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Producción literaria y rentabilidad: el caso de «Clarín»

Jean-François Botrel


Université de Haute-Bretagne (Rennes II)



En la medida en que el escritor fija a su trabajo de creación -entre otras finalidades- la de proporcionarle una renta por la venta a un tercero del producto de su trabajo o por su transformación directa en mercancía, es lógico que pueda aspirar a sacar de dicho trabajo el provecho máximo y, por tanto, sea llevado a privilegiar las formas de expresión de mayor rentabilidad para él.

En el caso de Clarín, la necesidad de ganar el pan o el postre de sus hijos, según la coyuntura y las estrecheces del presupuesto doméstico, con la venta de los productos de su trabajo creador está explícitamente expresada1, y no cabe duda de que los ingresos provenientes de esta actividad secundaria pudieron representar una parte importante, cuando no- la más importante, de los recursos del catedrático Leopoldo Alas2.

En un contexto particularmente evidente de necesidades financieras agudas («quiero y necesito trabajar», «yo a lo que voy es a ganar dinero», proclama Clarín sin rodeos3) en el que queda perfectamente establecida l a relación entre el trabajo literario (incluso su orientación) y los estímulos materiales, o sea, el dinero, el examen atento de las cartas (inéditas todas, por ahora) que dirigió, de 1884 a 1893, a su editor Manuel Fernández Lasanta, yerno y apoderado de Fernando Fe, y, de 1883 a 1895, a Sinesio Delgado, director-propietario del semanario humorístico «El Madrid Cómico»4, permite determinar los factores de la rentabilidad del trabajo literario, cifrar ésta, y, sobre todo, apreciar sus consecuencias sobre el proceso de producción-creación dentro de la problemática de la sociología de la escritura configurada por Noël Salomon5.




ArribaAbajoLa rentabilidad en literatura

La rentabilidad, de manera simplificada, es la cuota de ganancia en relación con lo invertido y, en el caso del productor artesanal de bienes literarios, puede considerarse como la relación entre el precio a que consigue vender un determinado producto y la cantidad de tiempo/trabajo invertido en la fabricación de este producto. A la hora de negociar con los compradores el precio de sus productos literarios, parece que Clarín tiene en cuenta, si no explícitamente esta relación, al menos parte de los factores que la integran. Se ve por ejemplo en la carta que, el 17-XII-1889, dirige a Sinesio Delgado a efectos de «negociación salarial» y cuyo contenido íntegro es éste:

«Mi querido amigo: ante todo, le prometo a Vd. enviarle el artículo para el almanaque dentro del plazo que me dais.

Y vamos a lo otro, y vamos con toda franqueza. Cada vez me cuesta más trabajo escribir artículos del género que Vd. necesita. Cuanto más cortos y de actualidad, más trabajo. Mi vida en Oviedo me lleva a la seriedad: aquí estudio algo, medito, y si no me rasco la cabeza es porque no me queda tiempo para ello. Así es que mi inclinación natural y mis aptitudes actuales me conducen ahora a la crítica grave, con citas al margen y hasta a decir la Estética es esto y lo otro y lo de más allá. Noto con pena que hasta en "Madrid Cómico" cito... a los Goncourt y hasta digo cosillas en inglés. Esto será una decadencia, pero es. Además, las novelas que tengo en el telar son varias y todas ellas me valen el doble y el triple que los artículos mejor pagados (si un artículo me vale a duro cuartilla la novela a dos y tres duros), y da mucho más gusto escribir novela. He adquirido el compromiso de escribir para todos los números de "La España Moderna" un artículo que me vale veinte duros (el último publicado me valió treinta y siete), en "La Publicidad" me pagan ocho duros por artículo y a este tenor lo demás. Sólo en "Los Madriles" escribo por igual precio que para Vd. Por todo lo dicho comprenderá Vd. que con la rebaja de precio no puedo aceptar su proposición. Todo lo contrario, que dijo el otro, sólo puedo aceptar con un aumento de sueldo, aunque sea poco. Ya que el "Madrid Cómico" tira 12.000, justo es que los que trabajamos en él con constancia participemos de los beneficios. En suma (no en resta como Vd. quiere) para mí el darle cuatro artículos al mes en vez de dos supone mucho mayor esfuerzo, y sacrificio de otras cosas, no de los articulillos para "Los Madriles" que ya yo los dejo muchos meses sin escribir. Si Vd. quiere que yo con toda formalidad y todo esmero y aseo sea redactor de "Madrid Cómico" (y no escriba en "Los Madriles") y cumpla mi cometido o misión escribiendo todas las semanas, incluso el día del descanso del Señor a que Vd. alude, tiene Vd. que darme treinta duros al mes, y no vale escandalizarse. No abuso, no. Lo pruebo. He aquí mis razones en resumen y en cuadro sinóptico, como los que hacía el difunto marqués de Riscal (q.e.p.d.).

