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¡Que viene mi marido!1

Carlos Arniches

PERSONAJES

ACTORES

CARITA.SRA. JIMÉNEZ.
DOÑA TOMASA.SRA. SIRIA.
ELENA.SRA. VILLA.
HIPÓLITA.SRTA. SUÁREZ.
GENOVEVA.SRTA. REDONDO.
DOÑA POLONIA.SRTA. ANDRÉS.
SOCORRITO. SRTA. LEÓN.
SEÑÁ MATEA.SRTA. REY.
NIÑA 1.ª, 13 años.SRTA. N. N.
NIÑA 2.ª,11 años.SRTA. N. N.
BERMEJO.SR. BONAFÉ.
DON VALERIANO.SR. ZORRILLA.
DON SEGUNDO.SR. ESPANTALEÓN.
LUIS.SR. GONZÁLEZ.
HIDALGO.SR. ASQUERINO.
SEÑOR PALOMO.SR. DEL VALLE.
SEÑOR CÁRCELES.SR. PEREDA.
SATURNINO.SR. RIQUELME.
RAMÓN.SR. GARCÍA.
NIÑO 1.º,9 años.SR. N. N.
NIÑO 2.º,7 años.SR. N. N.

La acción, en Madrid. Época actual.

Derecha e izquierda, las del actor.

Gabinete modesto. Dos puertas a cada lateral y una al foro. Cortinas, cuadros y muebles adecuados.

Escena I

ELENA, GENOVEVA, DOÑA POLONIA, SOCORRITO, DON VALERIANO, SEÑOR PALOMO y RAMÓN. Todos estos personajes entran y salen varias veces durante la escena, según las indicaciones del diálogo. Al levantarse el telón se escuchan ayes y gritos nerviosos de DOÑA TOMASA y de CARITA, que se suponen accidentadas en la primera derecha y en la primera izquierda, respectivamente.

DON VALERIANO.- (Sale trémulo y agitado por la primera derecha y se dirige a la segunda izquierda.) ¡Esa tila!... ¡A ver esa tila!... ¡Pero no está esa tila todavía!...

GENOVEVA.- (Saliendo, temblorosa y asustada, por segunda izquierda con una taza de tila, que trata de enfriar con la cuchara.) Aquí está. Es que no atinaba con el sobresalto que tengo. (Le da la taza a DON VALERIANO, que al probar la tila hace un gesto como de haberse quemado.) ¿Cómo la encuentra usted?

DON VALERIANO.- Para pelar pollos.

GENOVEVA.- Digo a la señora.

DON VALERIANO.-¡Ah! Lo mismo... Exactamente lo mismo. No se la pasa... ¿Tiene azúcar?

GENOVEVA.- Si no es azúcar, yo no sé lo que será, porque con el aturullo le he echao de un papel que había en el armario, que me parecía terciada.

DON VALERIANO.- ¿No será el ácido bórico?

GENOVEVA.-Yo juraría que no; pero no lo juraría.

DON VALERIANO.- Bueno; corre arriba, a casa de los señores de Palomo, y que te dejen el azahar, anda.

GENOVEVA.- Sí, señor. De seguida. ¡Virgen del Carmen! ¡Virgen de la Paloma! ¡Virgen de...! (Vase foro derecha.)

ELENA.- (Por la primera izquierda, agitada y temblorosa.)Papá..., papá..., las llaves del armario. Haz el favor...

DON VALERIANO.- ¿Pues qué ocurre ahora?

ELENA.- A Carita, que no la para el frío. Tiene un temblor de muerte. ¡Y eso que la tengo echada tres mantas! Dice que la lleve un ruso. ¿Usted sabe dónde encontraría yo un ruso?

DON VALERIANO.- ¿Un ruso?... ¡Qué sé yo!... Figúrate... Un ruso ahora... Espera a ver... (Llamando foro.) Genoveva... ¡Genoveva!... (A ELENA.) Se conoce que se ha subido ya, porque la mandé arriba por el azahar. Enfría esto, que voy a ver si encuentro yo otra manta o algo semejante. Está uno loco..., está uno... (Vase segunda izquierda.)

ELENA.- (Muy afligida, enfriando la tila.) ¡Jesús, qué disgusto!... ¡La verdad es que ha sido un golpe!... ¡Quién iba a imaginárselo!... ¡Qué trastorno!... Vamos, que pasan cosas...

RAMÓN.- (Entra foro derecha rápido, jadeante, con tres frascos en la mano.)Aquí está la antipasmódica, la antistérica y la antispirina... y la cuenta del dinero. Dos de esta y tres de esta, cinco, más siete de esta... (Los deja sobre un velador.) Sobran dos pesetas: una, (Se busca en los bolsillos.) que me se debe haber perdío..., y otra, que me se debe..., porque la he tenío que poner yo.

ELENA.-¿Y el médico?

RAMÓN.- No di con él. Y eso que le tengo buscao por medio Madrid. De primeras fui a su casa, y me dijo su señora que estaba en la Casa de Socorro; fui a la Casa de Socorro y me dijeron que la metá e los días no parece por allí. Con las mismas volví a decírselo a su señora, y gritó: «¡Ah, sinvergüenza, ya sé dónde estás!»; agarró la mantilla y se puso de una forma contra su marido, que hoy sí que creo que va a la Casa de Socorro.

ELENA.-¡Jesús, qué percance!

(Se oyen ayes de CARITA por la primera izquierda: «¡Ay, ay, ay!».)

¡Ay, por Dios, que la repite! Enfríe usted esa tila, Ramón, que voy a ver... (Le deja la tila y vase corriendo primera izquierda.)

RAMÓN.- (Enfriando la tila.)Pues, señor, se ha armao un tinguiringui suave... Y too creo que es por una carta que han recibío de fuera. ¿Qué diría la dichosa cartita?... ¡Porque pa darles un desgusto de esta manituz!... (Probando la tila.)¡Repeine, qué caliente está todo! No se puede tomar. (Vuelve a probarla.) Pero que no se puede.

DOÑA POLONIA.- (Por el foro derecha.) ¿Se puede?

RAMÓN.-No, señora..., digo... ¡Ay, sí, señora!... Usté dispense, es que uno está que no sabe... Pasen ustedes, pasen ustedes...

(Entra DOÑA POLONIA abrochándose la bata y con las rizadoras puestas. SOCORRITO con una falda de casa y envuelta en una toquilla y el SEÑOR PALOMO en zapatillas, con pijama y con la bigotera puesta. Vienen inquietos, alarmados, nerviosos.)

DOÑA POLONIA.- ¿Pero qué sucede en esta casa, Ramón?

SOCORRITO.- ¿Pero qué les ocurre? ¿Qué ha pasado?

SEÑOR PALOMO.- Ha subido Genoveva por el azahar y nos ha dicho que doña Tomasa y Carita habían sido presas de no sé qué...

RAMÓN.- (Aterrado.)¿Cómo presas? (Agita la tila y sopla.)

SEÑOR PALOMO.- Vamos, quise decir que las ha dado...

RAMÓN.- ¡Ah..., un patatús, sí, señor! (Sopla otra vez.)Un patatús...

SEÑOR PALOMO.- Ramón, hazme el obsequio de soplar hacia otro cuadrante, que me espurreas.

DOÑA POLONIA.- Bueno, ¿pero ha sido enfermedad, accidente, disgusto o mero ataque?

RAMÓN.-Yo no sé si habrá sido mero u qué habrá sido; pero ha sido una cosa como la que me da a mí los sábados por la noche, que me privo.

SEÑOR PALOMO.- No, lo tuyo es merluza.

RAMÓN.-Y lo único que yo puedo decir a ustedes es que yo estaba abajo, en la portería, quitándome tres manchas que me había echao anoche en el chaleco y dos en el pantalón, cuando en esto...

ELENA.- (Dentro, primera izquierda.)Ramón, la antiespasmódica.

RAMÓN.- (Alto.)Voy. (A los de PALOMO.)Con permiso de ustedes. (Al SEÑOR PALOMO.) Haga usted el favor de enfriar esto, señor Palomo, que en seguida vuelvo. (Coge un frasco y vase primera izquierda, dejando la tila.)

DOÑA POLONIA.- ¿Pero qué será lo acaecido?

SEÑOR PALOMO.-Vete a saber. Lo único que hemos sacado en limpio es que el portero es un sucio.

DOÑA POLONIA.- A ver si sale alguien de la familia y nos lo dice.

SEÑOR PALOMO.- Esto debe ser algún disgusto de Carita con el novio.

DOÑA POLONIA.- Es posible. No me gusta a mí esa Carita.

SEÑOR POLONIO.-A mí, no es que no me guste; pero es una niña que la tienen muy consentida, y eso...

DOÑA POLONIA.- Calla. Ahora lo sabremos... Don Valeriano... Viene don Valeriano...

DON VALERIANO.- (Sale segunda izquierda con un ruso al brazo.) ¡Ay señores!... ¡Ustedes!... (Al verlos, movimiento de contrariedad.) ¡Caramba!... ¡Cuánto agradezco!...

SEÑOR PALOMO.- ¡Ay don Valeriano; estamos muertas!

SOCORRITO.-¿Pero qué ha pasado aquí?

SEÑOR PALOMO.- Subió la Genoveva por el azahar y nos dijo...

