Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

Poesía 1991-1999

J. A. Rauskin



con

El goce de lo cotidiano en la poesía de Jacobo A. Rauskin

por Ronald Haladyna



Cubierta

Portada





  —5→  

ArribaAbajoLa canción andariega

(1991)


a Helena, en harmonía


  —6→     —7→  

ArribaAbajoElogio de los caminos de tierra




ArribaAbajoMediodía


Abajo Es más amable la sombra
de un árbol, si el caminante
en ella pisa, descalzo,
la fresca sombra de un cántaro.
Entonces (la siesta es larga,  5
pero acorta los caminos)
vuelve la sed y se queda
con él un rato en sus labios.




ArribaAbajoAllá lejos

Por aquella época, coincidiendo con la juventud del autor, los arroyos traían un agua más clara, la ropa se lavaba en ellos y era menos vistosa, las mujeres sin ropa en el agua llena de manos de un arroyo eran iguales que ahora, también eran iguales que ahora las nubes, los molinos elevadores de agua y los techos de cinc para la lluvia. En aquellos lejanos días, el camino iba detrás del caminante, era su historia. Ambos, el joven y su joven historia, iban de un yuyal a otro, llenándose de las frutas de un árbol superviviente, un árbol que no se les había muerto de maleza ni de hacha loteadora. Allá lejos, la tentación, el señuelo y las trampas del horizonte; hacia más allá de allá lejos, las pisadas. Ya era bueno saber que entre yuyos verdecía la esperanza del caminante. Verdecía o yuyecía, según el caso.



  —8→  


ArribaAbajoEl ala negra


ArribaAbajo Sobre el campo y la fábrica
rural de azul recién pintada
los cuervos lugareños danzan
en ronda siempre atávica.
El viento juega, los embiste  5
y no comete abuso
de córvido discurso
diciéndote que son felices.






ArribaAbajoAzul de fábrica rural


ArribaAbajo Casi el campo, galpón de estilo establo.
A tiro de guijarro, peluquería
cerrada contigua
a sastrería
cerrada contigua  5
a la tierna hierba del crepúsculo.
Tan parco cementerio cívico se nutre
de bienestar fabril anexo
a pequeña ciudad dormitorio.
El patio es fábrica,  10
la esquina es un reducto camionero
y la basura
arde y cruje,
es basura de campo, basura vegetal.
Tras el humo de la limpieza,  15
tras el humo escobero de las hojas muertas,
el camino de tierra sigue
su rumbo conocido,
—9→
muy pocos mudos nuevos intercambian
señas o gestos  20
o saludos
y muy pocas, muy pocas nubes para lápidas dirían
que el viento por aquí no es un solitario.
Volvamos a la gente, volvamos
a María de la limpieza,  25
María limpiadora,
María limpia.
Dulce a ratos no deja de ser
el manso entorno de María,
pero barrer sin duda cansa  30
y ver barrer aburre sin remedio.
Patio en penumbra
de estibas y tinglados.
La hora en punto menos cuarto.
La sombra de María deja su escoba,  35
María marca en la pared horaria.
¿Hay prisa?
El sol es su naranja.
Y cae.




ArribaAbajoSordo a una queja


ArribaAbajo No oye un árbol la queja
del viento que me despierta.
Si aun así es digno de Céfiro,
Austro, Siroco y su séquito,
digno ha de ser de esta hoja  5
que no da, mas dice sombra.



  —10→  

ArribaAbajoCarta

Él miente, ella dice la verdad, aquel otro escribe su poema de amor y lo quema, yo vivo mi amor y escribo una carta sobre la lluvia. Cuando se va la lluvia, escribo sobre el agua llovediza de los charcos. En habiendo el sol secado todo charco, escribo sobre el agua en otra parte; el agua mansa en los ojos de un caballo, el agua mínima de los arroyos de viñeta. Debo ser seguramente un corresponsal de viñeta, un enamorado de arroyo, un individuo pluvial.




ArribaAbajoCierto ritmo


ArribaAbajo Gentil, perezoso,
no ajeno a un tambor.
(Debajo del puente
encuentra el arroyo
su sombra batiente  5
de tablas al sol.)




ArribaAbajoSanta simplicidad



ArribaAbajo Va dejando el arroyo
lugar para el olvido.

El arroyito manso
del verano y su idilio.
—11→

El arroyuelo breve,  5
sin anzuelo, con bicho

de luz en el otoño.
Ideal, no hay mosquitos.




ArribaAbajoVegetación en una tragedia


ArribaAbajo La madre de este campo es aún la selva,
amigo de un reptil aquí es el suelo,
los años de un arado son la herencia
y el hijo es matricida sin saberlo.




