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Poesía

Selección

Jorge Isaacs

Ana G. Chouciño Fernández (ed. lit.)



La presente selección pretende ofrecer una muestra representativa de la abundante producción poética de Jorge Isaacs. Para ello se han escogido composiciones escritas entre 1864 y 1892 que ilustran los temas y formas más cultivados por el «Bardo errante».

La mayoría de estos poemas responden a la temática romántica más genuina: la naturaleza («Río Moro»), el amor («El primer beso», «Amores de Soledad»), la mujer ángel («Selfia»), la muerte («La tumba del soldado»). Algunas de las composiciones contienen elementos autobiográficos como el origen hebreo o la ruina de la familia y otros motivos relacionados con María («La casa paterna», «Las noches en la montaña», «No es el ángel de la guarda», «La bella de noche»); mientras que otros presentan inquietudes de naturaleza más literaria («Hortensia Antomarchi», «El primer soneto»). Aunque de modo más excepcional, no está ausente la nota humorística («Poesía parlamentaria»).

Siempre dentro del abanico de temas románticos, una de las notas más características y particulares de la lírica de Isaacs se encuentra en la fusión de elementos procedentes de la historia y las culturas judía y americana, tal como se pone de manifiesto, entre otros, en el poema «La tierra de Córdoba».

Desde la oda («Caldas») a la elegía («Elvira Silva); o de los metros populares como la seguidilla y el romance («Mayo» «Teresa») a los más cultos, como el soneto («El imperio de Chimila»), la variedad de géneros y formas poéticas practicados por Isaacs fue grande, pese a que no alcanzó en la poesía, vocación constante, la fama literaria que, en cambio, sí le proporcionó su única novela.

Mención aparte por complejidad y extensión merece la silva titulada «Saulo», inspirada por la historia de Abelardo y Heloísa, y que el poeta compuso durante su estancia como cónsul en Chile. La composición es un claro preludio del Modernismo por el ambiente enigmático y el tono orientalista del viaje en barco que protagoniza una pareja de amantes.

Los textos seleccionados, todos de la autoría de Isaacs, siguen la edición crítica de María Teresa Cristina1, la de más riguroso trabajo ecdótico de las hasta ahora publicadas2. A ellos se han añadido algunas notas complementarias.








ArribaAbajo El Cauca


Dedicado al señor J. M.ª Vergara Vergara




Rueda impasible, turbio, perezoso
el Cauca solitario, en su corriente
columpiando al pasar lánguidamente
el triste sauce y el guadual umbroso;

hiende su lomo terso y anchuroso  5
la frágil balsa de industriosa gente,
o el hijo de sus bosques del Oriente,
rey sibarita del desierto hermoso.

Es imagen de un pueblo que su nombre
lleva orgulloso, de su gloria ufano,  10
que por el ocio el bienestar desdeña.

Tal la historia será siempre del hombre,
desconocer el bien: ¡pobre el caucano,
sobre lecho de flores duerme y sueña!




ArribaAbajoTeresa


Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra,
si supiera dónde nace
nunca los ojos abriera.

No voy a tu granja ya
porque vives tan contenta
y voy a turbar tu dicha
con mis suspiros, Teresa.
Iba, porque junto a ti  5
olvidado de mis penas,
olvidaba mi humildad,
y olvidabas tu riqueza.
Gustábame verte huir
por la frondosa arboleda,  10
provocando mis caricias,
desdeñosa y halagüeña.
Vente conmigo a vivir
a las soledades nuestras.
¿Cómo triste viviría  15
viendo tus ojos de cerca,
pudiendo besar a solas
el ébano de tus trenzas?
¡Ah!, muéstrame siempre así
como entonces, placentera,  20
entre bruñidos corales
tus dientes de húmedas perlas.
Vuelve a esperarme en el río,
y dime esas cosas tiernas
que en secreto me decías  25
temblorosa de vergüenza
y a cantar no volveré
por las noches en tu huerta:
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra».  30

Cuando del colegio vino
de figurín a la aldea
ese sobrino del Cura,
que ojalá nunca viniera,
en la granja recogida  35
estabas siempre y contenta;
pero después te gustaron
más que en antaño las fiestas.
Cubriste para mi mal
tus pies, que las azucenas  40
humillaban cuando sola
retozabas en las vegas;
en vez de rosas galanas
y perfumadas resedas
pones hoy en tus cabellos  45
flores falsas y extranjeras.
Yo pensé con azahares
tu frente ceñir, Teresa,
que aunque son menos valiosas
son las flores de mi tierra.  50
¿Serán mejores los chales
con que tu cintura velas
que el corpiño carmesí
bordado de lentejuelas,
con su falda vagarosa  55
que nieves y encajes muestra?
No tengo para que montes,
como tu novio, una yegua
blanca como las espumas,
como los vientos ligera;  60
pero tengo para ti
una cabaña en la sierra,
que formé cerca al raudal
do pasábamos las siestas.
Si en ella a habitar no vienes,  65
el fuego la hará pavesas
y siempre me oirás decir,
cantando al pie de tus rejas:
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra».  70

Ya no va al puente tu perro
a avisarme que me esperas,
ni tu abuelo por las noches
nos cuenta cosas de guerras,
mientras tu mano en las mías  75
dejas estrechar risueña...
Ayer me oculté en el soto
de naranjos de tu huerta,
por mirarte así un momento
ya que ni verte me dejan.  80
¿Por qué estabas pensativa?
¿Por qué las flores no riegas
y dejas que se marchiten?
Así no eras tú con ellas.
¡Cuántas en mi corazón  85
crecieron con tus promesas!
Tantas, ¡ay!, como murieron
con el desdén que me muestras.
Cuando el último arrebol
bañó con luz macilenta  90
los movedizos follajes
de las lejanas florestas,
vi dos lágrimas rodar
por tus mejillas, y eran
exprimidas de tu alma  95
por el amor que desdeñas.
Vi en tu ventana esa noche,
tras de las enredaderas,
a tu lado el colegial
que así mi dicha se lleva,  100
las manos besar que un tiempo
me abandonabas risueña.
Un juramento mis labios
pronunciaron que si oyeras,
más lágrimas derramaras  105
que las que mis ojos dejan
vertidas en el follaje
con que tus amores velas,
cuando me alejo cantando
la trova que te atormenta:  110
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra».