Por los cuatro artículos al mes100 ptas.
Por el mayor trabajo que supone hacer cosillas festivas cuatro veces al mes5ptas.
Por la racional participación en el progreso económico del periódico10ptas.
Por consentir en continuar siendo, y aun en mayor cantidad, crítico satírico y de periódico con caricaturas, con escándalo de algunos clásicos, y disimulado desprecio de doña Emilia Pardo Bazán5ptas.
Por la puntualidad, que me impedirá cumplir con otros compromisos5ptas.
Por tener que escribir cosas de actualidad y de movimiento estando en una capital de 2.º orden a 80 leguas de Madrid10ptas.
Por el mayor tiempo que ha de robar a mis estudios de crítico que va para viejo5ptas.
Por el seguro del artículo5ptas.
Por el tiempo que robo a mis novelas que son las que podrían hacerme tan inmortal como a mis amigos los señores... (tente pluma)5ptas.
Total155ptas.

De estas 155 ptas. rebajo cinco, por ser para Vd. y quedan los treinta duros al mes de mi cuenta. ¿Está Vd. convencido? Tampoco me comprometo a no citar nunca a los Goncourt, ni en dejar de decir, en absoluto, To be or no to be.

Por pura generosidad no le cobro a Vd. esta carta que me ha quitado de hacer hoy un cacho de novela psicológica que Fe cree concluida casi y está apenas mediada (esto es secreto). Aunque la carta va en estilo completamente humorístico, del que no le gusta a Castro y Serrano, lo de los treinta duros tómelo Vd. muy en serio, porque es producto de hondas meditaciones.

Suyo de corazón, L. Alas.

P. S. Vd. dirá».



El «estilo completamente humorístico» de esta carta, procedimiento habitual en Clarín y, en este caso, expresión indirecta, tal vez, de una conducta vergonzosa ante la necesidad de exponer y llevar a cabo una reivindicación salarial, no disfraza del todo un análisis bastante científico de la formación del precio de las mercancías literarias, el cual depende, según se puede colegir de otras reflexiones, de cuatro factores esenciales y dialécticamente imbricados: de la notoriedad del productor, del estado del mercado literario, de la extensión del producto (medida en cuartillas) y del tiempo/trabajo invertido en la producción.




ArribaAbajoEl grado de notoriedad

Por un artículo de extensión corriente, por ejemplo, el escritor casi «debutante» recibía, en 1886, quince pesetas («El precio de todo esto, el que Vd. señale», le decía Clarín entonces a Sinesio Delgado)6. En 1892-1893, por el mismo producto (definido por sus características externas) el escritor ya muy célebre recibe cinco veces más (setenta y cinco pesetas), lo cual supone, claro está, una rentabilidad mucho mayor, en una situación de estabilidad monetaria y por un trabajo acaso menor7.




ArribaAbajoEl estado del mercado

Pero por muy apreciado o famoso que sea, el escritor, equiparable con el artesano que vende sus productos, tiene que someterse a la ley del mercado (caracterizado, en el caso de una España culturalmente subdesarrollada, por una escasa demanda) y a sus variaciones, según el género de que se trate y la coyuntura económica: por ejemplo, parece evidente que lo muy limitado del público potencial y real de los «Folletos literarios» hace que éstos le sean pagados a Clarín muchísimo menos (proporcionalmente) que una novela, género que solía tener un público más amplio y, por consiguiente, una salida más segura para el editor.

En cuanto a la coyuntura, puede ser la coyuntura general o la del editor o del periódico, como la del año 1897 que es para el «Madrid Cómico» el principio de la decadencia y tiene por efecto inmediato el que Clarín rebaje sus exigencias financieras. También puede ser la coyuntura del escritor más o menos necesitado de dinero y, por consiguiente, más o menos exigente o tenaz en sus pretensiones: se nota, por ejemplo, una evidente diferencia entre los años 1890-1892, de relativo desahogo económico para Clarín, y el año 1896 en que su situación financiera ha empeorado hasta tal punto que se expone, después de su clamorosa salida de «La España Moderna» en 1890, a solicitar de Lázaro Galdeano la posibilidad de volver a colaborar en la revista y a recibir una respuesta secamente negativa y doblemente dolorosa para él: para su amor propio y para su presupuesto cuyo estado influye sin duda alguna sobre el tono muy conciliador adoptado con Sinesio Delgado y Manuel Fernández Lasanta, en cuanto a orientación de su producción y más aún a precios exigidos.




