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Los ciegos y el mozo

Paso


PERSONAJES
 

 
MARTÍN ÁLVAREZ,    ciego.
PERO GÓMEZ,   ciego.
PALILLOS,   mozo.
PALILLOS
    Muy excelentes señores
con humil acatamiento
las manos veces sin cuento
les beso muy sin temores.
Acá por intercesores 5
so enviado,
y lo que más me ha forzado
a deciros la verdad
es tener necesidad,
de lo cual Dios sea loado. 10
Pero en fin tengo pensado
que al presente
donde está tan noble gente
un amo no faltará,
por ser menester habrá 15
a este pobre sirviente:
que de oficios mis de veinte
sé hacer;
y si el traje y parecer
demuestra que poco valgo, 20
consuélome que hijodalgo
so, aunque pese a Lucifer.
Por eso quien de comer
me dará
y por mozo me terná, 25
podrá alabarse y decir
que a él le suelen servir
hijosdalgo de verdá.
Así mi querer está
de ponerme 30
(porque no haya de perderme)
hora sea a melcochero,
o a mozo de cocinero,
para poder socorrerme,
aunque sé un poco entenderme 35
de herbolario
y también de apotecario:
y aunque el oficio es muy viejo
del arte de mandilejo
os daré todo el sumario. 40
Para mozo de un vicario
Me pornía
sólo porque cada día
de las ofrendas comiese,
y al beber, cuando me viese, 45
de mí no se quejaría;
pues si a la voluntad mía
amo hallase,
yo os doy fe que trabajase
aunque me hiciese mil sobras, 50
de mis servicios y obras
en balde no se quejase.
Porque el tiempo no se pase
en hablar,
empezaros he a contar 55
las condiciones que tengo.
Allá do voy nunca vengo,
y es condición singular;
la otra es no levantar
de mañana, 60
la cual tengo por muy sana:
sé romper lo que está sano,
sé al pan dar una mano
si de comer tengo gana.
Si veo que está liviana 65
la redoma,
el pesar que allí me asoma
jamás tiene par ni cuento:
cuando estoy harto y contento.
Por jamas harán que coma. 70
Pues si alguno dice, toma,
con dinero,
luego me vuelvo ligero.
Por abreviar de razones,
en fin estas condiciones 75
son propias de caballero.
si preguntáis de ganchero,
por mi fe
nunca en mi vida lo usé,
sino una vez seis ducados, 80
y estos me fueron forzados
hurtar de do los hurté.
Sobre ellos contaros he,
con que holguéis,
un donaire, y tomaréis 85
en oíllo pasatiempo.
Yo estaba, no ha mucho tiempo,
con un amo que reiréis,
y porque mejor notéis
era ciego: 90
que de su vida reniego,
cual el triste lo pasaba,
que de pan no me hartaba.
Yo, como rapaz matiego,
acordé, tramalle un juego 95
muy gracioso
y para mí provechoso,
y es que supe que escondía
los dineros que tenía,
por ser dellos codicioso; 100
yo, como mozo astucioso,
de hambre muerto,
acechele el lugar cierto
do escondía este dinero,
y vi que en un agujero 105
lo escondía con concierto.
Yo en haberlo descubierto
la vereda,
con mi mano mansa y beda
apañé todo el caudal; 110
pero en fin todo fue a mal,
yo perdido y la moneda.
Pues del hurtar no me queda
ningún bien
quiero huir de tal desden. 115
No sé en qué precio preciase
que al presente un amo hallase
ansí plegue a Dios. Amen.
MARTÍN
Devotos cristianos, ¿quién
manda rezar 120
una oración singular
nueva de nuestra Señora?
PALILLOS
Parece que he oído agora
ad algún ciego hablar.
Veislo por do fue a asomar, 125
ciego es:
éste es mi amo, pardiez,
de quien agora os hablé.
Huïré... ¿mas para qué?
Esconderme quiero pues. 130
MARTÍN
Mandadme, rezar, pues que es
noche santa,
la oración según se canta
del nacimiento de Cristo.
¡Jesús! Nunca tal he visto, 135
cosa es ésta que me espanta:
seca tengo la garganta
de pregones
que voy dando por cantones,
y nada no me aprovecha: 140
es la gente tan estrecha
que no cuida de oraciones,
PERO
¿Quién manda sus devociones,
noble gente,
que rece devotamente 145
los salmos de penitencia,
por los cuales indulgencia
otorgó el papa Clemente?
MARTÍN
Ciego es éste ciertamente
como yo, 150
el que agora voces dio
mi compadre es si no miento.
PERO
La oración del nacimiento
de Cristo.
MARTÍN
Ce.
PERO
¿Quién llamó?
MARTÍN
Pero Gómez.
PERO
¿Quién es?
MARTÍN
¿No
155
me conocéis?
PERO
Martín Álvarez, ¿qué hacéis?
Buenas noches le dé Dios.
MARTÍN
Compadre, así haga a vos.
¿A do bueno?
PERO
Ver podéis
160
vo por ciudad, como veis,
pregonando
y la oración voceando
de Cristo, pues en verdad
es hoy su natividad. 165
MARTÍN
En la mesma oración ando.
PERO
¿Sin mozo vais? Dende cuando
me decí.
MARTÍN
Dos mil años ha que en mí
ya no está, que según fundo, 170
en el universo mundo
tan gran bellaco no vi.
PALILLOS
Llegarme quiero hacia allí
cerca de ellos
y un poquito revolvellos, 175
pues contra mí se desmandan.
PERO
Compadre, tábanos andan,
¿No sentís?
MARTÍN
Rabia con ellos,
¡Oh!, hideputa en los cabellos 180
he tomado...
Creo que no... ¡Oh!, mal grado
que se me fue.
PERO
Mas... pardios...
¡Oh!, reniego non de vos.
MARTÍN
Juro a diez que va enlodado, 185
pues volviendo a lo pasado
que primero
hablamos, deciros quiero
que mi mozo cuando huyó
seis ducados me hurtó. 190
PERO
Mas... ¿burláis?
MARTÍN
No, son de vero.
Dejóme tan lastimero
de verdad,
y en tanta necesidad,
compadre, podéis creer, 195
cual nunca me pensé ver.
PERO
¡Oh qué mozo y qué bondad!
Si Dios me dé sanidad
y alegría,
que en verdad tal no sabía. 200
¿Mas cuánto ha que yo os hablo
que deis los mozos al diablo?
Vos tenéis vuestra porfía
que os roban de cada día
por razón 205
cuanto pueden sin pasión,
y el mozo, por hablar claro,
para nosotros es caro
tan sólo por la ración.
Así que en mi opinión 210
hallo pues
que ir a solas mejor es
que no mal acompañado;
y sino cuando es mirado,
ganancia y caudal perdés. 215
PALILLOS
¡Oh qué gracioso entremés!
El buen viejo
¡Qué ejemplos da y aparejo!
Muy bien predica elegante.
MARTÍN
Compadre, de aquí adelante 220
tomaré vuestro consejo,
pues se ve que sois añejo
de saber.
Mas vos también a mi ver
debéis, compadre y vecino, 225
el dinero de contino
en buen recado poner,
y no ansina lo tener
aviniente
sin temor de inconveniente: 230
si los ponéis a su bozo,
ved si los hurtará el mozo,
no digo seis, pero veinte.
PALILLOS
¡Sí, tomaldo al inocente,
que si hallara 235
los veinte que los dejara!
MARTÍN
¡Pues, pésete a la fortuna!
Do estaban, persona alguna
hallarlos nunca pensara:
no pues porque los ganara 240
mal ganados,
sino creo que mis pecados
me han traído a pagadero.
PERO
¿Do estaban?
MARTÍN
En un aujero
dentro en mi casa guardados. 245
PERO
¡Oíldo! Cuán bien alzados

