitar la atencion. Pero la ingénua Paulina, con su candor acostumbrado, y embelesada en sus ideas, no hizo mas que suspenderse, y no se ocupó en otra cosa sino de confrontar la copia con el original, porque reconoció, que el que entraba era el modelo de la pintura que componia. Embebida en este exámen, no se da tiempo para hablarle. Apénas le baja la cabeza, le hace con la mano señal de que se siente, y él obedece sin hablarla tampoco. Entónces Paulina fija los ojos sobre él, los vuelve después á la pintura, toma el pincel, y paseando la vista alternativamente sobre el caballero y la pintura, trabaja largo tiempo.

Este recibo singular divirtió mucho al Marques de San Leandro, que era el original del retrato, y que venia para que á su presencia le dieran la última mano, y recogerlo para dárselo á su hermana que lo esperaba. Había creido encontrar al pintor en esta pieza, en que trabajan de ordinario, y le pareció   —91→   una aventura graciosa hallar en su lugar una linda muchacha, que se ocupaba tanto en contemplarlo. Este acaecimiento, que era simple, le pareció curioso y agradable; le divirtió, lo interesó y lo produjo una impresion muy viva; porque miéntras Paulina comparaba el original con la copia, él admiraba su hermosura, el fuego de sus ojos, y las gracias de su persona. Ya estaba impaciente por ver si su educacion y su espíritu correspondían á un esterior tan agradable; pero cuando se disponia á decirle alguna cosa, viene el pintor que le hace muchos cumplidos y largas escusas sobre no haber acabado su retrato.

El Marques, que ya no tenia tanta prisa, lo interrumpió, y se acercó á ver el trabajo de Paulina. Era inteligente, y observó que no solo lo habia retocado, sino que con cortos rasgos le habia añadido mucha semejanza, dejándolo perfecto, pero no dijo nada. El pintor sorprendido tambien de las mejoras, esplicó su admiracion; pero el Marques para hacer durar el placer que sentia de ver los ojos de Paulina fijos sobre los suyos, y poder mirarla mas á su gusto, fingió no estar contento. Halló muchos defectos tanto en la semejanza, como en el colorido y en el dibujo, y como todas estas críticas no eran justas, la linda discípula de Cano se burlaba de sus censuras.

El Marques á quien las vivezas de Paulina divertian mucho, no quiso ceder, y afectando que hablaba de veras, le pidió seriamente que se pusiese á su lado, y que examinase atentamente sino tenia razon. Paulina consintió. Ella vuelve á hacer el cotejo, y despues de algun examen declara, que la semejanza es perfecta, y que no hay mas que hacer. El Marques se ostina, quiere que retoque el retrato todavia. Ella no cede, dice que retocarlo es echarlo á perder, y con su ingenua sinceridad, y algun enfado, concluye, que no lo hará. El dulce son de su melodiosa voz, la propiedad de sus espresiones, y la viveza de su mal humor, escitado por las injustas críticas del Marques, acabáron de encantarlo. Pidió que á lo menos, Paulina ya que no quería retocar su retrato, sacase otra copia. Se lo prometió, y no teniendo ya pretesto para prolongar mas la visita, salió con disgusto de aquella pieza. El pintor lo acompañó hasta el coche, y le informó de quien era su discípula.

El acaso habia presentado á los ojos de Paulina uno de los jóvenes más amables de Madrid. Su presencia era muy agradable, y su nacimiento distinguido. Descendia de una antigua   —92→   y noble familia; pero que no era rica. Sus padres no le habian dejado mas bienes que las esperanzas de un pleito que sus abuelos seguían despues de muchos años, y que estaba para terminarse. Su pretension era que se le declarase heredero de una casa ilustre, que poseia cuantiosos mayorazgos, y si ganaba el pleito debia ser un hombre poderoso. Un pariente suyo, que lo queria mucho, era entónces Ministro, y como lo conocia y le estimaba, tenia mucho influjo con él. Así se veia rodeado de lisonjeros, y gozaba de todas las distinciones que procura una tan alta proteccion en la corte; pero su buen corazon no abusaba. Modesto por carácter, ni la lisonja lo adulaba, ni la prosperidad lo pervertia. Era generoso por gusto, y huia de la ostentacion. Su alma noble y delicada no estimaba su crédito sino podia hacer servicios y no deseaba riquezas sino para socorrer los infelices.

Así era muy estimado: su natural dulce y tierno le procuraba amigos, y él mismo deseaba tenerlos; pero se desconfiaba de su sinceridad; le parecia que los debia á su crédito, y al favor de que gozaba en la corte. Hubiera querido debérselos á sí mismo, y á la correspondencia de sus propios sentimientos. A los que reconocia aduladores los desdeñaba, y estos le hacian sospechar motivos de intereses en todos los que lo acariciaban.

Cuando el pintor volvió no dijo otra cosa á Paulina sino que era un señor muy distinguido y de mucho crédito en la corte, y ella con su natural candor le respondió: será lo que quisiere; pero es muy terco, y se mete á disputar sobre lo que no entiende. A pesar de este enfado se puso desde luego á hacer la nueva copia que le habia pedido el Marques. Este se aprovechó de la ocasion para ir á verla al otro dia, y con el mismo pretesto se acostumbró á volver todas las mañanas. La sencilla Paulina no atribuia tantas visitas sino á su deseo de ver acabar su retrato. Su inocente corazon, que no distinguia los peligros, no era desconfiado, su feliz ignorancia no le dejaba conocer el riesgo en que la vista de un hombre amable puede esponer á una muger, y con la simplicidad de sus ideas no se alteraba su seguridad. La que no tiene la pretension de gustar, gusta sin que ella misma se aperciba; y el amor que procura esconderse se parece tanto á la amistad, que es fácil engañarse.

El Marques cada dia mas encantado de Paulina, veia con disgusto que la copia se adelantaba, y que presto no tendria pretesto para volver. Entónces imaginó aprender á pintar,   —93→   y como Cano estaba muy enfermo, y condenado á morir presto de un mal incurable, se decidió que Paulina le daria las primeras lecciones. La jóven maestra empezó á enseñarle el dibujo. El dócil discípulo procuraba imitarla; pero ella se reia de su poca habilidad, y muchas veces le reñia, acusándolo de poca inteligencia; y quejándose de sus distracciones, le solia decir, mostrándole dos niñas que ella enseñaba, y que dibujaban en la misma pieza: estas dos criaturas se aprovechaban mejor de mis lecciones, y no tienen la cabeza tan dura.

Jamas el Marques habia pasado momentos tan dulces. Era mucha delicia para él conversar tan familiarmente con una muchacha de diez y siete años, que era tan hermosa, sin saberlo; tan modesta, sin afectacion; tan inocente, cándida y pura, y al mismo tiempo tan divertida, alegre y graciosa. Estaba encantado de ver que ni su distincion, ni su crédito le daban la menor sujecion. Que desde que lo veia manifestaba una satisfaccion sincera, y que su ingenuidad no le permitia mostrar mas que sentimientos verdaderos. Y cuando se veia sentado á su lado, cuando la llamaba su maestra, y la veia tomar una especie de autoridad, reprenderlo, darle con su lápiz sobre sus dedos, cuando él se esforzaba á corregirse, á complacerla y inspirarle alguna ternura, sin descubrirle su designio, todo esto era para el Marques una ocupacion tan interesante, que poco á poco se olvidó de todas las vanas diversiones, que el mundo llama placeres, y que no sirven más que de entretener á los ociosos.

Felipa, que por la enfermedad de su marido, se veia forzada á pasar algun tiempo en su casa, fué la primera que se apercibió del amor del Marques. Hasta allí habia tratado á Paulina con mucha indiferencia y frialdad; pero viendo que era querida de un hombre de esta distincion, mudó de conducta. Empezó á hacer muy buena cara al Marqués, le hablaba con mucho alhago. Tuvo el arte de dejarlo muchos ratos á solas con Paulina, como si fuera por acaso; en fin, ganó su confianza. Empezó tambien á tratar mejor á Paulina. Parecia pesarosa de no haber reconocido su mérito, y apreciar mas su amistad. Le hizo tiernas caricias; se informó de lo que habia menester, de lo que deseaba, y la satisfacia. Por este medio su situacion se hizo mas dulce, y su buen corazon agradecido olvidó presto la larga frialdad de esta muger. Despues de todo, ella no se habia apercibido mucho, porque siempre ocupada no pensaba en lo que la otra hacia, ni su indiferencia la habia hecho mal. Los defectos de otros, cuando no nos perjudican, no suelen chocarnos demasiado.

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Cano estaba ya en sus últimos días, y la certidumbre de su muerte hacia correr las lágrimas de su discípula. Tambien estaba inquieta de su propio destino. Tomasa estaba en un viage. Habia ido á consolar una amiga suya, que habia quedado viuda. Le prometió escribirle siempre, y le escribió en efecto, los primeros correos; pero despues de un mes no habia recibido carta suya. Paulina le escribió, esponiéndole su situacion, y pidiéndole consejo; pero tampoco recibió respuesta, y esto era un nuevo motivo de inquietud. Estaba enferma, ó no queria aconsejarla sobre el partido que debia tomar á la muerte de su maestro. Con su natural franqueza declaró sus temores á Felipa; pero esta le aseguró, que Tomasa estaba buena, y se quejó amorosamente de que se creyese en la necesidad de pedirle consejos. ¿Me crees, le dijo, capaz de abandonarte? ¿Quisieras tú dejarme? No, Paulina mia, jamás nos separaremos. Yo partiré contigo lo poco que tenga.

Esto tranquilizó á Paulina, pero quedó picada de Tomasa, pareciéndole que la abandonaba en el momento en que necesitaba mas de su amistad. No ostante, no podia conciliar esta indiferencia con su carácter benéfico y caritativo, ni con las muchas pruebas que la habia dado de amor, y buena voluntad. Las caricias de Felipa, y las pequeñas comodidades que le procuraba, acabáron de ganarle el corazon, y su resentimiento fué menos vivo, porque su alma buena, amante y generosa no sabia conservar ningun movimiento desabrido.

Entónces llegó el tiempo en que el Marques debia ir á su regimiento, y esta idea lo abatia. Cuanto mas se acercaba el momento de partir, tanto mas parecia disgustado y pensativo. Paulina se apercibió de la mudanza de su humor. Le riñó por su silencio, y se enfadó de verlo tan distraido. Al fin le conoció su tristeza, porque pasaba el tiempo de la leccion en suspirar, en quejarse de un disgusto secreto, de una pena interior, y no aprovechaba nada. Paulina se enterneció, y con su candor natural le preguntó el motivo. El se escusaba. Ella insistió con mucha fuerza; pero viendo que no se lo queria decir, y que sus instancias lo entristecian mas, no se atrevió á porfiar, aunque no lo dejó de sentir. Se contentaba con mirarlo con ojos inquietos y curiosos, y viendolo siempre melancólico, no se atrevia á hablarle. Se decia á si misma. ¿Que tiene pues? Yo lo creia muy dichoso.

Pero miéntras ella estaba tan inquieta del dolor del Marques, este viendo el triste desamparo en que debia quedar   —95→   por la muerte del maestro, no podia disimularse que Paulina le habia inspirado un sentimiento demasiado vivo y peligroso, y sospechaba habérselo inspirado á ella; pero los estímulos del honor, y sus principios de religion lo habian determinado á no abusar jamas del ascendiente, que habia podido adquirir sobre una muchacha inocente é ingenua. Hasta allí habia gozado sin reflexion ni designio del dulce trato que le presentó el acaso, con una jóven tan interesante y amable. Y viendo ahora que el viage que estaba forzado á emprender hacia nulo su propio peligro, y que ella quedaba en el mas miserable abandono, no pensaba mas que en el modo de asegurarle una existencia independiente y honrada, y por solo el interes de hacerla feliz.

No estimaba mucho á Doña Felipa; pero no teniendo á la mano otro medio mas decente, se declaró con ella. Le pidió que si acaecia la muerte de su marido, no separarse de Paulina, que él le haria recibir una mesada para que la pudiese mantener; pero que le encargaba seriamente, que Paulina no supiese jamas la mano de donde venia. Este proceder era estraño, y nuevo para Felipa. No podia concebir que un amante, que era tan liberal, tuviese tanto empeño en esconderse: así le dijo: ¿cómo quereis que Paulina os ame, si vos le escondeis la pasion que os inspira, si no quereis que sepa el bien que le haceis? Sí, le respondió: deseo mucho que no lo sepa. Yo la amo mucho, pero no quiero seducirla. Yo quiero que sea libre, y no forzarla con mis beneficios á que me corresponda.

Felipa ofreció al Marques conformarse con sus intenciones, y guardarle secreto. Tambien le prometió escribirle, y darle cuenta de todo lo que Paulina hacia; y habiendo llegado la víspera del dia en que debia partir, á la misma hora en que acostumbraba venir á tomar su leccion, Paulina recibió una caja muy rica en que estaba el retrato suyo que ella habia retocado, y un papel que decia así:

«Yo voy á partir, mi querida maestra, un deber indispensable me priva del gusto de veros, y aprovecharme de vuestras lecciones, pero no las olvidaré. En mi triste y larga ausencia, mi único consuelo será acordarme de ellas, y repasarlas: ocupaos algunos momentos en mirar ese retrato, y sacad muchas copias para multiplicar la imagen de un amigo que os ama tiernamente. No me olvideis. Yo fuera muy dichoso, si vos desearais verme.»

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Paulina se quedó tan sorprendida como apesadumbrada leyendo este papel. En la primera emocion se dijo: pero ¿porqué se va sin despedirse de mí, y sin haberme dicho nada? Despues volvió á leer muchas veces el papel, y estaba como picada de que le hubiera hecho tanto misterio. Poco á poco se enterneció, y la tristeza sucedió al enfado. Ya estaba acostumbrada á ver al Marques todos los dias, á hablarle, y pasar con él muchas horas, y de repente se veia privada hasta del placer de esperarlo. Sus ojos se llenan de lágrimas, y los fija largo tiempo sobre el retrato. No lo examina ya como pintura, y halló que el Marques tenia razon en no estar contento de la obra, y se decia: sin duda que estas son sus facciones, que esta es su figura; pero ¿dónde está el alma, el espíritu, y la gracia de su fisonomía? ¿Dónde estan sus miradas tan penetrantes, y al mismo tiempo tan dulces, que pintaban todos los hechizos de la amistad? ¿Cuántos rasgos delicados se me escapáron? ¿Dónde está su aire fino y tierno, su sonrisa graciosa y delicada, su aspecto tan lleno de grandeza y dignidad? Y en fin tantas gracias que derrama por todas partes. Diciendo esto tomó el pincel y empezó otro retrato de memoria, pensando que lo haría mejor.

Pero se vió obligada á interrumpir este trabajo por la muerte del pobre Cano. Paulina, que lo amaba mucho, lo lloró amargamente, y su viuda por no verse entre lutos y tristezas, se apresuró á dejar aquella casa, y encargando á un pariente el cuidado de todo, desde que pudo retirarse con decencia, se fué con Paulina á Aranjuez, donde halló una casa muy linda, y todo lo necesario para estar bien. Paulina lloraba todavía; pero el aspecto magnífico de este Sitio encantador, sorprendiendo todos sus sentidos, empezó á calmar su disgusto. Poco á poco las habitaciones, los jardines, el esmalte y perfume de las flores, y en fin la vista de tantas hermosuras acabáron de serenarla. Estaba encantada, y decia á Felipa: ¿quién te ha prestado esta casa tan linda? ¡Dichosos los que viven aquí!

Si para ser dichosa te basta vivir aquí, siempre lo serás porque sabe que esta casa es mia, y que ahora soy rica, y con este motivo le contó una historia fingida de una herencia que habia hecho. Como Paulina no conocia los usos, ni las cosas del mundo, la creyó fácilmente. Se contentó con darla la enhorabuena, y le quedó muy agradecida, porque Felipa la ofreció hacerla gozar de las ventajas de su nueva fortuna. En efecto la dió el mejor cuarto de la casa, la hizo vestir lucidamente, quiso que tuviese una criada. Despues la hizo tomar   —97→   maestros de baile y de música, y Paulina hacia grandes progresos en todo. El deseo de dar gusto á Felipa, á quien debia tanto, la hacia aplicarse, y la esperanza de que el Marques la encontrase á su vuelta mas instruida, mas amable, y mas digna de su amistad, no era el menor estímulo de su aplicacion.

El Marques habia concertado con Felipa todo lo que esta hacia. Cuando partió se había propuesto escribir con frecuencia á Paulina; pero habiendo esperimentado, que no podia escribirla, sin que sin sentir su pluma, se abandonase á toda la ternura de su corazon, despues de haber empezado y roto muchas cartas, se resolvió á contentarse con recibir las cartas de Felipa. Esta le instruia todos los correos de la salud de Paulina y sus ocupaciones, y supo con mucho placer los progresos que hacia. Pero dos personas de carácter diferente, no pueden estar contentas en la misma situacion. Felipa á fuerza de ver los mismos objetos, se empezó á cansar. Como sus diversiones se reducian á paseos, y que allí no tenia ni comedias, ni las grandes concurrencias, ni las visitas, ni el trato de sus amigas tan frívolas y necias como ella, empezó á sentir la falta de todo esto, y como á arrepentirse de haberse obligado á una vida tranquila, muy contraria á su gusto, y solo la sostenia el dinero que sacaba de su condescendencia, y la esperanza de que á la vuelta del Marques todos se volverian á Madrid.

Paulina por el contrario, acostumbrada al retiro vivia contenta, todo la divertia. No solo las artes la repetian siempre espectáculos interesantes y agradables, pero la naturaleza misma no le agotaba sus hermosuras. Los apreciables rayos de la Aurora, las noches serenas de un brillante dia, los bosques, los prados, el canto de los pájaros, y las producciones variadas de la tierra, eran para ella objetos de placer, ó asuntos de meditaciones deliciosas. La memoria del Marques animaba su corazon sin turbarlo. Gozaba de la dulzura del sentimiento, sin amargarla con la fuerza de la pasion. Deseaba ver al Marques, pero sujeta siempre á la razon, este deseo no era impaciente, ni le producia movimientos penosos. Así nada alteraba su felicidad.

Cuando una alma siente que está bien, no va mas adelante. Una situacion dichosa no provoca á reflexionar, porque nadie se atormenta por conocer la causa de la dicha que tiene. El bien estar nos parece un estado natural. Es su interrupcion la que nos turba, la que nos agita. Las desgracias son las que nos instruyen, las que estienden nuestras ideas,   —98→   las que dan inquietud al alma, y actividad al espíritu, porque el dolor nos obliga á buscar en nosotros fuerzas para sufrirlo, ó recursos para desviarlo.

En fin llega el Otoño. El Marques vuelve á Madrid, y despues de haber cumplido con lo que debia, se fué á Aranjuez, y se dirige á la linda casa que habia procurado á Paulina. Esta estaba sola, y desde que oye el nombre del Marques, da un grito de alegría, se levanta, vuela para encontrarlo, le hace muchas preguntas, le da otras tantas quejas, y le muestra con su ingenuidad todo el gusto que siente de volverlo á ver. El Marques conmovido, y penetrado de tan afectuoso recibo, se queda suspenso, y está algun tiempo sin poder hablar. Contemplaba á Paulina con tanto asombro, como satisfaccion. Hasta allí no la habia visto mas que con un trage aseado, pero simple, y sin deber sus encantos mas que á la frescura y la perfeccion de su hermosura natural. Pero entónces la veia vestida con todos los adornos de la moda, y con todas las gracias de las artes.

Por otra parte, el despejo de sus movimientos, la nobleza de su presencia, y la dignidad decorosa que sienta tanto á la hermosura inocente, le inspiráron una especie de respeto. Le pareció verla por la primera vez, y que nunca la habia visto tan hermosa, y estos sentimientos fueron tan vivos, que el Marques pasó muchos dias con ella, sin poder sacudirse de un aire tímido y embarazado. Ya no se atrevia á llamarla su maestra. Ya le costaba mucho tomar con ella su antiguo tono, alegre y familiar. Y en fin pasó momentos de pena y sujecion. Pero al mismo tiempo le consolaba ver gracias tan simples, y alagos tan sinceros. El ingenuo corazon de Paulina le dejaba ver en sus ojos las espresiones del amor, con todos los hechizos de la inocencia.

Todavia no se habia finalizado el pleito de que dependia su fortuna, y miéntras no se terminaba, no podia tomar partido. La necesidad de no disgustar á un pariente, á quien debia tanta gratitud, el temor de los discursos del mundo, y de las opiniones recibidas eran otros tantos ostáculos que lo separaban de Paulina, y su razon sana y decorosa, no pensaba en forzarlos. Pero cada dia su pasion se aumentaba, y cada dia era mas visible el amor de Paulina. Ya no se podia desconocerlo. Ya no se podia disimular, que habia encontrado el corazon que podia hacerlo feliz únicamente. Pero la diferencia del nacimiento le quitaba toda esperanza de obtenerla por medio de un matrimonio, y la honestidad de su alma, y la   —99→   severidad de los principios religiosos, no le permitian envilecer una jóven tan pura y estimable, ni comprar su honor con sus beneficios. Pensó muchas veces en no verla, creyendo que este seria el medio de distraerlo; pero cuando se repretaba la dureza del remedio, le repugnaba, y cuando pensaba en el placer que recibia Paulina con su presencia, y la pena que con su ausencia sufriria, no tenia valor para resolverse.

Esta idea fué tan poderosa en su corazon, que fijó sus vacilaciones, y se determinó á no mudar de conducta. Es verdad que Paulina no veia en el mas que un amigo síncero, continuo y obsequioso, que no pensaba mas que en divertirla, y se contentaba con el placer de agradarla. Los momentos que estaban juntos pasaban rápidos. Aunque no se daban mas que por amigos, sus corazones sentian que eran amantes, sus labios no lo articulaban, pero con los ojos se lo repetian. Su deseo de agradarse era recíproco, y tan vivo en el uno como en el otro. Las mas tiernas finezas, las mas delicadas atenciones fomentaban este comercio íntimo. Al Marques le bastaba para ser feliz, y la inocente Paulina, que no tenia otra idea, tampoco tenia ni más ambicion ni mas deseos, y gozaba de tanta dulzura, sin temor ni inquietud. Pero su desgracia turbó tanta tranquilidad, y haciéndole perder su feliz ignorancia, estuvo para hacerle perder toda su dicha.

El invierno se acercaba, y el Marques tenia que estar en Madrid para hacer las diligencias de su pleito, y para ver á Paulina con mas facilidad, le propuso que viniese tambien. Paulina que no deseaba mas que darle gusto, consintió desde luego, y Felipa, que despues de la ausencia de la Corte se cansaba mucho, recibió esta proposición con ansia. El Marques hizo pues alquilar una casa pequeña, pero cómoda, y las llevo allí. Al mismo tiempo la hizo dar vestidos mas lucidos por mano de Felipa, y como si vinieran de ella. Paulina los admitia como pruebas de su amistad, pero no mostraba mucho calor en vestirlos, y mostrarse con ellos. Como no deseaba parecer bien á los hombres, ni causar envidia á las mugeres, no daba á las galas todo el precio con que estas las estiman por lo comun. No ostante, un dia que Felipa supo que el Marques iba al sitio, y que no volveria hasta muy tarde, la pidió que se vistiera con los nuevos arreos, y la llevó á la comedia. Su designio era inspirarle gusto á los placeres que ella preferia, y obligar al Marques á que les dejase gozar de ellos.

La novedad de los objetos fijó toda la atencion de Paulina.   —100→   Sorprendida y embelesada con lo que veia, no se apercibió que el patio, los palcos, y la luneta tenian los ojos sobre ella, y que todos parecian tan encantados de verla como espantados de no conocerla, ni saber quién era. Como vieron la presencia decente de Felipa, acompañada de una muchacha muy bien vestida, que parecia muy modesta, y de una figura muy noble, se figuráron que eran dos señoras madre é hija, que acababan de llegar de alguna provincia. Todo el tiempo que duró la comedia, los ojos del público no se apartáron de Paulina; y cuando acabó y salió de su palco, se vió cercada de todos los jóvenes majos que querian verla de mas cerca, y que la fastidiáron con sus alabanzas venales, y sus ofrecimientos importunos.

Paulina se desembarazó de ellos, pero como estaba ya en la puerta esterior para tomar la calle, ve pasar á Tomasa, que iba con otra muger. Verla, gritar, correr hacia ella, echarla los brazos, y decirla, Tomasa mia, mi querida Tomasa, fué todo un instante, y con movimiento tan rápido, que Tomasa no pudo ni prevenirla ni detenerla; pero embarazada, y como corrida del encuentro, la recibió con mucha frialdad. Procuraba alejarla de sí blandamente, y con voz baja la decía: ya se acabó ese tiempo. ¿Porqué ahora tanto calor, después de tanto olvido? Déjame tranquila. Ya no podemos andar juntas. Yo debo cuidar de mi reputacion, y tú no sentirás perder una inútil amiga. -¡Perder mi amiga! ¿Y porqué la perderé? ¿Qué he hecho yo para perderla? ¿Qué, querida Tomasa, ya no me quieres, y tienes el valor de decírmelo? -Yo te quiero siempre; pero amable y mal aconsejada amiga ¿cómo es posible que yo te vea, después que?... ¿Quién me hubiera dicho, que la virtuosa Paulina podia?... Muy guapa te veo; pero estabas mil veces mas hermosa cuando eras inocente. Paulina queria responderla, pero la muger que acompañaba á Tomasa la llamó, y esta se fué con celeridad. Paulina quedó petrificada, inmóvil, y sin acertar á dar un paso.

