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Otros escritos no incluidos en «Obras completas»

Esteban Echeverría

Félix Weinberg (ed. lit.)






ArribaAbajoRespuesta a Juan Thompson1

Señor editor de La Gaceta Mercantil:

Dígnese usted a insertar las siguientes observaciones sobre el artículo Literatura, que publicó el Diario de la Tarde, en su número 1041, analizando Los consuelos.

Señor articulista:

No es mi ánimo disputar a Ud. la palma de la crítica literaria, ni menos arrostrar el magisterio con que Ud. desde su cátedra, reparte coronas a nuestros poetas; sólo si hacerle notar algunas candideces que inadvertidamente, sin duda, se han escapado a su elegante pluma.

Después de un largo preámbulo, en el cual parece se ha propuesto Ud. trazar el cuadro de nuestra poesía, olvidando, en mi concepto, injustamente algunos poetas sobresalientes que desgraciadamente no existen ya, y a los cuales era más lícito que la crítica ofreciese un respetuoso recuerdo, pasa Ud. a hablar de la obra que ha dado motivo a su brillante inspiración y asienta Ud. que nada hay nuevo en Los consuelos porque ya antes poseía nuestra tierna literatura, sublimes elegías y pindáricos cantos. No ha dejado de sorprenderme a la verdad este aserto, tanto por el aire de novedad con que se arroja antes los ojos del público porteño, cuanto porque de él deduce Ud. que a pesar de ser el género predilecto del autor de Los consuelos el elegíaco, él no ha podido llegar a igualar a los sublimes trozos que Ud. cita. El autor de Los consuelos no se ha propuesto disputar el lauro a nuestros poetas, ni menos deslucir su reputación fundada en algo más sólido que los elogios del Sr. articulista; pero hubiera deseado que no hubiese puesto en cotejo intempestivamente sus producciones con las de los poetas que le han precedido en la carrera, pues no es el Sr. articulista, a pesar de su magisterio, a quien toca pronunciar el fallo sobre su intrínseco y relativo mérito, sino a la opinión pública y al tiempo, únicos jueces a quienes, como dijo un crítico de la Gaceta, deben su celebridad algunos poetas inmortales.

Lo que Ud., Sr. articulista, debió haber hecho a mi ver, para desempeñar con lealtad y buena fe la elevada misión de escritor público, era, al hablar de nuestra poesía hacer mención de los De Lucas, Lafinures, Rodríguez, &a., compararlos entre sí y adjudicarles coronas ya que ha tomado Ud. a pecho el empuñar el cetro de la crítica, y hacernos ver, que si no tenemos literatura, no nos faltan al menos Jeffreys, Saint Beuves y La Harpes2.

El autor de Los consuelos ha conocido antes que Ud. la falta de literatura nacional pues lo indica en su segunda nota; pero no ha dicho, ni pretendido con sus Consuelos echar el cimiento de aquella magnífica obra. Su solo objeto ha sido no exhalar sus quejidos, sino expresar sus sentimientos en el idioma de las musas; tampoco ha implorado para aliviar su pena, lágrimas de ternura, ni suspiros de la belleza, lo que sería ridículo, sino que dijo de modo que todos pudiesen entenderlo «que el poeta al modular el canto que le inspira su corazón, si consigue una lágrima de ternura y un suspiro de la belleza, debe llenarse de satisfacción, pues estos sinceros elogios le muestran que ha herido realmente la cuerda que se propuso herir, y son sus más gloriosos trofeos».

Asiente Ud., con ligereza, Sr. articulista, que el que se lamenta con tan acerbo dolor y exclama en su agonía

El sol fulgente...



no podrá nunca, aunque quiera, acomodar su lira a la entonación elevada; y esta deducción me parece tan ridícula y tonta, que estoy aún indeciso si debo prohijarla a su cerebro o a algún desliz de pluma o de imprenta. Me asiste el convencimiento que no le sería difícil al autor de Los consuelos, si viviese en época de entusiasmo y de gloria nacional, y ocupase esa posición respetable, en donde los acontecimientos han colocado al poeta, elevarse a esa entonación, robusta que campea en los trozos con que ha engalanado su artículo, ya que ha estado Ud. tan corto de vista, sé que no ha encontrado nada comparable a ellos en Los consuelos.

Acaba Ud., Sr. articulista, por decir que el poeta, como sacerdote, tiene también conciencias a su cargo y hubiera sido bueno que no echase en olvido las siguientes líneas que puso también Hugo en el prefacio de sus Orientales:

El autor de esta obra no es de aquellos que reconocen en la crítica el derecho de interrogar al poeta sobre sus fantasías, ni menos de preguntarle el por qué escogió tal asunto, aplicó tal color, o bebió en tal fuente. ¿La obra [es] buena o mala? He aquí la jurisdicción de la crítica.