ArribaAbajoLa siesta en un pueblo

Sin que me diera cuenta se me fue la mañana, llegó el mediodía y el sol coronó de silencio los campos en los que verificaba yo la validez de algunos datos ofrecidos por el censo habitacional. Hice un alto en el camino, mordí una fruta y me dispuse a dormir la siesta ahí donde la siesta me había encontrado. En razón del carácter errante de mis ocupaciones no suelo ser exigente con los lugares que la Madre Naturaleza o la Tía Sociedad me deparan. ¿Adaptable? Intento ser fiel a mi destino. Y la siesta me encontró, una vez más, en Cuenca Cué, pueblo al que vuelve sauce un soplo del viento que siempre llora a orillas del río. Del resto de su tristeza, ni hablar: aparece en bloques, es imposible reducirla; que a ratos pase una lancha de excursionistas nada quiere decir; que se celebre una ceremonia nupcial apenas quita luto a esa gente. No siempre fue así. Hace medio siglo, que no es mucho tiempo para una   —12→   población, Cuenca Cué llegó a merecer los alegres honores de una polca. Canción más bien genérica, celebraba ella el encantador semblante y la amorosa disponibilidad de las cuencacueceñas. O tempora! o mores! Pido disculpas por esta locución latina cuyo contenido bien vale una salva de salivazos a mandíbula batiente, pero sólo la nostalgia, es decir la delicadeza que se resiste a partir, me permite, de cuando en cuando, permanecer unas horas en ese lugar.






ArribaAbajoEjemplos de conducta callejera y de otras manifestaciones al aire libre, incluyendo un tardío homenaje a la vida sedentaria


ArribaAbajoAnécdota de café

Las puertas de la ciudad (tales aberturas son también una ficción municipal) se abren mejor al olvido que a la memoria. Si además llueve sin que nadie vea el fin de la lluvia, que es como suele llover en esta época del año, no es raro que el olvido elija una mesa junto a la ventana. Hace unos días, pasaba yo una tarde lluviosa entre serpientes de humo y de café cuando asomó el olvido a la ventana. Nada me dijo, no hubo tiempo, sucedió y dejó de suceder en un parpadeo. Se me pegó a los ojos, la ciudad era una hermosa desconocida; se me despegó luego y era tan sólo una calle bajo la lluvia.



  —13→  

ArribaAbajoOpción real


ArribaAbajo El vellocino,
si venusino,
es triangular
y, desde Eva,
a gruta o fruta  5
tira con fuerza.




ArribaAbajoEnvío en un jardín

Callada, una rosa vive de veras, vive sin querer oír elogios en un jardín de mecedoras y, en general, césped bajo los zapatos. Vuele a ella otra flor de fiel silencio. Pétalos, no palabras, digan y sean el envío sin fatua o triste o vana gloria.




ArribaAbajoSobre una orquídea


ArribaAbajo Afín a ella, la luna
clara y esquiva del alba.
(Siendo celeste satélite
es a su modo parásita.)




ArribaAbajoLazo divino



ArribaAbajo Mis horas hoy celebran
las nupcias naturales
del sueño y la pereza.
—14→

Oscura, cuando el viento
arde, silba y se apaga,  5
dormita la cigarra
feliz de estar ahí.

Si un rato se despierta,
su canto es otra siesta.




ArribaAbajoHistoria natural y callejera


ArribaAbajo Arbolito esquinero
entre piedras creciendo
(y entre sales
de seres minerales)
con gato y lagartija.  5
Al saurio modo menor
y de felina manera mínima
su alabanza dicen
al sol.




ArribaAbajoNadie sabe nada


ArribaAbajo y siempre sale el sol
ídem el martes ídem el jueves ídem el vuelto
del almacén con caramelos
ídem biberones
beibidoles ídem  5
ídem robacoches diurnos
ídem la luna
—15→
sobre unos pocos
y lentos
kios  10
keros




ArribaAbajoFrutas eróticas



ArribaAbajo La manzana mordida
de espaldas a su pera.

Esa pera de nalgas
al ojo ya lo enreda.

Dicha manzana cambia  5
de lugar y sus dientes
continúan la marcha.

Naturalmente siguen
machucadas guayabas.

Con sabor a himeneo:  10
duraznos, frescos mangos.





  —16→  

ArribaAbajoInvierno en la sala de estar de balde o un tardío homenaje a la vida sedentaria


ArribaAbajo leño del árbol
dormido ardiendo
       quizá silencio
       tal vez blablá
frío en los vasos  5
iglú en el hielo
       flores de cret
       ona de sof
       á de sofá.


