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  —109→  

ArribaAbajoPitogüé

y otras hojas del cancionero, ofrecidas con el retrato de un músico, la concesión de una sombra y el adiós a un ángel


(1999)



Ya no me importa ser nuevo,
ser viejo ni estar pasado.
Lo que me importa es la vida
que se me va en cada canto.


Rafael Alberti                


  —110→     —111→  

ArribaAbajoPitogüé


ArribaAbajo Yo te canté, pitogüé,
y quisiera seguir haciéndolo.
Yo te canté sin traductor, sin benteveo español.
(Regional, el guaraní de las aves
nos da un poco de aire para que vuele tu nombre.)  5
Canté la rama donde cantas,
el borde de la canaleta donde cantas,
el techo de la casa donde siembras
tu siempre tan hogareño canto.
Y la mano, canté la mano de la mujer que acaricia  10
su vientre
cuando le anuncias que muy pronto será madre.
Así, así será, porque sabes
a quién le anuncias nacimientos
y a quién, para mirar al cielo,  15
le abres caminitos en el aire.




ArribaAbajoVillalejos

Aunque la leña se ha vuelto escasa y las manos vendedoras de carbón vegetal se han ido, sigue el fuego en las cocinas de leña y en las de carbón. Este dato ya permite imaginar las casas y las calles y, francamente, no deseo apartar a nadie de los caminos de su propia imaginación. Diré tan sólo que un rato sopla el viento y un rato habla en sueños la brisa.



  —112→  

ArribaAbajoTestimonio


ArribaAbajo El techo roba cielo
a los ojos que miran a un árbol.
Y la pared es todavía blanca.
Y la ventana es el apoyacodos de una sombra.
Grabo, sigo grabando la casa  5
en la madera del grabado,
en el papel del poema,
en los días y en más de una noche eterna.
Quiero dejar el testimonio de un tiempo íntimo
y a la vez escondido:  10
el puro atisbo de una casa,
un árbol, una sombra.




ArribaAbajoAceptación

Entre las sombras de su cuarto y el silencio de su calle, la ventana acepta unos labios contra el vidrio. Acepta un pezón erecto, una mejilla pálida. Acepta unas flores y ofrece el susurro de una blusa.




ArribaAbajoEncantamiento para enamorados


ArribaAbajo Labios a los que va cerrando la telepatía,
sabroso encuentran el último beso de la noche:
«Que duermas bien, mi amor».
Y duerme el amor.
Mil años después, ¿un jueves?, despiertan los enamorados  5
y descubren que el rumdo no es más viejo ni más joven.
—113→
Las nubes son las mismas
y la ventana tiene pájaros en un árbol.




ArribaAbajoLa bella Inés


ArribaAbajo Ah, belleza de ayer.
De un ayer más que arcaico,
un anteayer de ayer.
Ella, la bella Inés,
era delgada entonces,  5
tentadora también.
Yo me cuento entre quienes
admiraban su cuerpo.
Ese cuello, esos labios.
Y el andar, el meneo,  10
el sensual taconeo
que invitaba a seguirla,
con los ojos siquiera,
en reuniones, en fiestas.
¿Qué pasó? ¿Se casó?  15
¿Divorciose? ¿Sí? ¿No?
No es jamona ya viuda
ni abuelita feliz.
No es mujer de un simposio,
sino miss, siempre miss.  20
No la enreda este tiempo
lineal, vulgar, sin gracia.
Vive un tiempo redondo.
No se sabe muy bien
si es redondo y oscuro  25
o claro y circular,
si ha venido a quedarse
—114→
o a llevarla con él.
Por de pronto, da vueltas;
es un tiempo y un trompo,  30
un violín, otro vals.
Y ella, ágil y bella,
bella de ayer, de siempre,
busca un punto de apoyo
en el hoy transitorio.  35
No un bastón, desde luego.
Un quitasol, quizás.
¿No la ves elegante?
Yo la veo anacrónica,
amable y anacrónica,  40
paseandera, jovial,
con sus finas maneras
o sus buenos modales,
su gimnasia, su dieta
y su higiene mental.  45




ArribaAbajoLugarameno


ArribaAbajo Oír, oír a un pájaro, al viento,
a un arroyito dulcemente siestero,
dispuesto a largas confidencias.
Árbol y sombra para dormir un rato.
Flores azules en la siesta.  5
Y ternero manchado y toro blanco
e hierba, sol, el mu de muchas vacas.



  —115→  

ArribaAbajoConfesión de una sombra

Años llevo de amar a los árboles. Además, soy bucólico todas las veces que puedo. En otro tiempo, imaginé una égloga en la cual una ninfa era libre de irse con quien ella quisiera y no precisamente con el pastor impuesto por la tradición, la rima o las circunstancias. Amar a los árboles, creer en una vida libre. Sé que no tiene mucho sentido relacionar la libertad con los árboles, excepto por aquello de la vida al aire libre. Sé que tampoco sirve de mucho dejar el campo a cambio de unos días deshojados en un parque, una plaza, un patio. Cuando la ciudad era más aldeana, el campo quedaba cerca y en el camino se veían huellas pequeñas y oscuras, de perro; más grandes, de caballo, de mula o de burro; se veían surcos de carro, de carreta, y hondas pisadas de buey. Seguía yo el camino hasta llegar a una llanura donde todo era pasto y lejanía. Nunca entré en ella. Ahí, junto con la frescura de un árbol, el paraje ofrecía un agua dulce a mi fatiga, bien que no a mi sed. A la vera de aquel arroyo, solía yo sentarme, tenderme. Si alguien aparecía, nos decíamos unas palabras y luego cada cual regresaba, naturalmente, a su silencio. Era un lugar propicio para el silencio del que se nutren, aún hoy, casi todos mis recuerdos de la vida que duerme en el paisaje. A la vuelta, se demoraba en mí la tarde y se perdía, fuera de mí, el solitario atardecer. Quien ahora te habla era entonces una prolongación pedestre de aquel arroyo.




ArribaAbajoEl amor y el mal tiempo


ArribaAbajo Bajo tantas y tantas hojas caídas
no se te ven los pies ahora.
Haré luego el elogio de las hojas
—116→
que arremolina el viento cada vez con más fuerza.
Acéptame estos versos, mientras tanto.  5
Celebran un sendero entre los árboles
y tu talle ceñido por mis manos
y el calor de un instante y tu voz
y esa manera de callarte como si fueras
a responderle con un suspiro a la tormenta.  10




ArribaAbajoTareas tan inútiles como la poesía


ArribaAbajo El río crece, el tiempo no ayuda.
Rema, rema la luz bajo la lluvia.
Que me perdone quien se sienta herido,
los inundados son del río, de nadie más.
Clavan techitos de multiflex,  5
de flexipor, paredes
de un más que servicial cartón
o se dan por entero a otras tareas
que de por sí tampoco arreglan nada.
Y justo cuando nada se arregla,  10
cuando la noche habla de tregua
y enciende su esperanza, su lámpara
de veinticinco vatios gratuitos
en un barcito de morondanga,
se vive un apagón, se oculta el río,  15
se oculta la ciudad que ocupa el río.