Felipa no se habia atrevido á acercarse, ni hablar á su cuñada; pero viendo que se alejaba, fue á tomar á Paulina por la mano, y la llevó á su casa. Tampoco se atrevia á preguntarle nada, y esperaba que ella hablase la primera, para juzgar por sus discursos lo que le habia dicho. Tomasa la parecia imposible, que en tan corto tiempo hubiera podido decirle mucho; pero Paulina no hacia mas que gemir y suspirar. Todos sus pensamientos se ocupaban en repetirse las palabras de Tomasa, y en penetrar su sentido. Se veia sumergida en un abismo de ideas, sin poder detenerse en ninguna   —101→   que la tranquilizase. ¿Porqué está Tomasa disgustada conmigo? ¿Qué quiere decir esas palabras interrumpidas y enigmáticas? ¿Porqué se ha mudado tanto mi mejor amiga? ¿No es ella la que ha sido depositaria de lo que me ha dejado la generosa Doña Clara? ¿No es ella la única que se interesaba por mi? ¿Qué he hecho yo para desmerecer su amistad?

Luego haciendo otras reflexiones, decia: lo que parece le enfadaba mas era verme tan guapa; y dice, que yo estaba mejor cuando era inocente; pero yo lo soy todavia. ¿Qué es pues lo que imagina? Pero puede ser que no me crea inocente porque piensa que yo no debia dejarme poner tan guapa: que los adornos no me convienen: que este trage puede atraer los ojos sobre mí, recordar mi antigua pobreza, y despertar la envidia. Tiene razon, los pobres no deben salir de su esfera. El retiro y el trabajo son su único recurso, y la que como yo tiene una buena amiga, que me da todo lo que necesito, no debe aceptar mas que lo necesario; y la que lo superfluo, es ridícula y despreciable. Tienes razon, Tomasa: si este es el motivo de tu enfado, yo te lo quitaré presto, y no me costará mucho dejar unos adornos que no me ponia mas que por agradecimiento.

Pero, ¿qué te importan, la decia Felipa, las chocheras y ridiculeces de Tomasa? ¿Por ventura, dependes de ella? ¿Tiene ningun derecho ni autoridad sobre tí? Tomasa es siempre loca y estremada. Afecta ser rígida y severa, pero es porque siempre ha sido fea, y porque ahora se ve olvidada sin que nadie le haga caso, ¿y en qué se mete ella? Es mucha desvergüenza que no tenga á bien que yo te vista como se me antoje. Te confieso que me diste mucha pena cuando te ví correr á hablarla tan desalada. Porque esa muger me aborrece, y siempre ha estado envidiosa de mí: siempre me ha querido gobernar. Pero después de la muerte de mi marido yo he sabido tenerla á raya: si yo la hubiera dado entrada, hubiera querido gobernarnos á tí y á mí, pero la he sacudido, cerrándola la puerta de mi casa. Bien se que se ha irritado mucho, ¿pero qué me importa? Jamas hubiera consentido en que te asearas, ni en que nos divirtieramos.

¿Tú le has cerrado la puerta de tu casa? le pregunta Paulina sorprendida. -Sin duda, y sin eso no nos hubiera dejado sosegar. -¿Qué me dices Felipa? -La verdad, ¿pero porqué lo sientes tanto? ¿Qué es lo que te puede afligir? Si pierdes una amiga regañona, difícil y severa, ¿no tienes en mí otra que no piensa mas que en darte gusto? Me parece que no has perdido nada en el trueque, y despues de lo que hago por tí,   —102→   me da mucho pesar que no te contentes conmigo, y qué sientas tanto perder una muger que es mi enemiga, y que no hiciera mas que incomodarnos. Gocemos, pues que Dios nos las da, de las comodidades que tenemos, y que tanto lastiman los ojos envidiosos de Tomasa; y te pido, Paulina mia, que si otra vez te encuentras con ella no la hables, que hagas como que no la ves. Tú me debes esta condescendencia, y yo la exijo de tu amistad.

Paulina no se atrevió á replicarle por entónces, pero quedó muy triste, y toda la noche la pasó agitada con diferentes reflexiones. ¿Porqué Felipa le habia asegurado siempre que su cuñada estaba ausente? ¿Porqué la aborrecia tanto? Miéntras vivia Cano no se buscaban, pero ella habia visto que vivian bien. ¿Porqué ahora tanta oposicion de humores? ¿Cómo era posible que Tomasa, que era tan buena, y la queria tanto, pudiera oponerse á cosas que podian serle útiles? ¿Cómo Felipa llamaba regañona, difícil y envidiosa á Tomasa, cuando ella sabia que era una muger dulce, indulgente y cariñosa? Todo esto le parecia tan difícil de conciliar, que Paulina, á pesar de su candor, empezó á sospechar algun misterio en la conducta de Felipa. Esta idea le inspiró desconfianza, y una especie de temor: con todo, le pareció que era preciso dar á Felipa una prueba de deferencia, si la ocasion se presentaba.

Pero no le fué posible sosegar su interior, y quedarse en esta duda. Le parecia haber visto en los ojos de Tomasa una especie de desprecio, y aun de indignacion. Es pues necesario, se decía, que le hayan contado alguna cosa contra mí, y que me hayan puesto mal con ella. La primera idea que le ocurrió, fué que quizas le habrian dicho que ella fomentaba la desunion entre las dos cuñadas. Este pensamiento se apoderó de su espíritu. No dudó que esta era la causa del enfado de Tomasa, y como Paulina no estaba acostumbrada á moderar el ímpetu de sus movimientos, esperó el dia con impaciencia. Se puso una basquiña y mantilla, deja á Felipa en su cama, y habiendo sabido de una criada donde vivia Tomasa, corre á buscarla.

Tomasa sorprendida con una visita que no esperaba, la pregunta qué es lo que la trae. Paulina la responde, que el asunto mas importante de su vida. Yo vengo á ver, le dice, si la amiga de mi corazon, si la tierna y generosa amiga, que era tan sensible á mis desgracias, cuyo corazon estaba siempre abierto á mis penas, y cuya mano enjugaba mis lágrimas, ha perdido enteramente la memoria. Vengo á saber ¿porqué ayer   —103→   me ha afligido y tratado tan mal? ¿Porqué ha dejado de quererme? Vengo á saber ¿qué es lo que he hecho para desmerecer su amistad? Yo me quejaba ántes de su descuido, de su olvido, ahora tengo que quejarme tambien de su injusticia: ¿cómo es posible que Tomasa se haya mudado tanto? Y tomándola entre sus brazos, la decia con la espresion mas afectuosa: esplícame ¿cuál es mi culpa, y porqué te enfadas de la feliz situación en que me veo?

¡Tú llamas, Paulina, feliz tu situacion! ¡Pobre Paulina! Una palabra sola bastaria para desengañarte, y hacerte ver la reputacion que tienes en el mundo: pero es inútil que yo te la pronuncie, y pues estás tan bien hallada con esa situacion, ¿á qué vienes aquí? No me hagas hablar. Ya te he dicho bastante para que me entiendas. -¿Pero cuál es mi delito? Porque me hablas con esa sequedad? ¿Qué hago que merezca tu enojo? -Esas preguntas me espantan y confunden: ¿Tú te atreves á preguntármelo tan desentendida, con ese tono tan sereno? ¿Tú quieres que yo ensucie mis labios con horrores tan indecentes y repugnantes? Alejándote de la virtud, has perdido hasta su memoria, ¿y no te queda la menor idea de pudor? Pero ya veo que bajas los ojos, y que los colores se te asoman. Al fin, un resto de vergüenza te queda todavía. ¿Cómo has podido sacudirla de tu corazon?

Yo me avergüenzo de tus palabras, y no de mis delitos. Yo soy la misma que era, y nadie puede baldonarme nada. Tú me acusas de haberme alejado de la virtud, y de haber perdido hasta la idea. ¿Quién te lo ha dicho? ¿Porqué me acusas con tanta dureza? -Yo no te hubiera creido capaz de una firmeza tan desvergonzada, y te pido que acabemos esta conversacion, porque temo que me obligues á decirte la impresion que tu conducta me produce. ¡Ay Paulina, Paulina! ¡Qué diferente estás de lo que te dejé! Es desgracia perder la virtud, pero es infamia no avergonzarse, y hacer gala del propio deshonor. Tú se lo has sacrificado todo á la riqueza, pues ni siquiera te ha dejado decencia para correrte del estado vergonzoso á que te ha conducido.

Aquí Paulina no pudo mas, y deshaciéndose en dos fuentes de llanto, le dice con una voz alterada y compungida. ¡Qué! ¡Tomasa, la buena, la indulgente Tomasa, me trata con esta indignidad! ¡Me dice que mi estado es vergonzoso! ¡Que ni siquiera tengo decencia, y que la he sacrificado á la riqueza! ¿Qué quiere decir todo eso? ¿Qué es pues lo que he hecho? ¿Cuando? ¿Cómo? ¿En qué ocasion? ¿Qué mas pudiera decir á la mas   —104→   vil de las mugeres? ¿Pues qué me tienes por alguna infame? ¿Me quieres dar á entender que he cometido los mayores delitos?

Tomasa conmovida con las lágrimas de una jóven que habia querido tanto, no pudo escitar su dolor sin sentirlo. Su indulgencia natural la inclinaba á disculparla, y echar toda la culpa á su cuñada: pero aunque hubiese sido la seductora de una jóven crédula y fácil de ser engañada, siempre habia habido de la parte de esta consentimiento, y ahora creia ver en ella osadía y descaro. Se quedó un rato pensativa, y despues tomando la mano de Paulina, la dijo con resolucion: dime la verdad, y respóndeme sin titubear: ¿porqué no has respondido á mis cartas? ¿Porqué cuando mi hermano estaba enfermo, y te escribí ofreciéndote en mi casa un asilo decente y agradable, no quisíste admitirlo? Y en fin ¿porqué me hicíste escribir, que no necesitabas de nada, y que no me inquietara de tu conducta?

Paulina no pudo oir estas preguntas sin asombro; pero al fin procuró satisfacerlas todas, y en sus respuestas le descubrió que léjos de haber recibido sus cartas, se quejaba de su ninguna correspondencia. Esto bastó para hacer comprender á Tomasa, que las habian interceptado, y que habian engañado a Paulina, y por todos los otros discursos no pudo dudar que Felipa estaba de inteligencia con el Marques, y que ambos habian contribuido á su seduccion. Este descubrimiento no le quitó su pena, pues aunque no dudase que Paulina habia sido conducida, era cierto siempre que su comercio con el Marques subsistia. Así volviendo á ella, le dijo: veo Paulina, que las dos hemos sido engañadas. Dos pérfidos se han burlado de mi poca malicia, y de tu simple credulidad.

Sin duda han ocultado nuestras cartas, para cortar nuestra correspondencia. Pero ¿de qué sirve conocer esto, si el daño ya está hecho, y no es esto lo peor, sino que tú pareces contenta y te tienes por dichosa? Desde que te estás en esta disposicion no comprendo ¿por qué vienes á verme? Yo no puedo esperar volverte á tus antiguos principios. La que una vez ha gustado de las dulzuras de la opulencia, no se priva de ellas fácilmente. Tampoco tendrás valor para abandonar tu pérfido Marqués, para restituirle sus dones interesados, y huir de este hombre vil, y despreciarlo. -Pero ¿porqué huirlo ni despreciarlo? Tomasa, el Marques no merece los nombres que le das. Es hombre de bien, muy buen cristiano, y cuando le conozcas, le estimarás, y le verás con otros ojos.

  —105→  

Tomasa se quedó espantada con este discurso, y le volvió á decir: Paulina, tú me aturdes, y no puedo entenderte. ¿No recibes las visitas de este hombre? ¿No viene todos los dias á tu casa? ¿No estás á solas con él la mayor parte de tu vida? ¿No es verdad que le amas con delirio, pues no quieres dejar un comercio tan vergonzoso, y que te deshonra? Si la sola idea de separarte de él te amotina y aflige, si á la primera palabra que te digo me respondes con un grito de dolor, es claro que le amas, que gustas de él, y que no piensas en dejar su amistad. Y si esto es, ¿á qué vienes? ¿Pretendes justificar conmigo tu indecente conducta, ó esperas que yo la apruebe? Ya me conoces: tú no conseguirás lo primero, y yo moriré ántes de lo segundo. ¿A qué vienes pues? ¿Qué es lo que quieres de mí?

Paulina siempre inocente, y sin la menor idea de malicia, la vuelve á decir atónita: tú me dices que la amistad del Marques me deshonra. Yo no creia que la amistad pudiese deshonrar jamas. Yo no creia eso mas que del impuro amor. Sin duda que viene todos los dias á mi casa, que está á solas conmigo; pero ¿cómo no ha de estar á solas, si ninguna otra persona me viene á ver, si él es mi único amigo, mi único conocimiento? Ya sabes que yo me he criado en un retiro, sin tratar ni conocer á nadie, acostumbrada á ocuparme siempre, no sentia la necesidad de divertirme, ni el deseo de tener amistades. Felipa tenia otro gusto, amaba mucho las diversiones y las gentes; pero desde el dia en que tuvo la grande herencia que la ha hecho tan rica, no ha pensado mas que en vivir conmigo, y desde entonces... -¿Cuál es la herencia de Felipa? -¿Y cómo lo ignoras? Entónces le repite la historia que Felipa la habia fingido. Sin apercibirse de la sorpresa de Tomasa, continúa: tú me das en cara con la amistad del Marques; pero si tú le conocieras, tú le amaras, como yo lo amo. Sin duda, que la idea de huirle, de no verle, de despreciarle, me repugna y me lastima el corazon, porque se ha entablado entre nosotros una dulce confianza, una deliciosa intimidad, que hace toda mi dicha, y creo tambien que hace la suya. Te confieso que su presencia me causa un embeleso, que leo tambien en sus ojos que está contento: pero todo esto es un instinto secreto de nuestros corazones. Yo le miro, unas veces como el hombre con quien el cielo me suple la falta de un padre, que no he podido conocer; otras veces me parece un hermano, que me quiere, que yo amo, y otras un amigo tierno que Dios me da para que me sirva de apoyo en este mundo. ¿Y tú quieres que yo sea tan ingrata, tan feroz, tan desalmada que huya, desprecie y trate mal á un hombre   —106→   que me hace tanto bien, y que no pretende de mí mas que sentimientos puros y nobles?

Cuando Tomasa oyó este discurso dicho por la sincera Paulina, le rayó una luz de esperanza, y creyó que todavía podia estar inocente. Levanta las manos al cielo, y con voz entre tímida y consolada, la dice: querida Paulina, ¿será verdad...? ¿Es posible que el cielo te haya sostenido, y que conserves todavía tu inocencia? En el delirio de su alegría la toma entre sus brazos, la aprieta contra su pecho, y se decia á sí misma. No, si el amor de Paulina fuera delincuente, no lo confesara con tanta libertad. Puede ser que hasta ahora no la han hallado bastante pervertida, y esperan á que lo este mas para corromperla. Quiza el cielo me la envía todavía á tiempo para preservarla.

Desde entónces mudando de tono, y dejando la severidad, empezó á preguntarla con dulzura, y á fuerza de preguntas y respuestas llegáron á entenderse. La conducta del Marques asombraba á Tomasa, pero no se fiaba. Entónces esplicó á Paulina sus temores y desconfianzas, y la ingenua Paulina se asombró mas cuando supo el precipicio á que su conducta podia conducirla. ¡Qué! decia, ¡es posible que atenciones tan delicadas y tiernas, que tantos beneficios derramados sobre mí con tanta profusion y secreto, no tengan mas objeto que quitarme un bien, que todas las grandezas y riquezas del mundo no me pudieran reparar! No, mi Marques no es capaz de esta iniquidad.

Pero Tomasa entró en largas conversaciones con ella, le abrió los ojos, y la descubrió su peligro. La dijo que los hombres eran muy pérfidos, muy astutos, y que disimulaban largo tiempo para conseguir sus malos instintos. -No, no compares a esos malvados con mi Marques. No, no le atribuyas tan malas intenciones. Yo apostaré mi vida que jamas ha pensado en seducirme, que su buen corazon no quisiera hacerme despreciable y desdichada, y que su aficion es tan pura como la mia. Ay, Tomasa, si le vieras... si le hablaras. -Pues bien, si quieres yo le veré, y le hablaré. Yo deseo que su amistad sea tan desinteresada y pura como dices. Pero cuando lo fuera, ¿quién lo querrá creer? ¿Cómo podrá justificar su imprudencia? ¿Porqué te hace vivir en una casa que él paga? No es esto decir que dependes de él? ¿Y porqué te tiene tan encerrada sin que nadie te vea? ¿No es dar á entender que vives para él solo? Es verdad que te ocultaba sus dádivas; ¿pero puede ocultarlas á los otros? Todos saben que Felipa no tiene nada, y sus antiguas   —107→   amigas, de quienes se ha retirado, viéndola con tanto tren, se han informado de todo, y no hacen otra cosa, que hablar contra ella, y contra tí.

Despues de esto los amigos del Marques y sus parientes no pueden dejar de saber lo que hace. Tus criados y los suyos lo ven, y dirán que todo el dia está encerrado contigo. De aquí ya puedes discurrir cuántas ideas malignas y groseras correrán; y cuánto la malicia y la envidia añadirán á la verdad. Ya has visto que este rumor ha llegado hasta mí, y que yo que te conozco mejor, te creia culpada, discurre lo que pensarán los demas. En fin, Paulina, tú dices que el Marques es tu amigo, y yo digo que no lo es; porque el hombre que prefiere su entretenimiento, su diversion y sus placeres á nuestra reputacion, no es ciertamente nuestro amigo: su amistad no es pura, pues... ¡Pero tú lloras, tú te agitas, y ni siquiera me escuchas!

Demasiado te escucho, Tomasa, y no quisiera entenderte tanto. Tú acabas de quitarme la paz del alma, tú acabas de destruir toda la felicidad de mi vida. ¿Porqué me has arrancado mi agradable ilusion? Y ocultando su cara inundada en llanto en el seno de su amiga, la decia con sollozos: perdóname, Tomasa, perdona la violencia de mi dolor: no me es posible contenerla. Conozco que tienes razon, y no puedo dejar de agradecer tu buena voluntad: ¡pero tú me haces ver una luz tan funesta, tan triste, y mi error me hacia tan dichosa! ¡Ah! ¡qué yo aborrezco al mundo, sus usos, su malicia, y sus injustas y odiosas censuras! Pero ¿qué me importa ese mundo en que no vivo? ¿He de sacrificar toda mi felicidad á sus malignas intenciones? ¿Qué me importan sus juicios falsos y temerarios, cuando estoy inocente, y mi corazon no me condena en nada?

Tú me afliges, Paulina, le volvió Tomasa á decir, porque veo que quieres con demasía á tu Marques: pero ¿porqué te acongoja tanto? ¿Porqué todos esos lamentos y despechos? ¿Tú eres libre, tú eres dueño de tí misma? yo no tengo ni autoridad ni derecho para darte ninguna sujecion: yo no tengo medios para privarte de esa felicidad que tanto estimas: has cuenta que no te he dicho nada: olvida que me has visto: pierde hasta la memoria de mi amistad, y de mis inútiles esfuerzos: anda á consolarte con esa vil muger, que contribuye á tu felicidad pasagera; pero no te quejes de mí: yo no he podido dispensarme de hacer lo que la amistad, la Religion y la conciencia me imponen. Cuando abras los ojos agradecerás mi celo, y entónces te quejarás de esa muger inconsiderada, que es la verdadera causa de tus penas, y quiera Dios que no lo sea de tu vergüenza y tus remordimientos.

  —108→  

¡Ay, Tomasa! tú me destrozas el alma: ¡qué amargura viertes en mi corazon! ¡Tú temes que yo llegue á la vergüenza y los remordimientos! ¡Tanto desprecias á tu pobre amiga! No te ofendas de mis quejas: yo soy débil, y quizás injusta; pero escúsame, porque el dolor me oprime, me abate, y estoy fuera de mí. Tú me has hecho sentir, que aunque mi conducta sea pura, debo respetar mi reputacion: que esa muger recibe los dones del Marques, y me os oculta, y que todos tienen razon de pensar mal de mí. No me propongas pues que yo vuelva con ella, y yo no quiero fiarme en adelante mas que en tus luces, tus consejos y tu amistad. Yo no siento perder la comodidad con que vivia, ni la fortuna que esta muger me procuraba. Yo la recibia sin ardor, y sólo por darla gusto.

Pero, Tomasa mia ¿cómo es posible abandonar á este querido amigo? ¿A este amigo tan tierno, tan sincero, y que hasta ahora ha sido tan desinteresado? ¿A este amigo generoso, que me llenaba de bienes, con la delicadeza de ocultarme su mano, y sin exigir nada de mi gratitud? ¿A este amigo tan amable y tan querido, tan digno de mi amistad y mi correspondencia que me habia acostumbrado á la dulzura de verle, de hablarle, y estar siempre conmigo? ¿Podré tener valor para afligirle, inquietarle, huirle, dejarle duramente y causarle los mismos tormentos que yo siento?

¿Y quién te dice nada de eso, Paulina? Al contrario, debes verle, hablarle, esplicarte con él, y hacerle sentir la necesidad en que estás de separarte de una muger de tan mala reputacion: tú le dirás que no lo sabias; pero que estando ahora mejor instruida, no puedes vivir mas con ella, sin peligro de la tuya propia, y entónces podrás recibir las visitas del Marques, sin necesidad de perder las dulzuras de su inocente amistad; porque entónces ya no vivirás de sus beneficios, y retirándote á un convento, ó en cualquier otro retiro decente, nadie puede quitarte el consuelo de cultivar una amistad, que es tan dulce para tu corazon. Yo creo pues que debes escribirle al instante, pidiéndole que venga aquí. En la primera conversacion yo conoceré sus intenciones, y si son buenas, no desaprobará mis consejos; pero despues de todo, si no le gustan, tú serás siempre dueña de hacer lo que te parezca.

Vamos, responde Paulina. -Pues la virtud y mi reputacion exigen este sacrificio, yo estoy pronta á todo: toma una pluma, y con la mano trémula escribe este papel. «Acabo de saber lo que es, y la reputacion que tiene Felipa entre las personas virtuosas.   —109→   Yo no volvere pues á casa de esa muger. Se me ha hecho ver tambien, que vos que despues de un año veo con tanto placer, que estimo y amo tanto, podeis ser un hombre pérfido, y tener malas intenciones: yo no lo puedo creer. Si esto no es verdad, y si podeis justificaros con una muger respetable, que es mi antigua y verdadera amiga, venid á casa de Tomasa donde estoy. Yo os aguardo en ella con impaciencia, y espero hallaros digno de todo el amor que os tengo». Al instante el Marques obedece, y se presenta á Tomasa con aquella serenidad que inspira la certidumbre de no haber violado las leyes del honor.

Se sorprende de hallarla sola, porque Paulina sintiéndole venir se habia retirado á otra pieza desde donde podia oirlo todo; y esta fué la primera vez que la persona del Marques la produjo una sensacion mezclada de inquietud. Sintió que temia su presencia, y que deseaba esconderle los movimientos de su corazon. Desde que Tomasa echó la vista sobre el Marques, no estrañó que una presencia tan agradable hubiera hecho una impresion tan fuerte sobre una jóven sin malicia, que no sabia el riesgo de las pasiones, y que estaba acostumbrada á no seguir mas que las inspiraciones de su propio gusto. Le admiró, y deseaba que su natural y sus costumbres correspondiesen á tan amable esterior. Despues que le hizo sentar, le dijo así.

Vos extrañaréis, señor, que sin autoridad ni derecho yo pretenda forzaros á una confianza, que quiera penetrar vuestros secretos, y os pida la esplicacion de una conducta, que no puede ser justificada sino por algun motivo secreto; pero el interes que me ha inspirado Paulina por haberla criado, y porque la amo con todo mi corazon, me autorizan á este atrevimiento. Dignaos pues de decirme cuáles son vuestras intenciones. -En verdad, señora, que no me es posible satisfaceros, porque yo mismo no lo sé, y lo único que puedo responderos es, que no tengo ninguna. No concebiréis jamas cuánto me embarazais con una pregunta, que me he hecho mil veces á mí mismo, sin poder jamas satisfacerme. El único sentimiento que hallo en mi corazon es desear la felicidad y el bien estar de Paulina. Me he ocupado en los medios de hacerla dichosa. Esto es todo lo que sé de mí, y no me conozco otras intenciones. Me atreveré yo á preguntaros ¿si hallais en mi conducta algo que os parezca ménos decente, y que sea digno de vuestra desaprobacion?

Siento mucho, señor Marques: sí, siento mucho que un hombre como vos pregunte si su conducta es digna de censura,   —110→   cuando espone la reputacion de una pobre muchacha, que no tiene mas bienes que su honor. Decidme, señor, ¿quién os ha dado el derecho de separarla de mí, de privarla de mis consejos, y de inducirla á dejar un estado pobre, pero tranquilo y honrado, para hacerla gozar de las dulzuras de una opulencia pasagera? Vos la habeis acostumbrado á gozar de ella, y la esponeis á que por continuarla, sacrifique la honestidad de sus costumbres. ¡Qué! ¿vos no os baldonais nada, cuando os habeis divertido en inspirarla una pasion, que la pondrá en la triste necesidad de ser culpada, ó infeliz?