ArribaAbajoEl filo de la sombra

La tristeza del atardecer es un secreto a voces, a muchas voces. Lo saben la s avispas en una estatua ecuestre y lo cantan los pájaros en esa misma plaza o en otro árbol de igual valor comunitario. Aquí, allá y en su charco natal, lo acepta un sapo. Un grillo lo puntea en una guitarra para insectos (puede ser un laúd tomado en préstamo de las páginas de un bestiario) cuando cae, inevitable y certero, el filo de la sombra. Sólo el hombre busca razones para no estar triste. El hombre, inventor de su alegría.




ArribaAbajoOminoso


ArribaAbajo Al azar de la calle, al tuntún de los pasos
y en la defenestrada intimidad de su patio,
siempre desgracias ladra, perro de infame amo.



  —17→  

ArribaAbajoIlusión de buena eternidad

Un día fue (otro ayer será mañana) y entre lindas casas limpias parte el sol. Inútil preguntar a nadie la hora que sin duda es, todo número miente cuando unos ojos se encuentran con una tarde que se va y no termina de irse.




ArribaAbajoAdán de barro y nostalgia


ArribaAbajo Frente a miríadas de Mónicas de moda, que a Max,
que a Liz, que a Pierre acatan y padecen,
pienso en Eva, divina desnuda instantánea.




ArribaAbajoEl milagro económico


ArribaAbajo Un cántaro, una Venus
obesa en forma de aguamanil,
un plato pro muro, piezas
notables en suma
no por su arte  5
o tosca o muda artesanía.
Este nombre les cae bien:
cacharros.
Nacieron por milagro.
Son un milagro del barro,  10
son el barro del cual se hace el pan.



  —18→  

ArribaAbajoVillancico de rotonda

La infancia limpia (para brisas, vientos) viaja lejos, muy lejos a pesar del tráfico demorado en una esquina.

En esa esquina, la minoría de edad, curiosamente representada por un niño y no por sus padres, busca una moneda.

El niño la encuentra en una mano y se aleja, la infancia decide permanecer un rato aún junto a esa mano, craso error en nochebuena.

Craso error porque la infancia se convierte entonces en un estorbo para el tráfico, en un cuento de navidad o en un villancico de rotonda.






ArribaAbajoConocidos


ArribaAbajo Callejera gente
en tránsito siempre.
Tras breve saludo,
«Vamos» dice uno.
«Listo» ya responde  5
otro y se dispone
con opuesto rumbo.




ArribaAbajoAsfalto y tolerancia

El cielo es alto, cualquiera diría que hoy es más alto que ayer, más alto aquí, más alto ahora. Pero tanto hic et nunc es sospechoso y debemos volver a las verdades fundamentales: el cielo no crece, la distancia entre el cielo y la tierra es siempre la misma, la gente de la calle es la gente de costumbre, la calle termina en un muro y la gente de costumbre no termina   —19→   de pasar por esa calle. Mucho más no sé. Diré que una estrella de mil puntas (es la estrella belenita de la tarde) sale justo sobre el muro. La nuestra, ya lo habíamos dicho, es una calle de costumbre, aunque también se puede decir que es una calle de asfalto y tolerancia pues el comercio sin puertas coexiste con las puertas de muchos bazares. Y en este inacabable atardecer, en esta víspera de los Reyes Magos, todo es materia prima para Gaspar, Melchor y Baltasar. Todo es goma de pelota, trapo de muñeca, todo es plástico de flor. Sobre sandalias cruzadas con juanetes pasa una procesión laica de mujeres íntimamente religiosas. Pasa una procesión igualmente laica de hombres que acompañan a sus mujeres. Es una típica procesión mixta de compradores de juguetes.




ArribaAbajoDe tu estampa colonial



ArribaAbajo Paz
y regreso
a la siesta del gato.

Es decir alero,
sol y sombra,  5
helechos.

Es decir zaguán
y pensar piyama.

Es decir desierto
plus palmera  10
enana enmacetada.

Plus cactus.





  —20→  

ArribaAbajoCantilena fluvial


ArribaAbajoUn saludo


ArribaAbajo El río no devuelve sino arrugas
a quienes, por mirarse en él, no lo miran.
Amable es un estanque, piensa Narciso,
y el tufo de costumbre lo saluda.