  —117→  

ArribaAbajoBreve historia de amor

El primer milagro es vivir, el segundo es tener de qué vivir. Y la nena se recibió de maestra, pero no tiene escuela ni grado ni promesa siquiera. Difícil magisterio, lo dejaría de lado. Sin embargo, lo deja simplemente por algún tiempo. Se vuelve entonces animadora de fiestas infantiles y programas afines. ¡Y cómo se enamora del payaso con el que hace un dúo! Pronto tienen un niño propio, ya no dependen de la alegría ajena.




ArribaAbajoNana


ArribaAbajo
niño de pecho al pecho
una blandura de mujer una dulzura de voz
una senda igualmente femenina
techos y una ventana abierta y clavos y copas
una tetera con su rayo de luna
 5
una canción de cuna




ArribaAbajoDesde el tejado


ArribaAbajo Mira el gato a su estrella
caída en el jardín: sorpresa.




ArribaAbajoLa noche


ArribaAbajo Cincuentón, pronto sexagenario,
sin prisa, sin tugurio a modo de oficina,
dejo hablar a los años en Arcadia.
—118→
Al viento dejo hablar,
dejo hablar a la noche donde quiera  5
mi temblorosa estrella
que algo también en mí se estremezca.
La noche pide pan, pide vino.
Pide más, pide un pedacito de muslo
y sienes pétalos y pezones flores.  10
Quiere el cielo y la tierra.
Quiere constelaciones.
Quiere la flor del sexo, la pide
con la orquídea que sirve de rima y nexo.
Y el amor la confunde como siempre.  15
Y el amor la ilumina con un beso.




ArribaAbajoLuciérnaga


ArribaAbajo La sed en un vaso,
el vaso en la mesa.
La ropa en un clavo,
el clavo en la puerta.
Con nubes, la luna;  5
la ventana abierta.
Y tú, vagabunda.




ArribaAbajoVagabunda


ArribaAbajo Muéstrate más, no seas intratable,
luciérnaga flamígera y versátil.
La luna sólo muestra sus arrugas,
que son pocas, en la ventana rota.



  —119→  

ArribaAbajoLa luna en la ventana


ArribaAbajo Esa nube tan grande, tan lenta,
tan enemiga de la luna, pasa.
Ella, la que creíamos perdida, nos mira.
Súbita, simple, sencillísima luna
redondamente recobrada.  5
Tiene la altura de un tejado,
la brisa, el sueño
y la florida sombra de un árbol,
sombra que viene a ser
como la primavera de la noche  10
en una casa de las afueras.
La casa rima con el árbol.
El viento rima con las hojas,
las flores y la sombra.
La calle grita chúmbale a su perro.  15
Permíteme cerrar los oídos a la calle
y decir «No, señor» al papel en blanco
que espera algún ladrido en lugar de un verso.
La luna encuentra su lugar en la ventana
y flota, sólo flota.  20
No sé por cuánto tiempo aún,
mañana es hoy palabra dudosa,
Nadie dice mañana. Yo lo hago
porque hablamos ahora de una ilusión,
una esperanza, incluso un arte.  25
Flotar, flotar es arte de náufragos.



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ArribaAbajoA la inalcanzable, para que se apiade de su enamorado



ArribaAbajo Y por saber de ti, de tu belleza,
si no desnuda como se creyera,
descalza en esta tibia primavera
que canta en ti con gran delicadeza,

senderos él conoce. Con dureza,  5
muchos trechos también. Y en larga espera,
por verte un día como ayer te viera,
ambigua vuélvese cualquier certeza

menos una: seguir, seguirte, bella
de las cuatro estaciones y del año  10
entero que su marcha no repite.

Desata en él la tarde algún regaño
por tanto desencuentro. Que tu estrella
lo guíe, se va el sol y lo permite.




ArribaAbajoAdiós a un ángel

El viento, los pájaros, una serena indiferencia, algún escaso y no molesto interés en las cosas del futuro, todo contribuyó en su ocasión a que me gustara un pueblo adormecido, viejo y polvoriento que, a causa del trazado de una ruta, quedó fuera de lo que los organizadores de excursiones llaman El Circuito de Oro. Permanecí en él menos de mes y medio; sentí pena cuando me vi en son de dejarlo, tiraba de mí cierto afecto a ese lugar. Una tarde -ya no podía seguir en el pueblo- decidí caminar la legua que me separaba   —121→   de una de las localidades favorecidas por El Circuito de Oro. Detuve la marcha frente al camposanto; enterraban a un angelito. Recordé que en las poblaciones de estirpe campesina era una costumbre decirles adiós. Además, según los transmisores de tal costumbre, ese adiós habría de traer buena suerte a quien lo dijera.

Me uní al cortejo. Antes de hacerlo, dejé en la entrada del camposanto un morral que tenía el aspecto de un bolso deportivo. Dije que lo dejé en la entrada, y, en realidad, no me expresé correctamente: no había entrada, todo era verde, todo era sombra. Un árbol separaba una tumba de otra, una casa separaba un árbol de una vaca y el horizonte no separaba la tierra del cielo porque, dondequiera que yo mirase no había horizonte sino rapsodia del viento, flauta invisible, melodía entre árboles y tumbas.

Fiel a la tradición, y aun más fiel a su creencia en el reino de la vida eterna, la madre del angelito no lloraba. Acaso traiga buena suerte, pensé, decir adiós a quien se va sin dejar lágrimas en las mejillas de su madre. Los del cortejo decían unas oraciones o lo que de ellas, en tal trance, les venía a la memoria y, así, a la voz del padre y a la de la madre seguían las voces de unos deudos y vecinos. Una de las almas piadosas ahí orantes, concluyendo su plegaria, se acercó y me preguntó si no quería yo tocar el ataúd.

-Trae buena suerte -le oí decir antes de que volviera a su sitio.

No toqué la madera sagrada. Acaso, supuse, ya traiga buena suerte decir adiós para mis adentros. Y el angelito se iba. Quizá le cerró los ojos la diestra del Señor. Quizá no; quizá la humana mano que le cerró los ojos se apresuró en cerrarlos y, negligente inocente, dejó sin la luz de un niño los ojos de un ángel.

  —122→  

En estas conjeturas me demoraba mientras el ataúd descendía, mientras los ojos del padre y los de la madre se llenaban de tierra, de cielo y de resignación. Fui el primero en alejarme. Busqué el bolso que había dejado sobre la hierba y seguí mi camino. Tras de mí, el cortejo se deshizo en silencio, en calma, en paz.




ArribaAbajoCiudad de los naranjos y las flores, mil novecientos cincuenta y tantos


ArribaAbajo En la mañana perezosamente cálida,
hermosa, luminosa, inocente,
cantaba un ciego su cantar de gesta.
El viento lo dejó en la plaza,
a pasitos del tren y de una fonda.  5
El viento, amigo de rapsodas y de flores.
En todo caso, entonces, respirábamos
flores y, un poco del vapor de una locomotora.
Los años vuelven irreal cualquier imagen.
Para muchos, no hay sino días iguales.  10
Para mí, la memoria es hermana del olvido.