Confieso, Señora, que vuestra reflexion me turba y aflige: confieso que la merezco, y que me la he hecho muchas veces á mí mismo. Reconozco que en la situacion de Paulina y la mia, yo no debia ni dejar tomar fuerzas á mi inclinacion, ni fomentar en ella una pasion que no podia ser feliz, sin que alguno de los dos no hiciese al otro grandes sacrificios. Quizas hubiera sido mas prudente cortar el hilo de una peligrosa amistad; pero despues de todo, yo no he intentado seducirla: yo no la he engañado ni con falsas promesas, ni con lisongeras esperanzas: yo no he abusado de su ingenua credulidad, y léjos de encenderla en discursos de amor, ni siquiera me he permitido declararla mis sentimientos. Yo estaba satisfecho con el placer de amarla. No tenia otro deseo que servirla, y gozaba de una felicidad superior á cuanto el mundo puede presentarme. Me perece tambien que Paulina estaba contenta. ¡Ay, Señora! ¡qué mal nos habeis hecho con las funestas luces que la habeis dado!

Tomasa, porque no creyera que un celo curioso é indiscreto la hicieran tomar tanta parte en este asunto, le contó el encuentro que habia tenido con Paulina el dia precedente, y no le ocultó nada de lo que habia pasado entre las dos; pero el Marques la dijo: yo consiento, Señora, en que sepais todos mis secretos. No os disputo vuestro derecho sobre una persona que habeis criado; pero nunca sabréis, que yo haya intentado con ella nada que ofendiera su honor. Yo os diré mas: que habiendo jugado en el ejército, hice ganancias considerables; que me propuse entónces destinárselas á Paulina, y que las tengo ya puestas en su nombre en poder del mismo sugeto, en quien vos habeis puesto sus primeros fondos, sin que tuviese otra intencion, que asegurarla una existencia honrada. Yo me decia á mí mismo, pues que tantos hacen estas liberalidades en favor de la bajeza del vicio, ¿porqué no lo haré yo por la hermosura pobre, pero modesta y virtuosa? Ve aquí los motivos que me han determinado, y ya podeis ver si es justo que   —111→   se diga á Paulina, que yo puedo ser pérfido, y tener malas intenciones.

Tomasa se quedó pensativa. La noble franqueza del Marques, su generosidad en amor tan tierno y tan desinteresado, le parecian una cosa nueva; y aunque ella hubiese visto mucho mundo, la parecia no tener idea de semejante ejemplo. Ya empezaba á mirar al amigo de Paulina con una especie de veneracion; pero queriendo probarlo para asegurarse mas, si aquel sentimiento tan raro era verdadero, se vuelve á él, y le dice: respondédme, Señor: ¿Dejareis disfrutar a Paulina de vuestros beneficios en el convento adonde pienso llevarla esta noche? -Al instante le responde el Marques, no digo en el convento sino fuera de España, en el fin del mundo, donde quisiere. Yo no deseo mas que su bien estar: yo no pretendo sujetarla á nada. No, Señora; Paulina es libre, independiente, y yo me viera con horror, si por tan frívolos beneficios me imaginara el menor derecho sobre ella.

Entónces Tomasa se levanta con viveza, corre al gabinete, toma á Paulína por la mano, y trayéndola hacia el Marques la dice: da gracias á tu amable y generoso protector. Ahora te digo que no debes avergonzarte de sus beneficios, ni tienes que temer de un hombre de tan noble carácter. Los dones de una amistad tan desinteresada y decorosa, no envilecen, y trata de merecer con una gratitud constante y viva el amigo que te ha dado la bondad del cielo. Paulina, que lo habia escuchado todo en su retiro, y que estaba penetrada de amor y de ternura, no pudo pronunciar una palabra, y por largo tiempo las lágrimas fuéron la única espresion de su alma; pero al fin el Marques con un tono tierno y afectuoso la dijo: ¿porqué lloras, Paulina? ¿Sientes alguna repugnancia al asilo que se te5 propone?

Ay, señor, le respondió: yo no puedo sentir repugnancia para lo que aprobais. Yo seguiré los consejos de Tomasa, y obedeceré á todo lo que me mandeis. -¿Lo qué yo os mande? ¿Cómo me hablas con ese estilo? Yo no puedo ni quiero mandarte nada, y me causa mucha pena oírtelo decir. Luego volviéndose á Tomasa, la dijo con un tono enternecido, y casi triste: yo os suplico, señora, que pidais á vuestra amiga, que me trate con mas confianza. Paulina le tendió la mano, quiso responderle, y no pudo, porque le parecia que pues iba al convento, no volveria á ver al Marques. Este temor la ataba la lengua, y el Marques lo conoció por algunas palabras interrumpidas   —112→   que se le escapáron. Su corazon se sintió movido, y lleno de ternura: la tomó la mano, y apretándola dulcemente se la besó. Despues la dijo: enjuga tu llanto, yo iré á visitarte, levanta ahora esos hermosos ojos sobre dos personas que te aman verdaderamente, y son tus fieles amigos. Que yo tenga el gusto de mostrar á los de tu amiga, que no he permitido á mis deseos nada que te obligue á bajar los tuyos en su presencia.

Tomasa por su lado procuró tambien consolar á Paulina, y entre ella y el Marques tomáron todas las disposiciones para que pudiese ir al convento, y que estuviera en él con la mayor comodidad posible. El Marques se encargó de enviarla al instante su criada, y le ahorró la pena de advertir á Felipa de su repentina separacion. Tomasa consintió en recibir en su casa los mas preciosos muebles de Paulina, para hacérselos pasar al convento, y tambien encargarse de cobrar sus rentas, cuyos títulos prometió el Marques remitirla.

El Marques contribuyendo tanto á todas estas disposiciones, no se pudo disimular, que iba á perder la libertad que tenia ántes de verla á todas las horas del dia; y aunque se esforzaba á parecer tranquilo, como su carácter franco estaba poco acostumbrado á disfrazar los sentimientos de su alma, sus ojos descubrian la agitacion de una pasion inquieta y poco satisfecha. Tomó las manos de Paulina, y mirándola con la espresion de la mas viva ternura, la dijo con las lágrimas asomadas: querida amiga, no te olvides jamas de un hombre que ha pasado tanto tiempo á tu lado, y que ha sabido reprimir un ardor, que podia hallar muchas disculpas. Ya sabes que te amo; pero me es muy dulce repetírtelo. Sí, yo te amo, y me ha costado mucho callártelo tanto tiempo; pero ahora siento un placer inesplicable, porque te he respetado.

Mira Paulina, por lo mismo que mis deseos eran muy vivos, por lo mismo que tu inesperiencia, tu ingenuidad, y la ternura de tu corazon me prometian una conquista segura, por lo mismo mi alma está ahora ufana de haber conseguido una victoria tan difícil sobre la violencia de mi inclinacion, y si tú crees deber alguna recompensa á tan penoso sacrificio, solo te pido que me concedas una gracia, y es que no te aflijas, que yo vea disipar tu tristeza, y que no pueda advertir en esos ojos tan amables mas señales de lágrimas. Tú sabes, amiga mia, que toda mi felicidad consiste en saber que eres feliz; y diciendo esto, sin esperar respuesta, se levantó, se despidió de   —113→   Tomasa, y cuando ya estaba cerca de la puerta, se volvió para preguntarla con un aire tímido, si le daba licencia para volver á verla. Tomasa que era dulce, cortes y virtuosa sin rudeza, desdeñaba la severidad muchas veces afectada, y siempre violenta, que hace á la virtud incómoda mas que respetable, le pareció que no debia privarle de la vista de Paulina, y le respondió con tono muy comedido, que le haria placer con sus visitas.

Cuando llegó la hora de comer, Paulina no quiso ir á la mesa; diciendo que no tenia gana. Tomasa no quiso importunarla; pero habiéndola visto abatida, llorosa, con la cabeza baja, y tapándose la cara con un pañuelo, mojado con su llanto, la dijo: pero Paulina, ¿qué motivo hay para tanta afliccion? ¿Qué es lo que puede ahora sacarte lágrimas tan amargas? -No lo sé, pero me siento el corazon tan oprimido: yo misma no me entiendo, porque yo no tenia ningun deseo, ni tampoco tenia esperanzas. Mi situacion me parecia la felicidad suprema: ella me bastaba para satisfacerme por entero, y no me daba lugar para desear otra cosa. Jamas esperé que el tiempo me pudiera dar otro bien del que gozaba; y con todo, Tomasa mia, me parece que lo he perdido todo.

Acuérdate, amiga, de las palabras que dijo el Marques, y que todavía me retumban en los oidos. Esta pasion no puede ser feliz sin que alguno de los dos haga grandes sacrificios al otro. Aquí se detuvo, suspiró y apartó los ojos por no encontrarse con los de Tomasa; pero despues saliendo de un silencio profundo, ocasionado por una fuerte distraccion, exclamó: ¡Ah, Marques! ¡Marques! No has menester hacer grandes sacrificios para que Paulina sea dichosa. Ella no los exigirá jamas, ni jamas deseará una felicidad que pudiera perjudicar á tu reposo ó á tu gloria. Ya he abierto los ojos, ya veo todo lo que nos separa; pero ¿porqué me cuesta tanta pena el desengaño de una esperanza que no tenia?

Las caricias de Tomasa, las visitas del Marques, el tiempo y la razon, disipáron un poco los disgustos de Paulina; pero su humor ántes tan alegre y festivo, se transformó en una dulce y habitual melancolía. Después de haber pasado algunos dias en casa de Tomasa, entró por fin en el convento. Allí encontró una celda cómoda y agradable, y en ella todas las atenciones de su amante, sobre todo, una pequeña librería en que habia libros devotos y curiosos, escogidos por el Marques, que le ofrecian una distraccion útil, y facilidad para adquirir conocimientos.   —114→   Volvió otra vez á tomar lecciones de música, y en especial se ejercitó en la pintura, que era su primer talento, y que se le habia hecho mas precioso, por la ocasion que le daba de multiplicar la imagen de su amigo. Aunque queria ocuparse en otros objetos, su imaginacion no la presentaba mas modelo que el que tenia en su corazon. Así sin quererlo, llenaba su cuarto de los retratos del Marques.

Tomasa iba á visitarla con frecuencia, y el Marques la acompañaba casi siempre, porque no se permitia ir á verla solo. El Marques desde el instante que se determinó á ponerla bajo la direccion de la virtuosa Tomasa, se resolvió seriamente á combatir su pasion. El se decia: ni yo puedo hacerla feliz, ni es posible que lo sea con ella. Seducido por mi inclinacion me he dejado llevar de mi gusto, y cada dia me hallo mas enamorado; ¿pero en qué puede parar esta pasion? ¿Puedo yo desposarme con ella sin echar por tierra todas las esperanzas de mi fortuna, sin perder la gracia de mi pariente el Ministro, que no podrá aprobar esta boda, y sin irritarle, viendo que la prefiero á la alianza ilustre y ventajosa que me propone con una familia distinguida? ¿Y qué será, si pierdo mi pleito? Uno de estos dias debe decidirse, y si la sentencia no me es favorable, y pierdo tambien el favor del Ministro, ¿qué será de mí? ¿Cómo podré mantenerla, y en vez de hacerla dichosa, no la haré sino indigente y miserable?

Estas reflexiones le afirmaban en el designio de resistir á su amor, y evitar todas las ocasiones que lo pudieran fomentar. Ensayaba sus fuerzas, y aunque le costaba mucha violencia, dejaba pasar muchos dias sin ir á verla, y sin escribirla; pero despues de mucho trabajo y sacrificios, le faltaba valor para sujetarse á tanta privacion, condenaba los motivos, se acusaba, y corria á verla con el ímpetu del furor. Allí se consolaba con el placer de mirarla, la contemplaba, y hallándola triste y abatida, á causa de sus ausencias, se moria de pena, se injuriaba á sí mismo, se trataba de cruel y se preguntaba: ¿cómo podia ser tan bárbaro para afligirla, y dar un movimiento de dolor á una alma tan sensible?

La tierna y modesta Paulina era muy diferente de ántes: ya habia perdido su natural y sencilla alegría: ya no tenia ni su sincero candor, ni su noble franqueza, y parecia tímida y desconfiada. No se atrevia pues á quejarse de las pocas visitas del Marques, se avergonzaba, se afligia, y procuraba esconder su afliccion; pero sus miradas lánguidas, sus tristes suspiros,   —115→   y sus preguntas inquietas descubrian lo que pasaba en su corazon, y el temor de no ser ya querida. El Marques desde que apercibia esta desconfianza, olvidando todos sus propósitos, no pensaba mas que en tranquilizarla, y entónces se abandonaba al gusto de hablarla de su amor. La recordaba aquellos dichosos tiempos en que se hablaban sin temor, sin que nada detuviese los ímpetus de su corazon, y en que pasaban juntos horas tan deliciosas. Y como si Paulina tuviera la culpa, la daba quejas de que hubiera ido á buscar luces funestas, que habian destruido su recíproca felicidad. ¿Porqué, le decia, has aprendido á temerme y desconfiarte de tí misma?

Paulina, movida con estos discursos, y enternecida con sus propias ideas, callaba, lloraba, y se afligia de haber perdido su antigua y feliz ignorancia. Así pasáron todo el invierno, sin que hubiese en su suerte novédad; pero habiendo llegado la primavera, el Marques se vió en la precision de ir á su regimiento. Los dos sintiéron mucho que se acercara esta indispensable separacion. Su despedida fué larga, tierna y acompañada de lágrimas; pero en vez de exortarse á quererse ménos, se repitiéron mil veces que se amarian siempre.

El Marques parte, y Paulina no pudiendo ya esperar su visita, empezó á disgustarse del convento. Hasta allí habia vivido gustosa, porque ó veia al Marques, ó le esperaba, y su esperanza le daba gusto y valor para ocuparse en los momentos de su ausencia con sus lecciones y demas ejercicios; pero desde que supo que no podia venir mas, su corazon se anocheció, las lecciones se le hiciéron molestas, y el convento insoportable. Entónces se volvió á acordar de la amenidad de Aranjuez, de sus sitios deliciosos, y de los largos y solitarios paseos que hacia, pensando siempre en el Marques, sin que nadie turbase la dulzura de sus meditaciones. Cuando venia Tomasa á verla, se quejaba de la importunidad con que se vivia en el convento, y del deseo que se sentia de ir al campo para vivir en soledad; pero Tomasa le cerraba la boca, diciéndola: tú no puedes ir al campo á vivir sola. Paulina sentia la fuerza de esta dificultad, aunque no le disgustaba ménos; pero el caso la hizo desaparecer por un suceso, que se debia á su buen corazon.

En el convento vivia retirada una señora, llamada Doña Angela, viuda de un hombre de distincion, que la habia dejado alguna fortuna; pero habiéndola confiado á un Negociante, éste hizo quiebra, y la dejó espuesta á la mayor miseria. Obligada de la necesidad tomó el partido de retirarse al mismo convento,   —116→   donde podia subsistir con ménos gasto, y estaba en él cuando Paulina vino. Doña Angela era muger de mucho talento, y de grande virtud, y Paulina no pudo dejar de sentir todo su mérito. Habiendo sabido su desgracia, el motivo porque vivia allí, y viendo la suma escasez de sus medios, no solo se la acercó, y trató con el respeto que se debe á la indigencia, sino la procuró aliviar, partiendo con ella todas las comodidades y dulzuras que su situacion la prometia. Doña Angela, honrada y sensible, agradecia mucho tantas finezas, y añadiendo la gratitud al mérito de Paulina, y á los sentimientos que inspiraba, se formó entre ellas una íntima amistad. Angela queria á Paulina con el amor de una madre tierna, y Paulina la miraba como una hija que la debia respeto por su edad, sus desgracias y sus virtudes.

Habia ya tiempo que Doña Angela padecia de ciertos humores melancólicos, que alteráron visiblemente su salud. Los médicos la aconsejáron que mudase de aire, y que fuese á buscarlo mas puro en la espaciosa circunferencia de los campos. Paulina se aprovechó de esta circunstancia para ofrecerse á acompañarla; y Doña Angela se transportó de gozo con esta oferta. Tomasa que estaba para hacer otro viage indispensable á casa de su amiga, no se opuso á este proyecto, pero exigió de Paulina la palabra de que no esperaria la vuelta del Marques para volver al convento, diciéndola, que ni era decente, ni gustaria al Marques encontrarla en el mundo, y en una soledad con una muger, que aunque virtuosa y prudente, no le era conocida. Paulina se la dió, asegurándola que no tardaría en volver.

Tomasa se va, y poco despues las dos amigas parten para el lugar en que Doña Angela debia restablecer su salud. Como cada dia su amistad se fortificaba con el recíproco conocimiento de sus escelentes calidades, la confianza se estableció entre ellas de manera, que Paulina la contó toda su historia con el Marques, la leyó la carta en que le daba cuenta de la salida del convento para tenerla compañía, y todas las respuestas que recibia del Marques. Esta confianza desahogó mucho el corazon de Paulina, por que la dió ocasion de hablar continuamente á Doña Angela de su amor, de las obligaciones que tenia á este hombre incomparable, de su gratitud, de su ternura, del consuelo que sentia cuando pensaba ó hablaba de su mérito, y en fin, se lo pintaba como el hombre mas cumplido y perfecto, y esta era la única ocupacion agradable de Paulina.

  —117→  

La prudente Doña Angela veia en sus espresiones la evidencia de su pasion, y no dejaba de inquietarse, porque comparando el estado del Marques con el de su apasionada amiga, preveia fatales consecuencias. Temiendo afligirla demasiado, se contentaba con decirla: ¿pero en qué puede parar este amor tan vivo? ¿Cuáles son tus esperanzas? Entónces Paulina interrumpia la efusion de su alma con lamentos y suspiros, y le confesaba que no tenia ninguna. Doña Angela le daba consejos cuerdos y cristianos, que ella escuchaba con dulzura y moderacion. Léjos de rechazarlos ó amotinarse contra ellos, la respondia que decia bien, que sus razones eran buenas; pero tambien la dejaba ver que no la persuadian, y que nada en el mundo la haria olvidar al Marques ni perder el consuelo de amar y ser amada de un hombre de su mérito.

En esto el Marques la escribe que está para volver á Madrid, y Paulina se acuerda de la palabra que habia dado a Tomasa. Ya pensaba en volverse al convento, cuando recibe otra carta del Marques, en que le dice, que pues su buena suerte ha permitido que ella esté en la casa del lugar, en que habita con su amiga, al tiempo que él debe llegar, la suplica que se mantenga en ella, para que él pueda gozar del gusto de verla y hablarla mas tiempo, y con mas libertad: que ya le conoce, y que debe estar segura de que no abusará de esta gracia: que en cuanto al qué dirán, la presencia de Doña Angela debe bastarla para tranquilizarla y despreciar las críticas que pudieran hacer los malignos. La misma súplica la repite en muchas cartas posteriores y consecutivas, y se lo pide con tanto ardor, como si toda su felicidad dependiera de esta gracia.

La débil Paulina no tuvo valor para negar un favor pedido con tanta instancia, y decia á Doña Angela: yo se lo debo todo, ¿y no haré por él lo único que me pide? ¿Seré tan ingrata que resista á su único deseo? Si resistiera, lo sentiria, ¿y me toca á mí el afligirle? ¿No debo darle gusto en todo lo que me permite el honor? ¿Porqué por el injusto temor de que no digan, le negaré yo la dulzura de obedecerle, y le daré el pesar de resistirle? Yo no tengo nada que temer. Yo conozco su moderacion y su virtud; fuera de esto, vos, Doña Angela, si fuera menester, vos me sostuviérais contra él y contra mí misma. Vos os dignaréis de mírarme como hija, y de tratarme como una madre tierna y vigilante. Vos no os apartaréis un instante de mí: vos seréis testigo de toda mi conducta: vos me justificaréis con Tomasa, y cuando ella y   —118→   vos, que sois mis únicas amigas, esteis seguras de mi honradez, ¿qué me importa lo demas del mundo? Vuestra estimacion es lo único que necesita para mi tranquilidad. Doña Angela no aprobaba estos discursos, y dijo cuanto pudo á Paulina, para que mudara de resolucion, haciéndola ver que no era cuerdo, ni decente que esperase allí al Marques, y que viviese con él en la misma casa; pero no la pudo determinar, y el Marques tuvo el gusto de hallarla en el lugar, y de saber que debia esta condescendencia á sus instancias.

Muchos dias pasó con ella, sin mas deseos que gozar de la felicidad de verla; pero es difícil que el amor, cuando se ha llegado á declarar, pueda contenerse en los límites de la amistad. Desde que un gusto se satisface, otro comienza. Los deseos se multiplican, las ideas se estienden, un favor recibido escita á pedir otro mayor. El espacio que parecia inmenso, desde el primer punto hasta el último, poco á poco se disminuye, y al fin el pensamiento se abanza hasta el objeto, que no se atrevia ántes á entrever. El Marques insensiblemente se fué mudando, hasta mostrarse con mal humor. La presencia continua de Doña Angela, que no se separaba un instante de Paulina, empezó á causarle sujecion. El cuidado que ponia en no dejar sola á su amiga, se le hizo insoportable, y no podia su semblante esconder este disgusto.

¿Qué necesidad tiene esta muger, decia á Paulina, de no dejarte nunca de la vista? ¿Eres tú la que la has pedido esta atencion? ¿Te desconfias de mí? Ya no me estimas, y me miras como un hombre vil, de quien se debe tener miedo. Si no ¿porqué tomas tantas precauciones contra mí? ¿porqué me muestras una desconfianza tan injuriosa? ¡Ay, Paulina, como te has mudado! Acuérdate de aquel tiempo feliz, en que tú corrías á encontrarme con una viveza tan llena de alegria: cuando te apoyabas sobre mi brazo, y nos paseábamos solos por los lugares mas solitarios, y ahora todo es temores, frialdad y reservas. No eres la misma, tu amistad no es tan tierna, y tu corazon no es tan ingenuo.

Estas quejas la traspasaban el alma, y la hacian deshacer en llanto. Peor fué cuando vió que nada calmaba la pena del Marques, y que cada dia parecia mas pálido y abatido. Su tierno corazon se asustó, temblando con el peligro de vida tan preciosa. Procuraba consolarle, pero él la respondia con triste acento, y con los ojos llorosos: no, no te inquietes, que presto no te volveré á importunar. Entónces empezó á   —119→   conocer y á arrepentirse de la condescendencia que habia tenido en esperarle en aquel lugar, y decia á Doña Angela: ahora veo lo mal que hice en no haberme vuelto al convento. Mi imprudencia ha irritado una pasion largo tiempo reprimida; pero entónces yo no conocia mas que sus alhagos, y ahora siento todas sus amarguras. Doña Angela, inquieta con el peligro de su amiga, la exorta á que vuelva al convento, y Paulina se determina. Parten pues un dia que el Marques habia ido á Madrid, y le deja una carta que decia así:

«¡Qué dolor me causa dar lugar á tus quejas! ¡Cuánto sufro de tus penas, y de atribuirme el infeliz estado en que te veo! ¿Cómo es posible que sea yo la que te aflija, cuando tu felicidad es el único deseo de mi corazon? ¿Porqué fatalidad necesitas ahora para ser feliz, de que se pierda una muger que tú respetabas otra vez? Mi reserva te ofende, pero ¿pudiera tratarte hoy con la familiaridad de mi antigua ignorancia? Ella era entónces mi escusa. Antes no te miraba mas que como un hermano muy querido. No conocia la diferencia de nuestras fortunas, ni la distancia de nuestro nacimiento, y nada podia contener los efectos de mi corazon. Yo no me he mudado, yo soy la misma; pero he sabido lo que ignoraba, y no te temo, sino me temo á mí misma. Soy jóven, te debo todo lo que soy, y te amo. Sí, Marques mio, te amo, te lo repito con placer, y no tengo vergüenza de amarte. Desde los primeros momentos que te conocí, te amé. Este amor ha crecido cada dia en mi corazon, y este sentimiento es el único que me hace amar la vida.

Tus beneficios podian hacer mi existencia ménos penosa; pero tu amor solo podia hacer mi felicidad. Yo no conocia otra, que la de pensar en tí, conservar tu amistad, y merecer la estimacion de mi único amigo y protector. No tenia otro deseo que verte, leer en tus ojos que mi presencia te causaba alegría; con esto solo yo era dichosa. ¿Porqué pues me han quitado una felicidad tan grande? ¿No me la pudieras volver, Marques mio? Pero ¡ay! yo siento que no me la puedes volver.

Me has dicho que presto no me volverás á importunar. ¡Qué cruel espresion! No me es posible sufrir la idea de ser causa de tus penas. Abandonando el lugar en que te veia con libertad, he obedecido á consejos prudentes; pero no es para huirte, ni para dejar de verte. Yo puedo hacerlo en el convento, y si tambien quieres absolutamente que deje este   —120→   asilo, tambien le dejaré, y someteré mi conducta entera á tu soberana decision. Por dar consuelo á tus disgustos, no hay nada á que no me disponga; pero yo interpelo tu generosidad».

