Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoComedias


ArribaAbajoLoa a Mamá4

L. A.
Madrecita de mi vida:
E. C.
Madrecita de mi alma:
L. A.
Hoy celebramos tus días
E. C.
Y los días de la Patria5.
L. A.
Regocijados estamos
E. C.
Con la coincidencia grata
L. A.
Que el santo amor a la madre
E. C.
Al amor de patria aunara,
de modo que el un deber
L. A.
El otro nos recordara.
E. C.
Prontos a cumplirlos ambos
Hoy te juramos...
L. A.
¿Jurarla?
Como si el bien de quererla
juramento demandara
no has de decir que lo juras
sino que la noble alianza
de esos dos santos amores
no deber, gloria es muy alta.
E. C.
Por tan alta yo la estimo,
dulce madre, viva hermana,
que ya mi afán mata al tiempo
y abreviarlo deseara
por merecer esa gloria
con ciencia y virtud preclara.
L. A.
Pues yo, al contrario, quisiera
al tiempo cortar las alas
para así tener más tiempo
de reducir madre y patria
a un solo amor inmortal,
a una sola gloria santa.
E. C.
Ambos tenemos razón;
L. A.
Pero memoria nos falta,
porque olvidamos la ofrenda.
E. C.
Verdad es, ¡oh, madre amada!
Mientras nuestra propia vida
no pueda simbolizarlas,
estos símbolos te muestran
el amor de nuestras almas.
L. A.
Aquí tienes estas flores,
tus amigas, sustentadas
en estos floreros débiles
que nuestra vida retratan,
pues siendo toscos sostienen
esta obra delicada,
cual nosotros ser debemos
sostén de tu noble alma.
E. C.
Y aquí, bajo esta bandera
por el arte retratada,
una escena te presento
de los campos de la patria.


ArribaAbajo¿Quién preside?6

PERSONAS
 

 
EL MAESTRO CIRUELA.EUGENIO CARLOS7.
EL MAESTRO CEBOLLA.SALVADOR8.
LA MAESTRA PIMIENTA.ARGENTINA9.
LA MAESTRA NUEVA (FLOR DEL BOSQUE).LUISA AMELIA10.

Escena I

M. PIM. Pues yo digo, señor de Cebolla, que tenemos que recibirla.

M. CEB. ¡Ya!... Como usted se nos ha ido del lado de la Nueva Escuela...

M. PIM. En primer lugar, yo no soy cebollín que sirve para suplir falta de cebollas.

M. CEB. ¡Doña Pimienta! ¿Me hará usted el favor de no hablar con indirectas?

M. PIM. ¡Ahora sí! ¿No podemos hablar de cebollines y cebollas sin que se dé usted por adulido? ¿Qué culpa tengo yo de que usted se llame don Cebolla?

M. CEB. Pero sí la tiene usted, doña Pimienta, de tener un genio más picante que su nombre.

M. PIM. ¡Alto ahí, Maestro Cebolla, que quien pica es usted!

M. CEB. Más pica usted, Maestra Pimienta.

M. PIM. Pero yo, para picar, necesito que me muerdan.

M. CEB. Y yo que me hinquen el diente.

M. PIM. Y entonces hiede usted.

M. CEB. ¡Doña Pimienta! ¡Usted me insulta! ¡Yo no hiedo, yo huelo!

 

(Saca el pañuelo.)

 

M. PIM. ¡Pero si yo no hablo de usted, santo varón!

M. CEB. ¿Pues de quién habla, santa hembra?

M. PIM.De las cebollas, que hieden cuando las muerden.

M. CEB.¡Acabáramos! Creí que hablaba usted de mí.

M. PIM. ¡Si usted es más alusivo...!

M. CEB. Iluso, querrá decir.

M. PIM. Alusivo.

M. CEB. Iluso.

M. PIM. Iluso no quiere decir nada.

M. CEB. Menos quiere decir alusivo.

M. PIM. ¡Sí, señor! que quiere decir...

M. CEB. ¿Qué quiere decir?

M. PIM.Maestro Cebolla, si creerá usted que yo no sé el castellano y que gano mi dinero como otros maestros...

M. CEB. Y maestras que cobran por enseñar lo que no saben, ¿eh?

M. PIM. ¡Justo!

M. CEB.Mejor sería que fuera injusto.

M. PIM. ¿Qué quiere usted decir?

M. CEB. Que sería mejor que fuera injusto eso de cobrar por enseñar lo que no se sabe.

M. PIM. ¿Por qué?

M. CEB. Porque entonces no cobraría usted sus buenos cuartos.

M. PIM. ¡Y qué buenos!... Cuando le mandan a uno la plata agujereada...

M. CEB. ¡Y gracias!

M. PIM. ¿Cómo?

M. CEB.Pues no ha de comer usted, si como yo, y a mí me los dan en níquel11.

M. PIM. ¿El qué?

M. CEB. Los cuartos de la escuela.

M. PIM. ¡Qué desvergüenza! ¡Pagar en níquel a los directores de la infancia!

M. CEB. No diga usted eso, doña Pimienta; a los padres de las generaciones.

M. PIM. Y a las madres.

M. CEB. ¡Pues claro! Si los maestros somos los padres, las maestras son las madres de todas las generaciones que se levantan a pedir el pan del alma.

M. PIM. ¡Muy bien, señor don Cebolla! Me ha entusiasmado usted.

M. CEB. Gracias por el entusiasmo. Ahora sí que nos entenderemos.

M. PIM. Los que más discuten son los que más se entienden.

M. CEB. De la discusión brota la luz, doña Pimienta.

M. PIM. Y mucha verdad que es, don Cebolla.

M. CEB. ¡Sí! Es mucha verdad cuando no es mucha mentira.

M. PIM. ¿Y cuándo es mentira?

M. CEB.Ahora.

M. PIM. ¿Cómo?

M. CEB. Usted siempre está comiendo, doña Pimienta.

M. PIM. Y usted siempre está picando, don Cebolla.

M. CEB. ¿Volvemos a las andadas? Con usted no se puede hablar, señora.

M. PIM. Menos con usted; que desde que ha venido no hace más que adulir...

M. CEB. ¿Qué es eso de adulir, doña Pimienta?

M. PIM. ¡Jesús! Si no parece usted maestro de gramática...

M. CEB. Lo que es de la lengua que habla usted, no soy maestro; lo confieso.

M. PIM. Pues ya verá usted al maestro Ciruela, que ya llega.

M. CEB. ¡Ah! ¿Ya llega ese pedante?

M. PIM.Ya empieza usted a morderlo.

M. CEB. Lo que es a ese me lo comería a bocados.

M. PIM. ¿Tan mal lo quiere usted?

M. CEB. Lo detesto.



Escena II

 

Dichos y DON CIRUELA.