Esto cuentan que decía
en su delirio a Teresa
un montañés que la amaba  115
y que fue criado con ella.
¡Pobre Pedro! En una noche
que bajaba de la sierra,
vio iluminada la granja
y oyó rumor cual de fiesta;  120
salvó torrentes y abismos
descendiendo hasta la vega,
gemidos y maldiciones
dejando a la noche negra.
Llegó a la granja. En un grupo  125
de curiosos, en la puerta,
tomó a un hombre por el brazo
diciéndole: -¿Qué es la fiesta?
-Es que el sobrino del Cura
se ha casado con Teresa.  130
No brillan así los ojos
del chacal en su caverna,
que sus entrañas heridas
siente por aguda flecha,
como brillaron los ojos  135
del montañés. Una idea
atravesando su mente
fue al fondo de su conciencia,
cual relámpago que el cielo
cruza en noche de tormenta  140
para hundirse en lontananza
del farallón tras las crestas.
Tres noches después, dos hombres
en la montuosa ribera
examinaban un cuerpo  145
cubierto por las arenas:
era un cadáver. Al rostro
le acercaron sus linternas,
y temblaron al mirar
al esposo de Teresa.  150
Años después, recorriendo
la comarca pintoresca,
patria y sepulcro de un héroe,
terror de huestes iberas,
en un hospital modesto  155
de la villa que fue aldea,
hallé un hombre encadenado
en una sala desierta.
En su rostro macilento,
sombreado por anchas cejas,  160
los estragos admiré
de aquellas fiebres intensas
que el corazón carbonizan
y las miradas revelan.
¡Desgraciado!, murmurome.  165
Sólo un nombre: Pedro era.
Al salir, le oí cantar
aquella estrofa siniestra
que escuchaban sus guardianes
sin comprender su elocuencia:  170
«Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra.
Si supiera dónde nace,
nunca sus ojos abriera».

1860                





ArribaAbajoTal día hará un año


Si publico yo letrillas
que aunque tengan siete pelos
en latas de bizcochuelos
andarán por las hornillas;
si tres Marisabidillas,  5
porque eróticas no son
las ponen de discusión
creyendo que me hacen daño,
tal día hará un año.

Ved qué pulcro y relamido  10
sale don Rufo a paseo.
¿Quién dirale chocho y feo
si vive tan persuadido?
Se cree brillante partido,
y si no ha pedido a Inés,  15
porque esta muy niña es;
si se la dan, no es extraño,
tal día hará un año.

¡Pobre Paula! ¿Quién creyera
que los seis lustros mortales  20
la hallarán en sus cabales
sin que esposo le lloviera?
Si no obstante persevera,
si aguarda por otros dos
en vez de servir a Dios  25
y la mata un desengaño,
tal día hará un año.

Siempre dice don Perico
cuando el dos pagar no quiero
«mi negocio es el dinero»  30
le matara y no replico;
mas si luego saca el pico
por cuenta del interés
que había de ganar al mes,
y trago y sudo el engaño,  35
tal día hará un año.

Al ver con su anciana esposa
al rozagante Camilo
al instante me horripilo
como si viera otra cosa:  40
ella tísica y celosa
y él tan sin Eva que Adán...
Si algún escándalo dan
en el tranquilo rebaño
tal día hará un año.  45

Viendo al fin que se rendía
tanto amante al matrimonio
quiso unirse pobre Antonio
a la espléndida María.
Por papá ya se tenía,  50
mas si luego resultó
que nones le disparó
de hiperbólico tamaño,
tal día hará un año.

Si Cervantes ver pudiera  55
¡cómo le plagian los hombres!
Diferencias en los nombres,
don Quijotes por doquiera,
sin duda le produjera
deliciosa hilaridad;  60
y si por esta verdad
me llaman gólgota hogaño,
tal día hará un año.

Si jugando lotería
sentado junto a Francisca  65
al descuido me pellizca
por alguna bobería,
callo el ambo3 que tenía
y apunto por once al diez;
si se incomoda otra vez  70
cuando el liso es el escaño,
tal día hará un año.

Me pondera Carolina
aquel pasaje más tierno
de la «Boca del infierno»  75
que se ha leído la indina.
Si luego a Pepe alucina
con ese aire de pudor
que en su rostro encantador
que en juego pone a su amaño,  80
tal día hará un año.

Si a Marceliano el tronera4
que parece una ascua de oro
fiole tienda don Teodoro
para ponerle en carrera;  85
si en el monte el calavera
apunta sin ley ni Dios
veinte cóndores5 a uno
como si fueran de estaño,
tal día hará un año.  90

Un lustro, ¡suerte tirana!
Cuento de dulce himeneo6;
sin embargo, cuando veo
pasar de taco a Mariana
aún me hiere la inhumana  95
si por verle no sé qué
entre encajes, meto un pie
hasta el tobillo en el caño.
«Tal día hará un año».

1861                





ArribaAbajoRío Moro


Dedicado al señor José Joaquín Ortiz




Tu incesante rumor vine escuchando
desde la cumbre de lejana sierra;
los ecos de los montes repetían
tu trueno en sus recónditas cavernas.
Juzgué por ellos tu raudal, fingíme  5
tras vaporoso velo tu belleza,
y ya sobre tu espuma suspendido,
gozo en ahogar mi voz en tu bramido.

