Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Poemas no incluidos en «Armonías»1

José Mármol

Teodosio Fernández (ed. lit.)






ArribaAbajo I. De Poesías (Buenos Aires, 1854)


ArribaAbajo[Prólogo]

Dos generaciones, puede decirse, han surcado el mar de la revolución argentina; y como si ambas hubiesen querido fijar hondamente su destino en la memoria de los tiempos, cada una de ellas ha tenido su coro de poetas, que ha historiado su época y sus hombres con la pluma de la verdad y el sentimiento abrillantado por la imaginación.

Enérgica, espléndida, orgullosa como los triunfos militares, como las glorias patrias que cantaba, la Musa de la Independencia es la historia rimada de su tiempo.

Triste, pensadora, melancólica como la suerte de la patria al son de cuyas cadenas se inspiraba, la Musa de la Libertad, proscrita y desgraciada como ella, ha puesto también sobre las sienes de la patria la corona de su época salpicada de lágrimas y sangre.

Las poesías de que hoy hacemos una edición completa pertenecen al reino de esta última; pertenecen a esos suspiros del corazón enviados desde el extranjero hasta las playas argentinas en el ala del céfiro, o en el rayo tierno y melancólico de la luna; a esas armonías del sentimiento con que nuestros poetas revelaban la desgracia de la patria, y esperanzaban en el porvenir durante la larga noche de la esclavitud.

Peregrinos siempre, hoy en unas playas, mañana en otras; pobres; desesperanzados hoy; mañana chispeantes de contentamiento y de esperanzas; sujetos siempre a lo que el destino frío como un cálculo quería hacer de su suerte, los poetas y los escritores emigrados no han podido, ni posible fuera, traer a su patria obras completas y perfectas. Trabajando con los estímulos del corazón, hijos de una época tormentosa de suyo, y sujetos a una fortuna personal incierta, no han traído y depuesto a los pies de su amante común sino un puñado de flores de todos climas y de todos tiempos, plantadas por la esperanza, combatidas por el martirio, y recogidas por la fe y el amor.

Todos, pues, han cumplido con su misión.

Huérfanas y descoloridas; sin más unidad que el sentimiento, ahí van las mías. Flores silvestres para todos, yo las amo mucho sin embargo porque cada una me recuerda lágrimas o esperanzas que cayeron en mi corazón, en aquellos tiempos en que la vida era una lucha perpetua entre el presente y el porvenir, y de cuyo choque brotaba esa luz esplendente de poesía y de grandeza que hoy nos falta.

¡De esos tiempos de ayer no más, y que hoy parecen tan lejanos, tan pasados para el corazón del poeta!

El poeta se agita hoy dentro de sí mismo; se busca, se interroga y no se encuentra. Sacerdote de una sublime religión, está de rodillas en el templo con la mano sobre el corazón; ¡pero el fuego sagrado se ha extinguido en la pira, y el ídolo ha desaparecido del altar!

Los poetas argentinos han hallado su país; pero buscan su patria, y no la encuentran.

La Musa que los inspiraba giró siempre sus ojos por un horizonte donde el genio de la desgracia ponía sin embargo el sello de la sublimidad en todo; y acostumbrada a la grandeza, aun en el infortunio, hoy baja sus ojos y se desmaya en presencia de la vulgaridad y el desencanto. Sobre las ruinas del despotismo ella pensó ver elevarse el trono de la patria con la aureola de su libertad y de sus glorias, y en los rayos de luna de su frente beber la inspiración de una nueva grandeza, de una nueva época digna de suceder a la época pasada tan dramática y tan imponente. Pero el polvo del torreón caído se ha levantado en remolino, y no vemos ni el trono de la patria ni el templo de la libertad, ni adónde vuela el genio de nuestro porvenir, ni dónde nace el sol de nuestras viejas glorias, ni adónde ha de ponerse el sol encapotado y cobrizo que hoy miramos.

Situación indecisa, de transición, en que la vulgaridad se enseñorea, porque ella sola puede representarla candorosamente; la Musa argentina sin hallar una desgracia ni una gloria que esté a la altura de sus inspiraciones, se ha velado, y un eco solo de su lira no se ha oído, para saludar una libertad incompleta, y un triunfo más incompleto aún.

A lo menos, pues, que cada uno de nuestros poetas recoja hoy las hojas secas de las que fueron ayer flores de esperanzas y de vida.

José Mármol

Octubre de 1854






ArribaAbajo Al 25 de Mayo


en 1841


Where Chimborazo, over air, earth, wave,
glares with his Titan eye, and sees no slave.

Byron                



    Cada generación un día tiene
que la deja en los siglos señalada;
y con ella también un hombre viene,
que le deja su frente coronada.

    Mis padres en un Mayo levantaron
eterno un monumento a sus anales,
y los labios de un hombre revelaron
sus luchas y sus lauros inmortales.

