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Poemas sueltos, III [1935-1936]

Miguel Hernández Gilabert

[Nota preliminar: Para la fijación textual de esta edición se ha tomado como base la ed. de A. Sánchez Vidal y J. C. Rovira con la colaboración de C. Alemany de la Ed. Espasa-Calpe, cotejándose con la de J. Riquelme y C. R. Talamás de la Ed. Edaf.]

[1]

ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se ha quedado novia por casar la panadera
de pan más trabajado y fino, que le han muerto la pareja del ya imposible esposo.)


Tengo ya el alma ronca y tengo ronco

el gemido de música traidora...

Arrímate a llorar conmigo a un tronco:

retírate conmigo al campo y llora

a la sangrienta sombra de un granado

desgarrado de amor como tú ahora.

Caen desde un cielo gris desconsolado,

caen ángeles cernidos para el trigo

sobre el invierno gris desocupado.

Arrímate, retírate conmigo:

vamos a celebrar nuestros dolores

junto al árbol del campo que te digo.

Panadera de espigas y de flores,

panadera lilial de piel de era,

panadera de panes y de amores.

No tienes ya en el mundo quien te quiera,

y ya tus desventuras y las mías

no tienen compañero, compañera.

Tórtola compañera de sus días,

que le dabas tus dedos cereales

y en su voz tu silencio entretenías.

Buscando abejas va por los panales

el silencio que ha muerto de repente

en su lengua de abejas torrenciales.

No esperes ver tu párpado caliente

ni tu cara dulcísima y morena

bajo los dos solsticios de su frente.

El moribundo rostro de tu pena

se hiela y desendulza grado a grado

sin su labor de sol y de colmena.

Como una buena fiebre iba a tu lado,

como un rayo dispuesto a ser herida,

como un lirio de olor precipitado.

Y solo queda ya de tanta vida

un cadáver de cera desmayada

y un silencio de abeja detenida.

¿Dónde tienes en esto la mirada

si no es descarriada por el suelo,

si no es por la mejilla trastornada?

Novia sin novio, novia sin consuelo,

te advierto entre barrancos y huracanes

tan extensa y tan sola como el cielo.

Corazón de relámpagos y afanes,

paginaba los libros de tus rosas,

apacentaba el hato de tus panes.

Ibas a ser la flor de las esposas,

y a pasos de relámpago tu esposo

se te va de las manos harinosas.

Échale, harina, un toro clamoroso

negro hasta cierto punto a tu menudo

vellón de lana blanco y silencioso.

A echar copos de harina yo te ayudo

y a sufrir por lo bajo, compañera,

viuda de cuerpo y de alma yo viudo.

La inaplacable muerte nos espera

como un agua incesante y malparida

a la vuelta de cada vidriera.

¡Cuántos amargos tragos es la vida!

Bebió él la muerte y tú la saboreas

y yo no saboreo otra bebida.

Retírate conmigo hasta que veas

con nuestro llanto dar las piedras grama,

abandonando el pan que pastoreas.

Levántate: te esperan tus zapatos

junto a los suyos muertos en tu cama,

y la lluviosa pena en sus retratos

desde cuyos presidios te reclama.


[2]

(A mi amiga Carmen, en espera de verla por donde sea mejor.)


A tus facciones de manzana y cera:

Carmen, fruto a los pájaros prohibido,

congelado en el alba y escogido

por una mano de oro en primavera.

Hueles a corazón de trigo y era,

suenas a nido, suenas a sonido,

sabes... no sé a qué sabes, y he sabido

que nunca he de saber lo que quisiera.

Miras como los ojos del relente:

fríamente febril y distraída,

entre flores y frutos la mirada.

Hablas como el silencio y una fuente:

calladamente, y andas por la vida

temerosa de flechas y de nada.


[3]

ALBA DE HACHAS

Amanecen las hachas en bandadas

como ganaderías voladoras

de laboriosas grullas combatientes.

Las alas son relámpagos cuajados,

las plumas puños, muertes las canciones,

el aire en que se apoyan para el vuelo

brazos que gesticulan como rayos.

Amanecen las hachas destruyendo y cantando.

Se cubren las cabezas de peligros

y amenazas mortales:

temen los asesinos que preservan cañones.

Los órganos se callan a torrentes

y Dios desaparece del sagrario

envuelto en telarañas seculares.

Vuela un presentimiento de heridas sobre todos,

llega una tempestad atronadora

de ceños como yugos peligrosos,

se aproximan miradas catastróficas,

pies desbocados, manos encrespadas,

hachas amanecidas goteando relente.

Vienen talando, golpeando, ansiando.

Asustan corazones de rapiña,

ahuyentan cuervos de podrido vuelo,

y el ruido de sus bruscos aletazos

hace palidecer al mismo oro.

Donde posan su vuelo revientan sangre y savia

como densas bebidas animales,

donde canta su ira alza el espanto

su cabello de pronto encanecido,

donde sus picotazos se encarnizan

se apagan corazones como brasas echadas en un pozo.