ArribaAbajoLa extensión del producto

La extensión del producto literario, medida en cuartillas, es otro factor del precio de dicho producto: cuanto más largo, más caro, ésta es la ley. Así, por ejemplo, no mandó Clarín el cuento Don Urbano para el Almanaque del «Madrid Cómico» de 1889 porque «(le) salía mucho más largo que... seis duros»8.

También se distinguen el artículo corto y el largo y, en todo caso, una extensión media de la unidad de publicación llamada «artículo» que sirve, en la prensa, de unidad de pago: cuando la producción rebasa el marco definido se considera que no consta de un artículo sino de dos, tres, etc., con una remuneración proporcional al número de «artículos». Esta regla vale sobre todo en el caso de los cuentos y de las novelas cortas, como El cura de Vericueto o El Quin publicadas por partes en «El Madrid Cómico», pero también vale a veces en el caso de los paliques y de los artículos de crítica «seria». Así pues, cuanto más signos tiene el producto, tanto más generador cuantitativamente de renta es. Porque, lógicamente, se supone que la cantidad de tiempo y trabajo invertida es proporcional al número de signos empleados.




ArribaAbajoEl trabajo y el tiempo invertidos

La noción de trabajo está presente en el análisis que hace Clarín de su creación y producción: «quiero y necesito trabajar» dice al referirse a su actividad periodística e incluso emplea el verbo en sentido transitivo aludiendo a «los piquillos que (le) hacen apurar(se) en trabajar otras cosas (que la novela)»9.

Esta conciencia de que su actividad de creación es realmente un trabajo productor influye acaso en la propia definición de ésta: como un artesano, Clarín hace artículos («tengo parroquia para hacer artículos de quince duros todo el mes seguido sin levantar cabeza») u otros productos («Voy a hacerle a Vd. comedias breves», le anuncia a Sinesio Delgado en septiembre de 1895)10.

Existe incluso una apreciación de la cantidad o de la calidad de trabajo necesitada para tal o cual producto, como para los «articulillos... que no son en rigor trabajo», según su afirmación a Manuel Fernández Lasanta, el 18-X-1886, apreciación por cierto muy subjetiva y variable, según los años y el interlocutor de que se trate, como se verá después.

También se tienen en cuenta las condiciones materiales del trabajo, sobre todo la periodicidad de la entrega de los productos: la existencia de un contrato entre Sinesio Delgado y Clarín para una cantidad mensual de artículos determinada de antemano, incluso en cuanto a fechas de entrega, supone para éste un trabajo programado, sin necesidad de «dispersión a los treinta y dos vientos», y una fuente de ingresos asegurada11. Todo esto hace que el vendedor rebaje el precio de la unidad de publicación y pago. En junio de 1892, se ve perfectamente cómo funciona esta tarifa degresiva: Clarín pide (y recibe) quince duros por un artículo suelto, pero le pagan cincuenta duros por un artículo semanal y, en junio de 1893, veinticuatro duros por dos artículos mensuales.

Y no cabe duda de que Clarín prefería este sistema de remuneración mensual que no el seguir produciendo «cien artículos al mes» por estricto encargo unitario o por iniciativa propia, con la engorrosa obligación de colocarlos después. Incluso llegó, en 1888, a proponerle a su editor, Manuel Fernández Lasanta, que le asalariase contra la venta de todo su trabajo literario.

Del conjunto de estos factores -y de otros acaso-, sin que se pueda certeramente determinar el peso de cada uno en ese juego totalmente dialéctico, se desprende la noción de precio de venta o compra por forma o género, con sus fluctuaciones, pero también con unas constantes que permiten estimar para el productor una mayor o menor rentabilidad financiera según las características externas de sus productos.




ArribaAbajoLa rentabilidad de las formas y de los géneros

Porque si parece evidente que una novela cualquiera tiene un precio absoluto más elevado que un «palique» de dos o tres cuartillas y que un «Folleto literario» le es pagado a Clarín más caro que un artículo «importante» en «La España Moderna», por ejemplo, no cabe duda de que si se ponen en relación el precio de compra/venta de un producto literario y los factores tres y cuatro (suponiendo que el factor notoriedad influya por igual en todas las formas de expresión), se producen unas variaciones en la rentabilidad muy importantes para unos productos de igual extensión y con una inversión de tiempo/trabajo igual o similar.