DON VALERIANO.- Sí, nada; en realidad nada..., sino que mi hermana Tomasa y mi sobrina son tan nerviosas... ¡Ay, pero por Dios, señor Palomo, usted soplando!... (Tomándole la taza de tila.)No se moleste usted... Pues nada, nada; no ha sido nada... Si acaso, ya avisaremos, y...

DOÑA POLONIA.- Nosotros sentiríamos molestar, pero, la buena voluntad...

DON VALERIANO.- ¡Por Dios, quiere usted callarse! ¡Cómo molestar! ¡Nada de eso!

SEÑOR PALOMO.- Pero si los vecinos no nos favorecemos unos a otros en estas ocasiones...

DON VALERIANO.-¡Ah!, claro; sí, señor; desde luego... Pues nada, en todo caso ya avisaríamos, y...

SOCORRITO.- Ya ve usted, hemos bajado en dos brincos; mamá con un salto...

DOÑA POLONIA.- Y Simón hasta con la bigotera, ya ve usted...

SEÑOR PALOMO.- (Quitándosela rápidamente.)¡Ay, sí, es verdad!... ¡Qué distracción! ¡Caramba!... Usted perdone.

DOÑA POLONIA.- Conque siga usted. ¿Qué ha sido? ¿Qué ha sido ello, amigo don Valeriano?

DON VALERIANO.- Pues nada; que acabábamos de pasar esta mañana, como de costumbre, mi hija Elena y yo, para saludar a mi hermana Tomasa y a mi sobrina, cuando en esto...

DOÑA TOMASA.- (En la primera derecha, con gran angustia.)¡Ay!... ¡Ay!... Valeriano... Valeriano...

DON VALERIANO.- ¡Jesús!... ¡Mi hermana se agrava!... (Dejándoles el ruso y la tila.) ¡Por Dios!, hagan ustedes el favor, que voy a ver... (Vase primera derecha.)

SEÑOR PALOMO.- Pues, señor, esto es más difícil de averiguar que una charada numérica. Pero, en fin, los sacrosantos deberes de vecindad...

DOÑA POLONIA.- ¿Has oído?... Dice que una cosa sin importancia.

SOCORRITO.- El novio. Lo que yo te decía. Si está cansado de ella...

SEÑOR PALOMO.- Chis... (En voz baja.) ¿Os habéis fijado en el servicio de té?... Tazas de cinco reales.

SOCORRITO.- Sí, pero la cucharilla es de plata.

DOÑA POLONIA.- (Se la acerca a los ojos y se la devuelve despreciativamente.)Miele.

SEÑOR PALOMO.- ¡Y mirad los platillos!... ¡Desportillados!... ¡Vaya unos platillos!... Con el bombo que se daban...

ELENA.- (Saliendo con un calientapiés, por la segunda izquierda.) ¡Ay, pero, por Dios, ustedes y solos!... Jesús, cuánto lo siento...

DOÑA POLONIA.- ¿Quieres callarte, hija?... Comprendemos que la visita es inoportuna...

SEÑOR PALOMO.- Pero los sacrosantos deberes de vecindad...

ELENA.-¡Ay, cuánto agradecemos!... Pero siéntense, siéntense.

SEÑOR PALOMO.- ¿Y qué ha sido, qué ha sido?...

ELENA.- Pues perdonen un momento, que ahora salgo, porque Carita... Y si sale papá, hagan el favor de darle este calientapiés, que es para mi tía. Soy con ustedes... (Vase primera izquierda, dejándoles el calientapiés.)

SEÑOR PALOMO.- Bueno; realmente, yo creo que estamos molestando y viceversa.

DOÑA POLONIA.- ¿Cómo viceversa, Simón?

SEÑOR PALOMO.- Sí, porque cada vez nos van dejando más adminículos. ¿No te percatas, Polonia?

SOCORRITO.-Pero ¿y si pudiéramos hacer algo útil por la familia?...

SEÑOR PALOMO.-Yo creo que aquí lo más útil que podemos hacer por la familia es marcharnos. ¿No coincides, Socorrito?

SOCORRITO.-¿Pero irse sin averiguar algo?

(Sale ELENA primera izquierda, con un frasco y una cuchara.)

De modo, hija mía, que decías que...

ELENA.- Dispensen un momento, que en seguida vuelvo. (Vase primera derecha.)

DOÑA POLONIA.- ¡Nada, que no hay manera!

Escena II

Dichos y DON SEGUNDO, por el foro derecha.

DON SEGUNDO.- (Dentro.)Valeriano... Tomasa...

SEÑOR PALOMO.- Callad... don Segundo, el de la tienda. Este nos lo dice. Ahora lo averiguaremos todo.

DON SEGUNDO.- (Saliendo. Lleva gorra y manguitos.) Carita... Tomasa... (Aparte.) ¡Caramba, los Palomos!... (Alto.)¿Ustedes?... Y luego, ¿qué pasa aquí? (Quitándose la gorra.)

DOÑA POLONIA.- ¡Ah!, ¿pero usted no sabe?...

DON SEGUNDO.- ¡Qué voy a saber!... Yo estaba tranquilamente en la tienda recibiendo una partida de pellejos de aceite; por cierto, que mandele a Isidro que embotellase de uno, porque nos quedamos sin nada del fino, cuando en esto que baja la Genoveva y me grita, más amarilla que la manteca: «Vea si sube, don Segundo, que a la señora diole un soponcio y la señorita se nos privó, que no parece sino que muere...». ¡Y quisieran ver!... ¡Qué corridas de los dependientes de acá para allá!... Uno gritaba: «¡Socorro!...». Otro: «¡Ay, que muere doña Tomasa!...». Y otro: «Brinca por un médico». Y aquello era no entenderse y gritar todos a una, y la Genoveva llora que llora. Y con tanto susto y con tanto escándalo, abandonamos el pellejo, que se salió todo, y me dejé la tienda que aquello es una balsa de aceite.

SEÑOR PALOMO.- ¿Y no sabe usted nada más?

DON SEGUNDO.- Nada más.

SEÑOR PALOMO.- (Mirando a su mujer y a su hija.) No sabe nada más. Bueno, pues nosotros, tras luengas pesquisas, nos hallamos a la par de usted en el conocimiento de lo acaecido, por lo cual le rogamos que se sirva reintegrarle a la familia este calientapiés, este gabán y esta taza de tila, en mi concepto, ya fría; así como nuestro más ferviente deseo de que mejoren las pacientes. (Le entrega todo lo que dice.)

DON SEGUNDO.- ¡Pero me han dicho que Tomasa accidentada, Carita accidentada...!

SEÑOR PALOMO.- Sí, señor; doña Tomasa accidentada, Carita accidentada y nuestra visita también accidentada. Bésole la mano. (Reverencia.)

DOÑA POLONIA.- Tanto gusto. (Saluda.)

SOCORRITO.- (Hace una inclinación y al ver que agita la tila nerviosamente.)No le dé usté vueltas, que es un hielo.

(Vanse los tres foro derecha.)

DON SEGUNDO.- ¡Vaya una gente cargante!... ¡Y no saber! (Llamando.)Valeriano, pero Valeriano... No adivino lo que sea... Si yo esta mañana dejelas tan cabales... Valeriano...

Escena III

DON SEGUNDO, DON VALERIANO; luego, DOÑA TOMASA, ELENA y CARITA.

DON VALERIANO.- (Sacando la cabeza con precaución por la primera derecha.) ¿Se han ido ya los Palomos?

DON SEGUNDO.- Volaron. ¿Pero qué pasa aquí...? ¡Dímelo luego, que estoy que no vivo!

DON VALERIANO.- (Con gran misterio.)¿Que qué pasa...? ¡Ay Segundo...! Pasa lo que no puedes imaginar. ¡Una cosa inaudita! ¡Estupenda, inenarrable!

DON SECUNDO.- (Asustado.) ¿Pues...?

DON VALERIANO.- La más complicada novela policial es un cuento de niños si se la compara con lo que nos ocurre.

DON SEGUNDO.- Pero...

DON VALERIANO.- Y El misterio del cuarto amarillo, un chisme de portería. No te digo más.

DON SEGUNDO.- ¡Carape! ¡Pero Valeriano...!

DON VALERIANO.- Si a mí me dicen que la Cibeles se ha pegado con un Guardia de orden público, le doy más crédito que a esto...

DON SEGUNDO.- ¡Demonio!

DON VALERIANO.- Imagina la cosa más diabólica y te quedas corto, Segundo.

DON SEGUNDO.- Bueno, ¡pero por la Madre de Dios...! ¿Quieres explicarme...?

DON VALERIANO.- Espérate, que ahora saldrán ellas y te lo contaremos todo. (Llamando por la primera derecha.) Tomasa, sal. (Llamando por la primera izquierda.)Carita, salid, que está Segundo nada más.

DON SEGUNDO.- ¿Y esta tila?

DON VALERIANO.-Tómatela tú si quieres, que te va a hacer falta.

DOÑA TOMASA.- (Saliendo de la primera derecha, pálida, despeinada, envuelta en un mantón y con un perrito en brazos. La sigue ELENA.) ¡Ay Segundo de mi vida...! ¡Ay Segundo de mi alma!... ¡Ay, qué trastorno!... ¡Ay, que todo me rueda! (Se desploma sobre una silla.)

