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Poesías amorosas

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El libro del amor

A...

Soneto

                                           Como la sombra al cuerpo, el sentimiento
a perseguir me inclina tu hermosura,
mas si dicen mis ojos mi ternura
casto respeto sofocó mi acento.
 
   Con tu imagen querida, en su aislamiento
forja el alma quimeras de ventura;
Nunca esa dicha alcanzarás -murmura
la despiadada voz del pensamiento.
 
   Amarga pena al escucharla abrigo,
y entonce el corazón, como un tesoro
acoge ese dolor, y te bendigo.
 
   �Y sin nada esperar, ciego te adoro!
�Ay, si a mi seno del dolor amigo
volver pudiera al desterrado lloro!
 
          Madrid, Febrero 1854.


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A Cristina

En un álbum

I
                                        �Por qué no tengo yo para estas hojas
de ilusión y ventura blancas flores?
�Por qué sus cuerdas desmayadas, flojas,
el arpa enmudeció de los amores?
 
   �Qué importa que orgulloso alce mi frente
latiendo el corazón lleno de vida,
si viejo ya para el placer se siente
su virgínea ilusión desvanecida?
 
   �Oh, cuán temprano, lastimado el seno,
postrose el alma en desigual pelea!
�Cuánto de angustia y de fastidio lleno,
sólo descanso el corazón desea!
 
   Así, �cómo podré, mujer divina,
ensalzar tu virtud y tu hermosura?
�Ah, no escuches mis cantos, no, Cristina,
son cantos de dolor y desventura!
 
   Donde quiera que brindo la mirada,
busco la dicha y la desgracia siento;
el eco de mi lira destemplada
es el �ay! funeral del sufrimiento.
 
   Del desamado corazón el duelo,
el llanto del que gime en la agonía;
del pensamiento, al remontar su vuelo,
la duda canto desolada y fría.
 
   Nunca mis ojos en la mar serena
fijé, mirando en paz su poderío;
sí los clavé cuando furiosa truena
reluchando en el áspero bajío.
 
   Nunca del sol en la inmortal carrera
vibró en mis manos la cansada lira,
mas rasgando el relámpago la esfera
con su sangrienta claridad me inspira.
 
   Veo indiferente los capullos rojos
que mece de las brisas el aliento,
y arrancan una lágrima a mis ojos
las secas hojas que arrebata el viento.
 
   Doquier busco pasión, doquier ansío
apagar esta sed de sentimiento,
encuentro en el placer hielo y hastío:
mi corazón nació para el tormento.
 
   Así, �cómo podré, mujer divina,
ensalzar tu virtud y tu hermosura?
�Ah, no escuches mis cantos, no, Cristina:
son cantos de dolor y desventura!


II
                                   �Cómo pintar de tus ojos
la tierna melancolía,
tu boca que causaría
envidia al rojo coral?
�Los rizos de tus cabellos
como el ébano luciente,
ni de tu pálida frente
la inocencia virginal?
 
   �Cómo pintar de tu alma
el infantil sentimiento
que expresa tu blando acento
con indecible candor?
�Ni de tu dulce mirada
el apacible consuelo,
ni de ese rostro de cielo
el angelical rubor?
 
   �Ay, niña! Si aún no has sentido
latir inquieto tu seno,
si un campo de flores lleno
en la vida puedes ver;
goza tus sueños de virgen
embriagada en tu ventura,
no vayan tu ilusión pura
mis cantos a deshacer.
 
   Que es hermoso en la existencia
resbalar, dichas soñando,
cuando va un ángel guiando
nuestros pasos hacia Dios.
�Cuán feliz es quien la muerte
halla en tan dulce camino,
y hasta el alcázar divino
unidos vuelan los dos!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Mas no; compasiva suerte
a ti tan hermosa y pura,
un porvenir de ventura
te brinda en grata ilusión;
acaso serás dichosa,
sin que broten con enojos
una lágrima tus ojos,
un suspiro el corazón.
 
   �Ay, plegue al cielo! Mi ruego
quizá a su región no llega,
porque dislocada y ciega
el alma en su frenesí
lo olvidó; mas si propicio
mis votos está escuchando,
ellos suben demandando
felicidad para ti!
 