El Marques leia con una emocion muy viva, y cuando acabó esclamó con lágrimas: ¿cómo he sido tan tirano que haya forzado á Paulina á escribirme así? ¡Qué ternura! ¡Qué bondad! ¡Qué alma tan noble y generosa! ¡Qué! Paulina adorable, ¿yo seria capaz de envilecerte, de abusar de tu amor, y engañar tu noble confianza? ¡Ah! no lo temas de tu amante, de tu amigo, del amigo que te respeta. Perezca el hombre injusto y cruel, que compra su felicidad á costa de una dulce y sensible criatura, y por un grosero y rápido placer la priva de la virtud y del honor. Al instante se pone á responderla. La agitacion de su alma no le permitió dar mucho órden á su papel; pero la daba gracias de sus espresiones. Se quejaba tiernamente de que pudiese temer sus intenciones. ¿Cómo has podido recelar, la decia, que tu amigo quisiera ser tu tirano? Y acababa por decirla, que iria á verla, y que la diria cosas que le costaba mucha pena decírselas.

Paulina estaba con Doña Angela cuando recibió este papel, le tomó temblando, y le tuvo en la mano largo tiempo sin abrirle. Una palidez mortal la cubria el semblante. Al fin le abre, y lágrimas de alegria se le inundan. Aquel papel consolador calmó sus inquietudes: mil veces le besó, y otras mil le estrechó contra su corazon, y decia con un tono de júbilo alborozado: perdóname, amigo. Yo no debía temerte; pero luego volviéndole á leer, se inquietó de lo que decia al fin, y preguntaba a Doña Angela: ¿qué será lo que tiene que decirme, y que le cuesta tanta pena? ¿Será que no quiere verme mas, que se va á separar de mí? Paulina esperó con impaciencia que el Marques viniera. Cada instante se le hacia un siglo, y su inquietud creció cuando vió que la noche habia llegado sin que pareciera; pero al otro día por la mañana recibió un nuevo papel del Marques de este tenor.

«¿Cómo tendré valor para escribirte? ¿Cómo podré anunciarte mi partida, los motivos de ella, y la necesidad de una separacion eterna entre nosotros? Sí, adorable Paulina, es menester separarnos, y que yo me despida de tí para siempre. El honor, la gratitud, la religión, y mi palabra, todo me esfuerza á sacrificio tan cruel. ¡Qué pena es para mí, que yo no sea dueño de mi mano! Ya he perdido toda esperanza... Pero ¡ay! ¿la he tenido jamas? No, jamas me he lisonjeado   —121→   con idea tan dulce. Mi culpa sola es haber dejado correr mi pasion sin contenerla, y haber quizas contribuido á la tuya. ¿Me perdonarás tú, la dulce amiga de mi corazon? ¿No me despreciarás? ¿No me aborrecerás?

Acaba de decidirse toda la desgracia de mi vida. Ha tiempo que se me proponia la boda de la hija de los Condes del Risco, que habitan en Valencia, y que yo esperaba no podria efectuarse por obstáculos diferentes; pero ayer mi pariente el Ministro los ha vencido todos, y quiere que mañana parta para presentarme á la familia. Todo está dispuesto para que nos casemos á mi llegada. Vé aquí, Paulina, mi terrible suerte. Yo voy á casarme... y no es contigo.

Yo esperaba gozar mas tiempo de mi libertad, porque creí que la boda dependia de la decision de mi pleito. El Conde del Risco esperaba la resulta para resolverse; pero mi pariente, haciéndome donacion de sus bienes, lo ha determinado, y su generosidad me hace esclavo.

¿Te rogaré que me olvides? No, ni yo podré hacerlo, ni deseo que tú lo hagas. Tú estarás siempre presente á mi memoria, y á mi corazón. Yo te escribiré, te hablaré de mi estimacion, de mi amistad, y aunque no de mi amor, no sé si podré perderle. Yo sé que voy condenado á un eterno disgusto; pero ¿qué he de hacer? Así lo quiere el cielo, y lo exijen mi reconocimiento y honor. En cuanto á tí, vive tranquila, vive dichosa. Si la memoria de un constante y verdadero amigo te arranca algun suspiro, pido al cielo que no sea doloroso... No me es posible contener mis lágrimas, que borran lo que escribo. ¡Oh, amiga generosa! tú las derramarás tambien; pero que no sean tan amargas como las mias. Yo sé lo que pierdo, y que soy el mas desgraciado de los hombres».

¡Cómo se quedó Paulina con esta lectura! Mil veces la interrumpió para desahogar su llanto y sus gemidos. Ya se va, decia: ya no volveré á verle, y va á unirse con su esposa feliz, y me dice: que yo viva tranquila y dichosa. ¡Tranquila sin él! ¡Dichosa léjos de él! ¡Ay! ¿cómo es posible? Todo el dia pasó en estas tristes agitaciones: ¡qué crueldad! repetia. Si su honor le obligaba á partir, debia hacerlo; pero ¿porqué partir sin verme, sin hablarme? ¿Temia que yo fuese tan vil, que le disuadiera de lo que la razon, y la religion le prescribian? En fin ella estuvo enferma muchos dias; pero los consuelos de Doña Angela, y la vuelta de Tomasa, que venia todos   —122→   los dias á verla, consiguieron sosegarla un poco. Ella decia, que jamas habia esperado nada, que debia someterse á su suerte, y desear que el Marques fuera feliz.

Dos meses pasáron de este modo. Paulina recibia todos los correos cartas del Marques; pero jamas la decia en ellas si ya se habia casado, o no. Paulina no se atrevia á preguntárselo; pero impaciente y disgustada de su situación, un dia que sus amigas Angela y Tomasa estaban juntas, las dijo: miéntras podia ver al Marques, la vida me era dulce. Yo la amaba, porque pasaba una parte en verle, y otra en pensar en él; pero ahora que no puedo verle, y que no debo pensar en él, pues que va á casarse con otra, me importuna; ¿qué puedo pues hacer ya en el mundo? Ya que no me es posible dejar esta tierra de desgracias, quisiera á lo ménos sepultarme en ella, y atarme con cadenas tan fuertes, que yo misma no pueda desatarlas. Yo he pensado pues, amigas, tanto por mi propio reposo, como por el del Marques, tomar aquí el hábito de Religiosa y pronunciar los votos irrevocables. De este modo mi imaginación sujeta con el orden de la disciplina y la regla, no volará á las regiones en que ya no le es permitido ir, y el Marques, sabiendo que estoy muerta para el mundo, podrá calmar la suya, y gozar de su felicidad con ménos zozobra.

Angela y Tomasa se sorprendiéron con esta proposicion, y la dijéron que era muy seria para no meditarla mucho. Yo no tengo que meditar las dijo: el mundo es malo para mí. Desde que no puedo encontrar al Marques, todo lo demas me debe importunar, y ya que al deseo de mi propio reposo, añado la idea de que este sacrificio puede contribuir al suyo, nada me puede costar, y en esta sola esperanza hallo una inmensa recompensa. No me separeis, amigas, de un pensamiento, que es la única felicidad que me queda. Y dejadme tambien espiar á los ojos de Dios el delito de haber entregado á una criatura todo mi corazon. Las dos la respondiéron, que no era su intencion desviarla de idea tan cristiana, y solo la pedian que se tomase algun tiempo para examinar mejor su resolucion. Quedó pues convenido, que si dentro de tres meses persistia en la misma idea, tomaria el hábito.

Tomasa que queria distraerla de sus penas la contó, que una parienta suya, que vivia en Ocaña, casaba á una hija suya con un hombre muy rico, que la habia convidado para la boda, y la pidió que viniera con ella. Paulina resistió mucho tiempo. Tomasa la replicó, que esta era la última fineza que   —123→   podia hacer por ella, y se lo suplicó tanto, que al fin se vió forzada á consentir. Encargó á Doña Angela que la enviase con un propio las cartas que la vinieran del Marques, y partió con Tomasa. Por desgracia pasó mucho tiempo, sin que el Marques escribiera á Paulina, temia que la privase hasta de esta señal de su amistad.

Un dia después de la boda y de las fiestas llegó un caballero de Madrid, que estaba convidado para ellas, y como se le daban quejas de que llegase tan tarde, respondió: ¡pues qué! ¿No ha llegado hasta aquí la novedad? ¿Se ignora aquí todavía, que el Ministro ha sido depuesto, y está en prision con otros muchos, y que su sobrino el Marques de San Leandro ha sido desterrado? Al tiempo que decia estas palabras, entraba Paulina á la pieza en que estaban, se detuvo, y se apoyó sobre una silla para escuchar todo lo que decia.

El caballero continuó diciendo: nadie sabe porqué; pero el Ministro está estrechamente encerrado, y han tomado todos sus papeles. Muchas personas de su confianza están presas, y el Marques de San Leandro, que era el que trataba mas con él, ha recibido el órden de no parecer en Madrid. Ahora estaba en Valencia, porque iba á casarse con la hija del Conde del Risco; pero habiendo este sabido la desgracia de su pariente, se le mostró frio, y el Marques picado ha roto la boda. No es ésta toda su desgracia, pues tambien estaba para verse su pleito, y todos dicen, que despues de la desgracia del Ministro, ciertamente lo perderá.

Tomasa oyendo esto, se levantó, fué al sitio en que estaba Paulina, y enlazándose con ella por el brazo, la sacó de la pieza, la ayudó á marchar, y la llevó á su cuarto; pero Paulina estaba tan pálida, desanimada y yerta, que parecia insensible. Sus ojos estaban estúpidos, y no acertaba á hablar. Tomasa la persuadia que llorase; pero ni esto podia, hasta que mirando fijamente á su amiga, y levantando las manos al cielo dijo: ¡Dios mío! ¿porqué no me has quitado la vida antes de saber que el Marques es infeliz? Entónces sus lágrimas que se redobláron con abundancia, aliviaron algo la opresion de su pecho; pero ¡qué gritos salieron de sus labios! ¡Que, decia, perdido, arruinado, desterrado! ¡Santo Dios!

De repente se sosiega, enjuga sus lágrimas, toma las manos de Tomasa, la mira un instante, baja los ojos, los vuelve   —124→   á levantar y parece como que duda si le dirá su pensamiento. Al fin la dice: yo te aflijo, amiga, y quizas voy á enfadarte; pero yo invoco tu amistad, y te ruego por ella, que no te opongas á mis designios. Aquí me ha ocurrido una idea, y por Dios que no me des razones, ni me hagas discursos. No, Tomasa mia, yo no abandonaré al Marques. El está perdido, su boda está deshecha, su fortuna destruida, al fin está afligido, y es infeliz. No, Tomasa, yo no le abandonaré: mi ánimo es vender cuanto me ha dado, juntar todo el dinero que pueda, y llevárselo yo misma. Sí, yo se lo quiero llevar, ponerme al instante en camino, é irlo a encontrar donde estuviere. Puede ser que mi vista le alivie, le consuele, y sino puedo consolarlo, á lo ménos le acompañaré en sus penas; sufriré, gemiré y moriré con él.

Tomasa espantada se disponia á responderla; pero ella se lo embaraza, diciéndola: no, no me digas nada, no me digas nada. No me hables del qué dirán, ni de los crueles miramientos del mundo. Yo desprecio todas esas ridículas decencias que obligan á la ingratitud y la dureza. Como si la amistad no tuviera tambien sus santas leyes. Como si hubiera mayor decencia que la del reconocimiento. ¿Y á quién debo yo tanta sujecion? Yo no tengo parientes; si lo que hago es indecente, la vergüenza caerá sobre mí sola. Cuando no estuviera ya resuelta á tomar el hábito religioso, esto solo me determinaria para venderlo todo, pues no habré menester nada.

Tomasa era muy honrada para no aprobar una parte de los designios de su amiga, y en cuanto á irle á buscar, la vió tan decidida, que no se atrevió á decirla nada, temiendo que no conseguiria otra cosa que afligirla mas. No la dijo pues nada, y esperó que con el tiempo podria hacerla entender mejor la razón: pero instada por Paulina dió todas sus disposiciones para la vuelta. En el camino se acordó de un cierto viejo, llamado Don Lázaro, criado antiguo del Marques que solia acompañarle cuando venia á tomar lecciones de pintura, y en quien tenia mucha confianza. Lo primero que hizo cuando llegó al convento fué escribirle un papel, pidiéndole que fuera á verla.

Don Lázaro fué corriendo, y la presencia de un hombre que amaba, y era amado del Marques, la escitó una emocion muy viva. Quiso esplicarse, empezó á hablar, pero las lágrimas se lo impidieron. El buen anciano, encantado de ver la   —125→   maestra de su amo, procuró sosegarla, y se le ofreció á cuanto le mandara. Paulina le abrió su corazón, le habló de los beneficios del Marques, de su reconocimiento, y poniéndole en la mano sus alhajas, diamantes, y el caudal que tenia, le pidió que hiciera dinero de todo, y se lo llevase al Marques; pero exigió su palabra de honor de que jamas le diria la mano que se lo enviaba. Don Lázaro estaba tan admirado de lo que veia, que no acertaba á hablar. Paulina, temblando de su silencio, le pregunta ¿si duda servirla? No señora, la responde. Yo haré lo que me mandeis, y cumpliré con fidelidad vuestro encargo; pero permitidme deciros, que mi amo ha sabido colocar bien las aficiones de su corazon. Quisiera el cielo restituirle su pariente, su fortuna y su salud, y le conserve siempre una amiga tan digna y respetable como vos.

¡Su salud! esclama Paulina. ¿Pues qué está, enfermo? -No os inquieteis, señora. Lo ha estado, y mucho; pero ya está mejor, y yo me dispongo á ir á verle. Despues de algunos otros discursos, Paulina le apresuraba á que se fuera, para que no retardara un instante su comision. El la saludó respetuosamente, se retiró; pero el corazon de Paulina quedó herido con otra nueva flecha. El Marques está enfermo, y quizá de peligro. No era posible sostener esta idea. El silencio de Tomasa la habia acobardado, y el temor de disgustar á una amiga tan buena, habia enfriado un poco su resolución; pero cuando supo que el Marques estaba enfermo, nada la pudo detener. Se lo escribe á Tomasa y la pide con tanta instancia que la procure, y envíe una calesa, asegurándola que Doña Angela iria con ella, que al fin de temor que no tomase otro partido mas violento, la envía una calesa con un criado de confianza que la acompañe, y Paulina y Doña Angela se ponen en camino.

Llegan á la casa en que el Marques estaba, y como los dos criados conocian á Paulina, luego que la vieron corren á avisárselo á su amo. El Marques no podía creerlos; pero ella entra, él la ve, y duda todavía. El estaba en la cama. Ella se le acerca temblando. El dando un grito de gozo, la tiende la mano. Ella la toma, la besa, y la inunda con sus lágrimas. ¿Es Paulina? decia: ¿es mi querida Paulina? ¡Dios santo! ¡Qué favor! Siéntate aquí a mi lado, Paulina mia. ¡Mi amada amiga se ha dignado de venirme a ver! ¡Qué dulce amistad! ¡Qué agradable sorpresa! Yo no esperaba una fineza tan preciosa. ¿Y porqué no la esperábais, le respondió Paulina? ¿Pensais que yo soy de esos falsos amigos, que se alejan de   —126→   la desgracia? ¿Me teneis por insensible ó por ingrata? ¿No sabéis que vos solo sois para mí todo el universo? Si mi presencia, si mis atenciones pueden aliviaros, aquí estoy. Todos los momentos de mi vida os serán consagrados.

El semblante del Marques, pálido ántes, se puso entónces encarnado. Tomó las manos de Paulina, las besó y dijo con una especie de esclamacion: ¡y yo era capaz de sacrificar mi única felicidad á vanos miramientos! ¡Mi único deseo al capricho de otros! El iba a continuar; pero se oye un grande rumor en la antesala: era Don Lázaro que venia entre los criados, que lo traían en peso, y entró gritando: ¡Albricias! ¡albricias! señor, todo es felicidad, vuestro pariente el Ministro se ha justificado. Ya está otra vez en su empleo, y sus acusadores en prisión. Ayer vuestro pleito se ha visto, y vos le habéis ganado con costas. Yo estaba loco de gozo, y no he querido que otro os diese tan buenas noticias.

¡Qué me dices Lázaro! ¿Mi pariente está reintegrado, y yo he ganado mi pleito? ¡Santo Dios! ¡Cuántos favores de tu bondad! ¡Cuántas gracias te debe mi corazon! Y para hacérmelas mas preciosas tú me dispensas tantas misericordias cuando ménos lo esperaba. ¡Cuánta debe ser mi gratitud! Yo te bendigo, Dios piadoso, no permitas que yo goce de tantos bienes, sino para tu gloria. En fin, Lázaro mio, pues que Dios me ha hecho rico; ya puedo seguir las inspiraciones de mi corazon. Ya puedo pagar el amor que debo, y recompensar por fin tantas finezas y virtudes. Ven, amada Paulina, ven y abraza á tu esposo, y volviendo á sus criados, les dijo: reconoced á mi muger, que es ya ama vuestra. Los criados que la adoraban se derretian en lágrimas de alegría, y fueron todos á echarse á sus pies. El Marques se volvió despues a Don Lázaro, y le dijo: celoso y honrado amigo, pues que tú eres el primero que me has traido las noticias que me permiten casarme con Paulina, sé el primero también que la estreches entre tus brazos.

No se oían entónces en aquel cuarto más que gritos de alegría. Paulina era amada, respetada, y todos sentían que era digna de la prosperidad de que iba á gozar. Doña Angela levantaba las manos al cielo, le daba gracias, abrazaba á su amigo, y echaba bendiciones sobre el Marques y ella. Don Lázaro, faltando al secreto que se le había encargado, contaba a todos la acción generosa de Paulina. Ella sola estaba inquieta, temblando por la salud del Marques; pero todos la   —127→   tranquilizaron, la hicieron ver que aunque todavía débil, ya estaba convaleciente, y que tantas satisfacciones debian restituirle la salud.

En efecto, el enfermo aliviándose cada instante más con tan dulces remedios, no tardó en restaurarse, y poco tiempo despues se unió con el vínculo sagrado á su amada Paulina. ¿Quién puede describir la felicidad de amantes tan nobles, tan honestos y desinteresados? Tomasa y Doña Angela fueron sus amigas inseparables, y este matrimonio feliz se vió multiplicar en muchos bellos y amables hijos.





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ArribaAbajoMarcelo o los peligros de la Corte


ArribaAbajoPrologo

Harto bien conocidos son los peligros de las grandes poblaciones, en cuyo inmenso charco se guarecen toda clase de malvados. El hombre mas virtuoso y prudente no puede evitar los lazos que el vicio le tiende en este mar lleno de escollos: y feliz el que escapa de ellos sin mas pérdida que la de su dinero. En ese desórden y confusion es solo donde pueden ocultarse los hombres perversos y las mugeres intrigantes, cuya conducta seria descubierta en la sencillez de los campos, donde les serian ademas inútiles sus artes y maquinaciones. En ese movimiento continuo hormiguean los parásitos, los jugadores, los tramposos, los rateros, las disolutas, las terceras y toda clase de canalla bajo la apariencia dulce y atractiva de una política cortesana: y toda esta peste asalta al recien llegado, como los insectos se apoderan de un cadáver.

El autor da en esta preciosa novela uno de los ejemplos comunísimos de esta triste verdad. ¡Ojalá su lectura pueda servir de escarmiento y de lección á los apasionados del brillante atractivo de las grandes poblaciones! ¡Ojalá pueda ser un aviso saludable á los que el destino obliga á vivir en ellas! Tal es el fin de esta obrita.

*  *  *

Don Marcelo de la Vega era un caballero distinguido, que habia heredado de sus padres un rico mayorazgo, y vivia noblemente en la ciudad de su nacimiento. Estaba casado con Doña Martina de Cerbera, hija de los condes del Castillo, la amaba mucho, y ella le hacia muy feliz. Ambos habian recibido una escelente educación, y siendo de un natural dulce y juicioso, vivian con mucha paz en la mas apacible union. Dos hijos que tenian la fomentaban y entretenian, y su crianza los ocupaba.   —129→   Eran estimados de toda la ciudad, pasaban por ejemplos de virtud, y parecia que no era posible añadir nada á su felicidad.

Marcelo, aunque ya padre y esposo, conservaba todavia el candor y la pureza de la edad inocente. El cielo le habia dotado de un gusto invariable para todo lo que es sólido, verdadero y honesto; y la costumbre y la educación le habian enseñado á cumplir todas sus obligaciones con exactitud, á contener sus deseos, y moderar sus placeres. Su espíritu naturalmente justo y su corazon generoso y sensible le hacian practicar continuamente virtudes de todas especies. Distribuia con mano liberal y secreta una parte de sus rentas en buenas obras. Como por otra parte habia adquirido muchos conocimientos útiles, y los cultivaba continuamente, esto le daba ocupaciones agradables; pero la compañia de una esposa tan virtuosa y entendida como amable completaba su dicha.

Este matrimonio gozaba de toda la felicidad permitida al hombre en la tierra; pero por una especie de fatalidad un dia se habló en su casa de las fiestas reales, que se disponian en Madrid. Uno de los concurrentes ponderó mucho lo que se preparaba para ellas, añadió que él estaba en ánimo de ir á verlas, y preguntó á Marcelo, si él iria. Este respondió, que no habia pensado en ello; pero la ilusion que produce la corte desde léjos, y los ensanches á que siempre se inclina la opulencia, le despertáron el deseo. El mismo personage contribuyó mucho a reforzarle, diciéndole, que un hombre tan rico como él no debia negarse este placer, y sobre todo, que debia ir una vez á tomar idea de la corte, en donde únicamente se puede encontrar lo que puede satisfacer el gusto: que Madrid era un teatro vasto donde se renuevan con frecuencia las decoraciones y donde se varían las escenas: que su grande movimiento divertia la vida, hacia pasar con dulzura, y sin sentir el tiempo: en fin, que él solo podia contentar espíritus grandes, para quienes son estrechos los límites de una ciudad.

Alguno dijo, que valian mas el reposo y la paz; pero él replicó, que esta era también su ventaja, pues á pesar de su inmenso torbellino, era fácil, si se queria, vivir á solas, ó no vivir mas que con pocas gentes, y bien escogidas: que en una corte tan populosa habia para todos los gustos: que el que ama los placeres continuos de comedias, paseos y fiestas, solo allí se los podia procurar sin fatiga, y á poca costa: que el que se sentia con inclinacion á las letras y las artes, allí solamente puede encontrarlas reunidas, porque allí solamente estaban   —130→   los grandes talentos, los ingenios fecundos, y los espíritus de mayores luces: que en fin Madrid era el paraiso de la España.

Un anciano que estaba allí dijo friamente: yo he estado muchas veces en Madrid, y lo que he visto es muchos cortesanos frívolos y corrompidos, que se burlan grandemente de los provincianos bisoños, que los van á admirar. Confieso que en todos los grandes pueblos, donde hay mas hombres y caudales, el esterior debe ser mas lucido, la instrucción mas estendida, y el estilo mas culto: que deben conocerse mejor las leyes de los usos, y los caprichos de las modas: en fin, que los que allí viven, deben saber mejor lo que se llama ciencia del mundo, que no un pequeño número de ciudadanos, que no sale de su rincon, y vive encerrado en la corta esfera de una ciudad sin pensar mas que en su familia, y en los afanes de una fortuna moderada, que apenas le puede dar una subsistencia suficiente.

Pero la esperiencia me ha enseñado, que el que vive así tiene otras recompensas, y quizas mayores. Las frívolas y aparentes ventajas de las cortes tienen inconvenientes mas graves, y que deben inspirar temor. Esas luchas de la ambicion, esas vanas ostentaciones de la riqueza, esas fiestas, diversiones y placeres no constituyen al hombre verdadero, ni á la criatura racional y estimable, y traen consigo mil peligros, que la embelesan y degradan. El deseo de agradar, y parecerse á los que se distinguen, quita á cada uno su fisonomía personal, y obliga á todos a vivir con una máscara en la cara. La virtud mas probada puede disminuirse ó alterarse, comunicando demasiado con el vicio. No es fácil precaverse y eximirse de la corrupcion moral de esta epidemia, que infecta los pueblos populosos y sobre todo al que es capital del imperio. En cuanto á mí, yo no creo que la especie humana gane nada en acercarse mucho. Sin duda que cuando sea muy numerosa, aumentará los gustos de la vida, multiplicará sus conocimientos, y aumentará sus falsos placeres; pero ¿cómo? á costa de la verdad y la virtud. Las almas pierden su energía, sus sensaciones entorpecidas son menos vivas, el amor de la honestidad se debilita, las necesidades se multiplican, y los corazones inocentes y puros se corrompen. Yo tengo para mí, que el que puede vivir cómodamente en su pais, hará muy bien en no moverse.

Estando en estos entraron otras visitas, y se mudó de discurso; pero va el golpe dado por el primero de los que hablaron, habia hecho grande impresion en el corazon de Marcelo.   —131→   Desde aquel instante se levantó un deseo de ir á Madrid. Muchos dias estuvo perplejo, y sin decidirse; pero habiendo sido vencido por su imaginacion, y por el anelo de contentar su curiosidad, fué á proponer su pensamiento á Martina. Esta que no amaba mas que las ocupaciones de su estado, y que no pensaba sino en la crianza de sus hijos, procuró disuadirle, diciéndole, que pues eran tan felices en su pais, y que tenian bastante con que divertirse en su propia casa, qué necesidad tenian de ir á buscar ni placeres, ni aventuras. Pero Martina, la decia Marcelo, nosotros somos jóvenes, ya tenemos dos hijos, y el cielo nos ha dado bienes de sobra, ¿qué mal harémos en divertirnos un poco en ver estas fiestas, y conocer á Madrid?