 (Cara atrás.)  

los tenía.
MARTÍN
No sé qué más
podía hacer en guardallos.
PERO
Compadre, con vos llevallos 250
era muy mejor y en paz.
PALILLOS
¡Oh hideputa, y qué hipocras,
si no miento,
que sois vos, según que siento!
PERO
Aosadas que yo no he miedo 255
los dineros, si hacer puedo
me hurten do los asiento.
MARTÍN
Pues ése tal regimiento
que usar
soléis, me debéis vos dar. 260
PERO
Pláceme. Siempre procuro,
compadre, por ir seguro
los dineros no apartar
de mí, sino los llevar
yo conmigo, 265
pues son nuestro bien y abrigo;
que allí do el dinero va,
mi corazón siempre está
con él, por ser fiel amigo,
y aún mis dineros me obligo, 270
si queréis
apostar que no sabéis
en qué parte van de mi
persona.
MARTÍN
Ea que sí.
PERO
Compadre, no acertaréis 275
MARTÍN
Apostay que los traéis,
sin mentir,
en los zapatos.
PERO
Reír
me hacéis a boca llena.
PALILLOS
¡Oh qué plática tan buena! 280
Llegar quiero por oír.
PERO
En fin quiérooslo decir
donde están
y el lescondrijo do van,
mas con todo no quisiese 285
que aquí alguno lo oyese
por no me ver en afán.
PALILLOS
Callar cumple, juria san
con primor.
MARTÍN
Esperá y será mejor 290
reconoscer si habrá alguno
por aquí. No hay ninguno,
hablar podéis sin temor.
PERO
Pues sabed que alrededor
del bonete 295
los llevo como a ribete,
compadre, y emparejados.
MARTÍN
¿Y serán cuántos ducados?
PERO
Hasta cinco, o seis o siete...
Dad acá: ¡en gentil sonete 300
os entonáis!
MARTÍN
¿Qué diablos me demandáis?
PERO
Mi bonete.
MARTÍN
¿Cómo? ¿Cuándo
os faltó?
PERO
No estéis burlando:
echaldo acá.
MARTÍN
Mas ¿burláis?
305
PERO
Compadre, ¿de eso os picáis?
MARTÍN
¡Qué hablar!
Mirá si os soléis picar
vos en hacer cosa tala,
que esa palabra es muy mala. 310
PERO
¡Oh qué buen disimular
que tenéis!
MARTÍN
Id a rodar,
que no nada.
PERO
Compadre, a mí no me agrada
que con dineros burlemos; 315
sino ved que perderemos
la nuestra amistad pasada.
MARTÍN
Dígoos que esa badajada
que decís
es mal dicha, si sentís. 320
PERO
Ea, dejad aquesos fieros,
y volvedme los dineros,
que vos los tenéis.
MARTÍN
Mentís.


Los menemnos

Comedia


Introito

PERSONAJES
 

 
CUPIDO.
CLIMACO,   pastor.
GENEBRO,   pastor.
CLAUDENO,   pastor.
CORO
Oye Cupido, señor,
no te queje de pastores,
que el remedio de amador
es decir mal del amor
y a la fin morir de amores.

CUPIDO.-  Atrevidos y enamorados pastores, ¿de dónde os vino tanta osadía que recostados en vuestras cabañas y con gran descuido osásedes ultrajar mi divinidad? Y pues con mi potencia os he traído a este lugar, cada uno dé razón de sus quejas para que se haga justicia.

GINEBRO.-  Dios y señor Cupido, a mí ningún perjuicio me tienes hecho, antes vivo con contentamiento.

CLAUDINO.-  Yo con gran descontentamiento.

CLIMACO.-  Yo con mucho más.

CUPIDO.-   Sepamos la causa.

CLAUDINO.-  Yo te la contaré, muy alto Cupido. Ha de saber tu majestad que viéndonos heridos de tu mano Ginebro, Climaco y yo de amores de la muy hermosa zagala Temisa, acordamos por quitarnos de rencillas y cordojos de presentarnos delante su agraciado conspecto para que dijese ella misma a cuál de nosotros escogía por su requebrado.

CLIMACO.-  Y porque, encumbrado Cupido, mejor lo comprendas, has de saber que primero cada cual de nos contó en su presencia las gracias de que era dotado.

CUPIDO.-   Sepa yo qué gracias le propusistes.

CLAUDINO.-   Yo lo dije: amantísima zagala, sábete que soy tan esforcejudo, que por mis fuerzas soy temido en toda Extremadura de los más valientes zagales, por lo cual pretiendo que me has de escoger por tu servidor.

CLIMACO.-   Yo le dije: oye, zagala de bel parecer: tú sabrás que en toda la mesta no se hallará zagal tan franco y liberal como yo, y porque nace esta virtud de ánimo generoso y grande, creo que me recibirás por tu zagal, dejando a cualquier desotros.

GINEBRO.-   Yo le dije: requebrada pastora, sabrá tu hermosura que la cosa de que yo más me precio es de ser prudente y sabio en tanta minera que primero que hable ni ponga por obra ninguna cosa, tengo gran cuenta con el fin della, y porque a quien esto tiene no le puede ser dañosa la próspera ni adversa fortuna, debes rescebirme por tu requebrado.

CUPIDO.-   En fin, ¿a quién escogió?

CLIMACO.-  A Ginebro, por mi mala suerte.

GINEBRO.-   A mí, porque así convenía.

CLAUDINO.-   A ti, que nunca debiera.

CUPIDO.-   Antes sabiamente escogió la zagala.

CLIMACO.-  ¿Por qué?

CUPIDO.-   Yo te lo diré. Para que la mujer discreta quiera bien, has de saber que no son bastantes las fuerzas de Hércules, ni las liberalidades del magno Alejandro.

CLAUDINO.-  ¿Sino qué, señor Cupido?

CUPIDO.-  Saber virtuoso, honesta conversación, continua crianza, amor luengo, celar la honra: todas estas cosas bien alcanzadas, sólo el verdadero saber las alcanza.

CLIMACO.-  Ahí te aguardaba, Cupido. Si los amores son luengos, pasa peligro que se descubran; y si son descubiertos, síguense grandes peligros.

CLAUDINO.-  Dice la verdad.

CLIMACO.-  Dí, para ello ¿qué remedio dará el sabio?

CLAUDINO.-  Por cierto ninguno, antes el esforzado y liberal terná ganados amigos que le favorezcan en semejantes peligros.