DON SEGUNDO.- (Sujetándola.) Tente, mujer, tente.

DOÑA TOMASA.- ¡Ay Segundo, derecha no me es posible!

DON VALERIANO.- Anda, mujer, anda..., deja ahora a Caruso y siéntate en esta butaca. Elena, llévate a Caruso a ese cuarto, vete a casa, dile a mamá lo que ocurre y que ahora voy.

ELENA.- Bueno, pues hasta luego.

(Vase por el foro derecha, llevándose el perro. Sientan a DOÑA TOMASA en una butaca.)

DOÑA TOMASA.- ¡Animalito! ¡Cómo ha sufrido de verme llorar! (Llora.)

DON VALERIANO.- No pienses en el perro, mujer; no pienses en el perro ahora.

CARITA.- (Por la primera izquierda, también despeinada, a medio abrochar, llorosa.)¡Ay tío!... ¡Ay tío de mi corazón!... ¡Ay tío Segundo de mi alma! (Le abraza.)

DON SEGUNDO.- Pero, santiña mía, ¿pero qué os pasó?

DOÑA TOMASA.- Leer yo la carta y caer al suelo privada del sentido, todo ha sido uno.

DON VALERIANO.- Considera, para privarse esta, que no se priva de nada; que ya conoces su presencia de ánimo..., ¡figúrate!

DON SEGUNDO.- Bueno, pero ¿qué demonio de carta es esa que tanto disgusto os diera?

DON VALERIANO.- Siéntate, siéntate, Segundo; escucha y pásmate. (Se sientan todos.)Por una esquela y una carta recibidas en el primer correo de hoy se nos comunica que hace ocho días murió en Cabezón de Bonete (Asturias), Rogelio Nogales, el padrino de esta. (Por CARITA.)

DON SEGUNDO.- (Dolorosamente sorprendido.)¿Que murió Rogelio?... ¡Tu padrino! ¡Carape!... ¿Y de qué ha muerto el pobriño?

DOÑA TOMASA.- Tú ya sabes que siempre padeció una enfermedad crónica a la garganta.

CARITA.- Creo que tenía las cuerdas vocales destrozadas.

DOÑA TOMASA.- Dicen que desde que volvió de América solo vivía con una cuerda.

DON VALERIANO.- La última vez que estuvo en Madrid le vieron varios médicos otorrinolaringólogos y el pronóstico fue fatal. Unos decían que no tenía cuerda más que para veinticuatro horas; otros, que tenía cuerda para un año...; pero, en fin, lo cierto es que el hombre hace ocho días que se ha parao.

DON SEGUNDO.- ¡Oh, pobre Rogelio! ¡La garganta!... Ya sabía yo que sería su fin. Y nunca pudimos quitarle de que fumase, con el mal que le hacía.

DOÑA TOMASA.- Pues bien: empieza a asombrarte, Segundo. Rogelio Nogales, a quien supusimos a su regreso de América una modesta fortuna de veinticinco o treinta mil duros, ha dejado, ¡pásmate!... ¡Tres millones de pesetas!

DON SEGUNDO.- (En el colmo del asombro y de la estupefacción.) ¡Rogelio, tres millones!

DOÑA TOMASA.-¿Tú te acuerdas lo bruto que era? Pues ahora resulta que tenía un ingenio enorme en el Camagüey, y extensas vegas de tabaco en Cárdenas...

CARITA.- Y creo que muchísimo papel, una barbaridad de papel, en México. Acciones de minas, acciones de ferrocarriles, acciones de navieras...

DOÑA TOMASA.- En fin, baste que te digamos que ha dejado dos millones en papel y uno en tabaco.

DON VALERIANO.- Te explicas ahora por qué no dejaba de fumar.

DON SEGUNDO.- ¿Pero cómo hizo esa millonada si yo tenía oído que al emigrar a América había puesto una mala tienda de comestibles en Quito?

DON VALERIANO.- Bueno, pues ahí lo tienes; comestibles y Quito, con lo ladrón que era el pobre, que en gloria esté, pues se hizo de oro.

DON SEGUNDO.- ¡Madre de Dios! Tres millones un hombre tan así, tan..., vamos...

DOÑA TOMASA.- Tan inculto, dilo claro.

CARITA.- ¡Semejante fortuna una persona que ponía anteayer sin ninguna hache!

DON VALERIANO.- ¡Tres millones un hombre que pedía champagne frappé y se lo mandaba calentar!

DOÑA TOMASA.- Pues bien: como sabes, Rogelio no tenía pariente alguno, y nosotros supusimos que a su fallecimiento dejaría a Carita, ahijada suya, su fortuna íntegra.

DON SEGUNDO.- Ahora comprendo el disgusto. ¿Y por lo visto no te dejó por heredera?

CARITA.- (Desesperada.)Sí, señor; sí, señor, que me ha dejada por heredera; pues eso es lo terrible.

DON SEGUNDO.- (Asombrado.)¡Cómo lo terrible!

CARITA.-Sí, porque me ha dejado su fortuna en unas condiciones tan crueles, tan tremendas..., (Casi llorando.) que parece mentira que un ser humano...

DON SEGUNDO.- ¿Pero qué estás diciendo?

DON VALERIANO.- (Con gran indignación.) La ha dejado su fortuna en unas condiciones tan pérfidas, tan extrañas, que más valía que no la hubiese dejado un cuarto, Segundo.

DON SEGUNDO.- ¡Madre de Dios!

DON VALERIANO.- Oye esta carta y acaba de pasmarte. (Saca una carta y lee.)Hay un membrete que dice: «Zacarías Lamuela, Notario. Avenida de Carboneros, dieciocho, Cabezón de Bonete. Señorita doña Carita Menéndez Cayuela. Muy señora mía y distinguida señorita: Adjunta a la presente remito a usted copia de la cláusula del testamento del ya fallecido señor don Rogelio Nogales, que santa gloria haya; cláusula que por referirse a usted, tengo el deber de notificarla, como albacea testamentario del precitado difunto, que descansó en el Señor el día veintidós del que corre, víctima de una laringitis estridulosa de carácter crónico, complicada con una afección gastroentérica y afasia parcial del lado izquierdo con tendencia hemorrágica. Sin otra cosa..., (Vuelve la hoja.) me ofrezco suyo con la mayor consideración, Zacarías Lamuela». Y ahora, oye la cláusula del testamento, oye lo inaudito, lo inexplicable... (Leyendo otro papel que saca de un sobre.)«Otorgado ante mí..., etcétera... Cláusula del testamento de don Rogelio, etcétera... Otrosí: Y por ser esta mi última y expresa voluntad, dispongo que toda mi fortuna, consistente en tres millones de pesetas, pase a mi fallecimiento, en usufructo, al Hospital de la Misericordia, fundado por mí en este pueblo; pero...».

DOÑA TOMASA.- Fíjate en esto.

DON VALERIANO.- Ojo al pero. «Pero si mi ahijada la señorita Caridad Menéndez Cayuela, (Recalcando las palabras.) que ha de contraer matrimonio en breve, tuviese algún día la desgracia de quedarse viuda, se la pondrá ipso facto en posesión de mi antes citada fortuna, y entonces y solo entonces podrá disponer de todos mis bienes íntegramente, porque es mi voluntad que ella sola pueda disfrutarlos». (Dejando de leer.) ¿Qué te parece?

DON SEGUNDO.- ¡Qué horror!... ¿De modo que solo puedes ser millonaria cuando seas viuda?

DOÑA TOMASA.- Cuando su marido reviente. ¿Has visto enormidad semejante?

DON VALERIANO.- Y figúrate que hemos abierto la carta delante del novio de esta.

DON SEGUNDO.- ¡Pobre chico!... Se habrá quedado...

DON VALERIANO.- Considera... Se ha puesto pálido, se ha cogido a mi hombro, y decía medio llorando: «¡Ay don Valeriano, qué infamia!... ¡Yo me muero!». Y yo le he dicho: Hombre, todavía no; espera a ver, espera a ver...

CARITA.- (Llorando.)¡Qué crueldad, sabiendo que estoy para casarme, y con lo que quiero a Luis!...

DON VALERIANO.- (Con creciente indignación.)Ese canalla, que en paz descanse, os ha estropeado la felicidad.

DON SEGUNDO.- Hombre, eso...

DON VALERIANO.- Sí, porque es lo que decía el chico: «¿Cómo me caso yo ahora con una mujer que no tiene probabilidades de ser rica hasta que yo coja una pulmonía doble?».

DOÑA TOMASA.- ¡Es espantoso!... ¡Dejarle a una mujer tres millones para luto!

DON SEGUNDO.- Y para alivio; porque con esa fortuna es para aliviarse.

DON VALERIANO.- Para aliviarse y ganar cien kilos.

DON SEGUNDO.- Pero ¿qué se habrá propuesto ese demonio de hombre con un testamento tan extraño?... ¿Qué se habrá propuesto?... Yo no comprendo...

CARITA.- (Llorando desesperada y como quien toma una resolución enérgica.) ¿Qué se ha propuesto?... Yo bien lo sé, yo bien lo sé.

DOÑA TOMASA.- (Asombrada.)¿Que tú lo sabes?

