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Una apuesta.



AL SR. D. JOAQUÍN ARJONA.

     Apuesto, ya que de apostar se trata, a que, a pesar de la humildad de la ofrenda, no se desdeña usted de admitir tributo de reconocimiento y admiración que le rinde su cariñoso y apasionado amigo,

MANUEL TAMAYO Y BAUS.



REPARTO.

En el estreno de la obra, representada en el teatro de la Comedia (Instituto) el día 20 de mayo de 1851 a beneficio de D. Joaquín Arjona.



                PERSONAJES. ACTORES.
DOÑA CLARA. Doña Juana Samaniego.
JULIA. D.� Joaquina Samaniego.
DON FÉLIX. Don Joaquín Arjona.


Madrid.-184...



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Acto único.

Sala elegantemente amueblada, puerta al foro, dos laterales y una ventana a la derecha en segundo término.



ESCENA PRIMERA.

CLARA, sentada junto a un velador; JULIA, bordando.



     CLARA.- Julia.

     JULIA.- Señora.

     CLARA.- �Has visto a mi abogado?

     JULIA.- Sí, señora.

     CLARA.- Y �cuándo tendrá fin ese interminable pleito?

     JULIA.- Cuando escribanos, procuradores y alguaciles hayan dejado exhausta su gabeta de usted.

     CLARA.- Pronto conseguirán su objeto.

     JULIA.- No faltaba más sino que después de tantos afanes y tan crecidos gastos...

     CLARA.- La razón está de mi parte: mi causa no puede ser mejor.

     JULIA.- �Ay señora! Si usted poseyese doble dinero, todo el mundo creería que tenía usted razón doble, y su causa sería, por lo tanto, doble mejor.

Pausa. Julia sigue bordando.

     CLARA.- Julia.

     JULIA.- Mi señora.

     CLARA.- Me fastidio.

     JULIA.- Efecto de la viudez.

     CLARA.- Es que también me fastidiaba antes.

     JULIA.- Efecto del matrimonio.

     CLARA.- Entonces, �cómo se ha de arreglar una para no fastidiarse?

     JULIA.- Para no fastidiarse es preciso amar.

     CLARA.- Pero el amor conduce al matrimonio.

     JULIA.- Es verdad..., y entonces vuelta a lo mismo.

Pausa.

     CLARA.- Julia.

     JULIA.- Señora.

     CLARA.- Dame un libro.

     JULIA.- �Cuál?

     CLARA.- El que se le antoje.

     JULIA.- Le fastidiará a usted.

     CLARA.- No importa.

Julia le da uno de los libros que habrá sobre una mesa. Clara le levanta y va a leer, apoyándose en la ventana.

     JULIA.- (Se asoma a la ventana.)   Apuesto a que el vecino está en la suya.

     CLARA.- �Qué dices?

     JULIA.- Que voy a cantar.

Lo hace.

     CLARA.- No, no; �calla, por Dios!

     JULIA.- Desde hace algún tiempo le gusta a usted mucho asomarse a la ventana.

     CLARA.- �Hola! �Eso has notado?

     JULIA.- Quiero decir que, como está usted fastidiada, necesita tomar el aire.

     CLARA.- Ocúpese usted de sus quehaceres, señora bachillera.

     JULIA.- �Mal humor!... El vecinito no ha aparecido todavía. �Mirarse y no decirse una palabra! Y esto desde hace dos meses. Un buen casamiento valdría más que ese amor en perspectiva. He oído decir que ese caballero es tan ingenioso, tan agudo... Pues bien, que se presente. A un hombre entendido debe serle muy fácil hallar un pretexto para venir a consolar a las mujeres que se fastidian.

     CLARA.- �Ah!

     JULIA.- �Qué es eso?

     CLARA.- Corre: he dejado caer el libro a la calle.

     JULIA.- �El libro, señora!

     CLARA.- Corre: un joven lo ha recogido y pudiera llevársele.

     JULIA.- �Oh! �Ha sido un joven? Corramos.

Vase.



ESCENA II.

CLARA.



     �Qué pesadez! Ese caballero va a creer... �Me habrá visto? Sin duda, puesto que ha mirado. Si hubiese... Esa muchacha tendría la culpa... �Ella o yo?



ESCENA III.

CLARA y JULIA.



     JULIA.- Ese caballero quiere entregar a usted el libro en propia mano. Ni siquiera me ha dado tiempo para bajar la escalera. Creo que es el caballero que vive en la casa de enfrente.

     CLARA.- �Cómo!... �Ese caballero?...

     JULIA.- Que parece tan amable, tan fino; que se asoma a la ventana siempre que usted está en la suya; que me saluda cuantas veces me encuentra...

     CLARA.- �Y dices que quiere...

     JULIA.- Entregar el libro a usted misma.