ArribaAbajoCiudad natal del poeta


ArribaAbajo Descalza y de sombrero.
De tren, telégrafo y correo.
Pequeña, liberal y farmacéutica.



  —123→  

ArribaAbajoLa edad de oro


ArribaAbajo Un día pasa un pájaro, canta
como si nunca hubiera visto un árbol,
nunca una sombra, nunca las frutas
que ofrecen su sabor al viento.
Queda en el aire un aleteo,  5
un recuerdo del cielo, después nada.
Aunque lo intento, y mucho,
no puedo separar la sombra del árbol;
el viento, de aquel pájaro;
la pared para dejar la bicicleta,  10
del resto de la casa donde pasé el verano
que vagamente nombro aquí en la historia
(mejor, anécdota) de unas alas.
Y aquel pájaro canta
como si nunca hubiera visto un árbol,  15
nunca una sombra, nunca las frutas
que ofrecen su sabor al viento.




ArribaAbajoObservaciones de un marinero de agua dulce que se hizo a la mar




- 1 -

Reflejos en el agua tranquila

ArribaAbajo Y después de una mueca, frente a manchas de aceite,
Narciso, defraudado, se encuentra con el cielo.
Sobre el agua tranquila de la tarde y, los peces,
cantan aves de paso, de estuario y de astillero.
—124→


- 2 -

El barco y los límites de mi voluntad

La brújula no engaña, vamos a Rotterdam.  5
Bueno, pero preferiría Bilbao
o Veracruz o Santos o Yokohama.
Qué pena que no pueda yo tomar el mando,
seguir el rumbo que me dé la gana.


- 3 -

Cuaderno de bitácora

A veces, cuando estamos cansados del agua,  10
del viento y de las nubes,
se nos cruza la rata que subió al barco.
Es el mejor recuerdo de la tierra lejos
para mamíferos de quilla y hueso.
Y sus ojos insisten en una confidencia.  15
Y te mira, no puedes darle con un palo.
No vemos a la rata entonces,
se nos viene la imagen polvorienta
de un taller, un baldío, un patio.
Sigue la travesía  20
con un poco de tierra en los ojos.
—125→


- 4 -

Tormenta

Un relámpago nos dibuja la rama de un árbol.
La lluvia nos recuerda
a las hojas que apenas la sostienen.
Y la costa no queda lejos, pero quién sabe.  25
Oscuramente navegamos, como sombras
que un destello destierra y otro sueño restaura.




ArribaAbajoEl proyecto


ArribaAbajo Se acerca el líder a la cinta,
a desatarla con aplausos.
La escena se repite y filma,
sin compasión, hasta el hartazgo.
Cae una lluvia mansa, mínima,  5
subtropical, enteramente transparente.
Y con la fina y gris mañana de estos versos
tres décadas pasaron, diluidas
en Asunción y el resto del país.
El proyecto era el mapa, todo el mapa.  10
Y planos, noticieros, números;
un boceto de trazo siempre presidencial
y estilo propio, nada versallesco.
Tenía el líder sus ideas, sus apuntes.
Los amanuenses acudían a servirlo  15
convertidos en secretarios;
los secretarios, en arquitectos.
Civilidad, también ladrillos.
—126→
El civil era el soldadito,
la soldadesca era el partido.  20




ArribaAbajoTierra para el siguiente


ArribaAbajo Cuesta abajo, la senda
no parece la misma
que sube por el suave
verdor de la colina.
Un sauce plañidero,  5
venal y paisajístico,
flores al uso, pinos
probablemente atípicos.
Capo di tutti i capi,
el difunto en su limbo.  10




ArribaAbajoFidelísimo retrato de un ujier del purgatorio


ArribaAbajo Así, tal cual lo pinto.
Desesperado siempre.
Endemoniadamente
caótico, cautivo
de su vodka, de un whisky,  5
de tabletas y anexos,
prescripciones, dragones.
Lengua para mostaza,
tripa para pimienta.
Y, si es macho con súcubo,  10
es íncubo con hembra.



  —127→  

ArribaAbajoEl sol y la poesía de la gente humilde

Y una mañana los pasos saben adonde te llevan, poeta, tú sólo te dejas llevar y al endurecido corazón te lo pesca una red de callejas y pasajes. Hay una puerta que tu mano no alcanza, un techo que el viento no pisa, un instante de río, canastas, anzuelos, carnadas. Y nada más, pero el sol suelta el fulgor que guarda para la gente humilde, para el cuchillo que corta una sandía, para el dedal que deja el dedo de la madre y pasa al dedo de la hija como el anticipo de una herencia.




ArribaAbajoUna visión del mundo

No hay lo que no hay habiendo un plato de lata esmaltada con arroz y entrañas de ave, un jarro de lo mismo con leche cuajada de rocío, una estrella en la noche, la luna en un sentimiento. Y muchas alcancías de barro para romper. Y una mujer, a quien mejor que su nombre propio le sienta un apodo cariñoso.




ArribaAbajoAntiguo paisaje industrial


ArribaAbajo La Luna, Fábrica de Velas.
El Potro, Fábrica de Cerillas.
Reclus, Fábrica de Caramelos.
También alguna chimenea.
También algunos delantales  5
azules en la noche obrera,
descascaradamente obrera.



  —128→  

ArribaAbajoSombra y flores

a Fátima Mereles



ArribaAbajo Verde paraje apenas poblado:
ese almacén es todavía el campo;
el camino es de tierra y paciencia;
el viento es manso, fresco,
es una verdadera gracia del cielo  5
como sin duda lo son estos árboles
y el mes en el que sueltan sus flores.
Octubre, al pie del tarumá.
Antes, algún lapacho.
No, no olvido al jacarandá  10
de rima obligatoria y flor tan divina
que no rima con nada ni con nadie.
No dejaré de lado al árbol del pitogüé,
tampoco al palo
borracho entre las nubes que dicen ser sus flores.  15
Y bueno, no seré botánico, pero canto
a un Paraguay de pétalos,
de pétalos y sombra dulce para esperar un rato,
para secar el llanto, para seguir andando.




ArribaAbajoEl olvidado en la frontera



ArribaAbajo Lo iban deshojando
ya sin amor los días.

Iba quedándose,
como quien dice, seco,
—129→

sin agua, derramando  5
la sombra de su propia sed.

Entonces, bajo el cielo,
aquel primer encuentro.

Eras la garza y eras
el río del atardecer.  10




ArribaAbajoLección de pintura



ArribaAbajo Ignorante del brazo,
del antebrazo y codo,
mano tan pura, al óleo.

Dulce, dócil, sumisa,
sosteniendo una fruta,  5
bajo la luz dormida.




