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ArribaAbajoUna tarde en el Dacá


...Aquí el genio se siente libre, y se complace, porque aquí es dulce la meditación; si él agita, ella calma.


Madame Staël                




I

    De una ligera barquilla
la sutil y leve quilla
       presto va,
deslizándose en la fina
superficie cristalina
       del Dacá.
No arroyo de aguas serenas
sino de sierpes amenas
       de cristal,
do se mira retratada
la bóveda dilatada
       celestial.
Y en la barca navegando,
con el alma palpitando,
       vengo a él,
a derramar en su seno
de mi espíritu sereno
       dulce miel.
Que esa súbita tormenta
de pasiones que se alienta
       entre mí,
no puede sino cual llama
sin el aire que la inflama
       ser aquí.
Aquí do tanta evidencia
se entrevé de la existencia
       del Señor;
y donde sólo se apura
la sutil esencia pura
       del amor...

*  *  *



II

    El sol como globo de pálido fuego
apenas destella lejano fulgor,
y esconde en topacios y perlas y oro,
su ya transparente marchito claror.

    Sus débiles rayos que leves penetran
cual finos encajes los bosques se ven;
y llegan al agua dorando su linfa
cual rubios cabellos que sueltos estén.

    El suelo y los campos envidia se dan;
las nubes son de oro, y allá unas colinas
cual jóvenes novios con trajes bordados
de rica esmeralda coquetas están.

    Y así que las nubes se apagan, del sol
parecen entonces matices manar;
y el céfiro blando que vida les da
por premio les dejan el ámbar robar.

    Las aves que pasan jugando, cantando,
besando las flores que embriagan de olor
y en círculos varios, se van delirantes
juntando sus picos al nido de amor.

    ¡Feliz quien pudiera cambiar su destino,
del ídolo amado cambiarlo a la par,
y en pos de esas aves volar a los bosques
a sólo entre amores la vida pasar!...

*  *  *



III

    Se ve todavía lucir en la esfera
el bello recuerdo del sol que se fue,
y aquí de las altas hojosas orillas
ya negra la sombra cundiendo se ve...

    ¡Que Sibila Eritrea pudiera un instante
venir inspirada y amiga al contarme
cual cosas pasadas los siglos que vienen,
aquestas orillas en ellos mostrarme!

    Sin ella a los siglos mi espíritu vuela,
diviso los tiempos... ¡qué bellos y amenos!
Los hombres diviso... ¡qué suaves y nuevos!,
se oprimen las manos; se abrazan... ¡qué buenos!

    Y aquestas orillas... ¡oh, ya las contemplo
con casas lujosas que el arte alzará,
y a vírgenes puras cogiendo las flores
de bellos jardines que baña el Dacá!

    Y en hora cual ésta ya ver me parece
surcando el arroyo barquilla de amor:
barquilla que lleva cantando en su popa
pareja de humanos que apura dulzor;

    que acerca a la orilla la barca veloz;
que un joven rebata purpúrea una flor,
que luego en un trono de nieve la pone
y un beso por premio le paga el amor;

    que extraños que pasan también por su lado,
en vez de zaherirlos con torpe rigor,
sensibles los miran y dicen «pasemos,
que gocen felices... La vida es amor».

    Tal vez en un tiempo... ¡ah, quién lo gozara!,
feliz fantasía, te tornes verdad...
Mas si hoy entre espinas la vida se pasa,
que gocen los hombres siquiera esa edad...


IV

    Apenas luz pasajera
del crepúsculo quedó;
y el dorado de la esfera
ya la sombra amarilló.
    Sombra vaga y misteriosa
que en su lánguido existir
nos despierta religiosa
los recuerdos del vivir.

    A mi barca fugitiva
la detengo en su volar,
para suave y pensativa
quieta el alma suspirar;
    y a los mustios arrayanes
y a las aguas del Dacá
contemplar cual talismanes
en que Dios y amor está.

    En que Dios... ¡y qué verdad!
¡En qué mente de criatura
no ha brillado su luz pura,
si vagó en la soledad...!
    Si admiró por un instante
algún prado, una colina,
una estrella peregrina,
o a la luna vacilante...!