Donde su dentadura dura muerde

hay grandes cataclismos de todas las especies.

Ferozmente risueñas, entre manos

igual que remos, hachas iracundas,

voces de un solo hachazo,

truenos de un seco y único bramido

y relámpagos de hojas repentinas,

talan las hachas bosques y conventos,

tumban las hachas troncos y palacios

que tienen por entrañas carcoma y yesca estéril,

y caen brazos y ramas confundidos,

nidadas, sombras, pomas y cabezas

en un derrumbamiento babilónico.

Amanecen las hachas crispadas, vengativas.

Sacuden las serpientes su látigo asustado

de su expresión mortal de rayo rudo.

Con nuestra catadura de hachas nuevas,

¡a las aladas hachas, compañeros,

sobre los viejos troncos carcomidos!

Que nos teman, que se echen al cuello las raíces

y se ahorquen, que vamos, que venimos,

jornaleros del árbol, leñadores.


[4]

SONREÍDME

Vengo muy satisfecho de librarme

de la serpiente de las múltiples cúpulas,

la serpiente escamada de casullas y cálices:

su cola puso acíbar en mi boca, sus anillos verdugos

reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón.

Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos,

de aquella boba gloria: sonreídme.

Sonreídme, que voy

a donde estáis vosotros los de siempre,

los que cubrís de espigas y racimos la boca del que nos escupe,

los que conmigo en surcos, andamios, fraguas, hornos,

os arrancáis la corona del sudor a diario.

Me libré de los templos: sonreídme,

donde me consumía con tristeza de lámpara

encerrado en el poco aire de los sagrarios.

Salté al monte de donde procedo,

a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,

a vuestra compañía de relativo barro.

Agrupo mi hambre, mis penas y estas cicatrices

que llevo de tratar piedras y hachas

a vuestras hambres, vuestras penas y vuestra herrada carne,

porque para calmar nuestra desesperación de toros castigados

habremos de agruparnos oceánicamente.

Nubes tempestuosas de herramientas

para un cielo de manos vengativas

nos es preciso. Ya relampaguean

las hachas y las hoces con su metal crispado,

ya truenan los martillos y los mazos

sobre los pensamientos de los que nos han hecho

burros de carga y bueyes de labor.

Salta el capitalista de su cochino lujo,

huyen los arzobispos de sus mitras obscenas,

los notarios y los registradores de la propiedad

caen aplastados bajo furiosos protocolos,

los curas se deciden a ser hombres

y abierta ya la jaula donde actúa de león

queda el oro en la más espantosa miseria.

En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose,

quiero ver a la cólera tirándoos de las cejas,

la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón

sintiendo el martillazo del hambre en el ombligo,

viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa,

viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso,

viéndoos en este estado capaz de impacientar

a los mismos corderos que jamás se impacientan.

Habrá que ver la tierra estercolada

con las injustas sangres,

habrá que ver la media vuelta fiera de la hoz ajustándose a las nucas,

habrá que verlo todo noblemente impasibles,

habrá que hacerlo todo sufriendo un poco menos de lo que ahora sufrimos bajo el hambre,

que nos hace alargar las inocentes manos animales

hacia el robo y el crimen salvadores.


[5]

ODA ENTRE SANGRE Y VINO
A PABLO NERUDA

Para cantar ¡qué rama terminante,

qué espeso aparte de escogida selva,

qué nido de botellas, pez y mimbres,

con qué sensibles ecos, la taberna!

Hay un rumor de fuente vigorosa

que yo me sé, que tú, sin un secreto,

con espumas creadas por los vasos

y el ansia de brotar y prodigarse.

En este aquí más íntimo que un alma,

más cárdeno que un beso del invierno,

con vocación de púrpura y sagrario,

en este aquí te cito y te congrego,

de este aquí deleitoso te rodeo.

De corazón cargado, no de espaldas,

con una comitiva de sonrisas

llegas entre apariencias de océano

que ha perdido sus olas y sus peces

a fuerza de entregarlos a la red y a la playa.

Con la boca cubierta de raíces

que se adhieren al beso como ciempieses fieros,

pasas ante paredes que chorrean

capas de cardenales y arzobispos,

y mieras, arropías, humedades

que solicitan tu asistencia de árbol

para darte el valor de la dulzura.

Yo que he tenido siempre dos orígenes

un antes de la leche en mi cabeza

y un presente de ubres en mis manos;

yo que llevo cubierta de montes la memoria

y de tierra vinícola la cara, esta cara

de surco articulado: yo que quisiera siempre, siempre,

siempre, habitar donde habitan los collares:

en un fondo de mar o en un cuello de hembra,

oigo tu voz, tu propia caracola,

tu cencerro dispuesto a ser guitarra,

tu trompa de novillo destetado,

tu cuerno de sollozo invariable.