¿Pero no has oido el otro dia á aquel anciano tan sensato, que nos decia el riesgo de corromperse en esos grandes mundos? Eso es bueno para los jóvenes inespertos, la decia Marcelo, para los que no están radicados en los principios de virtud; pero tú y yo hemos pasado la edad de las ilusiones, tenemos hijos: yo tengo la ventaja de tener por esposa la muger que adoro: no hay hermosura en la tierra que pueda robarte la menor de mis aficiones: ¿qué riesgo pues puedes temer? -No temo ninguno; pero pues estamos tan bien, me parece inútil y ridículo dejar lo cierto por lo que no es seguro. ¿Qué pueden añadir á tu felicidad las fiestas que pasan, y un Madrid en que no has de vivir? -Pero quedan recuerdos, se hacen amigos, y en fin, en Madrid, como en todas partes, se puede vivir, como vivimos aquí; esto es, con moderacion, y divirtiéndose6 con el cuidado de no abandonarse á la disipacion, ni al remordimiento.

Pero ¿de dónde te viene ahora esta idea? ¿Porqué este nuevo deseo de estender tus gustos y placeres? ¿No tienes bastante con tu casa, con el cuidado de tu hacienda, con tus dependientes y criados, con tus hijos y tu muger? Me parece que si tú amaras bien todo esto, no pensaras en dejarlo por buscar fiestas, y gentes nuevas. Mira, como yo no amo otra cosa que á mis hijos y á tí, nada de eso me hace falta. Y aquí, en Madrid y en un desierto, no habrá mas fiesta para mí que tú y mis hijos; pero pues te ha venido esta fantasía, y que si no la satisfaces, podrás tener disgusto, yo no quiero oponerme á ella. Anda enbuenhora, y yo te esperaré, criándote tus hijos: te confieso; que tu ausencia me causará mucha pena. Dejar de verte es la única cosa que me puede afligir, y en Madrid puede haber muchos enemigos de mi corazon. Yo no tengo otro mérito que el de amarte, y si fueras á olvidarme, si otra...   —132→   ¡Ay, Marcelo! no olvides estas dos inocentes criaturas que te deben la vida. -Martina adorada, ¿tú puedes ni siquiera imaginarlo? Querida amiga, ¿tú puedes temer que el amor con que te idolatro...? ¡Ay! es muy vivo, muy puro, invariable y eterno, pues está fundado sobre la estimacion, la confianza, y el conocimiento de tus virtudes, y si yo quiero ir á la corte, es porque espero que tú vengas, que te diviertas, y que no nos separemos un minuto. En fin, despues de muchos discursos y debates, la dócil y obediente Martina, no queriendo oponerse á un deseo, que parecia tan decidido, se sometió á lo que veia ser gusto de su esposo, y partió para Madrid con él y sus hijos.

Marcelo llevaba cartas de recomendacion para diversos personages de la corte, que le recibiéron muy bien; pero el que gustó mas que todos, fué un cierto Marques de Dombal, porque le pareció muy amable, muy oficioso, y con todas las calidades que podian hacer un buen amigo. En efecto, tenia la mas bella presencia, y mostraba un espíritu fino y delicado: parecia como de treinta y cinco años: siempre habia vivido en la corte y el gran mundo, y habia adquirido todas las gracias: se veia en él un aire de nobleza, que imponia respeto, y forzaba á la consideracion: todas las palabras que salian de sus labios, llevaban consigo una fuerza, y un atractivo que ganaba los corazones; en fin, todo lo que rodeaba su persona, tenia una especie de prestigio, que hechizaba las voluntades, y decidia en su favor.

Pero este hombre, que tenia un esterior tan amable, escondia el corazon mas corrompido. Su único objeto era gozar, divertirse, dominar; y de estas pasiones nacian todas las máximas, y las acciones de su vida. Ya habia disipado una inmensa fortuna en locos devaneos de su juventud, y entónces trataba de recoger una parte por todos los medios que podia. No conocia otro dios que el placer, y miraba como errores del vulgo las verdades mas respetables; pero su astucia ocultaba en su corazon este modo de pensar tan odioso, y solo se descubria con mucha precaucion á sus mas íntimos amigos. Su gran principio era el pensar, que el mundo es un teatro, en que cada cual hace su papel, y que el hombre hábil debe saber hacerlos todos, segun lo exijan las circunstancias, y sus intereses. En efecto, nadie sabia como él quitarse y ponerse todas las máscaras que le acomodaban.

Con este talento pernicioso tenia tambien el de ser un   —133→   lisonjero muy insinuante y solapado. Apénas entraba en una concurrencia, cuando se ponia á observar la parte flaca, ó la opinion dominante de los que la componian, y con grande habilidad para distinguirla tenia la de saber aprovecharla. Marcelo le pareció un hallazgo, una mina de oro, que le podia ser muy útil. Desde luego era rico; pero á pesar de su opulencia era caballero de provincia, y estaba lleno de las ideas vulgares. Todavia era honrado y honesto, tenia lo que se llama buenas costumbres, deseo y amor á la virtud. Era pues preciso empezar por corromperle y seducirle con el atractivo del placer, porque una vez que se cae en este lazo, no se reflexiona mas. Es verdad que esta empresa parecia difícil, porque por un lado Marcelo no era un jóven inesperto y novicio. Ya habia pasado la fuga de la edad mas peligrosa, y estaba acostumbrado á una conducta arreglada, y por otra venia acompañado de una muger tan linda que era dificil hallarla en Madrid competidora; pero á pesar de todo, Marcelo era ardiente, petulante, y muy sensible á todo lo que le agradaba: seguia con ardor todos sus gustos: su corazon era noble, crédulo y confiado; en una palabra, muy fácil de engañar. Un carácter de este temple, cuando se desvía de la virtud, se precipita mas profundamente. Sobre estos fundamentos, y con la esperanza de sacarle dinero, y gozar de sus placeres, aquel hombre abominable empezó á poner en planta el proyecto de su iniquidad.

Desde luego se dedicó á acompañarle y divertirle. Su objeto era hacerle conocer que le era tan necesario, que no podria vivir sin él. Al principio echó los ojos sobre Martina: su primera idea fué tambien seducirla, y hacerse dueño de la casa; pero á poco tiempo conoció que seria tiempo perdido, y que aventuraba su confianza, y la de su marido. Con este desengaño su corazon empedernido, que no se dejaba dominar por la vanidad ni por el gusto, y que todo lo calculaba por su interes, se retiró prontamente, y ántes de que Martina conociese nada. Por el contrario habiendo reconocido su virtud y su solidez, no la hablaba mas que del honor, ni alababa sino á las que tenian reputacion de virtuosas, de manera que Martina se avergonzaba de haber podido sospechar de él alguna vez, le trataba con estimacion y confianza, dando gracias á Dios de que hubiese dado á su marido un amigo tan respetable. El impostor tragaba modestamente el incienso, y se reia en secreto de la credulidad de Martina.

Con su marido hacia otro papel. Marcelo imbuido de sus falsos estudios, y de algunos malos libros, habia tomado cierto   —134→   gusto por las disputas metafísicas, que son tan fáciles, y que no son más que el abuso del raciocinio, pues en vez de añadir órden y claridad, embrollan mas las ideas, y cuya resulta es, que no siendo posible entenderse, se cae en la oscuridad y el pirronismo. El Marques habia conocido este flaco de Marcelo, y le entretenia con discursos de esta especie, que le iban pervirtiendo. Un dia hablaba con él del placer, y le dijo: el placer, amigo mio, es el único móvil, y el alma universal de todo lo que existe. Echad la vista sobre esta inmensa cantidad de criaturas que viven, se animan y nos circundan. ¿Qué es lo que las agita, las atrae, y las junta? El placer. Es verdad que en el mundo nadie lo dice, que todos se ponen una máscara, que se llama decencia; pero con este salvo conducto cada cual lo busca, y con aire de cumplir lo que el mundo exige, todos satisfacen en secreto lo que le piden los sentidos. Esta es la marcha general á la reserva de pocos fanáticos ó estólidos.

Marcelo se azoró oyendo una doctrina tan horrible; pero contenido por la superioridad del Marques, apenas se atrevió á decirle: ¿pues qué la imaginacion, el corazon y la virtud misma no tienen sus placeres, y acaso mas finos y agradables? En cuanto á mí confieso que cuando puedo socorrer á un infeliz, cuando acaba el dia sin que tenga que baldonarme nada, cuando cumplo con honor mi palabra, cuando veo á mi esposa segura de mi fidelidad, cuando no doy ningun mal ejemplo en mi familia, y que con mi aplicación consigo establecer el órden, y hacerla feliz, siento, digo, que tambien yo lo soy; esto me causa un placer verdadero, y me da mas gusto que ningun otro que se pudiera imaginar. Si te examinaras bien, dijo el Marques, vieras que todo eso no es mas que orgullo y vanidad, que en nada de eso tienen los sentidos parte alguna, y que los sentidos son los únicos intérpretes, los fieles ministros de la naturaleza.

Por ejemplo, ¿qué comparacion puede haber entre hacer una nueva conquista, y triunfar de la resistencia de una hermosura que nos gusta, y entre todos esos insulsos placeres que me citas? Marcelo, yo conozco los hombres y las cosas, y no es fácil engañarme. Por mas amable que sea tu Martina, es preciso que ya haya perdido para tí el atractivo de la novedad, y esto es haber perdido mucho. Si no, confiésalo de buena fe. Tu muger no puede inspirarte ahora la misma deliciosa embriaguez, el mismo impaciente ardor, que tú sentíste los primeros dias. Mis deseos han podido perder parte de su vivacidad, respondió Marcelo, pero otra dicha mas dulce y mas durable les   —135→   ha sucedido, y yo la estimo mas. Ahora miro á mi muger no solo como una persona destinada á estos placeres de que hablas, y que me quita los deseos de otros, sino como la mas tierna, y la mas querida amiga: como una criatura preciosa, que me ha estendido la existencia en dos hijos, cuyas figuras nos repiten las nuestras, y cuyas virtudes serán tambien las suyas.

Todas esas son ideas morales de que suelen ocuparse los que no conocen el mundo, y que no pueden hacer comparaciones. Pero ¿qué diferencia de esos frios y alambicados sentimientos á los vivos y variados placeres...? Yo me detengo aquí, aunque el Marqués no se detuvo, ni tuvo rubor de esplicar á Marcelo, con pretesto de la confianza, y con la capa de la filosofía, las máximas detestables, que mi pluma no se atreve á referir.

Su designio era acostumbrarle poco á poco á estas conversaciones perniciosas, y familiarizarle con los principios pervertidos, para prepararle al golpe de teatro que le prevenia. El Marques tenia una amiga, que despues de haber servido de objeto á su corrupcion, era entónces por su rara hermosura, por sus muchas gracias y su inaudita astucia, el instrumento de que se valia para reparar por su medio todos los ménoscabos, que le habian causado sus desórdenes: era el móvil con que lograba todas sus astucias. Esta muger estraordinaria no tenia mas que veinte años, pasaba por viuda, y debió á la naturaleza todos los medios de seduccion, que el trato de las gentes habia perfeccionado. Lo mas peligroso en ella era, que tenía el arte de esconderlos: que sabia afectar un aire de sencillez, un tono de candor y de ingenuidad, que engañaba á los mas diestros. Cuando queria, sus dos ojos negros y grandes, acostumbrados á todo el arte con que el amor inflama los corazones, eran dos hechizos á que no se podia resistir. Su tez era tan limpia como blanca, y fuera de otros muchos encantos, sabia dar á sus palabras un halago tan dulce, un interes tan vivo, que no era fácil desprenderse de ella, cuando determinaba apoderarse de un corazon.

El Marques concibió, que una muger de esta especie debia ser un escollo muy peligroso para el ardiente, inesperto y cándido corazon de Marcelo; porque la artificiosa Cipriana, como una sirena seductora, sabia dar á las espresiones mas indiferentes todo el interes y el atractivo del amor: sabia afectar una sensibilidad esquisita, una delicadeza tierna, y al mismo tiempo una ingenuidad, un candor y una tan noble sencillez, que parecia que un niño la podia engañar, y no dudó que el   —136→   alma nueva, sensible y crédula de Marcelo no se enredase entre redes que le serian tan bien tendidas. Despues de haberla instruido de su proyecto, despues de haberla esplicado el carácter fácil, y las demas circunstancias del recien venido, y de haberse concertado con ella sobre lo que debian hacer, el Marques empezó á poner en planta su designio. Una tarde de verano se salió á pasear con Marcelo á las orillas del Manzanáres. Con pretesto de hacer ejercicio, dejando el coche, echáron pie á tierra, y gobernando el Marques la accion, dirigieron los pasos hacia los parages mas solitarios; pero todo esto tenia su designio particular.

Desde luego la soledad prepara mejor el alma á que reciba impresiones profundas. Por otra parte la hermosura nunca es mas activa que cuando se deja ver con simples adornos en medio de los hechizos de la naturaleza. El bosque ameno en que vaga, la dulce sombra que la cubre, y el campo solitario en que no se distrae la atencion que inspira, añaden mucho interes á la curiosidad, y la permiten que se satisfaga por entero. A la vuelta de una pequeña eminencia que les escondia los objetos, repara Marcelo en una dama elegante que estaba sola, y parecia embebida en la lectura: se sorprende á la vista de un espectáculo tan amable como poco comun, y se lo hace reparar al Marques, que tenia la vista en otra parte.

En efecto Cipriana (porque era ella) esperaba allí su presa en la aptitud mas estudiada. Vestida con todas las gracias que podian relevar su hermosura, estaba como recostada sobre un verde tapiz de yerba, que esmaltaba vistosas flores. Parecia Flora en medio de su imperio, ó la Diosa de Citera cuando esperaba á Adónis. Su pelo negro y desordenado en encrespados rizos emulaba los derechos de la naturaleza, que sabe seducir sin pretension, y adquirir nuevas gracias con su mismo descuido; tenia en las manos un libro, corrian sobre él algunas lágrimas, y estaba tan empapada en su lectura, que no se apercibió de los que la admiraban.

Pero el Marques, advertido por Marcelo, echa la vista sobre ella, y despues de haberla considerado, le dijo: ¡Ah! esta es una señora viuda de mucha distinción, muy estimado por su hermosura y sus grandes talentos. Yo la conozco poco, porque no gusta de visitas. Toda la corte desea ir á verla; pero despues de su viudez no quiere recibir á nadie y vive casi en la soledad. Pasa por una persona tan cumplida como virtuosa y viendose tan jóven, por el cuidado de su reputacion, se ha condenado á   —137→   tanto sacrificio. No ostante, la conozco bastante para poder acercarme á saludarla; si quieres, nos podemos llegar. Marcelo, que no deseaba otra cosa, se lo suplicó, y el Marques llegándose hacia ella, la saluda. A las primeras palabras levanta la cabeza, y con este movimiento les deja ver todo el espectáculo de su hermosura peregrina. El pobre Marcelo ve pasar por delante de sus ojos un rayo de luz mas rápido que un relámpago, y que busca el camino de su corazon.

El Marques la dice: esa lectura debe ser, señora, muy interesante, pues merece que la honreis con vuestras lágrimas. Si señor, le responde ella con un tono de voz dulce y enternecido, que añadia mucho prestigio á la aventura del encuentro. Yo leia los combates de un corazon enamorado, que luchaba contra su inclinacion en favor de la virtud, y las que tenemos una alma tierna y sensible sabemos cuán doloroso es resistir á los halagos del gusto, y sofocar las inclinaciones del propio corazon. Diciendo esto, se pone en pie con un movimiento ligero, y manifiesta con esta accion la flexibilidad de un talle no ménos elegante y gracioso que fino y delicado. Se prosigue la conversacion, y la astuta Cipriana desenvolvió en ella todas las sales y gracias de un espíritu ligero y chistoso con que las mugeres piensan que se dan otro nuevo atractivo. No eran mas que las frases triviales y frivolas que las que tienen pretension al talento saben y repiten continuamente; pero el buen Marcelo, que no habia oido en su vida un estilo á su parecer tan brillante y gracioso, y que creia fruto de mucho ingenio y grande instruccion, bebia sin sentirlo un halago seductor que le hechizaba por instantes. El Marques no perdia ninguno de sus movimientos.

Lo que Marcelo pudo saber de Doña Cipriana por aquella conversacion fué que era viuda de un militar, que la habia dejado con poca fortuna: que se habia casado con él por amor, habiéndole sacrificado muchos pretendientes, y sobre todo uno que era muy rico, y estaba bien colocado en la corte; pero que el cielo por su desgracia la habia hecho nacer con una sensibilidad tan esquisita, que era siempre víctima de su corazon: que su marido, aunque pobre, le habia gustado mas que los otros y que ella le habia preferido á todas las grandezas y riquezas: que esta era la causa de sus desgracias, porque ella no conocia ni estimaba otra cosa en el mundo, que satisfacer sus inclinaciones, ni veia otra felicidad que la union de dos corazones, cuando la simpatía produce en ellos la conformidad de sentimientos: que á pesar de la mediocridad de su fortuna no sentia   —138→   haber perdido tan ricos establecimientos como pudo tener, porque la hubiera bastado vivir con el objeto que habia preferido; pero que la muerte la habia privado del único hombre, que era capaz de recompensarla de tantos sacrificios.

Que habia llorado mucho su pérdida, y que se habia determinado á no amar más á persona ninguna por no esponerse á igual peligro. Es verdad que ella sabia bien que una alma tan tierna y sensible como la suya no podia ser feliz sin amar; pero ¿dónde, ó cómo podria encontrar un corazon digno del suyo? Un corazon que supiese sentir, reconocer y estimar la delicadeza, el desinteres, y la constancia con que ella sabia amar? Hasta allí no habia conocido ninguno que mereciese que ella pusiese en él los ojos, y que no le queria buscar: que ella no amaba mas que por el gusto de amar: que así no queria mas que el amor, y que un hombre sin fortuna, y en un desierto que la supiese amar, valdria para ella mas que todos los reyes de la tierra: que sabia que estas eran ideas platónicas, de que no sacaria mas que pesares, pero que nadie se hace á sí mismo, y que el cielo le habia dado este carácter.

Que viendo lo poco que los hombres saber amar, y que los amores del siglo eran tan viles ó tan falsos, y estában tan lejos de la delicadeza, del desinteres y ardor con que solo pueden ser dulces y felices, se habia en fin resuelto á renunciar á toda idea de amar, á no volver á casarse, ni vivir mas que para sí y que esta era la causa porque vivia tan retirada, sin querer tratar con un mundo que le causaba horror: que todo su deseo era sepultarse en la oscuridad de un convento, adonde ocultaria á sus ojos la vista de tanta falsedad como veia entre las gentes.

A esta proposicion de convento gritaron el Marques y Marcelo diciendo, que era una idea horrible querer sepultar tantos encantos: que ella era digna de adornar y mejorar al mundo, y que no faltaria algun corazon sensible y generoso que conociera el precio del suyo. La conversacion se estendió en estos y otros discursos de la misma especie, de tal manera, que la noche los sorprendió, y estaba ya muy oscuro cuando lo advirtiéron. Ella les pidió licencia para retirarse; ellos la propusieron conducirla á su casa; ella se escusa diciendo, que no estaba acostumbrada á recibir visitas; ellos porfian diciéndola, que eran amigos íntimos: que el uno era forastero, y el otro hombre sin ceremonia, y que tenia el honor de ser conocido de ella, y que así no podia haber inconveniente en que la sirviesen con su coche hasta dejarla en su casa.

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Cipriana resistia siempre, y fué menester mucho combate para reducirla; pero al fin las repetidas instancias la vencieron, y se entró con ellos. Llegáron á su casa, y viéndose forzada a cumplimentarlos, les propuso si querian descansar un instante en lo que ella llamaba su retiro filosófico. El templo era digno de la deidad. No era grande; pero le ennoblecian el gusto, el aseo, y una agradable simplicidad. Cipriana les hizo los cumplimientos de su casa con el aire las gracias, y la facilidad que enseñan los ejemplos de las gentes distinguidas, y que dan decencia y dignidad á todo lo que hacen; pero continuamente les pedia perdon de no poder recibir mejor á personas tan dignas, y se escusaba con su estado de viuda, con su poca fortuna, y su entera separacion de todo trato.

Este es, les decia, el solitario asilo en que gozo de mi misma, en que vivo para mí, y en que sepulto mi alma, que se halla muy mal cuando á su pesar las circunstancias la obligan a verse en el torbellino de las gentes. Mi sistema, señores, es que cada uno debe conocer su genio, su humor, y los impulsos de su corazon para arreglar por ellos su conducta. Yo he conocido que el mio es muy diferente de los que veo, y que no piensan mas que en divertirse y disiparse. Yo me conozco. Desde que amo no sé mas que amar, y fuera muy infeliz, si no me viera correspondida con el mismo ardor que soy capaz de sentir. Y pues es imposible encontrar un corazon del mismo temple que el mio, he tomado mi partido, que es vivir conmigo á solas. Aquí es donde vivo sin que nadie me inquiete, aquí donde paso mi vida en una melancolía agradable, aquí donde siento el placer de ser independiente, y aquí en fin donde me consuelo con la seguridad de no temer la ingratitud y la perfidia, y que puedo gobernar con mi razon y mi prudencia los impulsos naturales de mi muy peligroso corazon.

Nada es tan atractivo, ni que haga tanto efecto en el alma de un hombre poco esperimentado en los artificios de las mugeres, como la idea de que una de ellas con un corazon sensible y delicado huya del mundo, y no quiera vivir mas que para el hombre que ama. Todas estas espresiones llenaban de entusiasmo y ardor al ardiente y crédulo Marcelo. Así la miró como una heroina sin compañera, y no concebia cómo en la corte los primeros señores no se la disputaban á porfia. La visita fue larga, y cuando los dos amigos se volvian, no habláron de otra cosa que de este prodigio de discrecion, hermosura y virtud. El Marques volvió á decirle, que era una señora muy estimada: que todos buscarian su sociedad si ella no se negara tan obstinadamente   —140→   á toda solicitud: que era una gran fortuna que ellos hubieran tenido una casualidad tan favorable; pero que pues habian sido tan felices, era menester aprovecharla, porque era muger única, y que tambien era menester ver cómo hacerla tomar amistad con su muger, que tendria gusto en tratar una señora de su especie, digna de ella, y capaz de entretenerla y divertirla.

Marcelo se tragó todo el anzuelo, y apénas llegó a su casa, cuando contó á su muger todo el suceso pasado. Las almas buenas y puras difícilmente son sospechosas y como Martina no pensaba mas que en dar gusto á su marido, le dijo, que estaba pronta á hacer lo que quisiera; pero este allanamiento no era mas que obediencia, y el Marques dispuso las cosas de modo que Marcelo iba todos los dias á ver á Cipriana, y que Martina la veía muchas veces. Aunque el corazon de la dulce Martina no le hablaba por ella, queria dar gusto á su esposo, y por entónces este motivo le bastaba; pero las mugeres tienen un talento particular para conocerse, y por mas que Cipriana se valia de todas las armas de su astucia para encubrirse, Martina no tardó en sentir que aquel carácter no la convenia. Por una especie de instinto su alma noble y generosa, sin poder esplicarse el motivo, se cerraba á todos los cariños lisonjeros que le hacia la artificiosa sirena.

Martina no amaba en el mundo mas que á su marido y sus hijos, ni se divertia con nada sino con ellos, todo lo demas era para ella insulso y extraño. No conocia otra bienaventuranza en la tierra que la de un matrimonio bien unido. La parecia que para una muger que ama la virtud, las obligaciones mas dificiles son delicias, que los gustos de su corazon son sus deberes, y que solo ellos deben interesar á una muger virtuosa. En efecto, ¿qué deleite puede compararse con la dulce embriaguez, que produce en el alma la satisfaccion de un amor que puede confesarse con decoro, y que obtiene la correspondencia, la confianza y la estimacion de lo que ama? Esta era la idea que Martina se habia formado de su amor, y hasta entónces su marido parecia haberlo visto con los mismos ojos; pero despues de algunos dias ya hacia mas frecuentes y mas largas ausencias de su casa, y cuando volvia á ella, no mostraba tanto gusto ni tanta satisfaccion como ántes. Esta diferencia era al principio tan ligera, tan imperceptible, que el mismo Marcelo no la sentia; pero no se escapaban á los ojos atentos de Martina.