    ¿Y qué pecho, cual el mío
joven presa del dolor,
contemplando un manso río
no ha pensado en el amor,
    no ha deseado que en su brazo
palpitase su querida
y olvidar en su regazo
los tormentos de la vida?

    ¡Ay!, alguno tal vez goce
lo que apenas pienso yo...
que cual de ese sol que huyose
ni un destello nos quedó.
    Así he visto que volaba
para nunca más volver
la lazada que me ataba
con el mundo y el placer.

Mercedes, enero de 1841






ArribaAbajo El juramento


    No bien asoma en el oriente el día,
cuando una idea por mi mente umbría
                     rueda y me dice:
       En igual hora de tu bella Elvira
    su brazo entre tu brazo se apoyaba,
    y cuando el sol a columbrar aspira
    tu patrio Plata, vuestro pie regaba,
    y allí, más puro que la blanda brisa,
    era en tu pecho tu profundo amor:
    y allí de Elvira la inocente risa
    era más bella que el primer albor.

    No bien el sol en el ocaso muere,
cuando una voz mi pensamiento hiere
                      que me recuerda:
    en igual hora de su labio hubiste
    el primer beso de deleite lleno,
    y a su inocente conmovido seno
    veloz latiendo de pudor sentiste,
    y vuestras almas cual esencias leves
    que exhala en olas delicada flor,
    a vuestros labios asomando breves
    de un cuerpo al otro las cambió el amor...

       Pero fue en aquel instante
    en que se sepulta el día:
            hora de melancolía
            de luz mustia, agonizante,
            y de mi suerte expirante
            fue la muda profecía.

    No bien la noche por la negra esfera
la mitad corre de su fiel carrera
       cuando escucho otra voz:
       en hora igual encapotado el cielo,
    temblar hacía el conmovido suelo;
    y ella en tus brazos de dolor henchida
    ni era cadáver ni sentía vida,
    y hasta su labio que febril latiera
    llegando el tuyo por la vez postrera,
besaste a su alma que vagó en su voz
    ¡cuando besaste su postrer adiós!

    Oye, mi Elvira. Contra ti he mirado
nacer el astro que a los seres cría;
            pues que enlutado
            cual noche umbría,
            me niegue airado
            la luz del día,
si otra mujer en tu lugar percibes
acá en el alma do reinando vives.

    He visto contra ti llegar la hora
diosa de mis recuerdos y consuelos;
            pues que traidora
            lleve en su vuelo
            lo más amado
            de mi pasado.
            Y ni recuerdo
            de dicha alguna
            desde mi cuna
            conserve yo,
si el corazón donde tu nombre habita
de otra mujer por el amor palpita.

    He visto a Dios estremecer la esfera
al abrazarte por la vez postrera;
            pues que iracundo
            me forme un mundo
            de negro horror,
            y en él me lance
            para que alcance
            sólo rigor.
    Y cuando el ángel de la muerte vea
no eres, mi Elvira, mi postrer idea.

Mayo de 1841






ArribaAbajo Al 18 de Julio


Aniversario de la Constitución Oriental


Inaugura su Ley con respeto,
el mundo de Iberia divídese en dos;
y surge la Patria al alto decreto,
no menos sublime que el fiat de Dios.

F. A. de Figueroa, Canto al 25 de Mayo                



Y si tú crees en los sueños,
escucha oh pueblo uno mío;
yo soñé que veía el río
salir de su ancho cristal,
y que a ti y a Buenos Aires
en sus brazos estrechaba,
y así unidos os dejaba
en un abrazo inmortal.

Luis Domínguez, Carta a Montevideo                



    Vuelva a mi mano la patricia lira,
que al ver de Mayo despuntar el día
cantó las glorias de la patria mía...
Vuelva; y el vate que entonó a su patria
ponga otra hoja de verdor lozana
sobre las sienes de su tierna hermana.