     CLARA.- �Empeño más singular! Tu pesadez es causa de esta imprudencia.

     JULIA.- Decídase usted, señora. �Entra?

     CLARA.- �Un desconocido!... No, no puede ser.

     JULIA.- Entonces se llevará el libro.

     CLARA.- Julia, yo no quiero quedarme sin mi libro.

     JULIA.- Pase usted adelante, caballero.



ESCENA IV.

DICHAS y DON FÉLIX. Éste entrega el libro a CLARA, haciéndole una profunda cortesía.



     CLARA.- Gracias, caballero. No valía la pena de que usted se molestase...

     FÉLIX.- �Pena, señora! Sólo la he experimentado cuando dudaba si se me permitiría entrar en su casa de usted.

     CLARA.- No teniendo el honor de conocer a usted, me parece algo extraordinario...

     FÉLIX.- Deja usted caer un libro, yo le recojo; se le devuelvo a usted, y usted lo recibe. En todo esto, lo único que hay de extraordinario es el placer que siente mi corazón en este momento.

     CLARA.- Debo extrañar, por lo menos, que haya usted insistido en entrar en mi casa.

     FÉLIX.- Habiéndola visto a usted, era muy natural que insistiese.

     CLARA.- A pesar de tan extremada galantería, debo advertir a usted que ésta es la primera vez que tengo el honor de verle.

     FÉLIX.- Preciso es, señora, que las gentes se vean por la primera vez.

     CLARA.- Y como hay probabilidades de que también será la última...

     FÉLIX.- �La última?... Pues si ésta ha de ser la última felicidad de mi vida, permítame usted que la prolongue todo lo posible.

     CLARA.- Semejante obstinación...

     FÉLIX.- Es muy disculpable. Y le advierto a usted, con la franqueza que me caracteriza, que estoy decidido a quedarme.

     CLARA.- �Quédese usted, caballero!

     JULIA.- (No se hará de rogar.)

     FÉLIX.- (Acercando una silla.)   Tome usted asiento.

     CLARA.- Caballero...

     FÉLIX.- Estará usted más cómoda.

     CLARA.- (Sentándose.)   Pero, en fin, �qué placer halla usted?

     FÉLIX.- (Sentándose también.)   Tengo ojos.

     CLARA.- �Me está usted haciendo una declaración?

     FÉLIX.- Ni más, ni menos.

     CLARA.- Pues le advierto a usted que no creeré una sola palabra de cuanto me diga.

     FÉLIX.- Usted me cree ya.

     CLARA.- �De veras?

     FÉLIX.- Sabiendo usted que es entendida y hermosa, no me hará la injuria de creer que no sé apreciar tan raras cualidades.

     CLARA.- �Conque, según usted dice, yo sé que soy hermosa y entendida?

     FÉLIX.- Sin duda hace mucho tiempo que usted lo sabe, puesto que yo no he necesitado más que un instante para conocerlo.

     JULIA.- �Tiene usted algo que mandarme, señora?

     FÉLIX.- Por mí no se detenga usted si desea retirarse.

Levantándose.

     CLARA.- (Levantándose también.)   Espero que este caballero, cuando me vea sola, no querrá abusar por más tiempo de mi difícil situación, y tomará el mismo partido.

     FÉLIX.- Eso no pasa de ser una suposición.

     JULIA.- (Entiendo.)

Vase.



ESCENA V.

CLARA y FÉLIX.



     CLARA.- (Después de una pausa.)   �Se queda usted?

     FÉLIX.- Si usted se enfada, voy a volverme a sentar.

     CLARA.- Más vale echarlo a broma. Pero veamos, �qué utilidad puede resultarle a usted de permanecer aquí?

     FÉLIX.- Dudo si podrá resultarme alguna utilidad, pero mi gozo es indisputable.

     CLARA.- Y con tal de que usted goce, nada importa que yo...

     FÉLIX.- Tengo la presunción de creer que le divierto a usted.

     CLARA.- Tal vez haya usted adivinado.

     FÉLIX.- Me precio de adivino.

     CLARA.- �Y creerá usted, sin duda, que ya ha logrado agradarme?

     FÉLIX.- Convenga usted por lo menos en que eso no es imposible.

     CLARA.- No hay remedio: es preciso reírse... Continúe usted...

     FÉLIX.- Desde el instante en que vemos a una persona, sabemos si nos agrada. Todo lo que sucede después no es más que una consecuencia de este primer momento.

     CLARA.- �Usa usted ese lenguaje con todas las mujeres?

     FÉLIX.- Le aseguro a usted que ésta es la primera vez...

     CLARA.- �Conque debía usted ser impertinente una sola vez en su vida, y ha recaído sobre mí la preferencia?