ArribaAbajoEl eterno retorno


ArribaAbajo ¿No es un río el olvido?
Lo es, cuando regresa,
lento y manso entre peces,
a su cauce y su madre.
Entonces, otro espectro,  5
otro anfibio habitable,
otro rancho del frío
y del río en bajante
contra el viento aparece.
En él, un ribereño  10
cíclico, también terco,
pisa limo y no tierra,
aunque asome, a veces,
algún sol en terrones
enterrado en el techo.  15



  —21→  

ArribaAbajoSinónimos y fotografías

El embarcadero desierto nos devuelve al atracadero vacío y el muelle resultante nos deja en un carcomedero lacustre de tablas y sogas. Queda un cuervo en la ventana. Y una nube. En las aún portuarias aguas flota la sombra de un edificio que ya fue. Es, era el Frigorífico Regional Nº 2. El dinero manaba de aquel patíbulo pecuario. Hablo del circulante histórico, de los billetes de otrora.




ArribaAbajoHeraclitiana

Apenas miente quien dice: «El río es otro y el mismo». Aguas arriba, los buscadores de oro envenenan a los peces; aguas abajo, los peces son más ecuánimes, envenenan a cualquiera.




ArribaAbajoLa variación inmobiliaria



ArribaAbajo Rancho intacto a la vera
verdiaguada del río.
(Puede ser acuarela.)

Rancho recio de paja
y ejemplar telurismo.  5
(Si no postal, pancarta.)

Rancho viejo con bichos,
¿con Chagas? (El martirio
de sus días acaso.)
—22→

Rancho fresco a la sombra  10
canoera de un árbol.
(Donde ya rema el remo
puntual del contrabando.)




ArribaAbajoSome day

Algún día, cuando mi río sea el Ganges, he de hablar de las aves y los peces del río. Me ocuparé de picos y plumas, de agallas y escamas, de branquias. Naturalmente, me ocuparé más de los peces que de las aves. Peces pequeños, ágiles devoradores de minúsculos peces aún más ágiles; grandes peces, virtuales paradigmas de la población en general. No he de hablar de la población en general y haré feliz a mi prójimo.






ArribaAbajoCrónicas


ArribaAbajoEl transemiliano

Ningún lugar es tan encantador como aquél donde fuimos felices en otra época si es que, creyendo que ha de volver también la dicha, a él volvemos un día. Fiel a esta superstición, volví a... (los puntos suspensivos no sirven aquí al deseo de omitir el nombre de aquel sitio sino al de invitar al lector a que éste imagine ahora un paraje) donde fui feliz.

Durante las primeras semanas, incluyendo la de Pascua, reconocí los amables y añosos árboles, bañeme en el servicial arroyo lavandero, oí pájaros y busqué en el rostro de   —23→   alguna gente alguna gente que yo conociera de antaño. La dicha no vino y, en cambio, ciertos moradores comenzaron a verme con malos ojos. Lo atribuí a la envidia: holgaba yo todo el tiempo y ellos lo hacían sólo los domingos y días de guardar.

Un factótum lugareño, del tipo que los periodistas de exiguo léxico llamaban sátrapa, se acercó una mañana y me preguntó si yo era fulano. Respondí que tal era mi nombre y pregunté a mi vez cómo lo sabía él.

-Yo sé todo- dijo, y siguió su camino.

La dueña de la casa donde fui alojado se debatía entre la urgencia y su gratificación. En las noches que siguieron a la del Domingo de Pascua recibía ella, con repetido y repartido gusto, a dos hombres que intercalaban las visitas y también su muy intercalable propósito. Además, ella había comido carne el Viernes Santo.

Se me ocurrió entonces que el paraje en cuestión era un puro cruce de caminos. En esta mi ocurrencia, nadie era natural de ahí; los pobladores habían llegado en busca de la dicha que dejaron bajo esos árboles, como yo, o bien esperaban salir del pueblo para trasladarse a otro donde habían sido felices alguna vez. Una tarde -ya me había resignado yo a no encontrar la dicha donde ella me había encontrado en otra ocasión- tomé el tren de vuelta.

Mi compañero de viaje prefería el silencio a una posible conversación conmigo. En los asientos de enfrente, dos mujeres, madre e hija, reservaban su locuacidad sólo para ellas. Así llegó una intratable noche y comenzó la historia de su larga oscuridad. El tren no tenía luz propia, la tomaba en préstamo de alguna quemazón de los campos, de una linterna encendida por un pasajero que buscaba alimentos o de una luciérnaga en un pajonal. En el mínimo andén que es la sola plataforma de innumerables estaciones -siempre estábamos   —24→   dejando una para entrar en el campo adyacente a otra- sólo había una lámpara de kerosén donde la electricidad había encendido la suya años atrás, diez por lo menos. Nunca supe a qué atribuir el apagón que se vivía en todo el país, quizá tuviese la culpa un tapir ahogado en la represa de turno. A ratos, la luna corría delante de los rieles, como en una novela. O aparecía como en estos versos de Emiliano R. Fernández:


Novela de una noche
de luna esclarecida.