   ...La misión del poeta no se linda
en los confines de su patrio suelo,
que el fuego santo que le inspira el cielo
refleja ardiente por la humana raza;
y cuando pulsa la inspirada lira
los hombres todos cual hermanos mira...

    Así mi labio sin orgullo clama
que vi la luz donde se estrella el Plata;
también mi alma la altivez dilata
si de otros pueblos las virtudes canta...
Y de la América al mirar el lema
grabado hermoso en la oriental diadema,
arde en mi pecho americano fuego,
y solo me alzo al fraternal regazo
del ángel que admiré en el Chimborazo3.

*  *  *


            Como este día, otro día
      hace once años lucía
      sobre la esfera oriental
      y el sol que la iluminaba,
      con cada rayo esmaltaba
      una corona inmortal...

            Y al poner sobre la frente
      de una patria amaneciente
      esa corona el destino,
      le digo: «Yo te bendigo;
      y el cielo vaya contigo
      por tu sendero divino...».

                La bella corona
           que estaba tejida
           por mano querida
           de la libertad,
           formaban sus hojas,
           y bellos laureles
           los códigos fieles
           que dan igualdad.

                Que, luego que el bronce
           nunció en las almenas
           que viles cadenas
           el sable rompió,
           el pueblo valiente
           sin tronos ni reyes
           se quiso dar leyes
           y leyes dictó.

    ¡Gloria, pueblo oriental! Meció tu cuna
el brazo de dolor de la fortuna,
           que de extraños la planta,
           pisando tu garganta,
también tres siglos con baldón te ajaron,
           como ajaron un mundo
           que de bondad fecundo
esos que llaman reyes lo mancharon.

    Mas, gemelo en sufrir con tus hermanos,
también lo fuiste en humillar tiranos
           cuando alzó refulgente
           la América su frente,
pura como el azul de sus pendones,
           y también con tus brazos
            arrojaste en pedazos
regias cadenas y soberbios leones.

    Pero, rotos los cetros de la Europa,
soñó el Brasil, con petulancia loca,
            que domarte podía
            si fiero sacudía
la su águila imperial el vuelo insano;
            y quizá más demente
           se imaginó insolente
llevar más lejos su caduca mano.

    Con sus alas el águila orgullosa
sombreó un día tu frente luminosa;
           y su pico de acero
           tragaba carnicero
el porvenir que en Mayo te legaron;
            pero lució otro día
            y tú y la patria mía
el águila en sus manos reventaron...

                 Que a la planta de la silla
           de vanos emperadores,
           no doblan, no, las rodillas
           los que alumbró cual señores
           el sol de la libertad.

                 Los que traen sobre la frente
           aquel sombrero esplendente
           que dice, eterno y divino,
           «yo solamente me inclino
           ante la divinidad».

                ...Y con hechos inmortales,
           argentinos y orientales
           se lo enseñaron temprano
           a ese ombú que se alza vano
           entre un jardín de rosales.

                Que no bien la dura lanza
           del oriental la pujanza
           hizo en el aire blandir,
           cuando profético acento
           se escuchaba por el viento
           cantando su porvenir.

                Y el sable del argentino,
           que le regaló el destino
           para lidiar y vencer,
           brilló de nuevo en las manos,
           que a vengar a sus hermanos
           vinieron o a perecer.

                 Y de nuevo los pendones
           que envolvieron a los leones
           en sus pliegues, con desdén,
           flamearon en nueva esfera
           buscando la águila fiera
           para envolverla también.

                 Y ya sólo en un camino
           el oriental y argentino,
           más valiera al brasilero,
           con sus pompas imperiales,
           a sus bosques o arenales
           irse a sepultar primero.

                 Que a una herida mil heridas;
           a una vida otras mil vidas,
           y a un trofeo diez victorias:
           uno y otro hubo fijado,
           como precio señalado,
           al que desprecia sus glorias.

                 Y si una mano de amigo
           no le tiende su enemigo,
           sangre a ríos derramando
           se hubieran ido triunfando
           a cantar «Oíd mortales»
           a sus plazas imperiales.