 

M. CIR. Señora maestra. Señor maestro.

M. CEB. ¡Oh, ilustre amigo mío y de la infancia! Este sí, doña Pimienta, que es todo un maestro de la lengua.

M. PIM. ¿Pues no decía usted, hace poco...?

M. CIR. ¡Cómo! ¿Hablaban ustedes de mí?

M. CEB. Para honrarlo, señor don Ciruela.

M. PIM. Lo que es yo, decía de usted que llegaba a tiempo para darnos una leccioncita...

M. CIR. ¡Una leccioncita a dos tan consumados maestros, yo, el más humilde, el más ignorante...!

M. CEB. (A DOÑA PIMIENTA.)  El más pedante.

M. PIM. Pues sí. El caso es éste: el maestro Cebolla sostiene que no se dice adulir...

M. CIR. ¿Adulir? Señora, ¿he tenido el honor de ser sordo, o he oído bien?

M. CEB.Ha tenido usted el honor de oír bien.

M. CIR. Pues, mi señora, con todo el debido respeto...

M. PIM. Bueno, no siga usted.

M. CEB. Sí, señor, siga usted, que habla usted como Salomón.

M. CIR.Pues digo que mi señor don Cebolla, nuestro ilustrado colega, tiene mucha razón en no entender una palabra que...

M. PIM. Está en el diccionario.

M. CIR. Pero no en el de la lengua castellana.

M. CEB. ¿Lo ve usted, doña Pimienta?

M. PIM. Sí, porque los hombres, por más que se detesten, siempre van en contra de las mujeres.

M. CIR.Pero eso sería bueno si yo detestara al señor Cebolla.

M. PIM. Pues él estaba diciendo...

M. CEB. No en vano se llama usted Pimienta. Ya va usted a indisponerme con mi amigo, con el amigo que más estimo, con el mejor maestro de gramática que tiene la República.

M. CIR. ¡Oh, mi señor don Cebolla! Siempre he considerado a usted como uno de los hombres más sabios y que más ajustan...

M. CEB.El puño te ajustaría yo de buena gana, zopencote.  (Alto.)  No es más que justicia, señor don Ciruela; pero como las mujeres son siempre quisquillosas, doña Pimienta ha querido indisponernos.

M. CIR. Pero sin intención...

M. CEB. ¡Ah! Eso por supuesto. Nuestra maestra es una palomita que no tiene más intención que echarnos por tierra a usted y a mí y a todos los de la Vieja Escuela.

M. CIR. ¿Y qué? ¿Mi señora doña Pimienta es también del partido de los que enseñan a la moderna?

M. PIM. Pues por supuesto. Si de mí hubiera dependido...

M. CEB. Vamos, acabe usted.

M. PIM. Ya acabé.

M. CEB. No, mi señora: bien seguro estoy de que iba usted a decir algo más.

M. PIM. Pues dígalo usted.

M. CEB. Usted iba a decir que si de usted dependiera, no habrían venido a sus exámenes sino los que enseñan como la maestrita nueva.

M. CIR. ¿Qué maestrita?

M. CEB.¿Pero no le ha comunicado a usted la Junta provisional de Estudios que para formar el jurado de estos exámenes hemos sido nombrados yo...?

M. PIM. El burro delante.

M. CEB.¡Pimienta!

M. PIM. ¡Cebolla!

M. CEB.¿Hemos sido nombrados, usted, yo y la maestrita?

M. PIM.La mujer detrás: ¡qué galante es usted!

M. CEB. Y usted, ¡qué pimienta!

M. PIM. Porque pica la verdad.

M. CEB. Y la pimienta.

M. PIM. Y la cebolla.

M. CEB. ¿A que no pica la ciruela?

M. PIM. ¡Esa no! La ciruela es dulce.

M. CEB. Como usted. Por eso quiero que usted me diga si le parece bueno que nos hayan venido a poner de compañera de jurado a esta maestrita. Lo que es yo, me retiro. Eso le decía al llegar a la señora.

M. PIM. Y yo le decía que tenemos que recibir a la señorita maestra, porque así lo ha resuelto la Junta.

M. CIR.Y así es la verdad. La señora Pimienta tiene mucha razón.

M. PIM. ¿Lo ve usted, don Cebolla?

M. CEB.Como los débiles están siempre de acuerdo para adular a los fuertes.

M. CIR. ¡Caballero! ¡Yo no adulo nunca!

M. PIM. Ni yo tampoco.

M. CIR.Yo tengo una reputación bien sentada.

M. CEB. Nadie le ha dicho a usted que la tenga acostada.

M. PIM. Y la mía está muy bien parada.

M. CEB.Yo no he dicho que esté andando.

M. CIR. Pues entonces...

M. PIM. Pues ahora...

M. CEB. Lo que entonces decía y ahora repito es que me parece muy duro que tengamos que alternar con una persona que enseña cosas tan nunca vistas aquí.

M. CIR. Sí: verdad es que desde que llegó el nuevo modo de enseñar, estamos muy mal parados.

M. CEB. Y el único modo de volver a pararnos bien, es que no admitamos tratos ni igualdad con los del nuevo modo de enseñar.

M. CIR.Pero ésta es una señorita...

M. CEB. Razón de más. ¿Quién mete a las mujeres en novedades?

M. PIM. Como usted está siempre metido en las vejeces...

M. CIR.Y además, esa señorita no viene porque quiere, sino porque es la maestra nombrada por la Junta para formar con nosotros el jurado.

M. CEB.Pues aunque así sea. Ya es tiempo de que reprimamos la fuerza que va tomando ese nuevo modo de pensar.

M. PIM. Lo que es yo, no sólo recibiré a la maestra nueva, sino que voy a recibirla con todos los honores.

M. CIR. ¿Viene ya?



Escena III

 

DON CEBOLLA y DON CIRUELA.

 

M. CEB. Échele usted un galgo. Estas mujeres son más noveleras... Ahí se estará ahora esperando a la maestrita como si fuera una diosa.

M. CIR. ¿Y es verdad que esa joven sabe tanto?

M. CEB. ¡Hombre, la verdad! Sabe más que nosotros.

M. CIR. ¿Tanto sabe?

M. CEB.¿Pero qué mucho saber es ése?

M. CIR. Pero...

M. CEB.No hay pero ni ciruelo que valga: ¿quién no sabe más que un maestro como Ud. y como yo?

M. CIR. ¡Caballero...!

M. CEB. ¡Vamos, hombre! Dejemos la soberbia a un lado, y dígame usted si yo sé algo.

M. CIR. Ya que usted me lo pregunta, se lo diré en confianza: Usted no sabe nada.

M. CEB. Pues eso mismo sabe usted. A usted lo llaman el Maestro Ciruela porque oculta su ignorancia bajo la capa de la mayor dulzura...