Así por ejemplo, si se aplica a las distintas formas literarias utilizadas por Clarín en un período determinado, una unidad de medida estimada en signos tipográficos que con el papel configuran la mercancía literaria, una unidad de quinientos signos equivalente aproximadamente12 a dos cuartillas escritas por él, se ve muy claramente que existe para el escritor productor la siguiente jerarquía en la rentabilidad:

1. Los «paliques» (formas breves, con un promedio de 7.800 signos, en los antologados en 1893) son pagados a 4,77 pesetas los 500 signos.

2. Las novelas cortas producidas para la prensa y publicadas en ella lo más a menudo «a retazos», como decía Juan Valera, son pagadas entre 3,14 pesetas los 500 signos (El Quin) y 3,86 pesetas (El cura de Vericueto) y los cuentos de 2,03 pesetas (La trampa) a 3,67 pesetas (La tara).

3. En la novela Su único hijo, por la cual recibe Clarín (en 1888) 9.000 reales, los 500 signos salen a 2,07 pesetas.

4. Los «Folletos»... (ensayos de crítica), por fin, son pagados a 0,78-0,83 pesetas los 500 signos.

Por esos muy prosaicos y acaso desacostumbrados cálculos13, se ve muy bien que existen unas fuertes disparidades del orden de uno a seis en la rentabilidad financiera de las distintas formas utilizadas por Clarín: escribir una novela es, por ejemplo, más de dos veces menos rentable que hacer un palique y un folleto más de tres veces menos rentable que un cuento o una novela corta; escribir un cuento largo es casi siempre más rentable que hacerlo corto, y así por el estilo...

Esta rentabilidad mayor de los paliques y de los cuentos o novelas cortas queda aún acrecentada por la posibilidad que tiene el productor de publicarlos una segunda vez en un libro o en una antología, por lo cual obtiene una segunda remuneración14.

Otro factor, más cualitativo éste, de la mayor rentabilidad de las formas citadas es el que la inversión sea productiva a corto plazo: en cuanto entrega un cuento o un palique puede Clarín recibir su valor en dinero, girando contra el director de «El Madrid Cómico» (aunque, por razones de contabilidad, prefiere girar al fin de cada mes), mientras el tiempo pasado y el trabajo invertido en la creación de una novela de más de quinientos mil signos, como Su único hijo, no es productivo sino a largo plazo, tan largo que para poder acabarla pide Clarín a su editor un anticipo de cinco mil reales, o sea una cantidad equivalente a la remuneración de dieciséis artículos para «El Madrid Cómico»: así podrá -según dice- distraerse de su actividad productiva a corto plazo y, por consiguiente, dedicar tiempo a escribir la novela15.

Ahora bien: esta jerarquía en la rentabilidad de las distintas formas de expresión ¿tiene alguna consecuencia apreciable sobre el tipo de producción del escritor Clarín?

Examinemos primero el nivel explícito, es decir, las declaraciones del propio Clarín a este respecto, teniendo en cuenta, eso sí, que éstas van dirigidas a los posibles adquirentes de sus productos y que con éstos ha de negociar (regateando incluso) el precio de venta y las condiciones de remuneración: de ahí, cierta confusión y algunas contradicciones... Señaladamente por lo que respecta a los famosos paliques.




ArribaAbajoLas contradicciones de Clarín

Según el Clarín que escribe, en 1892, al director del «Madrid Cómico» que se los publica, «son los artículos que más trabajo (le) cuestan según (se) ha(ce) viejo y en cambio (al catorce) son los que menos (le) valen», y poco más tarde insiste: «esos articulillos ligeros me cuestan más trabajo que los pesados»16.

Aquí se trata de defender contra Sinesio Delgado, quien quiere prescindir de ellos17, una forma de expresión predilecta de Clarín, aunque no sea la más remuneradora, ya que según afirma «los artículos ordinarios son los que dan más renta»18.

Pero hay que notar que al mismo tiempo le afirma a Manuel Fernández Lasanta, refiriéndose a su producción periodística por oposición a la creación novelesca, que «esos articulillos no son en rigor trabajo. Éstos salen como quieren»19.

Estas contradicciones, las volvemos a encontrar en la apreciación de la relación trabajo/renta en la producción novelesca.

A Sinesio Delgado, le afirma Clarín, en 1887, que la novela le da más dinero que el artículo semanal en las condiciones fijadas por el director del periódico («las novelas que tengo en el telar todas ellas me valen el doble o el triple que los artículos mejor pagados; si un artículo me vale a duro cuartilla, la novela a dos o tres duros»), lo cual está, como hemos visto, en total contradicción con la situación objetiva, y también que «sus libros le dan más provecho»20.