   Rosas el pensil te brinde,
aroma grato el ambiente,
líquidas perlas la fuente
la vida entera, placer!
Y si alguna vez asoma
a tus párpados el llanto,
la compasión del quebranto
te lo arranque de otro ser.
 
          Sevilla, 1849.


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Canción

A...

                                       Más que mujer me pareces
ángel mecido entre nubes,
niña hermosa, de rubios cabellos
      de ojos azules.
 
   Cuando tus puros encantos
mi ansiosa vista descubre,
imagino que aspira mi seno
      celeste perfume.
 
   Mas tal reflejo de dicha
muere triste, apenas luce,
como el pálido rayo de Venus
      las sombras confunde.
 
   Que tus ojos y cabellos
de efímeras horas dulces,
los dolientes espectros reaniman
      que tristes acuden
 
   al corazón, y en mi labio
vaga un nombre que interrumpe
el deber, y sofoca la llama
      que el alma consume.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   No coronen tus cabellos
nunca del dolor las nubes,
ni con lágrimas miren mis ojos
      tus ojos azules!
 
          Madrid, 1854.


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En un baile

                                       �Por qué extrañar que evite de la danza
         la alegre confusión?
      Entre tantos que buscan su pareja
         la busco en vano yo!
�Por que extrañar que vague indiferente,
         mi vista en derredor?
      �Ay! Mil ojos se fijan en mis ojos,
         pero los suyos no!
�Por qué extrañar que ante el bullicio, aislado
         enmudezca mi voz?
      �Acaso late, cuando late el mío,
         siquiera un corazón?
 
          Madrid, 1857.


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Al despertar

                                                                                      Theu, wuidon let day in and
let life ont.
                   Shakespeare, Romeo y Julieta.
I
                                       Dulce brisa aspira el pecho,
tibia luz mi estancia dora,
y de nubes sobre un lecho
se ve a lo lejos la aurora
amorosa sonreír.
   La besa el sol, la enrojece,
y ella, su azul vestidura
pudorosa desvanece...
sus lágrimas de ternura
miro en las flores lucir!
 
II
   Roba el aura a las acacias
y a las lilas sus olores;
del sauce a las ramas lacias
los morados aclamores
sus ramas miro enlazar.
   El agua quejas suaves
forma en las piedras quebrada,
y ebrias de gozo las aves
hacen la fresca enramada
de armonía palpitar.
 
III
   �Por qué de tanta hermosura
huyo triste y desdeñoso?
�Por qué de la noche obscura
llamo al hijo misterioso
que mi lecho abandonó?
   Entre sus negros cabellos
llevó al partir un gemido,
al herir con sus destellos
la luz mi rostro dormido
de mi seno lo arrancó.
IV
   �Sabes por qué, amada mía,
en vano a la sombra llamo?
�Yo en mis sueños te veía
y en voz muy baja: te amo,
murmurar, loco, te oí!
   �Comprendes que con tristeza
mire la naciente aurora?
�Cómo sentir su belleza
si tú, del alma señora,
estás tan lejos de mí!
 
          Aranjuez, Abril de 1855.


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Tu nombre

I
                                       Cuando al poniente sol en la ribera
sentado miro las corrientes aguas,
al murmullo del onda placentera
          tu nombre pienso oír!
 
   Cuando agitadas por el manso viento
susurran de los árboles las ramas,
pienso que escucho misterioso acento
         tu nombre repetir.
 
II
   Una voz melancólica lo exhala
que el aire apenas rápida conmueve
más tenue que el rumor que forma el ala
         del pájaro al volar:
 
   No lo siente el oído, pero suena
cual eco de dolor dentro del alma,
que por alivio a su pesar y pena
         anhela suspirar!
 
III
   Si cuando yace en el descanso el hombre
inspiración demando a las tinieblas,
las brisas de la noche traen tu nombre
         por darme inspiración.
 
   Más pronto nuestro amor y desventura
hacen callar la lira del poeta,
y lágrimas derrama de amargura
         mi herido corazón!
 
IV
   En el templo también, bajo las naves
que la oración armónica repiten,
mezclado al eco de los cantos graves
         lo escucha mi dolor.
 
   Cual virginal plegaria que se eleva
de tu alma castísima, inocente,
y que el incienso entre sus nubes lleva
         al trono del Señor!
 
