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Presentando la prosa de Eminescu1

Enrique Javier Nogueras

Mihail (o Mihai2) Eminescu es sin duda alguna uno de los más grandes poetas de Europa. Situada en la estela del gran romanticismo europeo, vale decir alemán, su poesía alcanza cotas de intensidad lírica, -y una abisal amplitud ontológica y existencial- tan difíciles de alcanzar como, probablemente, (casi) imposibles de traducir. Esto explica quizás la multiplicación de las traducciones de su poesía tanto al castellano, como a otras lenguas3. Hasta hace no demasiado era quizás Eminescu el único escritor rumano conocido del común de los lectores españoles (tanto más que autores como Cioran se vinculaban sobre todo a la literatura francesa), la prueba de que esto felizmente ya no es así, sea quizás la aparición de este volumen de su prosa literaria, hasta ahora preterida4 en favor de su poesía, por otra parte, probablemente, mucho más citada «de oídas» que leída en profundidad5. La aparición de este libro, me gusta así pensarlo, es una muestra más de la normalización entre nosotros del estatus de la literatura rumana, una literatura tan valiosa, al menos, como las demás literaturas románicas...

Mihail Eminescu es, ya se sabe, el poeta nacional de Rumanía. Algo así como el equivalente rumano a Camoens en Portugal, Shakespeare en Inglaterra o a Cervantes en España. Solo que por las características propias de la fascinante y difícil historia de su pueblo, su papel en la conformación de la lengua literaria y hasta de la identidad de su nación fue con mucho superior. Eminescu, que vivió los tiempos de efervescencia nacionalista en que Rumanía se constituyó «oficialmente» como un estado soberano más entre el conjunto de las naciones de Europa, fue uno de los forjadores de la identidad rumana... Pero, a su vez, se convirtió él mismo, míticamente transfigurado, en componente capital de dicha identidad. El «rumano absoluto», lo llama Lucian Boia en uno de sus últimos ensayos6. Esta condición es evidente en su poesía, pero quizás sea más asequible en su prosa. Ofrecerla a los lectores españoles, es también, así lo espero, acercarles el conocimiento de la cultura de un país al que muchos lazos nos ligan. Pero ante todo, y a mi juicio, la obra de Mihail Eminescu, es patrimonio de Europa y al traducir parte de su obra en prosa, como tal patrimonio he querido reivindicarla. No me parece en este sentido gratuito que esta edición aparezca bajo los auspicios de la Unión Europea.

La vida de Mihail Eminescu no contradice en mucho los estereotipos de la de un poeta romántico. Rafael Alberti, cuya traducción de las Poesías sigue siendo la más difundida entre nosotros, gustaba de asimilarlo a Bécquer; a mí, lo absurdo de su muerte (aunque no fuera perpetrada por su propia mano) y su condición de periodista me hacen pensar a veces en Larra; los años que pasara en casas de reposo o sanatorios han hecho pensar a otros en Hölderlin o Dino Campana. Nacido en Bucovina, en Botoşani, el 15 de enero de 1850, Eminescu pasó su infancia en su aldea de Ipotesti y realizó sus estudios primarlos y secundarlos en Cernăuţi (Chernivtsi, en la actual Ucrania); durante varios años, trabaja como apuntador, traductor o ayudante de dirección con diferentes compañías teatrales con las que recorrerá los países rumanos. De 1869 a 1872 estudia en la Universidad de Viena, donde sigue cursos de filosofía y otras muchas disciplinas (desde matemáticas o historia antigua o sánscrito, a medicina o economía política y romanística) movido de un afán de saber universal que cimentará una vasta cultura, pero no se concretará en ningún grado académico. En Viena y en 1871 conoce a la poeta y escritora Veronica Micle (de soltera Câmpeanu) con quien mantendrá a partir de entonces una intensa, compleja y hasta confusa relación que ha hecho correr mucha tinta7. En 1873 continua sus estudios en Berlín y en septiembre de 1874 es nombrado director de la Biblioteca Central de Iasi, cargo del que es cesado en junio del año siguiente, aunque es nombrado inspector escolar, puesto que sin embargo ocupará apenas un año. En octubre de 1877, Eminescu, acepta la oferta de su amigo y protector Titu Maiorescu8 y se hace cargo de la redacción del diario Timpul (El Tiempo) de Bucarest, donde desarrollará una ingente labor periodística y publicística que acabará de arruinar su salud. Desde 1883 la enfermedad le alejará de la vida literaria, cultural y política de Rumanía en la que hasta entonces había tan intensamente participado, ligándose especialmente a la sociedad Junimea (La juventud) y a la revista Convorbire Literare (Conversaciones literarias), y peregrinará por sanatorios de diferentes ciudades de Europa, acuciado por la falta de dinero y gracias al apoyo de sus amigos, y ya solo desempeñará eventualmente algún trabajo de poca relevancia. En 1889, internado en un sanatorio de Bucarest, la agresión de otro enfermo acabará costándole la vida. Muere el 15 de junio. Aunque había publicado su primer poema muy joven, a su muerte la mayor parte de su obra literaria, que revisaba continua y obsesivamente, permanecía inédita. Su fama como poeta estaba sin embargo ya completamente afianzada.

