Problemática de la diglosia «neoindigenista» en 'Redoble por Rancas'
Oswaldo Estrada
University of California, Davis
Manuel Scorza (1976) |
Desde hace
más de dos décadas, en unas Actas del Simposio
Internacional de Estudios Hispánicos, publicadas en
Budapest, yace una sentencia prematura que condena a Manuel Scorza
a formar parte de ese grupo de «buenos
escritores»
que, desafortunadamente, son imposibles de
encontrar en algún estudio (Correa Camiroaga 509-10). Como
relata Tomás Escajadillo, también alrededor de
aquellos años Luis Alberto Sánchez intentó
lapidar al escritor de Redoble por Rancas, afirmando que
la novela «se le cayó de las manos
en el primer capítulo»
. Pese a estos presagios,
los estudios realizados posteriormente por Antonio Cornejo Polar y
el ya citado de Escajadillo demuestran que, a diferencia del
«indigenismo ortodoxo» de Yawar fiesta o
El mundo es ancho y ajeno, Redoble por Rancas
recrea eficazmente la problemática indígena y su
relación conflictiva con la sociedad nacional1.
De hecho, vista en su totalidad, la obra de este autor logra
agrandar «el espacio de la
representación narrativa en consonancia con las
transformaciones reales de la problemática indígena,
cada vez menos independiente de lo que sucede a la sociedad
nacional en conjunto»
(Cornejo Polar, 1984: 549). Desde
un principio, Scorza teje y entreteje los hilos narrativos de su
primera novela de tal forma que la identidad indígena o no
indígena de los protagonistas se define sólo en base
a sus diferencias sociales, como arguye Neil Larsen (137), quien
además indica que los textos de Scorza se distinguen del
indigenismo cargado de descripciones etnográficas, tan
típico en Arguedas, debido a que los aspectos culturales
giran alrededor de la acción. Así pues, la brecha que
separa a los indígenas de aquellos que no lo son se hace
visible casi exclusivamente cuando los personajes que provienen de
un mundo oral se encuentran, a través de un lenguaje
híbrido, con aquellos que pertenecen a un mundo letrado.
El conflicto de la novela está dividido en dos partes, estructuración que tal vez haya sido responsable de que se vea en ella un tradicionalismo semejante a las de otras novelas indigenistas maniqueas. Pero no es así, como veremos. Por un lado, los comuneros de Yanacocha, al mando de Héctor Chacón, se enfrentan contra el gamonal y juez Montenegro, de la subprefectura de Yanahuanca, para exigir la devolución de las tierras que pertenecen a su comunidad indígena. Por el otro, la población de Rancas trata de defender las tierras que han sido acorraladas por el cerco metálico de la empresa minera norteamericana «Cerro de Pasco Corporation». Debido al carácter testimonial del proyecto narrativo (Escajadillo 104), Scorza recalca la oralidad de los Andes Centrales, en contraposición a la expresión escrita de los letrados nacionales e internacionales, que es precisamente lo que condujo a los binarismos débiles de novelas indigenistas anteriores. Al llevar a cabo esta tarea innovadora, el autor construye un universo diglósico que conserva la oralidad indígena así como el lenguaje propio de los letrados2. Sólo dentro de ese mundo de dicotomías, podemos escuchar con mayor volumen la voz silenciada del indio peruano, una voz que proviene de su mundo mestizado (Escajadillo 108).
La oralidad de ese
contexto andino realiza su primer acto de presencia desde que la
novela cae en nuestras manos con el retumbo de un redoble.
Este sonido de apertura anticipa el contenido oral del texto,
«donde el zahorí lector oirá
hablar de cierta celebérrima moneda»
(15).
Así pues, el narrador nos trata como si fuéramos
oyentes
(Pacheco 65)3
y, a la vez, lectores de las peculiaridades que suceden en el
pueblo de Yanahuanca. La voz narrativa deja que escuchemos una
serie de sonidos que, poco a poco, se convierten en «la música de fondo»
(Bakhtin
278) de un sector social distinto a la clase dominante, aquí
del Perú, y por ende en una especie de contrapunto musical
que abarca varias perspectivas sociales. Más adelante,
cuando leemos que al juez Montenegro se le cayó un sol de
bronce en la plaza del pueblo, también escuchamos el
melodioso tintineo de esta moneda y el inútil grito del
Alcalde: «¡Don Paco, se le ha
caído un sol!»