     FÉLIX.- Siguiendo las reglas ordinarias, me hubiera visto reducido a devolverle a usted su libro, a saludarla respetuosamente, y a retirarme triste y silencioso, sin abrigar siquiera la esperanza de volverla a ver jamás. Entre dos males, fuerza ha sido elegir uno, y he preferido correr el riesgo de desagradar a usted, a perder la sola ocasión que se me ofrecía de contemplar rostro tan hechicero y oír tan dulce voz.

     CLARA.- �De modo que debo darle a usted las gracias?

     FÉLIX.- Debe usted perdonarme: y si en lo sucesivo sigo valiéndome de medios semejantes, es porque prefiero enojarla a usted a serle indiferente.

     CLARA.- Pero, en fin, �qué espera usted de todo esto? �Cuáles son sus proyectos?

     FÉLIX.- Seguir viéndola a usted todo el tiempo posible.

     CLARA.- �Decididamente?

     FÉLIX.- Decididamente.

     CLARA.- Entonces, sentémonos.

     FÉLIX.- Iba a suplicárselo a usted.

Se sientan.

     CLARA.- He dicho antes que esta entrevista me parecía inútil: ahora empiezo a creerla peligrosa...

     FÉLIX.- �Para quién?

     CLARA.- �Oh! Para usted.

     FÉLIX.- No comprendo...

     CLARA.- Con un corazón capaz de inflamarse tan fácil y repentinamente, corre usted riesgo...

     FÉLIX.- �De qué?

     CLARA.- De enamorarse.

     FÉLIX.- Ya no puedo yo correr ese riesgo...

     CLARA.- �Cómo! �Está usted ya enamorado?

     FÉLIX.- Hasta no más.

     CLARA.- Tentada estoy por creerlo para divertirme a costa de usted.

     FÉLIX.- �Diviértase usted, señora; diviértase usted!

     CLARA.- Y según esos principios sobre las repentinas sensaciones del alma, sin duda supondrá usted que ya ha empezado a obrar en mí la simpatía...

     FÉLIX.- Mi franqueza pudiera desagradarle a usted.

     CLARA.- No, no; ya empiezo a acostumbrarme...

     FÉLIX.- Buena señal.

     CLARA.- �Conque espera usted?

     FÉLIX.- De lo contrario, �estaría yo aquí?

     CLARA.- Dispénseme usted si me río...

     FÉLIX.- Con mil amores. La risa añade nuevos encantos a su rostro de usted.

     CLARA.- �Y en qué se funda semejante confianza?

     FÉLIX.- Cuando un hombre desea verdaderamente hacerse amar, no puede menos de conseguirlo...

     CLARA.- �Está usted seguro de lo que dice?

     FÉLIX.- Mi receta es infalible...

     CLARA.- Y usted, que reúne varias cualidades envidiables, debe abrigar mayor confianza que cualquiera otro.

     FÉLIX.- Es una probabilidad más en favor mío.

     CLARA.- �Y cuándo empezaré yo a sentir esos efectos inevitables?

     FÉLIX.- Desde ahora mismo.

     CLARA.- �Oh! �Le amo a usted ya?

     FÉLIX.- No digo tanto; pero mi suerte está ya decidida, y sólo será una consecuencia necesaria de esta primera entrevista su odio o su amor de usted en lo sucesivo...

     CLARA.- �Oh! Usted está bien seguro de que al fin acabaré por amarle...

     FÉLIX.- Absolutamente seguro, no; pero lo apostaría.

     CLARA.- �Que lo apostaría usted?

     FÉLIX.- Sí, señora.

     CLARA.- Hágame usted el obsequio de señalar un plazo.

     FÉLIX.- Se admiraría usted si le dijese cuán poco tiempo se necesita...

     CLARA.- Tiene usted carta blanca.

     FÉLIX.- Pues bien, señora, pediría... veinticuatro horas.

     CLARA.- (Irónicamente.)   �Un día entero!

     FÉLIX.- Si gano antes, tanto mejor.

     CLARA.- �Pues cómo sabrá usted si ha ganado?

     FÉLIX.- Al expirar el plazo, usted declarará los sentimientos que abrigue por mí.

     CLARA.- Esa confianza me es muy lisonjera.

     FÉLIX.- Es un cálculo.

     CLARA.- �Un cálculo?

     FÉLIX.- Mediando una apuesta, su misma lealtad de usted la obligará a hacer una confesión vedada por las preocupaciones y la delicadeza en cualquiera otra circunstancia.

     CLARA.- Aun así salgo gananciosa. �Y apostaría usted mucho?

     FÉLIX.- Todo lo que se quisiera.

     CLARA.- Duéleme que nos conozcamos tan poco, porque, a decir verdad, no me pesaría hacer esa apuesta, aun cuando no fuera más que para castigar tamaña presunción.