Esclarecida porque, de tramo en tramo, que es como decir de capítulo en capítulo, las nubes la dejaban ver.

Ese tren -El Transemiliano- parecía no llegar jamás. Como, desde luego, la impaciencia por llegar no es pasión que se domicilie en mi persona, dormí largo rato. Desperté en un sitio bien conocido por mí: el andén de la penúltima y desierta estación antes de la de mi destino y fin del trayecto. Cuando desperté, el tren no estaba en movimiento. No vi pasajeros en el vagón -llamarlo coche sería vana gentileza- ni en los otros vagones a los que subí para enterarme de lo que había sucedido. Subí después a la locomotora. El maquinista me informó que el tren no daría un paso más: la máquina había soltado todo su vapor. Pregunté al ayudante del maquinista dónde estaban los pasajeros.

-Por ahí -respondió, y sólo se veía la noche.

Dije gracias, pero pensé otra cosa. Al amanecer llegué a destino. A pie, naturalmente.



  —25→  

ArribaAbajoUn rostro para el olvido

Sabía que, más tarde o más temprano, habría de encontrarme con Juan Ramón Jiménez. De modo que no pensé mucho en tal posibilidad que para mí tenía el cariz de una casi certeza. Después de la gran inundación, después de la evacuación y tras el lento descenso del río, él habría vuelto a su tierra natal -que no es valle y sí pradera- entre Corrales y Cuenca Cué. En uno de esos parajes pastoriles habría de encontrarme con quien, siendo un homónimo del conocidísimo poeta, jamás había leído una página entera en verso. Ahora paso a contar algo que no puede producir sorpresa: hace un par de semanas he vuelto a ver a Juan Ramón Jiménez.

Lo encontré a orillas del río. Mi amigo dominaba la escena desde una posición cómoda. Sentado en la hierba, había confiado su reposo (o meditación u observación) a la humilde sombra de una frutal y anónima planta arbustiva. Irradiaba indiferencia, olvido. Se diría que era él una humana instancia del paisaje que, entre Corrales y Cuenca Cué, vegeta sin fotógrafos. Cuando tomó conocimiento de mi presencia, se puso de pie, me estrechó la mano y me dijo:

-Gusto de verte.

Pasaba la primera parte del encuentro, de cuyo diálogo acabo de transcribir una frase trivial, inevitable fue que recordásemos la última gran creciente del río, la del año anterior. Inevitable, digo, porque cerca de ese sitio habíamos conocido la ira de las aguas y porque, en la mañana de nuestro nuevo encuentro, aunque remolón a causa del estiaje, subía el río el Acero Criollo, buque mercante y, ganadero a bordo del cual nos habían traído víveres durante la inundación del año anterior y a bordo del cual también nos evacuaron con tal motivo. Así, mientras el barco subía el angosto y lento río   —26→   que teníamos frente a los ojos, la ribereña gente de Noé descendía un río interior, el torrentoso y raudo río de la memoria. Eran evacuados y damnificados, eran diluvieros o náufragos, eran almas destechadas por la lluvia y por el agua de mil canoas bajo la lluvia. Como estas almas venían de un gran desmadre del río al calmo río que, mientras conversaban, miraban dos amigos, caían ellas en su mención recordatoria con todo el peso del caso aunque, es preciso admitirlo, sin toda la fuerza de las circunstancias. Quiero dar a entender con ello que unos meses habían bastado para que el río descendiera y para que el otro río, el castigado río de la memoria, mitigara el doloroso paso de sus aguas. Entonces, entre una y otra faceta de la conversación, mencioné a Jiménez un episodio que extraje de lo tumultuoso e inundable de nuestra experiencia.

Esperaba que no lo hubiese olvidado. De manera sumaria, recordé a mi amigo que, durante la inundación, cerca de una boya de rara luminosidad, había visto yo un rostro de un color como el de la cecina, flotaba el rostro entre las burbujeantes y encamalotadas aguas. Luego recordé a mi amigo que, bajo una lluvia que entonces tenía dos semanas de caer por lo oblicuo y oscuro del mundo, varios de los que estaban con nosotros a bordo, incluido el baqueano del Acero Criollo, vieron ese rostro. Y el baqueano no perdió tiempo: arrimó la embarcación a los camalotes entre los que, a la providencial y enigmática luz que parecía venir de la boya, boqueaba el hombre en espera de que lo rescatasen. Ahí lo rescatamos.