(15). Digo
«inútil» porque éste se pierde en
lontananza sin lograr que el juez escuche su voz. De hecho, durante
meses, la aparición ruidosa del sol y la obsesión que
éste suscita entre los hombres, las mujeres, los
comerciantes y la chiquillería, establece la idiosincrasia
de aquellos que provienen de una cultura oral. Es, entonces, una
manera de constatar diferencias en perspectivas y expectativas, ya
que para una clase privilegiada, un sol o su pérdida no
crearía tanta alteración.
Asimismo, en el
segundo capítulo, escuchamos cómo «un espesor de alas abyectas susurró sobre
los techos del pueblo»
(20), durante la huida de los
animales de la pampa de Junín. Este ruido es
acompañado de oraciones masculladas, de súplicas y
lamentos, que sólo encuentran una explicación divina
detrás de este acontecimiento. Muy al estilo de la
ficción rulfiana (como en «No oyes ladrar los
perros», donde el ladrido de éstos forma parte
esencial de la narración), el sollozo de Rancas se
intensifica con el trueno de perros que raja el oriente de la
pampa, y que luego se confunde con el gemido de las ovejas.
Después, en el capítulo siete, escuchamos el chapoteo
de la lluvia sobre los caminos de la sierra, precisamente cuando
«diciembre tronaba por las
cordilleras»
(40). Y mientras más leemos, el
universo de sonidos animales se vuelve casi insoportable, sobre
todo durante «la movilización
general de los cerdos»
de Rancas, al final del
capítulo veintidós, cuando ya el mundo se ha
convertido en un «chillido»
(157). A través de este caudal de estridores aparentemente
insignificantes, Scorza interna a sus lectores en las redes
auditivas de un mundo andino que, en consonancia con su
cosmovisión aparentemente arcaica, toma en cuenta todo signo
y sonido vinculado a la naturaleza (Huarag 90). Este modo de
percibir, escuchar y participar en un mundo oral implica la tarea
cotidiana de descodificar el significado de tales acontecimientos,
tarea que el autor también delega a sus lectores, como
queriendo atarnos, una vez más, a los hilos de su
narración.
A medida que la
obra avanza, cada uno de estos sonidos, que se particularizan como
andinos, se somete a la cadencia de las canciones capitalinas que
aparecen en varios capítulos. He ahí un tipo de
dialogismo. Aparte del redoble de tambores y de las
patrióticas dianas que escuchamos a lo largo de la
narración, Scorza ensarta alusiones y fragmentos musicales
que denotan las divisiones sociales del pueblo peruano, el
determinismo indígena y la desigualdad que existe en un
país supuestamente democrático en el momento
representado. Por ejemplo, cuando por fin llega el Inspector
limeño para resolver el problema de las tierras comunales,
el pueblo de Yanahuanca lo recibe con una banda de músicos,
esperando que el Inspector falle a favor de los comuneros. Pero de
nada sirve que los músicos toquen la «Marcha de
Banderas», cuya letra guarda los ideales patrióticos
de aquellos Húsares que lucharon por la soberanía del
Perú en las pampas de Junín (1824), al mando del
Libertador Simón Bolívar. Pues, como bien dice
Héctor, a través de una expresión tradicional
(véase
Ong 39): «el juez cederá el
día que vuelen los chanchos»
(45). O sea, la
musicalidad tiene sus límites, impuestos por el control
social del oficialismo. Pero tal vez no sea así con la
oralidad.