CUPIDO.-   Bien parece que sois pastores. Habéis de saber que al verdaderamente sabio ninguna cosa de esas le falta: él es esforzado en refrenar sus ojos, mandándoles que no miren a quien bien aman, si por mirar se ha de seguir escándalo: es más que liberal en no dar parte de sus secretos, cuando ve que no conviene y habéis de saber que los amigos adquiridos por esfuerzo y liberalidad suelen faltar muchas veces a sus amigos en las necesidades, porque faltando el interese y esfuerzo con que fueron ganados, faltan ellos también.

CLIMACO.-   Tienes razón: vencido nos has, oh alto Cupido, y damos por buena la elección que hizo la sabia pastora Temisa.

CLAUDINO.-   Lo que te suplicamos agora es que nos vuelvas a nuestras acostumbradas cabañas y pracenteros sombríos.

CUPIDO.-   Soy contento, mas primero quiero que narréis lo que os encomendó el autor al entrar de la puerta.

GINEBRO.-   Que somos contentos.

CLIMACO.-   Sapientísimos auditores, nuestro autor os desea paz y salud tan larga como la vida de Matusalen, y os hace saber como quiere, por daros placer y regocijo, representar una comedia de Plauto, llamada de los Menemnos: pideos por merced que estéis atentos, que en breves palabras se os dirá el argumento.

CLAUDINO.-   Quitate allá: déjamelo comenzar a mí.

CLIMANO.-   Comienza ya.

CLAUDINO.-   Sabrán vuestras reverencias que en la ciudad de Sevilla hobo un rico mercader llamado Menemno, el cual tenía hijos nacidos de un parto: eran tan semejantes en la forma y gesto que muchas veces la misma madre que los había parido tomaba al uno por el otro.

GINEBRO.-   Vino acaso que siendo estos dos hermanos de edad de quince años, cargó el padre una nave de muchas mercaderías para Levante, y llevando consigo uno de sus hijos llamado Menemno, se partió dejando el otro con su madre Claudia.

CLIMANO.-  Siendo embarcado, fuéle la fortuna tan contraria que tres días y tres noches corrió por la tempestuosa mar sin saber adonde iban, y a la fin vino a dar en una peña de la isla Conejera, adonde todos perecieron, excepto el hijo Menemno, el cual abrazado con una tabla vino a tomar tierra en el cabo de Cullera.

CLAUDINO.-  El desdichado mancebo vínose Valencia, adonde asentó por criado de Casandro, mercader de mucho trato y viudo, el cual teniendo no mas de una hija, a cabo de tiempo la casó con él en pago de sus buenos servicios.

GINEBRO.-  La desventurada madre, sabiendo en Sevilla las tristes nuevas y creyendo ser todo perecido, puso nombre Menemno a hijo que le quedaba, por el amor que tenía al hijo y marido ya difuntos.

CLIMACO.-   De manera, señores, que ambos a dos hermanos porque mejor lo entendáis se llamaban Menemnos.

GINEBRO.-   Muerta la madre, el Menemno sevillano certificado por un adevino que su hermano era vivo y que estaba en España determinó de ir a buscallo con un esclavo suyo, y a cabo de tiempo aportó en Valencia, adonde por sus medios se vernán a conocer, como aquí claramente verán los que atender quisieren.

CLAUDINO.-  Nosotros no podemos atender.

CUPIDO.-  Ni quiero que atendáis, sino que nos vamos cantando.

CLIMANO.-   Vamos.

 

(Canción.)

 
Quien falsario y ciego me llama,
bien es el pecho que yo le abra.
Quien ama sin ser amado
merecer ser desamado,
y ese tal enamorado
con éste que descalabra,
bien es el pecho que yo le abra.



Los menemnos

PERSONAJES
 

 
CASANDRO,    padre de Audacia.
AUDACIA,   mujer de Menemno.
MENEMNO,    casado.
MENEMNO,   mancebo.
TRONCHÓN,    esclavo.
TALEGA,   simple.
DOROTEA,   ramera.
AVERROIS,    médico.
LAZARILLO,    criado.

Escena I

 

MENEMNO, casado, TALEGA.

 
 

Calle.

 

MENEMNO.-  Oh qué simple cosa es este diablo de Talega! Que le hice del ojo para que me siguiese y no sé si me habrá entendido: mas simple soy yo que no él en darte parte de mis negocios; mas helo aquí donde sale.

TALEGA.-  ¡Pecador de mí, señor Menemno! ¿Y piensas que no te había entrujado? Muy bien te entrujé, que esas son mis mieses y comer y tomar solaz a costa ajena.

MENEMNO.-  ¿En qué te detuviste?

TALEGA.-  ¡Ojo en qué me detuve! En esperar, que el viejo de tu suegro se hiciese invisible, que estaba rezando en el patín y quiso Dios que se encambró.

MENEMNO.-  ¿Qué algarabía es ésa?

TALEGA.-   ¿No lo entiendes? Digo que se entró en la cámara, y así no me vido.

MENEMNO.-   Y a mí sí me ha visto.

TALEGA.-  Que no te vio. Pues dime, señor Menemno, ¿en qué estamos? ¿Llevas hecha presa para dar a tu preñada o enferma?

MENEMNO.-  ¿Qué enferma o preñada dices?

TALEGA.-  Enferma llamo yo a tu amiga Dorotea, pues contino dice que pena por tus amores, y preñada de deseos, pues nunca hace sino pedir. Mira, Menemno, que esas presas se han de dar a semejantes mujeres cum, modis et formis, y a ten con ten.

MENEMNO.-   Mas sabiamente has hablado de lo que te piensas; ¿pero qué haré, pecador de mí, si sus deseos y mi afición viven conformes?

TALEGA.-   Señor, afición ciega razón: plegue a Dios que a bien te salgan esos arremangos, a feria vayas que mas ganes.

MENEMNO.-  Si no quisieres venir, quédate.

TALEGA.-  No haré yo tal poquedad: vaya perro tras su dueño. Abreviemos, señor; la presa que llevas es sustanciosa.

MENEMNO.-  ¿Pues no? Una rica saya es de mi mujer, la cual prometí de dar a mi Dorotea.

TALEGA.-   ¿Y ella a ti qué te dará?

MENEMNO.-   Harto me da en querer recibir lo que yo le doy, cuanto más que ha prometido de aparejar una espléndida comida para mí y otros amigos, enviándole yo lo necesario.

TALEGA.-   Pues que en casa de Dorotea ha de ser el tu autem y tragazón, no faltaré allí por la vida, que también soy tu amigo.

MENEMNO.-  ¿Por do iremos más encubierto?

TALEGA.-  Guarte, que las paredes han oídos y no dé sobre mí tu relámpago.

MENEMNO.-  ¿De qué temes, cobardazo?

TALEGA.-  ¿De qué? ¿No sabes tú que dicen facientes, et consentientes, y no sé como mas? Lo que yo te aconsejo es que por no ser descubiertos no te cures de convidados, porque ya sabes que en los convites reina el vino, y a do el vino reina el secreto es descubierto, sino que pues gracias a Dios yo como por cuatro, y a necesidad por cinco, que nosotros a solas con Dorotea lo peguemos; porque en fin es gran dolor muchas manos en un tajador.