    Un sol se muestra y el cañón retumba:
es el sol de aquel día... El sol de Mayo.
Si es preciso cantar su primer rayo,
levántese Varela de la tumba.

    Caliéntese de nuevo el cráneo altivo
do su espíritu a Mayo iluminaba,
donde inmenso cual es, allí cautivo,
le estudiaba, veía y le cantaba.

    Ya su espíritu armónico suspira
sobre el sol de ese día sacrosanto...
Si alguno intenta preludiar su lira,
mire ese sol y púlsela con llanto.

           Mire ese sol que aparece
       y al ánima nuestra ofrece
       letrero que resplandece
       diciéndonos divinal:
      «hable el alma y calle el labio,
       »que el hablarme es un agravio
       »con acento mundanal.

           »Soy el astro que previno
       »se mudase repentino
       »forma, espíritu y destino
       »de la vieja humanidad;
       »y que el futuro ante ella
       »reflejase cual estrella
       »de sublime claridad.

            »Soy el astro que ha sentido,
       »como un mortal un tronido,
       »el gigantesco estallido
       »de dos mundos al romper
       »tan comprimidas cadenas
       »que, como en cuerpo las venas,
       »tres siglos las vieron ser.

            »Soy el astro cuya llama
       »dio la luz al grande drama
       »de quien el fin y la trama
       »se improvisaba al rodar
       »tronos y reyes al suelo;
       »mientras se alzaban al cielo
       »los pueblos en libertad.

            »Y ante dellos las naciones
       »de viejos nobles blasones,
       »inclinaron sus pendones
       »repitiéndoles: ¡loor!
       »Y con iras mal veladas
       »se sintieron obligadas
       »a brindar por su valor.

            »He mirado, en fin, del seno
       »que brotaba, siempre lleno,
       »agrias raíces de veneno
       »de una madre sin amor,
       »separarse el joven puro
       »condenado al yugo duro
       »de bendecir su rigor.

            »Y esa madre fue la España
       »terca, ciega y siempre extraña
       »a los frutos que su entraña
       »con su sangre alimentó.
       »Y ese joven es el mundo
       »que en un día sin segundo
       »el genio le presentó.

            »No hay un pueblo, no hay humano
       »de los que, en eterno arcano,
       »brota súbita la mano
       »de Dios en la inmensidad,
       »que no tengan su destino,
       »su existencia y su camino
       »distinto en la humanidad.

            »Y si vi con inclemencia,
       »de la España la insistencia
       »desoír esa sentencia
       »de la eterna majestad,
       »también vila prosternarse,
       »cuando el cáliz vi quebrarse
       »de la infinita bondad.

    »Eso escribo en los cielos con mi lumbre
»cuando a Mayo recuerdo en el Oriente:
»si queréis coronar mi excelsa frente
»pedid al cielo que la vuestra alumbre.

    »Mayo es obra justísima del cielo
»cansado, al fin, de la injusticia humana,
»y a inspiración de idea soberana,
»los hombres la activaron en el suelo.

    »Los hombres y las glorias argentinas
»que desde el Plata al Chimborazo he visto,
»no son más que las joyas brillantinas
»del rozagante traje que revisto.

    »De Mayo son sobre sus sienes bellas
»lo que son en el cielo las estrellas...
»Sus glorias alabad, y en sacra pompa
»que vuelen, sí, por la sonora trompa».



II

    Oh, sí, que mi lira con cuerdas de bronce
se siente altanera si a Mayo nombró:
si nombra arrogante la gloria que entonce
con solo tres lustros mi patria alcanzó.

    Un grito fue sólo de Mayo el portento;
un grito, y mi patria cual Etna que abrasa
se alzó de sus bases y roto el cimiento
lanzose cual raudo torrente que arrasa.

    Y eterna en un día, remonta guerrera
del Andes helado la sien de gigante,
y en él reclinada, con mano altanera,
le arroja a la España su nítido guante.

           Mal plugo, España, a tu estrella
       aceptar el desafío;
       más valiera que en desvío
       la seña dejaras, sí,
       pues estaba escrito en ella
       con lemas enrojecidos
       que fueran los oprimidos
       los vencedores de ti.

            Pero terca y orgullosa
       con tus godos y tus moros,
       tu ambición y tus decoros
       te hicieron la sangre arder;
       y al momento, poderosa,
       y mi patria gigantea,
       sable en mano a la pelea
       se arrojaron con placer.

    Y el ángel de la muerte, en negro carro
su rápida carrera reteniendo,
estuvo con placer el duelo viendo
sobre el inmenso mundo de Pizarro.

            Sobre Salta comenzaron,
       y en los suelos tucumanos,
       los aceros en las manos
       a blandirse con furor;
       y allí fue donde empezaron
       nuestros suelos a lavarse
       ¡pobre España! al derramarse
       de tus venas el humor.