¡Qué mísera ficción! Quizá en mis sueños
he recorrido tus hermosas playas,  10
en esas horas en que el cuerpo muere
y adora a Dios en su creación el alma;
que sólo dejan en la mente débil
pálidas tintas y memorias vagas;
pero te encuentro grande y majestuoso,  15
rey ponderado del desierto hermoso.

Bajo el techo de musgos y de pancas7
abrigo del viajero solitario,
el rudo y fatigoso movimiento
de tus ondas veloces contemplando,  20
del fondo de las selvas me traían
las auras tus perfumes ignorados,
mezcla del azahar y del canelo,
gratos aromas de mi patrio suelo.

Entonces una lágrima rebelde  25
humedeció mi pálida mejilla
dulce como esas que a los ojos piden
caros recuerdos de felices días;
elocuente, si hay lágrimas que encierren
la historia dolorosa de una vida;  30
aquí llevola indiferente el río,
murió como las gotas de rocío.

Eres hermoso en tu furor: del monte
lanzado en tu carrera tortüosa,
vas sacudiendo la melena cana  35
que los peñascos de granito azota;
y detenido, de coraje tiemblas
columpiando al pasar la selva añosa.
Las nieblas del abismo son tu aliento
que en leves copos despedaza el viento.  40

¿De dó vienes así desconocido
con tu lujo y misterios? ¿Gente indiana
hacia el Oriente tus orillas puebla
en verdes bosques y llanuras vastas,
cuyo límite azul borran las nubes  45
que en el confín del horizonte vagan?
Dime, ¿esas tribus que do naces moran
viven felices o miseria lloran?

Pienso que a orillas del raudal velado
por grupos de jazmines y palmeras,  50
púdica virgen de esmeraldas ciñe
su negra y abundante cabellera;
y acaso el homicidio sangre humana
a los cristales de tus linfas mezcla,
y al odio y al amor indiferente  55
confunde sus despojos tu corriente.

Vi al pescador de los lejanos valles
tus peñas escalando silencioso,
la guarida buscando de la nutria
y el pez luciente con escamas de oro;  60
contome hazañas de su vida errante
sentado de mi hoguera sobre el tronco;
le vi dormir el sueño de la cuna
y envidié su inocencia y su fortuna.

La fúnebre viragua8 repetía  65
sus trinos que saludan al invierno
y luces de topacio y de diamante
te daba del relámpago el reflejo;
en las cavernas tu rumor ahogando
tristes gemidos modulaba el viento:  70
así admiré tu pompa y hermosura
entre las sombras de la noche oscura.

Viajero de regiones ignoradas,
¡Ay!, ni una sola de tus ondas crespas
a encontrar volveré, ni de mis pasos  75
en tus orillas durará la huella.
Más celosa que el tiempo que convierte
ricas ciudades en llanuras yermas,
guarda natura su secreto al hombre
y do escribirle osó, borra su nombre.  80

Como burbujas en tu manto llevas,
irán los soles sobre ti pasando,
y te hallarán los de futuros siglos
como hoy undoso, transparente y raudo.
No existirá ni la ceniza entonces  85
de mí, que rey de la creación me llamo,
y si guarda mi nombre el mármol frío,
lo hollará con desdén el hombre impío.

Más felices las flores de tu orilla,
nacen, al aire su perfume exhalan,  90
marchitas ya, se mecen en la espuma,
y mil, más bellas, sus capullos rasgan;
más felices tus ondas, al océano
van a gemir en extranjeras playas;
y yo con mi ambición, pobre y proscrito,  95
de mi raza infeliz purgo el delito.




ArribaAbajoAmores de Soledad


De hinojos sobre una peña,
camino de Neira, está
lavando ropa en el río
la preciosa Soledad.
Por hacer tiempo golpea  5
tantas veces un percal,
que celos a las espumas
que van pasando ya da.
¿Quién ha de venir del pueblo?
Sus ojos fijos están  10
en el último recodo
y ha dejado de lavar.
Tres bueyes bajan cargados:
son los bueyes de Julián,
que ella conoce de lejos;  15
y el montañés viene atrás,
alta el ala del sombrero,
sin cruz al cinto el puñal,
el calzón arremangado,
varonil e imberbe faz.  20
Al mirarle, ruborosa
levantose Soledad:
su montera desceñida
mal consigue aprisionar
los bucles que a medias velan  25
la cintura virginal.


-¿Qué haces, Solita, tan sola?
-¡Eh!, cansada de esperar.
-¿A mí?
-¿Pues a quién entonces?
¡Por eso has tardado más!  30
-Si me hubieras dicho...
-Escucha:
te he venido a convidar,
pues tengo la cruz más linda
de toda la vecindad,
de fresco ramo bendito  35
y flores de gualanday9.
A la montaña de padre
el domingo te vendrás:
para ti la cruz se ha hecho;
si faltas... te irá muy mal.  40
-¿Y tu padre me convida?
-Yo te puedo convidar.
-¡Ay!, temo mucho que sepa
nuestras cosas, Soledad.
-Y yo quiero que le cuentes...  45
lo que le debes contar.
-¿Que te quiero mucho, mucho?
-Y que yo... ¡Jesús!, demás.
-Pero, Solita, tan pobre...
¿Te quieres de hambre matar?  50
-¡Ello no! Con tus tres bueyes,
dos novillas y el maizal,
se tiene todo de sobra:
¿para qué se quiere más?
-¿Y tu padre que te cases  55
conmigo, consentirá?
-¡Ih! Si a todos les pregunta
si acabaste de rozar,
y dice siempre: «con hijos
tan guapos como Julián  60
no hay monte que se resista
ni cosecha que dé mal».
-¿Y al cura se lo has contado?
-Se lo tengo que contar;
y le estoy cogiendo miedo  65
por tu culpa...
-¡Soledad!
¿Qué te he dicho contra el Cura?
-Si me llega a preguntar
cuándo te casas conmigo,
¿cómo salgo del afán?  70
-Dile que tengo veinte años
y...
-¡Yo ni quince quizás!
- Mira: temo que mi padre,
que anciano y enfermo está...
Por ser yo quien más le ayuda...  75
-«¡Él al fin te engañará!»
Mis hermanas lo decían;
¡Ay!, ¡tú me engañas, Julián!
-Nunca engaña un hombre bueno
y cristiano, Soledad.  80
El consejo de los tuyos
ahora seguir querrás,
siendo tú la montañera
Lucero del Robledal,
mereces al rico novio  85
que te salió en Amagá.
¡Quiera Dios que no te engañe
como te quise engañar!
-¿Qué dices?... ¿Te vas?... ¿No me oyes?
¡Escucha! ¡Julián! ¡Julián!...  90
Ve que soy yo quien te llama.
¿No me quieres escuchar?
¿No te he negado un abrazo?
¡Toma un abrazo, Julián!
-No llores así... no llores  95
que me vas a hacer llorar.
-¿Vienes el domingo? Creo
que nunca me engañarás.
¿Y le cuentas a mi padre
lo que dijiste?... ¿Es verdad?  100
Aún estás bravo conmigo.
¿Quieres que hagamos la paz?...
Mira que vas a matarme
con tu desdén. ¿Le dirás?
-Te juro por esta Cruz  105
ser tu marido en San Juan.
-No jures, porque es pecado
por esas cosas jurar.
Así me gustas, risueño.
El sol a esconderse va:  110
ayúdame a alzar la ropa.
Adiós pues...
-¿Y nada más?...
-Ponla bien en la cabeza;
me la vas a hacer botar...
Mira, mira que los bueyes  115
por el desecho se van.