M. CIR. Y a usted le llaman el Maestro Cebolla, porque no sabe más que picar.

M. CEB. Eso no es más que envidia. Es lo mismo que a esta pobre mujer, que la llaman la Maestra Pimienta...

M. CIR. Porque escalda como la pimienta a la muchachita que le ponen a la escuela.

M. CEB. ¡Hombre! Y se me ocurre una idea.

M. CIR. ¡Cáscaras! ¿Una idea?

M. CEB. Señor don Ciruela, yo soy un hombre de ideas.

M. CIR. Yo creía que ésas no eran frutas de ese árbol.

M. CEB. ¡Como usted no da más que ciruelas! Pero yo... ¡Pero qué idea!, ¡qué gran idea! ¡Si estoy asombrado de que a mí se me haya podido ocurrir tan grande idea!

M. CIR. ¡Vamos! Manifiéstela.

M. CEB. Si es tan grande, que usted no va a entenderla. Pero, en fin, vea usted lo que es pensar, Maestro Ciruela. Se me ha ocurrido que acabemos con la Maestra Pimienta.

M. CIR. ¡Qué atrocidad! ¡Un homicidio!

M. CEB. No sea usted bruto, hombre. Digo que acabemos con la Pimienta, pero sin matarla: acabando con su escuela.

M. CIR.¿De qué modo?

M. CEB. ¿No tenemos que dar un informe?

M. CIR. De los exámenes que presenciemos.

M. CEB. Y de la marcha de la escuela. ¿Para qué nos han nombrado jurados?

M. CIR. Para los exámenes.

M. CEB. Pues nosotros juramos sobre todo, y se acabó. Como a esta maestra le llaman Pimienta por lo que pican sus palmetazos, y hay una ley que prohíbe a los maestros los castigos corporales, decimos que aquí se pega y que hay que cumplir la ley suprimiendo esta escuela. ¿Qué le parece? ¡Qué idiota! ¿No le decía yo que era una gran idea?

M. CIR. Parece una idea de cebolla. ¡Vaya si pica y huele mal!

M. CEB. ¿Y usted no la aprueba?

M. CIR. ¿Cómo voy yo a aprobar una maldad? Y menos contra una pobre mujer...

M. CEB. Que nos hace la guerra.

M. CIR. ¿Cómo va a hacernos la guerra?

M. CEB. Como la hacen estos vejestorios cuando se las quieren echar de ilustrados.

M. CIR.Pero, ¿cómo?

M. CEB. Aplaudiendo las nuevas enseñanzas, rogando a los maestros y maestras de la Nueva Escuela que vengan a la suya a enseñar, introduciendo en su escuela algunos estudios perversos.

M. CIR. ¿Estudios perversos?

M. CEB. Tan perversos, que nunca los habíamos oído ni mentar.

M. CIR. ¡Diantre!

M. CEB. Y usted sabe que cuando en un país que vivía contento de sí mismo se introducen novedades, los introductores y los que los apoyan son igualmente dignos de la muerte.

M. CIR. ¡Por Dios!

M. CEB. De la muerte civil.

M. CIR. ¿Qué muerte es ésa?

M. CEB. ¿Usted no vio aquella comedia dramática?

M. CIR. Drama, querrá usted decir.

M. CEB. ¡Bueno! Aquel drama trágico...

M. CIR. ¿En qué quedamos? ¿Era comedia, drama o tragedia?

M. CEB. Todo junto... La representaron aquí cuando pintaron a la República como una vaca flaca. ¿No se acuerda usted?

M. CIR. No. ¡Sí! Si no es por lo del pirulí... Ahora, ya sé, ya sí...

M. CEB. Pues bien, de esa muerte que no mata son dignos doña Pimienta y cuantos ayudan a los maestros nuevos a alterar el orden piramidal de que gozábamos.

M. CIR. ¿Qué orden?

M. CEB. Hoy está usted todavía más ignorante que de costumbre.

M. CIR. Pero si habla usted de cosas desconocidas. ¿Quién conoce ni conoció el orden en la República Dominicana?

M. CEB. Yo y usted y...

M. CIR. ¿Yo?

M. CEB. Sí, señor, y yo y todos los que vivíamos en santa paz antes de que los extranjeros...

M. CIR. Ya nos vamos entendiendo. Si a odiar y a culpar a los extranjeros va, nadie me gana.

M. CEB. Vengan esos cinco, don Ciruela.

M. CIR. Vayan los cinco, don Cebolla. ¿Y usted cree que doña Pimienta hace traición a la patria albergando ideas extranjeras?

M. CEB. ¿Doña Pimienta? ¡Ahí donde usted la ve, doña Pimienta es un reo de alta traición!

M. CIR. ¿Qué me cuenta usted?

M. CEB. Lo que le cuento. Esa es una mala dominicana, una extranjera...

M. CIR. ¿Cómo extranjera?, si es la mismísima hija de seña Jojó, la aplazada por aquel haitianazo del Estado Mayor de Boyé...

M. CEB. Pero, hombre, sea usted menos ciruela que su nombre. Cuando digo que es extranjera lo digo por sus ideas, no por sus venas.

M. CIR. ¡Ya! ¿Y ella?...

M. CEB.Enemiga declarada de los dominicanos.

M. CIR. ¡Oh!, ¡qué horror! ¡Y qué tiempos y qué hombres!

M. CEB. ¡Y qué hembras!

M. CIR. ¿Cuáles? ¿Hay algunas además de doña Pimienta?

M. CEB. Sí, hombre; pero mire Ud. qué señorita aquella.



Escena IV

 

Dichos, FLOR DEL BOSQUE y DOÑA PIMIENTA.

 

M. PIM. Señores, ilustres maestros y miembros del jurado examinador: tengo el honor de presentar a la señorita Flor del Bosque.

M. CIR. ¡Ah! ¿La señorita es la maestra nombrada por la Junta?

FLOR.Para formar parte del jurado. Pero la señora se ha olvidado de darme el nombre...

M. PIM. El señor es don Ciruela.

FLOR. ¿Cómo?

M. PIM.Maestro Ciruela le llaman comúnmente.

FLOR. ¿Y el señor?

M. PIM.El señor de Cebolla.

FLOR. ¿De qué?

M. PIM.De Cebolla. El pueblo le dice el Maestro Cebolla.

M. CEB. Y a usted la morralla le dice la Maestra Pimienta, porque pica con la lengua.

M. PIM.Si a lengua vamos, la de usted parece hecha con cebolla.

M. CEB.Y la de usted es una palmeta hecha con granos de pimienta: por eso dicen que lo que hace usted con la lengua lo hace con la palmeta, y que ahora le van a ajustar a usted las cuentas por los malos tratos que da usted a los niños.