II

                 Así su pasado
           contento de gloria
           revela la historia
           del pueblo oriental;
            y fue la corona
           que un Julio se puso
           porque otra depuso
           de torpe metal...

                 Sus leyes eternas
           al cielo juradas,
           en todas selladas
           se ve la igualdad;
           mas no bien se miran
           sus códigos santos,
           se acuerdan los cantos
           de la libertad...

                Las leyes son frutos
           que siembran los hombres
           después que renombres
           coronan su sien;
           pues son de los pueblos
           los lemas y sellos
           grabados en ellos
           que libres se ven.

    Así orientales, cuando el sol doraba
vuestro sagrado Julio, independientes
a par que constituidos os miraba
y alzando libres las guerreras frentes.

    Los hombres que ese día un juramento
con religioso labio pronunciaron
miradlos cual profetas que en su acento
un porvenir inmenso os revelaron.

    Y al recordar sus venerables nombres
lágrimas se deslicen abundantes;
que ellos también cuando os hacían hombres
lágrimas hermoseaban sus semblantes.

    Ellos os dieron leyes, cuando apenas
«¡leyes!» el pueblo balbucear podía,
y era porque sentían en sus venas
que el fuego santo de la patria ardía.

    Y si cual tierno arbusto que lo mecen
entre raudo huracán los aquilones,
miraseis vuestras leyes que perecen
al recio vendaval de las pasiones,

    no desmayéis por eso, que no tarde
el arbusto, ya pino corpulento,
de su inmenso volumen hará alarde
y se reirá cuando lo meza el viento...

    Todo pueblo de Mayo es destinado
a levantar su frente hasta los cielos,
pero también en su niñez forzado
a regar con sus lágrimas los suelos.

    Más la niñez de un pueblo se aligera
si de su mente los errores lanza,
y entonces en su rápida carrera
la gloria solo y la virtud alcanza.

    Y los pueblos del Plata que entre espinas
han mecido su cuna lastimera
ya divisan con luces brillantinas
la aurora de su bella primavera.

    Que esos niños nacidos entre espinas
hoy se estrechan con brazos colosales,
cual se estrechan arroyos y colinas
en los hermosos campos orientales.

    Y sobre los escombros del pasado
hoy clavan sus augustos pabellones,
clamando con su labio venerado
«Mayo y el porvenir de sus naciones».


III

Y el porvenir del Oriente
se ve con júbilo escrito
en un ocaso bendito
que se concibe en la mente.

    Imaginad, orientales,
que estáis en lo venidero
y que veis llega un viajero
a pisar vuestros umbrales.

    Y vuestro corazón de orgullo henchido
      suspenderá el latido
para escuchar la voz del navegante
      que repite anhelante:

    «Cuando del bajel miraba,
esta preciosa ciudad
me pareció una beldad
que a orillas del mar jugaba
con los corales del mar.

    »Y al contemplarla tan bella
y con planta tan ligera,
yo temí que la ofendiera
hasta la ola que en ella
viene suave a deslizar.

    »Pero al mirar los hombres de su suelo,
"es gigante", me dije, "que a los cielos
está tocando altivo con su mano:
      que es vástago fecundo
      del suelo americano,
donde se siembra un pueblo y crece un mundo».

1841






ArribaAbajoAdolfo Berro



¡Ay del que ríe del ajeno llanto
y ve sin pena que el sepulcro encierra
       joven lozano!



    ¡Yo también te perdí! La hojosa palma
que crece inmensa sobre yerma arena,
brinda el tesoro de su sombra amena
como los cielos su apacible calma.

    Bajo sus ramas se cobija el bueno
cuando la tempestad se precipita,
y cuando más el huracán se agita,
siente sin miedo palpitar su seno.

    Así al mirar que repentino rayo
rápido estalla y a la palma hiende,
yertas sus manos al Eterno tiende,
sellado el labio con mortal desmayo.

    Por el desierto sus miradas gira,
el sol cual llamas en el rostro siente,
el aire empaña su lozana frente,
busca la palma, y de dolor suspira.