Viene a tu voz el vino episcopal,

alhaja de los besos y los vasos

informado de risas y solsticios,

y malogrando llantos y suicidios,

moviendo un rabo lleno de rubor y relámpagos,

nos relame, buey bueno, nos circunda

de lenguas tintas, de efusivo oriámbar,

barriles, cubas, cántaros, tinajas,

caracolas crecidas de cadera

sensibles a la música y al golpe,

y una líquida pólvora nos alumbra y nos mora,

y entonces le decimos al ruiseñor que beba

y su lengua será más fervorosa.

Órganos liquidados, tórtolas y calandrias

exprimidas y labios desjugados;

imperios de granadas informales,

toros, sexos y esquilas derretidos,

desembocan temblando en nuestros dientes

e incorporan sus altos privilegios

con toda propiedad a nuestra sangre.

De nuestra sangre ahora surten crestas,

espolones, cerezas y amarantos;

nuestra sangre de sol sobre la trilla

vibra martillos, alimenta fraguas,

besos inculca, fríos aniquila,

ríos por desbravar, potros esgrime

y espira por los ojos, los dedos y las piernas

toradas desmandadas, chivos locos.

Corros en ascuas de irritadas siestas,

cuando todo tumbado es tregua y horizonte

menos la sangre siempre esbelta y laboriosa,

nos introducen en su atmósfera agrícola:

racimos asaltados por avispas coléricas

y abejorros tañidos; racimos revolcados

en esas delicadas polvaredas

que hacen en su alboroto mariposas y lunas;

culebras que se elevan y silban sometidas

a un régimen de luz dictatorial;

chicharras que conceden por sus élitros

aeroplanos, torrentes, cuchillos afilándose,

chicharras que anticipan la madurez del higo,

libran cohetes, elaboran sueños,

trenzas de esparto, flechas de insistencia

y un diluvio de furia universal.

Yo te veo entre vinos minerales

resucitando condes, desenterrando amadas,

recomendando al sueño pellejos cabeceros,

recomendables ubres múltiples de pezones,

con una sencillez de bueyes que sestean.

Cantas, sangras y cantas; te pones a sangrar

y no son suficientes tus heridas

ni el vientre todo tallo donde tu sangre cuaja.

Cantas, sangras y cantas.

Sangras y te ensimismas

como un cordero cuando pace o sueña.

Y miras más allá de los allases

con las venas cargadas de mujeres y barcos,

mostrando en cada parte de tus miembros

la bipartida huella de una boca,

la más dulce pezuña que ha pisado

mientras estás sangrando al compás de los grifos.

A la vuelta de ti, mientras cantas y estragas

como una catarata que ha pasado

por entrañas de aceros y mercurios,

en tanto que demuestras desangrándote

lo puro que es soltar las riendas a las venas,

y veo entre nosotros coincidencias de barro,

referencias de ríos que dan vértigo y miedo

porque son destructoras, casi rayos,

sus corrientes que todo lo arrebatan;

a la vuelta de ti, a la del vino,

millones de rebeldes al vino y a la sangre

que miran boquiamargos, cejiserios,

se van del sexo al cielo, santos tristes,

negándole a las venas y a las viñas

su desembocadura natural:

la entrepierna, la boca, la canción,

cuando la vida pasa con las tetas al aire.

Alrededor de ti y el vino, Pablo,

todo es chicharra loca de frotarse,

de darse a la canción y a los solsticios

hasta callar de pronto hecha pedazos,

besos de pura cepa, brazos que han comprendido

su destino de anillo, de pulsera: abrazar.

Luego te callas, pesas con tu gesto de hondero

que ha librado la piedra y la ha dejado

cuajada en un lucero persuasivo,

y vendimiando inconsolables lluvias,

procurando alegría y equilibrio,

te encomiendas al alba y las esquinas

donde describes letras y serpientes

con tu palma de orín inacabable,

te arrancas las raíces que te nacen

en todo lo que tocas y contemplas

y sales a una tierra bajo la cual existen

yacimientos de cuernos, toreros y tricornios.


[6]

RELACIÓN QUE DEDICO
A MI AMIGA DELIA

¡Qué suavidad de lirio acariciado

en tu delicadeza de lavandera de objetos de cristal,

Delia, con tu cintura hecha para el anillo

con los tallos de hinojo más apuestos,

Delia, la de la pierna edificada con liebres perseguidas,

Delia, la de los ojos boquiabiertos

del mismo gesto y garbo de las erales cabras!

En tu ternura hallan su origen los cogollos,

tu ternura es capaz de abrazar a los cardos

y en ella veo un agua que pasa y no se altera

entre orillas ariscas de zarza y tauromaquia.

Tu cabeza de espiga se vence hacia los lados

con un desmayo de oro cansado de abundar

y se yergue relampagueando trigo por todas partes.

Tienes por lengua arropes agrupados,

por labios nivelados terciopelos,

tu voz pasa a través de un mineral racimo

y, una vez cada año, de una iracunda, pero dulce colmena.