Ha subido ya la cuesta,
presurosa, Soledad,
agitado el virgen seno
por el cansancio y afán;  120
y sus labios entreabiertos
para mejor respirar,
rojos y húmedos sonríen
de gozo y felicidad,
recordando los adioses  125
y caricias de Julián.
Silencioso y apacible,
el anciano padre está
en la puerta de la casa
que mira al camino real.  130
Es blanca su cabellera,
noble y bíblica su faz.
-Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar,
reza la niña pisando  135
de la cabaña el umbral.
-Por siempre alabado sea.
¿Dónde estabas, Soledad?
-Lavando ropa en el río.
-Mucho lavas; ven acá.  140
-Fui a lavarle a su merced
las camisas de aplanchar,
y me han quedado tan limpias
como flores de azafrán.
-¿A quién hablas en el río?  145
-¿A quién, Señor, he de hablar?
-A alguno que yo conozco.
-No volveré, si hago mal...
- Oye aquí, que estamos solos:
¿mucho quieres a Julián?  150
¿Hoy lo has visto?
-Iba de Neira...
Lo vi por casualidad.
-¿Conque lo quieres?
-Con padre
¿cómo de eso voy a hablar?
-¿Y si me gusta?
- Él entonces
 155
a su merced le dirá...
-¿Qué cosa?
-Que mi marido
me ofreció ser en San Juan.
-Con su padre ya está eso
convenido y...
- ¿De verdad!
 160
¡Mi cruz es la milagrosa!
- En dote le llevarás
seis vacas y cuatro bueyes,
que en el hato escogerá.
¿Es poco?
-¡No, padre, mucho!
 165
-Poco, si sale formal.
Nunca vuelvas sola al río;
que te busque aquí Julián.
-Sí, señor.
-Con tus hermanas
vete el rosario a rezar,  170
y encomiéndate a la Virgen,
que buena esposa te hará.

1864                





ArribaAbajoLas noches en la montaña




¡Tú! ¡Siempre tú! Cuando en el sueño alivio
busco al dolor que mi semblante vela,
vienes a recoger enamorada
de mis canciones páginas dispersas.

Dime hasta cuándo seguirás mis pasos,  5
tú, el alma errante de la Virgen bella,
a quien mis ojos admirar debían
como una flor que las corrientes llevan.

¿Es que del pobre Trovador la imagen
pudo quedar en su memoria impresa  10
y cuando duerme, a recoger te envía
mis sueños amorosos de Poeta?

¡Ay! Gracias, ¡sí! Mi corazón palpita
cuando a mi lecho sigilosa llegas
como el perfume el aura de la noche  15
recoge de las púdicas irlenas10.

Ven que reposa ya mi caravana
y no da luz la moribunda hoguera:
siento tus pasos en la vera oscura
de la lianosa y perfumada selva.  20

Ven coronada de silvestres lirios,
ven que tu amante Trovador te espera...
Recoge así tus bucles de azabache;
brinda a mi sien tus hombros placentera:

los rojos labios en mi frente posa  25
no esquiva veles tu mirada negra...
¡Ah! ¡No me dejes! La amarilla luna
se va a ocultar en la lejana sierra.

Si suspiras creerán los montañeses
que se mece el diabebe11 de las peñas;  30
y pensarán si aspiran tus perfumes
que rasga el vendaval las azucenas.

Labios tan dulces a mis labios nunca
unió el amor como los tuyos... Deja
que agote en ellos el placer que brindan  35
a mi amoroso corazón. ¿Te alejas?

Ya de la Aurora en el oriente brilla
palideciendo la preciosa estrella;
mas cuando entrada la callada noche
de otro desierto en el collado duerma,  40

vuelve ocultando tus divinas formas
bajo tu manto de voluble niebla;
ven amorosa y te daré cantares,
ven que tu amante Trovador te espera.


IIª

¡Cuán bella estás orlada de virginias12!  45
¡Cómo en tu frente exhalarán su aroma!
Y con tu manto de musgosas gasas
que en los ramajes de los mayos flotan.

Cuán bella estás: el viento del desierto
le ha salpicado de lucientes gotas.  50
Ven: del Ullucas13 en la verde orilla
sobre la peña cuya base azota,

busqué para esperarte de los musgos
la más mullida y recamada alfombra;
ájala tú, para tus pies la hicieron  55
las Náyades con algas de sus ondas.