MENEMNO.-   Bien dices, no iremos sino los dos.

TALEGA.-  Si así lo haces, Dorotea terná más contento, tú menos sospecha y yo más provecho, y la saya no será descubierta. Por tu vida que me la tornes a mostrar, que tengo deseo de verla.

MENEMNO.-   Mírala bien.

TALEGA.-  Mírola. ¡Oh qué linda color tiene!

MENEMNO.-  ¡Y qué olor! Si lo sintieses.

TALEGA.-  ¡Qué olor! Veamos: a tres cosas huele.

MENEMNO.-  ¿Cómo a tres?

TALEGA.-  Déjamela tornar a oler. Veamos.

MENEMNO.-   ¿A qué huele?

TALEGA.-  A hurto lo primero, pues la hurtaste a tu mujer.

MENEMNO.-  ¿Lo segundo?

TALEGA.-   A puta, pues se la ha de vestir Dorotea.

MENEMNO.-  ¿Y lo tercero?

TALEGA.-   Lo tercero, huele a linda comida, pues por su respeto hemos de comer.

MENEMNO.-  Chacotero estáis, amigo.

TALEGA.-  No estó por cierto. ¿Pero la comida para cuándo será?

MENEMNO.-  Para cuando yo quisiere.

TALEGA.-   Mire, que se trabaje que sea hoy, porque quien pasa punto, pasa mucho.

MENEMNO.-   Anda, que hoy se hará.

TALEGA.-  Mira, señor, que te soplico que en nuestra comida no habite carne cuadrángula.

MENEMNO.-  ¿Qué es carne cuadrángula?

TALEGA.-  Según el cura de mi lugar, cuadrángulo es aquello que tiene cuatro partes, cuatro esquinas, cuatro asientos, cuatro peañas, y por eso llamo yo, señor, carne cuadrángula el carnero, la vaca, et totius animalibus de quatuor pedos.

MENEMNO.-  Ya te entiendo, bachiller: yo te prometo que no falten pollos y palominos, et cætera.

TALEGA.-  ¿Y et cætera también? ¿Qué cosa es, señor?

MENEMNO.-  Quiero decir, otras cosas muchas.

TALEGA.-   Pues mira, señor, que entre esas no falte para los principios carne conforme a mi nombre.

MENEMNO.-  ¿De qué manera conforme a tu nombre?

TALEGA.-   ¿Cómo me llaman a mí?

MENEMNO.-  Talega.

TALEGA.-   Pues la carne entalegada pido, cuerpo non de Dios, si me ha de entender.

MENEMNO.-  ¿Qué es carne entalegada?

TALEGA.-   Longanizas, morcillas, sobreasadas.

MENEMNO.-  Pues eso no faltará.

TALEGA.-   Así, así, háblame de esa manera, que pues yo encubro tus maldades, encúbreme el estómago de buenas viandas.



Escena II

 

MENEMNO, casado, TALEGA, AUDACIA.

 

AUDACIA.-  ¡Ah! Señor Menemno. ¡Ah! Señor marido.

MENEMNO, casado.-  ¡Oh pesar de la fortuna! Mi mujer me llama. ¿Qué haremos, Talega?

TALEGA.-  Qué me sé yo.

MENEMNO, casado.-  Ven acá: cúbrete esta capa, y toma esta saya, y disimuladamente aguárdame en ese cantón.

TALEGA.-   Ensimúleme vuestra mercé.

MENEMNO, casado.-   Vuélvete. Anda que bien estás.

TALEGA.-   Ya estoy vuelto. Señor, señor.

MENEMNO, casado.-   ¿Qué quieres? Maldito seas tú.

TALEGA.-   Que se me resbala, que se me cae la saya que has hurtado de tu mujer para dar a Dorotea.

MENEMNO, casado.-  Calla, endiablado.

AUDACIA.-  ¡Ah marido!

MENEMNO, casado.-  ¡Ah mujer!

AUDACIA.-  Jesús, y qué respuesta tan seca.

MENEMNO, casado.-  Cual la pregunta.

AUDACIA.-   ¿No quieres que sea mi pregunta seca y desabrida, pues sin propósito sales tan de mañana de casa?

TALEGA.-  En salvo está quien repica.

MENEMNO, casado.-   ¡Oh mujer loca y perversa! ¿Y siempre me has de dar enojos con tus celos y locuras? ¿Cómo? ¿Y qué entiendes tú de mis negocios para que digas que sin propósito salgo de casa?

AUDACIA.-   Malo está de ver de qué pie cojeas.

MENEMNO, casado.-   Pues yo te prometo, que si de hoy más haces lo que agora hiciste, que nos han de oír los sordos.

AUDACIA.-   ¿Por qué nos han de oír los sordos?

TALEGA.-   Ahí, ahí, que encaja bien un bofetón.

MENEMNO, casado.-   Cada vez que salgo de casa me ha de detener y llamar dos y tres veces, y demandarme adónde voy, y adónde vengo, qué tengo que hacer, o qué negocios traigo. De manera que más la tengo de tener por portera alquilada, que por mujer propia.

AUDACIA.-   Tales sois vosotros, que no hay de quien fiar.

MENEMNO, casado.-   Mas tales sois vosotras, que no hay quien os pueda contentar.

AUDACIA.-  Por eso haces tú bien, que no procuras de contentar sino a una que yo conozco.

MENEMNO, casado.-   ¿Cómo se llama?

TALEGA.-  Dorotea.

AUDACIA.-   Basta que tú sepas cómo se llama.

MENEMNO, casado.-   Ya sé do van esos tiros.

AUDACIA.-  Sí lo sabes, algo digo.

MENEMNO, casado.-   Sí, dices hartas necedades; y habla paso, porque no demos enojo al viejo de tu padre.

AUDACIA.-   No quiero, sino dar voces como loca.

MENEMNO, casado.-  Pues vocea cuanto quisieres, que por darte más enojo, iré a cenar y a tomar mis placeres con la que dices que conoces.

TALEGA.-  Así, así, anden voces.

AUDACIA.-  ¡Oh mal siglo haya quien me casó contigo!

MENEMNO, casado.-  Mas quien te me dio a conocer.



Escena III

 

CASANDRO, AUDACIA, MENEMNO, casado, TALEGA.

 

CASANDRO.-   ¡Ah vergüenza! ¡Enhoramala, vergüenza! Y no deis tan desmesuradas voces, ni hagáis testigos de vuestras poquedades a los vecinos. ¿Qué es esto que de contino yo he de ser tercero de vuestros enojos?

AUDACIA.-  ¡Ay padre! A esta vida dígole muerte.

CASANDRO.-   ¿Cómo? ¿Sobre qué ha sido?

MENEMNO, casado.-  Déjala mientra llora sin razón, y está con aquel coraje, que yo te lo contaré brevemente. Has de saber, señor, que a su soberbia y menosprecio han sobrevenido celos.

CASANDRO.-  ¡Celos! ¿Y de qué?