Y que fiel a las doctrinas de su maestro, se hubiese Ud. ceñido a analizar Los consuelos, y averiguar si podrán ellos influir de algún modo en el progreso de nuestra literatura, sin cargar la mano sobre su autor por haber dado a sus composiciones un colorido sombrío.

Bueno hubiese sido, Sr. articulista, que sin dejarse llevar de la extravagante manía de singularizarse, se hubiese Ud. acordado que el autor de Los consuelos se abstuvo de tocar en sus notas algunos puntos de crítica literaria, porque no se creyó con derecho ni autoridad para dogmatizar sobre este ramo como Ud. lo ha hecho.

Disimulo a Ud. el tono magistral con que se pronuncia relativamente a Los consuelos y con que falla sin apelaciones en materia de gusto, porque veo que Ud. se ha propuesto nada menos que el público ajuste su humilde juicio a la arrogancia y vanidad de su crítica: pretensión a la verdad extravagante. Creo, Sr. articulista, que en esto de críticas es preciso irnos muy a tientas, y no lanzarnos a decir cuanto se nos pase por la imaginación, y cuanto nos hayan sugerido mal digeridas lecturas o amistosas conversaciones.

No se crea que ningún sentimiento innoble me ha movido a trazar estas observaciones sino el deseo de reprimir los arrojos de la petulancia, y de decir algo en obsequio al mérito y la justicia.

Un verdadero amigo del autor de Los consuelos.

[Esteban Echeverría]




ArribaAbajoPrograma de trabajos para la Asociación de la Joven Generación Argentina (1838)3

Señor Vicepresidente de la Asociación de la Joven Generación Argentina:

En víspera de salir al campo a negocios urgentes, escribo a Usted estas líneas para comunicarle en embrión el proyecto de una serie de trabajos que en concepto mío debe emprender la Asociación para ponerse en estado de realizar sus miras y llevar a cabo la noble empresa que con tanto entusiasmo y decisión ha iniciado. Tenía ánimo de haberlo presentado en la primera sesión que hubiésemos tenido, pero difiriéndose ésta a causa de no haberse expedido todavía las comisiones que se nombraron, considero que usted lo haga en caso que se reúnan antes de mi vuelta, para no perder tiempo y que se vean cuanto antes los frutos del trabajo de la Asociación. Lo que más me urge (a mi ver) es el código o declaración de principios, puesto que él no servirá sino para establecer la propaganda; y atraer sectarios a nuestra doctrina. A pesar de esto la comisión ha hecho cuanto ha podido ocupados como han estado sus miembros de otras indispensables atenciones y espera en todo el próximo mes presentar la obra que le recomendaron a la consideración de la asociación. Sería entretanto conveniente que todos nos ocupásemos en preparar los elementos de la nueva organización social que proyectamos y que ventilásemos aquellas cuestiones positivas que serían, en lo porvenir, de un interés más vital para la Patria. Los principios son estériles si no se plantean en el terreno de la realidad, si no se arraigan en ella, si no se infunden, por decirlo así, en las venas del cuerpo social. Nuestra misión es ésa. Hemos reconocido ciertos principios; hemos formulado en pocas palabras nuestra creencia; falta arbitrar los medios para hacerlos reconocer por todos, y colocarlos triunfantes en la silla del poder y en la cabeza del pueblo.

Por esta razón, pues, opino que la principal mira de la Asociación debe ser ampararse de la opinión, ya por medio de la prensa ya de la tribuna así que cambie el orden de cosas actual y que la revolución levante otra vez la cabeza. Para ponerse en actitud de conseguirlo trabajará con tesón en formarse un cuerpo sistemado de doctrina política que abrace, principalmente, todas las cuestiones más útiles y necesarias a nuestra sociedad.

La primera cuestión que debe discutir, deslindar y fijar la Asociación será la libertad de la prensa, porque ella es el gran móvil de toda reforma, y si no se reglamenta caerá de nuevo en los extravíos que la perdieron.

La segunda: ¿qué es la soberanía del pueblo, y qué límites deben circunscribirla?

La tercera: ¿cuáles son la esencia y las formas de la democracia representativa?

Podrán ventilarse también algunas cuestiones económicas. ¿Es útil un banco entre nosotros? ¿qué es el papel moneda? ¿cuáles sus efectos y su influjo como medio circulante, y resorte para dar fomento a la industria. Qué es el crédito público?