Por otro lado, el
vals «Yo la quería,
patita»
(84) enriquece la oralidad de la narración
ya que, implícitamente, nos enteramos de lo que va a suceder
más adelante. Esta prolepsis musical de oralidad secundaria
(Ong 11), proveniente
de una victrola desencadenada, anuncia
que los yanacochanos jamás van a ganar ningún premio
en un sorteo de animales en el que también participe el juez
Montenegro. No es extraño entonces que la injusticia de la
clase dominante triunfe gracias a que doña Josefina, la
organizadora de la kermesse,
hace que todos los números del juez salgan premiados. Para
recalcar la desigualdad que existe entre estas clases, el narrador
permite que escuchemos la triste melodía del pobre que sin
remedio alguno canta con la letra del opresor: «mi sangre aunque plebeya / también
tiñe de rojo»
(88). Luego de este detalle musical,
Scorza nos expone la ingenuidad de un pueblo que acepta su destino
con la letra de la canción inmortalizada por Carlos Gardel:
«Contra el destino nadie la
talla»
(89). Así, el lenguaje literario rompe, no
está de más reiterarlo, las «barreras
sociolingüísticas»
(Bakhtin 294) de estas
canciones que provienen de un mundo letrado, como la ciudad de
Lima, por ejemplo, para darle una nueva voz a los andinos del
departamento de Pasco. Deseo enfatizar que, a diferencia de
José María Arguedas, cuya área cultural
determinante «abarca los departamentos
peruanos actuales de Huancavelica, Ayacucho y
Apurímac»
(Lienhard, 1991: 148), Scorza centra el
eje de su narrativa sólo en el departamento de Pasco.
Episodios
musicales como los que acabamos de analizar reflejan una
búsqueda incesante de identidad nacional por parte de las
comunidades indígenas del Perú, algo patente en gran
parte de la prosa peruana del siglo veinte. Esta cuestión es
(re)presentada en Redoble por Rancas para mostrar la
vigencia del eurocentrismo que «bloquea
la capacidad de autoproducción y autoexpresión
cultural, ya que presiona hacia la imitación y la
producción»
(Quijano 306). Por eso, aunque Scorza
sorprende al entretejer melodiosos valses limeños y
canciones extranjeras acopladas a las voces indígenas de
Héctor y los suyos, los lectores captamos su
propósito: reflejar una verdad latente, reflejar, como
dijera Aníbal Quijano, cómo el dominado se mira con
el ojo del dominador (306). Además, la música que
escuchamos en su novela no sólo enmarca una realidad oral y
andina sino que cumple una función comunicativa; hecho que
Mario Vargas Llosa recalca en su Utopía
arcaica:
La música, el canto, el baile son en la realidad ficticia medios de expresión tan importantes como la palabra, y, en algunos casos, más todavía que ella. Están asociados a los principales quehaceres de la comunidad, desde la siembra y la cosecha o la herranza del ganado, hasta las procesiones, misas y demás ceremonias religiosas, así como a los grandes hechos de la vida: nacimientos, bodas, bautizos, sepelios. Pero también los pequeños entusiasmos o las menudas tristezas individuales se expresan cantando y bailando. |
(99, el subrayado es mío) |
Desde luego, hacia
el final de la novela, el narrador denota la falsedad que yace en
la letra del «Himno Nacional del Perú», un himno
que proclama la libertad del pueblo peruano, mientras en los Andes
escuchamos la voz del indio que aún no consigue liberarse de
sus opresores: «Mentira decimos que somos
libres. Somos esclavos. La única forma de salir adelante es
matando»
(191). En este caso, al yuxtaponer la letra del
«Himno Nacional» con la «reacción automática»
(Bakhtin 296) y, de paso, sin sintaxis «correcta» de
Héctor, el narrador permite que sus personajes
indígenas pasen de un lenguaje a otro, de la letra del
opresor al mundo oral del oprimido. Precisamente, el contacto
intencional que surge entre estos dos registros
lingüísticos resulta en la hibridación
bajtiniana del discurso
neoindigenista (360). Dicho de otro modo: la voz de los campesinos
andinos se enfrenta con la voz de sus opresores en un sentido
dialógico, y desde ahí surgen los problemas.