Así reclina mi cabeza débil
en tu regazo voluptuoso ahora
y ocúlteme los rayos de la Luna
tu linda mano de alabastro y rosa.  60

-¿Dices que un Rey indígena su nombre
dio a estas corrientes que al rodar sollozan?
-Era de pueblos Rey...; ¡pero tus ojos
con lloro quemador mi mano mojan!

-Soñaba que... -No lloras cuando sueñas  65
de tu pasado la funesta historia,
no siempre mis caricias consiguieron
de tu mente borrar... ¡Débil! -¡Perdona!

Herido por las manos de los míos
mi joven corazón rebelde brota  70
en vez de sangre lágrimas; y en vano
su ingratitud desecha mi memoria.

Ausente estaba del paterno techo:
mi noble Padre en sus postreras horas
a su esposa llamó, para encargarme  75
fuera el guardián de su familia y honra.

El Cielo me ayudó. Luché sin tregua...
Era el descanso mi suplicio; ahora
en el hogar donde los bellos días
de mi niñez pasé triunfantes moran  80

la Envidia y los extraños que compraron
a precio vil nuestra heredad valiosa.
-¿Quieres vengarte? -Sí. -Levanta altiva
tu sien que lleva mi primer corona.

Álzate y mira. -Tu esplendor me ciega.  85
-Yo soy el ideal que te enamora.
-¡Tú eres un ángel! ¿De mi amor qué harías?
-Ámame siempre así: yo soy la Gloria.

Julio de 1864                





ArribaAbajoEl primer beso


Retocé yo en la infancia
      con una prima,
de todas las del corro
      la más ladina.
      ¡Qué ojos tan bellos!  5
¡Qué labios y qué frente!...
      ¡Jesús! ¡Qué cuerpo!

A lo sumo tendría
      once o doce años,
y en la misma semana  10
      nos bautizaron:
      pero a los doce,
inocentes las niñas
      eran entonces.

Cuando íbamos al cerro  15
      algún domingo
llenaba su pañuelo
      yo de mortiños14;
      y a veces coja
andaba por quedarse  20
      conmigo a solas.

Cuando así nos dejaban
       iba contenta
asida de mi brazo,
      dulce y parlera;  25
      de sus hechizos
abusaba buscando...
      los ojos míos.

Al verme ruboroso
      loca reía  30
acercando a mi cara
      su cara linda,
      y en son de juego
murmuraba quedito:
       -¿Quieres un beso?  35

Tantas veces propuso
       la misma cosa,
que una tarde la dije,
      -Dámele ahora.
      Pero al instante,  40
dejando de reírse
      quiso alejarse.

El fuego de mis ojos
      mi torpe mano,
que estrechaba las suyas,  45
      la intimidaron.
      ¡Triste y esquiva
estuvo en los oteros
      el alma mía!

Su voz aquella noche  50
      turbó mis sueños
diciéndome al oído:
      -¿Quieres un beso?
      Y me ofuscaban
Extraños resplandores  55
      de sus miradas.

¡Qué tortura! ¡Qué lejos
      otro domingo!
Una semana entera...
      ¡Cuánto! ¡Dios mío!  60
      ¡Una semana
de Fleury15, de doctrina
      y haciendo planas!

Un lujoso vestido
       pedí a mi padre  65
de botones dorados
      y albos encajes.
      Eran las plumas
de mi gorrilla, blancas
      como la espuma.  70

Llegó al fin el domingo:
      pequé en la misa
porque estuve pensando
       mucho en mi prima...
      ¡Santos recuerdos!  75
Sin fe ya el alma, y sola...
      ¡Sin Dios el templo!

Hermosa fue la tarde,
      ¡qué linda era!
Pero estaba mi prima  80
       mucho más bella:
      de leve gasa
como el cielo sin nubes
      su corta falda.

¡Qué aroma de mis selvas  85
       en sus ropajes!...
¡Qué ondular tan airoso
       del leve talle!
      Y ya en su seno,
entre blondas y tules,  90
      ¡cuántos misterios!

En bucles despartidos
       sobre los hombros
los cabellos castaños;
      sus lindos ojos,  95
      bajo del ala
de italiano sombrero,
       reverberaban.

Al fin nos vimos solos,
      trémulos ambos,  100
indecisas las plantas...
       Los ojos bajos...
       -¿Quieres un beso!
Balbucí, y por respuesta
      voló a mi cuello.  105

Julio de 1864                





ArribaAbajoLa casa paterna


Desierta la campiña... El sol poniente:
azuladas las cumbres del oriente;
la selva umbrosa... el límpido raudal...
Al fin bajo tus bosques te diviso,
paterno hogar, hermoso paraíso  5
que sin culpa perdí: ¡cuán bello estás!

Sobre el azul turquí16 de la montaña
la techumbre destácase, que baña
con amarilla luz el arrebol,
como en las gayas tardes de verano  10
en que, del fruto de mi siembra ufano,
vine a buscar aquí sombra y amor.

¿A quién le rogaré me dé la entrada
si extraño y pobre vuelvo a la morada
donde la infancia y juventud pasé;  15
si no querrá su poderoso dueño
que espante sus lebreles con mi leño
ni que le deje el polvo de mis pies?

Muchas veces llamé, mas no responden...
¿Por qué, cual las palomas que se esconden  20
en los sotos, hogar no encuentro yo?
Son los mismos de entonces sus arrullos,
los mismos de la selva los murmullos,
el mismo de los prados el olor.

¡Selfia! ¿Dó fuiste nuestros pobres hijos,  25
después de padeceres tan prolijos,
a ocultar cuando todo lo perdí?
Tú, cuya mano recogió en mi frente
el sudor en mi afán... niña inocente,
¡ay!, ¡con tu lloro lo mezclaste al fin!  30

¿En dónde estás que el conocido acento
no te ha llevado de la tarde el viento?
¿Dónde ocultas mis hijos... dónde están?
Óyeme y ven con ellos presurosa:
¿no ves que vuelve de la tierna esposa  35
el viajero los brazos a buscar?