-Si le vi, ya no me acuerdo -atinó a decirme Jiménez.

Le pedí a mi amigo que hiciera un esfuerzo por avivar la memoria y proseguí -como ahora- con los aspectos esenciales del relato de aquel hombre. Nos dijo él que la inundación lo había atrapado aguas arriba y que no sabía cuánto   —27→   tiempo llevaba en el río. Pidió comida. Al rato, la sinceridad lo llevó a confesar que tenía más sueño que hambre. Habló todavía antes de quedarse dormido y así supimos que el hombre había remontado el río en busca de oro. Aguas arriba, nos refirió, en un lugar que a veces llamaba Siete Lagunas y a veces Pantanal, había ganado y perdido mucho dinero. Últimamente (es la palabra que usó) había perdido a su rubia. Después aclaró que su rubia era una pepita del divino metal y que dicha rubia era todo cuanto él tenía.

-Francamente -dijo Jiménez-, no me acuerdo.

Ya me parecía injusto que se olvidase así como así a un compañero de infortunio y ya me preguntaba yo por qué sería tan magra, triste y culposa la memoria cuando Jiménez recordó nuestra afición al juego. Los naipes eran un pasatiempo sin límite de tiempo durante el fluvial, pluvial e inacabable azote.

-Nos gustaba el tute -dijo con una entonación curiosa, quizá nostálgica.

-Y el truco -agregué.

En realidad, a bordo del Acero Criollo jugábamos por el puro valor de los granos de maíz que hacían las veces de fichas: la inundación nos había dejado sin dinero. Durante una enredada partida de truco (los naipes tenían un rostro tan borroso como el de los jugadores bajo la lluvia) vi entre los camalotes aquel rostro de un color como el de la cecina.







  —28→     —29→  

ArribaAbajoAlegría de un hombre que vuelve

(1992)



Me rozo con un núcleo crespo de muchedumbre
que viene por la carne, la fruta y la legumbre.


Rubén Darío                


  —30→     —31→  

ArribaAbajoAlegría de un hombre que vuelve


ArribaAbajo Inopinada, sorpresiva, febril y taxativamente,
quien no fue mártir ni soplón
ni dio su labia al barrio en mucho tiempo,
camina entre fachadas familiares.
La realidad, tutora de tantos viajeros afortunados,  5
lo devuelve a su casa natal.
Sigue por una calle cortada, todavía comercial en tal tramo.
Saluda, se demora, compra frutas.
Feliz, feliz ahí
donde la calle es cuna y el mercado es casa.  10




ArribaAbajoMe acuerdo

Los años en el viento se arremolinan de pronto sobre una calle. La luna sigue ahí, tan esquinera como siempre. Y con la luna, un árbol. Mucho más no hay ni hubo. El café murió, también el cine, el kiosco ya se fue y el mendigo adosado al kiosco cambió de manos.




ArribaAbajoDelicadeza oriental


ArribaAbajo Miraba Simbad la luna
metida en su perla negra.
(La noche es perla, si pisas
el mar que duerme en la arena.)



  —32→  

ArribaAbajoExilio

A pesar de lo breve de sus apariciones, el sol deja un recuerdo y otro y otro más en la ciudad laboriosa, triste y austera. Lo recuerda el gris de las nubes, lo recuerda el grisante azul de la paloma gris. Lo recuerda, por extensión, el gris en un periódico y el gris en un roedor portuario, el gris en un sombrero y el gris con grillos.




ArribaAbajoPersonaje


ArribaAbajo Al sol saluda,
sí, con un pensamiento
mientras, huraño arrepentido,
suma su voz
al coro de los buenos días.  5




ArribaAbajoInfancia

Los techos de la calle por donde pasa el tren sueltan palomas al alba. Cede la aurora, el día crece con las palomas y, una vez más, un tintineo de latas anuncia leche y pan. Palomas y blablá de lechero, palomas y carrito panadero, palomas de abril (casi de mayo) el 30 de abril de 1947. Es un día probablemente hábil, salen también los niños. Los niños de Moloc o de Morínigo, los niños de la paz o de la guerra civil circundante.



  —33→  

ArribaAbajoVagabunda


ArribaAbajo Camino de la noche,
de un bar, una terraza,
la dulce brisa pasa.




ArribaAbajoEl invierno en una viñeta

Débil, lánguido y lírico sol. Tiene por cima la cresta de un gallo en un talud donde ha caído, esparciendo lo que llevaba, un carro de mudanzas.