¿De qué fuente deben salir las rentas del Estado? Cuál es el sistema de contribuciones más ejecutable, y cuál sería el que deberíamos adoptar? ¿qué clase de industria es la más conforme a nuestra condición? ¿cómo podría fomentarse la industria agrícola?

En seguida convendría tocar algunos puntos de administración, único medio que pueden emplear con éxito nuestros gobiernos para hacer sentir en nuestro vasto y despoblado territorio la influencia nociva o benéfica de su poder puesto que la acción de la ley es casi para la mayor parte de los que lo habitan.

¿Bajo qué plan debería organizarse nuestra campaña? ¿Convendría o no establecer municipalidades en ella? ¿Quiénes la compondrían? ¿Cuál sería su objeto? ¿Qué autoridad debe revestir un juez de paz? ¿Cuáles deben ser sus atribuciones? ¿Debe ser sólo juez independiente o brazo activo y maléfico de la autoridad?

¿Debe haber o no entre nosotros un juez de Policía? En caso que deba existir ¿velará sólo sobre la higiene pública, el abasto, el orden interior y demás ramos de policía urbana, o ejercerá también funciones judiciales y será satélite del poder arbitrario o usurpador de los derechos del pueblo?

También importaría averiguar cuál sería la mejor planta para organizar la milicia nacional, y si organizada ésta debe existir tropa veterana en un estado democrático.

Agregaré a los indicados algunos asuntos que considero de la mayor importancia. Desentrañar el espíritu de la prensa periódica durante la revolución; según el hilo del pensamiento revolucionario a través de los sucesos, para poder apreciar el estado de nuestra cultura intelectual, el mérito intrínseco de los pensadores y escritores que se pusieron al frente de la opinión; bosquejar nuestra historia militar para conocer el influjo que hayan tenido, tanto las batallas como el talento de los generales en la suerte de nuestra patria, y hacer una justa apreciación de su importancia histórica. Estudiar nuestra historia parlamentaria o examinar, analizar y apreciar todas nuestras leyes fundamentales, desde el estatuto provisorio hasta la constitución del último del congreso, porque en ellas debe necesariamente haberse refundido todo el saber teórico y práctico de nuestros publicistas.

Determinar los caracteres de la verdadera gloria y qué es lo que constituye el grande hombre para poner en balance en ese crisol la reputación de nuestros hombres públicos, y colocarlos en el lugar que les toca -escribir la biografía de los que deban merecer honra y respeto de la posteridad.

He aquí bosquejadas las tareas a las que debe por ahora contraerse la Asociación. Si se adopta el proyecto se repartirán entre varias comisiones 6 miembros, los cuales harán un trabajo completo sobre la materia que se les encomiende y concluido éste lo presentarán para que se examine, discuta, y sancione por la Asociación. Después de ventilado y adoptado quedará en el archivo o fondo común de la Asociación, para hacer uso de él cuando lleguen las circunstancias favorables.

Ningún socio publicará ningún trabajo perteneciente a la Asociación mientras no lo determine la mayoría. Cuando llegue el tiempo oportuno se publicará un periódico y servirán para formarlo los materiales que se vayan archivando. Los socios harán uso entonces de sus derechos de autores y entrarán en el goce exclusivo de la propiedad de sus obras.

El punto de partida para el deslinde de cualquier cuestión política deben ser nuestras leyes y estatutos vigentes, nuestras costumbres, nuestro estado social. Determinar primero lo que somos y aplicando después los principios buscar lo que debemos ser, hacia qué punto debemos encaminarnos. Mostrar en seguida la práctica de las naciones cultas cuyo estado social tenga más analogía con el nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o las doctrinas de los publicistas más adelantados.

No salir del terreno práctico, no perderse en abstracciones, clavar el ojo de la inteligencia en las entrañas mismas de nuestra sociedad es el único modo de hacer algo útil a la patria y de atraer prosélitos a nuestra causa.

Así lograremos levantar el monumento de la gloria de la joven generación argentina, tener en nuestro poder todos los elementos de la lucha y del triunfo cuando llegue nuestro día, y brille el sol de la regeneración de la patria.

Así llegaremos a hacer una verdadera fusión de todas las doctrinas progresivas a uniformar nuestras opiniones, a ligarnos por vínculos indisolubles, a disponer de los destinos de nuestra patria y a organizar una alianza formidable que arrolle y pulverice la impura liga de los egoístas, los malvados y los opresores.