            Mas cual tigre enfurecida,
       que más brama y más valiente
       cuando agudo dardo siente
       que en su pecho se clavó;
       con la noble y honda herida
       que te abrió la patria mía,
       con más saña y más porfía
       frente a frente te dejó.

            Y luchando brazo a brazo,
       ya señora, ya vencida,
       ya sin fuerzas y sin vida,
       ya con fuerza colosal,
       hasta el pie del Chimborazo
       fuiste atónita rodando,
       palmo a palmo guerreando
       con tu indómita rival.

    Y el ángel de la muerte en negro carro
su rápida carrera reteniendo,
estuvo con placer el duelo viendo
sobre el inmenso mundo de Pizarro.

           Y no bien de los guerreros
       se oye horrísona la lucha,
       cuando Chile que la escucha
       arde en bélica inquietud;
       y a do estaban los aceros
       que templaba el sol de Mayo
       vuela súbita cual rayo
       a romper su esclavitud.

            Y la rompe, mal tu suerte,
       cuando al sable de tu hermana
       une altiva y soberana
       de sus hijos el valor;
       a ese sable noble y fuerte
       de la joven patria mía
       que a tus ojos relucía
       cual del ángel vengador.

            Y ya entonces todo un mundo
       que en tres siglos dominaste,
       ¡ay, España! le miraste
       despeñarse contra ti,
       cual del Andes iracundo
       ronco y rápido torrente,
       que arrastrara en su corriente
       cuanta España hubiera en sí.

            Y fue en vano que valiente,
       porque lo eres, por mi vida,
       defendieras aguerrida
       tu conquista secular:
       Chacabuco dio elocuente
       la inmortal lección patricia,
       donde viste la justicia
       de la América brillar.

            Chacabuco cuya cumbre
       miró absorta por los llanos,
       caer tus viejos veteranos
       cuyo nombre era un blasón,
       como el sol cuando su lumbre
       dore en Maipo la corriente,
       verá siempre transparente
       algún fúnebre padrón.

            De ese Maipo que parece
       te arrojara hecha pedazos
       a caer entre los brazos
       de Ayacucho y de Junín,
       allí donde resplandece
       el sello de nuestra gloria,
       ¡y donde fue tu memoria
       sepulta por siempre al fin!

    Que el ángel de la muerte, en negro carro
su rápida carrera acelerando
el cadáver de España fue arrastrando
sobre el inmenso mundo de Pizarro.

            Así, España, domeñaron
       tus esfuerzos sobrehumanos,
       los que tus reyes tiranos
       por tres siglos engrillaron.

            Tanto oprimir criaturas,
       tanto su industria negarles,
       tanto el alma sofocarles
       y hasta sus lágrimas puras;

            tanto llenar de mancilla
       pueblos fuertes y lejanos,
       porque exótica semilla
       no prendía entre sus manos;

            tanto, en fin, ambicionar
       oro y sangre de infelices,
       con tus hondas cicatrices
       lo tuviste que pagar.

    Y a ti, tanto lidiar, patria del alma,
tanta sangre verter en la palestra,
te vale de los cielos una palma
que alza orgullosa tu robusta diestra.

    Y al mirar por alfombra de tu silla
pieles de los leones de Castilla,
un porvenir tan vasto el cielo os cede
que apenas en los siglos caber puede.



III

    De Mayo la corona está tejida:
lo está ya con sus hechos y sus hombres;
de los grandes sucesos de la vida,
mueren los tiempos pero no los nombres.

    Pero Mayo es volcán estrepitoso
que agita la gigante cordillera;
y a nosotros el cráter ardoroso
con su inflamada lava nos cubriera.

    Nosotros hoy ambicionar de Mayo
el resultado inmenso que prepara,
es querer de la flor recién en tallo
aspirar el aroma que encerrara.

    Si rompimos de España las cadenas
y libres elevamos nuestra frente,
conservamos, empero, en nuestras venas
los restos de la ibérica simiente.

    Y la sórdida lucha en que vivimos,
sin saber el porqué de los errores,
no es más que las tinieblas sacudimos
para ver de ese Mayo los albores.


    Nosotros nos mecemos borrascosos
sobre el fuerte Titán aún sin asiento;
quien quisiere gozar tiempos hermosos
transporte al porvenir su pensamiento.

    Y en él, sobre la sien del Chimborazo,
verá un ángel midiendo con su brazo
de los remotos mares la distancia,
       y al ángel que mira
       pregunte: ¿a qué aspira?
Y el ángel le dirá con arrogancia:
«Me traigo las regiones de la Europa
a domeñar su frente en esta roca».

Montevideo, mayo de 1841






ArribaAbajo A Bolivia


en 1846



I

Divina inspiración, genio del canto,
tiende sobre mi sien tus blancas alas,
y de entusiasmo en la pupila el llanto,
suba la mente a las etéreas salas.