ArribaAbajoPiropo frustrado


ArribaAbajo Si no fueras tan obesa,
tan de flan en cualquier mesa,
querube fueses, queruba,
gran queruba, querubona,
divina querubimbina,  5
encanto, querubombona.




ArribaAbajoCanción

Se fue, se ha ido la lluvia. En mínimos huertos, en patios ínfimos, en jardines francamente empantanables y en aceras usurpadas por baldíos, el gorrión la recuerda.



  —34→  

ArribaAbajoPeople


ArribaAbajo uno mira y mira detrás
    de la gaseosa de turno
    ¿y qué encuentra? labios
       barrios enteros
       de labios sedientos  5




ArribaAbajoBella

Mecida por el amor a las hojas de una siesta en el viento. Bella de alero y mecedora, bella con sueño, bella en un dormitorio a medias jardín.




ArribaAbajoJusto al cruzar la calle


ArribaAbajo aguacero con viento
    apenas unas gotas
    unas gotas que no terminan de caer
       terminan de caer con hojas




ArribaAbajoLa mesa familiar

Como suelen, a cierta distancia, parecerse una naranja y una mandarina, el sol de un dulce día de otoño se parece al dulce sol del día anterior. La mesa familiar robustece tal semejanza. A la hora del almuerzo, cuando la luz descubre las arrugas del mantel, la conversación borra el rostro de las frutas.



  —35→  

ArribaAbajoMujer al paso


ArribaAbajo señorita quizá señora de buena presencia
    en portón con cadena y candado
    casa de alero y poco patio
       casa no sé de quién a lo mejor murió




ArribaAbajoMonstruo y pájaros

Desarraigó, cíclope ruin, un árbol. Lo alza, luego lo deja caer. Quedan en pie otros árboles, pero muchas plumas, muchos picos, muchos tristes juntos vuelan.




ArribaAbajoNuevo fragmento presocrático


ArribaAbajo ¿Beber? Te bebo, luz divinizante
y, si en el pan, también me nutres.




ArribaAbajoXavier

Antes de abandonar el camino, la niebla obsequió al joven con un poco de sol. Enseguida cambió el viento y quedaron en su sitio los perfiles del río: club, banderas y trofeos. Pensando acaso en la cambiante forma de las nubes pasó una hora. Y la media mañana lo encontró alejándose de la orilla, nadando a brazo partido. Se ahogó ahí, a la vista de todos.



  —36→  

ArribaAbajoSong


ArribaAbajo tejas caídas esquiva el pie
    y ramas pisa y hojitas en
       calles per
       didamente otoñales




ArribaAbajoPlumas

El gorrión de todos los días canta un instante en la ventana de costumbre. Luego se aleja y canta en el viento, en la rama de un árbol, en patios. Canta en cualquier lugar, canta en jardines deteriorados por años de intimidad con sapos y culebras.




ArribaAbajoEl ideal comunitario


ArribaAbajo Ni yo ni tú ni usted ni él.
Ni vos, que ya es mucho decir.
Sino todos. Siempre juntos,
juntitos al pie de la fuente
del hidrodólar y el saunaflex.  5




ArribaAbajoPequeña ciudad después del diluvio

Por olvidados cauces de lluvia como calles brotan pimpollos, la hierba ya verdea, sale otra vez el sol y salen camiones de carga para pasajeros.



  —37→  

ArribaAbajoLuces


ArribaAbajo Faro, fanal, antorcha,
cerilla temblorosa,
sol interestelar
o pluriplanetario, nada,
nada como la luz  5
amante de unos ojos
enamorados.




ArribaAbajoCéfiro

Al pie de un árbol, entre muchos de parecida sombra y similar arraigo, la siesta me cierra los ojos y, casi siempre, veo las formas de mi sueño. Un día, cierro los ojos, no duermo y se me acerca el viento con un arrullo, con un lento ronroneo, con un suspiro de quién sabe quién. Amable, me digo, es este viento. Insiste en ayudarme a soñar, aun cuando no duerma.




ArribaAbajoLavandera



ArribaAbajo Oscura, si es que peina
o trenza sus cabellos
cuando devuelve sombras
el agua no muy lejos.

Oscura, si se tiende  5
bajo idéntico cielo
después de haber lavado
la ropa o su pretexto.
—38→

Y clara cuando huye
y vuelve en un recuerdo  10
que al vadear el río
tropieza con su fuego.