CARITA.- Sí; yo bien lo sé, mamá, y quería callarlo, como lo he callado hasta ahora; pero...

LOS TRES.- (Al mismo tiempo, estupefactos.)¿Qué dices?

CARITA.- Pero no puedo; no puedo más, y quiero que ustedes lo sepan, que lo sepa todo el mundo; porque este testamento monstruoso es una infamia, una venganza cruel de mi padrino. Lo veo bien claro.

DON VALERIANO.- ¿Pero estás loca?

LOS TRES.- (Al mismo tiempo, con interés creciente.) Pero ¿cómo una venganza?

CARITA.- Sí, una venganza, no me cabe duda. Me juré callarlo siempre, pero no puedo más. Oigan ustedes.

(Cuando se disponen a oír, aparece GENOVEVA por la puerta del foro.)

Escena IV

Dichos y GENOVEVA.

GENOVEVA.- Los señores de Palomo...

DOÑA TOMASA.- ¡Ellos!

CARITA.- ¡Jesús!

DON VALERIANO.- ¡Otra vez!

(Todas estas exclamaciones casi simultáneas y huyendo cada uno hacia la puerta de un cuarto distinto.)

GENOVEVA.- No, si no es que vienen...

DON VALERIANO.- ¿Pues qué es?

(Quedan todos inmóviles en las puertas.)

GENOVEVA.- Que digo que los señores de Palomo han mandado un recado preguntando que cómo siguen las señoritas y que si pueden bajar.

DON VALERIANO.- Pues diles que estábamos ya casi a las puertas... de la muerte; pero que seguimos un poco mejor, a Dios gracias, y que no bajen.

(Vase GENOVEVA por el foro.)

CARITA.- ¡Qué susto!

DOÑA TOMASA.- (Con gran interés.) Continúa, hija, continúa.

DON VALERIANO.- ¿Decías que ese testamento es una venganza?

CARITA.- Una venganza, estoy segura. Óiganme ustedes y juzguen. A los pocos días de bautizarme emigró mi padrino, recorriendo varios puntos de América, donde hizo su fortuna. En sus cartas me prometía siempre venir a conocerme a su regreso a España, y cumpliendo su palabra, hace dos años se presentó un día en casa. Le acogimos con el natural placer. Nos contó que venía enfermo, pero muy rico. Pues bien: desde el principio de estar mi padrino con nosotros noté que su inclinación hacia mí era extremada, acentuadísima.

DON SEGUNDO.- Oye, oye, oye...

CARITA.- Yo, claro está, lo atribuía al natural afecto de un hombre que me había tenido en la pila... ¡Pero sí, pila, pila!... No me dejaban ni a sol ni a sombra. De día en día su inclinación era más sospechosa.

DON VALERIANO.- Una inclinación como para dejarse caer de un momento a otro, ¿no?

CARITA.- Además, llegó a tenerle a mi novio verdadera antipatía, odio más bien.

DOÑA TOMASA.- ¡Dios mío!

CARITA.- Llegar Luis a casa y marcharse él de mal talante, era cosa de minutos. Yo lo observaba alarmada. Así pasó un mes, y, al fin una noche, que había yo salido al balcón a despedir a mi novio, sentí la mano de mi padrino apoyarse temblorosa en mi espalda. Me volví asustada. Me impuso silencio.

DON SEGUNDO.- ¡Miserable!

CARITA.- Y me reveló con palabra trémula, torpe y emocionada, una pasión que él decía frenética, invencible, devoradora.

DON VALERIANO.- ¡Caray con Nogales!

CARITA.- Me ofreció casarse conmigo inmediatamente, cederme todos sus bienes. Me aconsejó que abandonase a Luis, a un mal estudiantillo de Medicina, como él le llamaba. Me aseguró que me tendría como una reina. Yo, como es natural, lo rechacé todo, amable y cariñosamente, pero con una decisión y una energía que no dejaban lugar a dudas. «¿Tanto quieres a ese guanajo?», me preguntó. «Tanto -le respondí-, que si no me caso con él, moriré soltera». «Basta -me replicó-; no se hable más. Te ruego, paloma, que de esto ni una palabrita a nadie». Y antes de irse, estrechándome la mano con una fuerza que me lastimaba, me dijo, sonriendo extrañamente, estas palabras terribles: «Yo te prometo que algún día desearás la muerte de ese hombre».

DOÑA TOMASA.- ¡Qué bandido!

DON VALERIANO.- ¡Recaray con Nogales!

CARITA.- Desapareció del balcón. Al día siguiente, de madrugada, casi sin despedirse de nosotros, abandonó Madrid, y ya no hemos vuelto a verle más. Esto es todo. Y ahí tenéis explicado su testamento.

DON SEGUNDO.- ¡Miserable!... La deja tres millones para cuando enviude, suponiendo que por la codicia de ser rica la muchacha va a desear la muerte del marido.

DOÑA TOMASA.- Y todo eso, ¿por qué lo callaste?

CARITA.- ¿Y qué ganaba con decirlo, mamá?... Inquietaros a todos.

DON SEGUNDO.- Tiene razón la chica.

DON VALERIANO.- ¡Pero qué canalla!... ¡Qué bandido!... Mira, a mí no me ha gustado nunca levantar muertos; pero créete que de buena gana resucitaría a ese bandolero para..., para tener el gusto de costearle otras exequias, hombre. ¡Se merecía el duplicado!

DON SEGUNDO.- Sí, hombre, sí; todo lo que digas y algo más.

DOÑA TOMASA.- ¡Con lo bien que nos hubiesen venido los tres millones, Valeriano!

DON VALERIANO.- ¿Cómo bien? ¡Inmejorablemente! ¡Tres millones, y de ese avaro!... Como que desde que he oído a la chica no hago más que pensar qué haríamos, qué inventaríamos, qué tramaríamos para burlar esa cláusula y quedarnos con la fortuna de ese canalla.

DOÑA TOMASA.- ¡Oh, si hubiese un medio!... ¡Si hubiese un medio!... Yo te juro que recurriría a todo... Que todo lo aceptaría... ¡Miserable!...

DON SEGUNDO.- ¡Bah, bah, bah, sueños! ¡Como no cases a esta y mates luego al marido!...

CARITA.-¡Ay, calle usted, por Dios!

(Empieza a sonar el timbre de la puerta repetida y atropelladamente y se escuchan voces lejanas de alguien que viene alborotando.)

DOÑA TOMASA.- ¡Ay, cómo llaman!

DON VALERIANO.- ¡Qué atrocidad!

CARITA.- ¡Ay, si es Luis, si parece Luis!...

DON VALERIANO.- ¡Tu novio con ese alboroto!... ¿Qué le pasará?... ¿Se habrá vuelto loco?...

DON SEGUNDO.- Ya le abren, ya le abren, ya le abren...

(Se escucha la voz de LUIS, que viene gritando.)

LUIS.- ¡Carita! ¡Doña Tomasa!

Escena V

Dichos y LUIS, por el foro.

LUIS.- (Entrando exaltado, jadeante, nervioso, algo descompuesto de ropa, un poco sucio de tierra, pero con expresión alegre.)¡Carita! ¡Doña Tomasa! ¡Don Valeriano!... ¡Ay, ustedes al fin!...

CARITA.- Pero ¿qué te pasa?

LUIS.-¡Ay, que creí que no llegaba!

DON VALERIANO.- ¿Pero qué sucede?

LUIS.- Ya lo contaré... Dejadme respirar... Un poco de agua.

DON SEGUNDO.- ¡Beba usted, beba usted!

(Le dan agua.)

LUIS.- He venido en cuatro zancadas, me he caído dos veces, me ha trompicado un tranvía, un automóvil me ha pasado por encima...

DOÑA TOMASA.- ¡Jesús!

LUIS.- Por encima del sombrero; mire usted cómo lo traigo: una breva. Pero no importa. ¡Felicidades! ¡Albricias!... (Quiere abrazarlos.)

DON VALERIANO.- Pero ¿por qué? ¿Qué sucede?

LUIS.-¡Somos felices!... ¡Somos dichosos!... ¡Todo resuelto!... ¡Todo!

CARITA.-Pero ¿estás loco?

LUIS.- ¡Loco de felicidad, de alegría!... Veréis, veréis. ¡Más agua!

DON VALERIANO.- (Se la da.) ¡Hable pronto!

TODOS.- (Al mismo tiempo.)Veamos. (Atienden con gran interés.)

LUIS.- (Rápido y jadeante.)Cuando esta mañana se ha recibido aquí la dichosa carta de notario con esa maldita cláusula del testamento del padrino de esta, ustedes saben que me he quedado hecho un guiñapo; porque he visto que ese señor tira en sus disposiciones testamentarias a que si me caso con esta, mi fallecimiento se celebre con cucañas, fuegos artificiales y danzas del país; y, francamente, ustedes comprenderán que eso no le hace gracia a nadie. Además, como yo sé por esta que esa cláusula es la venganza de un despechado, iba yo pensando, cuando he salido de aquí, camino del hospital: «Dios mío, ese bandido era merecedor de que yo encontrase una añagaza para burlar su perfidia y disfrutar sus millones... ¿Pero cómo? ¡Inspírame, Dios mío, inspírame!...». Y dando vueltas inútilmente en mi imaginación a esa tentadora idea, llego a la Facultad de Medicina. Mi estado de ánimo no era para entrar en clase. Se trataba de Patología quirúrgica, y dije: «Si yo entro y me preguntan, meto la pata». Y meter la pata en Patología, con lo bien conceptuado que estoy, no me hace gracia, la verdad. Además, yo necesitaba expansionarme con alguien, y para esto nadie mejor que mi amigo Hidalgo, y como yo sabía que estaba de guardia como alumno interno en la sala de Santa Susana, pues subí como un rayo, al piso primero. Bueno, ustedes saben la amistad fraternal que me une con Hidalgo.