MENEMNO, casado.-  Dice que tengo manceba, y que robo la casa.

TALEGA.-   Verum est.

AUDACIA.-  Días cómo si así no fuese...

CASANDRO.-   Oyete, serpentina, déjanos hablar.

MENEMNO, casado.-  Con los cuales celos y sin razón me mata cada día, y porque le oso responder me trata peor que si fuese Talega.

TALEGA.-  ¡Y mala talegada te dé Dios! ¿y quién te manda nombrarme?

AUDACIA.-   ¿Pues qué, no robas la casa? ¿Y el diamante quebrado que te di, qué es de él?

TALEGA.-  ¿Pues qué si supieses de la saya?

MENEMNO, casado.-  En casa del platero está para soldalle.

TALEGA.-   Mas en casa de la puta para aniquilalle.

AUDACIA.-   Plegue a Dios que sea verdad lo que dices.

MENEMNO, casado.-   Yo digo verdad mejor que tú mereces.

CASANDRO.-  ¿No has de callar, loca?

AUDACIA.-  Callaré, pues son dos contra mí.

TALEGA.-   Y tres, aunque os pese.

AUDACIA.-  Platicad a vuestro placer, que yo entrarme quiero por no oír palabras locas.

MENEMNO, casado.-  Tomad que rebite.

CASANDRO.-  Calla y súfrete, hijo Menemno, que de los pacientes es el reino de Dios.

TALEGA.-  Así es la verdad; mas no de él sino de ella.

CASANDRO.-  Pues que solos estamos, oye, hijo Menemno, que cuando uno está contento, dice más loores de aquel contentamiento por la lengua que no tiene en el corazón; y por el contrario, cuando está descontento, dice menos de lo que le queda en el pecho encerrado. Dígolo esto, yerno mío, porque me han lastimado las lágrimas de mi hija y tus pesadas razones, de tal manera que ni sabré decir lo que siento, ni sentir lo que mereces.

MENEMNO, casado.-  Di lo que pudieres decir.

CASANDRO.-  Sola una cosa diré, y es que deberías acordarte de quien fuiste por tu desdicha, y de quién eres por mi causa, y como de perdido te hice ganado y de siervo libre, casándote con mi única y amada hija, con la cual llevaste linaje, hermosura, virtud y mucho dinero.

MENEMNO, casado.-   Antes, señor, si lo juzgas, quitada esa pasión de padre, hallarás que me diste mucho hueso y poca carne: quiero decir que es tanta su altivez, locura y soberbia, que oscurece y desdora todo ese linaje, hermosura y hacienda, de tal manera que me hace vivir el más triste y desconsolado del mundo.

CASANDRO.-   Quien mula quiere sin tacha, hijo Menemno, estese sin ella. ¿No sabes tú ya que todas las mujeres quieren hablar y que todos callen: quieren mandar y ninguna ser mandada quieren libertad y que ninguno sea libre, y quieren regir y ninguna ser regida?

MENEMNO, casado.-  ¿Pues qué es lo que quieren?

CASANDRO.-  Una sola cosa.

MENEMNO, casado.-   ¿Y es?

CASANDRO.-   Ser alabadas, y ver, y ser vistas.

MENEMNO, casado.-  Leído he (y por mis pecados lo tengo experimentado) que el más fiero y peligroso enemigo del hombre es la mujer mal acondicionada, y de aquí nace una verdad, y es que el marido hace todo lo que quiere la tal mujer, y ella no ha de hacer ninguna cosa de las que desea su marido.

CASANDRO.-   Sabiamente has hablado; pero mira que no es de hombres cuerdos lastimar a sus mujeres con palabras, luego que han enojo con ellas.

MENEMNO, casado.-  Concediendo ser verdad lo que dices, te certifico, señor, que si antes alcanzara lo que agora alcanzo, y de lo mucho que siento sintiera entonces un poco, no trocara yo mi pobreza y libertad por tu próspero casamiento.

CASANDRO.-  Por haberle yo mandado a mi hija que se casase contigo, se casó, que no porque lo quisiese ella de grado, que de nobles fue demandada, sabiendo que viene de muy buena parte.

TALEGA.-   Si cuando viene de la igreja.

MENEMNO, casado.-  Aquí no tratamos de linajes, que cuanto a eso también sabría defender mi partido, sino que si vieses de la manera que me trata, dirlas que me sobra razón.

CASANDRO.-  Oye, hijo Menemno, ningún hombre sufre tanto a su mujer que no sea obligado de sufrille más, considerando que al fin el hombre es hombre, y la mujer mujer. Cierto, muy atrevida es la mujer que se toma con su marido, pero muy más loco es el marido que toma pendencias públicas con su mujer.

MENEMNO, casado.-   Las injurias que me dice no las puedo, señor, sufrir.

CASANDRO.-  Mira, las injurias que bailen las mujeres mejor se castigan con tenerlas en poco, que con vengarlas.

MENEMNO, casado.-  En fin ¿no hay castigo para ellas?

CASANDRO.-  Yo no digo que no le hay, pero sepan todos los hombres del mundo que todas las cosas sufren castigo, sino la mujer que quiere ruego. El hombre que quiere vivir en paz con su mujer, tres reglas ha de guardar.

MENEMNO, casado.-  ¿Cuáles son?

CASANDRO.-   Amonestaría mucho, reprenderla poco, y no poner manos en ella.

TALEGA.-  Y los pies sí, a buenas coces.

MENEMNO, casado.-   ¿Y de cuándo acá las puse yo en mi mujer?

CASANDRO.-   Ni es menester, porque la causa porque ella te riñe y yo te amonesto, es poquedad tuya, y daño suyo y mío en tener amiga, como dicen que la tienes.

MENEMNO, casado.-  Ni hay tal, ni quien tal diga.

TALEGA.-  Si hay tal, y quien tal diga, que só yo.

CASANDRO.-  Bien está: el tiempo es tan buen maestro, que ni por miedo ni por vergüenza no deja de descubrir las verdades.

TALEGA.-   Ni yo tampoco.

CASANDRO.-   Abaste lo dicho. ¿Y agora qué piensas de hacer?

MENEMNO, casado.-   Quería ir a casa de Micer Duarte, porque Talega es ido ya delante con el libro.

TALEGA.-  Más con la saya.

MENEMNO, casado.-  Para que acabemos de rematar aquellas cuentas.

CASANDRO.-  Ve con la bendición de Dios, que yo entre tanto me acabaré de vestir.



Escena IV

 

MENEMNO, casado, TALEGA, DOROTEA.

 

TALEGA.-  Gracias sean dadas a Dios que el viejo acabó de predicar.

MENEMNO, casado.-   Ven, Talega.

TALEGA.-   Vamos, señor, y desensimúlame toma la saya, porque no me hallen con el hurto en las manos.

MENEMNO, casado.-  Daca, acabemos ya.

TALEGA.-  No me pareces agora propísimamente sino al hijo prólogo, que lleva a empeñar ropa por mengua de dineros.

MENEMNO, casado.-  Déjate de esas gracias, y da en esa puerta y llama a Dorotea, porque salga a recibir este presente.