ArribaAbajoContinuidad de la especie

La llanura era un charco, era un resto de sol y era el salto de los sapos. Poco a poco, la oscuridad se apoderó de los árboles, de alguna roca y de la hierba que a flor del agua era más pasto que agua. Entonces aparecieron tres o cuatro caballos. Aparecieron es un decir, siempre estuvieron ahí.




ArribaAbajoSobreviviente


ArribaAbajo Cientos a coro cantan al héroe de la tribu.
Lo hacen cada vez mejor sin mí
mientras yo cruzo algún saludo
y dos palabras con un indio que conozco.
Oscuro aborigen ubicuo  5
y, con razón, urbano.
Ya fue carne de selva y choza, de toldería,
opinable sujeto de cueva y antropólogo.
Ahora es indio de bar,
de almacén, indio de ferretería.  10



  —39→  

ArribaAbajoMañanita

La vieja lleva un haz de leña sobre la cabeza y tiene un cigarro sin encender entre los labios. Cambió el arte, pienso, pues ya no la representa, pero no cambió ella. Y sigue su camino: va por la parte baja de la cañada, a ratos moja el pie en el agua del arroyo.




ArribaAbajoUn pueblo antes de la escarcha


ArribaAbajo Entra el campo en las casas,
por los adormecidos patios entra.
Entra con una vaca y una mula,
con un caballo sin arreos entra.
La noche es larga, hueca y larga;  5
el frío viene de las estrellas.




ArribaAbajoAlmacén

Se llama La luna. El gusto de su propietario impuso las paredes de tabla. Entre las piedras del paraje cerruno y cerril donde se alza tan servicial establecimiento, nada es más cálidamente nocturno que la madera bajo una lámpara. Así mismo, el nombre de este lugar es un homenaje a quienes vienen por la noche y por un vaso de caña.



  —40→  

ArribaAbajoOfrenda


ArribaAbajo La villa es ágora y monte;
la calle, también mercado.
El pueblo es semialbañil;
el vulgo, microempresario.
Señora de mil baldíos  5
convertidos en mil patios,
recibe ahora en ofrenda
estas frutas del verano:
sandía, melón y mango.




ArribaAbajoCarnicera nocturna

Arbolito del patio, luna del gallinero. Bidones elude, sifones y fardos elude la intrusa, la pura intrusa al pie del muro. Tristona si nos mira y, comadreja al fin, triste si nos teme. Casi humana después de un puntapié.




ArribaAbajoEsculturas de Hugo Pistilli


ArribaAbajo Cuando no quiere el hierro
ser hierro ni madera
ni barro ni sufrida
piedra bajo el cincel,
¿qué es sino una idea  5
que en el aire su suerte tienta?
Se alza, se eleva.
Y un aire generoso,
fraterno con el hierro,
lo ciñe, casi lo sustenta.  10



  —41→  

ArribaAbajoOficio

Cada uno tiene sus artesanos, a quienes beneficia. Cada uno tiene sus carpinteros y tejedoras, sus plateros y aprendices de lo que sea. En cuanto a mí, apenas desentono: el oficio que nunca terminaré de aprender cabe en esta página.




ArribaAbajoMister Gold, artífice del fin del mundo


ArribaAbajo Quizás nació en Tasmania, no sé porqué lo digo.
Sé que fracasó en mil países, él mismo lo admitió.
Amigo de los ríos, nada siempre que puede.
Nada en el Éufrates, en el Elba,
en el Rin de las endechas,  5
nada en el Támesis penosamente reciclado;
Mister Gold es el oro que nada
en el verde Orinoco inacabable
y en el bilingüe Paraná.
Aquello que tus oídos no quieran oír, de sus labios lo has  10
       de saber.
Aquello que tus ojos no quieran ver, sus
       palabras te lo mostrarán.
Sus palabras dejan atrás los valles últimos de
       la buena tierra, atrás los basurales,  15
atrás la gesta de todos y de nadie,
atrás los puentes donde mueren
de plomo filantrópico
tantos mendigos.
No le creas, no, no le oigas, tápate las orejas  20
       con fuerza de manotas
—42→
porque la nuestra es otra historia.
No viene al caso ahora:
es otra historia de Simbad y/o Darwin.




ArribaAbajoPájaro legendario

Iba y venía con el viento cuando apareció entre nosotros. Algunos dijeron que venía de Colombia, otros de Ceilán. (Así se llamaba entonces la isla del té.) Era hermoso, era increíblemente hermoso. Lento descenso, desmemoriado vuelo. Vino a conocer la sucia tormenta de una tarde, a demorarse un instante en los amarronados árboles callejeros.





Indice Siguiente