Esteban Echeverría




ArribaAbajoSobre la libertad de conciencia y de cultos4

Señores editores del Constitucional:

Acabo de saber por un comunicado inserto en su diario de ayer que hay acrimonia y malicia en una frase del Manual de enseñanza que he publicado recientemente, y confieso que me sorprende no poco semejante revelación. Sólo alguna prevención infundada puede haber inducido al autor del comunicado a descubrir en esa frase intención maligna y a calumniarme en cierto modo, dando una interpretación arbitraria a un pensamiento tan claramente explicado.

Que la diferencia de religión no debe ser un obstáculo al ejercicio de la caridad con el prójimo, es lo que dice la frase citada y lo que el mismo autor del comunicado reconoce ser verdadero; toda otra interpretación la rechazo como injuriosa y absurda.

La libertad de conciencia y de cultos es ya un derecho reconocido y radicado en institución en todos los países de la cristiandad, incluso Montevideo. Llamar, por lo mismo, herejes a los individuos de diversa comunión religiosa es reanimar odios envejecidos manifestándose intolerante y fanático, y protestar contra lo legitimado por la misma Sede Apostólica. Los verdaderos herejes en tal caso serán los que desconocen sus mandatos y la doctrina humanitaria del Evangelio.

Muy laudable es que el señor cura cumpla con su deber, pero nada tiene que ver con él ni con el bautismo la frase citada Manual de enseñanza, ni tampoco se alude a ella al respetable clero de Montevideo. Todo lo demás del comunicado no merece contestación.

Me parece oportuno declarar con este motivo que no contestaré a comunicado alguno anónimo relativo a las dos obras que acabo de publicar, por que no me considero obligado a satisfacer escrúpulos nimios ni a desvanecer suposiciones imaginarias, y porque importa mucho al esclarecimiento de las cuestiones conocer la competencia del que las promueve.

Esteban Echeverría




ArribaInforme de la Comisión sobre las listas de matrículas del Colegio de Humanidades de Montevideo5

Habiendo examinado la nueva lista de matrícula presentada por los Directores del Colegio de Humanidades, la Comisión la encuentra viciada con las mismas irregularidades que la anterior; irregularidades que como el Instituto sabe, consisten principalmente en la simultaneidad de estudio del Latín y las Matemáticas, y en el de éstas, ora con la Retórica, ora con la Filosofía; en que el curso del primer año de esta ciencia está reducido a algunas nociones de Retórica o a lo que los Señores Directores llaman Humanidades, y en que el de Matemáticas abraza tres años, todo lo cual está en contradicción palpable con lo dispuesto por el Reglamento de Estudios del año 1837, y con el Acuerdo del Instituto de Marzo del 48, cuyo artículo 5.º terminantemente declara que «la enseñanza de los establecimientos habilitados, deberá necesariamente conformarse al régimen prescripto por aquel Reglamento».

Los Directores del Colegio de Humanidades sin embargo, en la nota de remisión de la lista de matrícula, procuran justificar estas manifiestas contravenciones a los Reglamentos vigentes, ora dando una interpretación arbitraria a sus artículos, ora fundándose en la constante práctica de su Colegio, y en que las Comisiones nombradas por el Gobierno para presidir los exámenes escolares desde su fundación, nunca opusieron reparo alguno sobre el particular.

Estos Señores Directores, antes de pasar dicha nota debieron haber leído el artículo 5.º de la Constitución del Instituto, el cual dice: «todas las habilitaciones concedidas hasta la fecha par el Gobierno a establecimientos particulares de enseñanza, quedan sujetas a las condiciones que el Instituto establezca». Debieron además recordar, que su primera obligación era observar el Reglamento del año 1837, y las disposiciones del Instituto, pues sólo con esa condición les fue otorgado por el Gobierno y mantenido por esa corporación el privilegio universitario de que gozan. Debieron por último, luego de la devolución de la primera lista de matrículas y de la lectura del acuerdo del 21 pasado con que les fue remitida, apresurarse a reformar el vicioso régimen de estudios de su Colegio, y guardarse de reproducir esa primera lista de matrícula, insistiendo en pretensiones reprobadas con harta moderación por el Instituto.

Lejos de hacer esto tan racional, lejos de respetar y de retribuir la moderación del Instituto, de agradecer su tolerancia y de someterse en silencio a sus prescripciones, estos Señores Directores pretenden deducir de un abuso inapercibido o tolerado por los Gobiernos del País y de interpretaciones absurdas del Reglamento del año 1837, que en modo alguno están autorizados para hacer una regla de su caletre superior a ese Reglamento -Ley- y al acuerdo del Instituto del año 48, y derogatoria de ambos, constituyéndose por sí solos en legisladores supremos de la Instrucción pública. Esta pretensión extravagante de los Señores Directores y la persistencia en querer imponerla a la Corporación establecida por el Gobierno para reglamentar y dirigir la Instrucción pública, merecería, en concepto de la Comisión, una severa y ejemplar reprimenda de parte del Instituto, si no se manifestase en un tono y en un lenguaje tan inflado de vanidad y de suficiencia, que sólo podría dar pábulo a la inspiración de la manchega musa.