M. PIM.Pues entonces le quitarán a usted hasta el derecho de enseñar, porque a malos tratos no hay quien le gane.

FLOR.¡Cuánto siento haber venido a impacientar a ustedes!

M. PIM.¿Impacientarme Ud., que es la misma bondad?

M. CEB. No es usted, señorita, quien pueda impacientarme, sino quien usa de mi nombre para lastimarme.

FLOR. ¡Oh! Yo no creo...

M. CEB. Sin duda que no puede lastimarme, porque aunque me esté mal el decirlo, el nombre de Cebolla es ilustre...

M. PIM.En las pulperías.

M. CEB. Y el de usted, ña Pimienta, hija de seña Jojó, la aplazada del haitianazo... Don Ciruela, ¿cómo me dijo usted que se llamaba el haitiano que trajo al mundo este grano de pimienta?

M. PIM.¡Cómo, Maestro Ciruela, pedante, ignorantón, ciruelo, come ciruelas, beleviento! ¿Y usted se ha atrevido a detractar mi estirpe?

M. CIR. Es tripa.

M. PIM.¿Qué dice usted?

M. CIR.Que es tripa.

M. PIM.¿Qué es lo que es tripa?

M. CIR. Lo que vendía su madre de usted, seña Jojó la mondonguera.

M. PIM.Y lo que sacaba a los embusteros como usted mi ilustre padre, el general...

M. CIR. ¿General su padre de usted, cuando era un soldado de la escolta del general Boyé?

M. PIM.Pero aquellos soldados tenían más apariencia que estos generales.

M. CIR. Apariencia no sé. Lo que es yo me quedo sin unos y otros.

FLOR.En eso muestra usted sus buenas ideas.

M. CEB.¿Buenas ideas él, señorita? Si es más rancio que el vino aguado.

M. CIR. Usted, por hablador, es desbarrador. ¿Cómo va a ser rancio el vino aguado?

M. CEB. Por lo mismo que es aguado, porque no hay ninguna cosa más rancia y más vieja que el agua, mi doña Pimienta.

M. PIM.¡Mal hablado! Cuánto siento, señorita, que le hayan nombrado a usted...

M. CEB.Y yo...

FLOR. Pues entonces, me retiraré. Ya veo que nuestras ideas no concuerdan.

M. CEB. Lo que es con las de estos señores...

FLOR. ¿Y con las de usted?

M. CEB. Con las mías, por supuesto, señorita: no hay en el país quien admire más las ideas modernas. Son las mías.

FLOR. ¿De veras?

M. CEB. Tan de veras, que cuando ustedes se graduaron, yo celebré el acto como el mayor beneficio que se ha hecho al país.

M. CIR. ¿Y así lo cree usted?

M. CEB.Yo nunca digo más que lo que creo, señor.

M. CIR.Pues hace un rato...

M. PIM. Decía lo contrario.

M. CEB.Lo diría por esos extranjeros...

FLOR. Pero si ellos son los que nos han enseñado.

M. PIM.Y los que han traído el nuevo método.

M. CIR.Y los que enseñan a comer las plantas.

M. CEB. ¿De los pies?

M. CIR. Las de la tierra.

M. CEB. ¿Y cómo no enseñan los ciruelos?

M. CIR. Porque son como las cebollas.

M. CEB.¿Plantas iguales?

M. CIR.No; extranjeras.

M. CEB.Pues usted bien de aquí que es, aunque es ciruelo.

M. CIR. Y usted también, aunque es cebolla.

M. PIM.Siempre con las mismas, y los exámenes no empiezan.

FLOR. Es lo que yo pensaba.

M. CEB. ¿No estamos esperando al presidente del jurado?

M. PIM.El jurado lo presidirá la señorita.

M. CEB. ¡Cómo se entiende! ¿Presidirme a mí una maestra recién nacida?

M. PIM.Pues le traeremos una maestra recién muerta.

M. CIR.No, pero no le falta razón.

M. CEB. ¿No es verdad, colega?

M. CIR. Nosotros, hombres, hombres de peso...

M. CEB. Y de concepto.

M. CIR. Y de respetabilidad.

M. CEB. Y conocidos de todo el mundo.

M. PIM.Porque todos saben que usted es el Maestro Cebolla.

M. CEB. Y usted la Maestra Pimienta.

M. PIM.Bueno; pero yo no pretendo presidir.

M. CEB. ¡Pues no faltaba más!

M. PIM.Pues tengo más derecho que usted.

M. CEB. Lo que usted tiene es más tuerto.

M. PIM.¡Embustero! Si uso espejuelos no es porque sea tuerta.

M. CIR. Pero, mi señora, en esta ocasión anda usted tuerta, porque desconoce usted nuestro derecho.

M. PIM.¿Y qué derecho tienen ustedes?

M. CIR.El de varones.

FLOR. Tiene razón, señora. Deje usted que presidan. Yo no he venido a disputar puestos, sino a ocupar el mío.

M. PIM.Pues eso quiero yo: que ocupe usted su puesto, que debe ser el primero.

M. CEB. Eso será entre los del nuevo modo de enseñar, que dicen que la mujer es lo mejor y lo primero.

M. CIR.Hasta cierto punto, tienen razón.

M. CEB. Usted nunca deja de dar la razón a todos.

M. PIM.Basta de disputas. Ya sé yo quién dará la razón a quien la tenga.

M. CEB.¿Quién?

M. PIM.El oficio de la Junta.

M. CEB. Pues venga.

M. PIM.Aquí está.  (Leyendo).  «Que presida el profesor más antiguo». D. Ciruela es quien preside.

M. CEB. Así van las cosas del país. Siempre es un ciruelo quien preside.



 
 
TELÓN
 
 



ArribaAbajoEl Cumpleaños12

PERSONAS
 

 
AMELINA13.
ÁNGELA.
RODRIGONA.
EUGENIO14.
SILVANO.
Acompañamiento de NIÑOS y NIÑAS.

Escena I

 

El teatro representa una nenería o aposento de nenes, amueblado con arreglo al lugar.

 
 

AMELINA, ÁNGELA, RODRIGONA (salen a un tiempo, la primera por la puerta de la derecha, las otras dos por la de la izquierda).

 

AMELINA.-   (Dejando de tararear la canción que venía tarareando.)  ¡Hola, amigas! ¡Cuánto bueno por aquí! ¡Un abrazo, Rodrigona; un beso, Angelita mía!

ÁNGELA.-  El mío, comadre.  (Se besan.) 

RODRIG. Parece que estás muy alegre.

ÁNGELA.-  Y cómo no ha de estarlo, si es el día de su cumpleaños.

AMELINA.-  Más lo estoy por otra cosa.

RODRIG. ¿Por cuál?