    Así, mi Adolfo, contemplé creciendo
a las nubes tu alada inteligencia,
y burlando del tiempo la inclemencia
entre las tempestades floreciendo,

    ofrecer con sus alas la bonanza
a los que han visto con la luz del día
la torpe mano de fortuna impía
ajar hasta el crisol de la esperanza;

    profético enseñarles con tu mano
el iris bello de tu patrio cielo
y los verdes arbustos que en el suelo
crecen, burlando el huracán tirano.

    Y en medio dellos al mirarte hermoso,
cual diamante entre perlas colocado,
te miro de repente arrebatado,
dejando negro el centro luminoso.

                   Y en la callada
              fúnebre fosa,
              poner helada
              bajo la losa
la fuente que encerraba el fuego santo
de la sublime inspiración del canto.

       Que eras de los escogidos
    que cuando caen en el suelo
    han aprendido en el cielo
    del canto la majestad,
    y que traen en sus oídos,
    bullendo, las vibraciones
    de las celestes canciones
    que oye la divinidad.

       Y que traen en su cabeza,
    mezcladas con armonías,
    las valiosas pedrerías
    de los vates del Señor.
    Joyas de inmensa riqueza
    que por los labios asoman
    y que los hombres las toman
    sin conocer su valor.

       Pero al traer de los cielos
    el germen de poesía,
    de triste melancolía
    trajiste el germen también.
    Que es el poeta en los suelos
    lo que una lámpara bella:
    lumbre su frente destella
    y hay una sombra a su pie.

       Lo tumba Dios en el mundo
    sin denso velo en los ojos,
    y el mundo tan sólo abrojos
    le hace en su senda mirar.
    Sigue al destino iracundo,
    siempre a su seña lidiando,
    y es un bajel batallando
    con los ímpetus del mar.

       Así, mi Adolfo, tus versos,
    si eran gotas de licores
    perfumados con las flores
    de tu rica fantasía,
    también tus días adversos
    en ellas se reflejaban
    cuando hasta el alma llegaban
    del que apurarlas quería.

       Así, al mirar de tu vida
    la joven llama expirando
    y lentamente llegando
    tranquila a la eternidad,
    sin duda viste florida
    la copa de tu amargura,
    y en ella la esencia pura
    de eterna felicidad.

       Y viste entre nubes de oro
    rico alcázar esplendente,
    y una corona en tu frente
    con las palmas del Señor.
    Y viste el excelso coro
    que sobre estrellas camina,
    poner en tu arpa divina
    verde corona de amor.

       Y tus labios desplegando
    con una leve sonrisa,
    como una fragante brisa
    tu alma del pecho salió
    fragante, que palpitando
    cuando reinaba en tu vida,
    era un ámbar escondida
    dentro el cáliz de una flor.

    Así, poeta, al decretar tu muerte
la poderosa mano que derrumba
como a la débil flor, la fuerte encina,
arrojó chispas de su luz divina
¡ay! en el hueco de tu yerta tumba.

    Y al colocarte en su callado seno,
para cubrir con mármoles tu fosa,
miraste todo en derredor luciente
y que una llama de tu virgen frente
calentaba las letras de tu losa.

    Descansa en ella. La mansión del bueno
es la tumba, no más. El Dios bondoso
ya recogió tu espíritu en sus manos,
y el blando corazón de tus hermanos
es el albergue de tu nombre hermoso.

    El tembloroso suelo en que viviste,
si brota pechos como yerto acero,
otros también sensibles fecundiza...
A orillas del Vesubio, entre ceniza,
crece la vid y el verde naranjero.

2 de octubre de 1841






ArribaAbajoA la victoria del ejército de Corrientes


    La mano del valiente
descorre al fin el tenebroso velo
que como densa nube encapotaba
de nuestra patria la lozana frente.
Que como voz profética del cielo
que llega al corazón del argentino,
en tronadora llama
la libertad proclama
el cañón de los libres correntinos.