     FÉLIX.- Me llamo Félix de Sandoval. Mis parientes han ocupado distinguidos puestos del Estado, y yo, señora, en la actualidad soy Diputado a Cortes.

     CLARA.- Me lo había figurado. Yo, caballero, me llamo Clara de Vargas, viuda del general San Esteban, y he venido a Madrid a pleitear contra un pariente.

     FÉLIX.- Me lo había figurado también. Ya nos conocemos. �Quiere usted apostar?

     CLARA.- Tengo un escrúpulo... No me gusta jugar con la certeza de ganar.

     FÉLIX.- El mismo escrúpulo tengo yo.

     CLARA.- �De veras?

     FÉLIX.- Como usted lo oye. �Apuesta usted?

     CLARA.- Apuesto.

     FÉLIX.- �Formalmente?

     CLARA.- Formalmente.

     FÉLIX.- En hora buena.

     CLARA.- �Qué cantidad?

     FÉLIX.- Sean... diez onzas.

     CLARA.- Mañana debo hacer un pago que asciende justamente a esa suma.

     FÉLIX.- Cuidado no vaya a duplicarse.

     CLARA.- Más fácil será que usted pague mis deudas.

     FÉLIX.- Si usted me ama, las pagaremos juntos.

     CLARA.- �Conque diez onzas?

     FÉLIX.- �Van apostadas?

     CLARA.- Empeño mi palabra.

     FÉLIX.- Y yo la mía.

     CLARA.- Pero ahora se me ocurre... �Hace usted ánimo de permanecer a mi lado las veinticuatro horas convenidas?

     FÉLIX.- En rigor, así se debía haber estipulado en el convenio. Pero no quiero abusar, y sólo le pido a usted permiso para hacerle tres visitas, y ésta se contará por una.

     CLARA.- Es usted muy generoso.

     FÉLIX.- La primera ha servido para poner sitio a la plaza; la segunda será el asalto, y la tercera la rendición..., es decir, el pago.

     CLARA.- Que usted me hará.

     FÉLIX.- Que vendré a recibir.

     CLARA.- Pronto veremos quién paga a quién.

     FÉLIX.- Y ahora que estoy autorizado para volver a su casa de usted, renuncio a las ventajas que podría proporcionarme una entrevista demasiado larga.

Levantándose.

     CLARA.- Le aconsejo a usted que no vuelva.

     FÉLIX.- �Tiene usted miedo?

     CLARA.- Miedo por usted.

     FÉLIX.- Menos lástima; la lástima es peligrosa.

     CLARA.- Mejor fuera desistir de tan loca apuesta.

     FÉLIX.- Eso equivaldría a declararme vencedor.

     CLARA.- Pues adelante.

     FÉLIX.- Adelante.

     CLARA.- (�Mayor desfachatez!)

     FÉLIX.- (�Hermosura más peregrina!)

     CLARA.- �Conque le amaré a usted?

     FÉLIX.- Espero que sí.

     CLARA.- Veremos.

     FÉLIX.- Veremos.

     CLARA.- Beso a usted la mano, caballero.

     FÉLIX.- Señora, beso a usted los pies.

Saluda y vase.



ESCENA VI.

CLARA.



     �Qué hombre tan original! Dos meses ha que no me había sonreído una sola vez, y hoy... No volverá. Habrá querido divertirse... �Qué osadía! �Qué impavidez!... Aun en sus mismas impertinencias hay cierta gracia que le impide a una enfadarse formalmente. Pero si volviese, �qué debo hacer? Burlarme de él. �Es tan amable, tan fino!... No cabe en lo posible que espere ganar tan insensata apuesta... �Quién sabe? Tal vez una excesiva presunción le haga creer segura la victoria... Y bien mirado, ese caballero reúne todos los requisitos necesarios para agradar a una mujer... Rostro expresivo, ingenio y una excelente posición social... No hay duda: es muy digno de ser amado... Pero necesita una lección, y aun cuando hubiese de dar a Julia la cantidad estipulada, estoy decidida a ganársela. Por ganada. �Quién había de amar a un loco semejante? Y eso sí, es muy ingenioso... A veces no sabía yo qué decir... �Oh! �Me vengaré! Mucho sentiría que no volviese. Es tan divertido.



ESCENA VII.

CLARA y JULIA.



     CLARA.- No sabes cuánto has perdido con irte.

     JULIA.- Nada he perdido; lo sé todo.

     CLARA.- �Has estado escuchando?

     JULIA.- No he podido resistir a la curiosidad.

     CLARA.- �Y qué dices de la apuesta?

     JULIA.- No me gusta mucho.

     CLARA.- �Por qué?

     JULIA.- Me parece muy crecida.

     CLARA.- Tanto mejor.

     JULIA.- Usted no debiera haber arriesgado...

     CLARA.- �Cómo arriesgado?