DON VALERIANO.- Sí, hombre; sabemos que han empezado ustedes la carrera juntos.

LUIS.- Y que juntos la terminaremos este año.

DON VALERIANO.- Bueno; pero avive, pollo, que la impaciencia nos carcome.

LUIS.-Es que tengo que poner a ustedes en antecedentes de todo; pero avivaré. Pues bien: ustedes saben asimismo que Hidalgo es el muchacho más listo de San Carlos; tanto, que hasta las Hermanas de la Caridad le llaman en broma «el Ingenioso Hidalgo». Él compone los relojes del hospital, la instalación eléctrica, el teléfono... Él no encuentra charada, logogrifo, salto de caballo ni adivinanza que no solucione. Como que se pone en las tarjetas pasatiempista de los mejores periódicos de Madrid y provincias. Y, además, es el autor de ese librito que venden por la calle: Las dieciséis maneras de no pagar al casero y que se quede contento.

DON VALERIANO.- ¡Chico, qué maravilla!

LUIS.- Por eso yo me dije: «Si Hidalgo, con el ingenio que tiene no nos encuentra una solución, no la encuentra nadie». Y entré en el cuarto de internos. «¿Qué te pasa?», me preguntó al verme tan pálido. «¿Estás enfermo? A ti te ha hecho daño la cena, la patrona, algo...». «No; lo que me ocurre es peor que todo eso. Óyelo y pásmate». Y ce por be le cuento lo ocurrido. Él me oía con atención profunda. A medida que yo hablaba iba quedando asombrado, estupefacto. Y al final, cuando le dije: «¡Si tú, que tienes ese ingenio, pudieras hacer que burlásemos los viles propósitos de ese maldito indiano cogiendo sin riesgo sus millones, serías un hombre inmenso, piramidal, heroico!...» quedó silencioso, como extático. De pronto, me mira fijamente, se le extravían los ojos, se levanta, se pasa la mano por la frente, da una carcajada sardónica, y exclama lleno de júbilo: «¡Ay Luis! ¡La solución!... ¡He dado con la solución!... ¡Aquí está!... ¡Ya la tengo! ¡La solución!... ¡La solución!... ¡Sois ricos!... ¡Sois felices!...».

TODOS.- (Al mismo tiempo.)Bueno, ¿pero qué era?

DON VALERIANO.- ¿Qué solución era?

LUIS.- Él me dijo esto, y añadió: «Corre, vete a casa y di a Carita y a todos que ya sois dichosos, que los tres millones son vuestros. Que inmediatamente voy yo a contarles mi plan para que empecemos a ejecutarlo». Y dando gritos, carcajadas y cabriolas, echó a correr como loco por una sala, quitándose la blusa, y desapareció por otra. Y yo he venido corriendo a participar a ustedes que tenemos la solución, pero que no sé qué solución es.

DON VALERIANO.- (Desesperado.)¡Vamos, era para darle así, hombre! ¡Tenernos en ascuas cinco minutos y luego salimos con eso!...

LUIS.- Pero si es que...

DOÑA TOMASA.- (Indignada.)Parece mentira, una cosa tan importante. ¡Hombre, Luis, por Dios!...

LUIS.- Pero, señora, yo...

CARITA.- ¡No tienes perdón, hijo!

LUIS.- Pero no comprendéis que yo...

(Vuelven a oírse timbrazos repetidos y largos en la puerta, como de alguien que llama con tanta impaciencia que da voces desde fuera.)

¡Callarse!... ¡Es él! ¡Es Hidalgo, conozco su voz!... Ya está ahí. (Alto.) ¡Hidalgo!... ¡Hidalgo!...

DON VALERIANO.- (Desde la puerta del foro.)¡Que pase! ¡Que pase!

(Se oye a HIDALGO desde lejos.)

HIDALGO.- ¡Carita! ¡Luis! ¡Doña Tomasa!

DOÑA TOMASA.- ¡Adelante, adelante!

Escena VI

Dichos e HIDALGO, por el foro. Este HIDALGO es un joven listo, simpático, que habla vertiginosamente. Entra jadeante, alborozado.

HIDALGO.- ¡Doña Tomasa! ¡Carita!... ¡Don Valeriano!... ¡La solución!... ¡Tengo la solución!...

DOÑA TOMASA.- ¿Pero qué dice usted?

DON VALERIANO.- ¿Pero es posible?

HIDALGO.- ¡Un abrazo!... ¡Ya son ustedes felices! ¡Ya son ustedes ricos!

DOÑA TOMASA.- (Abrazándole.)¡Yo rica!

HIDALGO.- (Con efusión.) ¡Muy rica! (Abraza a CARITA.)¡Y usted riquísima!... ¡Pero qué rica!

DON VALERIANO.- ¿De modo que yo?

HIDALGO.- (Abrazándole.)¡Ay, qué rico!

DON VALERIANO.- (Dándole palmadas en la espalda.)¡Hombre, amigo Hidalgo!...

DOÑA TOMASA.- ¿Pero dice Luis que usted ha encontrado la solución?...

HIDALGO.- En cuanto este me planteó el problema, doña Tomasa. Fue una inspiración rauda, súbita, fulminante.

DON SEGUNDO.- ¿Pero usted ha encontrado la manera...?

HIDALGO.-Todo lo he encontrado, todo, don Segundo. Ya son ustedes millonarios y estos felices y todos dichosos.

LUIS.- (Con alegría.) ¿Lo ven ustedes?... ¿Lo oyen ustedes?...

HIDALGO.- El mes que viene, estos casados y con sus tres millones de pesetas. Ustedes restaurarán su acreditado establecimiento de ultramarinos La Perla Astorgana, en una forma espléndida. Todos los del gremio se morirán de envidia. Servirán ustedes los pedidos en automóvil. Lloverá la parroquia...

DON VALERIANO.- ¡Dice que lloverá!

HIDALGO.- ¿Qué digo lloverá?... ¡Diluviará!... Porque ustedes no saben el gusto que da que le lleven a uno los garbanzos en un Dion Bouton, y que le sirvan el bacalo con besalamano, y los jamones en un estuche.

DOÑA TOMASA.- Pero, Hidalgo, esas fantasías...

HIDALGO.- ¡Cómo fantasías!... Lo primero que tienen ustedes que hacer es comprarse un hotel en la Castellana.

DON SEGUNDO.- Hombre, nosotros...

DON VALERIANO.- ¿Podría ser en Lista, que no es tan húmedo?...

HIDALGO.- Donde ustedes quieran; pero un hotel lujoso, espléndido, confortable. (A DON VALERIANO.)Usted se fumará unos habanos así de largos...

DON VALERIANO.- ¡Caray, qué tamaño!

HIDALGO.- Con una faja que diga: «Elaboración especial para don Valeriano Cayuela». Doña Tomasa dará fives cloques tea.

DOÑA TOMASA.-¿Y a quién le tengo que dar eso?

HIDALGO.-A sus amistades. Además, vivirá usted como una gran señora.

DOÑA TOMASA.- Desde luego.

HIDALGO.-Y pediremos que le den un título. Marquesa de Coloniales, por ejemplo, que es muy sonoro. Luego, a estilo de dama aristocrática, así como otras han fundado El Desayuno Escolar o La Merienda Infantil, usted puede fundar El Piscolabis Obrero. Esto siempre da tono.

DON VALERIANO.- Siempre.

HIDALGO.- A don Segundo le vestiremos de levita.

DON SEGUNDO.- Hombre, yo...

HIDALGO.- De levita.

DON SEGUNDO.- Bueno, de levita, pero sin faldones, porque es lo que me molesta.

HIDALGO.- Eso en las levitas es indiferente. Y este (Por LUIS.) fundará una gran clínica, fastuosa, admirable, con todos los adelantos modernos y que dirigiremos los dos. «Doctores Hidalgo y Carmona, especialistas en enfermedades leves». ¿Te parece buena especialidad?

DON VALERIANO.- Eso; que no se les muera a ustedes nadie, que es muy desagradable.

HIDALGO.- Y a todo esto, ustedes tendrán para su servicio particular un magnífico automóvil.

DOÑA TOMASA.- ¡Yo con un automóvil!

DON SEGUNDO.-Bien, pero descendamos de esos sueños locos y volvamos a la realidad.

DOÑA TOMASA.- ¡Yo con automóvil!

DON SEGUNDO.- Vuelve a la realidad, Tomasa.

DOÑA TOMASA.- Bueno, pero yo no vuelvo a pie; dejadme esta ilusión siquiera.

DON VALERIANO.- No te apees, Tomasa. (A HIDALGO.)Y ahora, amigo Hidalgo, ¿quiere usted explicar, por todos los santos de la corte celestial, qué milagrosa solución es esa que dice usted que se le ha ocurrido?