AMELINA.-  Porque mamá se ha puesto buena. ¡Jesús! Cuando ella está indispuesta, parece que no hay sol para esta casa.

RODRIG.¿Quién te ha enseñado a decir eso?

AMELINA.-  Mi corazón. ¿El tuyo no habla así cuando tu madre se repone de algún quebranto?

RODRIG.Aunque sea ligero.

AMELINA.-  Pues entonces, ¿por qué crees necesario que me dicten palabras que el corazón inspira?

RODRIG. Porque como tú eres todavía tan chiquita...

AMELINA.-  ¡Adiós! ¿Y para tener corazón hay que ser grande?

RODRIG. No; pero a tu edad se tiene todavía el corazón en las muñecas.

ÁNGELA.-  ¡Miren la vieja! Y tú, ¿en qué lo tienes?

RODRIG.En las muñecas también, pero como tengo más juicio...

AMELINA.-  ¡Sí! Para ser nuestra maestra de travesuras.

ÁNGELA.-  Siempre que puede serlo a escondida de tu padre.

RODRIG.Vaya un señor para ser enemigo de diabluras de muchachos. ¡Yo le tengo un miedo...!

AMELINA.-  Como si él se comiera a los niños.

ÁNGELA.-  Cuando los quiere tanto.

RODRIG.Pero, ¿a que no nos dejaría trepar al mamón si estuviera aquí?

AMELINA.-  Pues está: ni lo intentes.

RODRIG. ¡Qué lástima! ¿Y qué vamos a hacer?

AMELINA.-  Muchas cosas: hoy tenemos muchas cosas pendientes: primero, la llegada de mi hermano con un condiscípulo suyo, que dice que es muy buen muchacho.

ÁNGELA.-  Y será un nuevo amigo.

RODRIG. Y un nuevo compañero de juegos. ¿Y qué más tenemos hoy?

AMELINA.-  Después tenemos la procesión.

RODRIG. ¿Qué procesión?

AMELINA.-  La que tenemos siempre que mamá se restablece de algún achaque15.

ÁNGELA.-  ¿Y luego?

AMELINA.-  Luego tenemos el convite.

RODRIG.¿Y luego baile?

AMELINA.-  Eso no sé.

 

(Se oye la voz de EUGENIO gritando: ¡AMELIA! ¡Hermanita!)

 

RODRIG. Pues Eugenio lo sabrá. ¿No es su voz?



Escena II

 

Dichos, EUGENIO y SILVANO.

 

EUGENIO.-   (Desde dentro.)  ¡Amelina!

 

(Entra saltando, se lleva las manos a la cabeza, como quien olvida algo, y sale.)

 

AMELINA.-  ¿Qué será?

EUGENIO.-  Pero entra, muchacho... Amelina, aquí está Silvano. ¡Viva, niñas! ¡Hoy es día de divertirnos! ¿Se levantó mamá?

AMELINA.-  Ya.

EUGENIO.-  ¡Vivaaa! Hoy sí que nos divertiremos.

 

(Sale.)

 


Escena III

 

Dichos, menos EUGENIO.

 

SILVANO.-  ¡Ah, Eugenio! ¡Siempre el mismo...!

AMELINA.-  ¿Así es en la escuela?

SILVANO.-  Y en todas partes. Es su defecto.

RODRIG. ¿Cómo su defecto? ¿Acaso es por allá una virtud el ser pazguato?

AMELINA.-  Será pelagato.

ÁNGELA.-  ¿Uno que pelagatos?

RODRIG.Yo creía que el ser tonto es lo malo, y no el ser vivo.

SILVANO.-  Pero entre el tonto y el atolondrado está el juicioso.

RODRIG.¿Y usted es juicioso?

SILVANO.-  Mal me está el decirlo, pero...



Escena IV

 

Dichos, y EUGENIO.

 

EUGENIO.-  ¡Silvano!  (Tirando una bolita.)  ¡Ahí te va! ¡Ahí te va, hombre!...

SILVANO.-  ¡La cogí! ¡Juego a la verde! ¡Zapateta! ¡Le pegué!

RODRIG. Pues, señor, si eso es ser juicioso...

EUGENIO.-  La marraste... ¡Tac! ¡Le di!

 

(Vanse jugando.)

 


Escena V

AMELINA.-  ¿Qué te parece el nuevo amigo?

RODRIG. Un poco embusterito...

AMELINA.-  Más bien, un poquitito hipócrita.

RODRIG. ¡Pues! Un hipócrita no es más que uno que miente por costumbre.

AMELINA.-  ¿Pero qué sabes tú si él acostumbra mentir?

RODRIG. Pero, ¿no lo viste? Parecía un santito, y en cuanto vio la ocasión, nos dejó con un palmo de narices.

ÁNGELA.-   (Aparte a AMELINA, con candidez.)  Mírame a ver si me ha crecido la nariz.

AMELINA.-  ¿Y a mí?



Escena VI

 

Dichos, y EUGENIO.

 

EUGENIO.-   (Corriendo.)  ¡Ea, muchachas! ¡Al patio! ¡Ya está puesto el juego!

AMELINA.-  ¿Y con quién vamos a jugar?

EUGENIO.-  ¡Con todos!

RODRIG. ¿Quiénes son todos?

EUGENIO.-  ¡La mar! Allí están los de al lado, los de enfrente, los de la cuesta... ¡Vamos, vayan!

AMELINA.-  ¿Y tú?

EUGENIO.-  Yo voy luego.

RODRIG. ¿Y tu amigo el juicioso?

EUGENIO.-  Manda la maniobra.

AMELINA.-  ¿Qué maniobra?

EUGENIO.-  Vayan a verla.

 

(Sale.)

 
 

Dichos, menos EUGENIO.

 

RODRIG. ¡Ea! ¿Vamos?

ÁNGELA.-  Vamos.

AMELINA.-  Yo no puedo.

RODRIG.¿Por qué?

AMELINA.-  Porque estoy esperando a mis condiscípulas y mis vecinas.

RODRIG.Espéralas jugando.

AMELINA.-  ¿Y eso no te parece feo?

RODRIG.Lo que me parece feo es que perdamos el jueguito.

AMELINA.-  Además, ya va llegando la hora de la procesión.



Escena VII

 

Dichos, y EUGENIO.

 

EUGENIO.-  ¿Todavía?... Pues ya mamá está esperando.

AMELINA.-  ¿El qué?

EUGENIO.-  ¡Toma!... La procesión.  (Con ironía.)  ¡Figúrate que íbamos a esperar que ustedes acabaran de conversar!

AMELINA.-  ¿Pero no íbamos a aguardar a mis amigas?

EUGENIO.-  ¡Qué resuello! Ya ellas están formadas.

AMELINA.-  ¿En dónde?

EUGENIO.-  En la procesión.