No encontraréis a Delia si no muy repartida como el pan de los pobres

detrás de una ventana besable: su sonrisa,

queriendo apaciguar la cólera del fuego,

domar el alma rústica de la herradura y el pedernal.

Ahí estás respirando plumas como los nidos

y ofreciendo unos dedos de afectuosa lana.


[7]

ODA ENTRE ARENA Y PIEDRA
A VICENTE ALEIXANDRE

Tu padre el mar te condenó a la tierra

dándote un asesino manotazo

que hizo llorar a los corales sangre.

Las afectuosas arenas de pana torturada,

siempre con sed y siempre silenciosas,

recibieron tu cuerpo con la herencia

de otro mar borrascoso dentro del corazón,

al mismo tiempo que una flor de conchas

deshojada de párpados y arrugada de siglos,

que hasta el nácar se arruga con el tiempo.

Lo primero que hiciste fue llorar en la costa,

donde soplando el agua hasta volverla iris polvoriento

tu padre se quedó despedazando su colérico amor

entre desesperados pataleos.

Abrupto amor del mar, que abruptas penas

provocó con su acción huracanada.

¿Dónde ir con tu sangre de mar exasperado,

con tu acento de mar y tu revuelta lengua clamorosa

de mar cuya ternura no comprenden las piedras?

¿Dónde? Y fuiste a la tierra.

Y las vacas sonaron su caracol abundante

pariendo con los cuernos clavados en los estercoleros.

Las colinas, los pechos femeninos

y algunos corazones solitarios

se hicieron emisarios de las islas.

La sandía, tronando de alegría,

se abrió en múltiples cráteres

de abotonado hielo ensangrentado.

Y los melones, mezcla

de arrope asible y nieve atemperada,

a dulces cabezadas se toparon.

Pero aquí, en este mundo que se resuelve en hoyos,

donde la sangre ha de contarse por parejas,

las pupilas por cuatro y el deseo por millares,

¿qué puede hacer tu sangre,

el castigo mayor que tu padre te impuso,

qué puede hacer tu corazón, engendro

de una ola y un sol tumultuosos?

Tiznarte y más tiznarte con las cejas

y las miradas negras de las demás criaturas,

llevarte de huracán en huracanes

mordiéndote los codos de cólera amorosa.

Labranzas, siembras, podas

y las otras fatigas de la tierra;

serpientes que preparan una piel anual,

nardos que dan las gracias oliendo a quien los cuida,

selvas con animales de rizado marfil

que anudan su deseo por varios días,

tan diferentemente de los chivos

cuyo amor es ejemplo de relámpagos,

toros de corazón tan dilatado

que pueden refugiar un picador desperezándose,

piedras, Vicente, piedras, hasta rebeldes piedras

que solo el sol de agosto logra hacer corazones,

hasta inhumanas piedras

te llevan al olvido de tu nación: la espuma.

Pero la cicatriz más dura y vieja

reverdece en herida al menor golpe.

La sal, la ardiente sal que presa en el salero

hace memoria de su vida de pájaro y columpio,

llegando a casi líquida y azul en los días más húmedos;

solo la sal, la siempre constelada,

te acuerda que naciste en un lecho de algas, marinero,

¡oh tú el más combatido por la tierra,

oh tú el más rodeado de erizados rastrojos!,

cuando toca tu lengua su astral polen.

Te recorre el Océano los huesos

relampagueando perdurablemente,

tu corazón se enjoya con peces y naufragios,

y con coral, retrato del esqueleto de tu corazón,

y el agua en plenilunio con alma de tronada

te sube por la sangre a la cabeza como un vino con alas

y desemboca, ya serena, por tus ojos.

Tu padre el mar te busca arrepentido

de haberte desterrado de su flotante corazón crispado,

el más hermoso imperio de la luna,

cada vez más amargo.

Un día ha de venir detrás de cualquier río

de esos que lo combaten insuficientemente,

arrebatando huevos a las águilas

y azúcar al panal que volverá salobre,

a desfilar desde tu boca atribulada

hasta tu pecho, ciudad de las estrellas.

Y al fin serás objeto de esa espuma

que tanto te lastima idolatrarla.


[8]

VECINO DE LA MUERTE

Patio de vecindad que nadie alquila

igual que un pueblo de panales secos;

pintadas de recuerdos y leche las paredes

a mi ventana emiten silencios y anteojos.

Aquí entro: aquí anduvo la muerte mi vecina

sesteando a la sombra de los sepultureros,

lamida por la lengua de un perro guarda-lápidas;

aquí, muy preservados del relente y las penas,

porfiaron los muertos con los muertos

rivalizando en huesos como en mármoles.

Oigo una voz de rostro desmayado,

unos cuervos que informan mí corazón de luto

haciéndome tragar húmedas ranas,

echándome a la cara los tornasoles trémulos

que devuelve en su espejo la inquietud.

¿Qué queda en este campo secuestrado,

en estas minas de carbón y plomo,

de tantos enterrados por riguroso orden?