    Sintieron que sus manos
eran robustas para traer cadenas
y que ardiente bullía
la sangre de los libres en sus venas.
El acero empuñaron,
buscaron en el campo a los tiranos,
y a los tiranos la cerviz pisaron...
Pisaron el orgullo
de ese déspota insano
que imaginó insolente
que a do tendiera su perjura mano
todos debían doblegar la frente.

    Torrentes de su sangre
correr debían a lavar el suelo
donde su infame planta
con cada paso lo dejó manchado.
Y a torrentes su sangre
las manchas han lavado,
lanzando entre tropel de maldiciones
el alma, de sus torpes corazones.
Mientras, el correntino,
la vibradora lanza
revolviéndola audaz en la matanza,
al compás de esos gritos infernales
regalaba a los vientos: «Oíd mortales...».

    ¡Gloria, pueblo feliz! Te ha conducido
el ángel de los libres con su diestra,
y en el aire extendido
durante el balancear de la palestra,
con sus alas hermosas
envolverte debía
si el torpe empeño de fortuna impía
llegaba hasta tus huestes belicosas.
Pero sonó en los suelos
el eco de la trompa
que anunciaba a los libres la victoria,
y sus alas plegando con majestuosa pompa,
la lumbre de los cielos
cayó sobre tu frente victoriosa,
brillando luminosa
la laureada corona de la gloria

*  *  *


    ¡Salud, pueblo feliz! Gloria al guerrero
que altivo y noble desvainó el acero
y a tu frente marchó. Su labio un día
valiente pronunció: no habrá en la tierra
quien manche el lustre de la patria mía
sin pedir el perdón, dijo; y al campo
de la gloria marchó. Hoy ya su frente
de lauros coronó; y ya el tirano
casi se humilla ante su heroica mano.

*  *  *


    Buenos Aires, al cabo
levantarás tu frente victoriosa.
Al cabo tus cadenas
arrojadas al suelo en mil pedazos,
libre recibirás entre tus brazos
los hijos arrojados de tu seno.
Hijos en cuyas venas,
en vez de sangre, libertad palpita,
y en cuyo pecho habita
tu caro nombre, de esperanzas lleno.
Hijos que ni el revés de la fortuna
ni la mano potente
del infortunio doblegó su frente;
que arrastrando en la tierra
cuanto rigor y sufrimiento encierra,
altivo el corazón, altivo el labio,
cuanto más en cadenas te miraban
más orgullosos ¡libertad! clamaban...
Y altivo el corazón, altivo el labio,
por las olas del Plata atravesando
irán, mi patria, ¡libertad! clamando.

Montevideo, diciembre de 1841






ArribaAbajoMontevideo


A mi amigo Juan Carlos Gómez


    Era de noche, y la una;
mudo silencio reinaba
y entre celajes la luna
muy débil luz derramaba.

    Esa ciudad que en el mundo
la llaman Montevideo,
dormía en sueño profundo
como niña sin deseo.

    Besaba el mar su cintura
como una fuente serena
que tiene en su linfa pura
bañándose una sirena.

    A poco trecho delante
se vía la negra planta
de encapotado gigante
que con su tamaño espanta.

    Y como tan alto estaba,
bien sabe Dios, parecía
que con las nubes hablaba,
y a los vientos les decía:

    -¡Chito!, duerme la señora,
y estoy yo de centinela;
dejadla que goce ahora
que harto sufre cuando vela.

    Si de batallar con ella
vuestra voz la señal da,
aquí estoy yo a defendella,
pugnad, mi pecho aquí está.

    Y era verdad, que los vientos
muy tímidos se alejaban
pues eran suaves alientos
los que en el mar deslizaban.

    Brisas que se perfumaron
con margaritas y aromas,
cuando felices jugaron
de San Isidro en las lomas.

    Única pobre primicia
que le regalan los aires,
¡al que hasta el aire acaricia
si pasa por Buenos Aires!

    Así la ciudad dormía
sin viento ni recia mar.
Y en sus calles no se vía
ni un lampo encendido estar.

    Y tan mustia, tan secreta,
tan libre de agitación,
se parecía al poeta
cuando llega la oración.