V
   Dondequiera tu nombre, �triste amante!
ya desvanece mi mortal hastío,
ya me hace acaso blasfemar impío
         con ciego frenesí!
 
   O ya dulce disipa mis enojos
consolador trayendo a mi memoria
una lágrima pura de tus ojos
          derramada por mí!
 
          Sevilla, 1849.


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Recuerdo

                                  No brillaba la luna; sacudidas
por el viento las hojas se quejaban,
chispas de luz vertían las estrellas
         en las trémulas aguas.
 
   A su inseguro resplandor veía
rodar por sus mejillas una lágrima,
y temblorosa, entre sus manos yertas,
         mis manos estrechaba!
 
   Mas de repente de sus negros ojos
el vivo rayo penetró en mi alma,
y soltando mi mano, de las mías
         separó sus miradas!
 
   Su altiva frente levantó serena;
en sus labios vagó sonrisa amarga...
y pálidos los dos y silenciosos
         cruzamos la enramada!


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Dime

                                      Dime: �cuál melancólico lucero,
brillando sólo al despuntar el alba,
vierte una luz como la luz suave
         de tu mirada?
 
   Dime: �qué clara gota de rocío,
pudo igualar sobre azucena blanca,
a una gota de llanto resbalando
         por tu mejilla pálida?
 
   Dime: �habrá una sonrisa que prometa
de virtud y ventura la esperanza,
que consiga imitar el dulce encanto
         de tu sonrisa casta?
 
   Dime: �habrá una mujer que cual tú inspire
amor tan puro, adoración tan santa?
Dime: �habrá sierpe que tan negra tenga
         como tú el alma?
 
          Madrid, 1859.


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Al Guadalquivir

Soneto

                                       Quizás mis ojos por la vez postrera
clavo, Guadalquivir, en tu corriente,
la luna contemplando tristemente
que en tus aguas sus rayos reverbera.
 
   Lleve mis pasos do la suerte quiera,
tu imagen siempre al corazón presente;
los años �ay! renovará la mente
que sentí resbalar en tu ribera!
 
   Amargue las espumas de tu orilla
esta lágrima. �Adiós! hondo gemido
el pecho exhala, que de ti me alejo!
 
   Cuando beses los muros de Sevilla,
murmura con dolor que nunca olvido
que allí del alma la esperanza dejo.
 
          Puente de Andújar, 6 de Enero de 1852.


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Acuérdate de mí

I
                                  La noche está sombría;
la calle está desierta;
al estrechar la mía
tu mano siento yerta
llamándome hacia ti.
�Adiós!-En tu ventana
su luz el alba vierte:
cuando, al nacer mañana,
su rayo te despierte,
�acuérdate de mí!
 
II
   No más con alegría
te oiré decir:�te amo!
No más a la voz mía,
cual pájaro al reclamo,
vendrás... �ya te perdí!
Si al descender la sombra
tu pecho da latidos,
y piensas que te nombra
la brisa en sus gemidos,
�acuérdate de mí!
 
III
   �Por siempre adiós! Me aleja
mi despiadada suerte:
no exhalo ni una queja...
�y no volveré a verte!...
�mi alma queda aquí!
Si acaso en tu aislamiento
tu seno se estremece,
y amargo sentimiento
tus ojos humedece,
�acuérdate de mí!


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A...

                                                                                      J'avais quitte la proie pour l'ombre.
                         Gerard de Nerval. -Petits chateaux de Boheme.
                                         ��Como yo has de llorar!� tú me decías,
anegados en lágrimas tus ojos:
��Como yo has de llorar! y tal vez ella
            �se burle de tu lloro!�
 
   �Por escuchar palabras cual las tuyas,
�que forman el dogal con que me ahogo,
�acaso pronto tu tenaz orgullo
            �se arrastre por el polvo!�
 
   ��Niéguete el cielo hasta el crüel remedio
�del duro desengaño que devoro!
��Permita Dios que tus angustias pague
            �silencio desdeñoso!�
 
   Yo, cual de piedra, helado te escuchaba,
de tu mirada separando el rostro:
Sentí apenas que, al irte, murmuraste
            ��Adiós!� en un sollozo.
 