ArribaAbajoPreparación del lunes


ArribaAbajo Domingo, tus horas ya fueron.
De aquí en adelante, serán preparación del lunes.
Serán engrudo de fotografía, tema de artículo para
       seguir aburriendo a los lectores.
Aún quedan tus mujeres, a quienes el viento amó  5
       mejor que nadie.
Aún quedan unos minutos para saber qué pasó contigo.
La calle tiene amagos de respuesta, susurros.
La calle y una lágrima de paso, la calle y el hombre
       que sale de tu ceniza.  10
—130→
La calle renuncia, el poeta abdica.
Y un grillo canta en la ventana.
Y una nube corona a un mar de baldíos.
Y un sapo del atardecer encuentra más mosquitos.




ArribaAbajoLa plaza

a Susana Gertopan



ArribaAbajo La tarde te conoce mejor que yo.
Me conoce mejor que tú,
y nos junta, ya somos miles,
millones en el mundo.
Mundo instantáneo que nos da una identidad momentánea;  5
somos la gente de la plaza en la tarde del mundo.
La plaza, con sus cuatro calles como cuatro paredes,
termina siendo el patio de la ciudad.
Y el niño que llora inatajablemente.
Y el anciano que sonríe para no pensar.  10
Es la estatua que nunca dice nada.
Es la pareja que aún se ama.
Es el viento, amable a ratos.
Arriba el cielo, abajo un árbol.
Y la tarde, diciéndonos que no se va.  15
O que no quiere irse, que no es lo mismo.




ArribaAbajoLa plaza en los años de Tobías


ArribaAbajo Para Tobías, viejo fotógrafo de plaza y fogonazo,
       todo es cuestión de instinto, de instante.
—131→
Frente a él, con un poco de viento y un racimo de
       sombras, una mujer.
Y la tarde desciende de un recuerdo, de un tranvía  5
       o de la siesta.




ArribaAbajoLa rebelde


ArribaAbajo Es tan hermosa como su leyenda,
como el misterio de su destino,
como su misma rebeldía.
Es apreciablemente joven,
es clandestinamente culta.  5
Sigue a Bakunin, funda un sindicato,
discute, participa del caos
y, para remediar una injusticia,
enviuda por su propia voluntad.
Desaparece un tiempo, un par de años.  10
Mil novecientos nueve, diez, once.
El hombre fuerte, el jefe patrio,
el coronel, después presidente,
Albino Jara, quiere apresarla.
Y sólo quiere, porque se le escapa.  15
Teresa Reyes, la rebelde,
huye una y mil veces,
siempre y una vez más.




ArribaAbajoLos placeres de un déspota


ArribaAbajo Llamarse Albino Jara, vivir en Asunción.
Mandar, reírse de Cecilio Báez.
—132→
Algunos uniformes, dos o tres caballos.
Una mesa vestida de frutas
con una hurí de tierra adentro.  5
Cierta Madame, bombón de
quién sabe dónde.
Y muchos tragos, muchos brincos.
Placeres de un sultán criollo.
Un vero sultanete del jecato  10
iberoamericano
acomodándose con Baco.




ArribaAbajoHistoria, callejera de todo el mundo

Que nos disculpe Cronos, amigo de Gea y patrón de los relojeros, pero llenemos derecho al ayer. No es una cosa ni es el paso de los años, son todos los años que fueron y todas las personas en un solo y breve recuerdo cuando, en una esquina del adiós o en un atajo de la lluvia, en suma, en una calle cualquiera, cerramos los ojos y se nos aparece el ayer con su cielo de ojos adentro.




ArribaAbajoSerenata desinteresada


ArribaAbajo La calle de mi noche
en tu ventana con un poco de viento.
Con tu luna de plata, de estaño y aun de hojaldre,
con un pañuelo de papel y un adiós descartable.
Como quiera que sea tu luna,  5
pienso en tu espera, en tu esperanza, en el color
de tu amor, de tus ojos, de tus cabellos.
Joven, hermosa y desconocida,
—133→
que no eres mía ni de ningún nochero viejo,
oye, óyeme, deja entrar a mi noche en tu vida  10
como un instante, un parpadeo,
un mínimo destello. Como se deja
entrar de pronto a un grillo en la casa,
sin abrirle la puerta, sin abrir nada.




ArribaAbajoHipérbole

Sobre las ruinas del día, el arrullante cielo de los árboles. Mangos, lapachos y un frondoso etcétera del viento. A un paso del atardecer, el amor. Se trata del amor en una inevitable hipérbole: el amor a la vida. Ahí mismo, en un jardín, a la altura del césped doméstico y domesticado, canta una cigarra. Y el agua de la manguera, lustral o grifal, canta con voz propia. No deseo llenar el paisaje de innumerables vasos de tereré ni valerme de otros recursos similares. Quiero hablar del cielo, sólo del cielo. Creo que el cielo se desprende, generosamente, con el atardecer. Por eso, cabe un resto de sol entre unos pies descalzos y aquellas nubes que apenas se ven ahora.




ArribaAbajoLa mula

a Washington Benavides



ArribaAbajo La hierba es pasto y es acera.
Es más, es casi campo y cielo
con una mula suelta, libre,
un domingo por la mañana, lejos.
Si fe no doy de adanes fuera del paraíso,  5
daré al menos noticia de un lugar inocente;
—134→
algo diré de flores, de hojas,
de música de hojas y música de pájaros;
algo más de la errante sombra de los pájaros
en la hierba y los ojos de una mula;  10
algo de alguna gente cálida, tostándose
al fuego amigo de un fogón. Ah,
también oh, porque todo es calor de patio,
sol, bienaventuranza y casa nueva
con un brindis, con un bocado.  15
Mientras la mula mira al mundo,
la casa nueva junta gente. La gente habla
del precio de la cal
y de la calidad de las tejas;
prodiga congratulaciones;  20
admira la nobleza del diseño;
elogia la hospitalidad de los dueños.
Eso sí, nadie habla de política,
ni una sola palabra de sectas,
nada de bancos, nada de finamporras.  25
Doña Garnacha eructa, luego pide disculpas.
A Don Tinto ya lo amordaza la siesta.
En la verde quietud de las horas fáciles
-la hierba es pasto y es acera-,
escuálida, esquelética, pluscuanangélica,  30
la mula pasa, mira y se aleja.




ArribaAbajoOcupaciones


ArribaAbajoSi oficialista,
embajador;
si opositor,
—135→
oficinista.
¿Es albañil?  5
A su albañal.
Como mil más,
como cien mil.




ArribaAbajoEndimión


Arriba Demorado en el límite
de mi aldeano y cervecero asfalto,
soy bucólico, creo,
para dar curso al trámite
de quien no quiere ser urbano.  5
Y la tarde se aleja.
Entre la luna
y una luciérnaga tempranera,
el campo, eso que se dice campo,
es un tractor que no funciona,  10
es un poco de hierba,
es un montón de cocos,
es el último sol,
es la primera estrella
y es un niño descalzo,  15
grande, risueño,
con un cielo soñado en los ojos.
Será Juan, Isaías o Jefferson,
pero también es Endimión,
pastor eternamente joven,  20
amado por Selene,
la delicada
luna de los atardeceres.