    Postrada el alma ante el eterno trono
beba las auras que el Señor respira,
y de las arpas de marfil el tono
temple las cuerdas de mi dulce lira.

    La luz de Dios, radiante a mi memoria;
la voz de Dios, a mi mundano acento;
y en un mar de esperanzas y de gloria
se lance al porvenir mi pensamiento.

    Tú grabaste, Señor, Dios de los mundos,
en la frente de América una estrella
que al futuro, en sus cóncavos profundos,
alcanza un rayo de su lumbre bella.

    Yo seguiré ese rayo soberano
a sorprender los siglos con mi mente,
como la fe del corazón cristiano
la lumbre sigue de tu regia frente.

    Yo leeré nuestro tiempo con su rayo.
Genio del canto, ven, mi nombre imprime
en la arena del río Pilcomayo
dándole a mi alma inspiración sublime.


II

       Bolivia, tierno seno
del corazón de América, mi madre,
de amor y vida y esperanza lleno,
       como la luz del astro
señor del Inca que tu frente dora;
verde promesa del futuro hermoso,
virgen en cuyas sienes de alabastro
la mirada de Dios refleja y brilla
al levantarse tu radiante aurora:
yo te saludo de la triste orilla
que baña el Plata en su raudal undoso.
       En la noche sombría
que el humo del cañón formó en tu cielo,
       quebraste con tu espada
de tres centurias la coyunda impía.
El león de las Españas en tu suelo,
       desde la sien nevada
miró al cóndor del Andes boliviano
como flecha de Dios caer a su frente;
y su hercúlea pujanza de repente
con su airado rival luchara en vano.

       De América el cimiento
se conmovió al estrépito gigante
de un torrente de lanzas que violento
invadió por las sierras y los llanos,
quebrando con sus puntas de diamante
       la muralla de bronce,
do el pendón de los viejos castellanos
       se desplegaba entonce
       sobre acerada clava,
bajo el cielo de América su esclava.
       Y en aquese torrente,
allí la patria de Belgrano estaba,
allí La Paz y Cochabamba alzaron
ceñida de laurel su altiva frente,
y a los ecos del Plata se mezclaron,
       bajo la luz de Mayo,
los ecos del Bermejo y Pilcomayo.

       Allí estaba el desierto;
y en un mundo sin fin, sin horizonte,
allí la selva y empinado monte,
allí el mar que Balboa saludara,
y allí las rocas que Colón pisara.

       Todos, todos allí, y allí la patria
del ancho Beni y Potosí opulento,
       quebrando sus cadenas
en aquel día de sublime intento;
y con sangre copiosa de sus venas
       bautizando la frente
       del mundo que legaban
a la futura americana gente.

       Sangre preciosa que Ayacucho viera
del pecho varonil como un rocío
de los cielos caer, para que un día
cada gota inmortal un pueblo fuera.
Animad, animad el cuerpo frío
de los héroes allí... La fosa umbría
su polvo esparcirá y ELLOS, la frente
con aureola de mártir alumbrada,
       y el descarnado brazo
en los hombros del ángel de la gloria,
¡subirán a la sien del Chimborazo
       por la huella esplendente
que hizo el carro veloz de la victoria!

       ¡Animad, animad! ELLOS sus ojos
en torno volverán... Las cordilleras
inclinarán sus sienes altaneras;
       callarán sus enojos
las irritadas olas de los mares,
y las llamas y el cóndor escondidos,
los valles y las selvas y los montes,
el sol y los ardientes luminares
       sin ley, sin horizontes,
serán de santa admiración henchidos.


III

    Mas tu misión ¡oh Bolivia!
no estaba sólo en tu lanza,
que otra más alta esperanza
reservó Dios para ti:
tus héroes en los combates
no fueron más que tu aurora
que vino a anunciar la hora
en que habrá el sol de salir.

    Esa misión del acero
la llenaron tus campeones,
pero a otras generaciones
legaron otra misión:
tan rica de gloria y nombre,
tan orlada de opulencia,
que fue la más bella herencia
de su paternal amor.

    Tocas y admiras los Andes,
¿no es verdad? Pues tu cabeza
con más poder y grandeza
un día levantarás.
Que es América el emblema
del cóndor entre la nube,
cuando más arriba sube
de la ronca tempestad.

    Pero la mano del cielo,
entre misterio profundo
pareció robarte al mundo,
huérfana y oculta flor;
y abandonada, perdida,
cual un diamante entre rocas,
lo que hoy tan posible tocas
ayer pareció ilusión.

    ¡El mar! ¡Sublime esperanza
de tu ambición más sublime!
Es tuyo, Bolivia, imprime
sobre las ondas tu pie;
es tuyo, vuela, te espera
la brisa de los oceanos,
para mecer soberanos
los laureles de tu sien.