Tomemos otro
ejemplo: el vals del Mayor Karamanduka, «De la jarana somos
señores», que eslabona, a través de vasos
comunicantes, una serie de guerras peruanas con países
extranjeros. Al mismo tiempo que escuchamos la letra de este vals,
una de cuatro voces narrativas posibles, que conforma «la polifonía vocal de la
novela»
(Puente-Baldoceda 159-60), describe el origen
doloroso de la guerra silenciosa del Perú con el
distintivo «tono
agónico»
(Ong 434) de las comarcas orales:
Ocho guerras perdidas con el extranjero; pero, en cambio, cuántas ganadas contra los propios peruanos. La no declarada guerra contra el indio Atusparia la ganamos: mil muertos. No figuran en los textos. Constan, en cambio, los sesenta muertos del conflicto de 1866 con España. El 3.ro de Infantería ganó sólito, en 1924, la guerra contra los indios de Huancané: cuatro mil muertos. Esos esqueletos fundaron la riqueza de Huancané: la isla de Taquile y la isla del Sol se sumergieron medio metro bajo el peso de los cadáveres... En 1924 el Capitán Salazar encerró y quemó vivos a los trescientos habitantes de Chaulán... En 1932, el Año de la Barbarie, cinco oficiales fueron masacrados en Trujillo: mil fusilados pagaron la cuenta4. |
(217-218) |
Esta voz
narrativa, tan bien entonada con sarcasmo e ironía, es una
de las que coincide con «la voz
colectiva»
de la comunidad indígena para denunciar
a sus entidades opresoras (Aldaz 57). Un tono similar vuelve a
apoderarse de la narración cuando la tiranía de los
soldados peruanos en contra de aquellos que no pueden defenderse
queda resumida en los sonidos acordes del mismo vals: «Somos los niños más
engreídos / de esta bella y noble ciudad / por nuestra
gracia y sagacidad. / Y si se ofrece tirar trompadas /
también tenemos disposición»
(218).
En este ambiente
novelístico, que según Walter Mignolo, en novelas
similares estaría «cargado de
situaciones de interacción discursivas»
(32),
Scorza consigue darle voz propia a los personajes semi-alfabetos
que encontramos en Redoble por Rancas. Es más, al
utilizar un lenguaje limeño, especie de paradigma
cosmopolita, el autor resalta la oralidad de las serranías
peruanas. Este aspecto lingüístico de la narrativa
scorziana difiere de los cuentos y novelas indigenistas de
José María Arguedas quien, incluso en sus
últimas obras, permite que sus personajes indígenas
se comuniquen en un español impregnado de calcos
lingüísticos provenientes del quechua. Aunque en una
primera lectura pareciera que Scorza sacrificara la autenticidad
del lenguaje indígena porque sus personajes hablan un
español correcto, la sustancia novelística de
Redoble por Rancas revela el afán de un escritor
que considera «erróneo» empobrecer la lengua de
sus personajes con un español mal hablado. De hecho, en una
entrevista con Elda Peralta el mismo Scorza, como todo escritor que
tarde o temprano tiene que decidir sobre el lenguaje que debe
utilizar para la (re)presentación de un mundo
indígena, señala: «los
indios que están en mis libros, piensan correctamente, deben
hablar correctamente»
(Aldaz 42).
Aún
así, las conversaciones que producen sus personajes
indígenas se distinguen por una entonación que
refleja el habla local de las comarcas andinas. Por ejemplo,
durante el diálogo entablado entre una de las voces
narrativas y don Alfonso, «sobre los
misteriosos trabajadores y sus aún más raras
ocupaciones»
(49), escuchamos a una voz campesina, la voz
presuntamente colectiva del pueblo que depende de sus constantes
repeticiones orales (y su concatenación retórica)
para prolongar y pasar de una generación a otra su cultura y
tradición (Ong 34):
Yo, don Alfonso, no lo acuso. A usted lo elegimos Personero de Rancas por sus conocimientos en la crianza de ovejas. Usted sabe cuidarlas. Usted conoce, desde leguas, el empacho o la gusanera... Yo no lo acuso, don Alfonso... Aun así me explico su tranquilidad, don Alfonso... Usted reclamó... Usted tuvo que pedir permiso y sacar de la escuela a su hijo... Usted volvió a las once y se quedó con la boca abierta... Usted no dijo nada. Usted, don Alfonso, ya tenía maduro su designio. |
(49-50) |
Lejos de ser un
fracaso novelístico, como dijera Luis Alberto
Sánchez, Redoble por Rancas resucita la
problemática indigenista a través de diálogos
que imponen su costumbrismo regional en la lengua del dominante
para señalar los conflictos sociales que aún limitan
la vida del dominado peruano. Por eso, cuando Héctor le
reclama al juez Montenegro con su voz provinciana: «un mi caballo [está] retenido en tu
pesebre»
(118), también escuchamos al opresor que
lo insulta: «lárgate de
aquí, cholo de mierda!»