  —136→  

ArribaAbajoEl rabelero

Me habla acostumbrado a no ver a Bristol cuando tropecé con él nuevamente. Lo encontré en un camino vecinal, entre unas tierras que eran de nadie o del Estado y otras que pertenecían a un cuatrero. Callo el nombre del sujeto en homenaje a la perfectibilidad de la especie adánica (puede que se hubiera redimido) mientras digo otra vez que no tenía yo la menor idea del paradero de Bristol cuando lo vi aparecer. Esa tarde, llevaba él una valija en una mano y un rabel en la otra. Una manta oscura, requetedoblada y terciada sobre el pecho como una banda completaba su, digamos, impedimenta. Los extremos de la manta habían sido atados con un cordel a la altura del cinturón.

La sorpresa de verlo duró en mí algún rato. No diré que lo creía muerto, no es mío el morbo jurídico que da por fallecido a un hombre tras cierto número de años en los que se carece de noticias acerca de él. Sin embargo, no creía que anduviese por la región, y se lo dije.

-Esta vuelta no vengo de lejos -aclaró.

Me contó de dónde y cómo venía. Bristol es locuaz, es también un rabelero, que desafía la tradición al no ser ciego ni tocar mal. Me contó que, recientemente, había sufrido una demora en Tres Puntos, uno de esos pueblos a los que convierte en ciudad el habitante número mil. Lo habían metido preso por haberse negado a tocar la canción favorita del jerarca lugareño.

-Estuve unos cuantos días adentro, la Virgen me ayudó y pude salir antes de entristecerme entre esas cuatro paredes.

-Y ahora -quise saber- ¿cuál es tu rumbo?

Entrelazó las manos, apoyó la yema de un índice sobre la yema del otro, después lanzó hacia adelante ambas manos   —137→   entrelazadas y señaló un lugar oscuro en el oeste. Miré por ver si había algo que las nubes no cubriesen y vi pasar unos pájaros con un resto de sol en las alas. Entonces, el rabelero me dijo:

-Voy a la casa de Angélica, una mi amiga.

Continué mirando en esa dirección, viendo pasar pájaros y nubes, viendo renacer el sol de la tarde y pensando en la inutilidad de la belleza. Bristol me invitó a que lo acompañara:

-Si no hay nada mejor de tu parte, podemos ir juntos. No te preocupes por el avío, no te ha de faltar comida en la casa de Angélica y siempre vas a encontrar un rinconcito para dormir.

Quizá estuviera por demás decir que lo acompañé con gusto. A la puesta del sol, poco antes de llegar a nuestro destino, vimos unas garzas inmóviles.

-A esta hora -comentó- las aves pierden todo su azogue.

Era un paraje ameno, eran árboles amables. Corría un hilo de agua dulce y se acortaba el camino de una jornada que, lenta y amistosa, a su fin tocaba dejándome la fatiga de una caminata placentera y el solidario cansancio de unas garzas. Miré la lejanía, sentí (lo cual probó una vez más la existencia de mi alma) la dicha de un atardecer. El sol en apenas el borde de una uña en el horizonte y, en el pastizal cercano, aún doraba las gibas de un rebaño cebú.

Angélica salió a recibirnos. No me ofreció la diestra sino la casa, el patio de arena y viento, el fogón encendido. Pronto conocí el tratamiento samaritano del huésped: comí antes que mi anfitriona y antes que Bristol. Además, los tres usamos el mismo plato y el mismo jarro. Todo hubiera seguido bien, humilde y bíblicamente bien, pero la mujer no parecía feliz de tener a su amigo sentado a la mesa. Comencé a pensar en lo que veía de ella: gestos de significado dudoso, algún   —138→   curioso mohín, tal o cual ademán que una sombra frustraba entre sombras. Eran manifestaciones de un intenso, profundo desasosiego; era un silencio que nada tenía que ver con la costumbre de callar durante las comidas. Con el cri-cri de un grillo nos levantamos de la mesa y fuimos al patio, llevamos nuestras banquetas y nos arrimamos al fogón. Angélica seguía igual, entre taciturna y simplemente tácita. Miré sus cabellos y ella se llevó una mano a la cabeza: acaso se sintiera avergonzada, acaso incitadora. Coincidiendo con esto, Bristol no quería conversar y atizaba el fuego con una ramita. De manera que, mientras oíamos al grillo, bajó la noche y nos ató al madero del sueño, como le hubiera gustado decir a un poeta. Aunque, en este punto, se puede afirmar que sólo a Bristol y a su musa los ató a un madero porque la pareja durmió en una cama que resultó ser la única; yo dormí en el suelo, honda, hondamente.

Tras el amanecer, cuando todavía se mezclaban en mí el sueño y el canto de las aves, vi al rabelero. Hablaba consigo mismo al pie de un árbol; pensó que yo sería un interlocutor.

-La leche hervida de vaca recién ordeñada es lo mejor que hay para limpiar el estómago -me aseguró después de darme los buenos días y antes de informarme que Angélica estaba ordeñando a Gerundia, la vaca que yo debía ver ahí, ahí mismito, y que yo no veía.

-Para verla, tendrías que terminar de despertarte.

Desoí su consejo. Una telaraña de sueño me colgaba sobre los ojos mientras subía el sol la imperceptible pendiente del cielo, mientras cantaban unos pájaros, mientras rompíamos el ayuno con un sorbo de leche fresca y una pizca, valga esa ración, de torta de miel de caña de ayer.

Lo que siguió, a pesar del enigmático sol de aquel día, cabe en un conocido cuadro escénico. Se trata de una pieza   —139→   de repertorio en la cual afloran los estigmas de la vida rural. Yo, como tramoyista, no puedo sino pedir disculpas al abrirse un telón roído por las ratas de mil funciones. Sea, se abrió. En un surco de tierra labrantía caen gotas de sudor, es hora de separar la hierba mala de la buena, y, machete en mano, Angélica se dispone a ello. Bristol, aflautando la voz, dice que está viejo y su cintura no puede más. Responde Angélica diciendo que por qué, que cómo puede él doblarse ante sus gustos por la noche y no puede doblarse por la mañana en el huerto. Aturdido, Bristol da unos pasos; llega hasta una indescriptible abertura que, si es puerta o bien otra cosa, no me corresponde dilucidar aquí. Por ahora, es suficiente saber que el rabelero enmudece en tal sitio, que es el mismo donde estoy yo.

-Eá, eána.

Eá dejó los labios de Angélica y se quedó en el aire. Eá más na más un zumbido en los oídos del rabelero: eána. El hombre gira, me encuentra mirando a la mujer y oyéndola decir:

-Bristol no tiene delicadeza de varón, remedio no tiene.

Ignoro el efecto inmediato que tan fuertes palabras pudieron haber tenido en un temperamento como el del artista al cual iban dirigidas. Me retiré, no sin antes decir adiós a la dueña de casa. Igualmente, a ciertos años de aquel día, no sé qué consecuencia tuvieron en el mediano plazo o en el largo término porque, aunque se cruzan a veces nuestros caminos, el rabelero nunca me habla de Angélica ni suele quejarse de ningún lumbago.