¿No ves que herido por las zarzas vengo,
que sufro sed, y de reposo tengo
necesidad y alivio junto a ti?...
El ruido de sus pasos... Fue una sombra  40
la que cruzaba del gramal la alfombra.
Deliras, corazón... Sueña, ¡infeliz!

Noble el guardián de quien señor fui un día
oyó mi voz en la arboleda umbría
y el techo que lo abriga me ofreció;  45
durmiose, y solo recorrer ya puedo
la oscura estancia do le infunde miedo
la sombra de su antiguo morador.

Tiemblo al crujir en el dintel la puerta...
La luz invade la morada yerta...  50
Mis pasos repercute el artesón;
siento que vaga en torno de mi frente
hálito de sepulcros... Indolente
la péndola se mece del reloj.

¡Oh padre!, ¡padre!... Solo, y combatido  55
por el genio del mal, tu hogar querido
a la avaricia cruel le abandoné.
No me preguntes por la madre mía
ni por tus hijos: mi indigencia haría
tu labio acusador enmudecer.  60

Ya tú la viste abandonar cristiana
la mansión do tu afecto soberana
hízola; el mundo la miró feliz.
Digna y humilde vive en la pobreza;
no era su galardón esa riqueza  65
que el vulgo la envidió; llora por ti.

¿En ese mundo ignoto donde moras
la aciaga suerte de tus hijos lloras?
¿Tú me has visto por ellos batallar?
Vigor fecundo mi flaqueza de hombre  70
haz, y orgullosos llevarán tu nombre,
porque las nobles almas lo amarán.
.............................................................
Deja al dolor herirme; ya la esposa,
la virgen que me diste ruborosa
por compañera, del altar al pie,  75
abriga tu mimada descendencia
en mendigado hogar, y en larga ausencia
apuró de sus lágrimas la hiel.

Recorro enamorado su aposento:
lo engalana mi loco pensamiento  80
cual ella lo adornaba para mí;
aspiro de su blonda cabellera
el grato aroma que la envidia era
de los blancos rosales y el jazmín.

Encontrábala aquí festiva y pura  85
como el aura del alba en la llanura,
bella como mi mente la soñó;
menos hermosa en su radiante coche
en el ardiente julio era la noche,
que Selfia en su inocencia con su amor.  90

Cuando gozosa me mostró y ufana
su hija primera, cual la flor lozana
deja el botón que oculta al sol besar,
nuestras almas a ese ángel contemplaron,
y en sus labios purpúreos se juntaron  95
con el beso de amor, el paternal.

Cerca a su cuna, aquí, juntos velamos,
y entonces, venturosos, no contamos
las monótonas horas del reloj:
aún el melancólico sonido  100
marca el presente como el tiempo ido,
mas solo vela aquí mi corazón.

¡Dios de Israel! Oh Dios cuya mirada
alumbra al peregrino en su jornada,
heme cual niño me postré ante ti:  105
mi dicha niebla fue que disipaste,
al humilde y al pobre me igualaste;
lejos de esta mansión voy a morir.

Agosto de 1864                





ArribaAbajoNo es el ángel de la guarda


Un ángel todas las noches
miro en sueños, Virgen Santa,
mas el ángel que me vela
no es el ángel de la guarda.


I

¡Cuan bellas son las auroras
sobre los Andes del Cauca!
¡Cuan tranquilas si se ven
desde el pie de la montaña!
Pero más bella es María  5
cuando sale a saludarlas
murmurando su oración
postrera de la mañana.
¡Hela allí! ¿Por qué sonríe?
Es la sonrisa del alma  10
que juega en sus labios rojos,
al ver hermosura tanta.
Inmóvil, de pie en la orilla
de la fuente solitaria,
donde ha bañado su rostro  15
sobre el musgo arrodillada;
en bucles humedecidos
se mueve a merced del aura
bajando casi hasta el césped
su cabellera castaña.  20
En las corrientes que huyen
fija la triste mirada
y deja rodar al suelo
las flores que por lozanas
en la falda de su reina  25
merecieron ser llevadas...
¿Por qué vuelve a sonreír?
¿Son tan hermosas las aguas
que las ramas florecidas
del rosal pasando bañan?  30
Es que recuerda despierta
lo que dormida soñaba,
cuando el canto de las aves
fue en su lecho a despertarla:
catorce abriles, María,  35
cumple el domingo de pascua,
y a esa edad son los ensueños
tan hermosos cuando se ama.
Un anhelo indefinible
la obliga a esperar incauta  40
a un ángel que cree inocente
es el ángel de su guarda.
¡Cómo viene embellecido
cada noche que le aguarda!
En su manto de guerrero  45
ocultas lleva las alas,
y en su rostro adolescente
¡cuánto valor se retrata!
Pero encuentra en su sonrisa
y en su amorosa mirada  50
algo humano que del sueño
recuerda tímida su alma;
y entonces es que sonríe,
sin saberlo enamorada,
o tiembla al pensar que el ángel  55
«no es el ángel de la guarda».


