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Poesías. Selección


Luis Vargas Tejada


[Nota preliminar: edición digital a partir de José María Vergara y Vergara, Historia de la literatura en Nueva Granada, III, Editorial ABC, Bogotá, 1958, y cotejada con la edición de Poesía de la Independencia, edición de Emilio Carilla, Caracas, Ayacucho, 1979, pp. 241-244, cuya consulta recomendamos.]






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Recuerdos



   Fue un tiempo en que mi lira resonaba
con himnos de placer y de victoria,
y en que mi frente de Helicón la gloria
y el verde lauro con afán buscaba.

   Mas ahora ¡ay, Dios! del infortunio esclava,  5
repasa triste la fatal memoria
de mi perdido bien ¡Qué transitoria
fue la dicha que entonces me halagaba!

   Huyeron como el humo aquellos días
en que de mirto y flores coronado  10
brillaba entre festines y alegrías.

   Y hoy ausente, proscrito y desterrado,
lloro las penas y las ansias mías,
en mi lóbrego asilo confinado.




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Al anochecer



   Ya muere el claro día
tras la cumbre empinada de los cerros,
y en rústica armonía
saludan su esplendor que se despide
los sencillos pastores.  5
Los zagales y perros
conducen el ganado a la majada;
el tardo insecto que la tierra mide
de su morada oscura,
por gozar de la brisa  10
de la noche, a salir ya se apresura.
Ostenta su hermosura,
en medio al tachonado firmamento,
la cándida lumbrera
que desde su alto asiento  15
refleja suavemente
la luz que esparce la encendida esfera.
¡Ay, de cuán refulgente
brillo refleja ufana
su tersa faz galana!  20
¡Mírala, Clori! En su belleza mira
la imagen del hechizo lisonjero
que tu semblante inspira.
¡Qué lánguido suspira
el céfiro ligero  25
que los arbustos mueve,
mientras sus ramas baña
el fresco aljófar que la tierra embebe!
Allí la blanda caña
hacia la fuente su cabeza inclina,  30
y a la avecilla que en su mimbre posa
su propia imagen sin cesar engaña
retratada en el agua cristalina.
Cierra la tierna rosa
su cáliz perfumado,  35
y esconde ruborosa
el ámbar deseado;
¡ay, cuanto más se oculta es más hermosa!
Vamos a la colina
que baña suave la sidérea lumbre,  40
al pie de aquella encina
que erguida allá se empina,
coronando del cerro la alta cumbre,
o allá donde el torrente,
saliendo de la breña,  45
por el peñón tejado se despeña.
Allá nos sentaremos, Clori mía,
y disfrutando las tranquilas horas
que mece en su regazo la alegría,
nuestro tímido acento juntaremos  50
a las voces canoras
con que el bosque resuena;
allí repetiremos
la tierna cantinela
que afables entonaron los pastores,  55
cuando, concluida mi gravosa pena,
coronó la fortuna mis amores.




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El buey de carga



   Aunque es ya costumbre añeja
que sólo cosas fingidas
hayan de ser admitidas
para fábula o conseja,
Fabio, de esta maña vieja  5
voy a separarme aquí,

contándote lo que vi;
y porque mejor lo creas,
añadiré como Eneas:
Et quorum pars magna fui.  10

   Sobre poco más o menos
hará como cuarenta años,
que un viernes por la mañana
estábamos retozando
en el patio del colegio  15
una turba de muchachos.

   Casualmente por la calle
pasaba un buey del mercado
con su enjalma y nariguera,
y por mal de sus pecados  20
le vino el fatal antojo
de colarse a nuestro patio.

   Al momento, o quier al postre,
viendo al animal tan manso,
toda la horda muchachuna  25
arremete a hostilizarlo;
unos a silbos lo aturden,
otros le dan hurgonazos,
otros le pegan palmadas
con los libros y las manos;  30
yo, que entre aquella caterva
era de los menos malos,
no dejaba de tirarle
pedradas de cuando en cuando.

   Como él todo lo sufría,  35
por fin otros más osados
se trepan y se le montan
desde la cruz hasta el rabo,
queriendo hacer que galope
a fuerza de bulla y palos.  40

   Hasta que el pobre animal,
molido ya y sofocado,
brama, brinca y patalea;
furioso, del primer salto
sacude los jinetillos,  45
que con bonetes y mantos,
Masústeguis y Nebrijas,
por el aire van volando.

   Desparpaja y acornea
todo cuanto encuentra al paso,  50
y cual toro jarameño
en una plaza encerrado,
corre tumbando estudiantes
por el patio y por los claustros.

   Unos quedan aturdidos,  55
los otros descalabrados,
Y otros escalera arriba
corren a ponerse en salvo.

   Tan ciego estaba de rabia,
que vino a llevarlo su amo,  60
y también ¡quién lo creyera!
le metió su buen porrazo.

   John Bull, es decir, Juan Toro,
llaman al pueblo britano.
Al colombiano, más zonzo,  65
Juan Buey podemos llamarlo.
La caterva boliviana
a mal traer lo está llevando,
y él la broma les aguanta
sin chistar; mas sin embargo,  70
tanto lo han de sofocar
que al fin se les vuelva bravo,
y se acuerde que es más fuerte
que los que lleva montados,
y entonces... después que haya hecho  75
lo que el buey con los muchachos,
no le arriendo las ganancias
al que intente sujetarlo.








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