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ArribaAbajoApéndice

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ArribaAbajoEl goce de lo cotidiano en la poesía de Jacobo A. Rauskin

La poesía de J. A. Rauskin es un espejismo verbal. Al detenerse en cualquiera de los doce libros del poeta publicados en los últimos treinta y cinco años, al demorarse en poemas que tienen apenas unos cuantos versos y al leer el lenguaje rauskiniano -claro, directo y aparentemente inequívoco sobre temas de la vida diaria-, el lector puede creer que se encuentra frente a poesía de poca ambición artística. Pero, una vez más, las apariencias engañan, porque el escrutinio de sus poemas revela una economía verbal, un refinamiento cultural y una perspectiva crítica poco frecuentes en la poesía hispanoamericana de nuestros días.

La obra poética de Rauskin no se deja caracterizar con facilidad. No porque ella sea hermética, sino por todo lo contrario, irónicamente. Son poemas que parecen ser tan directos, breves, sencillos y descriptivos, que no se diría que ellos pudieran conducir hacia otras metas preestablecidas. En esto consiste el espejismo del que hablamos: tras la fachada de la brevedad y la exposición clara y sin enredos, el texto deja entrever propósitos tan sorprendentes como sutiles, subversivos y complejos, dimensiones de la obra de Rauskin que merecen más atención crítica.

En su larga trayectoria, el poeta no ha manifestado interés en evocar grandes visiones panorámicas, no pretende que sus limitadas vivencias y observaciones reflejen un microcosmos de toda la experiencia humana. Como en sus libros anteriores, en La calle del violín allá lejos (1996) y Adiós a la cigarra (1997)1, evita temas esotéricos y estilos experimentales, y lo hace a favor de un esfuerzo concentrado en percibir los sucesos cotidianos de su entorno familiar. Reflexiona sobre ellos, a veces, con ironía; otras veces, con elogios o denuncias apenas discernibles, rara vez con conclusiones   —144→   directas y categóricas; siempre con un ademán elegante y una frase elocuente.

El observador/poeta de los dos libros es el mismo. Es andariego, curioso y meditabundo. Ejerce la inusitada práctica de maravillarse ante lo que serían -para la gran mayoría de nosotros- escenas prosaicas. Lo hace con auténtico entusiasmo y -aquí viene la sutileza ya mencionada- sin que se vea la intención de ofrecer a sus lectores la trascendencia de lo que él ha elegido observar y poetizar. Su perspectiva del mundo, también su decisión de no juzgar, jerarquizar o sacar conclusiones sobre lo observado, son insoslayables y no dan lugar a equívoco en las obras examinadas en esta oportunidad. El poeta, en ambos libros, observa el mundo que lo rodea, se apropia de él y lo plasma en lo que podemos llamar pequeñas escenas esquemáticas e impresionistas, sin interés reconocible en lo que atañe a entrar en detalles descriptivos, en prolongadas conjeturas, mucho menos en convicciones dogmáticas y conclusiones persuasivas. Al lector que, siguiendo sus preferencias, busque una poesía anecdótica, con expresión de sentimientos personales o íntimos, o cavilaciones sobre las eternas cuestiones humanas, es decir, con todo aquello que se puede identificar como desarrollo temático tradicional, quizá esta poesía lo confunda, frustre o desilusione. Pero de ninguna manera se debe ver aquí una objeción a estos dos libros, sino una advertencia al lector: los propósitos del poeta son otros y son tan inesperados en su efecto como legítimos en su expresión intelectual y estética. En estas obras hay poesía abierta; al llegar al final de sus poemas, el autor no pretende llegar a ninguna conclusión en particular, ni tampoco insistir en alguna convicción contundente, ni elaborar una epifanía, sino que permite que cada lector concluya el poema de acuerdo a su propia imaginación, a su experiencia personal y a su bagaje cultural. Esto no quiere decir, sin embargo, que Rauskin no intente, con sutileza, encauzar a sus lectores por caminos insospechados y hacia conclusiones deseadas.

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En La calle del violín allá lejos y en Adiós a la cigarra se manifiesta una gran variedad temática, pero quiero limitarme a tres aspectos que contribuyen a caracterizar unas piezas, en el rompecabezas poético rauskiniano: la trascendencia oculta de la vida cotidiana, el desafecto a ciertos rasgos de la vida moderna que también incluyen injusticias sociales y, por último, la celebración del lenguaje como justificación única de la poesía.

Comencemos por la primera de estas características. En la superficie, el autor parece mantener un distanciamiento emocional de sus temas al evitar obvias expresiones de aprobación o de disgusto y al omitir conclusiones decisivas. Con lo cual no afirmo que él no sugiera sus gustos o disgustos, sólo digo que no insiste en ellos, que los pone a la consideración del lector. El yo poético de estas obras observa y luego presenta escenas de la vida cotidiana que en sí mismas no se destacan por dramáticas o significativas sino por prosaicas e intrascendentes. El enfoque de su andariega cámara poética abarca un gran repertorio de imágenes, muchas de las cuales registran la ciudad, la lluvia, flores, escenas callejeras y gente anónima captada fotográficamente en sus actividades rutinarias. El poema Repeticiones es uno de los más típicos de esta índole:

Despierta la ciudad, el sol busca una plaza para dormir todavía. Una vez más, desde una ventana, canta el silencio. Una vez más, una mujer bebe una taza de café mientras el día se despaga de un lento minuto. Es una mujer hermosa, a la manera de las mujeres dulces y obesas. (La calle del violín allá lejos.)

En este diario y nada extraordinario amanecer, la somnolencia acompañada del silencio y acompasada por un «lento minuto», y la insistencia reiterativa de «una vez más», se fijan al final con la imagen de una mujer que no se destaca por su unicidad, sino por su carácter genérico. Aparentemente, en la superficie de aquello que   —146→   vamos leyendo, todo coincide para quitarnos cualquier ilusión de vivir un momento especial, único, mágico y digno de atención poética. Pero no obstante el esfuerzo por disolver expectativas emocionales -hasta el título, Repeticiones, sugiere monotonía-, algo especial sí ocurre aquí; esta misma falta de precisión en los detalles, esta misma rutina previsible y esta insistencia en lo prosaico revelan la capacidad del poeta de percibir y abrirse a una imagen cualquiera y maravillarse de la magia que ha despertado en él y en las palabras que elige para recrear la imagen. El poeta no insiste retóricamente ni estructura el poema para que el lector reaccione de la misma manera. Sin embargo, parece que esto sucede.

Entre otros poemas que ilustran la magia de lo ordinario y lo rutinario, se cuenta Buena estampa:


Monógama, feliz y maternal con críos,
cruza la calle y entra en este recuerdo
con el sol en una canasta,
con zanahorias, con rabanitos
y con yuyitos para la salud en general.


(Adiós a la cigarra.)                