II

Duerme. El aire del jardín
aromatiza la estancia,
por un rayo de la Luna
de verano iluminada.  60
En su blanquísimo lecho
que perfuma destrenzada
la abundante cabellera
la hermosa virgen descansa,
cual en el suyo de espumas  65
la ondina de la cascada.
En los labios de María
se está sonriendo el alma
con la sonrisa del niño
por el amor hermoseada.  70
(El Guerrero adolescente
las leves cortinas alza,
mas ya no lleva su airón
ni su manto ni sus armas.
¡Qué facciones! ¡Qué recuerdo!  75
Nunca su negra mirada
fue tan dulce, ni ese traje
lleva su ángel de la guarda.
Nunca en su nombre María
halló música tan grata  80
como en la voz que parece
que la acaricia al nombrarla).
El leve lino que oculta
su seno, como las alas
de una paloma expirante  85
se estremece; ya no vaga
en sus labios la sonrisa,
y ese suspiro que exhalan
amor y angustia revela...
(El Ángel la frente blanca  90
de la Virgen ha rozado)...
Un débil grito se escapa
de su pecho: su mirada
en torno busca esa sombra.
Sigue la Luna la estancia  95
iluminando; susurran
en los rosales las auras.
incorpórase María:
su frente sobre las palmas,
siente que a su seno ruedan  100
de sus ojos tibias lágrimas.
Ha orado porque los rezos
los malos sueños espantan;
y besando temblorosa
de un relicario la estampa,  105
vuelve a colgarlo al decirle
en secreto estas palabras:
«Un ángel todas las noches
miro en sueños, Virgen Santa,
mas el ángel que me vela  110
no es el Ángel de la Guarda».


III

Va a ocultarse un sol de julio
tras de las sierras lejanas
que ceñidas de oro y fuego
tiñen los cielos de grana.  115
Caballero en un retinto,
cuyo pecho espuma esmalta,
las colinas orientales
del valle a galope salva
un hermoso adolescente  120
ascendiendo a las montañas.
¡Cuán bellas son a esa hora
las campiñas de mi patria:
sus bosques en donde anidan
parleras loras y garzas,  125
leves y puras como esas
dulces horas de la infancia!
El viajero ha dirigido
su humedecida mirada
al otero en donde ve  130
blanquear su paterna casa
bajo los sauces antiguos.
Vuela que la noche viene
vuela porque allí le aguardan
con la madre cariñosa  135
las ruborosas hermanas
que niñas dejó al partir,
y un padre cuyos cabellos
tiñeron ya nobles canas;
el criado fiel y ya viejo,  140
el ágil perro de caza.
Eso espera al caballero
cuyo caballo ya salva
el torrente de sus juegos
en las tardes de su infancia;  145
eso espera, y más aún,
más que todo grato a su alma,
la virgen de sus amores,
la huérfana confiada
a la madre venturosa  150
por la moribunda hermana,
la alegre y dulce María,
la de las trenzas castañas,
de mejillas con hoyuelos,
de azul oscura mirada  155
cuyos pies de nieve y rosa
el césped del huerto hollaban
recogiendo en los rosales
frescas rosas en su falda:
la que al viajero dejó  160
en sus manos una lágrima
ha cinco años, la que ha sido
la visión de sus veladas
que hoy en su frente revela
de David la noble raza.  165
Ha saltado del corcel
y ya en su lloro le bañan
sus padres que ven cumplida
la más hermosa esperanza:
ha estrechado entre sus brazos  170
a sus tímidas hermanas.
En el grupo está María
sus ojos húmedos baja...
¡Qué recuerdo! ¡Qué facciones!
Tiembla al sentirse abrazada  175
por el que a su cuello deja
rodar quemadoras lágrimas.
¡No! ¡No! El ángel de sus sueños,
«no es el ángel de la guarda».

Septiembre de 1864                





ArribaAbajoSelfia17


Di: ¿qué secreto sorprendiste a el ángel
que mis delirios y mi sueño espió
que puedes a tu lado extasiarme,
reina o esclava de mi ardiente amor?

Del Ente bello que encarnar pretende  5
en vano mi alma en su incesante afán
hay algo en tus sonrisas y en tu frente...
¿Es sombra o luz... amor o majestad?

¿Velabas tú cuando con él soñaba?
¿Era la tuya su armoniosa voz?  10
¿O sombra fugitiva de tu alma
fue la que mi alma en sus ensueños vio?

Si en alta noche solitario velo
de mi lámpara rústica a la luz,
y leves pasos y en mi sien tu aliento  15
me vienen a turbar... él eres tú.

Si por cojín ofreces tu regazo
a mi cabeza y buscas a la vez
los bucles de mis hijos con tus labios
¿eres el ángel o eres la mujer?  20

Cuando sentados en las verdes ribas
del Cali, mudo te contemplo yo
y tu mirada, de rubor esquiva,
húmeda se hace y lánguida de amor;

y conmovidos por el viento vienen  25
tus cabellos mi frente a sombrear,
como de un sol abrasador defiende
con el ala su amante la torcaz;

no eres entonces la mujer soñada,
mas no por ella te cambiara, no:  30
eres la esposa fiel, madre y cristiana,
de Jesús en el Gólgota creación.
.........................................................
Diez años ha que con mi amor las dichas
de tu infancia purísima turbé;
lágrimas desde entonces o sonrisas  35
en nuestros rostros a la par se ven.

Hubo una noche de placer y danza:
tus ojos fijos en la alfombra vi,
que el fuego varonil de mis miradas
no osaban un instante resistir...  40

Después... mi brazo acarició tu talle...
tu mano en mi siniestra se posó...
Y por primera vez así al llevarte
temblé y temblaste... ¡nos miraba Dios!

Fue un instante veloz. Había cesado  45
de la música el último compás;
tu talle se soltaba de mi brazo
y en otros ibas a apoyarte ya...

Y cobardes, mis ojos no podían
mirarte así como lo bello ven.  50
Algo en tu rostro vi de una sonrisa...
Pienso que hablaste, pero no escuché.

Castas promesas, juramentos mudos
se hicieron nuestras almas ante Dios.
Sellaba la inocencia el labio tuyo  55
y algo divino en ti mi voz ahogó.
.........................................................
Diez años que mi planta vigorosa
tiembla si tardas en seguirla tú,
que errante, o de mi hogar bajo la sombra,
el amor y tu fe diéronme luz.  60

Cuando después de tempestuosos años
a mi paterno hogar pobre llegué
y me estrecharon trémulos tus brazos,
tu faz bañada en lloro de placer,

mi enlodado morral de peregrino  65
tu mano cariñosa al desceñir,
se unió tu lloro a el de los ojos míos
y tu oración a mi oración uní...