Entretanto el Marques y Cipriana concertaban la ruina del   —141→   infeliz Marcelo, y calculaban los momentos en que debia arrojarse en el precipicio. Sin duda que los malvados no saben ser amigos. Para serlo son menester virtudes; pero cuando la necesidad los junta, y pueden ayudarse, el interes es un resorte, que adquiere casi toda la fuerza de la amistad. El incauto Marcelo corria al precipicio, y sus pasos eran ya tan rápidos, que Martina no pudo dejar de apercibirlos. Un dia que estaba mas inquieta y apesadumbrada, le dijo: yo no sé, amigo mio, si me engaño, y empiezo por pedirte perdon; pero me parece que faltara á la franqueza del amor, si pudiera disimular lo que me inquieta. Mucho deseo engañarme: pero, Marcelo, me parece que estás mudado, que ya no me hablas con la antigua ternura, que cuando tus hijos vuelan á tus brazos, no los abrazas con el amor y alegría que ántes, y que alguna vez hasta sus caricias te importunan. No te puedo esplicar la pena que esto me causa. Me figuro que ya es el principio de nuestra desgracia, porque nosotros no vivimos mas que para adorarte, y si fuera posible... Marcelo sorprendido con estas dulces quejas, y sintiendo el torcedor de la conciencia, se desata en llanto, la abraza y la interrumpe para decirla: ¿cómo puedes, mi única amiga, mi adorada esposa, desconfiar de tu marido? No, tu esposo es, y será siempre tu amante. Corre luego á sus hijos, estampa en ellos sus labios, y añade: ¿qué estos pedazos de mi corazon me importunen? No, jamas, jamas, y no solo son y serán mi única felicidad, sino que ellos bastarán para acordarme siempre lo que debo á su madre, que es la esposa de mi corazon. No temas de mí, Martina mia. Yo no sé lo que he podido hacer, que haya producido esas inquietudes; pero déjame examinar mi corazon. Yo escudriñaré hasta sus mas ocultos sentimientos, y si hallare alguno... Pero no; yo no puedo tener mas que los que debo á mi Martina y á mis hijos.

Marcelo se retira con el alma agitada, porque las dulces quejas de su esposa le habian hecho sentir que su conducta las merecia. Esta fué una luz funesta que le pasó por el alma, y que le descubrió verdades que le escondia su pasion; pero no se las mostró mas que á bulto, y quiso examinarlas mas despacio. Impaciente de verse solo se va á su gabinete, cierra la puerta, y se sienta junto á una mesa. Allí por la primera vez se agita para penetrar su corazon. Se pregunta á sí mismo con franqueza y severidad, y se horroriza de ver como poco á poco se ha dejado empeñar. Tiembla viéndose al borde de un abismo, y contemplando su espantosa profundidad,   —142→   ¡que! se dice, ¿yo he podido dejarme embelesar por los atractivos, ó por el mérito de una muger que no es la mia? ¿Yo me espongo á dejarla, tomando tanto imperio sobre mi corazon, y á que se debilite el amor que debo á mi muger y mis hijos? ¿Seria yo tan insensato, que haya dado entrada á una nueva pasion, hasta enamorarme de Cipriana? Esta idea le llena de inquietud, y no podia considerarla sin terror.

Pero su pasion ya muy formada queria seducirle, y le decia: ¡qué dices! ¿No es posible, cuando se encuentra una muger de un merito extraordinario, tener el gusto de verla, de oirla, de admirar las gracias de su espíritu, hacer justicia á sus talentos, estimarla, buscarla, y entregarse á la dulzura de su trato, sin faltar por eso á su deber? Este pensamiento le halaga, y quisiera detenerse en él; pero muy presto la conciencia con su luz pavorosa le muestra los peligros, y exclama: ¡ah, Marcelo! ¡vil Marcelo! ¿tú quieres engañarte? Pero ¿cómo puedes disimular que te has mudado; que ya no eres el mismo? Tiembla, huye de la inclinacion que te arrastra. Ya has perdido la calma de la virtud; miráte inquieto, perplejo, y buscando los medios de conciliarla con tu pasion. ¿Quieres una prueba mas clara de que ya empiezas á ser culpado?

No (esclama levantándose con ímpetu), no, no es prudente familiarizarse con el riesgo. Ya es preciso tomar un partido, y el mejor es huirlo. Aquí es necesario valor contra sí mismo. Pocos dias han bastado para hacerme casi prevaricar, otros podrán cegarme. Yo me resuelvo á huir de Cipriana, y de todo lo que pueda fomentar en mi corazon su memoria. El sacrificio es duro, y sin duda me costará mucho; pero es necesario para mi reposo y el de mi familia, necesario para mi virtud. Un hombre de bien no está mas dispensado que su muger de guardarle fidelidad. El honor y la religion le obligan con la misma fuerza. Yo he jurado á Martina un amor inviolable. ¿Y qué no es ella muy digna de este amor? ¿No es la madre de mis hijos? ¿Qué dirán ellos cuando crezcan, si saben que su padre ha sido un hombre frívolo, y que ha causado penas á la mejor de las mugeres? ¿Cómo podria yo presentarme á su vista? Voy á ver al Marques, y él me ayudará, porque es mi amigo.

Cuando Marcelo iba á salir, el Marques entra, y viéndole, con un aire agitado le dice: ¿qué tienes que parece estás inquieto? Sin duda que lo estoy, respondió Marcelo, y pues estamos solos, yo voy á derramar mi corazon en el seno de la   —143→   amistad. ¡Dombal! ha dias que me confundo á mí mismo. Doña Cipriana. -Y bien, ¿qué tiene? ¿qué hay? -No hay nada; pero, amigo, es muy amable, demasiado amable, no hallo otro medio para conservar mi honor y mis obligaciones que no volver á verla. -¿Qué dices? -Que estoy resuelto á cortar toda relacion con tu amiga, y que voy á trabajar para olvidarla. Bien sé que me costará mucho; pero la religion, la felicidad de mi esposa, de mi familia, y la mia propia lo exigen absolutamente. Busca pues algun pretesto decente para que no vuelva á venir á mi casa, ni ver á mi muger, porque en cuanto á mí yo no volveré á la suya. -Escucha, Marcelo, y vamos con prudencia, porque estas especies de rupturas necesitan de grandes miramientos. El público las sabe con sorpresa; con esta ocasion dice lo que es, y lo que no es. Hombres como nosotros le debemos respeto, y no debemos conducirnos como pudieran dos rústicos aldeanos.

Si estás enteramente determinado á romper esta amistad, ve aquí lo que dos hombres de nuestra crianza y nacimiento pueden hacer. Lo primero es disminuir tus visitas poco á poco, y con mucho tiempo y destreza. Empezarémos porque vea poco á tu muger, y despues te irás tú retirando sucesivamente. Permíteme, amigo, que te diga, que es singular y ridículo no poder ver á una muger amable, sin enamorarse de ella como un loco, y que yo no hubiera debido esperar esto de un hombre de tu juicio. Pero dime, Doña Cipriana, ¿te ha dado á entender que le gustas, y que desea contraer contigo algun comercio de amor? -No; pero el mucho trato con una muger tan seductora puede hacer fácilmente que la amistad se transforme en los delirios del amor, y yo, amigo, jamas me perdonaria una flaqueza tan indigna. Yo amo á mi muger y mis hijos, y no quiero ni debo amar mas que á ellos. Ya ves que te hablo con franqueza, porque se que no abusarás de ella. Gobiername pues con tus consejos. Yo te obedeceré, pero sácame del laberinto en que me veo.

El Marques se alegró de ver que se dejaria gobernar por sus consejos, y lo que le dió gusto sobre todo fue conocer lo herido que estaba el corazon de Marcelo, pues aunque le veia batallar contra sí mismo, no dudó que con sus perfidas astucias, le pondria presto en estado de que le fuese imposible superar su pasion. El sencillo Marcelo se sometió á todas sus ideas, y adoptó sus disposiciones. La primera fué, que el Marques conseguiria con maña de Cipriana, que disminuyese sus visitas á la Marquesa, y salió diciendo, que iba   —144→   á ver cómo podia persuadirla; pero fué á hacerla saber su victoria, los progresos que va habia hecho en el corazon del provinciano, y el sistema de resistencia que este se proponia. Despues de haberse burlado del inocente, convinieron en que ya era tiempo de combatirle, y poner en planta todas las baterías.

La viuda empezó á sentirse un poco indispuesta, y no podia salir de casa; pero poco despues su mal iba aumentándose. No habia nada peligroso, pero eran vigilias nocturnas, y un cierto mal estar continuo que no la dejaba sosegar. Este estado la inspiraba una cierta languidez, que aumentaba el poder de su hermosura; porque la daba un colorido de melancolía, que le añadia un nuevo grado de interes. Marcelo, persuadido por el Marques, creia que lo menos que podia hacer para cumplir con la humanidad, la compasion y los buenos procederes, era enviar á saber de ella, y hacerle de cuando en cuando algunas visitas. Así lo hacia, y aunque el estado de la viuda, su dulce melancolía; y la aliñada simplicidad con que le recibia eran suficientes estímulos para un corazon ya resentido: y aunque ella misma hubiera animado el lenguaje de sus ojos, y la melodia lastimosa de su voz, Marcelo precavido contra tantos peligros, eludia con sus esfuerzos los ataques de tantos enemigos.

Una noche que fué á verla solo, la encontró con la pluma en la mano. Cipriana al instante que le ve se turba, toma el papel que escribia en la mano, y le hace pedazos. La accion fué tan viva, y la turbacion tan visible, que Marcelo no pudo dejar de estrañarla. Ella como que se recobra de un movimiento indeliberado le dice: vos estrañareis mi atolondramiento, pero mas os sorprenderéis cuando sepais que sois vos á quien escribia este papel que acabo de romper. ¿A mí señora? dijo Marcelo. A vos mismo, respondió ella. En verdad que mi accion era un poco ligera, y puede ser tambien que os hubiera parecido ménos decente. Yo doy gracias á Dios de que os ha traido para interrumpirme, y hacérmela reflexionar. Siempre es tiempo de corregirse, y ya habeis visto con qué prontitud me he corregido; pero en verdad que no me conozco. Yo me hallo tal, que ni siquiera sé lo que hago. ¡Ay, señor Don Marcelo! yo no soy digna mas que de lástima.

No bien dijo estas palabras, cuando se le escapan las lágrimas, que ella procuraba contener: Marcelo turbado y confuso, no sabiendo lo que todo aquello queria decir, con el   —145→   fuego en el corazon, y el agua en los ojos la dice enternecido: Señora ¿vos llorais? -Sí, Don Marcelo: yo lloro, y no hago otra cosa que llorar cuando nadie me ve. Si supierais mi suerte deplorable, si vierais las angustias de mi corazon, y el miserable destino á que estoy condenada... ¡Qué desgracia ha sido la mia! ¿Porqué habeis venido á Madrid? ¿Porqué me habeis encontrado cuando yo huia de todos los ojos? Y aquí redoblaba sus sollozos. Poco despues haciendo un esfuerzo sobre sí, para poder articular las palabras, y con un tono fuerte y decidido, le añade: Señor Don Marcelo, escuchadme: es preciso, absolutamente preciso que dejemos de vernos: vos sois casado, y yo no quiero perder ni mi reposo ni mi libertad. La virtud no se defiende sino huyendo.

El pobre Marcelo estaba inmóvil, atónito, y todos sus sentidos en un trastorno y revolucion que no es posible concebir. No sabia qué hacer, ni se determinaba á retirarse ni á pedir mayor esplicacion de lo que tanto se dejaba entender: pero la activa sirena, para fijar su indecision, le vuelve á decir: una muger virtuosa no debe esconder ni su flaqueza ni su peligro. El medio de vencerse es juzgarse con severidad, y tengo tan alta opinion de vuestra virtud, que no me he detenido en mostraros mi enfermedad, para que vos mismo me ayudeis á curarla. Ya veis los efectos, yo me seco y me consumo insensiblemente, y la muerte no tardará en poner fin á mis tormentos; pero entretanto ayudadme á sanar de esta infeliz inclinacion. Yo amo mucho á vuestra muger, y no quiero ofenderla: yo conozco vuestras obligaciones y las mias, y veo que debemos evitar tratarnos. Esto es precisamente lo que os escribía.

El Marques que lo escuchaba todo, creyó que ya era tiempo de hacer su papel. Entra como si viniera de fuera, y finge asombrarse de la situacion en que los halla, porque Cipriana parecia abatida con el desórden de su dolor, y Marcelo como fuera de sí: pero despues de algun silencio, ella le dice: vos venis á tiempo, y pues sois amigo de los dos, decidnos lo que debemos hacer. Ya sabeis que yo quiero ser siempre dueña de mi libertad, pero me ha sorprendido una inclinacion, que traidora se cubria con el velo de la amistad. Don Marcelo es la causa. Decidme ¿no debo huirle y separarme de él para siempre? Ya tú sabes Marques (la interrumpe Marcelo) la pasion que te he confesado, y que se aumenta todos los dias: yo sé que debiera oir las voces de la razon y huirla; pero me falta valor para dejar de verla: yo no puedo ni dejar de admirar   —146→   tanta hermosura ni privarme de discursos tan llenos de amabilidad y dulzura. Pero ¿porqué no podemos ser amigos? La virtud puede proibirnos el amor, pero nos permite la amistad.

Ve aquí lo que yo queria deciros la interrumpe al malvado Marques, y este es un tratado que ninguno de los dos puede rehusar. Los dos teneis un corazon sensible, que pudiera inflamarse. Lo que importa pues es que cada uno le sujete y le dirija: pero seria lástima que dos almas tan dignas la una de la otra se separasen por temor de un peligro que pueden evitar: y pues no quereis ni debeis reposar sobre el amor, reposad sobre la amistad, que tambien tiene sus dulzuras. No temais ningún riesgo: yo estaré á vuestra vista, yo seré vuestro ángel tutelar, y si os veo la menor flaqueza, la menor sospecha de una pasion que debeis combatir y superar, al instante os separo. Es preciso que mi amigo sea siempre fiel á su muger, que es muy amiga mia, y una persona que amo mucho: pero con tal de que esto sea, no veo inconveniente en lo demas. Vos Doña Cipriana, sois una filósofa, que sabreis añadir gracias á la amistad, sin que se le pueda baldonar nada. Marcelo no es libre, es esposo y padre; pero un trato inocente y desinteresado no perjudica á nadie. Gustar de la hermosura para venerarla, y de el talento para admirarle no es delito. Su esposa no puede llevar á mal que Marcelo conozca lo que valeis, y que os tribute sus respetos. Sed pues amigos, trataos como tales, y continuad viendoos como haciais ántes. Nadie puede censurar una amistad pura y desinteresada.

Es claro que el débil Marcelo debia recibir sin resistencia las leyes que se imponian. Seducido por su propia flaqueza y halagado con la pasion de Cipriana le habia fingido, no hizo nuevo esfuerzo para quitarse la venda de los ojos: con el pretesto de abandonarse á la amistad, dió nuevas fuerzas á su amor, y cada dia se aumentaba su violencia. Con pasos de gigante corria al precipicio. La aficion marital y hasta las dulces emociones de la paternidad se iban aflojando poco á poco. No ménos se debilitaban los sentimientos apacibles de la inocencia, la estimacion de sí mismo, y la inquietud del alma, sentimientos preciosos, que hacen la felicidad de las almas delicadas, y que cuando una vez se pierden, no es tan fácil volver á recobrar.

Todos los dias el corazon de Marcelo se sentia encadenar con prisiones mas fuertes, y sentia perder alguna de sus antiguas   —147→   ventajas. Su carácter se endurecia, su humor se agriaba. Ya no se le veia ni su pasada dulzura de genio, ni la acostumbrada amenidad de sus costumbres. Estas calidades son las únicas que pueden hacer dulce y delicioso un empeño irrevocable, que autorizan la religion y la virtud. Mucho se habia mudado. Se le veia triste, pensativo y disgustado. Ya no buscaba tanto ni las tiernas caricias de Martina, ni los inocentes juegos de sus hijos. Ya estos no le interesaban con sus dulces halagos, y Marcelo no parecia el mismo.

La sensible Martina se apercibia demasiado de esta transformacion, pero por no afligir á su marido, no se permitia la mas ligera queja. Al contrario, cuando veia el semblante de Marcelo cubierto de nubes, ponia en el suyo una serenidad inalterable: no combatia sus procederes poco delicados, y algunas veces sus durezas, sino con mas vivas pruebas de amor, ó con finezas nuevas. Una de sus amigas que adivinó sus pesares, acusaba esta conducta de flaqueza; pero ella le decia: yo no creo que mi marido se estravíe, porque es muy virtuoso; pero si por desgracia se me escapara, yo no quisiera llamarle ni con escándalos, ni con baldones que pudieran acabar de irritarle: tarde ó temprano volverá en sí, y conocerá que en ninguna parte puede estar mejor que en su familia, porque nadie puede amarle tanto.

Por otra parte es dificil dar pena ó afligir á lo que se ama; y si Marcelo pudiera ofenderme, yo no dejaria por eso de amarle. Contenta con llorar en secreto, no le haria ver mas que mi amor: creeme amiga. La mayor parte de las mugeres infelices, porque sus maridos las descuidan, dejarian de serlo, si en vez de los lamentos y las quejas, no opusieran mas que la paciencia y la terneza. Estas son las armas que la naturaleza ha dado á nuestro sexo, para defenderse contra la tiranía de los hombres. Está segura de que yo, y mis hijos (que se conducirán por mis consejos) triunfarémos siempre en el corazon de Marcelo: que él nos buscará siempre y no se fijará más que entre nosotros; pero ya te digo que estoy cierta de que no puede tener culpa alguna, y que yo la tuviera, si me abandónara á sospechas injustas. ¿Dónde hallará un corazon tan tierno y tan agradecido como el mío? ¿Qué gusto puede sentir igual al de abrazar sus hijos? La verdad es que mi marido tiene un pleito, y que esto es quizas lo que altera su humor; pero nuestras caricias consolarán sus penas.

Un dia que Marcelo, volvió á su casa con aspecto mas   —148→   áspero y desagradable, Martina observó que apartaba los ojos de ella, con una especie de terror, y que los fijaba en el suelo. Con deseo de calmarle, se le quiere acercar, pero él la huye como si la temíera. Parecia que le agitaban los terrores de una mala conciencia. Su muger le pregunta lo que tiene. El guarda un silencio pavoroso, y solo se le escapan espresiones duras y llenas de furor. La tierna y muy sensible Martina, no puede ya contener las angustias que la estrechan el corazon; se deshace en llanto, y viene á arrojarse entre los brazos de su esposo; pero él la rechaza, y quiere sacudirse de ella, para esquivarse á sus caricias. Ella redobla sus sollozos, y le dice: ¿así correspondes á mi amor? ¿Qué delito es el mío para tanto castigo?

Retírate Martina. Yo no te acuso de nada. Tú eres un ángel, pero yo soy un demonio: déjame porque quisiera verme sepultado en lo mas profundo de la tierra. -¡Qué! Marcelo ¿tú tienes penas, y no quieres que tu esposa las sienta contigo? ¡Marcelo mio, mi amigo! ¡Mi esposo no quiere derramar su dolor en el seno de su mejor amiga? -Ya no lo eres; yo debo perder hasta tu amistad y estimacion: ya no merezco mas que tu desprecio y tu odio. -¿Mi ódio? ¡Aun cuando tú me dieras la muerte con tu mano, cuando yo misma quisiera, me seria imposible, no digo odiarte, pero ni siquiera fingir un sentimiento tan horrible? No, amigo de mi corazon: cuando tú me arrancaras la vida, yo te besara la mano. -No me digas esas cosas: yo no las merezco, y me haces mas culpado. -Pero Marcelo, aunque hubieras dejado de amarme, aunque me hubieras sido infiel, yo te perdonara, y no pudiera dejar de amarte siempre. -¡Seria verdad adorada Martina, que tú fueras tan buena... tan generosa...! ¡esposa mia!... ¡Martina! ¡yo soy el mas culpado de los hombres!

Marcelo se entrega entónces á todos los estremos del dolor, y en medio de un diluvio de lágrimas confiesa á su muger, que despues de haber combatido la mas violenta pasion, acaba por fin de rendirse á ella. Yo habia creido dominarla (la dice), yo pensaba que no era mas que amistad; pero estoy corrido, avergonzado y jamás me consolaré. Yo he sido infiel á mi querida Martina yo he olvidado todos mis principios de honor, de religion y de virtud: yo he desmentido hasta aquí mi pura y tranquila constancia, y en fin he deshonrado á mi familia, á mis hijos, y á mí mismo. Siento, veo y reconozco todo el esceso de mi desvarío; pero yo me castigaré, y   —149→   ya empiezan á castigarme mi implacable dolor, y mi voraz remordimiento.

Querida Martina, yo te he perdido: ya tu infame marido no es digno de tí: tú tambien has perdido al honrado, virtuoso y feliz Marcelo. Este se ha desaparecido, y en su lugar no te queda mas que un brutal, un adúltero, un mal esposo, y un infame padre. Este monstruo abominable no merece ya el nombre de marido de una muger tan pura y respetable como tú. Tambien ha perdido sus derechos, sus títulos, su reposo y su propia estimacion. ¡Ah pérfido amigo! Tú eres la causa de mi desastre, porque me has hecho conocer esta sirena peligrosa. Pero, Martina, dulce Martina, ¿no me dices nada? Tú me habias prometido perdonarme, ¿porqué pues estás tan pálida? ¿Porqué ese llanto? ¿Porqué cierras los ojos?

Martina procura recobrarse, y despues de alguna pausa le toma la mano, y le dice: no estrañes este primer movimiento de mi dolor. Yo no sabia que era posible partir un corazon. -¡Ah Martina, no me lo baldones! Yo no he partido el mio, siempre ha sido todo tuyo. Este ha sido un engaño de mis sentidos, un momento de error, y yo lo espiaré toda mi vida. ¿No me perdonas? -Sí, amigo, yo te perdono; pero deja correr estas lágrimas que se escapan: ellas se detendrán, y ya está todo olvidado: no hablarémos mas que de nuestro amor. Diciendo esto corre á sus hijos, los trae entre sus brazos, y presentándoselos á su marido, le dice: Marcelo, ¿Cipriana te dará jamás dos hijos como estos? Oyelos que te hablan en favor de su madre. La infeliz no tiene los atractivos de la otra; pero sabe quererte mejor, pues que no vive mas que para amarte. Entónces los dos esposos se abrazan, confunden sus lágrimas, dan los mas tiernos besos á sus hijos, y se juran de nuevo un amor eterno.

Despues Marcelo corre á casa del Marques. Este se espanta, viendo el desórden con que viene. Amigo le dice, ¿qué te ha sucedido? -¿Tú mi amigo? Jamás lo fuiste, aunque tus impuros labios profanaban este augusto nombre. ¿Tú mi amigo? Tú me has hecho perder en un instante el fruto de una vida honrada y virtuosa, tú me has hecho llevar la muerte, el dolor y la angustia hasta el corazon de la muger más respetable, y digna de un amor que no emponzoñaban los remordimientos, pero que ahora va á ser el objeto de mi eterno pesar. Bárbaro, tú has sido mi asesino: anda á contar á tu digna amiga la pena y el despecho en que me ves, cuéntala la angustia   —150→   que me oprime por haber sido tan débil, por haber cedido á un momento de error. Dila...

El Marques queria interrumpirle; pero Marcelo no le daba lugar, y continuó diciendo, dila, que no me espondré mas, que no volveré á verla, que sus encantos no podrán quitarme otra vez la razon, y hacerme tan culpado como sus hechizos han logrado hacerme en un momento de delirio. Dila que yo la huiré para olvidarla, y apartar de mi vista imágen tan odiosa. Y tú, inhumano, alábate, complácete, jáctate de haberme arrastrado hasta el abismo. Ya está Martina instruida, ya se lo he contado todo, ya sabe que la he ofendido, y que tu funesta compañia, tus consejos perniciosos y tu espíritu seductor son los que me han precipitado. ¡Anda, pérfido, tan indigno del nombre de amigo! Tus ojos no volverán á verme jamás. Antes de que Dombal pudiese responder á este torrente de injurias, Marcelo corre presuroso á encerrarse en su casa, y pedir otra vez uno y muchos perdones á su muger. La dulce Martina se los ratificaba de nuevo, y le añadia nuevas finezas mas sensibles.

La viuda supo el funesto efecto que su condescendencia habia producido en el corazon de Marcelo, y no estaba poco picada de que estas fuesen las gracias que le diera; pero ella y Dombal se consoláron, porque uno y otro habian sabido sacar de Marcelo cantidades considerables con título de préstamos. No ostante, como la farsa habia durado poco, no habian tenido tiempo de sacar cuanto deseaban. Esto les afligia, y á Dombal sobre todo; pero su inagotable espíritu inventivo piensa que á pesar de todo el furor con que ha visto á Marcelo, este es tan cándido y visoño, que podrá engañarle otra vez, y con esta idea le escribe un papel, que decia así: «Marcelo, me es indispensable hablarte un instante: no es para que se quejen la amistad ó el honor ofendido: te doy mi palabra de que no me oirás una queja; pero es menester que te hable sobre tus intereses, y te espero».

Marcelo no se acordó de la máxima que dice: que no se debe hacer ningun tratado con los malos, y que cuando fuera preciso sacrificarles su fortuna, es conveniente huir de ellos. Tambien se olvidó de la máxima que enseña que nadie debe confiarse en sus propias fuerzas. Se sentia tan indignado de su caida miserable, que le pareció que no tenia que temer; que ya vuelto á la virtud y al amor conyugal, era incapaz de caer otra vez, y como le hablaba de intereses, y que tanto el Marques   —151→   como Cipriana le debian cantidades considerables, le pareció que debia á sus hijos el cuidado de recobrarlas. Con estas ideas va á buscar al Marques, y se le presenta con la firmeza de un hombre que no teme ni su cólera, ni otro desliz. El hábil cortesano no le hace el baldon mas ligero ni le da la menor queja y solo le habla de lo que debe, y del deseo que tiene de satisfacerle. Con este motivo, afectando la mas noble y escrupulosa exactitud, le dice: que está en ánimo de vender todo su patrimonio para no ser deudor de un hombre, que ya no quiere ser su amigo; que la gratitud es intolerable cuando no la sostiene la amistad, aunque no ha hecho nada para desmerecerla.