    Es tuyo, que de sus ondas
tu porvenir al oriente,
dora espléndido la frente
de tu más bella región,
y el diamante entre las rocas,
la huérfana flor perdida,
sube con él a otra vida
buscando un tiempo mejor.

    No son tus minas, Bolivia,
la fuente de tu existencia,
ni tu futura opulencia
la contiene el Potosí;
los pueblos no se enriquecen
pisando sobre metales:
serán otros los canales
de tu hermoso porvenir.

    Serán tus ríos, señora,
que de tu seno profundo,
filtrando por todo un mundo,
nacen y buscan el mar.
Serán tus bosques, tus llanos,
tus perfumadas praderas,
y las extensas riberas
del Beni y del Paraguay.

    Serán tus manos quebrando
los diques de la ignorancia,
para decir con jactancia,
Europa, ven por aquí.
Y mirar en cada río,
luchando con su corriente,
llegar su industria, su gente
a un mundo rico y feliz.

    A un mundo donde la Europa
tiene fija su esperanza,
porque en el suyo no alcanza
en el tiempo un más allá;
a un mundo donde más tarde,
en cada empinado monte,
tendrán su luz, su horizonte,
el genio y la libertad.

    ¡Ve adelante! Los oceanos
te esperan con impaciencia,
y del cielo la clemencia
escribe tu más allá.
¡Ve adelante! Tus hermanos
que baña el potente Plata,
te batiremos las manos
al ver tu enseña pasar.

    Ese tirano que rudo
rasga a tu hermana las venas,
pone, bárbaro, en cadenas
lo que también es de ti;
pero mañana su cuello
será presa del verdugo,
y el Paraná sin su yugo
sonreirá al verte feliz.


IV

    Feliz en tu grandeza
cual fuiste con tu lanza,
lidiando con la saña
del déspota español;
feliz como los pueblos
donde la mar alcanza,
dorados con la lumbre
de americano sol.

    Rasgado tu misterio,
radiante de hermosura,
descubrirás al mundo
tu rostro virginal;
y el mundo entusiasmado,
para la virgen pura,
de joyas de la mente
preparará un caudal.

    Que por tus ríos llenos
de vida y opulencia
te invadirán torrentes
de civilización;
y vibrarán los ecos
del arte y de la ciencia
donde antes retumbaron
los truenos del cañón.

    En el grandioso Chaco
las fértiles llanuras
sorprenderá la industria
del europeo al fin;
y en cada sol que dore
del Andes las alturas,
de tu futuro hermoso
se agrandará el confín.

    Y como aspiras ámbar
de tu jardín de selvas,
la atmósfera del genio
respirarás también;
que a do tus manos lleguen,
a do tu vista vuelvas,
te bañarás en luces
de boliviana sien.

    No en vano en lo más alto
de América blasonas,
nutriendo de tu seno
dos mares a la par:
gigantes sin rivales,
el Plata y Amazonas
que pueden del oceano
las ondas desafiar.

    No en vano se levanta
sobre metal tu asiento,
Bolivia; no hay arcanos
a tu destino, no;
la suerte de los pueblos
el Dios del firmamento
sobre su suelo mismo
grabada les dejó.

    Mañana tus hermanos,
desde el Estrecho al Istmo,
a contemplar tu frente
sus ojos alzarán;
y con tus mismas alas,
y con tu genio mismo,
tu porvenir al mundo
contigo mostrarán.

    Que a los futuros siglos,
del Andes se divisan
precipitarse raudos
al mundo de Colón,
como al nacer el alba
las luces que se aprisan
a iluminar los cielos
en fúlgida invasión.

    Mañana el europeo
cuando a buscar se lance,
de América en la orilla
la luz y libertad,
Bolivia, quizá entonces
a comprender alcance
que viertes la más bella,
radiante claridad.

    Quién sabe si mañana
conservarás tú sola
lo que otros al presente
destrozan con el pie.
Sobre el Perú y mi patria
de sangre hay aureola,
y un iris de bonanza
sobre tu sien se ve...


V

    Bendición en la frente de tus hijos
que en el hogar, junto a la tierna esposa,
hablan de paz y libertad prolijos,
tejiendo palmas a su patria hermosa.

    Calma en las sienes de tu jefe, y gloria
para su nombre que ennoblece el tuyo:
sonó ayer ese nombre en la victoria,
y el que hoy repite el mar también es suyo.

    Por la tierra vagando sin destino,
el sol desmaya ante mi sien su rayo;
¡ay, si el nombre infeliz del Peregrino
conservara tu rico Pilcomayo!






ArribaAbajoBrindis


El 25 de mayo de 1852


Contestando a otro del Dr. Juan María Gutiérrez


    Recojo de tus labios
la inspiración, y brindo
por los amargos días
de nuestra juventud:
aquellos que perdidos
en playas extranjeras
pasaban en nosotros
sin porvenir ni luz.