Buena estampa se concentra en detalles concretos. No hay uso de adjetivos enaltecedores o esclarecedores, no se desea la exactitud descriptiva. En éste, y en varios poemas a lo largo de los dos libros, de lo que se trata es de producir una breve evocación de imágenes latentes en la memoria. Con pinceladas gruesas y rápidas, el poeta pinta experiencias vividas no porque ellas sean únicas o significativas, sino porque son parte de una realidad -léase identidad personal- que no se conserva de otra manera. Migas de pan que se echan a los pájaros (V 76), un zapatero (V 77), el sonido de la lluvia (V 81), una casa desaparecida (V 81), un sauce llorón (C 92), la escarcha matinal (C 99), una mujer conocida (V 87) y otra deseonocida (V 87), dan vida a pequeñas escenas que no son presentadas   —147→   como extraordinarias en sí mismas ni tampoco como piezas esenciales en la experiencia del autor. Sin embargo, todo llega a tener significación para el poeta, como él lo enuncia con respecto a la mujer desconocida: No quisiera olvidarla; / mía es también la vida que me rodea / sin insistir en mí. (V 88). Estos últimos versos dejan entrever lo que lleva al poeta a elegir temas que individual y separadamente tal vez asomen como instrascendentes, pero que en el cuadro total son sutiles manifestaciones de una trascendencia oculta. Sucede que el poeta rescata por doquier fragmentos de su identidad: todo lo que él observa, todo lo que él experimenta, termina convirtiéndose en parte de su propio ser y, entonces y así, ni siquiera la imagen más prosaica carece de trascendencia.

En otros poemas salpicados a lo largo de La calle del violín allá lejos y Adiós a la cigarra, el yo poético reconoce la fuerza evocadora de los fenómenos que percibe en derredor. Por ejemplo, en Generosa: La luna de hoy recuerda / a cielos anteriores. / Asilo de murciélagos / y dos o tres peatones. (V 75); y también en Asociación nocturna: Terraza, piano, nube. / En alguna ocasión, álbum. / Otras veces, rueda / o moneda o ficha de ruleta. / Cosas simples, frecuentes, / que nos recuerdan a la luna / de la Ceca a la Meca, de la timba a la tumba. (C 94). Las cosas comunes tienen aquí fuerte capacidad asociativa al funcionar como evocadoras de recuerdos nostálgicos, otra parte integral del yo poético. Tanto es así que en un momento del poema Aventura, el autor ingresa con una interposición: Permíteme la ociosa pregunta de quien sabe / esperar no esperando una respuesta. / ¿Hubo alguna vez algo que no fuera nostalgia? / Cabe la duda porque había cosas que... / Había tren y barco y puerto y yacaré/y canoas, cerveza negra, chalecos, pólvora. (C 108). En estos poemas de Rauskin, lo que parece insignificante, como en las buenas novelas detectivescas, oportunamente adquiere su razón de ser, su propósito y su significación cuando está interpretado, gracias a una perspectiva unificadora, dentro de un contexto orientador.

  —148→  

Otra tendencia que florece en estos dos libros de Rauskin es la que se manifiesta en un tono -sutil y poco enfático- de incomodidad o disconformidad del autor con su ambiente. A veces se refleja como denuncia, a veces como queja, ironía o añoranza de un pasado más agradable. Lejos de incurrir en versos testimoniales, en el panfleto ideológico o de protesta, el poeta expresa con su concisión de costumbre, una firme denuncia de las instituciones nacionales, de la política de éstas frente a la gente común y, sobre todo, de los excesos de la modernidad que han deteriorado la calidad de vida en el Paraguay y en otros países «subdesarrollados». En alguna ocasión, Rauskin observó que si un poeta se ocupara sólo de encontrar culpables, sería mejor que no escribiera su búsqueda en verso. También sostuvo entonces que la calidad artística de la poesía de protesta social y política en Hispanoamérica no ha mejorado a pesar de su proliferación en las dos o tres últimas generaciones2. Quizá sea por estos motivos que el yo poético de las obras que aquí examinamos no insista largamente en denuncias o en ironías. Consecuente con su estilo, el poeta toca los temas desagradables con la misma celeridad y agilidad, así como con la misma elegancia expresiva que emplea para sus temas más amenos. Como sucede con los poemas de la trascendencia oculta, las observaciones se ambientan en pequeñas escenas montadas en escenarios conocidos por el autor. Casita como ejemplo. Monedas en juego e Itaipú son páginas donde el poeta denuncia, respectivamente, el carácter intolerable de cierta arquitectura moderna que quiere hacer suya toda la ciudad, la inevitable frustración de invertir en los mercados internacionales de monedas y el dudoso valor de la construcción de la represa más grande del mundo, tomando en cuenta el impacto ambiental destructivo, tanto en el hombre como en la naturaleza, que produjo esta maravilla de la tecnología. En otros poemas, lamenta las deficiencias de una biblioteca pública, la demolición de una casa antigua, las injusticias que afectan a nadie con más dolor que a los pobres y desamparados, ya se trate de   —149→   campesinos en busca de una changa en la capital paraguaya o en los Estados Unidos, o de isleños compatriotas de Papacito Doc y de Cèdras, o de una joven que muere de inanición en África.

Pero la ironía más notable y picante la reserva el poeta para un manojo de recuerdos de los largos y sombríos años de la dictadura en su propio país. Esos versos sintetizan magistralmente el oprobio del régimen, incluyendo al séquito del déspota que por tantos años empantanó al Paraguay y apagó el espíritu, de sus habitantes.

Durante décadas, en Hispanoamérica, una gran parte de la poesía de protesta contra las dictaduras militares rezuma odio, comprensiblemente. O repudio o vituperio o declaraciones de venganza. Esta explosión verbal suele desplegarse en largas arengas y diatribas para poder acomodar la frustración de décadas de cautiverio, frustración y silencio. Al enfrentarse a la memoria de la dictadura de su país, el yo poético de nuestro autor se conforma con una táctica estilística contraria -o sea la suya propia-, puesto que alcanza su propósito de censura sin abandonar la propiedad de vocabulario, la brevedad expresiva y la chispa de la inteligencia. Este poeta no se rebaja al nivel del objeto de su desprecio, él mantiene la altura de su dignidad y el enfoque de su propósito ético y estético. Observamos la puesta en práctica de la elegante ironía rauskiniana en dos poemas:


Día de huelga legal y pesca obligatoria.
Día mudo en la cadena de los días radiofónicos.
Jornada no palaciega,
el jefe visita la tumba de su pueblo.
A la salida de todos los años de juerga,
Tongo, viejo pretoriano,
aguarda en un bar de la mente.
Espera al jefe, no piensa mientras tanto.


(V 82. El jefe y su pretoriano favorito.)                


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La efigie sustentada
por mil portaestandartes
pierde fuerza y color
Los años atenúan
el rictus militante
y el gran perdonavidas
se muestra viejo al sol.


(V 82. Alfredo envejece.)                