HIDALGO.- Pues nada menos que he encontrado la manera de que se queden ustedes legalmente con los millones del padrino de Carita.

TODOS.- (En el colmo del asombro.) ¿Pero es posible?

HIDALGO.-¿Que si es posible?... Matemático.

DON VALERIANO.- ¿Pero cómo ha podido usted...?

HIDALGO.- ¿Ustedes ven que parecía un problema insoluble? Pues verán ustedes qué sencilla, qué ingeniosa y qué fácilmente resuelto.

TODOS.- (Al mismo tiempo.) A ver..., a ver... (Gran curiosidad.)

HIDALGO.- ¿Qué es lo primero que hace falta para que Carita entre en posesión de la fortuna de su padrino?

DON VALERIANO.- Que se case.

HIDALGO.-Perfectamente. ¿Y lo segundo?

DON SEGUNDO.-Que enviude.

HIDALGO.-Ahí está.

DON VALERIANO.-¡Ah! ¿Y la solución es que fallezca aquí el pollo?

LUIS.-Oye, tú...

HIDALGO.- No, señor; la solución es que fallezca el marido de esta.

DOÑA TOMASA.- Pero el marido de esta, ¿no va a ser este? (Por LUIS.)

HIDALGO.-No, señora.

CARITA.-¿Cómo que no?

HIDALGO.-Mi proyecto es que esta no se case con este, sino con otro.

DON SEGUNDO.- ¿Y matarle después?

LUIS.- Oye, Hidalgo, que desvarías.

DON VALERIANO.- En casa de Esquerdo los hay más sensatos.

DOÑA TOMASA.- ¿Pero nos va usted a proponer un crimen?

HIDALGO.- (Riendo.)¡Ja, ja, ja!... Sabía el efecto que iba a producirles mi proposición. Pero no me importa. Todas esas dudas y recelos se trocarán en elogios y aclamaciones cuando conozcan mi maravilloso plan.

TODOS.- (Al mismo tiempo.) Bueno, venga, venga.

HIDALGO.- Ahí va: hay en mi sala del hospital un enfermo que lleva allí dos meses. Un tal Bermejo; uno de esos mártires de la vida, un poeta muy intenso, pero fracasado, vencido, como él dice, y a quien tomé verdadero cariño después que me hubo contado su triste historia. Es soltero, natural de Peralejo, provincia de Badajoz, de treinta y cinco años de edad, según la cédula personal que exhibió a su ingreso en el benéfico establecimiento. La afección que aqueja a este individuo se ha hecho incurable, según el pronóstico de las dieciocho eminencias médicas que le han visitado. Padece una bronconeumonía, con graves complicaciones cardíacas, porque es epiléptico. Nuestros cuidados han sido inútiles. Los dieciocho ilustres doctores han ensayado en él sus experiencias. ¡Ustedes no pueden imaginarse los ensayos! Ha sido un drama. Y, al fin, el pobre Bermejo después de resistir heroicamente tantos específicos, análisis, sueros y tantas embrocaciones, frotaciones, inyecciones e inhalaciones, ha entrado esta mañana en el período preagónico.

DON VALERIANO.- ¡Ay Hidalgo, que ya adivino...!

LUIS.-¿Pero acaso intentas...?

HIDALGO.- Calma, hombre, calma.

DOÑA TOMASA.-Dejadlo seguir.

HIDALGO.-¿Qué se busca aquí?... ¿Que Carita sea viuda de su primer matrimonio?...

DON VALERIANO.-Sí, señor...

HIDALGO.- Pues se casa hoy mismo con Bermejo.

CARITA.- (Aterrada.) ¿Yo...?

HIDALGO.- In articulo mortis.

DOÑA TOMASA.- ¡Mortis!

HIDALGO.- Mortis. Mañana, a todo tirar, es viuda, estoy seguro, por desgracia. Pasado mañana se envía al Juzgado la certificación del matrimonio canónico con los documentos que se precisen. La semana que viene, ya viuda, según dispone la cláusula del testamento, reclama la herencia de su padrino, y dentro de un mes se casa con este, y cáteles usted libres, felices y millonarios... ¡Eh! ¿Qué tal?...

LUIS.- (En el colmo del entusiasmo.)¡Maravilloso, estupendo, formidable!

DON VALERIANO.- ¡Ah, sí, la salvación, la fortuna! ¡Qué ingenio, Hidalgo, qué ingenio!

DOÑA TOMASA.- ¡Los tres millones nuestros! ¡Ricos, felices! ¡Qué chico! ¡Qué imaginación!... (Le abraza.)

DON SEGUNDO.-Pero no ser locos; calma, un poco de calma. ¿Y si ese pobre enfermo, y si ese señor, después de casarse con esta, por una desgracia (digo, ¡ay, Dios me perdone!, por una casualidad), se pusiese bueno?

CARITA.- Eso digo yo. ¿Y si se pone bueno?

DON VALERIANO.- ¡Qué se va a poner bueno, hombre! ¡Dieciocho médicos visitándole y asistido por este!... Imposible. ¡Si sabrán ellos...!

HIDALGO.-No teman ustedes. Tanto es así, que si no nos damos prisa, el pobre Bermejo ya no nos servirá.

LUIS.- Bueno; ¿pero tú a ese pobre enfermo...?

HIDALGO.- Se lo he dicho todo en una forma discreta, y accedió conmovido diciéndome: «Dichoso yo si me voy del mundo haciendo una buena obra». Con las mismas, fui al cura, le expliqué el caso, y como él no incurre en responsabilidad, también está dispuesto. De modo que solo falta la decisión de ustedes. No vacilen, que es la riqueza, la felicidad, el amor. Yo sé que esto es un poco audaz, pero de audaces es la fortuna. Aparte de que los graves problemas no tienen soluciones fáciles. No vaciléis.

LUIS.- No; ¡yo qué he de vacilar!

DOÑA TOMASA.- ¡Ni yo, ni ninguno!

DON VALERIANO.- ¿De modo, amigo Hidalgo, que usted responde?

HIDALGO.- Don Valeriano: no iba yo a meter a ustedes en un callejón sin salida si no tuviese seguridad. Además, cuando vayamos al hospital, ustedes ven al enfermo por sus propios ojos y resuelven.

DOÑA TOMASA.- Sí, sí; desde luego... Pero digo yo una cosa. Para contraer esa clase de matrimonios, ¿qué requisitos hacen falta?

HIDALGO.- Yo de eso no estoy seguro.

DON VALERIANO.- ¿Sabéis quién podría sacarnos de dudas? Nuestro vecino Cárceles, que es catedrático de Derecho. Un sabio, un verdadero sabio.

DOÑA TOMASA.- Pero no olvides que es muy pesado y muy sordo.

LUIS.- Sí; pero por muy sordo que sea, en Derecho Civil es lo más próximo que tenemos.

DOÑA TOMASA.- Pues no perdamos tiempo. Vamos a consultarle. Mientras tú (A CARITA.)te arreglas un poco, para irnos en seguida.

LUIS.- ¡Ay Hidalgo, nos salva tu ingenio!

DOÑA TOMASA.- ¡Yo con automóvil! ¡El Piscolabis Obrero! ¡Marquesa de Coloniales!

DON VALERIANO.- Y yo, fumándome cada puro de esta magnitud, tendré que comprarme una boquilla con ruedas, lo estoy viendo.

HIDALGO.- ¡Riqueza, amor, felicidad!... ¡Vamos, vamos a ver al señor Cárceles!

(Vanse foro HIDALGO, DON VALERIANO y DOÑA TOMASA.)

Escena VII

CARITA, LUIS y DON SEGUNDO.

LUIS.- ¡Pero, Carita, pronto, por Dios! ¿Pero no vas a arreglarte?

CARITA.- (Con gran decisión.)No, Luis; yo no salgo de casa.

LUIS.- ¿Qué dices?

CARITA.- Nada; que la verdad, yo no me atrevo a cometer esa locura que propone Hidalgo.

DON SEGUNDO.- Y muy bien que haces.

LUIS.- ¿Pero qué está usted diciendo?

CARITA.- No, Luis; yo no me caso con ese pobre señor.

LUIS.- ¡Pero, mujer, si es in articulo mortis!

CARITA.-Todo lo mortis que quieras; pero no tengo valor.

LUIS.- Es decir, que te obstinas en rechazar el único medio por el que podemos ser ricos y felices, que te obstinas en que perdamos una fortuna inmensa, en que nuestro amor...

CARITA.-No, Luis, no; piénsalo bien. Esto podría dar lugar a inquietudes, a remordimientos, a complicaciones que me horrorizan. Yo me conformo con nuestra modestia, con casarme contigo feliz y tranquila. No ambiciono más.

DON SEGUNDO.-Y mucha razón que tiene la nena.

LUIS.- (Con energía.)Pues no la tiene.

DON SEGUNDO.- (Ídem.)Pues sí la tiene.

LUIS.- Pues no, señor, ¡ea!; porque ha llegado el momento de que lo diga todo francamente. Yo, con esa clausulita de tener que morirme para que seas millonaria, no me caso...

CARITA.-¡Pero, Luis!... ¡Pero oye usted!