Aquí deja escapar algunas señales de terneza y dolor, que no dejáron de enternecer al cándido corazon de Marcelo. El astuto Marques se apercibe, y le repite golpes mas sensibles. Cuando ya le pareció maduro, le añade: Sí, Marcelo, tú eres un ingrato. No puedo negar que te debo mucho, y que te estoy muy obligado por la fineza con que me has favorecido cuando lo necesitaba; pero está tranquilo: yo te satisfaré por entero: no te faltará un real de tu dinero: tú serás pagado. ¿Pero quien me pagará á mí del amor que me debes, del pesar y de los perjuicios que me va á producir esta ruptura? Ya ves que no te hablo como ofendido; que sé despojarme de todo lo que es orgullo y vanidad, para no mostrarte mas que la pena de un corazon sentido, y de una ternura lastimada; porque la verdadera amistad se olvida de todo, para no acordarse mas que de su propio dolor. Pero ¿qué quejas puedes tener de mí? ¿Cuál es mi delito, sino el de querer disfrutar contigo de las visitas de una muger amable, que la suerte nos proporcionó? ¿Es culpa mia el que tú te enamoraras de ella; y si ella y tú transformais en pasion lo que no debia ser mas que un trato inocente y agradable? ¿Es mi culpa, si tú has abusado de una muger que ha tenido la flaqueza de ceder á la pasion que has sabido inspirarla?

¿Y cómo la recompensas, Marcelo? ¿Es este el proceder de un hombre honrado? ¿Cuál es su delito tampoco, sino de haberte querido con demasia? ¿Y tú se lo pagas, no solo abusando de su flaqueza, sino corriendo á divulgarla, á deshonrarla y envilecerla? ¿No podias ser ingrato sin añadir una indiscrecion, que no se permiten los hombres menos delicados? Marcelo, tú conoces poco las mugeres, si piensas que puedan perdonar agravios de esta especie. ¿Y á quién vas á hacer esta enseñanza? A tu misma muger. ¿Te imaginas que pueda olvidar nunca que la has sido infiel? ¿Qué necesidad tenia de saber este   —152→   secreto? Que ames á tu muger, que la prefieras á todas, y que ella ocupe sola tu corazon, esto es justo, y ya has visto como he alabado siempre tu conducta estimable en esta parte; pero era menester ó resistir mejor á los hechizos de Cipriana, ó pues tuviste la desgracia de caer, no debias deshonrarla, contándoselo á tu muger, ni ponerla en estado de perder la vida de vergüenza y de dolor.

Ya Marcelo estaba medio vencido. Ya se decia que habia estado muy imprudente, y que no debia ni haber afligido á su muger con esta indiscrecion, ni haber quitado á Cipriana su honor; que su remordimiento le habia hecho injusto y ménos honrado. Pero cuando oyó que estaba para perder la vida, le dió un vuelco el corazon, y temblando de miedo, pregunta al Marques: ¿cómo perder la vida? -¿Lo puedes dudar? le responde este. Ella ha sabido tu frenética locura, y lo que has hecho con tu muger. Desde aquel instante está fuera de sí, una violenta calentura la ha postrado en el lecho, y el médico teme que no pueda acabar el dia. -¡Dios mio! ¡qué es lo que dices! -Que ya está moribunda, y que va á pagar con la vida la flaqueza de un momento. Pero ciertamente no eras tú el que debia hacérsela pagar, pues que no la ha hecho, sino por ceder á tus ruegos, obligada del amor que te tenia.

¡Ay Marques! yo me avergüenzo, y si pudiera socorrerla... -¿Qué socorro cabe ya? Yo vengo de verla, y ya es tarde para todo. Si vieras con todo eso como habla de tí, como no se le escapa una palabra que te pueda ser injuriosa, como me decia que te amaba siempre, y como te disculpaba; te aseguro que me rompia el corazon. ¿Creerás tambien que lo único que la inquieta es el embarazo en que se halla de tu deuda, y que no tiene otro deseo que el de pagarte antes de morir? Esta mañana me decia: si yo pudiera hablar un instante con el para que se hiciera cargo de todo lo que dejo, y que pueda satisfacerse, yo muriera contenta.

Ya Marcelo estaba cubierto de lágrimas, y despues de haber estado un rato pensativo, le dice: yo no quisiera que me quedase el escozor de haber sido inhumano con una muger. ¡Dios mío! ¿porqué no nos hemos contentado con ser amigos...? -Ya esas reflexiones son inútiles, y Cipriana se muere. Yo no tengo la vanidad, tú me has quitado el derecho de aconsejarte; pero la verdad es que la infeliz no tiene ya mas que un soplo de vida, y que si quieres ser humano con ella, no debes perder instante, porque podrás encontrarla sin ella. Marcelo   —153→   cada vez mas afligido vuelve á caer en una meditacion profunda, da muchos suspiros, se pasea desatentado por el cuarto, y al fin dice: yo habia jurado no volver á ver una muger tan peligrosa, y que me ha sido tan funesta. Yo me lo habia prometido á mí mismo, y se lo habia prometido á mi esposa; pero Martina es tan benéfica y generosa, que si supiera... En efecto ¿Cipriana está tan mala? -No te respondo de que la encuentres viva. -Vamos pues, vamos otra vez, y que esta sea la última. Yo iré á verla esta tarde. -¿Me das la palabra? -Sí; pero con condicion de que no volveré. -Cuando no dieras mas que un consuelo á esta desgraciada muger, seria un acto de humanidad.

Ya el Marques tenia concertada su comedia con Cipriana; pero al instante corrió á avisarla para que todo estuviera pronto, y ve aquí como los hombres de bien son siempre víctimas de los inicuos, porque no tienen malicia para penetrar sus ardides. El buen Marcelo se fué á su casa, y contó á Martina el estado en que se halla Cipriana, y el deseo que tenia de verla para arreglar sus cuentas. Martina le dice al instante: amigo, corre, y no tardes en ir. La caridad nos obliga á socorrer y consolar á los que estan en los últimos momentos, y en ellos no hay delito que no deba obtener perdon. Infeliz el corazon duro y vengativo, que á la vista de la muerte no se siente desarmar. Anda, y consuela á esa pobre muger: dila, que la compadezco mucho, que yo quisiera poder darla la vida; que me ha causado muchas penas; pero que se las perdono, y que no me acuerdo mas que de las suyas.

Marcelo va; pero ¡qué espectáculo se le presenta! Toda la casa parece despojada. Hasta en la alcoba no habia mas que un pobre lecho en que estaba Cipriana, y todo presentaba el aspecto de la indigencia mas estrecha. No se veia otra cosa que una mesa vieja, en que habia un talego que parecia contener dinero, y al Marques que estaba á la cabecera de la moribunda. Marcelo se asombra de ver que todo está tan desguarnecido y miserable, y por señas pregunta al Marques la causa de esta novedad; pero la enferma le responde: acercaos, Señor: este ha sido un sacrificio necesario, y es mi primer paso para la sepultura: yo os debia, vos me habeis prestado vuestro dinero con mucha generosidad: mi obligacion era pagaros, y he vendido cuanto tenia para tener el consuelo de satisfaceros antes de morir. Ahí teneis el dinero. Me ha sido preciso despojarme en vida hasta de lo mas necesario para cumplir con una deuda tan sagrada; pero al fin ya está hecho, y presto no necesitaré de nada.

  —154→  

Mis penas, mi vergüenza, mis humillaciones y pesares me quitan la vida. Vos conoceis á quien debo todas mis amarguras; pero yo pido al cielo, que le haga tan feliz como él me ha hecho desdichada. Aquí no puede detener sus lágrimas, y solo añade: no puedo mas, y pues que Dios me da el consuelo de haberos pagado ántes de morir, solo os pido que le pidais por mí, que me perdoneis, y que no me negueis vuestra compasion. Marcelo aturdido, confuso, y con el corazon destrozado de todo lo que miraba y oia, echaba ojos de compasion sobre la enferma, y admiraba su noble proceder. ¡Qué! despojarse de todo (decia) cuando mas necesitaba de ello, á causa de su enfermedad, solo para poder pagarle, esto era un acto tan generoso y sublime que le llenaba de respeto á aquella muger. Se queja con dulzura de que se le haya creido tan bárbaro, que se haya hecho por él tanto esfuerzo: protesta que no tomará el dinero: pide al Marques que haga rescatar lo vendido, y que se emplee en curar á la enferma.

Le añade en secreto, que este golpe acaba de abrirle los ojos: que una muger que se conduce de esta manera, es una heroina: que su accion es sin ejemplo: que la que ha podido hacerlo, tiene mucha virtud y honradez: que está penetrado de dolor por lo que ha hecho: que quiere reparar sus imprudencias, y sus injusticias á toda costa, y que presto volverá á verla. Luego se acerca al lecho de Cipriana, procura consolarla, y la habla con el tono del interes mas vivo, con el aire de la amistad mas tierna, y en fin se despide de ella para volver, diciéndose á sí mismo: esta es una muger muy estimable; yo he sido un bárbaro, y si Dios la da vida, seré su fiel amigo, y seré cuanto es posible ser suyo, escepto amante. Este fué el proyecto con que salió, y volvió á encargar al Marques que viera si era posible hacer que cuando él volviera, ya encontrase la casa mas decente, y bien prevenida de todo. Yo quisiera, le dijo, sacarla de las garras de la muerte, ó á lo menos endulzarla los horrores de su fin. Dombal, esta es una muger rara y admirable. Martina la conocerá, y no volverá á estar celosa de ella, y si Dios la da vida, será nuestra amiga.

No bien el crédulo Marcelo estaba al pie de la escalera, cuando ya aquel par de malvados se burlaban de su bobería, y se reian de la comedia que habian representado con tanta habilidad; pero Marcelo llevaba en su corazon por un lado la dulce alegría que produce una buena obra, y por otro el disgusto de haber visto á Cipriana en tan fatal estado. Pedía al cielo que no muriese, y ya, para en caso de que se recobrara, se proponía   —155→   el plan de conducta que debia tener, y en el cual no veia peligro de caer otra vez. Al otro dia volvió á verla, y le dice, que se encuentra mucho mejor, porque el placer de haberle visto, y las atenciones que ha tenido con ella, la han dado la salud. Y así despues de darle las gracias, le dice: no hablemos mas de nuestros errores, los dos perdimos un momento la razon, y harto me cuesta: pero esto se acabó. Desde hoy quiero ser la mejor amiga de vuestra muger. Yo seré la que no os dejará olvidar lo que la debeis, y nos animaremos mutuamente á la virtud.

Para en adelante os ofrezco la amistad mas pura y desinteresada, que tendrá tambien un nuevo estímulo en mi gratitud. Al instante que me desahogue de ciertos cuidados, os pagaré lo que ahora os debo de nuevo. Es tan dulce deber á las personas que se estima... Olvidemos pues nuestros defectos, y no seamos desde hoy mas que tiernos amigos. Si por mi flaqueza yo fuera mas débil, si pudierais observar, que á pesar de mis resoluciones me desvío de la mayor pureza, corregidme, y ponedme otra vez en los límites de una amistad virtuosa. La respuesta de Marcelo fué la que se podia esperar de un corazon fácil, que se abria á todas las ilusiones, y que se tragaba todos los anzuelos. Se propuso en efecto seguir este plan con exactitud.

La enferma mejoraba como por milagro. Cada dia iba desenvolviendo nuevos encantos en sus talentos, y nuevas gracias en su corazon. Marcelo la veia todos los dias, y ya era tan amigo del Marques como ántes. El mal hacia progresos rápidos. Ya no era ilusion: ya era consentimiento deliberado. El marido de Martina empezaba á ser mas delincuente. Bien hallado con su mal, ni queria examinar lo que sentia, ni hablaba mas á su muger de Cipriana. Ya la ocultaba el número de visitas que la hacia; así sucedió lo que debia suceder. Una pasion que no se arranca de cuajo, tarde ó temprano echa por tierra al que la sufre, y por eso Mentor no deja á Telemaco en la orilla, sino con inflexible mano le precipita entre las aguas; y así Marcelo, que no supo arrancarse del peligro, poco á poco fué perdiendo de vista todas sus ideas de amistad y pureza. Se embriagó con la copa dorada del veneno mortífero, y en fin volvió á violar sus juramentos, su honor, la religion, el carácter de esposo, y cayó de bruces entre los brazos de la inmunda Cipriana.

Desde aquel instante todos los monstruos que acompañan   —156→   al vicio, se apoderaron de su corazon. El se hizo pródigo, insensible á los intereses y al amor de su familia. En su alma se aflojáron todos los resortes de la naturaleza. Ya no acariciaba, ni amaba á hijos. La dulzura y la resignacion de Martina eran baldones mudos que le atormentaban, y procuraba evitarlos, huyendo. Cada vez que venia á su casa, su conciencia le servia de un torcedor importuno, que con grito sordo, pero pavoroso le asustaba, y le condenaba á esconderse. Los remordimientos le espantaban; pero él procuraba acallarlos como un reo, que quisiera no escuchar la voz del juez que le intimida.

La infeliz Martina, que lo observaba todo, y que veia no solo que habia perdido el amor de su esposo, sino que este perdia la casa y el patrimonio de sus hijos, no sabia qué hacer. No le quedaba otra esperanza que la de su paciencia, ni veia otro medio para lograr una resolucion que le fuera favorable, sino el de su dulzura y buenos procederes. Su prudencia era tan delicada, que queria esconderle hasta sus lágrimas; pero estas se desquitaban cuando estaba sola. Un dia que daba algun desahogo á su dolor, un hijo suyo, que ya tenia seis años, la sorprende en su cuarto anegada en su llanto. La inocente criatura se enternece, y llorando tambien vuela á sus brazos, y la dice: ¿qué tienes, mamá? ¿Porqué lloras? -Yo tengo, hijo mio, muchas penas. -¿Es que no tienes que comer? Toma este pan de mi almuerzo, yo no almorzaré, y cometelo tú. La madre, dándole un beso mojado con su llanto, le responde: no, hijo, no es pan lo que me falta; pero hay disgustos mas sensibles. ¡Quiera Dios que no los tengas nunca! -¿Qué tienes pues? -Yo temo que nos veamos reducidos á la indigencia. -Mamá, ¿qué es indigencia? -Es, hijo mio, que nos falte todo, y hasta la comida y los vestidos. -¡Ay, mamá! toma mis vestidos, y cuanto tengo. Yo tendré mas gusto en vertelos á tí, que no á mí. Cuando sea grande nada te faltará, y te amaré mejor que mi papá, que ya no está con nosotros, ni viene á consolarte; pero yo estaré siempre contigo, y te acariciaré, porque nunca estoy contento, sino cuando te veo, y te abrazo. -Hijo, pues me amas tanto, di á tu padre cuando le veas solo, que yo lloro mucho, y que me muero de dolor: él entenderá esto. -Yo se lo diré, mamá, yo se lo diré, aunque no le amo tanto como a tí. -Hijo, haces mal, tú debes amar á tu padre: Dios te lo manda. -Pero nadie me ha mandado que te ame, y yo te amo tanto. -El mismo Dios te manda que ames á tu padre y á tu madre. No olvides, hijo, lo que te encargo; díselo á tu padre. -No lo olvidaré; basta que tú lo quieras.

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En efecto, poco después vuelve Marcelo con un aire mustio y abatido. Su corazon estaba devorado con la vergüenza y los remordimientos, huia hasta de los ojos de Martina, y no sosegaba hasta verse en el destierro de su cuarto. La presencia de las personas virtuosas es un tormento para los malos que conocen sus culpas. Su hijo, que le ve irse á su cuarto, corre tras él con las gracias de la inocencia, que por desgracia duran muy poco, y no se recobran otra vez. Luego que estuvo con él, le dijo: ¡Padre! ¿sabes que mamá se muere de pena, y que no hace mas que llorar? -Anda, déjame en paz, le responde Marcelo. -¿Cómo? le dice el niño: ¿no quieres que te abrace? Pero haz que mamá no llore tanto, porque yo no puedo dejar de llorar cuando ella llora, y al instante se deshace en llanto.

A vista de espectáculo tan tierno, Marcelo se sintió conmovido. Habia empezado á rechazarle; pero entonces viéndole tan afligido, se enternece, le llama, le pone entre sus brazos y se disponia á hablarle con halago y ternura. Quizas este era el momento, que el cielo destinaba para el triunfo de la naturaleza, y el consuelo de Martina; pero por desgracia dos amigos del Marques, esto es, dos perversos de su especie, que tambien lo eran de Marcelo, pues ya no tenia otros, entran á su cuarto, y le disipan estas tiernas impresiones, que hubieran podido conducirle al desengaño y arrepentimiento. ¡:Cuántos corazones estraviados por la corrupción del mundo sienten estos instantes de favor, y los dejan pasar! ¡:Cuántos encuentran esta semilla de virtud, y la dejan morir, porque el soplo emponzoñado del vicio los vuelve á corromper! Pocos son los que en medio de sus costumbres corrompidas no sienten alguna vez estos estímulos; pero son ménos los que saben recogerlos y aprovecharlos.

Marcelo se volvió á olvidar de su hijo, de su muger, y de todas las leyes del honor. Su pasion subió al mas alto punto de embriaguez. Era un delirio frenético, que cada dia se aumentaba. Sus prodigalidades disipáron su fortuna, y ve aquí como obligado á llenarse de deudas, sus acreedores le atormentan. En su casa ya faltaba todo, y estaba muy cerca de verse en la triste situacion de la miseria. No solo habia consumido su propio patrimonio, sino hasta el caudal de su muger. Martina habia condescendido con todo, y ya no la quedaban mas que sus diamantes; pero Marcelo era ya tan bárbaro que no tuvo rubor de pedírselos. Martina harta de pesares, acosada por las necesidades, y temerosa de que la falte pan para sus hijos, se atreve á negárselos. El se indigna, se enoja, la trata con dureza, la cubre de   —158→   oprobios. Martina sufre, no le responde nada; pero le escribe este papel.

«Yo moriré sin baldonarte nada, sin quejarme, y sin que salga de mis labios una palabra que te pueda humillar. Así no te escribo mas que para esponerte mi conducta. Ya has visto que jamas se ha desmentido, que mi amor ha sido sin ejemplo, y mi condescendencia sin límites. Quizas ha sido demasiada. La esposa no debia olvidar que era madre. Yo te lo he sacrificado todo, sin disimularme que mi facilidad era dañosa á tí mismo y á mis hijos. Ya es tiempo de que me detenga en medio del despeño á que nos precipitas. No por mí: porque ¿qué son la fortuna ni los intereses para una muger que no puede vivir mucho, y de quien tú te has olvidado? sino por tí mismo, y por tus hijos. No me arranques el último pedazo de pan que os queda. No des lugar á que yo tenga el dolor de saber cuando muera, que tú y ellos quedais sin recurso. ¡Ay, Marcelo! ¡mi siempre adorado Marcelo! ¿podia esperar esto de tí?

Este papel produjo mucho efecto en el corazon de Marcelo porque no era insensible, ni bárbaro; pero todos sus movimientos se perdian en la detestable sociedad que dominaba su alma. Esta es la marcha ordinaria de las pasiones. Empiezan por ceder por flaqueza; pero presto adquieren la dureza del vicio, y acaban por la inhumanidad. Así se ve que personas sensibles y virtuosas poco á poco, y de error en error llegan á la barbarie de los malvados. ¡Qué comunes son estos ejemplos! ¡Y qué precauciones no se deben tomar en lo escesivo de las inclinaciones y amistades! Un objeto indigno basta para conducir al corazon mas honrado al estremo de vileza en que estaba el infeliz Marcelo.

Cipriana y el Marques, que ya habian conocido el mal estado de los negocios de Marcelo, concertaron entre sí dejarle, y abandonar al infortunio una víctima, á quien habian chupado ya toda la sangre, y que ya no podia serles útil. Este es tambien el término ordinario de todos los amores y amistades, que no tienen mas que al interes por objeto. Ya se disponia Cipriana á buscar un pretesto para cerrarle7 su puerta, cuando por casualidad un comerciante que venia de Méjico, oyendo el nombre de Marcelo, manifestó mucha curiosidad, y quiso informarse de todas sus circunstancias. Despues que Cipriana y el Marques le dijéron lo que sabian, él les volvió á decir: este Don Marcelo de la Vega será muy presto el hombre mas rico de España. Este discurso les sorprende, les agita, y le preguntan el cómo?   —159→   El les responde: la muger de Don Marcelo tiene en Méjico un pariente que goza de una inmensa fortuna, fruto de cuarenta años de trabajo. Yo sé que á mi salida estaba muy enfermo, y que ya habia hecho un testamento, en que deja por heredera á su parienta, y en defecto de esta á su marido.

¡Qué; le dice el Marques, si la muger de Don Marcelo falta, ¿es él quien lo debe heredar todo? -Así es, y en mi juicio ya estará muerto, porque los médicos no le daban un mes de vida. Yo he deseado encontrarle para darle esta buena noticia, sin poderle ver en ninguna parte, y como parto esta noche para Francia, donde me llevan mis negocios, no se lo podré decir; pero pues es amigo vuestro, dadle esta noticia, que no puede dejar de agradarle. Ellos se lo prometiéron y el comerciante se fué.

No bien quedaron solos cuando se abandonaron al delirio que les causaba esta impensada noticia, y la esperanza de apropiarse de toda aquella riqueza. Lejos de seguir el proyectado plan de despedirle duramente, no piensan mas que en los medios de redoblar sus lisonjas, caricias y artificios para atraerle con mas fuerza. Arreglan lo que deben hacer, y la primera condicion para lograr sus fines es que no sepa nada de la fortuna que le espera. Ambos se prometen guardar el secreto, y no perder instante para empezar su trama.

Viene Marcelo, y encuentra á Cipriana sola; pero muy triste y pensativa. El inquieto y cuidadoso la pregunta ¿que tiene? Ella muestra mucha dificultad en esplicarse: el insiste, y despues de muchas escusas y repulsas, le dice al fin; pues estamos solos, voy á descubrirte mi corazon. Yo no puedo tener ningun secreto para el hombre que adoro: ya ves la agitacion en que estoy, y que no puedo disimular mas tiempo; yo queria ser la víctima única, pero veo que tú también lo serás, y esto es lo que me aflige. ¡Ay Marcelo! ¿qué es lo que hemos hecho? ¿En que abismo nos hemos precipitado? El amor nos ha seducido, y lo peor es, que cada día siento que te amo mas: y diciendo esto, derrama un nuevo torrente de lágrimas, que la hacia mas interesante.

Marcelo, temblando, sin entender lo que queria decirle, y temeroso de alguna resolucion contraria á su amor, la dice: ¿No soy ya bastante infeliz y mi destino quiere prepararme otros golpes? -¡Ah! ¡qué estos golpes no son crueles sino para mí! ¡para mí, que no podré vivir sin ti! -Pero ¿qué quieres? Yo no puedo remediarlo. Los remordimientos vienen á emponzoñar   —160→   mi felicidad, y no me dejan gozar de ella. Al principio mi feliz ceguedad no me dejaba ver mas que la dulzura de mi amor, pero ahora mi razon me descubre mis delitos, y sobre todo uno, que es el peor de todos. Marcelo, por causa mia tú has perdido tu virtud, la felicidad que hallabas en tu familia, y hasta el amor de tu muger; de esa muger tan buena, y que hubiera sido mi amiga, si fuera posible amar á la que nos disputa el corazon, que es el único objeto de nuestro amor. ¡Ay Dios! ¿adónde me ha conducido una pasion tan fatal? ¡Ah Marques! ¡qué mal me has hecho, contribuyendo á mi flaqueza, y cuanto me cuesta haber perdido el dulce sistema de mi tranquila indiferencia!

Pero en fin mas vale tarde que nunca. Escúchame Marcelo, y tenme lástima. Ya has visto que eran muy dulces para mí los lazos que nos unian, y te declaro que nunca me han sido mas que ahora, que tú eres el único hombre que ha sabido llenarme el corazon, el único que he amado, y el único que amaré, y que nunca te he amado tanto como ahora que voy á perderte. -¿A perderme? -Si, Marcelo. Yo se que me costará la vida; pero este partido, aunque tan duro, aunque tan horrible, es indispensable, es necesario. -¿Que me dices? ¿tienes valor para...? -Ya no podemos dejar de abrir los ojos, ya es tiempo de quitarnos la venda que nos oculta el esceso de nuestros estravíos. Considera un poco lo que soy yo á los ojos del mundo, á los tuyos, á los mios propios. ¿Cómo es posible que me lo disimule? ¿Qué papel hago? El de una manceba, el de una adúltera. No puedo pues ser mas que un objeto de desprecio. ¿Y cómo me puedo consolar? Yo sé que me amas, pero tambien quisiera que me estimaras.