   �Ah, si me vieses hoy!... �También lloraras;
pero fuera de lástima tu lloro!
�Ah, si me vieses hoy!... �Quizá tu labio
            dijera �te perdono!�


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Ensueño

                                        No sé decir por qué... �Ya tanto hacía
que no pensaba en ti, sino despierto!...
No sé decir por qué, la última noche
         te vi entre sueños!
 
   Tan hermosa a mis ojos como siempre;
tan pura y dulce como en otro tiempo;
pero estabas tan pálida, tan triste,
         que al recordarlo tiemblo!
 
   Todo un mundo de amor y de pesares
nuestras mutuas miradas se dijeron;
mas ni siquiera nuestros nombres, nada
         murmuró el eco!
 
   Inmóviles los dos y silenciosos,
apoyada la mano sobre el seno
sonreímos... �Yo estaba al despertarme
         en lágrimas deshecho!


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�Por qué?

                                    Dime: �por qué cuando de mí te alejas
            te sigue el alma mía,
y con el eco de tu adiós me dejas
            consuelo y alegría?
 
Dime: �por qué si a las estrellas miro
            que son tus ojos creo?
�Por qué en el aire escucho tu suspiro,
            y en las sombras te veo?
 
Dime: �por qué mi solitaria estancia
            tu imagen embellece,
cual perfuma del lirio la fragancia
            el aire en que se mece?
 
�Por qué de tu sonrisa y de tu acento
            el recuerdo querido
vuelve a agitar con puro sentimiento
            mi corazón dormido?
 
�Por qué apaga memorias de horas muertas,
            de enojos y de llanto?
Dime, amor mío, si a decirlo aciertas,
            �por qué te quiero tanto?


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Despierta

                                        Despierta, amada mía: la mañana
hasta tu lecho tímida penetra
y te llama con trémulos gorjeos
         el ave prisionera.
 
   Aura feliz acarició tu frente,
besa tu boca y perfumada vuela,
y la naciente luz alegre brilla
         en tus hermosas trenzas.
 
   Aura, pájaro y luz por ver suspiran
tus bellos ojos, tu sonrisa tierna,
y en tu dormido corazón murmura
         mi amor, ��bendita seas!�


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Serenata

I
                                     La luna adorna el cielo
con transparente velo,
y brillan las estrellas
cual lágrimas de amor.
�Reposas ya dormida,
encanto de mi vida,
o en tus miradas bellas
reflejan su fulgor?
 
II
   Si aún sientes su rayo
y, en lánguido desmayo,
tu seno da un suspiro,
acuérdate de mí;
y díganles tus ojos
tus dichas, tus enojos:
que yo también las miro
pensando sólo en ti.
 
III
   Mas si tranquilamente
se dobla ya tu frente,
y no turba tu calma
ni el más leve rumor,
�seré tan venturoso
que, en sueño misterioso,
me veas con tu alma,
me hables de tu amor?


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Vigilia

                                                                                    El querer que puse en ti
tan firme y tan verdadero,
si lo hubiera puesto en Dios
ya hubiera ganado el cielo.
                           (Canción popular).
                                       �Por qué cuando activa fiebre
mi frente abatida quema,
dejo mi lecho, y sentada
la angustia a su cabecera?
 
   �Por qué solo y lentamente
cruzo las calles desiertas
cuando, del sueño en los brazos,
todos aduermen sus penas?
 
   �Por qué cuando el sol brillante
los corazones alegra,
veo pálidos sus rayos,
y siento su lumbre yerta?
 
   �Por qué miro indiferente
la más preciada belleza?
�Por qué el acento más dulce
en mi alma no penetra?
 
   �Por qué tiemblo si la mía
con su mirada se encuentra?
�Por qué, cuando no, parece
que el corazón me atraviesan?
 
   �Por qué a solas, en mi estancia,
mis ojos creyendo verla,
frases llorando le dicen
que el labio a decir no acierta?
 
   �Por qué si por ella sufro,
por qué si muero por ella,
sólo para bendecirla
sabe nombrarla mi lengua?


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Desvarío

                                       Verte imagina el alma enamorada
por el sueño vencida, tu cabello
inundando la cándida almohada:
 
   La paz, señora de tu rostro bello:
bajo el celoso párpado, escondido,
de tu mirada el mágico destello:
 
   Blandamente tu pecho conmovido,
y en la sonrisa de tu pura boca
expirando suavísimo gemido.
 