     JULIA.- Tiene usted un pleito que le cuesta mucho, y diez onzas no son un grano de anís.

     CLARA.- �Necia! �Te figuras que las voy a perder?

     JULIA.- Como usted me ha dicho que es desgraciada en el juego.

     CLARA.- �Te figuras que voy a sentirme asaltada por una pasión repentina?

     JULIA.- Como una no manda en su corazón.

     CLARA.- Tú no, pero yo...

     JULIA.- No hay que fiarse de los locos.

     CLARA.- Me estás juzgando por ti misma.

     JULIA.- Pero yo, señora, no arriesgaría nada; porque con estarle diciendo veinticuatro horas seguidas �no le quiero a usted, no le quiero a usted� todo estaba arreglado.

     CLARA.- Y mentirías por diez onzas.

     JULIA.- He mentido mil veces por muchísimo menos.

     CLARA.- Te creo.

     JULIA.- Si ese caballero vuelve, le diré que usted le detesta.

     CLARA.- �Y quién te ha encargado semejante comisión? �No puedo desempeñarla yo misma?

     JULIA.- Usted, señora, es demasiado honrada para atreverse a mentir.

     CLARA.- �Eh! �Basta! Cuando vuelva Sandoval ven a avisarme.

     JULIA.- He observado que ya no está usted tan fastidiada.

     CLARA.- Déjame en paz.

Va a coger el libro.

     JULIA.- No toque usted ese libro.

     CLARA.- Y �por qué?

     JULIA.- Me parece de mal agüero...

     CLARA.- �Bachillera! Cuando vuelva ese caballero le dirás... No, no le digas nada. Me llamarás. (Se retira y vuelve.)   Mejor sería que le dijeses que no estoy en casa... No, no; me llamarás.

Vase por la puerta de la izquierda.



ESCENA VIII.

JULIA.



     Puesto que de apostar se trata, apuesto a que mi señora ha ido a arreglar un poco su tocado; apuesto a que no me ha mandado ayudarla porque no le gustan mis observaciones; apuesto a que teme perder y no desea ganar, y apuesto, por último, a que mis apuestas tienen más probabilidades de ganancia que la suya.



ESCENA IX.

JULIA y FÉLIX.



     FÉLIX.- �Estás sola?

     JULIA.- Voy a pasar recado a mi señora.

     FÉLIX.- No, no; antes quisiera hablarte.

     JULIA.- Hablemos pues... Por otra parte, creo que ahora está muy ocupada... en el tocador.

     FÉLIX.- �Bravo! Dime, �quieres mucho a tu ama?

     JULIA.- Con todo mi corazón.

     FÉLIX.- Lo mismo me sucede a mí. �Cuánto tiempo hace que murió su marido?

     JULIA.- Un año.

     FÉLIX.- �Y amaba mucho al difunto?

     JULIA.- Le amaba como una mujer honrada ama siempre a su esposo.

     FÉLIX.- �Y qué carácter tenía?

     JULIA.- Despótico con sus criados, frío y áspero con su mujer, era un hurón en su casa; en la calle, el hombre más alegre y más amable del mundo.

     FÉLIX.- Ése es el tipo general de todos los maridos. �Y Clara sintió mucho su muerte?

     JULIA.- Mucho, muchísimo; pero ya �quién piensa en eso?

     FÉLIX.- Sin embargo, sólo hace un año...

     JULIA.- Cuando una mujer se queda viuda, grita como una loca por espacio de tres días, llora durante dos semanas, suspira hasta que se pasan los tres primeros meses. Ya ve usted si en los nueve restantes hay tiempo sobrado para consolarse.

     FÉLIX.- Tú representarías muy bien el papel de viuda.

     JULIA.- Representaría bien otros muchos. �Y la apuesta? �Espera usted ganarla?

     FÉLIX.- �Qué opinas tú?

     JULIA.- No sé qué decir a usted... �veinticuatro horas! Si siquiera hubiera usted pedido un doble... sin embargo, a mí se me figura...

     FÉLIX.- �Que podré ganar?...

     JULIA.- Un corazón y diez onzas.

     FÉLIX.- Me contento con lo primero.

     JULIA.- Cédame usted lo segundo.

     FÉLIX.- �Quieres hacer una apuesta conmigo?

     JULIA.- Temo perder.

     FÉLIX.- �Veamos! Si te doy un marido buen mozo y una buena dote, apuesto a que rehúsas.

     JULIA.- Pague usted, caballero, porque ha perdido.

     FÉLIX.- Pagaré, pero escucha. Cuando hables con tu señora es preciso que le digas pestes de mí.

     JULIA.- �Dios me libre!... Se enojará.

     FÉLIX.- Así lo espero.

     JULIA.- �Ah!, ya caigo. Pues descuide usted, voy a avisarle que está usted aquí.