(118, el
subrayado es mío). El incidente, que nos recuerda la
temática denunciadora de Arguedas (como en su cuento
«Los escoleros», donde el «cholito»
Teofacha pierde a su vaca por culpa del gamonal), enfatiza la
connotación negativa de la palabra cholo, palabra
que «se vuelve ofensa, injuria racista,
si la lanza un blanco a quien no lo es»
(Vargas Llosa
166)5.
Este mismo desprecio hacia los indios y mestizos por parte de los
blancos surge en varias ocasiones en los vericuetos de la obra. De
hecho, cuando Héctor se queja ante la esposa del juez,
lamentándose: «¡Doña
Pepita, tus animales están acabando mi papal!»
,
ella lo agrede con sus palabras humillantes: «¡Me alegro que mis animales acaben con tu
chacra! Tú eres un cholo insolente, indio de
mierda. Como peor te portes, peor te irá. Tú no
entiendes palabras. Eres terco. Ya verás lo que te
ocurre»
(124, el énfasis es mío).
En medio de estos
diálogos casi ininterrumpidos -los mismos que en la realidad
peruana llaman a las puertas de un nuevo siglo sin ser atendidos-
nosotros escuchamos la voz «revalorizada»
del campesino
(Puente-Baldoceda 160), ya sea cholo o indio, que trata de
encontrar una posible solución a sus problemas. A
través de sus personajes andinos, Scorza sugiere que,
sólo enfrentándose cara a cara con los mismos
prejuicios engendrados en el lecho de la Conquista y alimentados en
el regazo de la Colonia, los hombres y mujeres indígenas de
este período poscolonial podrán dar un paso hacia su
reivindicación. Como indica Roland Forgues, la meta del
autor es «convencer a los propios
vencidos de sus posibilidades de lucha [y] hacerles tomar
conciencia de la fuerza que poseen»
(136). Por eso, con
tal de mejorar su situación de subordinado, Héctor se
muestra dispuesto a matar y a pasar varios años en la
cárcel, sobre todo porque considera que «sabiendo aprovechar... el hombre encarcelado
sale más hombre. Yo conozco muchos que aprendieron a leer en
la cárcel»
(26). El líder de los comuneros
yanacochanos, convertido en una especie de
«supercholo»6
por haber adquirido experiencia invalorable en el mundo ya no tan
ancho y ajeno de los blancos, sigue siendo fiel a sus
creencias indígenas, pero reconoce que el analfabetismo de
los hombres y mujeres de su clase social es visto por la clase
dominante como incapacidad crasa y sinónimo de atraso social
(Pacheco 29). Pese a este avance hacia su reivindicación,
las hebras narrativas nos anudan a una especie de paradoja, por lo
menos en términos del patrimonio oral, ya que este
«superhombre» andino percibe lo letrado como fuente de
su liberación.
Si por un lado las
voces narrativas de la obra denuncian la injusticia que reverbera a
su alrededor, vale notar que la misma problemática
neoindigenista se presenta cargada de «humor criollo»
(Escajadillo 108) en
las entretelas de un discurso híbrido que enfrenta la
mentalidad de las «comarcas
orales»
con la arrogancia de aquellos que provienen de la
«ciudad»
. Por ejemplo, una vez
desprovistos de pastizales, los ranqueños se ven obligados a
debatir durante seis horas si es correcto o no dejar que las ovejas
se alimenten de las flores del cementerio de Cerro de Pasco. Pero
el narrador -con una mezcla de humor, denuncia e ironía-
señala que seis horas no son una exageración
pues:
Al comenzar la Conquista, los filósofos españoles debatieron no seis horas sino sesenta años si los indios pertenecían o no al género humano. ¿No se llegó hasta la silla gestatoria para que blandiendo las llaves del Reino, un papa afirmase, ex cathedra, que esos seres descubiertos en las Indias con cuerpo, rostros y ademanes pasmosamente parecidos a los hombres eran, efectivamente, prójimos? |
(197) |
Una vez más
estamos ante una cuestión de colonialidad que «sea que se trate de las diferencias
físicas ('raza', 'color') o de las orientaciones culturales
('etnicidad', 'modernidad') cotidianas»
implica
desigualdad en el poder (Quijano 305). Por ende, aun entrado el
siglo veintiuno no es panfletario o trillado decir que la herencia
indígena de estos individuos andinos sigue siendo
menospreciada por el sector dominante del Perú. Ahí,
donde, irónicamente, abundan «las
calles denominadas 'Libertad', 'Unión', 'Justicia' y
'Progreso'»
(Scorza, 1997: 142), reina la ambivalencia
social, la misma que aflora en cada capítulo de Redoble
por Rancas y que, en cada instancia, vuelve a poner en tela de
juicio el conflicto de identidad que perdura no sólo en el
Perú sino en toda América Latina. Esta misma
cuestión social es definida por Quijano en base a tres
problemas pendientes:
- La colonialidad de las relaciones materiales de poder entre lo europeo y lo no-europeo (lo aborigen, principalmente, pero también lo de procedencia africana e inclusive asiática);
- La hegemonía del paradigma eurocéntrico en la perspectiva mental de [la] sociedad;
- La manera eurocéntrica de plantear y abordar la cuestión nacional (308).