Acostumbrados, sin duda, a no observar más regla que la suya y prevalidos de la supremacía que se arrogan sobre el Instituto, estos Señores Directores creyeran conveniente abstenerse de pasarle, como está ordenado por el artículo 5.º del acuerdo de Marzo de 1848, una lista nominal de los alumnos inscriptos el año anterior, por cuyo motivo el Instituto se negó a admitirlos a examen y no pudieron ganar curso escolar. Hoy los Señores Directores, reconociendo su falta y atribuyéndola a descuido no intencional tienen a bien, a pesar de la resolución del 21 del pasado que les fue comunicada, presentar a dichos alumnos inscriptos en la matrícula del segundo año de estudios, como si hubiesen dado examen del primero, alegando que así lo hacen porque los consideran aptos (como si la aptitud resultase del antojo de los Señores Directores, no de la prueba exigida por los Reglamentos); y manifestando la esperanza de que sean admitidos a examen del primer año de curso, por no haber ellos tenido parte en la expresada omisión involuntaria. A pesar de lo irregular de este proceder y de que el Instituto no tiene constancia de que dichos alumnos hayan cursado el primer año sino por lo dicho de los Señores Directores, la comisión opina se haga en favor de ellos esta concesión gratuita, porque no es justo carguen con la responsabilidad de una falta de sus Directores, y porque negándosela, no estarían habilitados para continuar sus estudios de 2.º año. Pero al mismo tiempo, para que se comprenda que el Instituto no entiende por este acto disculpar la falta de los Sres. Directores, sino hacer justicia y amparar a los alumnos perjudicados por ellos, la comisión cree que esta gracia no debe recaer sino sobre solicitud de los mismo alumnos, quienes la pedirán directamente al Instituto. Cuando el Instituto se fundó, el colegio de Humanidades era el único establecimiento que existía habilitado para la enseñanza secundaria y el que por lo mismo debía llamar con especialidad su atención. No tardó el Instituto en conocer, presenciando por primera vez sus exámenes, que este establecimiento estaba muy distante de corresponder a las esperanzas que se habían en él fundado ni a la confianza que se le había dispensado; pero se abstuvo, por consideración a sus Directores, de dictar medida alguna tendiente a su reforma.

Posteriormente, la publicación de los acuerdos Reglamentarios, hizo concebir al Instituto la esperanza de que sus Directores se apresurarían a realizar por sí solos la reforma de su establecimiento, distribuyendo la enseñanza conforme a lo prescripto por el reglamento del año 1937, y observando puntualmente lo dispuesto por aquellos acuerdos: pero sucedió todo lo contrario. Los directores del colegio de Humanidades hallaron por mejor ponerse en abierta hostilidad con el Instituto, dejando las cosas como estaban, procediendo como si tales acuerdos no fuesen obis para ellos y negándose por último al cumplimiento de lo relativamente a matrículas. El Instituto en acuerdo del 11 de Diciembre último, dispensándoles una contravención relativa a instrucción primaria, les reconvino sin fruto alguno, en cuanto a la mencionada con respecto a matrículas, en los siguientes términos: «Atento al perjuicio que puede seguirse en los sucesivo al expresado Colegio y sus alumnos de la falta de observancia de los Reglamentos y acuerdos sancionados por punto general; recomiéndese a sus Directores la mayor exactitud en el cumplimiento de lo que por unas y otros se halla establecido». El tiempo ha corrido, sin embargo, y nada se ha innovado en el colegio de Humanidades, donde no se reconoce la autoridad ni rigen las prescripciones del Instituto ni los reglamentos vigentes, y donde un pertinaz e indolente espíritu de oposición parece gozase en distraerlo continuamente y en darle más trabajo que todos los establecimientos de enseñanza reunidos.

La comisión, en fuerza de tales consideraciones expuestas, ha sido inducida a creer que el sistema de comedimento y de tolerancia observados hasta aquí con los Directores del Colegio de Humanidades, a más de originar males de trascendencia a la instrucción publica, comprometería el crédito y la autoridad moral del Instituto, sin traerlos a la razón ni al cumplimiento de su deber en las altas funciones de que están revestidos; por cuyo motivo propone al Instituto el adjunto proyecto de resolución:

Montevideo, 7 de mayo de 1849

Esteban Echeverría





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