     FÉLIX.- Dime primero. �Confía doña Clara en ganar ese pleito que la ha traído a Madrid?

     JULIA.- No las tiene todas consigo. Y de él depende una parte muy considerable de su fortuna.

     FÉLIX.- Ya puedes avisarla cuando quieras.

     JULIA.- (Con este hombre bien se puede jugar al ganapierde.)

Vase.



ESCENA X.

FÉLIX.



     Si los medios de que me valgo son extravagantes, pronto sabrás, encantadora mujer, que mi locura no tiene más objeto que el de conseguir tu amor.

Julia sale del cuarto de Clara y se retira por el foro.



ESCENA XI.

DICHOS y CLARA. Con un elegante tocado.



     CLARA.- �Usted aquí, caballero? No esperaba volverle a ver.

     FÉLIX.- Perdóneme usted, señora, si creo, por lo contrario, que usted estaba muy segura de que no faltaría.

     CLARA.- �Sigue usted de tan buen humor?

     FÉLIX.- �Pluguiese a Dios, señora! En este instante un grave peso abruma mi corazón.

     CLARA.- Le veo a usted venir. Pero sépalo usted: la melancolía me fastidia lo que no es decible. No quiero que emplee usted armas inútiles.

     FÉLIX.- Mi tristeza le parecerá a usted muy natural cuando sepa que al salir de aquí he recibido una carta de mi padre que me obliga a partir muy pronto.

     CLARA.- Eso es confesarse vencido.

     FÉLIX.- Advierta usted que aún permaneceré en Madrid las veinticuatro horas convenidas, y podré ganar la apuesta.

     CLARA.- �Ganarla!...

     FÉLIX.- Eso es lo que más me aflige. Juzgue usted de mi desesperación cuando tenga que ausentarme en el momento mismo en que usted me haga la declaración de su amor.

     CLARA.- Para que usted no se vea en semejante conflicto, hagamos cuenta de que nada ha pasado entre nosotros.

     FÉLIX.- Eso es confesarse vencida. Y veo con dolor, señora, que usted pagará los gastos de mi viaje.

     CLARA.- Por lo visto su tristeza de usted no aminora en nada su osadía.

     FÉLIX.- Aún me queda la suficiente para hacerle a usted una reconvención.

     CLARA.- Hable usted.

     FÉLIX.- Al aceptar la apuesta no me ha dicho usted que su corazón pertenecía ya a otro.

     CLARA.- �Está usted celoso? Mal medio para agradarme. Mi marido no lo era.

     FÉLIX.- Yo he podido aspirar a conmover un corazón libre, pero nunca he abrigado la injuriosa esperanza de lograr hacerla a usted infiel.

     CLARA.- Voy a darle a usted cumplida satisfacción sobre este punto. No amo a nadie, �oye usted?, a nadie.

     FÉLIX.- Pues bien, señora, basta ya de disimulo. Conozca usted, por fin, al hombre a quien acusa de fútil, de presuntuoso. Mi casa está enfrente de la de usted. Hace dos meses que espero horas enteras oculto detrás de una celosía a que usted se asome a esa ventana, para contemplarla en silencio. Cuando usted canta, sus acentos penetran hasta el fondo de mi corazón. De antemano sabía la causa que la había traído a usted a Madrid, y le juro a usted, señora, que he tomado una parte muy activa en todas sus inquietudes y todos sus pesares. Hoy una dichosa casualidad me ha proporcionado un pretexto para entrar en su casa de usted. Y �qué me importa la apuesta? No puedo perderla habiendo logrado el inestimable placer de conocerla a usted mejor; no puedo perderla si usted tiene la bondad de permitir que esta entrevista no sea la última; no puedo perderla, en fin, si usted conserva un recuerdo de este pobre loco. Réstame añadir que mi padre quiere obligarme a contraer matrimonio, que me ordena partir para enlazarme a una mujer que no tiene sus atractivos de usted, a una mujer a quien nunca podré amar, porque usted sola, encantadora Clara, reina en mi corazón. Conozco que sólo debo inspirar desconfianza después de tan extraña conducta; pero, �ah señora!, yo pondré mi mayor conato en borrar esta impresión desfavorable, y pronto sabrá usted que si no merezco su amor, tengo por lo menos sagrados derechos a su amistad.

Saluda y vase.



ESCENA XII.

CLARA.



     �Se fue! Quisiera llamarle... y no me atrevo. �Estoy aturdida! �Es éste aquel hombre tan ligero, tan inconsecuente? �Qué discurso! �Qué calor! �Podrá imitar también el artificio, el acento de la verdad? �Es un modelo de perfecciones, o un monstruo de astucia y de perfidia? Imposible es mirarle con indiferencia. Es preciso amarle. Sí, sí... amarle o aborrecerle.



ESCENA XIII.

CLARA y JULIA.