AMELINA.-  ¿Qué procesión?

EUGENIO.-  ¿En eso estamos? En la que íbamos a hacer para celebrar la salud de mamá.

AMELINA.-  ¿Pero, cómo se han atrevido a formar la procesión sin mí?

RODRIG.Por allí viene.

AMELINA.-  Yo no quiero que haya ahora procesión.

EUGENIO.-  Pues yo sí quiero.

AMELINA.-  ¡Pues yo no! ¡Y voy a decírselo a papá!

EUGENIO.-  ¡Y yo a mamá!

 

(Salen las NIÑAS.)

 


Escena VIII

 

EUGENIO y SILVANO.

 

SILVANO.-   (Entrando.)  ¡Chico! Hay que dejar la procesión.

EUGENIO.-  ¿Por qué?

SILVANO.-  Porque tu padre se ha asomado a decir que se suspenda.

EUGENIO.-  ¡Miren, hombre! Y yo que lo tenía todo dispuesto...

SILVANO.-  Pero nada hay perdido: tengo una gran idea.

EUGENIO.-   (Con ironía.)  Como tuya.

SILVANO.-  Gracias por la justicia que me haces, pero es una gran idea.

EUGENIO.-  Grande sería si yo me saliera con la mía.

SILVANO.-  Es todavía más grande, porque tú y tu hermana y yo y todos nos salimos con la nuestra.

EUGENIO.-  ¡Hombre!

SILVANO.-  Ya verás. ¿No hay muchísimos niños ahí?

EUGENIO.-  Sí.

SILVANO.-  ¿No los has puesto bajo mis órdenes?

EUGENIO.-  Sí, porque eso es lo que te gusta.

SILVANO.-  ¿No traen regalitos para tu hermana?

EUGENIO.-  ¡Cómo! ¿Le traen regalos? El mundo se civiliza, chico. ¿Vamos a verlos?

SILVANO.-  ¿Ya te entró el apetito? ¡Vaya un estómago incivilizado el tuyo!

EUGENIO.-  ¿Y traen cosas buenas? Si no hay como tener hermanas que cumplan años... ¿Cuándo cumple años la tuya?

SILVANO.-  Pero, hombre, óyeme con los oídos y no con el estómago.

EUGENIO.-  Bueno; pero habla pronto: estoy impaciente...

SILVANO.-  Pues bien: como yo tengo autoridad sobre esa prole...

EUGENIO.-  ¡Qué palabras sacas tú de tu cabeza...! ¿Qué es eso de prole?

SILVANO.-  No es palabra de mi cabeza. Si tú leyeras como yo... Prole es... prole.

EUGENIO.-  Pues, hombre, para eso, más vale no leer. Ea, sigue.

SILVANO.-  Con la autoridad que tengo, salgo y les arengo y les digo.

EUGENIO.-  Más vale que dejes el discurso para el convite.

SILVANO.-  ¿Y hay convite?

EUGENIO.-  Parece que tú también tienes oídos en el estómago, ¿eh? Sí, hay convite y entonces comerás cuanto puedas y discursearás cuanto quieras.

SILVANO.-  Perfectamente. Pues, como iba diciendo, mi idea es mandar otra procesión antes de la que ustedes preparan.

EUGENIO.-  ¿Cuál otra?

SILVANO.-  La de los regalos. Formamos en el patio, entramos, desfilamos...

EUGENIO.-  Entiendo, entiendo. ¡Eres un portento! Ahora nos divertiremos más, y me salgo con la mía.  (Asomándose a una de las puertas.)  ¡Eh! ¡Amelina, Rodrigona, Ángela!



Escena IX

 

EUGENIO y las NIÑAS.

 

EUGENIO.-  ¡Hermanita! ¡Ya no tienes por qué estar brava! Ya no sale la procesión hasta que tú no quieras.

AMELINA.-  ¿A quién lo debo?

EUGENIO.-  En primer lugar, a papá; y, en segundo, a este talentazo.

SILVANO.-  Lo mejor que tiene este muchacho es que es muy justo.

EUGENIO.-  Y tú el ser muy modesto.

RODRIG.Y es verdad.

AMELINA.-  Pero acaba de decirme...

EUGENIO.-  Papá mandó que se te complaciera, y Silvano ideó el modo de complacerte.

AMELINA.-  Mil gracias. ¿Y cómo?

SILVANO.-  Del modo más sencillo. Voy, mando...

EUGENIO.-  Ya estás mandando.

SILVANO.-  Y venimos, y...

EUGENIO.-  ¡Eso es! Desembúchalo todo, para que pierda la gracia tu idea.

ÁNGELA.-  Sí, déjalo.

AMELINA.-  ¡Vamos! Deja que diga...

EUGENIO.-  ¡Cuidado que las mujeres son curiosas...! ¡Ea, vamos!

SILVANO.-  Sí, vamos a disponer...

EUGENIO.-  ¿Disponer qué? Todo lo que hay que hacer es poner a Amelina en lugar muy alto, como si fuera altar.

AMELINA.-  ¡No, no! ¡Yo no soy santa!

EUGENIO.-  Pero eres la festejada. Déjanos hacer. Ven. Súbete aquí  (La hace subir sobre la mesa, en la que pone una sillita.)  Siéntate; pero no te muevas, ¿eh? Cuando entren...

AMELINA.-  ¿Quién va a entrar?

EUGENIO.-  Ya lo verás... No vayas a reírte ni a hacer morisquetas...

SILVANO.-  No, señorita. Es de la mayor importancia que esté seria. Así; mirando así; con el cuerpo así, de modo que parezca usted una reina.

EUGENIO.-  ¡Chist! Si papá te oye...

SILVANO.-  Pues, ¿qué he dicho de malo?

EUGENIO.-  Que papá dice que lo peor con que se puede comparar a una mujer o un hombre es con una reina o con un rey.

RODRIG.Y mientras ésta se encarama allá arriba, ¿qué hacemos nosotras?

EUGENIO.-  Y tienes razón. Silvano, ¿qué vamos a hacer de estas niñas?

SILVANO.-  Que se vengan con nosotros.

EUGENIO.-  Tú eres demasiado egoísta para ser delicado. ¿No ves que les dejas un papel muy desairado? Si son las íntimas de la festejada, más delicado es que la acompañen. Mira, Rodrigona, tú te sientas a la derecha, y tú, Ángela, a la izquierda; y cuando venga...

RODRIG. ¿Quién?

EUGENIO.-  Quien verás, acompañan a Amelina a hacer los honores. Vámonos, Silvano.



Escena X

 

Dichos, menos EUGENIO y SILVANO.

 

AMELINA.-  ¿Qué será ello, amigas?

RODRIG. No sé, pero algo muy solemne debe ser. Pon muy grave la cara.