   Y al verte, el alma se imagina loca
que se acerca a tu casta cabecera
y trémula de amor, tu frente toca.
 
   �Duerme, te dice, de mi edad primera
�renovada ilusión: duerme �bien mío!
��quién darte dicha como amor pudiera!�


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Recuerdo

I
                                        Triste es, muy triste, con incierta planta
encaminarse hacia el sepulcro helado
      que guarda un ser querido;
y allí, animando su memoria santa,
llorar a solas por el bien perdido!
 
II
   Pero es más triste en la escondida huesa
del corazón clavar honda mirada
      y ver, con sangre impresa,
la cifra de una imagen adorada,
de los estragos del olvido ilesa!
 
III
   �Ay! que el dolor que al recordarte siento,
ángel puro, �jamás sienta tu alma!
      �Al cielo, en mi tormento,
pido que aparte, por tu bien y calma,
mi imagen de tu casto pensamiento!


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El amanecer

                                      Fresco suave acarició mi frente,
inunda el aire claridad dudosa,
que con reflejos pálidos disipa
         lentamente las sombras.
 
   Su casta luz las tímidas estrellas
van ocultando al sonreír la aurora,
como vela su púdica mirada
         la virgen ruborosa.
 
   Una brilla no más, una: parece
lágrima tierna que la noche llora
cuando, cogiendo su enlutado manto,
         los cielos abandona.
 
   �Que me dice su luz? �Por qué despierta
penetrando en mi ser santas memorias,
que de pena y rubor a un tiempo oprimen
         el alma temerosa?
 
   �Por qué imagino su argentado rayo
ver chispeando en las azules ondas
que enrojecen allá en el horizonte
         los besos de la aurora?
 
   �Por qué imagino que su luz suave
miro brillar en vacilantes gotas
que, como llanto de placer, salpican
         las flores aromosas?
 
   �Ay, no! Ya no, tras reposado sueño,
nuevo vigor de mi existencia brota
cuando en los brazos del amante día
         la tierra se abandona!
 
   Brillando, triste, en las desiertas calles
su naciente fulgor contemplo ahora,
mientras camina al olvidado lecho
         mi planta perezosa.
 
   Flores no ven mis fatigados ojos,
no percibo las aves armoniosas,
que, inmóviles, los altos edificios,
         hasta el cielo me roban!
 
   Y el alma esclava del cansado cuerpo,
viendo delante soledad odiosa,
arrastra el peso del mortal disgusto
         de las pasadas horas!
 
   �Ay! �dónde está la luz que de esta noche
logre benigna disipar las sombras?
�Dónde la voz a cuyo puro acento
         mi corazón responda?
 
   �Cuándo será que a interrumpir mi sueño
venga el rayo primero de la aurora,
�ignorada mitad del alma mía!
         un beso de tu boca?


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A mi mujer

                                       �Dónde estás? �Cómo eres tú?
Ceñida de trenzas rubias
�inclina tu blanca frente
melancólica ternura?
 
   �O quizá son tus cabellos,
tan negros como la angustia
que siento lejos de ti,
llamándote en quejas mudas?
 
   �Como los cielos azules,
tus ojos la calma anuncian,
o del color de los celos
pasión inquieta y profunda?
 
   Sólo sé que eres hermosa;
pero con una hermosura
tan santa que los deseos
su limpieza no deslustran.
 
   Sólo sé que tu mirada
rayo será de luz pura
que en albas de paz convierta
noches de agravios y dudas.
 
   Sé que al oíerte, de hinojos
caerá mi soberbia dura,
y en ti, castigo y consuelo
el alma verá confusa:
 
   Sé que tu sonrisa hará
brotar la casta ternura
que para ti sola, sola,
en mi corazón se oculta:
 
   Sé que viviendo en mi alma
y viviendo yo en la tuya,
sabrás hacer, amor mío,
de nuestras dos almas una:
 
   Sé también que sin los dos
para los dos no hay ventura:
�y te busco tanto, tanto!
�por qué no te encuentro nunca!