    Hay alguien que está velando...
parece un ánima en pena...
va por las calles vagando...
su leve planta no suena.

    Se para, sus ojos gira...
anda tal vez al acaso...
de cuando en cuando suspira,
y vuelve andar paso a paso.

    Parece sombra sin vida,
o demonio disfrazado
que anda buscando guarida
y encuentra todo cerrado.

    O espía de los abismos
que en medio a la oscuridad
viene lleno de embolismos
a endemoniar la ciudad.

    ¿O es ánima con zozobra
que deja la cordillera
para mirar una obra
de la sangre que vertiera?

    Bien puede ser, por Dios Santo.
Esos esqueletos yertos,
de vivos se alzaron tanto
que temo se alcen de muertos.

    Pero ese ser que camina
no es demonio ni soldado;
bien por su voz se adivina
que es un hombre y desgraciado.

    Junto a elevado palacio
de tres hermosos balcones
se ha parado -y al espacio
da sentidas expresiones:

   «Eres muy linda ciudad,
       en verdad...
Pimpollo en noche lluviosa
que cuando venga el albor
       será rosa,
llena de vida y olor.

   »Veneciana seductora
       que enamora
con su pecho de azucena.
Y al más tímido mortal
    lo enajena
con palabras de panal.

   »Y por eso te admiraron
       y robaron,
tres piratas que los tres
a cual más quiso tu mano,
       y a la vez
a cual más fue tu tirano.

   »Más de todos el primero;
       que el acero
de su viejo guante duro
dejó largo y hondo rastro
       en tu puro
joven seno de alabastro.

   »Pero viejo era el navío
       que en desvío
te llevaba prisionera...
nave nueva lo siguió
       y ligera
le dio caza y te salvó.

   »Así estás libre, risueña
       y halagüeña
como paloma en el mar;
tus hijos duermen en flores
    de azahar
y sueñan dichas y amores.

   »Y cuando viene la aurora
       seductora
los ve levantar contentos,
cual las ebrias mariposas
       que momentos
han dormido entre las rosas.

   »Que el alba no tiene tintas
       tan distintas
para matizar el cielo,
como tú tienes riquezas
       de bellezas
para engalanar tu suelo.

   »Que son tus hijas hermosas
       como rosas;
y como la flor del aire
graciosas, cuando la brisa
       con donaire
sube a la peña y la riza.

   »Con el seno entre celajes
       de encajes,
y llenas de seda y blondas,
se muestran más voluptuosas
       que las ondas
cuando juegan espumosas.

   »¡Quién tuviese una siquiera
       hechicera,
para olvidar en sus brazos
tantas penas tan amargas,
       tantos lazos
y horas de vivir tan largas!...

   »Tú tienes, ciudad preciosa,
más bellezas que un harén:
dame siquiera una hermosa
para reclinar mi sien.

   »Diamantes entre ellos vi,
perlas también admiré;
dame siquiera un rubí
que yo diamante lo haré.

   »Dame... pero qué me importa
tus encantos ni tus bellas,
¡si ya mi alma no soporta
ni el contemplarlas a ellas!

   »Qué me importa si tu mano
no puede sin ser delito
mostrarme el ángel tirano
de mi corazón marchito...

   »Haz que Dios dé maldiciones,
que el infierno brinde amor,
y saldrá de estos balcones
un suspiro de favor.

   »Y no seré ya un cipré
levantado en un jardín
o un esqueleto de pie
dentro de alegre festín».

    Y huyó repentino
siguiendo el camino
de extraño lugar...
Tal vez a la muerte
quisiera por suerte
ligero llegar.

    Y era de noche, y la una;
mudo silencio reinaba
y entre celajes la luna
muy débil luz derramaba.

Montevideo, enero de 1842




ArribaAbajoAl pampero



    Puro, fuerte, fiel y libre
silba, silba, fresco viento,
que en mi rostro yo te siento
palpitando el corazón.
Silba, silba que tú vienes
de la bella patria mía,
con su misma valentía,
con su misma agitación.