No hay nada sino un monte de riqueza explotado.

Los enterrados con bastón y mitra,

los altos personajes de la muerte,

las niñas que expiraron de sed por la entrepierna

donde jamás tuvieron un arado y dos bueyes,

los duros picadores pródigos de sus músculos

muertos con las heridas rodeadas de cuernos:

todos los destetados del aire y el amor

de un polvo huésped ahora se amamantan.

¿Y para quién están los tercos epitafios,

las alabanzas más sañudas,

formuladas a fuerza de cincel y mentiras,

atacando el silencio natural de las piedras,

todas con menoscabos y agujeros

de ser ramoneadas con hambre y con constancia

por una amante oveja de dos labios?

¿Y este espolón constituido en gallo

irá a una sombra malgastada en mármol y ladrillo?

¿No cumplirá mi sangre su misión: ser estiércol?

¿Oiré cómo murmuran de mis huesos,

me mirarán con esa mirada de tinaja vacía

que da la muerte a todo el que la trata?

¿Me asaltarán espectros en forma de coronas,

funerarios nacidos del pecado

de un cirio y una caja boquiabierta?

Yo no quiero agregar pechuga al polvo:

me niego a su destino: ser echado a un rincón.

Prefiero que me coman los lobos y los perros,

que mis huesos actúen como estacas

para atar cerdos o picar espartos.

El polvo es paz que llega con su bandera blanca

sobre los ataúdes y las cosas caídas,

pero bajo los pliegues un colmillo

de rabioso marfil contaminado

nos sigue a todas partes, nos vigila,

y apenas nos paramos nos inciensa de siglos,

nos reduce a cornisas y a santos arrumbados.

Y es que el polvo no es tierra.

La tierra es un amor dispuesto a ser un hoyo,

dispuesto a ser un árbol, un volcán y una fuente.

Mi cuerpo pide el hoyo que promete la tierra,

el hoyo desde el cual daré mis privilegios de león y nitrato

a todas las raíces que me tiendan sus trenzas.

Guárdate de que el polvo coloque dulcemente

su secular paloma en tu cabeza,

de que incube sus huevos en tus labios,

de que anide cayéndose en tus ojos,

de que habite tranquilo en tu vestido,

de aceptar sus herencias de notarías y templos.

Úsate en contra suya,

defiéndete de su callado ataque,

asústalo con besos y caricias,

ahuyéntalo con saltos y canciones,

mátalo rociándolo de vino, amor y sangre.

En esta gran bodega donde fermenta el polvo,

donde es inútil injerir sonrisas,

pido ser cuando quieto lo que no soy movido:

un vegetal sin ojos ni problemas,

cuajar, cuajar en algo más que en polvo,

como el sueño en estatua derribada;

que mis zapatos últimos demuestren ser cortezas,

que se produzcan cuarzos de mi encantada boca,

que se apoyen en mí sembrados y viñedos,

que me dediquen mosto las cepas por su origen.

Aquel barbecho lleno de inagotables besos,

aquella cuesta de uvas quiero tener encima

cuando descanse al fin de esta faena

de dar conversaciones, abrazos y pesares,

de cultivar cabellos, arrugas y esperanzas

y de sentir un yunque sobre cada deseo.

No quiero que me entierren donde me han de enterrar.

Haré un hoyo en el campo y esperaré a que venga

la muerte en dirección a mi garganta

con un cuerno, un tintero, un monaguillo

y un collar de cencerros castrados en la lengua,

para echarme puñados de mi especie.


[9]

ME SOBRA EL CORAZÓN

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,

hoy estoy para penas solamente,

hoy no tengo amistad,

hoy solo tengo ansias

de arrancarme de cuajo el corazón

y ponerlo debajo de un zapato.

Hoy reverdece aquella espina seca,

hoy es día de llantos de mi reino,

hoy descarga en mi pecho el desaliento

plomo desalentado.

No puedo con mi estrella.

Y me busco la muerte por las manos

mirando con cariño las navajas,

y recuerdo aquel hacha compañera,

y pienso en los más altos campanarios

para un salto mortal serenamente.

Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,

mi corazón escribiría una postrera carta,

una carta que llevo allí metida,

haría un tintero de mi corazón,

una fuente de sílabas, de adioses y regalos,

y ahí te quedas, al mundo le diría.

Yo nací en mala luna.

Tengo la pena de una sola pena

que vale más que toda la alegría.

Un amor me ha dejado con los brazos caídos

y no puedo tenderlos hacia más.

¿No veis mi boca qué desengañada,

qué inconformes mis ojos?

Cuanto más me contemplo más me aflijo:

cortar este dolor ¿con qué tijeras?

Ayer, mañana, hoy

padeciendo por todo

mi corazón, pecera melancólica,

penal de ruiseñores moribundos.

Me sobra corazón.

Hoy descorazonarme,

yo el más corazonado de los hombres,

y por el más, también el más amargo.