Marcelo estaba ya de rodillas, protestándola, que no solo la ama, sino que la estima y adora, pero ella le interrumpe para decirle: No nos engañemos: ya la venda se me ha caido de los ojos, ya veo la verdad, ya la escucho que me habla, que me condena, que me enseña las leyes que debo seguir, y ya veo que es preciso seguirlas: imítame: una muger ¿tendrá mas valor que tú? Separemonos, Marcelo: no volvamos á vernos. Yo iré á llorar en el retiro mas oscuro mis flaquezas, mi amor, un amor... No, yo no viviré largo tiempo; pero tendré el consuelo de morir, sabiendo, que ya vives bien con tu esposa, que logras la estimacion de todos, y que tú tendrás lástima de mí; porque te compadecerás de una infeliz que ya ni siquiera podrá verte. Bien sé que por mas que haga, tú reinarás siempre en mi corazon, y que tu memoria me le destrozará. Este será   —161→   mi mayor tormento: pero ¿qué he de hacer? pues no puedo dejarte de amar.

Todo esto fue pronunciado con un diluvio de lágrimas. El crédulo Marcelo derramaba otro, y la decia: ¿cómo ¡cruel! tú puedes resolverte á separarte de mí? ¿No sabes que me quitarás la vida? -Marcelo no hay remedio: demasiado he vivido ya olvidada de la razon y el honor. El nombre de tu manceba ó tu querida es un título de oprobio, y yo quisiera sepultarle conmigo en el centro de la tierra: á lo ménos yo me iré lejos de Madrid, donde nadie me vea, donde tú no estés: pero ¡ay! ¿dónde irá mi corazon que no lleve consigo la imágen del hombre mas querido? ¿Porqué el cielo no me hizo vuestra esposa? La tuya es la única muger que me inspira envidia. ¡Qué dichosa es, pues puede gloriarse de quererte, y yo, infeliz de mí, que te amo mil veces más, yo debo esconderme y avergonzarme de este amor! A Dios, á Dios Marcelo. Lo que mas me aflige en este lance es que ahora no puedo pagarte lo que te debo. -¿Qué me hablas de pagarme? Yo soy el que te debo hasta la vida, pues sin tí me fuera insoportable. Es verdad que he perdido mi fortuna; pero yo me consolaba pensando que tú me quedabas, y ahora ¿quieres abandonarme? -¡Marcelo! Yo apelo á tu misma probidad. Tú dices que me amas. Si esto es verdad, tú debes mirar por mi honor. Este exije que yo me sacrifique, que nos separemos, que nos olvidemos. -No, yo no podré jamas. -Tú debes ser el que me fortifique. El verdadero amante debe ser un amigo desinteresado. Yo aspiro á merecer tu estimación y la mia propia, y no puedo merecerla mientras no sea mas que tu manceba. Esto no corresponde mas que á tu esposa.

Estas palabras despiertan una idea terrible en el espiritu del desolado amante, y la dice: Martina está enferma, y no puede vivir mucho. Si yo quedara libre todo se remediara. -¿Qué dices? -Que entónces yo pudiera satisfacer tus deseos y los mios. -¿Te casarás conmigo? -Al instante. -¿De veras? -¿Puedes dudarlo? -¿Te atrevieras á asegurármelo por escrito? -Con todos los escritos y juramentos del mundo. -Pues bien, si esto es verdad, escúchame: tú me conoces: tú sabes como te amo, y que en nada me conduce el interes: firmame pues un papel en que te obligues á darme cien mil pesos si, en el caso de estar libre, no te casas conmigo. Si me lo firmas entónces haré cuanto quieras. -¡Cien mil pesos! Ya ves que en el estado actual de mi fortuna... -No importa: ¿tú comprendes que jamas me servire de este escrito? Pero quiero tenerle para poder representártelo á ti mismo en caso necesario... En   —162→   fin yo me valgo de este medio como de todos los que puedan asegurarme tu mano, aunque no dejo de conocer que es ridículo: porque ¿de qué me sirvieran todas las riquezas del mundo sin tu corazon? Un amor como el mio no se puede pagar mas que con amor.

El insensato escribe y firma lo que la viuda le dicta. Ahora, le dijo esta (recibiendo el papel) puedo tomar un partido menos severo, porque la idea de poder ser un dia tu muger, me hace ménos vergonzoso nuestro trato. La esperanza de un himeneo me puede justificar. Yo deseo que viva Martina, pero á lo ménos ya puedo esperar ser tuya. Ahora amo á un hombre que, cuando pueda, será mi marido.

La pobre Martina estaba con efecto tan lánguida y desfallecida, que no prometia vida larga. Ya ni siquiera desahogaba su dolor. Petronila, que era la sola criada que la habia quedado, era tambien el único confidente de sus penas. La infeliz se secaba sin consuelo. Tomaba á sus hijos entre sus brazos para bañarlos con sus lágrimas, y los rechazaba. Escribia á su marido, y apénas acababa un papel, cuando le hacia pedazos. Ya no tenia mas que la muerte delante de los ojos, y esta imágen la consolaba algunas veces de sus penas; pero cuando consideraba que sus hijos iban á perder en ella su único arrimo, esta idea la traspasaba de dolor. Pedia al cielo socorro, y se quejaba con Petronila de su injusto esposo.

Cipriana se aplaudia con Dombal de su habilidad, y del cómo habia logrado su artificio. Ella habia sabido tomar todas sus precauciones con tanta destreza que en ningun caso podia temer la vigilancia de la justicia, y no se contentaban los dos malvados con los cien mil pesos, pues no dudaban que Martina no podia durar mucho, y estaban seguros de disfrutar todos los tesoros que Marcelo esperaba: solo el mismo Marcelo estaba pesaroso, porque desde que volvió en sí, y pudo reflexionar sobre aquel acto, no se pudo disimular el indigno hecho que acababa de hacer. Haberse obligado á tomar nuevas cadenas sin estar rotas las que tenia: haber prometido á una mujer darla la mano, sobre la ceniza caliente de la suya, todo esto le parecia horrible, y no comprendia cómo el delirio de la pasion le podia conducir á tanto esceso. Empezó á entrever el carácter interesado de Cipriana. Tampoco es fácil sofocar esta voz secreta de la conciencia contra una mala accion; y el esposo de Martina no podia sufrir su remordimiento interior. Este disgusto se aumentó mucho cuando va á ver á la   —163→   víctima que él mismo arrastra al sepulcro, y que lánguida y desfallecida, léjos de importunarle con sus quejas, no le hace ver mas que indulgencia, cariño y amor; pero tal es el carácter del vicio, que cuando se reconoce delincuente, se irrita contra sí mismo, y no pudiendo disculparse, se hace inhumano y feroz. Marcelo lo era con Martina, y respondia á sus caricias y finezas con durezas y brutalidades; pero no podia acallar la voz secreta que le perseguia. Ella le gritaba: Martina está viva, ¿y tú has hecho á otra muger una promesa odiosa, delincuente y sacrílega? No te falta mas que echarla tú mismo en su sepulcro: ¿y qué otra cosa haces cuando la ves consumida de dolor, y la abandonas? ¡Infeliz Marcelo! ¡Tú quitas la vida á tu muger! ¡Tú privas á tus hijos de su madre! ¿Se puede reparar esta pérdida? ¿Quién será su consuelo, pues ha largo tiempo que ya no pareces padre? Vamos, se decia, á arrancar este papel que me deshonra, y que sea despojo de las llamas. Otras mil ideas le pasaban por la imaginacion; pero apénas veia á Cipriana cuando de todo se olvidaba, y solo se acordaba de su amor.

Entretanto su desolada esposa, víctima del dolor que la consumia, estaba ya postrada, y en manos de los medicos. Cansada ya de una vida tan triste, esperaba la muerte con indiferencia; pero dócil á la voz de la religion, se abandonaba á los socorros del arte, y consentia en tomar los remedios que se la prescribian. Se la habia ordenado una medicina, y esperaba la hora para tomarla: pero de repente entra Petronila, trayendo en el semblante todas las señales del terror, y sin poder articular una palabra. Martina se espanta al verla, y la dice: ¿qué tienes amiga? ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está mi marido? ¿Qué es lo que le amenaza? Sácame de inquietud. -¡Ay Señora! la dice, no me hableis de vuestro verdugo. El peligro es para vos misma. No tomeis esa medicina, que está envenenada. -¿Envenenada? -Sí, Señora, es veneno. -¡Qué dices! -Que tengo horror de deciros este secreto, pero es preciso salvaros. Han puesto veneno en ella, y sin duda por orden de vuestro esposo. -¿De Marcelo? ¿Del hombre que yo adoraba y adoro todavía?

El golpe de esta inesperada y terrible noticia altera tanto el corazon de la infeliz y ya desfallecida Martina, que se siente morir, y un súbito desmayo la hace perder los sentidos. Estuvo largo tiempo fuera de sí, sin poder pronunciar una palabra. Al fin se desata en un copioso y lastimero llanto, y cuando pudo hablar, decia: ¡Santo Dios! ¿Mi marido desea mi muerte? ¡Ah! si mi religion no me lo prohibiera, ¡cómo sabria vencer   —164→   mi repugnancia, para que Marcelo quedara satisfecho! -No, Señora, no lo quedaria, y en esta ocasión yo me atreveria á desobedeceros. -¡Ay amiga! si Marcelo quiere mi muerte, ¿cómo podemos impedirla? Mira, cuando ahora evitemos este golpe ¿podremos escapar de otros? Ya debes ver que mi sentencia está pronunciada. ¿No conoces que tarde ó temprano lo ha de lograr? Pero dime ¿estás segura que esto viene de mi marido? -¿Y lo podeis dudar despues del modo con que os trata? No basta haberos reducido á la miseria, el bárbaro tambien quiere enterraros. -Pero ¿estás bien segura? -Yo lo he sabido todo de la boca de una criada de la detestable Cipriana. Ella ha venido desalada á decirme, que un hombre debia venir á echar veneno en el remedio que se os preparaba. Yo he visto venir á uno, y sin duda que lo ha echado.

Martina repetia, ¿podia yo esperar esta barbarie? ¡O Marcelo! ¡Tú, por quien únicamente queria vivir! Tú, á quien ya habia perdonado, y que nunca he dejado de querer, ¿tú, deseas y procuras mi muerte? ¿Y para que te tomas este afan? ¿Porqué no dejas esta obra a mi dolor? El basta para acabarme, y ya no puede dejarme vivir mucho. Petronila, no llores, tengamos valor, solo te pido un servicio, y es el único que me harás. Yo siento que voy á morir. Este golpe acaba de estinguir la poca vida que me quedaba; pero cuando muera, di á Marcelo, que aunque he sabido que me queria apresurar la muerte, no he dejado de amarle y perdonarle. Recomiéndale mis pobres hijos; pero, amiga, me viene una idea. Yo quiero escribirle todos los tormentos de mi corazon, y tú le darás mi papel despues de mi muerte. En efecto, toma la pluma, y con una mano trémula escribe estas palabras, que iban todas bañadas con su llanto.

«Doy mil gracias al cielo de que me quite la vida en un momento, en que con tanto ardor solicitas mi muerte. Le agradezco que su bondad haga que no te sea necesario este delito, y que te libre de un eterno remordimiento; pero ¿cómo no has conocido que tu afan era inútil, pues para matarme me basta mi dolor? Sabe para consuelo tuyo, que no es el remedio emponzoñado el que me mata, sino las penas de mi corazon. No me quejo de mi suerte; porque, gracias al cielo, estoy inocente, y voy á caer en los brazos de un Dios dulce, que es mi amoroso padre. Pero ¿quién servirá de madre á mis pobres hijos? ¿Será Doña Cipriana? ¡Ay, Marcelo! si se supieran tus designios, si se descubre que has echado veneno en mis remedios, ¿cuál seria tu castigo? ¿Cuál seria el deshonor de mis hijos? ¡Dichosa   —165→   yo, pues con mi muerte te escuso, y les escuso males tan terribles! Yo muero con la esperanza de que un dia abrirás los ojos, y que conocerás la diferencia que hay entre una muger honesta, que jamas ha querido mas que á su esposo y sus hijos, y entre otra que... pero tú la conocerás. Yo te perdono y te disculpo, porque sin duda será ella la que te habrá aconsejado, y quizá conducido tu mano; pero Dios nos juzgará: yo la abandono á sus remordimientos.

A Dios, pues, querido Marcelo, trata mejor que á su madre á los infelices frutos de nuestra union. Acuérdate que no tienen en la tierra otro protector. Jamas sabrán que tú has intentado privarlos de su madre, y te amarán como yo. Si alguna cosa podrá espiar este delito, será que los ames, y los cuides. Yo no te pido otra recompensa de mi muerte. ¡Que desgracia es romper con tanta violencia unos nudos, que el amor mas tierno habia tejido! Pero no te olvides de que hay un Dios justo, y no tardes en ocurrir á su clemencia. A Dios, adorado Marcelo, á Dios para siempre».

Martina dió este papel á Petronila, que se deshacia en llanto, y la dice: ocúltame esas lágrimas, y no disminuyas mi valor: Mira, amiga, tú le darás este papel, y le dirás tambien, que mi último suspiro fué por el. Petronila procuraba esforzarla, y la decia: señora, no os abandoneis á vuestro dolor: vivid para castigo de esos infames, y que no consigan sus deseos malvados: vivid para vuestros hijos y para mí; pero Martina la replicaba: Petronila mia, una vida como la que yo tengo, ¿te parece digna de ser conservada? ¿Qué puedo ya esperar, sino penas y disgustos? Pero me queda otra gracia que pedirte, y es, que guardes un silencio inviolable y eterno sobre este triste y funesto secreto. Si se llegara á traslucir, el autor de mis penas seria rigurosamente castigado. Tú comprendes cuál fuera su castigo, y cómo la mancha se estendiera hasta mis pobres hijos. Querida Petronila, dame la palabra de que no se lo dirás á nadie. Tú eres buena, tú me amas, y no permitirás que yo baje á la tumba con este desconsuelo.

Petronila desolada, y sin poder sosegarse, despues de muchos esfuerzos la da palabra de que guardará el secreto. Martina se saca entónces un anillo del dedo, y se le da, diciéndola: guarda esta sortija en memoria de tu ama desdichada. Poco vale; pero es todo lo que te puedo dar. ¡Cuánto siento no poder corresponderte mejor! Traéme ahora á mis hijos, para que recojan mi último suspiro. Yo quisiera escusarles este espectaculo   —166→   de dolor; pero no puedo negarme el consuelo de estrecharlos todavía en mis brazos desfallecidos. Petronila va, y vuelve trayendo por la mano á los dos niños. La tierna madre les prodiga millares de besos, mezclados con gemidos y sollozos. ¡Hijos mios! les decia: ¡hijos queridos de mi corazon! de aquí á un instante ya no tendreis madre. Petronila, ten cuidado de llevártelos á tiempo, para que no vean mi deplorable fin. Déjalos sobre mi seno miéntras me dura la razon; pero cuando veas que mis sentidos se turban, y que ya no puedo sentir, ni conocer, llevátelos contigo, y procura consolarlos.

Entónces juntando sus manos, y fijando sus ojos en el cielo, se pone como quien dirige una fervorosa oracion, y como si aguardara el momento de verse en la presencia de Dios. La afligida criada, no sabiendo ya que decir á su ama, y pensando que esta iba á dar su postrer aliento, corre hacia la puerta para llamar gente, cuando Marcelo llega precipitado y despavorido. Echa los ojos por la pieza, y viendo un vaso de remedios sobre la mesa, va, le toma, y le arroja por tierra. Martina lo repara, y le dice; ¿eres tú Marcelo? La criada alborozada le dice: yo lo decia, señor: vos no podiais ser tan bárbaro. Pero Marcelo no la escuchaba, transportado y fuera de sí se habia echado entre los brazos de Martina, y la apretaba con los suyos, diciéndola: ¡Martina mia! ¡dulce esposa de quien me reconozco muy indigno! ¿Quizas habrás podido imaginar que yo fuera tan bárbaro que quisiera quitarte la vida? Pero no: mi iniquidad no ha llegado á tanto. Demasiado culpado soy por haberte quitado mi corazon; pero ya vengo á volvértele, y ponerle á tus pies. Ya vas á verle destrozado de remordimientos, y lleno de dolor, de arrepentimiento y amor. Yo lo sé todo, todo, Martina mia; pero este atentado no era mio: era de ese monstruo... de esa infame, que habia turbado mi razon: esa muger abominable es la que ha intentado quitarte la vida.

Diciendo esto se anegaba en su llanto, y llenaba á su muger de caricias. Martina estaba absorta y sorprendida, y apenas podia entender lo que veia; pero sentia confusamente que todos aquellos movimientos le eran favorables, y su alma se iba abriendo poco á poco á las dulzuras del consuelo. Abrazaba á su marido, y parecia que su vida se aumentaba por instantes, Petronila se aprovecha de un momento para dar á Marcelo el papel de su ama. Marcelo le lee, se agita de nuevo, y volviendo á enlazarse con su esposa, la dice: sí, adorada Martina, yo soy un infame: yo he violado las leyes del honor, del amor y de la religion; pero ¿has podido pensar que fuera tan horrible,   —167→   que me valiera de un veneno?... ¿Que yo pudiera ser tu asesino?... ¡O Dios! ¡Qué idea tienes de mi! No, yo no puedo soportarla, ¡cielo piadoso! Yo veo tu providencia: mi muger iba á ser víctima de su dolor, y me creia su homicida: tú no lo has permitido. ¡Ah! Cipriana malvada, no te librarás de mi venganza. ¡Miserable! tú verás á dónde van mis fuerzas.

Marcelo estaba tan fuera de sí, tan agitado, que no pudiendo sostenerse, fué menester que se sentara. Entónces toma á sus hijos en sus brazos y con voz alterada y dolorida les dice: ¡hijos mios! ¡mis tiernos hijos! vuestra madre iba á morir, creyendo que yo era el autor de su muerte. No, no, mi iniquidad no ha llegado á tanto. Dos malvados me han engañado, me han seducido, me han hecho cometer mil errores; pero no les bastaba mi infamia; tambien querian la muerte de vuestra madre; y diciendo esto, volvia á caer en el delirio del furor. Dejaba á los hijos para enlazarse con su madre, y se desenlazaba de esta para ir á abrazar á sus hijos. Cuando pudo sosegarse un poco, les contó como la criada de Cipriana le habia descubierto este misterio de iniquidad, para que lo impidiese. En el mismo momento llega la misma criada, que venia cuidadosa de saber si su aviso habia llegado á tiempo para estorbar el golpe, y les confesó, que al principio creyó que Marcelo estaba noticioso del proyecto, y que por eso no lo habia descubierto sino á Petronila; pero que habiendo sabido despues, que no, y que Cipriana y el Marques eran los únicos autores, se habia determinado á descubrírselo también á Marcelo, para que lo estorbase.

Esta misma criada les añadió: pero aun me falta deciros la causa de su proyecto. Mi ama ha sabido que vuestra esposa tiene un pariente muy rico en Indias... Es verdad, dijo Martina, yo se que tengo un pariente, aunque ha mucho tiempo que no tengo noticias. -Pues bien, este se ha muerto ó está para morirse, dejandoos por heredera de todo, y Cipriana queria sucederos, y casarse con Don Marcelo; por esto queria despacharos... ¡Ah! si esto fuera cierto, dijo Martina á su marido, la herencia vendria apropósito para reparar tus quebrantos, porque desde ahora te la cedo por entero: yo no quiero mas riquezas que la de poseer tu corazon, y conservarle. ¡O cielo! esclama Marcelo, ¡que generosidad! ¿Cuándo ó cómo podré agradecer tantos beneficios? Esposa mia, yo no las quiero tampoco mas que para tí y nuestros hijos, y para hacer que me perdones mis delitos; pero es menester castigar á los malvados.

Apénas pronuncia estas palabras, cuando toma su sombrero   —168→   con ademan de salir: Martina quiere detenerle con sus gritos; pero él no oye, y corre presuroso á casa de Cipriana. Esta, que aguardaba con inquietud noticias de los efectos del veneno, viéndole venir tan despavorido y precipitado, se imagina que viene á informarle de la muerte de Martina, y se preparaba á afectar lágrimas y gemidos. Así le dice: ¿qué tienes Marcelo? ¿Qué vienes á decirme? ¿Estaria tu muger en peligro? Sí, infame, la responde, sí, monstruo de perfidia y horror, mi muger ha estado en peligro, y ha visto la muerte muy cerca; pero la providencia velaba sobre ella, y la ha librado de tus furias. Gracias á Dios, tu atroz delito ha sido inútil. Ya lo sé todo: ya conozco el corazon que abrigas en tu seno: tú te has burlado de mí: tú has engañado mi simple credulidad: tú querias devorar mi nueva fortuna, la herencia de América; pero otro premio te aguarda.

En esto ve que el Marques iba á entrar, y levantando la voz, añade: tú le partiras con este traidor, que tampoco se escapará de un infame suplicio. Desde aquí voy á denunciar á entrambos, y sabed que tengo pruebas y testigos. Los jueces decidirán lo que mereceis. Temblad, ¡miserables! Vos habeis abusado de un corazon bueno, fácil y crédulo; pero vosotros le habeis enseñado á endurecerse, y él os perseguirá sin compasion. Vosotros habeis sabido darme los golpes mas crueles; pero yo sabré vengarme. Los dos inicuos estaban confundidos. ¡Tan terrible es la verdad para los corazones que se sienten culpados! El Marques tartamudea algunas palabras, reclamando su amistad. -Infame, le responde, ¿esa palabra puede salirte de la boca! ¡Tú me hablas de amistad! ¡Tú que me has clavado un puñal en el pecho! ¡Tú que me has quitado mas que mi fortuna, corrompiendo mi virtud y mi honor! ¡Tú que eres verdugo de mi muger! ¡Tú que querias que muriese, acusándome de este horror! Yo destrozaria tu infame corazon con mil golpes de mi mano, sino quisiera dejar al verdugo el oprobio de mancharse con tu sangre. Yo te llamaré delante de los jueces, tú les contarás los servicios que me ha hecho tu amistad, y ellos sabrán darte el premio que mereces. Pero ¿en qué me detengo? Allá voy.

Cuando iba á salir, entra Martina apoyada sobre Petronila, y casi sin aliento, por el esfuerzo que habia hecho para venir. Estaba pálida y descolorida y parecia moribunda. No ostante detiene á su marido, y le dice: ¿adónde vas, Marcelo?   —169→   Yo he sospechado tu intencion, y vengo á pedirte una prueba de la nueva amistad que me prometes. Marcelo no podia creer sus ojos, y entre sorprendido y disgustado la dice: ¿eres tú Martina? ¡Tú en esta casa! ¡Tú con estos monstruos, que han intentado quitarte la vida! ¿Qué es lo que quieres? -Yo no pido mas que una gracia, y la espero de mi marido. Yo sé todos los pesares que me han dado, y que me han hecho mas mal que privarme de la vida, pues me han privado de tu corazon; pero solo con ver, que á pesar de sus iniquidades le recobro, quedarán bastante castigados. Créeme, esposo; los delitos llevan consigo su más cruel castigo.

Cipriana y el Marques se echan á los pies de Martina. Nada es tan bajo y cobarde como un delito descubierto. La aseguran de su arrepentimiento, y la piden que calme el justo furor de su marido. Marcelo se muestra inexorable, y repite muchas veces, que quiere entregarlos al rigor de la justicia. Martina les responde: yo no creo mucho que esteis arrepentidos, y fuerais muy dichosos si pudierais sentir los remordimientos, que debe escitar vuestra conducta; pero sabed que no me engañais, y que si suplico á mi marido, es por mí sola. Yo me he prometido libraros de un castigo público, para ver si con el tiempo corregís vuestra vida abominable, y espero que Marcelo desempeñará mi promesa. Este no queria; pero las instancias y solicitudes de Martina fuéron tan vivas y tan repetidas, que al fin se vio obligado á ceder. Prometió, que por sí no daria la queja, pero que si se le preguntaba, no podria esconder la verdad.

Martina contenta con esto, le sacó de aquella casa abominable, y se le llevó consigo. Desde aquel momento pareció que empezaba á vivir nueva vida con nuevo corazon. Esta experiencia afirmó su virtud, y en adelante volvió á ser buen marido, padre escelente, buen ciudadano, y hombre de bien á todas luces. Todos los dias crecia tanto en el amor y la veneración de su esposa, como en el cuidado y la atencion, que daba á sus hijos y familia. Poco despues les llegó la noticia y los caudales de su herencia. Marcelo hizo un justo y bien entendido uso de sus riquezas, aprendió á conocer los infelices y los necesitados, y gozó de la inefable felicidad de enjugar sus lágrimas, y de darle alivios y consuelos con sus beneficios. Martina no fué ménos dichosa. Vió crecer á sus hijos en su seno, y en medio de los buenos ejemplos. La indigna Cipriana cayó en la mayor miseria, y murió en un hospital devorada de dolores y remordimientos. Dombal, no   —170→   pudiendo sufrir el desprecio de la corte y del público, se vió forzado á espatriarse, y sus nuevos delitos le condujéron al suplicio; pero Marcelo y su muger gozaron de la felicidad que se permite á los mortales en la tierra. Viviéron muchos años, se amaron hasta el postrer suspiro, y muriéron casi juntos, dejando una posteridad feliz y virtuosa.