TALEGA.-  ¿Quién está en casa? ¡Ola, aho! No responde nadie, señor. Si has perdido quizá por la mano.

MENEMNO, casado.-  No te entiendo.

TALEGA.-   No sé si está dentro algún dominus fatotum, de esos que llevan ropas largas.

MENEMNO, casado.-  No se ha de presumir tal de mi querida Dorotea.

TALEGA.-   Si de amor de ramera te fías, engañado vas, porque no dura tanto como sol de invierno y lluvia de verano, et est impossibile que la que es acostumbrada de someterse a muchos por fuerza, ame a ninguno de grado.

MENEMNO, casado.-   Déjate de eso. Torna a llamar.

TALEGA.-  ¡Ola, aho! ¿No hay nadie acá?

DORESTA.-  ¿Quién llama?

MENEMNO, casado.-   Yo, mi señora.

DORESTA.-  ¡Ay mi señor Menemno! ¡Ay entrañas mías! ¿Y tú eres? Vengas en buen hora.

MENEMNO, casado.-   Y en esa misma estés tú, deleite mío. En mirándote se me quitan todos los enojos y aborrezco a mi mujer.

DORESTA.-   ¿Quién viene contigo, señor Menemno?

MENEMNO, casado.-  Talega, criado de tu merced.

TALEGA.-   Y de su criada, que es bonita.

MENEMNO, casado.-   Crianza, señor.

TALEGA.-  Estoy tan criado, que ha veinte años que no mamé.

DORESTA.-  Gracioso está Talega.

MENEMNO, casado.-  De desgraciado está gracioso.

DORESTA.-   Señor Menemno, ¿qué es eso que traes?

TALEGA.-  Abre el ojo. Olido ha de narices como podenco de muestra.

MENEMNO, casado.-   Rosa y vida mía, son tus vestidos, y los despojos de la loca de mi mujer.

DORESTA.-   ¿Ésta es la saya que me prometiste?

MENEMNO, casado.-  Ésta es, tómala, que si yo puedo, haré de manera que cuantas tiene mi mujer sean tuyas, pues yo soy tuyo.

DORESTA.-  Mercedes, amor mío.

TALEGA.-   Oreja, perra, y cuán bien que la ase.

MENEMNO, casado.-   Yo las rescibo de ti en quererlas tú recibir de mí.

TALEGA.-   Así, así con el diablo, desa manera presto quedarán en blanco los bienes de nostramo.

MENEMNO, casado.-   ¿Qué es eso que dices de blanco y de presto?

TALEGA.-  Digo, señor, que se entienda de presto en la comida, y que no falte vino blanco.

MENEMNO, casado.-  Bien dices. Mira, señora, ya sabes lo que me prometiste si la saya venía en tu poder.

DORESTA.-  Muy bien, señor, yo lo entiendo.

MENEMNO, casado.-   Pues aparéjanos muy bien de comer para mediodía.

DORESTA.-   A mejor tiempo no podías hablar, porque está la olla bien forrada ya.

TALEGA.-   ¿Es el aforro de pluma o de lana?

DORESTA.-  De todo hay: una gallina y carnero.

TALEGA.-  Poco es eso para mis apetitos.

DORESTA.-   ¿Qué tú has de comer acá?

MENEMNO, casado.-  Convidado le he porque veas cuán bien sabe comer.

TALEGA.-  Como, señora Dorotea, a dos cajos, que de verme folgarás muchísimo.

DORESTA.-   De veras que tomo placer que sea Talega mi convidado una y muchas veces.

TALEGA.-  Un placer y muchísimos que Dios le dé.

DORESTA.-   Por amor de tú, prometo de multiplicar dos pares de pollos más.

TALEGA.-   Multiplicadas que tengas las narices.

MENEMNO, casado.-  ¿Qué dices, asno?

TALEGA.-   No, no, sino los días de su vida. Los pollos me turbaron. Señora, mira que sean asados, por vida de esa cara de rosa.

DORESTA.-   Yo lo haré mejor que tú te piensas.

TALEGA.-   De esa manera la talega de Talega quedará rellena de esta vez.

DORESTA.-  ¿Qué quiere decir eso?

TALEGA.-  Yo soy talega de mi amo, y mi talega es mi vientre: si como bien, mi talega está buena, y la de mi amo ruin, porque no me puedo mover después de harto.

DORESTA.-  Buenas propiedades tienes.

MENEMNO, casado.-   Señora, entre tanto que se adereza la comida, voy a casa de Micer Duarte a negociar un poco.

DORESTA.-  Ven, señor, presto y no te detengas.

TALEGA.-  Bien dice la señora. Hagamos pasos de fraile convidado; que mejor es que nosotros aguardemos la comida, que la comida a nosotros.

MENEMNO, casado.-  Escucha, Talega, que en esto va mucho. Allégate a la posada, y dirás a mi suegro que somos convidados por Micer Duarte, que no nos aguarden. ¿Sabraslo decir?

TALEGA.-  Mirad si sabré.

MENEMNO, casado.-   Vuelve luego, que en su casa te aguardo.

TALEGA.-  Muy bien, señor.



Escena V

 

MENEMNO, mancebo, TRONCHÓN.

 

MENEMNO, mancebo.-  Hágote saber, Tronchón, que la mayor alegría que sienten los navegantes, es cuando de lejos sobre las marítimas ondas descubren la tierra.

TRONCHÓN.-  Y mayor si la tierra que descubren fuese suya. Mas dime, señor, yo te suplico, ¿a qué respeto o causa, habiendo rodeado todas las islas del mar, venimos a desembarcar a Valencia?

MENEMNO, mancebo.-  Necio, ¿no sabes tú que voy buscando a mi hermano?

TRONCHÓN.-  No sé cuando acabarás de llevarme de aquí para allá, y de Rodas a Poyatos. Seis años hace agora que andamos en busca de él.

MENEMNO, mancebo.-  ¿De qué te fatigas, asno?

TRONCHÓN.-   Fatígome que si anduviéramos a buscar una aguja, en tanto tiempo la hubiéramos hallado. Dígolo porque pienso que buscamos a tu hermano entre los muertos.

MENEMNO, mancebo.-   Pluguiese a Dios que hallase quien de cierto me dijese que está ya entre los muertos; pero entre tanto que esto no supiere, no dejaré de buscarlo entre los vivos.

TRONCHÓN.-  Sea como tú mandares, esclavo te soy, no puedo sino seguirte, pero no querría que nos detuviésemos mucho en Valencia.

MENEMNO, mancebo.-   Ven acá, torpe, en una ciudad tan insigne y noble como ésta ¿no será bien que nos detengamos mas que no en otra para considerar muy particularmente el regimiento de su república, la suntuosidad de los edificios, la riqueza de los templos, los trajes de los caballeros y damas, y en fin otras mil cosas?

TRONCHÓN.-  Tal es cual la pintas, y aun mejor, si no la gastasen tres erres como la gastan.

MENEMNO, mancebo.-   ¿De qué modo la gastan tres erres?

TRONCHÓN.-   La primera es rameras, porque hay de ellas magnam quantitatem.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Y la segunda?