No sé por qué, no sé por qué ni cómo

me perdono la vida cada día.


[10]

MI SANGRE ES UN CAMINO

Me empuja a martillazos y a mordiscos,

me tira con bramidos y cordeles

del corazón, del pie, de los orígenes,

me clava en la garganta garfios dulces,

erizo entre mis dedos y mis ojos,

enloquece mis uñas y mis párpados,

rodea mis palabras y mi alcoba

de hornos y herrerías,

la dirección altera de mi lengua,

y sembrando de cera su camino

hace que caiga torpe y derretida.

Mujer, mira una sangre,

mira una blusa de azafrán en celo,

mira un capote líquido ciñéndose a mis huesos

como descomunales serpientes que me oprimen

acarreando angustia por mis venas.

Mira una fuente alzada de amorosos collares

y cencerros de voz atribulada

temblando de impaciencia por ocupar tu cuello,

un dictamen feroz, una sentencia,

una exigencia, una dolencia, un río

que por manifestarse se da contra las piedras,

y penden para siempre de mis

relicarios de carne desgarrada.

Mírala con sus chivos y sus toros suicidas

corneando cabestros y montañas,

rompiéndose los cuernos a topazos,

mordiéndose de rabia las orejas,

buscándose la muerte de la frente a la cola.

Manejando mi sangre enarbolando

revoluciones de carbón y yodo

agrupado hasta hacerse corazón,

herramientas de muerte, rayos, hachas,

y barrancos de espuma sin apoyo,

ando pidiendo un cuerpo que manchar.

Hazte cargo, hazte cargo

de una ganadería de alacranes

tan rencorosamente enamorados,

de un castigo infinito que me parió y me agobia

como un jornal cobrado en triste plomo.

La puerta de mi sangre está en la esquina

del hacha y de la piedra,

pero en ti está la entrada irremediable.

Necesito extender este imperioso reino,

prolongar a mis padres hasta la eternidad,

y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones

que ya se corrompieron y que aún laten.

No me pongas obstáculos que tengo que salvar,

no me siembres de cárceles,

no bastan cerraduras ni cementos,

no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado

capaz de despertar calentura en la nieve.

¡Ay qué ganas de amarte contra un árbol,

ay qué afán de trillarte en una era,

ay qué dolor de verte por la espalda

y no verte la espalda contra el mundo!

Mi sangre es un camino ante el crepúsculo

de apasionado barro y charcos vaporosos

que tiene que acabar en tus entrañas,

un depósito mágico de anillos

que ajustar a tu sangre,

un sembrado de lunas eclipsadas

que han de aumentar sus calabazas íntimas,

ahogadas en un vino con canas en los labios,

al pie de tu cintura al fin sonora.

Guárdame de sus sombras que graznan fatalmente

girando en torno mío a picotazos,

girasoles de cuervos borrascosos.

No me consientas ir de sangre en sangre

como una bala loca,

no me dejes tronar solo y tendido.

Pólvora venenosa propagada,

ornado por los ojos de tristes pirotecnias,

panal horriblemente acribillado

con un mínimo rayo doliendo en cada poro,

gremio fosforescente de acechantes tarántulas

no me consientas ser. Atiende, atiende

a mi desesperado sonreír,

donde muerdo la hiel por sus raíces

por las lluviosas penas recorrido.

Recibe esta fortuna sedienta de tu boca

que para ti heredé de tanto padre.


[11]

A ÁLVARO BOTELLA

Amigo Álvaro Botella,

me has puesto en un trance amargo,

pero saldré, sin embargo,

gracias a mi buena estrella.

Un verso se me atropella

tras otro y en ellos digo

que con mi pluma y contigo

te dejo como recuerdo

esta décima de un cuerdo

que está casi loco, amigo.


[12]

A RAÚL GONZALEZ TUÑÓN

Raúl, si el cielo azul se constelara

sobre sus cinco cielos de raúles,

a la revolución sus cinco azules

como cinco banderas entregara.

Hombres como tú eres pido para

amontonar la muerte de gandules,

cuando tú como el rayo gesticules

y como el rayo al rayo des la cara.

Enarbolado estás como el martillo,

enarbolado truenas y protestas,

enarbolado te alzas a diario,

y a los obreros de metal sencillo

invitas a estampar en turbias testas

relámpagos de fuego sanguinario.


[13]

EPITAFIO DESMESURADO A UN POETA:
Julio Herrera y Reissig

      Nata del polvo y su gente

      y nata del cementerio,

      verdaderamente serio

      yace, verdaderamente.

      No sé si en su hirviente frente,

      manicomio y calabozo,

      aún resplandece algún trozo

      del relámpago bermejo

      que enloqueció en su entrecejo.

Quiso ser trueno y se quedó en sollozo.

      Fue una rueda solitaria

      hecha con radios de amor,

      y a la luna y al dolor

      daba una vuelta diaria.