El poeta no expresa ahora su deleite ante las pequeñas escenas cotidianas, sino que se deleita al ironizar sobre las instituciones y los gobernantes: un gusto demorado pero no por ello menos sabroso. Estas son otras imágenes que conducen a momentos trascendentes tanto para el poeta como para el lector.

Amante y estudioso del lenguaje, hombre activo en el mundo que lo rodea, Rauskin no se limita a los temas ya mencionados, también rinde homenaje a personalidades como Federico Fellini, a Paul Gauguin, al grabador paraguayo Jacinto Rivero, a personas anónimas, a personajes de la literatura clásica y de las letras modernas; escribe poemas de amor, reflexiona sobre pasatiempos, compone versos eróticos y otros de naturaleza jocosa, así como textos varios -inclasificables- que abarcan ambientes bucólicos, consejos a un gordo, notas sobre árboles, flores y nubes. Todo esto tiene que ver indudablemente con el rescate de fragmentos en la búsqueda de su propia identidad. Pero ya he observado en un párrafo anterior que tales intereses heterogéneos incorporados en su poesía no sirven en absoluto como escaparate autobiográfico ni como foro de una ideología personal puesto que el yo poético no plantea argumentos, no intenta persuadir ni se declara capaz de revelar los secretos de la naturaleza o de la conducta humana. Confiesa en algún momento: Ahora me contento con menos / tengo bastante con saber las tendencias (C 93, Tendencias), y en otro: Y yo, yo no sé nada / No, no sé si beber, / si comer si reír, / si dormir, si esperar, / con el alma en un hilo, / que las cosas mejoren, / si entregarme al silencio / o ponerme a cantar (C 97, Catarsis).

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La modestia del yo poético de estos poemas no contempla la posibilidad de transmitir mensajes trascendentes ni da muestras de interés en la experimentación neovanguardista. En plena época de lo posmoderno, el poeta paraguayo escribe sus pequeñas escenas de la vida cotidiana confiando en las innumerables variantes del embellecimiento del lenguaje3. Constantemente pone en práctica combinaciones rítmicas y fonéticas que dan cuenta de que la suya es una exploración permanente y cabal de cómo se percibe lo poético en Occidente.

Seducido, como todo poeta, por la magia de los mecanismos interiores de un poema, Rauskin introduce en sus versos reflexiones sobre la poesía misma, sobre su razón de ser, sus motivos, su composición y partes integrantes como tropos, sintaxis, vocabulario, ritmo, rima y encabalgamiento. Este interés autorreferencial da a conocer varios aspectos de su propia poética, como sucede en el tramo final del Soneto y retrato de la mujer amada, en el que el poeta considera precisamente la relación entre la imagen visual y la representación de la misma en palabras:


algo de ti sabía que entreveo,
ahora, en este instante, cuando pienso
al pie del verso que mi pluma pinta,
al pie de un cuadro que en mi verso veo:
goza la luz bañándote en lo inmenso
y en tu figura al sol, hecha de tinta.


(V 71).                


Estos endecasílabos ilustran claramente la fe del poeta en la directa y desproblematizada correspondencia entre la imagen visual y la palabra impresa. Así mismo, en poemas en prosa como Oro, ofrece otro aspecto de su arte poética, su preferencia por la brevedad de expresión para captar esencias: El sol, el viejo del atardecer, el rico por acumulación de grillos en jardines y baldíos, se aleja. Cielo digno de mi emoción y de la nochecita: cabe en una mirada y en unas pocas palabras (V 77). Y haciendo hincapié en esta misma brevedad, expone lo que bien puede sintetizar la médula   —152→   de su arte poética: ...busco yo la palabra / que pueda rescatar algún instante de poesía / entre tantos instantes de cualquier cosa. (C 94). Sobre el origen periodístico de algunos poemas.

Roland Barthes ha aseverado que «la literatura no es otra cosa que lenguaje, su ser se sitúa en el lenguaje» (159); una consideración que J. A. Rauskin suscribiría con gran entusiasmo. En el poema Leguas, nos dice: No sé cuánto camino me queda / y en verdad poco importa: / estar cerca no es un destino, / es una sensación. (96), palabras que se refieren con igual importancia a su poesía como a su vida.

Ronald Haladyna

Big Rapids, Michigan,

13 de diciembre de 1999

Obras citadas

Barthes, Roland, Critical Essays, Evanston: Northwestern UP, 1972.

Rauskin, J. A., La calle del violín allá lejos. Asunción: Arandurá, 1996.

Rauskin, J. A., Adiós a la cigarra. Asunción: Arandurá, 1997.



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ArribaBibliografía


Obra poética de J. A. Rauskin

Oda. Péndulo, Asunción 1964.

Linceo. Péndulo, Asunción 1965.

Casa perdida. Fondo Editor Paraguayo, Asunción 1971.

Naufragios. Alcándara, Asunción 1984.

Jardín de la pereza. Alcándara, Asunción 1987.

La noche del viaje. Loma Clavel, Asunción 1988.

La canción andariega. Loma Clavel, Asunción 1991.

Alegría de un hombre que vuelve. Loma Clavel, Asunción 1992.

Fogata y dormidero de caminantes. Arandurã, Asunción 1994.

La calle del violín allá lejos. Arandurã, Asunción 1996.

Adiós a la cigarra. Arandurã, Asunción 1997.

Canciones elegidas. Libros de Tierra Firme, Buenos Aires 1999/Arandurã, Asunción 1999.

Pitogüé. Arandurã, Asunción 1999.




Sobre los libros reunidos en Poesía 1991-1999

Acevedo, Hugo. «La calle del violín allá lejos», La República, 15 de junio de 1997, Montevideo.

Acosta, Delfina. «Adiós a la cigarra», ABC, 25 de julio de 1997, Asunción.

Benavides, Washington. La poesía de Jacobo A. Rauskin, Revista Exégesis, Universidad de Puerto Rico, Nº 26, 1996, Humaco, Puerto Rico.

Benavides, Washington. Algunos datos sobre la poesía de J. A. Rauskin, La Nación, 7 de diciembre de 1997, Asunción.

Casartelli, Mario. El violín de una constancia, Última Hora, octubre 1996.

Hempel B., Carlos W. Lenguaje poético de Jacobo A. Rauskin, Noticias, 25 de noviembre de 1997, Asunción.

Livieres Banks, Lorenzo. La obra poética de Jacobo A. Rauskin. Revista Crítica Nº 12, diciembre de 1996, Asunción.

Salas, Horacio. La poesía de Jacobo A. Rauskin, Última Hora, 19 de abril de 1997, Asunción.

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Valdés, Edgar. La poesía de Jacobo A. Rauskin, Última Hora, 22 de febrero de 1997, Asunción.

Vallejos, Roque. Poesía, un paisaje interior, Última Hora, 8 de julio de 1991, Asunción.

Vallejos, Roque. Rauskin celebra la irrealidad del tiempo, Última Hora, 12 de setiembre de 1992, Asunción.

Vallejos, Roque. Alturas de lo lírico-poético, Última Hora, junio de 1999, Asunción.







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