DON SEGUNDO.- ¡Pero, hombre!...

LUIS.- No me caso; no, señor...; porque yo conozco la vida y sé lo que sucede, y mañana nos casamos y pasadas las primeras ilusiones del amor queda la realidad. Mi profesión es penosa, sobre todo en sus principios. Somos pobres. Tras el matrimonio vienen sus consecuencias; primero un hijo, luego otro, otro después. Crecen las necesidades. Figúrate que no soy afortunado en mi carrera y que hemos de vivir casi sin recursos, miserable y estrechamente. ¿Y quién te dice a ti que ante esa penuria en que puedes ver a tus hijos, ante tu agobiadora pobreza, algún día no brillará en el fondo de tu alma el recuerdo siniestro de esos tres millones?

CARITA.- Nunca, nunca... ¡Pensar eso de mí!...

LUIS.- Mira, Carita, los seres humanos nos amaremos con locura; pero la humanidad tiene siempre entornada la puerta de los malos pensamientos. ¿No habrá hijo que no haya pensado algún día que su madre no le quiere?... ¡Y ya ves tú!

CARITA.- Sí; pero es que yo...

LUIS.-Y luego suponte que me pongo gravemente enfermo, cosa más que posible, y empiezan a decirte tus amigas: «Y menos mal que si queda usted viuda, coge tres millones». Y francamente, me molestaría muchísimo ese consuelo anticipado. Y luego, si en realidad te quedaras viuda, joven, hermosa, millonaria y entonces te casaras con otro... (Muy afectado.)

CARITA.- (Llorando.)¡Dice que con otro! ¡Yo con otro!

DON SEGUNDO.- ¡Bueno, bueno; no llorar!... ¡Qué malos demonios!... ¿Y por qué no hacéis una cosa?

LUIS.- ¿Qué cosa?

DON SEGUNDO.- Renunciar a la herencia antes de casaros.

CARITA.- Sí, Luis, sí... ¡Eso, eso es una solución!

LUIS.- Tampoco es posible. Eso sería por mi parte un egoísmo bárbaro; porque figúrese usted que, naturalmente y sin deseo de nadie, me muero yo antes que esta. ¿Con qué derecho la privo yo a ella y a nuestros hijos de tan cuantiosa fortuna? ¿Tengo yo derecho a esto?

CARITA.- ¡Dios mío, ese maldito padrino nos ha envenenado la vida!

DON SEGUNDO.- Bueno; mirad, mirad, cuitados. Yo no sabré deciros esto u lo otro como sea preciso, que poco anduve en la escuela; que al trabajo me di desde bien rapaz en un rincón de Asturias. Pero la vida es la vida y a todas partes llega y a todos enseña, que no hay sino vivirla con buen juicio para saber de ella como el más sabio. Por eso yo quiero deciros ahora que con la felicidad no se juegue y menos con lo que ha de ser para siempre y no habría de tener remedio.

CARITA.- Tiene razón el tío Segundo.

DON SEGUNDO.-Tres millones a nadie penan, ¡qué demonio!, ya lo sé; que en tales tiempos como los que vivimos son una tranquilidad. Pero ha de mirarse cómo se logran, que si es a costa de un mal vivir para nada valen; que siendo dichosos, una peseta nos es una alegría... Pero en una vida sin remedio amarga, ¿de qué sirven cien fortunas? Eso tiene que mirarse en este mundo y nada más.

CARITA.- ¡Muy bien dicho!

LUIS.-Muy mal dicho, y si son esas tus ideas y propósitos, hemos terminado, porque yo no me caso.

CARITA.- Pero, Luis...

LUIS.-Que no me caso y no me caso, ¡vaya! Tu miserable padrino se ha salido con la suya.

DON SEGUNDO.-¡Ah, qué maldito hombre!... Cuando contó con la codicia humana, no erró en la cuenta.

CARITA.-Pero, Luis, reflexiona...

LUIS.- ¡Y hemos terminado, ea!... No me caso, no; no me caso.

CARITA.- No, por Dios, no te incomodes, Luis. Antes que eso, ¡todo!... Yo haré lo que queráis; pero conste que si lo hago...

Escena VIII

Dichos, DOÑA TOMASA, DON VALERIANO e HIDALGO, por el foro.

DOÑA TOMASA.- ¿Pero de qué discutís?

DON VALERIANO.- ¿Qué voces son estas?

HIDALGO.- ¿Qué pasa?

LUIS.- Nada; Carita, que se niega a aceptar el plan de Hidalgo. ¡Figúrense ustedes!...

DON VALERIANO.- ¿Cómo que se niega?

DOÑA TOMASA.- ¿Pero tú estás loca?

HIDALGO.- Es decir, que prefiere usted la ruina, terminar sus relaciones con Luis...

CARITA.- ¿Yo cómo voy a preferir eso?...; pero es que...

DOÑA TOMASA.- Anda, anda a vestirte y no perdamos tiempo. Salir ahora con esas... ¿Te iba yo a dejar hacer un disparate?

DON VALERIANO.- ¿Íbamos a consentir tu desgracia para siempre?

CARITA.- Pero si es que...

DON SEGUNDO.- No les hagas caso, Carita, que están ciegos.

DON VALERIANO.-Mira, Segundo, tú te metes en tu cuarto, que es donde tienes jurisdicción, cuando estás solo.

DON SEGUNDO.-¿A mi cuarto?... Bueno, allá me voy; haced lo que os dé la gana. ¡Que no tengáis que venir a él a buscarme es lo que deseo!

(Vase con CARITA primera izquierda.)

Escena IX

Dichos, menos DON SEGUNDO y CARITA; luego, GENOVEVA.

LUIS.- (A DON VALERIANO.)Bueno, y a todo esto, ¿qué ha dicho el señor Cárceles?

DON VALERIANO.- Pues nos ha dicho que en esta clase de matrimonios, que son muy sencillos, basta la voluntad expresa de los contrayentes, manifestada ante un sacerdote y dos testigos y que se envíe al Registro Civil antes del décimo día el acta matrimonial.

HIDALGO.- Lo que yo me figuré.

DOÑA TOMASA.- Nada; una cosa sencillísima.

DON VALERIANO.- Pero ha añadido, y esto es lo grave, que ahora mismo pasará él a corroborarnos su opinión con copiosos textos. Excuso deciros, Cárceles aquí con copiosos textos, su sordera y su pesadez.

LUIS.- Es preciso que nos vayamos antes que venga a corroborarnos nada.

GENOVEVA.- (Por el foro.)Los señores de Palomo están aquí.

DON VALERIANO.- ¡Atiza! ¡Otra vez!

DOÑA TOMASA.- ¡Virgen Santa!... ¿Qué hacemos?

GENOVEVA.- ¿Les digo que se vayan?

DON VALERIANO.- No; diles que pasen. Es mejor entretenerlos aquí, porque como hemos de salir a escape, si nos cogen en la escalera, nos dividen. Les dices que pasen, cierras esa puerta y los entretienes mientras nosotros nos vamos rápidamente y de puntillas.

TODOS.- Muy bien, muy bien.

DOÑA TOMASA.- Por aquí, en silencio.

(Vanse primera derecha, menos DON VALERIANO.)

GENOVEVA.- (A DON VALERIANO, que le ha detenido cuando se iba.)Bueno; pero ¿qué les digo?

DON VALERIANO.- Pues les dices que las señoras siguen mal, que yo he salido por un médico, que me esperen... Y cuando se cansen, que se vayan. (Vase primera derecha.)

Escena X

GENOVEVA, SEÑOR PALOMO, DOÑA POLONIA y SOCORRITO, por el foro.

GENOVEVA.-Bueno, ¿y cómo entretengo yo a estos señores? (Va al foro.)Pasen, pasen ustedes.

(Entran. GENOVEVA cierra la puerta del foro.)

SEÑOR PALOMO.- ¿De modo que dices que las señoras...?

GENOVEVA.-¡Ay, si vieran ustedes...! Siguen tan delicadas las pobrecitas...

SEÑOR PALOMO.- ¡Caramba, caramba, caramba!...; una cosa que parecía leve...

DOÑA POLONIA.- Nosotros sentiríamos molestar; pero los sacrosantos deberes de vecindad...

GENOVEVA.- No, por Dios, señora; nada de molestar. Los señores están en su casa. Siéntense.

SEÑOR PALOMO.- ¿Y don Valeriano?

GENOVEVA.- Está en su casa..., que vive un médico en el piso de arriba y ha ido por él. Siéntense ustedes.

SEÑOR PALOMO.-Pero el médico de antes, ¿qué ha dicho?

GENOVEVA.- Pues verá usté: el médico de antes ha dicho lo que dicen todos los médicos, «que si tal, que si cual; que si fue, que si vino; que ya veremos, y que por lo pronto, a dieta».

DOÑA POLONIA.- ¿A dieta?

SEÑOR PALOMO.- ¿Pero láctea?

GENOVEVA.- No señor; caldosa.

SEÑOR PALOMO.- Bueno; pero todo este trastorno, ¿a qué se ha obedecido, Genoveva?...; porque antes nos fuimos sin poder averiguar nada.

GENOVEVA.- Pues verán ustedes... Yo se lo contaré...

DOÑA POLONIA.- Caramba, a ver si ahora... Di, di...