     JULIA.- �Qué le ha dicho usted a don Félix que se retira tan triste?

     CLARA.- Julia.

     JULIA.- �Señora?

     CLARA.- Compadéceme.

     JULIA.- Por ventura, �han perdido ustedes la apuesta ambos y al mismo tiempo?

     CLARA.- Sandoval me conoce, hace mucho tiempo que me ha visto.

     JULIA.- Ya lo sabía: me ha hablado del pleito; me lo ha contado todo.

     CLARA.- �El pleito!, ya lo había olvidado. �Sabes que esto hace cambiar mucho las cosas?

     JULIA.- Sin duda.

     CLARA.- Ayúdame, Julia, aconséjame. Sandoval, �es un aturdido o un hombre honrado? �Me ama, o quiere burlarse de mí?

     JULIA.- Yo sólo puedo creer lo primero de un caballero tan amable.

     CLARA.- �Amable! �Crees que puede ser un hombre amable con ese tono de fatuidad y de burla?

     JULIA.- Tiene usted razón: ha estado algo impertinente.

     CLARA.- �Qué sabes tú, necia? �Ha olvidado, por ventura, ni un sólo instante los miramientos que se deben a una señora?

     JULIA.- Eso sí, respetuoso y cortés como ninguno.

     CLARA.- Calla, simple, calla. �Cortés un hombre que propone a una dama apuesta tan ridícula y tan poco decorosa!

     JULIA.- �Apostar a que ha de hacerse querer en el término de veinticuatro horas! Efectivamente, eso es una insolencia.

     CLARA.- No es una insolencia cuando no se puede pasar por otro punto.

     JULIA.- Y él lo ha demostrado muy ingeniosamente.

     CLARA.- �No sabes lo que te dices! La apuesta es ingeniosa sin duda alguna, pero el plazo de veinticuatro horas es una solemne necedad.

     JULIA.- Está visto: usted ha hecho muy mal en aceptar esa maldita apuesta.

     CLARA.- No he hecho sino muy bien. Ya ves..., si Sandoval fuese un hombre honrado.

     JULIA.- �Honrado! �Vaya si lo es! Estoy segura.

     CLARA.- Sí, sí, fíate de los hombres.

     JULIA.- Dice usted bien: el mejor de todos es un bribón.

     CLARA.- �Estás insufrible!

     JULIA.- No hay uno solo de quien nos podamos fiar.

     CLARA.- �Ni vino solo? �Parece que tienes gusto en contradecirme! �Vete!... Quítate de mi vista. Si sigo oyéndote acabaré por hacer un disparate.

     JULIA.- (Se me figura que en las veinticuatro horas hay veintitrés de más.)

Vase por el foro.



ESCENA XIV.

CLARA.



     �Venturosos aquellos que no tienen criados! �Qué azote! �Qué plaga! �Qué peste! Porque he sido demasiado buena, porque he permitido a esa muchacha cierta familiaridad, ahora se goza en mortificarme... �Volverá Sandoval? �Qué debo pensar de él? �Qué piensa él de mí?... No quiero perder la apuesta y temo no poder ganarla.



ESCENA XV.

CLARA y JULIA.



     JULIA.- (Dándoselas.)   Dos cartas, señora.

     CLARA.- �Ah! Ésta es de mi abogado. (Abre la carta y lee.)   �El pleito, señora, se habrá sentenciado dentro de dos horas en favor de usted.� �Cielos! �Debe usted esta inesperada actividad a las vivas instancias del señor diputado D. Félix de Sandoval.� �Oyes? �A pesar de haberle prometido guardar silencio, hoy el deber me obliga a revelar a usted el nombre de su bienhechor. A él, y no a mí, deberá usted un resultado venturoso. A la una.� Y ahora son las tres. Julia, mi suerte está decidida. Veamos la otra carta. �Cielos! De Sandoval.   (Después de haberla abierto, lee.)   �La segunda entrevista, señora, me ha probado que he perdido la apuesta. Adjunta hallará usted en billetes de Banco la suma convenida. Sólo volveré a presentarme en su casa de usted para decirle adiós.� Y yo le digo a usted caballero... No, no; se lo diré a él mismo.

     JULIA.- �Lo ve usted, señora! Es un hombre de bien.

     CLARA.- �Oh, es todo un caballero! �Un hombre como hay pocos en el mundo! Bien lo suponía yo; esa apuesta era demasiado extravagante para haber sido hecha de buena fe.

     JULIA.- �Y tendrá usted la crueldad de ganarla?

     CLARA.- �Oh, eso sería horrible!

     JULIA.- Me parece que ya no se volverá usted a fastidiar.

     CLARA.- Pero va a partir, quieren casarle.

     JULIA.- Pues bien, señora, cásese; pero con usted.

     CLARA.- �Eh, quita allá!