      Un águila sanguinaria

      le picó cada sentido,

      que aventado y esparcido

      de un avaricioso modo

      llevaba del cuerpo a todo.

Quiso ser trueno y se quedó en gemido.

      Trueno de su sepultura

      sea, y del polvo y del cieno,

      este que tuvo de trueno

      sangre, pasión y locura.

      La espuma de su figura,

      hasta perder el aliento

      hizo disparos de viento

      con sangre de cuando en cuando.

      ¿Sigue su polvo sonando?

Quiso ser trueno y se quedó en lamento.


[14]

AL QUE SE VA

Partir es un asunto dolorido

como morir: al muerto y al ausente

ni la fotografía más ferviente

ni las cartas los sacan del olvido.

Te irás del todo tú que ya te has ido

con decir que te vas tan solamente,

y a cada sol te llevará mi frente

con más obstinación descolorido.

En la agonía de la despedida

como un pañuelo el corazón sacudo

y lo lleno de angustia como un puerto.

Silencio y muerte veo en la partida:

si no me has de escribir te doy por mudo

y si no has de volver te doy por muerto.


[15]

SINO SANGRIENTO

De sangre en sangre vengo

como el mar de ola en ola,

de color de amapola el alma tengo,

de amapola sin suerte es mi destino,

y llego de amapola en amapola

a dar en la cornada de mi sino.

Criatura hubo que vino

desde la sementera de la nada,

y vino más de una,

bajo el designio de una estrella airada

y en una turbulenta y mala luna.

Cayó una pincelada

de ensangrentado pie sobre mi vida,

cayó un planeta de azafrán en celo,

cayó una nube roja enfurecida,

cayó un mar malherido, cayó un cielo.

Vine con un dolor de cuchillada,

me esperaba un cuchillo a mi venida,

me dieron a mamar leche de tuera,

zumo de espada loca y homicida,

y al sol el ojo abrí por vez primera

y lo que vi primero era una herida

y una desgracia era.

Me persigue la sangre, ávida fiera,

desde que fui fundado,

y aun antes de que fuera

proferido, empujado

por mi madre a esta tierra codiciosa,

que de los pies me tira y del costado,

y cada vez más fuerte, hacia la fosa.

Lucho contra la sangre, me debato

contra tanto zarpazo y tanta vena,

y cada cuerpo que tropiezo y trato

es otro borbotón de sangre, otra cadena.

Aunque leves, los dardos de la avena

aumentan las insignias de mi pecho:

en él se dio el amor a la labranza,

y mi alma de barbecho

hondamente ha surcado

de heridas sin remedio ni esperanza

por las ansias de muerte de su arado.

Todas las herramientas en mi acecho:

el hacha me ha dejado

recónditas señales,

las piedras, los deseos y los días

cavaron en mi cuerpo manantiales

que solo se tragaron las arenas

y las melancolías.

Son cada vez más grandes las cadenas,

son cada vez más grandes las serpientes,

más grande y más cruel su poderío,

más grandes sus anillos envolventes,

más grande el corazón, más grande el mío.

En su alcoba poblada de vacío,

donde solo concurren las visitas,

el picotazo y el color de un cuervo,

un manojo de cartas y pasiones escritas,

un puñado de sangre y una muerte conservo.

¡Ay sangre fulminante,

ay trepadora púrpura rugiente,

sentencia a todas horas resonante

bajo el yunque sufrido de mi frente!

La sangre me ha parido y me ha hecho preso,

la sangre me reduce y me agiganta,

un edificio soy de sangre y yeso

que se derriba él mismo y se levanta

sobre andamios de hueso.

Un albañil de sangre, muerto y rojo,

llueve y cuelga su blusa cada día

en los alrededores de mi ojo,

y cada noche con el alma mía,

y hasta con las pestañas lo recojo.

Crece la sangre, agranda

la expansión de sus frondas en mi pecho,

que álamo desbordante se desmanda

y en varios torvos ríos cae deshecho.

Me veo de repente

envuelto en sus coléricos raudales,

y nado contra todos desesperadamente

como contra un fatal torrente de puñales.

Me arrastra encarnizada su corriente,

me despedaza, me hunde, me atropella,

quiero apartarme de ella a manotazos,

y se me van los brazos detrás de ella,

y se me van las ansias en los brazos.

Me dejaré arrastrar hecho pedazos,

ya que así se lo ordenan a mi vida

la sangre y su marea,

los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

Seré una sola y dilatada herida,

hasta que dilatadamente sea

un cadáver de espuma: viento y nada.


[16]

ÉGLOGA

...o convertido en agita, aquí llorando,

podréis allá despacio consolarme.


GARCILASO



Un claro caballero de rocío,

un pastor, un guerrero de relente,

eterno es bajo el Tajo; bajo el río

de bronce decidido y transparente.

Como un trozo de puro escalofrío

resplandece su cuello, fluye y yace,

y un cernido sudor sobre su frente

le hace corona y tornasol le hace.