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La flor seca

                                       Adorno de la túnica del prado
fueron ayer tus azuladas hojas,
te mecieron los besos de las auras,
lloró en tu cáliz de placer la aurora!
 
   Rayo fecundo de la luz del cielo
acarició tu púdica corola
y, al süave calor estremecida,
bañó tu seno generoso aroma.
 
   �Hoy en ligera tumba sepultadas
yacen secas y pálidas tus hojas!
�Por qué del tallo te arrancó una mano
cruel contigo, para mí piadosa?
 
   �Cruel! �Ah, no! Si me guardó en su seno,
si mi olor aspiró su dulce boca,
si ella misma formó mi sepultura,
�qué flor ha sido como yo dichosa?


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Traducción improvisada de una poesía de Mr. Alfred de Musset, al Young-Frau

                                          Young-Frau(4), el caminante que en tu invisible frente
la planta vencedora pudiera detener,
latir con noble orgullo su corazón valiente
sintiera estremecido de celestial placer.
Que semejante al águila que, desdeñando al suelo,
agita el ala rápida, tus cimas al tocar,
desde tu eterna nieve bajo el azul del cielo
su alma en los espacios pudiera resbalar.
 
   Un corazón, Young-Frau, mi corazón ha herido,
que como tú se oculta �sois vírgenes los dos!
Como tú de una ropa sin mancha revestido
que más que tú, del cielo, está cerca de Dios.
�Qué mucho, pues, que calle mi amante pesadumbre
sin procurar consuelo a su angustioso mal?
�De la región que habita en la sagrada cumbre,
no pueden señalarse las huellas de un mortal!
 
          Madrid, 1854.


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Canción

                                                                                      No more no more �oh never more on me
the freshness of the heart can fall...
                               Biron.-D. Juan.-Canto I.
I
                                      Pálida niña de garzos ojos,
si mi mirada se fija en ti,
�por qué la tuya revela enojos?
�temes, preciada flor entre abrojos,
que yo te adore con frenesí?
   Que con amante queja importuna
quiera enfadoso tu paz turbar;
que, maldiciendo de mi fortuna,
a la suave luz de la luna
bajo tus rejas llegue a cantar?
 
II
   �Ay, niña hermosa! �Pluguiera al cielo
que, aun desdeñando tú mi clamor,
el amoroso perdido anhelo
por ti sintiera, con su desvelo,
sus esperanzas y su temor!
   Que con la copa de la amargura
mi helado seno pudiese arder;
que suspirando por tu hermosura,
lograse el llanto de la ternura
mi seco párpado humedecer!
 
III
   �Delirio vano! �lozanas flores
cómo entre arenas podrán brotar?
�Árbol desnudo de tus verdores
nunca en tus ramas los ruiseñores
verás, temblando de amor, cantar!
   �Triste del alma que en hora aciaga
de locas dudas probó la hiel!
de la esperanza la luz apaga;
la dicha, en vano, buscando vaga,
�tumba consigo le dio cruel!
 
IV
   �Oh! nada temas. Aunque pudiera
nuevos dolores y afán sentir,
aunque en tus ojos �dulce quimera!
casta esperanza de amor leyera
que haría mi muerto pecho latir.
   Siempre pendiente de tu mirada
su osado anhelo sabría callar
mi alma indigna de ser amada:
hasta la tuya de un Dios morada
nunca atrevida podrá volar.
 
          Madrid, Mayo, 1853.


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A...

                                          Si al contemplar de vuestra ebúrnea frente
ese casto rubor que me enamora,
la voz expira de temor, señora,
en el trémulo labio balbuciente;
 
   Si cuando el aire que os circunda siente,
estremecido, el seno que os adora,
gime en secreto y en secreto llora
�llanto que abrasa el corazón doliente!
 
   Si muriendo, en estéril agonía,
mi paz, mi dicha, del amor despojos,
en el silencio ahogo mi martirio;
 
   �Oh! Dadme por piedad, señora mía,
una mirada, y os dirán mis ojos
de mi pasión el celestial delirio!
 
          Sevilla, 1845.


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Soneto

                                           �Te acuerdas, di, cuando al tocar mi mano,
radiante tu mirada, estremecido
tu seno de placer, daba un gemido,
verme temiendo de tu amor lejano?
 