En los desiertos, donde moro, quema
mi rostro enflaquecido el patrio sol,  70
ponen los hombres mi vigor a prueba,
la fe que me inspiraste prueba Dios.

Mas sé que lloras... ¡Ay!, también enjuga
mi mano alguna lágrima tal vez,
mas me hallo fuerte al continuar la lucha,  75
que no es heroico sin luchar vencer...

Pero no temas que la gloria inflame
de nuevo mi ambicioso corazón...
En mi ocaso la estrella de la tarde
serás, cual en mi oriente fuiste el Sol.  80

Algo de indefinible en tu sonrisa
hay que jamás en su sonrisa hallé...
Ella, creación de humana fantasía;
prodigio tú de quien formó el Edén.

Ella la tempestad ama en mi frente;  85
tú la calma y fulgor de la virtud;
ella me exige que tu amor desdeñe;
amor, tan sólo amor me exiges tú.

Tu regazo cojín, tu labio aromas,
tu voz arrullos, tu mirada amor...  90
Ante ese llanto que tu rostro moja
delirio criminal es mi ambición.

1866                





ArribaAbajoHortensia Antomarchi18


Vives aún, bajo mi mano tiemblas,
y muerto para siempre te creía,
helado corazón a que mi pecho
sirvió de tumba. Vives y palpitas
atento a los rumores de la noche,  5
¡ay!, porque en otras escuchar solías
con el gemir de los volubles vientos,
sus sollozos, sus pasos... sus acentos.

Vives aún, y lloras, y ya lágrimas
nunca les negarás a mis dolores:  10
agotadas aquellas que de dicha,
de amor, de gratitud, lloraste entonces;
agotadas aquellas que bañaron
la sorda tumba que a mi amor la esconde;
despiertas al oír la voz doliente  15
de un corazón que cual sentiste siente.

¡Ah!, no pretendas de nativo valle
oírla murmurar en los desiertos,
en las corrientes del amado río
ni en los follajes del vecino huerto:  20
ya de tan deleitables armonías
nunca tal vez escucharás un eco;
a el ángel de tus últimos amores
la frente ciñen extranjeras flores.

¡Cuántas horas de angustias y combates,  25
mientras mi yerto corazón dormía,
troqué por gloria mísera pagada
con los mejores años de mi vida!
¡Cuántos seres queridos intentaron
ese sueño turbar en que yacía,  30
ya de rey en esclavo convertido,
mujer, el corazón que has conmovido!

Alma pura, divina, soñadora,
orgullo del Creador, bendita seas
tú que sus obras inspirada cantas,  35
tú que a sus pies por los que sufren ruegas
tú a quien la noche muestra sus arcanos
y al sol despides, de la tarde reina,
deja vivir donde tu alma mora
a mi alma cual la tuya soñadora.  40

Hizo la turba vil un Dios del oro,
y al poeta escarnece, odia y maldice;
ya las puertas no le abren los palacios
ni el magnate lo sienta en sus festines:
el arpa al hombro, por la tierra vaga,  45
asilo al pobre como a hermano pide,
y le niega un rincón en sus hogares
el pueblo que recoge sus cantares.

Esta faz que los soles del desierto
y el huracán marino han retostado,  50
no es la que en lloro maternal bañada
del Amaime19 las brisas enjugaron...
De sollozar mi pecho enronquecido
y de velar mis ojos fatigados,
sólo en sueños recorre el alma mía  55
la casa paternal, su selva umbría.

En los labios amantes que mis labios,
sedientos de placer han comprimido,
hallé deleites, mas la dicha nunca;
tras de goce fugaz, nada y hastío:  60
mi soledad, ya tarde, lamentaba
cansado de la gloria en el camino:
oí tu voz y mi alma dolorida,
no hallándote inmortal, amó la vida.

Ignotas soledades do mis cantos  65
por las estivas noches despertaban
lejanos ecos; estruendosos ríos
cuyas nieblas y espumas argentaba
la luna al asomar sobre los montes
bajo celajes de fulgente nácar;  70
lagos azules, lirios tembladores,
dadnos vuestros perfumes y rumores...

Tú no sabes, paloma gemidora,
cuan blandamente mecerán tu nido
de nevado plumón las auras tibias,  75
bajo la sombra de los bosques míos:
tú no has amado allí, tú no has soñado
bajo ese cielo en el lujoso estío,
oyendo de las selvas los arrullos
del Nima concertar con los murmullos.  80
.........................................................
.........................................................
¿Por qué el sollozo del nocturno viento
mi corazón conturba? ¿Qué recuerda?
¿Qué ve, qué ve sobrecogida el alma
a la luz de la luna macilenta
cruzar las sombras? Mustia... silenciosa...  85
despareció a lo lejos tras la niebla.
Corazón que al morir has despertado,
duerme otra vez en tu sepulcro helado.

1869                





ArribaAbajoLa tumba del soldado


El vencedor ejército la cumbre
      salvó de la montaña,
y en el ya solitario campamento
que de lívida luz la tarde baña,
      del negro terranova20,  5
compañero jovial del regimiento,
      resuenan los aullidos
por los ecos del valle repetidos.

Llora sobre la tumba del soldado,
y bajo aquella cruz de tosco leño  10
lame el césped aún ensangrentado
y aguarda el fin de tan profundo sueño.

Meses después, los buitres de la sierra
      rondaban todavía
el valle, campo de batalla un día;  15
las cruces de las tumbas ya por tierra...
      Ni un recuerdo, ni un nombre...
¡Oh!, no: sobre la tumba del soldado,
      del negro terranova
      cesaron los aullidos,  20
mas del noble animal allí han quedado
los huesos sobre el césped esparcidos.

1874                


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