ÁNGELA.-  Y tú y yo, ¿cómo la ponemos?

RODRIG. ¡Ya están ahí! ¡Ay niña, mira! ¡Qué bonito!

AMELINA.-   (Apeándose.)  Pero no te muevas, Rodrigona; ni tú, Ángela. ¡Pero mirad, niñas!  (Se tira de la mesa, saltando de alegría.)  ¡Esto sí que es bonito!

RODRIG. Pero, niña, vete a tu campanario. Mira que si no, la cosa no tiene gracia.



Escena XI

 

Todos

 
 

(Por la puerta de la derecha, NIÑOS de ambos sexos con bandejas, plumas, cestas de flores, frutas y dulce.)

 

TODOS LOS NIÑOS.-  ¡Bravo! ¡Bien!

AMELINA.-  Qué bien, ¿eh, Rodrigona?

RODRIG. Sí que ha salido bien.

EUGENIO.-  Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Nos comeremos los dulces?

TODOS.-  ¡Sí! ¡Sí!

RODRIG. ¡A comérnoslos!

AMELINA.-  ¡No! Todavía no ha llegado la hora del convite.

EUGENIO.-  ¡Sí!

AMELINA.-  ¡No!

EUGENIO.-  Pues entonces, ¡que siga la procesión!

AMELINA.-  ¿La de mamá?

EUGENIO.-  ¡Pues claro!

AMELINA.-  ¡Bueno! Ya estaba todo dispuesto.



Escena XII

 

RODRIGONA, AMELINA y ÁNGELA.

 

RODRIG. ¿Y nosotras no vamos?

AMELINA.-  Cuando pase. Ahora prepararemos a la carrera el convite.

RODRIG. (Tomando algo de los cestos.)  ¿Pongo esto aquí?

ÁNGELA.-  ¿Y estas flores aquí?

RODRIG.¡Y las sillas!

AMELINA.-  Así: yo en medio, como la festejada, ¿verdad?

RODRIG. Claro. Y yo a tu derecha, y Ángela a la izquierda. Y los chiquitos, que se paren en sus sillitas. ¡Pero qué concurrencia! Si en ofreciendo dulces...

AMELINA.-  ¡Mira! ¡Ya vuelven!

RODRIG. Y ahora, ¿nos quedamos?

AMELINA.-  Ahora seguimos.



Escena XIII

 

EUGENIO y SILVANO.

 

EUGENIO.-  ¡Aguarda, hombre!

SILVANO.-  Pero déjame mandar.

EUGENIO.-  ¡Siempre mandando! Si lo sé, no te confío el mando.

SILVANO.-  Pero como me lo cediste...

EUGENIO.-  Ahora te lo quito. Ven a ver.

SILVANO.-  ¡Caramba! ¡Y qué apetitoso está el convite!

EUGENIO.-  ¡Ya se sabe, chico! A ti, mandar o mascar.

SILVANO.-  Otros mandan y mascan, todo a un tiempo.

EUGENIO.-  Pues ahora, masca  (Le da un dulce y toma otro.)  y obedece.

SILVANO.-   (Comiendo.)  Así se puede obedecer: manda.

EUGENIO.-   (Comiendo.)  ¡Y qué bueno es mandar mascando! Mando que no se te olvide lo que te venía diciendo.

SILVANO.-  ¿Lo del discurso en verso?

EUGENIO.-  Y lo del escudo.  (Cuelgan uno.)  Y ahora que me acuerdo, ¿cómo lo descolgaremos?

SILVANO.-  Y el otro, ¿se descolgó?

EUGENIO.-  No.

SILVANO.-  Pues no hay que descolgar tampoco.  (Mirando los dulces.)  ¿No sería bueno que cogiéramos otro?

EUGENIO.-  No, que vienen.



Escena XIV

 

AMELINA.

 

AMELINA.-  ¿En qué estabas, Eugenio? ¿Si vieras qué agradecida se mostró mamá?

EUGENIO.-  ¿Y papá?

AMELINA.-  Se sonreía.

RODRIG. Y ni siquiera frunció el ceño.

AMELINA.-  Porque como no ibas a treparte en el mamón...

RODRIG. Pues, hija, cuidado con que no venga ahora, porque se acaba el convite.

EUGENIO.-  ¿Por qué?

RODRIG. Porque como tienes que trepar tan alto para presidirlo...

EUGENIO.-  Pues él no viene ahora: anda, sube.

SILVANO.-  ¡No! Nadie se siente hasta que yo avise.  (Sube.)  ¡Ya!

 

(Tumulto para colocarse, y disputas por asientos. Mientras comen los dulces, conversan, gritan, ríen, dan vivas, etc.)

 

EUGENIO.-   (Aparte, a SILVANO.)  ¡Ahora, chico!

SILVANO.-  Si ya se me fue la idea...

EUGENIO.-  Pues vuelve a cogerla.

SILVANO.-   (Con resolución.)  Señorita: en este día solemne y después de este solemne banquete, no es posible dejar de decir lo que se siente.

TODOS.-  ¡Que lo diga!

SILVANO.-  Pero como hablar del mismo modo que todos los días sería impropio del día, de la hora, del minuto...

EUGENIO.-   (Aparte.)  Pero chico, mira que ahorita hablas de los segundos y los terceros...

SILVANO.-  Pues como iba diciendo, hablaré en verso.

EUGENIO.-  ¡Bravo! ¡Aplausos!

SILVANO.-  Pero yo, solo, no puedo.

EUGENIO.-  Empieza, que yo te sigo.

SILVANO.-
Amelina, señorita:

EUGENIO.-
Hermana mía del alma:

SILVANO.-
De padre y madre alegría,

EUGENIO.-
Alegría de la casa.

SILVANO.-
Hoy celebramos contentos
cual celebran la alborada
los pajarillos pintados
que vuelan de rama en rama.

EUGENIO.-
Tus primeros días rosados
y tus jornadas tempranas
en la senda de la vida,
de la vida en la mañana.

SILVANO.-
Anhelando que mis votos
los de todos secundaran,
aquí te ofrezco modesto
estas flores delicadas;
hermanas tuyas, que ansío
sean de tu vida la pauta.

EUGENIO.-
Y aquí, detrás de este escudo,
que nos recuerda la patria,
te presento de sus campos
un alegre panorama.

 

(Aplausos, vivas, etc.)

 


 
 
TELÓN
 
 



ArribaAbajoLa llegada de la guagua16

PERSONAS17
 

 
SAMELIA.
CARLO.
YAN.
DOFO.

Escena I

 

DOFO y YAN.

 
 

La escena representa un patio a la chilena. Uno de los cuartos que rodean el patio es un gallinero. A la reja del gallinero aparece asomado DOFO al alzarse el telón.