   �Te acuerdas que en combate sobrehumano,
por tu pena mi amor enaltecido,
en mis brazos llorando, tu encendido
labio los míos abrasaba en vano?
 
   Ciñó tu frente de virtud la palma,
mas �qué fue nuestro amor? Inerte, fría,
hoy te contempla, aunque te admire, el alma.
 
   Ayer besos y lágrimas había,
hoy desamor, indiferencia, calma.
�Quién ni en sus propios sentimientos fía!
 
          1851.


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Un guardapelo

                                       �Oh, tú tocaste su virgíneo pecho!
�Tú coronaste su cabeza un día!...
�Comprimiendo latidos de agonía
a mi apenado corazón te estrecho!
 
   Trocada viendo en funerario helecho
la blanca flor de la esperanza mía,
�recuerdo de mis horas de alegría
cuál te idolatro en lágrimas deshecho!
 
   Casto beso te imprima el labio ardiente
y en ti beba las gotas de su llanto,
bálsamo celestial a mi amargura.
 
   �Queda divino don siempre pendiente
de mi pecho, morada del quebranto,
de un amor infelice sepultura!
 
          Madrid,1852.


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Soneto

                                          Conmigo estás, aunque sin ti me veo;
aunque lejos de ti, por ti respiro;
pienso que el ámbar de tu aliento aspiro
y oír tu voz enamorada creo.
 
   Ver tu alma imagina mi deseo
en tu dulce mirada, en que me miro;
y ofrece a mi pasión, blando suspiro,
tu corazón hermoso por trofeo.
 
   Y de tu mano la opresión querida
juzgo sentir, en mi feliz locura,
y te bendice el alma agradecida.
 
   �Cuánta fuera a tu lado mi ventura,
si pueden tanto embellecer mi vida
recuerdos de tu amor y tu hermosura!


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Cantares

I
                                    Yo soy uno, tú eres una:
una y uno que son dos;
dos que debieron ser uno;
pero no lo quiso Dios.
 
II
   Yo no sé por qué la luna
aquel día me recuerda,
en que me dijiste �adiós�,
con la cara de una muerta.
 
III
   La mano que me apretaste,
siempre y en toda ocasión,
sin saber lo que me hago
me la llevo al corazón.
 
IV
   No me digas que te olvide,
que me lo dices llorando:
toma tú misma el consejo
y podrás venir a darlo.
 
V
   �Ay! cuando el pito sonó
me arrancaron las entrañas:
cuando te perdí de vista
me quedé como sin alma.
 
VI
   En la pila de la fuente
caen golpeando las gotas:
�qué callandito que caen
las que la cara me mojan!
 
VII
   �Siempre estoy lejos de ti!
�Sabe Dios cómo estarás!
Sé que vives, amor mío,
porque yo vivo no más.
 
VIII
   No tengas miedo ninguno
que a veces, por tu respeto,
los ojos me arrancaría
porque dicen que te quiero.
 
IX
   Dicen algunos que el tiempo
acaba con el amor:
dime tú, los que eso dicen,
�nos conocen a los dos?
 
X
   �Ay! �quién, serrana, tuviera
por almohada tu pecho,
para saber lo que pasa
en tu corazón durmiendo!
 
XI
   Si pienso que no me quieres
me da una cosa en el alma,
que si me viera mi madre
de seguro que lloraba.
 
XII
   �Qué será que no me importa
lo que ninguna me dice,
y tú con sólo mirarme
me pones alegre o triste?
 
XIII
   Yo no sé lo que sentía
cuando te vi llorar tanto,
sólo te puedo decir
que lloro yo al recordarlo.
 
XIV
   Cuando te dejo en tu puerta
entramos juntos los dos;
di si te vienes conmigo
cuando yo te digo adiós.
 
XV
   Los celos que me da el tiempo
que he vivido sin quererte
tú también debes sentirlos
si es verdad que tú me quieres.
 
XVI
   �Vaya un hoyito, morena,
que Dios te puso en la cara,
al primer paso que dio
en él se enterró mi alma!


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Soneto

                                    Fácil, ligero lazo el amor mío
creyó formar en su ilusión querida,
que hiciera de dos vidas una vida,
uniendo con el tuyo mi albedrío.
 
   Hoy, deshecho tan dulce desvarío,
de tus gustos juzgándome homicida,
�que es su lazo cadena aborrecida
teme mi amor con desaliento frío!
 
   Si es verdad, no perdone tu ternura
a quien, libre y feliz queriendo hacerte,
esclaviza tu alma y tu hermosura.
 
   Aunque todo lo pierdo con perderte,
en ello cifraré yo mi ventura
si así consigo venturosa verte.


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Soneto

                                         �Por qué, menguado corazón, suspende
opresión dolorosa tu latido?
�Por qué moja mi párpado abatido
lágrima torpe que mi orgullo ofende?
 
   �Mal la nobleza de tu ser entiende
quien dos veces, esclavo envilecido,
el alma que de Dios ha recibido
de una mirada engañadora prende!
 
   Acabe �y para siempre! el ansia fiera,
por la que presa fuiste en otros días
de inciertas dichas y pesares vanos;
 
   Que si aún capaz de conmoverte fuera,
del pecho, a quien infame afrentarías,
sabré arrancarte con mis propias manos.


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La boda

(Traducción de la poesía de Enrique Heine, del mismo título.)

                                         �Qué es lo que agita mi sangre?
�qué es lo que enciende este ardor
furioso en el pecho mío?
�Mi sangre hierve, y feroz
mi sien golpea; devora
la rabia mi corazón!
 
   Mi sangre hierve, porque
un sueño tuve... �qué horror!
de la noche el hijo aciago
en sus brazos me llevó...
�En sus brazos, jadeante,
prensándome el corazón!
 
   Me llevó a una casa. En ella
de la música el rumor
zumbaba, y de mil antorchas
la luz brillaba. Oprimió
mi pecho al entrar el gozo
que miré en mi alrededor.
 
   Llegué a la sala: en la mesa
miré la alegre reunión
de convidados; la novia
buscaron mis ojos... �Oh,
desgraciado! �Era mi amante,
el bien de mi corazón!
 
   �Era ella! Blancas flores
ceñían su frente: el rubor
coloraba sus mejillas!...
En pie, detrás del sillón
que ocupaba, quedé fijo.
Su esposo me pareció
un extranjero: otra vez
volvió el alegre rumor
de la música, y la sangre
se agolpó a mi corazón.
 
   Yo estaba tranquilo; pero
la alegría un peso atroz
echaba sobre mi alma.
Miré a la novia, el fulgor
de la dicha vi en sus ojos,
y él la mano le estrechó.
 
   El desposado una copa
llenaba; el vino tocó
con sus labios, y, risueño,
lo pasa luego a su amor...
�El vino es rojo! �es mi sangre!
�Y ella la copa apuró!!
 
   Sonriendo, una manzana
la desposada ofreció
al desposado. �Él le clava
un cuchillo! �Qué dolor
sentí! �ay! �que aquel cuchillo
traspasó mi corazón!
 
   �Con ojos lánguidos, dulces,
se miraban, y el temor
venciendo ella al fin, le abraza
y besa su cara!... �Ay, Dios!
�La fría muerte a mí entonces
también un beso me dio!
 
   �Entorpecida mi lengua
como una masa quedó
de plomo en mi boca...! Vuelve
de la música el rumor,
comienza el baile, y alegre
a él la pareja corrió.
 
   �Y mientras que inmóvil, mudo,
yo estaba allí, en mi redor
valsando, se atropellaban
riendo! Al oído habló
de la desposada el novio:
vi las rosas del pudor
en su frente; pero enojo
su cara no reveló.
 
   Furtivamente la turba
evitan, y del salón
los vi huir. Seguirlos quise...
�mi deseo me engañó!
�Eran de mármol mis pies!
�Me hizo de piedra el dolor!
 
   Sí, el dolor me hizo de piedra;
mas, sangriento el corazón,
hasta alcoba nupcial
me arrastré, y allí... �qué horror!
�acurrucadas dos viejas
miré sobre su escalón!
 
   Las conocí. Eran la muerte
y la locura. Las dos
sobre sus bocas sin labios
posaban �me heló el terror!
sus dedos sin carne. Ahogado
prorrumpí en un estertor
agonioso... �lloré mucho;
reíme al fin! Y la atroz
carcajada, destrozando
mi pecho, me despertó!
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