    Los dos hemos cantado
las glorias de la patria;
los dos hemos llorado
su bárbara opresión;
los mares, el desierto
y el llano y las montañas
conocen de nosotros
la noble inspiración.

    Los dos hemos rondado
las puertas de la patria,
besando los umbrales
del suspirado Edén;
los dos al fin nos vemos
donde nos ver quisimos:
en el sagrado templo
de nuestra ardiente fe.

    En brazos de la patria
y en medio de la vida,
Gutiérrez, aún tenemos
un voto hecho ante Dios:
tenemos que ser siempre
para la tiranía,
proscritos y poetas,
tal es nuestra misión

*  *  *






ArribaAbajo II. Otros poemas




ArribaAbajoLamentos


    Sólo faltaba a la enemiga suerte
que en duelo y llanto mi existir anida,
entre cadenas convertir inerte
la primavera de mi triste vida.

    Y entre los muros de prisión odiosa,
y entre los hierros que forjó el rigor,
hasta del aire y de la luz celosa
me lanza ingrata a respirar horror.

    Cual bestia fiera, en el inmundo suelo
tiendo mi cuerpo, de dolor pasado;
y palpitando reclinar anhelo
la sien hirviente sobre el brazo helado.

    De infamia ajeno, de maldad exento,
hago al descanso de mis penas dueño;
pero ¡ay! es breve, que en el alma siento
llanto de fuego que destierra al sueño.

    Pasan las horas y tan solo veo
terror y espanto al derredor de mí...
¡Abrid, por Dios, que ponzoñado creo
hasta el aliento que respiro aquí!

    Pero a quién llamo, si tan sólo esconden
estas moradas de rigor eterno
pechos de bronce que al dolor responden
con risa amarga que dictó el infierno.

    Gózate en la obra de tu saña impía,
destino, o monstruo para mí nacido,
pero no espere tu tenaz porfía
gozarse oyendo mujeril gemido.

    Muestra a mis ojos espantosa muerte,
llévame al lado de la tumba helada,
letal veneno entre mi sangre vierte,
¡desciende a mi alma y la verás osada!

    Muestra a mis ojos espantosa muerte,
mis miembros todos en cadenas pon.
¡Bárbaro, nunca matarás el alma
ni pondrás grillos a mi mente, no!

En la cárcel, abril de 18392






ArribaAbajoLa tarde


    Una tarde de enero apacible,
cuando el sol a su ocaso bajaba,
miré absorto de gozo y sensible
otro sol que en la tierra brillaba.

    En su eléctrico fuego al momento
mi alma toda sintiose abrasar,
y este fuego sutil y violento
nunca, nunca, se habrá de apagar.

    Del delirio a la calma volviose
mi alma llena de extraño dulzor,
y una bella porteña mostrose
a mis ojos absortos de amor.

    La admiré cual a un ángel divino
de esplendores celestes rodeado
y confiando a su luz mi destino,
mi destino dejolo enlutado.

    Cada aliento que el alma suspira
ser el nombre del ángel se siente
y entre nubes de hechizo lo mira
cada idea que alberga mi mente.

    Entre duda y temor oprimida,
cada instante, se ve mi existencia,
y cual flor por el sol abatida
va marchita exhalando su esencia.

Montevideo, diciembre de 1839






ArribaAbajoEl suspiro


    Detente, suspiro,
no vueles en vano,
no hay pecho que humano
morada te dé;
detente, que miro
burlar tu amargura,
sonreír la perjura,
que es sorda a tu fe.

    No olvides que un día
del alma saliste,
que amor le pediste
brindándole amor;
y que ella más fría,
más cruda que el hielo,
burlaba tu anhelo
con fiero rigor.

    No olvides que fino
de nuevo a su pecho
volviste deshecho
pidiendo piedad,
y allí tu destino
miraste sin vida,
sintiendo adormida
la negra impiedad...

    Regresa, suspiro,
y oculta tu llanto,
que en él mi quebranto,
mis penas se ven.
Regresa y expira
contento en mi suerte;
más quiero la muerte
que frío desdén.

Montevideo, diciembre de 1839




ArribaAbajoLa noche en calma



    Una noche que serena
esplendores esparcía,
del Plata en la orilla amena
      yo gemía.
[...]

    Ese cielo algo mostrome,
símbolo de mi bonanza,
y ese río retratome
      la esperanza.
[...]

    Suaves céfiros vagaban
y en el ámbar que esparcían
a natura la embriagaban
      y adormían.

   Y sus alas amorosas
que en silencio se movían,
delirantes, caprichosas,
      se sentían.

    Todo el orbe despidiera
resplandor, vago silencio,
cual si en su seno adormiera
      al Señor.

    O cual si al alma abatida
convidaban sus dulzores,
al recordar de la vida
      los dolores.