 

DOFO.-   (Oyendo cacarear a una gallina.)  ¡Yan!  (Con impaciencia.)  ¡Yan!

YAN.-   (Desde adentro.)  ¿Qué?

DOFO.-  ¡Ven a ver!

YAN.-  No puedo: estoy conversando con mamá.

DOFO.-   (Acercándose a la puerta de donde sale la voz de YAN.)  ¡Ven, hombre! ¡A mamá la ves siempre, y esto no se ve nunca!

YAN.-   (Corriendo como los niños curiosos.)  ¿Y qué es?

DOFO.-  Una gallina llorando.

YAN.-  ¿Llorando una gallina? Si las gallinas no lloran, sino que cacarean.

DOFO.-  Pues ésta estaba llorando.

YAN.-  Cacareando.

DOFO.-  Llorando. ¿No la ves?

YAN.-  Sí. Está cacareando en la escalera.

DOFO.-  Pues hace un rato que quiere tirarse al suelo, y como no puede, se echó a llorar.

YAN.-  ¡No, hombre! Será que llamaba al gallo para que la ayudara a bajarse.

DOFO.-   (Con ironía.)  Sí, para que la ayudara a bajarse. ¿Y cómo no la ayuda? Míralo trepando junto a ella. ¿Viste? Le ha dado un picotazo para que no llore.

YAN.-  Para que no meta bulla, porque los gallos son los papas del gallinero y ponen orden.

DOFO.-  Pues entonces, las gallinas son las mamas, y los padres no pegan a las madres.

YAN.-  Pero las regañan.

DOFO.-  ¿Entonces el gallo ha regañado a la gallina, pegándole un picotazo?

YAN.-  Así es como ellos regañan.

DOFO.-  ¡Como si tú entendieras la lengua de los gallos!

YAN.-  ¿Y para qué estoy oyéndolos todos los días?

DOFO.-  ¿Y cómo yo los oigo también todos los días y no los entiendo?

YAN.-  Porque no te fijas.

DOFO.-  ¿Y tú no tienes más que fijarte para aprender?

YAN.-  ¿No te acuerdas cómo aprendí el inglés de sólo fijarme cuando papá... en Sánchez?18

DOFO.-  Pero, ¿a que no sabes decir gallo en inglés?

YAN.-  Como no: cock.

DOFO.-  Sí, porque el gallo dice co-co. ¿Y gallina, cómo se dice?

YAN.-  ¿Gallina? Bah, lo más fácil. ¿Gallina?

DOFO.-  Sí, hombre, gallina.

YAN.-  En inglés no se dice gallina, sino mujer del gallo.

DOFO.-  ¿Y cómo se dice en inglés?

YAN.-  Ya no me acuerdo.

DOFO.-  Porque no lo sabes.

YAN.-  ¡Y que no! Conque sé chino y no voy a saber inglés.

DOFO.-  ¿Y dónde aprendiste el chino?

YAN.-  ¡Adiós!... Con Fipo19: ¿no te acuerdas que lo trajeron de la China? Ojalá que trajeran de allá a la guagua que va a llegar20.

DOFO.-  ¿Por qué?

YAN.-  ¡Toma! ¡Porque yo la entendería! Y no que la van a traer de Francia, y como yo no sé francés, no voy a entenderla.

DOFO.-  ¿Y quién te ha dicho que la van a traer de Francia?

YAN.-  Mamá me lo estaba diciendo.

DOFO.-  ¿De veras?

YAN.-  ¡De veras! Y dice que deben traerla pronto, porque se espera de momento al vapor francés.

DOFO.-  ¡Ay!, ¡qué bueno! Ahora vamos a ser cinco.

YAN.-  Seis.

DOFO.-  Yo digo varones.

YAN.-  Eso será lo que quiera Samelia.

DOFO.-  ¿Y qué? ¿Se va a hacer lo que ella quiera?

YAN.-  ¿Tú no ves que la pobrecita es solita entre tantos varones?

DOFO.-  Mejor para ella: Así tendrá muchos que la protejan. ¿No se lo has oído así a papá?

YAN.-  ¡Bueno! Pero ella dice que quiere una compañerita.

DOFO.-  ¿Y la van a complacer?



Escena II

 

Dichos y SAMELIA y CARLO.

 

CARLO.-  Pues tú verás cómo es varón.

SAME. Y yo te digo que será una nenita, porque mamá me la prometió.

CARLO.-  Así será, pero como papá encarga siempre varones...

SAME. ¿Y yo soy varón?

YAN.-  Pero tú viniste por equivocación.

SAME. (Indignada.)  ¡Mire, hombre! ¡Decir que yo vine por equivocación!

YAN.-  ¡Pues claro!

CARLO.-  ¡Sí, señor! Yo mismo fui quien escribió.

SAME. ¡Mentira! Tú no sabías escribir.

CARLO.-  Por eso mismo. Como yo no sabía escribir [roto el original] Reyes que si la encargara a la cigüeña, y la mandaron.

DOFO.-  ¿Y qué son cigüeñas, Carlo?

YAN.-  Las que mandan a las guaguas, bobo.

CARLO.-   (Con aires de suficiencia.)  En París, en Londres, en China, en los Estados Unidos y otras partes, hay fábricas de guaguas, y mandan las que uno les pide.

SAME. Eso lo dice mamá para engañarnos; pero yo sé una cosa.

YAN.-  ¿Qué sabes?

SAME. Yo sé...

DOFO.-  ¿El qué?

SAME. Que...

CARLO.-  Acaba de decirlo.

SAME. Yo sé cuándo va a venir una guagua.

DOFO.-  Y yo también.

SAME. Pues dilo tú...

YAN.-  ¿Cuándo?

DOFO.-  Cuando mamá se pone muy gritona.

CARLO.-  ¡Y es verdad!

YAN.-  ¡Sí, señor! Esa es señal de que ha encargado guagua.

SAME. ¡La pobre mamá!... Y tan enferma que se pone...

YAN.-  Y tan triste... A cada paso tengo yo que ir a besarle las manos para alegrarla.

CARLO.-  Y lo bravo que se pone papá cuando la ve así...

SAME. Porque dice que esa tristeza la enferma más.

DOFO.-  ¿Y por qué también no se pone papá como mamá?

YAN.-  Y es verdad que sería mejor que uno sufriera una vez y otro otra.

CARLO.-  No digas boberías. Los hombres no traen guaguas.

YAN.-  ¿Y cómo los gallos traen pollos?

SAME. Esas son las gallinas.

YAN.-  No, señor; los gallos, que papá me lo ha dicho.

CARLO.-  ¿Cuándo?

YAN.-  Una vez que yo le pregunté si los gallos ponían huevos.

SAME.Pero eso te lo dijo, porque como tú eres tan preguntón...21