GENOVEVA.- Pues todo ello ha sido, ¿saben ustedes?, que esta mañana, cuando nos hemos levantao, ¿entienden ustedes?..., serían poco más de las ocho, ¿comprenden ustedes?... Cuando llaman a la puerta y va la señora y dice...

(Suena el timbre de la puerta.)

Con permiso. Perdonen ustedes un momento, que voy a ver quién es. (Sale foro.)

SEÑOR PALOMO.- ¡Demontre!... ¡Otra vez!...

SOCORRITO.- ¡Jesús! Está de Dios que no lo averigüemos.

DOÑA POLONIA.- No; ahora sí, ahora sí... Esta chica, es muy expansiva. Esperemos que vuelva.

(Se sientan.)

Escena XI

Dichos y el SEÑOR CÁRCELES, por el foro. Viene en traje de casa. Es un señor un poco extravagante, muy sordo. Representa sesenta años de edad. Trae cinco o seis libros de gran tamaño.

SEÑOR CÁRCELES.- (Entrando y saludando, como quien se dirige a gente que no conoce.)Tanto gusto. (Deja los tomos encima de un velador.)

DOÑA POLONIA.- ¡Pero si es nuestro vecino!

SEÑOR PALOMO.- ¡Caramba! ¡El señor Cárceles!... (Se levanta y le da unas palmaditas en la espalda.)Señor Cárceles...

SEÑOR CÁRCELES.- (Se pone las gafas.)¡Hola!... ¿Pero eran ustedes?... No había reparado. ¿Qué tal, doña Polonia?

DOÑA POLONIA.- Muy bien, ¿y usted?

SEÑOR CÁRCELES.- Usted siempre tan amable, tan simpática, tan bella...

DOÑA POLONIA.- Muchas gracias. (Aparte.)Qué sordo más atento.

SEÑOR CÁRCELES.-Y usted, don Simón, siempre tan amable, tan simpático, tan discreto.

SEÑOR PALOMO.-¡Por Dios!...

SEÑOR CÁRCELES.- (A SOCORRITO.)¡Y esta niña cada día más monísima! Caramba; ¿pero por qué la han puesto ustedes de largo?

SEÑOR PALOMO.- Porque ya tiene dieciocho años.

SEÑOR CÁRCELES.- ¡Qué importa!... Estas niñas, precisamente cuando empiezan a tener algún interés estético, alargarlas. ¡Qué lástima!

SEÑOR PALOMO.- Y usted, ¿cómo con tanto libro?

SEÑOR CÁRCELES.- ¿Eh?

SEÑOR PALOMO.- (Señalando los tomos.)Que ¿cómo con eso?

SEÑOR CÁRCELES.- ¿Que con qué como?

SEÑOR PALOMO.- (Muy fuerte.) Que ¿cómo se viene usted aquí con la Biblioteca Nacional?

SEÑOR CÁRCELES.- ¡Ah, sí!... (Sonriendo.)Pues ya sabrán ustedes lo que pasa.

DOÑA POLONIA.- ¡Qué vamos a saber!... Llevamos dos horas queriéndolo averiguar, y ni esto.

SEÑOR PALOMO.-Nosotros no sabemos más, sino que se han puesto muy enfermos.

SEÑOR CÁRCELES.- (Con interés.) Ya lo supongo, y debe ser la cosa muy grave.

DOÑA POLONIA.- ¿Cómo grave?

SEÑOR CÁRCELES.- Gravísima, gravísima.

LOS TRES.- ¿Pero qué dice usted?

SEÑOR CÁRCELES.-Yo lo deduzco por lo que me han dicho a mí.

SEÑOR PALOMO.- ¡Demonio! (Muy alto.) ¿Pero qué le han dicho a usted?

SEÑOR CÁRCELES.- Yo he sido consultado y vengo requerido como jurisconsulto, porque se va a celebrar aquí un matrimonio in articulo mortis.

SEÑOR PALOMO.- (Aterrado.) ¿Pero qué está usted diciendo?

SEÑOR CÁRCELES.- ¡Mortis!

DOÑA POLONIA.- ¿Pero dice usted mortis?

SEÑOR CÁRCELES.- Mortis, mortis.

SEÑOR PALOMO.- ¿Entonces el enfermo...?

SEÑOR CÁRCELES.-Debe estar in extremis.

SEÑOR PALOMO.- ¡Mecachis!..., pues esto es más grave de le que suponíamos.

SEÑOR CÁRCELES.-Ya se lo he dicho a ustedes.

DOÑA POLONIA.- Pero diga usted, señor Cárceles: ¿quién está in extremis...? ¿Doña Tomasis, digo, doña Tomasa, Carita o quién?

SEÑOR CÁRCELES.- Creo que el contrayente.

SEÑOR PALOMO.- ¿Pero quién es el contrayente?

SEÑOR CÁRCELES.- El que contrae.

SEÑOR PALOMO.- Ya lo sabemos. Pero digo que, ¿qué persona y, además, qué motivo, qué objeto tiene ese matrimonio?

DOÑA POLONIA.- Eso es lo que queremos saber. Si usted pudiera decírnoslo...

SEÑOR CÁRCELES.- Con mucho gusto. Yo se lo explicaré todo. Vengan, vengan...

LOS TRES.- ¡Por fin!

SEÑOR CÁRCELES.- (Va a la mesita y abre uno de los libros. Todos le rodean.)El gran Modestino, eminente legislador romano, comprendió los caracteres esenciales del matrimonio in articulo mortis definiéndolo de esa manera. Conjuncio maris et femine, consorcium omnis vite divine et humani, juris comunicatio...

DOÑA POLONIA.- ¡Pero hable usted el castellano, hombre, que no entendemos!

SEÑOR CÁRCELES.- ¡Pero, señora, por Dios!; ¿pero cómo va a hablar en castellano el gran Modestino?

SEÑOR PALOMO.- Déjalo. Está visto que resueltamente no averiguamos nada.

DOÑA POLONIA.- ¡Cómo que no averiguamos nada!... Esto es ya cuestión de amor propio. Bájate a la tienda y sube unos fiambres..., porque yo no me muevo de aquí hasta que lo averigüe.

SOCORRITO.- Ni yo.

(Se sientan.)

SEÑOR CÁRCELES.- (Que ha estado volviendo hojas.) ¡Ah!, y si lo quieren ustedes más claro, oigan lo que dice san Pablo en su Epístola a los Corintios: Quod si infedelis, discedit, discedat, non enim servituti.

DOÑA POLONIA.- (Levantándose.)No se moleste usted. Que diga san Pablo lo que quiera. Pero a mí, como no me lo diga uno de la casa, no me voy. (Se vuelve a sentar.)

SEÑOR CÁRCELES.- (Sigue con el latín.)Subjectus est fraterant soror in hujus modi...

TELÓN LENTO

Un despacho amueblado con modestia. Al foro, un balcón. A la derecha, dos puertas en primero y segundo término. Otras dos a la izquierda. Entre estas dos últimas puertas, la mesa de despacho. Sobre ella, en el testero, un reloj. En el centro de la habitación, una mesita volante. Una gran librería. Cortinajes. Aparato de luz en el centro y portátil encima de la mesa. Es de día.

Escena I

DOÑA TOMASA, DON VALERIANO y DON SEGUNDO. DON VALERIANO tiene sujetas las puertas del balcón, y por el espacio que deja entreabierto miran los tres con gran curiosidad y emoción.

DOÑA TOMASA y DON SEGUNDO.-¿Pero es él?

DON VALERIANO.- Sí, es él; no lo dudéis, es él... Miradle allí parado.

DOÑA TOMASA.- ¡Por Dios, no abras tanto el balcón!

DON VALERIANO.- (A DON SEGUNDO.)¿Lo ves tú?

DON SEGUNDO.- Es aquel de negro, ¿verdad?

DON VALERIANO.-Sí; aquel de negro, de cara lívida, de figura esquelética, de ademanes trémulos... ¡Aquel es!...

DOÑA TOMASA.-Ahora vuelve a pasar...

DON VALERIANO.- Dirige su mirada a estos balcones... Se para en la carnicería, contempla el cerdo colgado a la puerta, nos mira a nosotros, sonríe con extraña sonrisa, como el que ha encontrado un parecido. Reanuda su paseo.

DON SEGUNDO.- (Aterrado.)¿Pretenderá subir?

DOÑA TOMASA.- (Con espanto.) ¡Calla, por Dios!... Si Carita lo viese delante, moría sin remedio.

DON VALERIANO.- Pues para algo pasea por enfrente de estos balcones. Yo temo cualquier audacia de ese hombre fatídico.

DON SEGUNDO.- Hay que prevenir a Genoveva que no abra la puerta a nadie.

DON VALERIANO.- ¡Callad!... Parece que nos hace señas.

DON SEGUNDO.- Cierra el balcón.

(DON VALERIANO cierra las puertas vidrieras.)

DON VALERIANO.- (Con creciente desesperación.)¡Esto que nos sucede es lo más espantoso, lo más trágico que pudo soñar imaginación humana!

DOÑA TOMASA.- ¡Ay, qué veinte días de amargura, de angustia, de sufrimientos llevo pasados!... ¡Han sido mi martirio, mi expiación! ