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ArribaAbajoAl terremoto de 1829



Urbs antiqua ruit, multos dominata per annos
...................................................crudelis ubique
Luctus, ubique pavor, et plurima mortis imago.

Virg. Eneid. L. II.                



   ¿Dónde, Genio del mal, yace escondido
tu asolador poder que al orbe aterra?  5
¿Dónde procaz de mortandad henchido
sus fuerzas torna a devastar la tierra?
Genio que hasta la alzada Cinosura
la tu crinada crencha de serpientes
alzas ufano, y en el mar profundo  10
el cauce huellas con la planta impura;
que, como arista, el mundo
del uno al otro polo sacudiendo
le vas de luto y congojado lloro
y de pavor cubriendo,  15
¿dónde la osada mano,
¡oh! Gigante del mal! dinos, en dónde
contra el débil humano
con su influjo fatídico se esconde?

    ¿Quién al destrozo universal te incita?  20
¿Quién armó con el rayo fulminante
esa diestra fatal? ¿Será llegado
de derruirse el orbe ya el instante?
La ancha espalda se agita
de la tierra entreabierta, y un acento  25
en su seno retumba desgarrado,
que semejante le propaga el viento
al ronco estruendo que lanzó el nublado.
El huracán ruidoso
de la abrasada Sirte desprendido  30
cuanto raudo recorre va talando,
de las ardientes alas
miedo y horror vertiendo proceloso
y en derredor la muerte propagando.

    La hora llegó fatal. Del hondo seno  35
de la tierra indignada
protervo el Genio en funeral gemido
«muerte» gritó, y el eje conmovido,
de mortandad preñada
se abrió la tierra, y al ambiente puro  40
con fuerza destructora
muerte lanzó; y en el abismo oscuro
la ardiente lava hierve bullidora;
con alto estruendo horrísono estallando
estremecido el suelo,  45
hechos ardientes cascos
contra el sereno cielo,
montes rompiendo, despidió peñascos.

    Chócase el monte con el monte alzado
y ambos a par deshechos  50
con sus altivas cimas
de pinos coronadas y de helechos
del agitado suelo desparecen,
y al mortal, que el fragor tímido escucha,
inmenso llano en su lugar le ofrecen,  55
humilde resto de la ardiente lucha.
Aquí donde la fuente
dar al cansado viajador solía
hospitalaria su cristal luciente,
mortal infesta aparecida ría  60
de abrasadoras lavas ponzoñosas
las vegas, otro tiempo deliciosas,
que ya trocadas en erial desierto
de estériles arenas se han cubierto.

    Los profundos veneros  65
donde el diamante nace esplendoroso,
y el oro puro y la luciente plata,
hechos inmensa hoguera
dejan ardidos su mansión primera,
con la preciada piedra refulgente,  70
que en líquidos arroyos se desata,
y al asombrado día
rompiendo el valladar que los tenía
se derraman en férvido torrente.

    Ya tiemblan conmovidas las ciudades,  75
el huracán en su recinto zumba,
y al suelo hundida la falaz techumbre
sobre el tímido humano se derrumba.
El alta torre de apiñada piedra
que hasta la alzada nube,  80
de hierro armada, a desafiarla sube,
en el cimiento hondísimo dudosa
a la cabaña iguálase humildosa.
Y el ancho mar entonces,
en sus inmensos términos estrecho,  85
al horroroso impulso
líquidos montes de encrespadas ondas
saca del hondo lecho
de la agitada Tétis, y en la orilla
las deja y vuelve y con rabiosa espuma  90
ardiendo en ira suma
las provincias amaga,
y de la endeble resistencia airado
hombres y brutos y ciudades traga.

    Así un tiempo también firme existía  95
la Atlántida famosa,
y la Libia en sus yermos arenales
a la fecunda América se unía;
mientras tu mole inmensa y espumosa
no dijo con palabras eternales,  100
«sepárense los juntos hemisferios,
y sea ya de hoy más al uno ignoto
el otro opuesto mundo.»
Y el continente anchísimo y remoto
sumiste, mar voraz, en el profundo.  105

    Nueva Cartago Ibera,
teatro antiguo de sangrientas luchas,
que en tus vencidos muros
de Scipión tremolaste los pendones,
ya el suelo amaga tu cercana ruina.  110
¿Cuál te gritan, no escuchas
en derredor cien pueblos derribados?
«Nada en escombros, dicen, separados
te servirán tus fuertes torreones.»
Asombrado el guerrero  115
desde la inerme losa,
donde ha siglos reposa,
hoy mal segura, entre el desorden, fiero
de indignación alzando su semblante,
mira el destrozo y en su asiento antiguo  120
a Murcia sacudida vacilante.

    Y tú de las Hespérides antiguas
verjel siempre florido,
coronado de eterna primavera,
feliz recuerdo del Edén perdido;  125
tú que en la rica falda
de preciada esmeralda
ostentas en las ramas orgullosas
las bellas pomas de oro deliciosas
¿será también que en el volcán hundida  130
así de nuestro suelo desparezcas
como al nacer del mundo, ya perdida
de los primeros padres la inocencia
se hundió a sus ojos la mansión querida,
cuando el Tigris y Eufrates  135
en su seno sus ondas revolcaban
y el Fisón y el Gehón, ya luengos climas
por largo tiempo en la corriente undosa
de su vasta riqueza engalanaban?

    Gime el anciano sobre el yerto anciano,  140
llora el amigo el insepulto amigo,
y el hijo pequeñuelo,
tendiendo al pasajero débil mano,
pídele amparo y paternal consuelo,
y el regazo materno, que enemigo  145
el volcán le robó; la casta esposa
del adorado dueño despartida,
en el dolor sumida
lenta fallece cual cortada rosa.
Como idumea palma que la cresta  150
hacia el Olimpo con orgullo enhiesta,
si el huracán furioso
corre implacable y hiere
el seno fresco, hermoso
a la truncada compañera, al punto  155
vase el verdor lozano marchitando
y mustia muere la cerviz doblando.

    El gallardo mancebo que anhelante
al lecho intacto de escondidas flores
su pudorosa amante  160
virgen conduce en plácidos amores,
donde apurar espera los placeres
el abrasado pecho, encuentra solo
tumba fatal con despiadado dolo.
No ya orlado de rosas,  165
que en su lugar le ciñen
lúgubres ramos de ciprés funesto
las sienes amorosas
y la estancia anhelada
trocó en sepulcro con su amor y amada.  170

   Congojosa en las ruinas tierna madre
el fruto de su amor entre sus brazos
oprime con exánimes abrazos,
y el hijuelo alimenta
del resto infirme de su escasa vida,  175
y de la sed fallece, y ya no alienta,
y grita, y por el ámbito sonante
retumba el eco de su voz no oída.
Muere y el tierno infante
en lágrimas inútiles deshecho  180
sobre el cadáver gime,
y del exhausto pecho
la muerte sólo ponzoñosa exprime.

    Tímida virgen temblorosa y pura,
aquí dudando entre el feroz amago  185
al padre anciano que miedoso sigue
lejos conduce del fatal estrago
por incierto camino
a la merced vagando del destino.
Antígona piadosa el muro alzado  190
de alta Tebas huyendo,
así también un día
al padre mutilado
la horrorizada patria discurriendo
de la sangrienta mano conducía.  195
Así también Eneas, de las llamas
a la futura Roma libertando,
en la frigia ribera,
el padre encanecido
espaldudo a las naves condujera.  200

    Tierra, tierra fatal a tu habitante,
que en tu hondísimo seno
al malo injusta igualas con el bueno,
¿por qué cuando tirano
el fiero domador del ancho mundo  205
a dominar tus términos trajera
sus huestes vencedoras, y doloso
de afrentosa opresión y servidumbre
el grito horrible diera,
por qué entonces terrible de tus montes,  210
oh tierra, no moviste
la peñascosa cumbre,
y al agresor hundiste
bajo su derrocada pesadumbre?
Y cuando el Guadalete,  215
testigo a tanto mal, entre sus olas
con asombrados ojos
vio chocarse con árabes despojos
lanzas, cotas, adargas españolas,
para salvar la patria del oprobio  220
¿por qué tu ardiente saña
al vencedor no hundía,
y al muelle godo que en la triste España
el patrio hogar al árabe cedía?

    Mas ¿cuál a mis oídos llega en tanto  225
dulcísono un acento?
Enjugue el triste labrador su llanto,
que en la tormenta fiera
de alma beneficencia el eco suave
se esparció por el viento,  230
y al noble esfuerzo de virtud sublime
alzarse ve su habitación primera.
Cese, humanos, un punto
el triste sollozar de aquel que gime.

    De el Turia caudaloso  235
a la nevada cumbre del Pirene,
y al contrapuesto astur sonó la fama
el eco del lamento congojoso.
En noble compasión hierven los pechos
y acorren con ardor vuestros hermanos  240
a levantar vuestros caídos techos.
Dame, Anfriso, tu lira entretejida
de rosas mil, que en célicas guirnaldas
gracias y amores plácidas orlaron,
cuando a tu voz del Betis aplaudida,  245
virtud sus cuerdas de oro resonaron,
alma beneficencia repitiendo,
cuando el saber bebiendo
en la florida margen del Uliso
cantara Apolo y escribiera Anfriso.  250

    Tu blanda voz en torno resonaba:
«hombres, hermanos sois; vivid hermanos»
y no ya de dolor amargo lloro
el oprimido humano derramaba:
lágrimas dulces en ferviente coro  255
de amor y compasión sólo vertía
y a tus sonoros cantos aplaudía.
«Y soy felice, clama enternecido,
si ya enjugar el llanto
me es dado de mi hermano en el quebranto  260
y en soledad amarga descaído.»

   La tímida hermosura generosa
si no inmensa riqueza,
al entusiasmo de virtud gloriosa
el fruto da de fraternal terneza,  265
y su canto le ofrece,
y cuanto más piadosa
muy más bella aparece,
y la blanda armonía
al infeliz aduerme que gemía.  270

    El hombre al claro ejemplo
sus virtudes imita
y de la alzada gloria al alto templo
ya trasportado grita,
«mientras el hombre aliente  275
no su mísero hermano se lamente.»
¿Dónde el que dijo impío
«no hay ya virtud» se esconde?
Los ojos tienda a la inmortal España,
ruja el monstruo implacable,  280
y «aun hay virtud» a su pesar gritando,
a la voz del Eterno
con su funesto bando
tórnese a hundir en el profundo Averno.

    Mas ¿qué? ¿de nuevo el destructor incendio  285
torna a prenderse? En balde humilde lloro,
y súplicas y ruegos y lamentos
exhala en sus tristísimos acentos
el humano infeliz; desapiadado
torna a mover el Genio  290
el muro quebrantado
y torna a derribar, y fuego y muerte
de las entrañas del volcán lanzando,
¡piedad! en balde resonara en torno,
que su poder infando  295
pueblos enteros en la tierra esconde;
¡piedad! escucha, y sangre,
y horror, y muerte y destrucción responde.

    La confusión se aumenta y el ruido;
abrasadores rayos  300
entre el fragor de horrísono estallido,
y encendidas hogueras
el monte lanza, y truena, y nunca acaba
de dar al viento la encendida lava;
vanse del ancho cráter derramando  305
largos arroyos del hirviente fuego,
eterna destrucción infanda luego
en su calor mortífero llevando.
No ya tu santo fuego, sacra musa,
inspirado demando.  310
Genio inmortal de Plinio malogrado,
tú que a rasgar el velo misterioso
de la naturaleza fuiste osado,
ven, y el modo revela portentoso
cómo el orbe movido hasta el cimiento  315
vacila en su dudoso fundamento.
Ven, mártir de la gloria,
y tu arrojo publica denodado,
y tu claro renombre
eternal en los fastos de la Historia  320
a la posteridad laureado asombre.

    ¿Por qué braman los vientos encerrados?
¿El fondo se halla del abismo inmenso?
¿Qué encendida materia reproduce
el humo opaco y denso?  325
¿Quién la mecha conduce
y a los senos la acerca resguardados?
¿Cuál fue la mano que movió primera
la ingente masa, y sanguinaria y fiera
el cráter entreabrió, que al golpe insano  330
la muerte vomitó? ¿Por qué se extiende
del ocaso a la aurora
la mano asoladora?
¿Y quién el genio ha sido
que el orbe desquiciando  335
en el mal complacido
le fue de lloro y de terror llenando?

    ¿Qué voz empero del preñado vientre
del volcán abrasado
rauda se esparce por el ancho viento,  340
y cual trueno sonante
que lejos se oye en la región distante
sube a herir el alzado firmamento?

    Y «ciegos, grita, conoced mortales
»la mano del Señor que en las alturas  345
»del empinado monte
»hoy su trono asentó; de gloria lleno
»desniveló en su saña el horizonte.
»Esos horrendos males,
»a vuestra débil comprensión arcanos  350
»males no son humanos.
»El que impulsa los orbes refulgentes
»en curso igual por el espacio inmenso,
»y en él los equilibra, los ardientes
»volcanes encendiera  355
»y a trechos en el orbe los pusiera.»

    Sí, inmenso Dios; tu brazo poderoso
en el trastorno universal se ostenta.
De santo amor tu inmenso poderío
y de temor sagrado tu alta ira  360
llenan el pecho mío,
y el ignorado canto respetoso
suena en tu honor la desusada lira.
La mente sublimada
a los pasados siglos se traslada,  365
y tu poder conoce prodigioso.
Tú que alteras el mundo,
el mismo, Señor, fuiste
que en el Gólgota alzado,
para borrar al hombre su pecado  370
en rudo leño redentor moriste.
Y la tierra tembló, y el claro cielo
de oscuridad cubrió sus luces bellas;
rasgó el templo su velo;
los muertos sus sepulcros agitaron,  375
y de las yertas losas quebrantadas
pálida frente pavorida alzaron;
y retembló el abismo.
Tú fuiste entonce el mismo,
cuando a la faz del suelo y las estrellas,  380
hombre, débil morías,
y Dios, el universo estremecías.

    Tú que en Siná de majestad velado
al hombre hablaste en la encendida zarza.
¿Quién a mi canto diera  385
que a tu sublime alteza remontado
el olvido venciera?
Como atrevida garza
que ufana hendiendo la encumbrada nube
a contemplar el sol ardiente y vivo,  390
en raudo vuelo por el éter sube;
tu grandeza cantara y alto nombre,
y el brazo poderoso,
cuando el crimen triunfando
tus iras provocaba contra el hombre,  395
y maldición eterna pronunciando,
de tu obra primera pesaroso,
mares, Señor, lloviste,
y al mundo en ellos vengador sumiste.

    Al escogido pueblo en servidumbre  400
a tu clemencia plugo
romper airado el ominoso yugo
y a Israel libertar; de la alta cumbre
de la fatal pirámide ensalzada,
nuncio de llanto y mortandad maligna  405
sobre el Nilo extendió su mano armada
el ángel de tu Gloria,
y al débil concediste la victoria.
Los fuertes sucumbieron,
y del fértil Egipto  410
los hijos primogénitos cayeron.

    Y tu las aguas con robusta mano
en apartados montes sostuviste
e Israel las cruzó; y entonce ufano
también quiso a pie enjuto  415
cruzarlas el impío.
Tu mano sustrajiste,
y las aguas sobre él se desplomaron,
y con su enorme peso lo abrumaron.

    Tú paz al enemigo le enviaste  420
y despreciola ciego y maldecido,
y al ronco son del cántaro rompido,
a la tierra en tu ira
de Jericó los muros igualaste.
Alzó la frente impura  425
de nuevo el crimen y el puñal sangriento
poniéndole en la mano
«hiere, al hombre gritó, hiere a tu hermano.»
Y al torpe Sodomita licencioso
lanzaste fuego ardiente,  430
y con la infiel Gomorra eternamente
a llamas a Sodoma redujiste
y en pavesas al aire la esparciste.

    Piedad, Señor, piedad. ¿Será que acaso
los orbes fabricaras,  435
y en el espacio inmenso los volcaras
para destruirlos luego? Hasta el ocaso
desde el remoto oriente
tu infinito poder el hombre siente.
Y volver a la nada  440
puedes, Señor, el universo entero
con sólo imaginarlo si te agrada.

    Tú cuando tronador el Mongibelo
hasta el alzado cielo
escupe de Sicilia los peñascos,  445
y el hervidor Vesubio arroja en torno
del encendido horno
masas informes en ardidos cascos,
y Trinacria y Parténope movidas,
entre espesa ceniza oscurecidas,  450
ven abierto el abismo,
con tu dedo tú mismo
al destructor volcán el fuego prendes
y sus fraguas hondísonas enciendes.
Y entonces tu poder la ingente masa  455
de la tierra abarcando,
oigo crujir el eje rechinando.
La alta torre sacude y la cimbrea
tu diestra omnipotente,
y la ciudad antigua titubea.  460

    Así un tiempo ostentaron su belleza
de los pueblos vivientes ya borrados
Herculano y Pompeya, y su firmeza
cediendo a los furores
del inquieto volcán, sus moradores  465
tristes fueron con ellos sepultados.
Así también cayó del fiero luso
emprendedor y activo
la famosa ciudad, cuyo cimiento
el itacense navegante puso.  470
Y así ¡oh dolor! también acaso un día,
ciudades opulentas
cuyo orgullo a los siglos desafía;
Cádiz que el pie ostentosa
sobre la inquieta espalda zozobrosa  475
del mar inmenso de olas turbulentas,
como tu antecesora, firme asientas;
y tú, antigua Granada,
que sobre fuego movedor la frente
levantas a la célica morada;  480
tú que en la Alhambra al arrogante moro
entre púrpura y seda y perlas y oro,
viste ostentar la pompa del Oriente:
también caeréis acaso al golpe crudo,
y entonce al pasajero  485
en silencio de ruinas elocuente
moviendo a derramar copioso llanto
seréis objeto funeral de espanto.

    No empero el triste punto fue llegado:
cesa, inquieto volcán, la ardiente guerra  490
que a la llorosa tierra
nuncio fatal de llanto y desconsuelo
del seno ardido entre fragor le envías,
que aun más felices días
tornarán a lucir al quieto suelo.  495
¿O será, Jehová, que por ventura
en tu funesta saña
sabio decretes en la mente pura
borrar del orbe la afligida España?

    Piedad, Señor. ¿Acaso no bastaron  500
tantos siglos de pena todavía
de llanto y destrucción y de tormentas
que la espelunca impía
lanzó contra mi patria? ¿No apuraron
los iberos la copa envenenada,  505
que más borrasca a la borrasca aumentas?
En su sangre vertida
y en sangre de sus hijos empapada
¿lavar sus hondas culpas no pudieron
las abundosas fuentes  510
del amargo penar inagotables
que tantos siglos por su mal corrieron?

    No más tu saña a su doliente ruego
sorda, en fragor contino
brote la destrucción; en sus horrores  515
que la tierra aquietada cese luego;
rico y ópimo fruto
torne a dar de su seno fatigado,
y cese el llanto y desparezca el luto.
El iris vuelva a rutilar gayado  520
de mil colores y a su brillo augusto
cuando el eco de paz al orbe suena
muera en su germen mismo
el roedor gusano de la pena.
A su lugar bajando  525
vuelvan los mares a su cauce a unirse,
y a la abrasada arena
furioso rebramando
torne funesto el huracán a hundirse.

    Obediente al esfuerzo de tu brazo  530
al lloroso mortal naturaleza
leda sonría en maternal regazo;
y los caudales ríos ondulosos
que al lejos se lanzaron
y las fértiles vegas inundaron,  535
mansos conduzcan a remotos mares
su quieta espuma en nuestros quietos lares.

    Y en tanto que el humano himnos entona
a ti, Señor, y tu poder ensalza,
y ya pasada la fatal tormenta  540
ledo sus techos derrüidos alza;
enjugando a los míseros el lloro,
sobre el yermo volcán tus altos hechos
pasando en la memoria,
pueda yo en lira de oro  545
sonar tu excelsa gloria,
y de blanda ternura
con entusiasmo noble embebecida
el alma en la virtud hermosa, y pura,
de inmensa admiración, y de suave  550
ardiente gratitud, en dulce canto
trueque feliz el congojoso llanto.




ArribaAbajoEpigramas


   Llamas, Fabio, a tu papel
con petulancia sagrado,
por eso se alberga en él,
Fabio mío, tanto malo.

    Si has de poner por justicia  5
a cuantos te llaman necio,
no nos pongas uno a uno,
pon, Fabio, al público entero.




ArribaAbajoSoneto


Al concierto dado por las bellas de Mantua en la platería de Martínez para socorro de los desgraciados del terremoto

   Llegó en sordo lamento al Manzanares
El grito de los pueblos que cayeron,
Y piadosas sus bellas le ofrecieron
El fruto de sus célicos cantares.
   Llevolo el eco hasta los hondos mares  5
Y su llanto los tristes suspendieron,
Y a sus acentos asombrados vieron
De nuevo alzarse sus antiguos lares.
    Como en Grecia dulcísimo y sonoro
Hiriendo el aire el poderoso canto  10
Blando pulsaba Anfión la lira de oro;
    Y en techos y columnas se ordenaban
Las piedras, atraídas del encanto,
Y la discorde Tebas levantaban.




ArribaAbajoAnacreóntica


El beso

   ¿Por qué, si te hizo bella,
más pura que la aurora,
el ciego Dios de Gnido,
más que su madre hermosa,
    Por qué de enojo y rabia  5
tu frente se colora
cuando al descuido un beso
mi labio al tuyo roba?
    Si late henchido el pecho
del fuego que atesora,  10
si tus bullentes pomas
al juego me provocan,
    ¿Querrás que nunca necio
la timidez deponga,
y el corazón sofoque  15
la llama en que rebosa?
    Si quieres que respete
tu boca encantadora,
deja, Célida, luego,
deja de ser hermosa,  20
    ¿No ves cómo atrevida
la hiedra vigorosa
al olmo se entrelaza
con osadía loca?
    En vano de su triunfo  25
el noto la despoja,
en vano la rechaza
el ábrego que sopla.
    ¿No ves cómo animada
esfuerzos mil redobla  30
y sube sin respetos
hasta abrazar la copa?
    El laso caminante
perdido que se embosca,
que con la sed ardiente  35
el crudo can agobia,
    Si siente allí cercana
la fuente bullidora,
¿ves al raudal sonante
cual sin temor se arroja?  40
    Por más que la corriente
oiga murmuradora,
el labio seco aplica
sobre las puras ondas.
    ¿O ya a la abeja nunca  45
cabe a la esbelta rosa
de su capullo abierto
ves respetar las hojas?
    No más tu rostro airada
con gravedad compongas,  50
por más que en tus mejillas
mi ardiente labio ponga.
    Ni deja más señales,
cruel, mi ardiente boca,
cuando atrevidos labios  55
a tus carmines tocan,
    Que por el éter puro
el ave voladora,
o el plomo despedido
que por su mal le corta,  60
    Que deja impresa huella
en las fugaces olas,
frágil barquilla osada
que por los mares boga,
    Ni es fácil que Lisardo,  65
que tus caricias goza,
de extraño labio aleve
la huella reconozca.
    Que el beso fugitivo
en la ocasión dichosa,  70
tan luego cual se imprime,
tan luego ya se borra.
    Mas si el rigor insano
de tu venganza loca,
ni ya mis besos quiere,  75
ni el dártelos perdona,
    Devuélveme, Celida,
el que te di yo ahora,
y en paz quedemos luego
y a tu amistad me torna.  80

Julio 1829




ArribaAbajoRomance


Al Excmo. Señor duque de Frías pidiéndole sea padrino de su boda

   Deja la templada lira
por más que sus ecos dulces
el sagrado coro Aonio
con célico asombro escuche;
    Tú en quien la Fortuna amiga  5
con admiración reúne
los laureles de Helicona
de la cuna al claro lustre;
    Deja que mi tosca musa
el fúnebre llanto enjugue,  10
que cabe el perdido amigo
por tus mejillas discurre;
    Que si ya la yerta losa
sus tristes despojos cubre,
basta que sobre ellos tierno  15
una lágrima tributes.
    Ya la antorcha de Himeneo
que amor a encender acude
al blando pecho de Silvia
alegre, a mis ojos luce.  20
    Ya las rosas pasajeras
del tálamo se descubren,
que la espina punzadora
entre las hojas encubren;
    Que ¡ay triste! el ardor del pecho  25
y el volcán que le consume,
marchitando su frescura
ni las dejara que duren.
    Así a mirar el capullo
rasga el sol la espesa nube,  30
y hasta el cáliz por gozarle
sus vivos rayos conduce.
    Ni ve que su mismo fuego
presto su beldad destruye,
y que donde el goce empieza  35
el placer allí sucumbe.
    Ya me brinda de Himeneo
sonriendo alegre el numen
del placer la ardiente copa
para que ansioso la apure.  40
    Ya el amor que hacer eterno
jura el lazo que nos junte
la joven palma de Silvia
a su templo restituye.
    Y ya sobre el ara antigua  45
quiere el cielo que nos une,
que amante y esposo a un tiempo
constancia eterna la jure.
   Mas no la vid amorosa
al cielo enlazada sube  50
sin que del olmo robusto
la alta firmeza la ayude.
    Ni jamás el nido pone
con la compañera dulce
el amante pajarillo  55
sin que antes el bosque cruce.
    Y de la pomposa encina
la sombra amiga procure,
y amparado se cobije
bajo la hojosa techumbre.  60
    No es mucho que antes que el cielo
nuestros destinos anude,
porque a mi enlace presidas,
a tu amistad me refugie.
    Tú me deja cuando Silvia  65
ruborosa el pronuncie
y haga mis dichas eternas
en el lazo indisoluble,
    Que oiga a tu sombra seguro
cuanto la Fama divulgue  70
y de sus ruidosos ecos
contigo a la par me burle.
    ¿Qué a mí sus débiles voces,
por más que a mi oreja zumben,
como a tu amparo me acoja  75
y Padrino te salude?
    Que así dos tiernas palomas
que ven bajar de la cumbre
turbas de gárrulas aves
que devorarlas presumen;  80
    Si en sus pechos inflamada
del amor la ardiente lumbre,
su blando y sabroso yugo
de Cipria al carro las unce,
    Al hueco tronco seguras  85
de sus robadores huyen,
el vano rumor escuchan
que no miedo las infunde.
    A la margen del arroyo
que entre guijuelas discurre  90
así el céfiro gozoso
besa las flores voluble,
    Y como, abierta la rosa,
su suave aliento disfrute,
deja en impotente esfuerzo  95
al arroyo que murmure.
    Cuando ya próvido el cielo
nuestros votos asegure,
a ti, infanzón, su fe pura
el garantizarle cumple.  100
    Y aquel ¡ay! que antes liviano
sus juramentos excuse,
las tormentas de Himeneo
sobre su cabeza anuble.
    Así si yo en la borrasca  105
miro matizar las nubes
un iris en ti gayado
que la tempestad conjure.
    Vuelva al tálamo Himeneo
no bien mis bodas alumbre  110
la hermosa que de tu lado
larga distancia desune;
    Y un infanzón generoso
a par de la bella núbil
conceda a tu amor paterno  115
que herede tu nombre ilustre:
    Que cuando algún extranjero
al león de España insulte,
así a vengar sus baldones
el invicto acero empuñe,  120
    Como en la paz duradera
cuando las ciencias escude,
de sus mayores ostente
fiel las ínclitas virtudes.
    Ni para ti la Fortuna  125
su curso próspero mude,
ni jamás el infortunio
con sus cadenas te abrume;
    Y ni el artesón dorado
el sacro coro rehúse  130
cuando con divinos sones
la lira inspirada pulses;
    Si en la deseada aurora
con tierno afán, noble Duque,
al placer de ser esposos  135
el de ser tus hijos unes.

Agosto 1829




ArribaAbajoAl Exmo. Sr. D. Manuel Varela


1.º DE ENERO DE 1830

   Implore tu ardiente lumbre
el Genio, Musa, en buen hora,
que al son del bronce tronante
alza el grito de victoria.
    El que es a cantar osado  5
entre los rayos de Arcola,
de Austerlitz entre los truenos
al vencedor de la Europa.
    Y en dulce emoción ardiendo
de gratitud la alma ansiosa,  10
mi blanda lira en suaves
acentos el viento rompa.
    Si falta el estro radiante
que al Genio sublime endiosa,
para enardecer mi pecho  15
fuego a la virtud le sobra.
    O tú, Varela, que enjugas
del triste la faz llorosa,
tú que el raudal atajaste
a la pública congoja,  20
    Acepta en humildes tonos
mi dulce ofrenda obsequiosa,
que mi corazón sincero
de agradecido blasona.
    Si canté bajo tu amparo  25
la alta ruina asoladora,
y sobre el triste colono
la torre que se desploma:
    Sobre el montón de ruinas
para el bien más poderosa  30
tu mano que la del genio
maléfico asoladora,
    Del alto templo que airado
el ronco huracán destroza
lanzas de nuevo a las nubes  35
la cúpula esplendorosa.
    Y cuando la erguida cresta
de nuevo enhiesta orgullosa,
tu alto nombre murmurando
al Olimpo se alza y toca.  40
    Blandas márgenes del Miño
que visteis brillar la aurora,
que a las ninfas de Hipocrene
será de eternal memoria,
    Las que en su cuna ceñisteis  45
las guirnaldas olorosas
del nuevo blasón de España
a la frente brilladora;
    La verdad, las simples gracias
de vuestras gayas pastoras,  50
sus dulcísimos acentos
prestad a mi voz sonora.
    Suele así brillar más pura
en verjel fragante rosa
cuando de aurora apacible  55
sus suaves matices toma.
    Que cuando el can ardoroso
con vivos rayos la dora
también con mentido halago
la marchita y la deshoja.  60
    Sin ti, Varela, las musas
de la Hesperia congojosas
vieran hollar la ignorancia
los laureles de Rioja,
    Y fugitivas de un suelo  65
que la ignorancia baldona
juguete al rencor contrario
aun gimieran silenciosas.
    Mas ¿qué sirve -el rubio Apolo
gritó entonces- que recojan  70
con osada frente lauros
tantas liras españolas,
    Si su canto no escuchado
en el silencio se ahoga
cual suele del bronce herido  75
morir vibración sonora?
    Que nunca Marón pudiera
cantar la empresa piadosa
si para templar su lira
no le diera Augustos Roma.  80
    Y sin Mecenas Horacio
para el ardor de la oda,
¿cómo a Píndaro robara
la inspiración creadora?
    Que mal del sol sin los rayos  85
en los doseles de Flora
el matizado capullo
sabe desplegar su pompa.
    Otro Mecenas ostente
nueva Mantua vencedora,  90
digno de sus blandos cisnes,
digno de la antigua Ausonia.
    Y la lira que sublime
habló en Guzmán vigorosa
con nuevas glorias mayores  95
las glorias pasadas borra.
   ¿Será, Musas, que en mi pecho
vuestro ardiente fuego corra
y que a los futuros siglos
llegue mi voz victoriosa?  100
    Cuando el amparo me disteis
que guardáis para vosotras,
¿fue para dejar oscura
mi lira vilmente rota?
    No, que si al Prelado ilustre  105
mi acento eleváis ahora
que supo al excelso trono
alzar la voz generosa
    Para entregar a la Fama
en las hojas de la Historia  110
las ambicionadas palmas
que Inarco en el Pindo logra,
    Y hollando del fanatismo
la cabeza tenebrosa,
con señales indelebles  115
grabar su eterna derrota,
    También cuando ardí por Silvia
en dulce hoguera amorosa,
un infanzón, de Himeneo
ardió para mi la antorcha,  120
    Que hijo digno de las Musas
honró la desierta losa,
orilla al Herault, del padre
de la alma lira española
    Y por él rindió la España  125
justo homenaje a su gloria;
por él asombró a las gentes
que sus cenizas le roban.
    Recibid, genios sublimes,
las eternales coronas,  130
que a vuestras frentes destinan
sus agradecidas sombras.
    Cuando en los futuros siglos
Meléndez, Inarco se oigan,
con ellos, Varela, Frías,  135
partiréis también sus glorias.
    Y será, sabio Prelado,
que siempre ya mi voz ronca
con tristes sollozos tierna
fatigue las duras rocas.  140
    Si a tantos hacen felices
por tu mano bienhechora
tantos soles, para un triste
¿nunca lucirá una aurora?
    Sé puerto amigable mío  145
cuando la mar borrascosa
amaga ya mi barquilla
débil tragar en las hondas.
    Si, a las dulces resonancias
tú de mi lira humildosa  150
acogida blanda diste
a mi combatida prora;
    Como el faro luminoso
que en la distancia remota
astro de vida aparece  155
al que en las tinieblas boga
    No más con furor sañudo
cebe la desgracia loca
en mi pecho palpitante
su garra devoradora.  160
    ¿Qué? Cuando a mi patria entera
un astro su luz hermosa
por sus términos distantes
difunde consoladora;
    Cuando al asomar Cristina  165
huyen las espesas sombras
de la noche, y a la España
días de ventura tornan;
    ¿Será que anegada en llanto
que los tristes ojos brotan  170
mi alma en el público gozo
gima triste y gima sola?
    No, Varela, que tu pecho
el santo fuego atesora,
para bien del desgraciado,  175
de la virtud bienhechora.
    Cuando la fama propicia
lleve desde el Tajo al Volga,
las preces que por ti al cielo
envíe el alma gozosa;  180
    Con letras de vivo fuego
en mi pecho, a tu memoria,
grabará tu nombre ilustre
la gratitud ardorosa.




ArribaAbajoA una hermosa que dio en hacer buenos versos


   ¿No te bastan los rayos de tus ojos,
de tu mejilla la purpúrea rosa,
la planta breve, la cintura airosa,
ni el suave encanto de tus labios rojos?
    ¿Ni el seno que a Ciprina diera enojos,  5
ni esa tu esquiva condición de esposa,
que también nuestras armas, Nise hermosa,
coges para rendir nuevos despojos?
    ¿A celebrar de tantos amadores
ingrata el fin *** te previenes  10
que a manos morirán de tus rigores?
    Ya que en tus redes nuestras almas tienes,
la lira déjanos, ya que no amores,
para cantar al menos tus desdenes.




ArribaAbajoOctava


Con motivo de hallarse en cinta nuestra muy amada Reina doña María Cristina de Borbón

   Bastante tiempo, oh Rey, la refulgente
Antorcha de Himeneo ardiste en vano,
Y un sucesor al Trono inútilmente
Esperó de tres Reinas el Hispano.
Sí: salud a Cristina que esplendente  5
Vino a partir tu solio soberano;
Que ella es, Fernando, la que al Trono Ibero
Dos veces le asegura un heredero.




ArribaAl día 1.º de mayo


   ¿Tornas, infausto día,
trayéndole a mi mente
fortunas olvidadas
de tiempos más alegres?
¿Acaso deslumbrarme  5
ora también pretendes
con esperanzas locas
perdidas tantas veces?
Hoy fue que de ilusiones
un tiempo yo juguete  10
pensé que ya tocaba
mil anhelados bienes.
Mas tú corriste luego,
y aquella ingrata aleve,
cruda, en tan largas penas  15
trocó dichas tan breves.
¿Acaso a recordarme,
risueño, me amaneces,
que en pos de nuevas burlas
luego a sus plantas vuele?  20
Ora tal vez brillando
cual rosa entre claveles
a mil adoradores
la faz graciosa vuelve.
Dila que entre esa turba,  25
que hoy a sus pies advierte,
quien como yo la adore
no es fácil que lo encuentre;
que si otros más la dicen
ninguno tanto siente  30
como éste que callando
ni verla ya pretende;
como el que por tributo,
único reverente,
a sus divinas plantas  35
sus lágrimas le ofrece.
No pases sin decirle
esto a mi bien, no piense
que el más rendido amante
nunca olvidarla puede,  40
por más que en honra mía
el circo aquí resuene.
¿Qué a mí, que aplaudan todos
como ella me desprecie?
¿Qué valen pata un pecho,  45
que eterno amor somete,
qué valen, conseguidos,
los lauros florecientes?
Al que le abrasa el fuego
que el ciego dios enciende,  50
los lauros envidiados
son galardón estéril,
si su gentil belleza
el mísero no tiene
a quien ornar con ellos  55
la majestuosa frente.
Yo, más que no el ruido
de palmas mil batientes,
preciara el de sus besos,
emblemas del deleite.  60
¿Y esa mentida gloria,
cuál rico don me ofrece,
si a enardecer no basta
un corazón de nieve?
Cuando mi humilde numen  65
honra el estruendo alegre,
yo solo de mi hermosa,
yo lloro los desdenes.
¡Oh! callen los aplausos
mientras su amor me niegue,  70
que amante despreciado
de ella, no los merece.
Dila que ya estos lauros
arranque de mis sienes;
yo todos se los trueco  75
por solo un beso ardiente;
que me corone un día
de amor y de placeres;
y coja quien los quiera
los fútiles laureles.  80


 
 
FIN DE LA OBRA