De acuerdo con
esta esquematización, las autoridades gubernamentales que
aparecen en el texto de Scorza consideran que los indios (es decir
indios, mestizos y cholos de condición humilde) no tienen
ningún derecho a apelar a la justicia para defender las
tierras que la «Cerro de Pasco Corporation» les ha
arrebatado. Por eso, cuando el ranqueño Fortunato -«símbolo de resistencia a través
del tiempo»
, según Forgues (20)- se presenta a la
Prefectura para denunciar el «Cerco» metálico de
la compañía internacional, o sea el gigante que los
está aniquilando, el Prefecto de Cerro de Pasco, el
señor Figuerola, expresa su marcado desprecio antiserrano:
«Hace años que soy autoridad. Yo
he servido en casi todos, los departamentos. Nunca he conocido un
indio recto. Ustedes sólo saben quejarse: mienten,
engañan, disimulan. Ustedes son el cáncer que
está pudriendo al Perú»
(145). Como ha
notado Cornejo Polar, estos prejuicios anti-serranos se pueden ver
desde la aparición del indianismo en adelante (1980: 8). Con
esa misma actitud de superioridad, el Inspector que defrauda a los
comuneros yanacochanos, en un momento de ira interroga al cielo,
pidiendo una explicación sobre la conducta de los indios.
Despectivamente levanta los brazos ante el Personero Cayetano y se
queja: «Dios mío,
¿cuándo progresarán estos salvajes?,
¿cuándo se civilizarán?»
(42).
Lo que no
comprenden las autoridades y la mayoría de los que conforman
la clase dominante peruana es que los indios, estos «incivilizados»
, provienen de una
civilización oral. Este conflicto secular que surge entre el
mundo de la oralidad y el de la escritura, dentro de la novela,
llega a su cúspide cuando los ranqueños «envejecen»
durante la interminable
lectura de sus títulos de propiedad; durante esta asamblea
de lectura:
Un estudiante del Colegio Nacional, Daniel A. Carrión, hijo de Rancas, comenzó a leer... La lectura comenzó a las doce y doce minutos. Tardó dos horas. La gente soportó inmóvil, casi inmóvil, la enumeración de hitos, puquios, pastos y lagunas que probaban que esas tierras, que esa nevada que blanqueaba sus corazones, pertenecían a Rancas. A las dos de la tarde el lector acabó, tosiendo. |
(153) |
Los ranqueños, por su parte, se limitan a escuchar durante largo tiempo sin entender qué es lo que el Personero intenta ganar con esta enumeración de lo que todos saben que es de Rancas.
No obstante, a
través de la escritura y sin distanciarse completamente de
su ámbito oral, el Personero propone defender lo que le
corresponde a Rancas según lo dictan los títulos
por escrito. Lo oral, aquello que puede considerarse como
«propiedad»
del pueblo aunque
visto como «inferior»
por la
clase dominante (Lienhard, 1981: 64), ya no es suficiente para
ganar esta lucha contra la «Cerro de Pasco Corporation». Más
bien, es necesario combinar la oralidad con la escritura para
combatir a los nuevos y obvios parientes del gamonalismo
que han llegado a los Andes Centrales: el imperialismo y la
explotación capitalista. Por eso, después de la
lectura de los títulos de propiedad, el Personero exige,
oralmente, que todos los jefes de familia lleven un chancho a la
plaza de Rancas para que los animales ayunen por ocho días.