Pero, al contrario, cuando negocia con Manuel Fernández Lasanta el precio de Su único hijo insiste en el aspecto de rentabilidad inmediata y cuantiosa que tienen para él los artículos en la prensa: «los artículos que envío a "Madrid Cómico", "La Justicia", "La Publicidad" y "La Ilustración Ibérica" me cuestan menos trabajo que los folletos y las novelas, y aun esos artículos los escaseo más de lo que conviniera a mi bolsillo. A Dios gracias no me falta parroquia»21.

A nivel explícito, hay, pues, en Clarín una apreciación contradictoria de la rentabilidad de sus distintos productos, pero evidentemente existe una preocupación por la rentabilidad, por lo menos como argumento para la negociación del precio.




ArribaAbajoRentabilidad y producción

Y no cabe duda, por otra parte, de que, coincidiendo con una mayor insistencia en lograr unos precios remuneradores del «Madrid Cómico», se puede observar para el período considerado una producción más periodística que libresca, objetivamente más rentable aquélla que ésta, como hemos visto. Aun en la producción periodística predominan los paliques y los cuentos largos (de varios números) sobre los artículos humorísticos y los cuentos cortos deseados por el director del «Madrid Cómico», pero menos rentables para el productor22.

Puesto en la alternativa de escoger entre sus aspiraciones personales (escribir libros y sobre todo novelas lo cual, según dice, «da mucho más gusto») y la necesidad de una rentabilidad inmediata y más cuantiosa, parece que Clarín «escoge», o sea, se somete a lo segundo. La mejor ilustración la tenemos acaso en la dificultosa génesis de Su único hijo, ya empezada en 1885 y acabada sólo en junio de 1891 y también en la no realización de otras novelas planeadas como Una medianía, Juanito Reseco y Speraindeo. Porque el novelista no puede escribir «sino cuando está para ello»23 y para cubrir sus necesidades financieras, casi siempre apremiantes, tiene que estar en la producción periodística. O sea, tiene que aplicar su capacidad de trabajo creador y el tiempo que le dejan sus ocupaciones docentes o familiares al sector más rentable de la producción literaria, sin tener siempre acaso una clara conciencia de ello. El presupuesto puede más que el gusto.

El creador y el productor tienen, pues, intereses globalmente opuestos e incluso contradictorios: el creador quisiera concentrarse -por iniciativa propia y «estando para ello»- en la composición de novelas o libros que «le dan más gusto al componerlos» mientras que el productor tiene que dedicar todo su tiempo a dispersarse en la producción casi mercenaria de los «cien artículos que por (su) mal y (sus) garbanzos escrib(e) a los treinta y dos vientos»24.




Arriba¿Un compromiso razonable?

Esta contradicción se encuentra parcialmente resuelta cuando Clarín puede salirse del marco estrecho del artículo único no compatible con el modo de expresión de un escritor desde siempre muy necesitado de espacio25 y cuando puede preservar su autonomía y su poder de decisión en cuanto a la orientación de su creación/producción26: éste es el caso, por ejemplo, de los cuentos largos o de las novelas cortas, única forma acaso en la que se concilian satisfactoriamente las exigencias del creador con la rentabilidad para el productor. El volumen de Cuentos morales en el que recoge Clarín, en 1895, buena parte de su producción de narraciones en la prensa, acaso pueda considerarse como un sucedáneo de todas las novelas por hacer y sin hacer, como un compromiso razonable.

La existencia de tal compromiso que en buena medida puede explicar el auge de la estructura narrativa «corta» en la producción de Clarín, no quita, sin embargo, el que éste siga aspirando, permanentemente, a emanciparse de todas las sujeciones y cortapisas, llegando incluso a realizar esta aspiración en sus «Folletos literarios» cuya constante defensa e ilustración es tanto más notable cuanto que su rentabilidad era escasa.

Clarín, pues, no se conforma con su estatuto de escritor, pero su estatuto social se lo impone: de ahí esa especie de desgarramiento, que no siempre consigue disfrazar el humor, para el escritor que quisiera conservar su estatuto de artesano de las letras, con la total maestría de un trabajo generador ante todo de valores de uso27 y ha de «hacerse inferior a sí mismo»28 para a menudo convertirse, como él decía, en un «buhonero de la literatura menuda»29 e ir, a pesar suyo, a lo más rentable de los valores de cambio, sometiéndose, pues, a una presión socioeconómica que le obliga a considerar su actividad literaria no como un fin en sí mismo sino como un medio.





 
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