El tiempo ni lo ofende ni lo ultraja,

el agua lo preserva del gusano,

lo defiende del polvo, y lo amortaja

y lo alhaja de arena grano a grano.

Un silencio de aliento toledano

lo cubre y lo corteja,

y solo va un silencio a su persona

y en el silencio solo hay una abeja.

Sobre su cuerpo el agua se emociona

y bate su cencerro circulante

lleno de hondas gargantas doloridas.

Hay en su sangre fértil y distante

un enjambre de heridas:

diez de soldado y las demás de amante.

Dulce y varón, parece desarmado

un dormido martillo de diamante,

su corazón un pez maravillado

y su cabeza rota

una granada de oro apedreado

con un dulce cerebro en cada gota.

Una efusiva y amorosa cota

de mujeres de vidrio avaricioso,

sobre el alrededor de su cintura

con un cedazo gris de nada pura

garbilla el agua, selecciona y tañe,

para que no se enturbie ni se empañe

tan diáfano reposo

con ninguna porción de especie oscura.

El coro de sus manos merodea

en torno al caballero de hermosura

sin un dolor ni un arma,

y el de sus bocas de humedad rodea

su boca que aún parece que se alarma.

En vano quiere el fuego hacer ceniza

tus descansadamente fríos huesos

que ha vuelto el agua juncos militares.

Se riza ilastimable y se desriza

el corazón aquel donde los besos

tantas lástimas fueron y pesares.

Diáfano y querencioso caballero,

me siento atravesado del cuchillo

de tu dolor, y si lo considero

fue tu dolor tan grande y tan sencillo.

Antes de que la voz se me concluya,

pido a mi lengua el alma de la tuya

para descarriar entre las hojas

este dolor de recomida grama

que llevo, estas congojas

de puñal a mi silla y a mi cama.

Me ofende el tiempo, no me da la vida

al paladar ni un breve refrigerio

de afectuosa miel bien concedida,

y hasta el amor me sabe a cementerio.

Me quiero distraer de tanta herida.

Me da cada mañana

con decisión más firme

la desolada gana

de cantar, de llorar y de morirme.

Me quiero despedir de tanta pena,

cultivar los barbechos del olvido

y si no hacerme polvo, hacerme arena:

de mi cuerpo y su estruendo,

de mis ojos al fin desentendido,

sesteando, olvidando, sonriendo,

lejos del sentimiento y del sentido.

A la orilla leal del leal Tajo

viene la primavera en este día

a cumplir su trabajo

de primavera afable, pero fría.

Abunda en galanía

y en párpados de nata

el madruguero almendro que comprende

tan susceptible flor que un soplo mata

y una mirada ofende.

Nace la lana en paz y con cautela

sobre el paciente cuello del ganado,

hace la rosa su quehacer y vuela

y el lirio nace serio y desganado.

Nada de cuanto miro y considero

mi desaliento anima,

si tú no eres, claro caballero.

Como un loco acendrado te persigo:

me cansa el sol, el viento me lastima

y quiero ahogarme por vivir contigo.


[17]

EL AHOGADO DEL TAJO

(Gustavo Adolfo Bécquer)

No, ni polvo ni tierra:

incallable metal líquido eres.

Un flujo de campanas de bronce turbio y trémulo,

un galope de espadas de acero circulante jamás enmohecido,

te preservan del polvo.

Y en vano se descuelga de los cuadros

para invadirte: te defiende el agua;

y en vano está la tierra reclamando su presa

haciendo un hueco íntimo en la grama.

Guitarras y arpas, liras y sollozos,

sollozos y canciones te sumergen en música.

Ahogado estás, alimentando flautas

en los cañaverales.

Todo lo ves tras vidrios y ternuras

desde un Toledo de agua sin turismo

con cancelas y muros de especies luminosas.

¡Qué maitines te suenan en los huesos,

qué corros te rodean de llanto femenino,

qué ataúdes de luna acelerada

renuevan sus rebaños de espuma afectuosa a cada instante!

¿Te acuerdas de la vida,

compañero del sapo que humedece las aguas con su silbo?

¿Te acuerdas del amor que agrega corazón,

quita cabellos, cría toros fieros?

Te acuerdas que sufrías oyendo las campanas,

mirando los sepulcros y los bucles,

errando por las tardes de difuntos

manando sangre y barro que un alfarero luego

recogió para hacer botijos y macetas.

Cuando la luna vierte su influencia

en las aguas, las venas y las frutas,

por su rayo atraído flotas entre dos aguas

cubierto por las ranas de verdes corazones.

Tu morada es el Tajo: ahí estás para siempre

dedicado a ser cisne por completo.

Las cosas no se nublan más en tu corazón;

tu corazón ya tiene la dirección del río;

los besos no se agolpan en tu boca

angustiada de tanto contenerlos;

eres todo de bronce navegable,

de infinitos carrizos custodiosos,

de acero dócil hacia el mar doblado

que lavará tu muerte toda una eternidad.