    A una estrella vacilante
yo extasiado contemplaba,
que en el piélago brillante
      se ocultaba...

    Chispa activa, reluciente,
de su seno desprendiose:
cruzó clara y de repente
      apagose.

Nube pálida vi luego
por el cielo… Ya la estrella
no dejaba de su fuego
      ni una huella.

[...]
    Di un suspiro; mi fortuna
vi en la chispa fugitiva:
nació clara y de mi cuna
      fuese esquiva.

    A mi vida conturbada
vi en la estrella que vertía
suave luz, y, ya eclipsada,
      no lucía.
[...]

    Quieto el río no agitaba
ni un aliento tempestuoso,
y en su arena reposaba
      majestuoso.

    Cual cortina de cristales
que una vasta y clara esfera
en dos bóvedas iguales
      dividiera,

    ese río me enseñara
otro cielo, imagen viva
del que bello se mirara
      allá arriba.

    Yo miraba… ¡Cuánto hechizo!
¡Cuánto mundo en armonía!
¡Cual la muerte al que los hizo
      se rendía!

    Yo miraba… De mi lado
un objeto desprendiose;
todo el líquido agitado
      conmoviose...

    Al tocar la linfa clara
se ausentó la magia amena
y en el fondo me enseñara
       nada, arena.
[...]

    Di un suspiro; mi esperanza
dichas glorias me refleja,
y si toca su bonanza
      cruel se aleja.



Febrero de 1840






ArribaAbajoEl dolor y el amor


    El Dolor dice al Amor:
«¿quién eres que hasta mi imperio,
despreciando mi rigor,
vienes envuelto en misterio?».

    El Amor dice: «el que sabe
derribar su poderío,
y con cetro más süave
imperar a su albedrío».

    Sonríe el Dolor y dice:
«vano y mísero profeta
de ventura que yo quise
que a mi ley esté sujeta;

    tu altanera voz detiene
y dime ¿conque presumes
con tus débiles perfumes
derribar lo que sostiene

    inferna fuerza que rinde
del orbe la inmensidad?
Habla, mi rigor prescinde,
que mereces caridad».

   «¡Caridad!», dice el Amor,
«¡caridad!, a mí que río
de tu cólera al furor
como el mármol al estío!

    Bajo la atmósfera oscura
con que cubres la Creación,
¿no penetra mi luz pura
hasta el mustio corazón?

    Como lágrimas del alba
que a la rosa le da vida,
¿al instante no le salva
su existencia consumida?

    ¿No palpita? ¿No suspira?
¿No se anima? ¿Suave esencia
de deleite no respira
entre cándida existencia?

    ¿En imágenes nacientes
no ve el alma todo el orbe,
y una y otra y siempre ardientes
en su espíritu no absorbe?

    ¿Sublimada no comprende
toda gloria, todo nombre,
y en pos de ello no lo emprende
todo cuanto es dado al hombre?

    ¿Qué no alcanza alma que tiene
en sus senos mi consuelo?
¿Qué le es grande si contiene
en sí misma al mismo cielo?

    Y en los tragos embriagada
de mi copa de dulzor,
¿no se aduerme deleitada
sin pensar en tu rigor?

    ¿Qué es de ti? ¿Dónde presumes?
¿Dónde entonce están tus hechos?
Esos que llamas perfumes,
los exhalaron desechos.

    Tú obras mientras no es nacida
la existencia en los humanos;
ellos empiezan su vida
cuando los tocan mis manos.

    Y entonce, entonce tu yugo
es paja que quiebro leve,
que al cielo darme le plugo
un poder que tanto puede».

   «¡Eh, basta!», dice el Dolor.
«¡Presuntuoso desvarío!
De hoy más, de mi poderío
conocerás el rigor!

    Yo haré que comprendas, ciego,
que el orbe me pertenece
y que todo en mí fenece
como la paja en el fuego.

    Yo haré que al infierno llames
único cielo en la tierra,
que te rindas a su guerra
o que como yo te inflames.

    Que veas que los ejes tiene
de este grano que habitamos,
y que de sus férreas manos
este mi poder me viene.

    Que el hombre me pertenece
como a la tierra la roca,
y que mi mano lo toca
como arbusto que perece.

    Cuando entre dos corazones
activa tu magia prendas
y que rindiéndote ofrendas
se gocen en las prisiones,

    yo haré que los sinsabores
en pos de ella se despierten,
y también verás que vierten
sus activos amargores.

    Despertaré las falsías,
los desnudos desengaños,
y entre pesares extraños
beberán tus ambrosías.

    Si esto es poco; si no abate
de tu orgullo la arrogancia,
yo te opondré la distancia
que tus goces arrebate,

    y a los celos convocando,
ellos en la dura ausencia
amargarán tu existencia
mil fantasmas enseñando.

    Si esto es poco, si consigues
burlándome unirlos luego,
yo mezclaré entre tu fuego
un hielo que no mitigues.