TRONCHÓN.-  La segunda renegadores, que reniegan y juran de Dios haciéndolo mil partes.

MENEMNO, mancebo.-   ¿La tercera?

TRONCHÓN.-  La tercera regatones, porque hay tantos que no podéis poneros un bocado en la boca que no pase por tres o cuatro manos. Y porque veo que la moneda se nos va apocando y la costa creciendo, querría que saliésemos presto de esta ciudad.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Qué? Dios hará merced.

TRONCHÓN.-   Y entre tanto échate a dormir. ¿No sabes tú que por el dinero halla el perro?

MENEMNO, mancebo.-   ¿De dónde diablos sacas tanta cosa como dices hoy, y otras veces eres tan necio?

TRONCHÓN.-  Son lunadas que me toman.

MENEMNO, mancebo.-  En verdad que lo creo, y hoy masque nunca.

TRONCHÓN.-   Volviendo a las rameras supradichas, has de saber que todos ellas tienen asalariados sus cabestreros.

MENEMNO, mancebo.-  No hay quien te entienda hoy.

TRONCHÓN.-   Los cabestreros son aquellos que por otro nombre son llamados alcahuetes.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Pues qué nace de ahí?

TRONCHÓN.-  Sabrás que estos cabestreros tienen de costumbre de irse al Grau de Valencia, y si veen alguna nao recién venida, preguntan cómo se llama el patrón y pasajeros de ella, y aun en los mesones los extranjeros de arte.

MENEMNO, mancebo.-   ¿A qué fin todo eso?

TRONCHÓN.-  Para que viéndolos por la ciudad, los llaman por sus propios nombres, porque piensen que los conocen, y así los engañan.



Escena VI

 

DOROTEA, MENEMNO, mancebo, TRONCHÓN.

 

DORESTA.-  ¿Ce, señor?

MENEMNO, mancebo.-   ¿Qué es aquello, di?

TRONCHÓN.-  No sé: detengámonos.

DORESTA.-  ¡Ah mi alma! ¡Ah mi corazón! ¿Cómo no entras en esta casa que es más tuya que mía?

MENEMNO, mancebo.-  ¿Con quién habla esta mujer?

DORESTA.-   Con ti hablo, mi señor.

TRONCHÓN.-   ¿Cómo? ¿Quién es él?

DORESTA.-  Menemno: el omnis homo de mi casa.

TRONCHÓN.-  No hay aquí ningún olmis olmo de tu casa.

DORESTA.-  Amigo, ¿quién te pone a do no te mandan? Yo con Menemno hablo, a quien conozco, y no contigo, que nunca te vi.

MENEMNO, mancebo.-   Habla pues lo que quisieres.

DORESTA.-   Lo que quiero es que entres luego a comer, pues la comida que mandaste aparejar está a punto ya.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Qué comida o qué bebida es ésa?

DORESTA.-  La que tengo aparejada para ti y para mí.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Para mí? Ojalá dijeses verdad.

DORESTA.-   Sí, para ti. Si no, entra, y verlo has.

MENEMNO, mancebo.-  Señora, no burles de un hombre tan extranjero y no conocido como yo.

TRONCHÓN.-  Abre el ojo, que cabestrero anda por aquí.

DORESTA.-  Ea, señor Menemno, dejemos de eso y no sufras que ese burle de mí. Di, ¿qué es de Talega?

TRONCHÓN.-   Mirad si está informada ya de la talega de la ropa que viene en la nave.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Por cuál talega o saco pides?

DORESTA.-  Por el mozo de Casandro tu suegro, el cual vino contigo cuando me diste la saya que hurtaste a tu mujer.

MENEMNO, mancebo.-  Ni tengo mujer, ni sé qué te dices, ni jamás estuve en esta ciudad hasta hoy que desembarqué de la nave.

DORESTA.-  ¿De qué nave?

TRONCHÓN.-  De una que es de tablas y madera.

DORESTA.-  Señor Menemno, por amor de mi que dejadas las burlas aparte, entres en casa, entro tanto que voy a mirar los pollos que se asan demasiado.

MENEMNO, mancebo.-   Oye, Tronchón, ¿no será pusilanimidad mía dejar de entrar allá?

TRONCHÓN.-   No será sino sableza dejar de entrar allá.

MENEMNO, mancebo.-  Audaces fortuna juvat. ¿Qué me puede hacer una mujer?

TRONCHÓN.-  Según tú eres bueno, lo menos que puede es dejarte sin blanca.

MENEMNO, mancebo.-  Para eso buen remedio: toma la bolsa.

TRONCHÓN.-   Daca. Pero mira que dice el refrán que quien mucho se rasca, llaga se hace por eso mira mucho el fin.

MENEMNO, mancebo.-  Anda, que es de cobardes mirar mucho los fines. Entrar quiero, y ve tú al mesón y después vernás por acá.

TRONCHÓN.-  A Dios te encomiendo.

MENEMNO, mancebo.-  ¡Ah señora mía!

DORESTA.-  ¡Ah señor!

MENEMNO, mancebo.-   Conozco haber errado en burlarme de ti; pero si lo hice fue por disimular con el esclavo que estaba conmigo.

DORESTA.-  ¿Cómo? ¿De quién es el esclavo?

MENEMNO, mancebo.-  De mi suegro, que no ha dos días que lo compró.

DORESTA.-  Avisado parece.

MENEMNO, mancebo.-   Es lo cierto, y pues él no nos ve ni nos oye, entremos cuando mandares.

DORESTA.-  ¿No quieres aguardar a Talega?

MENEMNO, mancebo.-   Ni lo quiero aguardar, tú quiero que entre acá, porque estoy encijado con él.

DORESTA.-  Sea como tú mandares; empero, amormio, quiero que me hagas una merced.

MENEMNO, mancebo.-  No una sino ciento haré, por eso pide.

DORESTA.-   Que después de comer lleves aquella saya que me diste a maestre Chillón el sastre, para que la desfigure y haga a mi voluntad.

MENEMNO, mancebo.-   Avisada eres en todo, porque haciéndolo así, ternás saya a tu medida, y no la conocerá aquella maldita de mi mujer.

DORESTA.-   ¿Puedes llevarla cuando te fueres?

MENEMNO, mancebo.-  ¿Por qué no la tengo de llevar?

DORESTA.-  Entra, amor mío, y cierra esa puerta.



Escena VII

 

CASANDRO, AUDACIA, TALEGA.

 

CASANDRO.-  ¿Do estás, hija? Sal acá.

AUDACIA.-  ¿Qué mandas, señor padre?

CASANDRO.-  Días ha que deseaba decirte mi parecer, y lo he dilatado hasta que me dieses una ocasión para ello de tantas como me has dado para sentillo.

AUDACIA.-  ¿No te parece que tengo razón, señor padre, de estar quejosa?

CASANDRO.-   No, porque si cuando yo te casé con Menemno, no seguí el uso de este maldito tiempo que primero se habla de la hacienda y a la postre de la persona, fue la causa viendo las virtudes de mi criado y tu marido, que pienso no haberle dado tanto cuanto merece.

AUDACIA.-   Demasiado lo diste.