    Eres puro cual su seno,
y eres fuerte cual su lanza,
y eres fiel cual su esperanza
al sufrir la adversidad.
¡Ya no es libre!... Llega, viento,
y en el silbo de tus alas
di que el silbo de las balas
conquistó su libertad.

    Di que traes las agonías
que exhalaron los esclavos
cuando el sable de los bravos
penetró su corazón
y cayeron aturdidos
con los golpes de los leales,
con los cánticos triunfales
y las salvas del cañón.

    Di que el fuego ha devorado
cuanto hallaron sus excesos;
pero di que hasta sus huesos
en cenizas convirtió,
y que ni ellos se conservan
pues manchaban nuestros suelos,
y al impulso de tus vuelos
al infierno las echó.

*  *  *

*  *  *


    Silba, viento de mi patria,
que te escucho y te venero
aunque llegues mensajero
de su negra adversidad.
Silba triste, pero al menos
di que en medio de sus penas
canta al son de sus cadenas
su perdida libertad.

    Que aun en medio de agonías
se recuerda el Chimborazo...
Se recuerda que su brazo
todo un mundo levantó...
Se recuerdan sus batallas
y el festín de la victoria,
cuando el ángel de la gloria
con sus alas la cubrió.

    Cuando símil de un torrente
fue a estrellarse con los Andes,
desafiándolos por grandes,
pues más grande quiso ser;
y lo fue cuando en su cumbre,
cual el águila altanera,
quedó la alta cordillera
bajo el peso de su pie.

    Y en el puño de su acero
reclinada muellemente,
con semblante indiferente
miró al mundo y saludó.
Y esa Europa tan henchida
de poder y pergaminos,
«a los libres argentinos
los saludo» contestó.

    ¡Quién te quita, patria mía,
tanta gloria de tus sienes!
Si hoy un paso te detienes,
mil has dado y mil darás,
que, una vez que te desates,
has de ser cual el pampero:
¡que Dios libre al marinero
que lo espere sin anclar!

*  *  *

*  *  *


    Silba, silba viento hermoso
de la bella patria mía.
Di que ya la luz del día
sobre el Plata amaneció;
que la sangre de sus hijos
ya no corre con desmayo,
sino está cual la que en Mayo
por los héroes discurrió.

    Que hay alguno que comprende
su magnífico destino
si en el vándalo asesino
clava libre su puñal.
¡Ah, bendito de los cielos,
por los hombres venerado,
por su patria coronado
y en los siglos inmortal!

    ¡Ver su nombre confundido
con el nombre de la gloria
y en las hojas de la historia
con diadema de laurel!
«Un puñal y un brazo fuerte»,
ved, porteños, el arcano;
quien lo clave en el tirano
la diadema cae en él.

    Y después a nuestra patria
los proscriptos volveremos
y de gozo lloraremos
al volverla a contemplar,
al mirarla que camina
semejante a su pampero:
¡que Dios libre al marinero
que lo espere sin anclar!

Julio 20 (El Nacional, Montevideo, 25 de julio de 1842)




ArribaAbajoBrindis4



    En el más claro día luminoso
desatados los vientos de repente,
del sol empañan la dorada frente
rodando nubes de celaje umbroso.
Así en mi patria que elevara un día
su frente hasta los cielos altanera,
el vendaval de las pasiones fiera
cubrió su rostro de tiniebla umbría.

    Pero así cual fugaces se evaporan
las nubes enlutadas de los cielos,
se deshacen también los negros velos
que el porvenir de un pueblo descoloran.
Y esa patria del Plata que en cadenas
dobló diez años la abatida frente,
hoy mira anunciar por el oriente
aurora hermosa de esperanzas llena.

    La libertad se compra con la lanza
cuando es de bronce la coyunda odiosa,
y en Corrientes la lanza victoriosa
supo comprarla en la feroz matanza.
La libertad entre la tumba estaba
sin vida y sin color; habló Corrientes,
y entre llamas de gloria refulgente
la libertad levanta coronada,
      convirtiendo en fecundo
      el campo de la nada
a manera de Dios cuando hizo el mundo.

9 de diciembre de 1842