     JULIA.- Alguien se acerca.

     CLARA.- �Oh! Él es.



ESCENA ÚLTIMA.

CLARA, JULIA y FÉLIX en traje de camino.



     CLARA.- �Ah, caballero! �Conque tan sólo debo a usted la celeridad con que se ha terminado mi pleito?

     FÉLIX.- Tengo el gusto de noticiarle a usted que ya se ha sentenciado en su favor.

     CLARA.- �Cielos! Deber a usted tanta ventura y recibir de sus labios tan grata noticia, son dos placeres que en vano trataría de ocultar. Pero �va usted a partir tan pronto?

Reparando en su traje.

     FÉLIX.- Una silla de posta me aguarda a la puerta. Ruego a usted que me dispense si me presento en este traje.

     CLARA.- Pero dígame usted; ese casamiento, esa partida, �son absolutamente indispensables? Dispénseme usted, soy mujer y, por lo tanto, curiosa.

     FÉLIX.- Mi padre quiere que me case..., pero me deja la elección.

     CLARA.- �Y la partida?

     FÉLIX.- La partida sería inútil si hubiese ganado la apuesta; pero habiéndola perdido, no quiero permanecer en Madrid un solo día.

     CLARA.- Pero antes de partir, caballero, es preciso que yo le devuelva a usted lo que contiene esta carta.

Alargándole los billetes de Banco.

     FÉLIX.- �No he perdido la apuesta?

     CLARA.- Tome usted, tome usted. Pretender que me quede con este dinero es hacerme una injuria.

     FÉLIX.- �Cabía en lo posible que yo ganase?

     CLARA.- En rigor... sí..., sin duda.

     FÉLIX.- Pues yo no me hubiera negado a admitir esa cantidad.

     CLARA.- Diga usted lo que quiera, yo no debo aceptarla.

     FÉLIX.- �Por qué razón?

     CLARA.- Porque... no quiero..., porque no puedo..., porque no debo aceptarla.

     FÉLIX.- Pero �por qué, señora, por qué?

     CLARA.- �No lo he dicho ya? Porque... no debo, porque mi conciencia... no me lo permite. �Entiende usted?

     FÉLIX.- No, señora, no entiendo una palabra.

     CLARA.- �Jesús! Usted me desespera.

     FÉLIX.- Pero hable usted. �Por qué?

     CLARA.- Pues bien; porque no debo aceptar... como ganada...

     FÉLIX.- Acabe usted.

     CLARA.- Una apuesta...

     FÉLIX.- �Clara!

     CLARA.- Una apuesta...

     FÉLIX.- �Por favor!...

     CLARA.- Que he perdido.

     FÉLIX.- (Cayendo a sus pies y besándola una mano.)   �Oh felicidad!

     CLARA.- (Tapándose el rostro con el pañuelo.)   �Qué vergüenza, Dios mío!

Breve pausa.

     FÉLIX.- Mal dice ese rubor en tu rostro hechicero cuando acabas de hacerme feliz para toda mi vida.

     CLARA.- �Estaba de Dios! Sépalo usted. Mis miradas habían penetrado a través de esa celosía en que usted se ocultaba: no ha pasado usted una sola vez por la calle que yo no le haya visto, y si hoy ese libro se me ha caído a la calle...

     FÉLIX.- Acaba.

     CLARA.- Ha sido porque se me escapó de las manos.

     JULIA.- Lo había adivinado.

     FÉLIX.- También yo.

     JULIA.- �Y el viaje?

     FÉLIX.- Ya he vuelto.

     JULIA.- �Y la apuesta?

     FÉLIX.- (Dándole los billetes.)   Tú la has ganado.

     JULIA.- �Yo? Acepto.

     FÉLIX.- No en vano esperaba yo, Clara hermosa, que mi estratagema merecería tu aprobación.

  CLARA.-    Mas �ay Dios! lo que yo apruebo
Reprueban otros quizá.
Señalando al público.
FÉLIX.- Adelantándose resueltamente.
�Quién dijo miedo? Allá va.
CLARA.- Vamos, habla.
FÉLIX.- Retrocediendo.
                            No me atrevo.
CLARA.-    �Al débil tenaz asedias
y ahora enmudeces?
FÉLIX.-                                    Pues no
quisiera haber visto yo
al Cid haciendo comedias.
CLARA.-    Lisonjero aplauso aquí
pronto con júbilo oiremos.
FÉLIX.- �Vana esperanza!
CLARA.-                               Apostemos.
FÉLIX.- Yo, a que no.
CLARA.-                         Pues yo a que sí.
FÉLIX.- �Temo ganar!
CLARA.- Dirigiéndose al público.
                           Hazle ver
que infundado es su temor:
público amigo y señor,
te lo ruega una mujer.

FIN DE LA COMEDIA.

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