Cuando los bramidos de los chanchos hambrientos se vuelven
inaguantables, el Personero se vale del poder de la escritura para
transmitir su mensaje; mientras tanto, el narrador describe la
acción en base a lo que este personaje escribe:
Cogió una tiza y escribió sobre el hule negro de la pizarra: «Cada uno amarrará su chancho». Los cerdos estriaban las frágiles paredes del domingo. Borró y escribió: «Ahora mismo los soltaremos en los pastos de 'La compañía'». Borró y escribió: «Soltaremos los cerdos en los mejores pastos de 'La compañía'». Borró y escribió: «Le quiero ver la cara a los gringos cuando sepan que sus ovejas comerán pasto infectado». |
(156) |
Esta
conjunción, que Mignolo llamaría «punto de encuentro entre la oralidad y la
escritura»
(32) permite que los ranqueños alcancen
un logro efímero porque, de todas maneras, la fuerza de la
«Cerro de Pasco Corporation» es más
poderosa que el daño de los chanchos. Es decir, el centro
imperialista y capitalista logra controlar a la periferia peruana,
y por ende la escritura a la oralidad. La visión es casi
derrotista, porque es como decir que la oralidad ya no puede estar
sola, por lo menos si quiere legitimarse en un ambiente mestizo. En
cierto sentido estos aspectos, que se textualizan de manera similar
en toda la obra de Scorza, son su triunfo. Pero también su
derrota, si se leen sus textos con un prejuicio escritural, sin
apreciar la diglosia que los enriquece.
Tal vez uno de los
aspectos más significativos en Redoble por Rancas
es que, aunque los ranqueños pierden sus tierras, su ganado
y sus casas, ganan al reconocer la identidad de sus fuerzas
opresoras por nombre y apellido. Desde el comienzo de la obra, los
ranqueños no saben cuál es la procedencia del
«Cerco». Al principio lo ven como un alambrado
ridículo pero, al ver que devora puquios, cerros y
pastizales enteros, toman conciencia de la existencia de lo que la
cultura letrada llama imperialismo y capitalismo, fuerzas que no se
detienen ante ninguna comarca oral. Tal vez no usen esa
terminología, pero sienten en carne propia la desventaja de
ser el otro, el subalterno. Es más, el diálogo de
ultratumba, que nos recuerda al de Pedro Páramo,
comprueba este hecho con las palabras de don Teodoro: «Tú tenías razón, Sapito. No
es Jesucristo quien nos castiga, son los americanos... Los
hacendados quieren borrar las comunidades. Han visto que “La
Cerro” nos masacreó a su gusto. Se exceden»
(234).
Con esta
última gota de oralidad, los marginados se ubican en el
centro de las historias paralelas de Rancas y Yanahuanca. Como
arguye Forgues, si bien es cierto que en la novela «sólo los muertos pueden ser
legítimamente los cronistas de su propia derrota»
(19), el autor les da la oportunidad de afirmar su existencia
histórica y les concede «el
derecho a desarrollar su diferencia frente a la cultura
dominante»
(135). A través de su «indigenismo travieso e informal»
(Escajadillo 114), Scorza «desciende
verticalmente al mundo oral de sus protagonistas»
,
según manifiesta Lienhard (1981: 65). Desde ahí,
escuchamos las voces de los silenciados y oprimidos que, sin
alejarse de sus principios indígenas, reconocen el abismo
que separa su ambiente oral del pensamiento basado en la escritura.
Este reconocimiento revela en los dominados una nueva conciencia de
clase, un avance intelectual que revaloriza a la sociedad peruana.
Más allá de ser una simple y llana descripción
cultural, Redoble por Rancas incorpora, como señala
Consuelo Hernández, contenidos y formas indígenas y
mestizas en la construcción de una «ficción transculturada»
(143).
Los ecos del campo, los bramidos de los animales, la voz de la
gente andina y costeña, el sollozo, el llanto de los
campesinos entreverado con la letra hueca de un Himno Nacional,
así como el humor y la ironía del narrador, consiguen
que nosotros, los lectores, analicemos, una vez más y bajo
una nueva lente, la problemática neoindigenista.