CASANDRO.-   Es verdad si tú fueras de otra suerte.

AUDACIA.-  ¿De qué suerte? ¿Soy alguna fea?

CASANDRO.-  No, sino hermosa, y es lo peor que le di.

AUDACIA.-   ¿Por qué?

CASANDRO.-  Porque se ofrezco a grandísimos trabajos el que casa con mujer hermosa.

AUDACIA.-  ¿A qué trabajos siendo ella buena?

CASANDRO.-  Oye. Lo primero se ofrece a sofrille su altivez y soberbia por ser hermosa como tú. Lo segundo, que por ser buena de su persona (cual tú te precias de serlo) le nace, por no ser acompañada de humildad, una vanagloria insoportable de sufrir, y sin eso pretendéis todas las hermosas que cometen herejía vuestros maridos, si entienden en otro sino en daros placeres.

AUDACIA.-  Tales los tenga quien mal me quiere, cuales mi marido me los da a mí.

CASANDRO.-  Eres tú la causa de ello.

AUDACIA.-  ¿Yo? ¡Ay desdichada de mí! ¿Que él viva amancebado soy yo la causa?

CASANDRO.-  Sí, en serle tan desdeñosa como lo eres, según que yo por mis ojos lo he visto: que si te sigue le huyes, si te sirve no lo estimas, si te ama lo aborreces, si te halaga le maldices, si te olvida lo infamas, y si te hace fiestas dices que te engaña.

AUDACIA.-  En cuanto a eso no le debo nada.

CASANDRO.-  Sí le debes, y mucho, porque las costumbres del marido han de ser leyes para la mujer, y tú haces lo contrario.

AUDACIA.-  Porque son malas sus costumbres, por eso las contradigo yo.

CASANDRO.-  En tu mano está hacer que sean buenas.

AUDACIA.-  ¿De qué manera?

CASANDRO.-   Con cinco yerbas que traigas contigo.

AUDACIA.-  ¿Dime qué yerbas son esas?

CASANDRO.-   La primera que seas callada; la segunda que seas pacífica; la tercera que seas sufrida; a la cuarta que seas honesta, y la quinta que seas retraída. Estas cinco yerbas, hija mía, son de tal propiedad, que las malas costumbres del marido convierten en buenas.

AUDACIA.-  Así podrían ser cincuenta, que a mi marido no le quitarán que no tenga una puta. Pero no quiero altercar más contigo, que siendo mi padre abogas contra mí.

CASANDRO.-   Ni es menester sino que mudemos de palabras y tú de condición. Aquel que allí viene parece que sea Talega.

TALEGA.-   ¡Ah señor!

CASANDRO.-  ¿Qué hay de nuevo?

TALEGA.-   Calzas, zapatos, sayos, camisas, en fin cuanto querrás comprarme.

CASANDRO.-  Acabad ya de decir a lo que venís.

TALEGA.-  Pues no me turbe su mercé. El señor Duarte manda... No, no, sino que suplica a vuestra merced.

CASANDRO.-  ¿Qué me suplica, enalbardado?

TALEGA.-  Que le ruega que perdone y que coma a su placer con la señora, porque, yo y...

AUDACIA.-   Siempre el ruin delantero.

TALEGA.-  Tiene razón. Que el señor Menemno y yo quiere que manduquemos con él.

CASANDRO.-   Bien está. Entremos, hija, y tú también.

TALEGA.-  No yo. ¡Pésete a mal grado! Que me acusará contumacia la señora Doro... El señor Duarte quise decir, si no voy a comer luego.

CASANDRO.-  ¿Qué es eso de la señora Doro? Entra, entra, que luego te irás.



Escena VIII

 

MENEMNO, mancebo, DOROTEA, TALEGA.

 

MENEMNO, mancebo.-  ¡Oh inmortales dioses! Muchas gracias os hago porque habéis permitido que una ramera, que acostumbra de robar a los manrebos, me haya dado de su propia voluntad a comer y este diamante y saya. Bien sé que me ha tomado por otro, más con todo eso no me acusa la conciencia para tornárselo por agora, porque dicen que quien hurta al ladrón, etc. Buscar quiero a mi esclavo para reír con él de la burla, y gozar con él de estos putánicos despojos.

TALEGA.-   Yo doy al diablo las preguntas, y a quien las inventó a las horas del comer. Sabia Casandro que soy convidado, y preguntábame más cosas de su yerno que días hay en longanizas, como si le había yo de otorgar la verdad... Mas ¡oh! helo allí. La saya es vuelta en su poder. Mal va esto: tormenta debe de correr entre él y la pelleja Dorotea. ¡Cuál sería que la comida se embarazase! ¡Ah Menemno!

MENEMNO, mancebo.-   ¿Qué quieres, amigo?

TALEGA.-   ¿Do va la saya?

MENEMNO, mancebo.-   No va, que yo la llevo.

TALEGA.-  ¿A do por tu vida?

MENEMNO, mancebo.-  A casa de maestre Chillón el sastre para que la adobe.

TALEGA.-   Después se hará eso, señor: vamos a comer primero.

MENEMNO, mancebo.-   ¿Qué diablo ha de ser esto con tantos convidadores como hay en esta ciudad?

TALEGA.-  Yo no te convido, señor, antes tú me has convidado A mí.

MENEMNO, mancebo.-   ¿Adónde?

TALEGA.-   En casa de Dorotea.

MENEMNO, mancebo.-   ¿Cómo te llamas?

TALEGA.-   ¿A la hora del comer cómo te llamas? Buena burla es ésa.

MENEMNO, mancebo.-  A fe que no burlo.

TALEGA.-  Talega me llamo.

MENEMNO, mancebo.-  ¿Qué tú eres Talega?

TALEGA.-  Al tiempo de vete allá, vete acá, no me desconoces como agora, si no te burlas.

MENEMNO, mancebo.-  Que ni me burlo, ni te conozco. Ve con Dios.

TALEGA.-  Una vez que en toda mi vida he sido convidado, salirme tan al revés por mal agüero lo tengo. Mas no quiero desconfiar sin primero hablar con Dorotea. ¿Quién está en su casa?

DORESTA.-   ¿Quién llama?

TALEGA.-  Talega soy, señora. ¿Qué es de mi amo Menemno? ¿Es venido a comer?

DORESTA.-  ¿Cómo si es venido? Ya vino y se fue.

TALEGA.-   ¿Que ya comió? ¡Mezquino de mí!

DORESTA.-  Ya comió. ¿Cómo no viniste?

TALEGA.-   No me burle, señora, que me fino de hambre.

DORESTA.-   Que no me burlo.

TALEGA.-   Oiga, señora Dorotea.

DORESTA.-   Ve con todos los diablos, que no quiero oírte.

TALEGA.-  ¿Así que desa manera se trata a Talega? ¡Oh Talega! ¡Talega! ¿Quién te vido en el establo almobazando los caballos, harto de torreznos, y agora muerto de hambre por andar entre putas y rufianes? Mas para ésta que yo haga de manera que le haga mal provecho a Dorotea la saya y a Menemno la comida, que yo lo diré a mi señora.