    Cuando más enajenados
no sientan mi duro peso
y apuren hasta el exceso
tus ardores delicados;

    cuando sus almas conmuevas
tan a par, tan afinada,
su imperceptible lazada
que a las dos cual una muevas;

    cuando el orbe ante tus ojos
se oscurezca y ante ellas
el sol, la luna y estrellas
sean míseros despojos,

    yo las haré allí sufrir
entre sus goces tamaños;
yo les mostraré los años
con su embotado sentir».

   «Cesa, cesa», dice Amor;
«mis armas son la dulzura,
¡cómo tu férrea armadura
penetraran, oh Dolor!

    A mi destino fatal
ya se rindió mi arrogancia,
pero suave la constancia
no abandonará al mortal...

    Yo reconozco tu esfera:
es vasta como la tierra;
pero de tanto que encierra
dadme la mitad siquiera».


EL DOLOR

      No te ha merecido el hombre.


EL AMOR

      Puede ser; pero su nombre
con el mío está grabado.


EL DOLOR

      Y su espíritu animado,
de mi espíritu enlutado.


EL AMOR

      No importa, no se arrepiente
si animándolo me siente.
Él me busca, lo consuelo
y bajo mi puro cielo,
blando, bueno se convierte.


EL DOLOR

      No importa, sufra su suerte.


EL AMOR

      Dadme una parte siquiera.


EL DOLOR

      ¿Una parte? Bien, espera:
para que más sufra y llore,
que un instante te devore
el hombre, que te comprenda,
que tus delicias aprenda,
que después bajo mi mando
te mirará suspirando.

22 de octubre de 1840






ArribaAbajo El alhelí


           Mi espíritu formado
       de espíritu ignorado,
¡cómo se agita, oh flor, al contemplarte!
       ¡Cómo goza risueño
       de lo pasado el sueño
y en lo que viene se imagina hallarte!

*  *  *


            Rodeada de misterio,
       desconocen tu imperio
las duras almas que el amor no mueve.
       Una flor en ti miran,
       y tu aroma respiran
quedando heladas al gozarlo en breve.

            Una mujer que vino
       desde el trono divino
de la bondad a engalanar la tierra,
       me enseñó a conocerte,
       y en mi seno a ponerte,
como la imagen que mi dicha encierra.

            En tu fina belleza
       se advierte la pureza
del ámbar delicado que te anima:
       bajo rostro tan suave
       esconderse no cabe
el agria esencia de la flor mezquina.

*  *  *


            Así miré en un día
       otra flor que fue mía,
blanco su rostro como el alba pura,
       y en virginal sosiego,
       transparentando el fuego,
que sólo el cielo y el amor apura.

            Si tu espíritu aspiro,
       voluptuoso deliro,
y hasta el seno del alma conmovida
       va sutil penetrando,
       y en éxtasis dejando
hasta la última fibra de mi vida.

*  *  *


           Así gocé en un día
       la suprema ambrosía
de unos labios que tu ámbar exhalaban,
       y que en breves desvíos
       sellaban en los míos
relámpagos del fuego que anidaban.

            Apenas es salida
       de su cáliz tu vida,
tus nacaradas alas se desmayan;
       pero esperando un seno
       que te recoja bueno,
muestras dentro del tuyo la esperanza.

*  *  *


           Así encontrela un día
       a la hechicera mía:
su juventud por el dolor marchita;
       el amor que abrigaba,
       del amor esperaba
la nueva vida que su llama incita.

            Apenas contemplando
       te tengo y suspirando,
cuando pálido viso te resiente
       y más y más doblando
       tus hojas, expirando,
siento que mueres en mi mano ardiente.

*  *  *


            Aparta, aparta, oh flor,
       de mi temprano amor
símbolo cruel que me recuerdas tanto...
       También pasó a mi mano
       otra flor, y temprano,
perdió su dicha y conservó su llanto.

    Aparta, y cuando tornes a mi mano,
no vengas, no, cual símbolo tirano.

       Torna como de flores
       el símil, y de amores
       el símbolo divino
       que endulce mi destino.

       Revélame el misterio
       de tu sin par albura;
       de tu fragancia pura
       revélame el imperio.

       Si de la espuma, dime,
       de las ondas saliste,
       cuando el mar las resiste
       contra roca que gima;

       si entre el capullo leve
       de la estación de hielo,
       bajaste desde el cielo,
       coronada de nieve;

       o dime si naciste
       cuando nació la aurora,
       y el llanto consumiste
       con que saluda a Flora.

       Dime si ese perfume
       que mi espíritu activa
       es el mismo que arriba
       el hacedor consume.

    Y dime por qué mísero suspiro
si de tus dulces dones me imagino
algo, en el porvenir de mi destino.

25 de octubre de 1840



IndiceSiguiente