La prosa literaria, o más explícitamente narrativa, de Mihail Eminescu, de la que el lector tiene aquí una muestra prácticamente completa9, no sufrió una suerte diferente. De los escritos incluidos en este volumen, solo cuatro vieron la luz en vida de su autor, Făt-Frumos din lacrimă en 1870, Sarmanul Dionis, en 1872-73, La aniversară y Cezara en 1876, todos en revistas de la época. El resto permanecieron inéditos y, como verá el lector, en muy diferente grado de elaboración, aunque en la presente edición ha sido criterio de la editorial simplificar la intervención de los editores filológicos, a fin de facilitar la lectura10. Se trata en su mayoría de textos de juventud, a veces muy probablemente con resonancias biográficas, no pocos de ellos con una evidente deriva filosófica, y que presentan una sorprendente variedad de registros, de los que acaso el más atractivo y sugerente sea la dimensión fantástica y esotérica y la recreación misteriosa del pasado o la exaltación de una naturaleza con frecuencia edénica. Entre el entusiasmo y la quietud, estos textos replican y doblan los grandes temas de la poesía de Eminescu y a veces los anticipan.

La publicación de muchos de estos textos cuando ya el poeta era mito nacional suscitó reacciones ambiguas. Aunque desiguales estéticamente, el interés de estos relatos, a veces solo fragmentarios o esbozados, no nace solo de que hayan salido de la mano de Eminescu ni del diálogo que inevitablemente entablan con sus poesías. Tienen un interés propio y más que notable. Eminescu lleva a la prosa rumana, a veces trabajosamente, ambiciones, temas y problemáticas que le eran desconocidas. El lector acaso pueda percibir veladamente este esfuerzo en los fragmentos que con escasas variantes se repiten en diferentes textos y van perfilando una posible forma definitiva y que permiten al traductor, a veces, intentar casi sobre el mismo texto diferentes soluciones... Héroes, revolucionarlos, criaturas angelicales y demoníacas, paraíso e infiernos (y a veces ironía y realismo crítico), grandes y obsesivos amores, ora fatales ora consumados que, en este tiempo acaso provoquen la sonrisa, un vago panteísmo o una acerva crítica social circulan por estas páginas... No faltan aquí pasajes brillantes y de una colosal hermosura, ni faltan tampoco notas de amargo o divertido costumbrismo. De la transmigración de las almas a un realismo mágico y/o folclórico... este conjunto de escritos quizás sea, además y sobre todo, compendio de un «alma romántica y su sueño» de los que no acabamos de salir, pese a nuestra posmodernidad y nuestros líquidos amores...

De los dos modos de traducción descritos por Schleirmarcher en 1813 y que siguen dando tanto que hablar yo me declaro firmemente partidario del primero, y mucho más en un caso como este; no creo sinceramente que el tipo de lector al que imagino acercándose a la prosa de Eminescu se merezca otro trato. Soy consciente sin embargo de que es imposible que el traductor no se traicione o se equivoque alguna vez o que, incluso sin quererlo, el traductor no se tome a veces más libertades de las que desearía. Espero haber conseguido, con todo, salvar algo de la a veces espléndida retórica del original y de su gustoso sabor de época y confieso que me gustaría considerar esta como una primera intentona, porque soy consciente de cuán diferente habría sido su forma final si los contratos no incluyeran una fecha de entrega... Sin la paciencia y la ayuda de mis amigos rumanos estas líneas no estarían escribiéndose. Es forzoso que termine esta nota expresando mi agradecimiento a algunos de ellos aunque no pueda citarlos a todos. En primer lugar y muy especialmente a Beatriz Stan, que en justicia debiera ser considerada cotraductora parcial de alguno de los escritos incluidos en el volumen por su ayuda continuada a lo largo de varios meses; no menos a Camelia Papuc, cuya colaboración me ha sido tan valiosa a la hora de la revisión final. También debo agradecer la solicitud impagable de la profesora Lavinia Seiciuc de la Universidad de Suceava y la prontitud con que el profesor Dan Munteanu ha respondido y ha atendido mis súplicas en un par de ocasiones. Igualmente quiero dar las gracias a Carmen Sveduneac, mi antigua asistente en la Universidad de Suceava, por su disposición a ayudarme y a mis amigas Antonela Pohoata y Corina Tulbure, siempre atentas a resolver mis dudas. Por último, pero no la última, a la profesora Oana Ursache, amiga y compañera de departamento en la Universidad de Granada.

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