Más
aún, el contacto diglósico que surge entre los
límites de la oralidad y la escritura revela una lucha
social entre los dominados que defienden su cultura
autóctona y los dominantes que tratan de extinguir cualquier
vestigio andino. Actualmente, este mismo conflicto
novelístico vive, más que nunca, bastante arraigado a
la realidad peruana. Si, por un lado, el fracaso de la Reforma
Agraria 1716 (decretada durante la dictadura militar del general
Velasco Alvarado en 1969) desarraigó a cientos de miles de
indios de sus comunidades indígenas para llevarlos a la
costa, por el otro, durante la década de los ochenta, la
insurrección de Sendero Luminoso -al mando de Abimael
Guzmán- también depositó a otras tantas
familias indígenas en las barriadas de Lima. En este
ambiente «carnavalesco» el Otro subordinado
convive con sus opresores sin haber logrado ningún tipo de
integración eficaz sino un estado de «mescolanza, confusión, amalgama
[o] entrevero»
; debido a su forzada
cohabitación (Vargas Llosa 331). Este fenómeno
social, conocido como la «cholificación»
(Quijano) o la
«desindianización»
(Vargas Llosa) avanza a pasos agigantados dentro de la sociedad
peruana. Mientras tanto, los conflictos sociales de ayer siguen
afectando, hoy en día, el modo de vida de todos y cada uno
de los protagonistas de la guerra silenciosa del
Perú. Esta es la vigencia de Scorza, y la diglosia de su
neoindigenismo seguirá sirviendo no sólo para
concientizarse sino para revalorar el esteticismo de su ciclo
novelístico.
- Aldaz, Anna-Marie. The Past of the Future. The Novelistic Cycle of Manuel Scorza. New York: Peter Lang, 1990.
- Bakhtin, M. M. The Dialogic Imagination. Trad. Caryl Emerson y Michael Holquist. Austin: University of Texas Press, 1981.
- Cornejo Polar, Antonio. La novela indigenista. Lima: Lasontay, 1980.
- ——. «Sobre el 'neoindigenismo' y las novelas de Manuel Scorza». Revista Iberoamericana 50.127 (abril-junio, 1984): 549-557.
- Correa Camiroaga, José. «Redoble por Rancas ¿Epopeya latinoamericana?» Actas del Simposio Internacional de Estudios Hispánicos. Ed. Mátyas Horányi. Budapest: Editorial de la Academia de Ciencias de Hungría, 1978. 509-15.
- Escajadillo, Tomás G. La narrativa indigenista peruana. Lima: Amaru Editores, 1994.
- Forgues, Roland. La estrategia mítica de Manuel Scorza. Lima: Cedep, 1991.
- Hernández J., Consuelo. «Crónica, historiografía e imaginación en las novelas de Scorza». Beyond Indigenous Voices. Laila/Alila 11th International Symposium on Latin American Indian Literatures (1994). Ed. Mary H. Preuss. Lancaster, California: Labyrinthos, 1996. 143-149.
- Huarag Álvarez, Eduardo. Rasgos relevantes en la narrativa peruana. Ayacucho: Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1982.
- Larsen, Neil. Reading North by South. On Latin American Literature, Culture, and Politics. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995.
- Lienhard, Martin. Cultura popular andina y forma novelesca. Lima: Latinoamericana Editores, 1981.
- Lienhard, Martin. La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-social en América Latina 1492-1988. Hanover, New Hampshire: Ediciones del Norte, 1991.
- Mignolo, Walter D. «Anahuac y sus otros: La cuestión de la letra en el Nuevo Mundo». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 14.28 (1988): 29-53.
- Ong, Walter J. Orality and Literacy. The Technologizing of the Word. New York: Routledge, 1997.
- Pacheco, Carlos. La comarca oral. Caracas: La Casa de Andrés Bello, 1992.
- Puente-Baldoceda, Blas. «La narrativa neoindigenista en el Perú». Beyond Indigenous Voices. Laila/Alila 11th International Symposium on Latin American Indian Literatures (1994). Ed. Mary H. Preuss. Lancaster, California: Labyrinthos, 1996. 157-66.
- Quijano, Aníbal. «Notas sobre la cuestión de identidad y nación en el Perú». La Torre [Tercera Época] 4.12 (abril-junio, 1999): 305-311.
- Scorza, Manuel. Poesía incompleta. México: UNAM, 1976.
- ——. Redoble por Rancas. New York: Penguin Books, 1997.
- Vargas Llosa, Mario. La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.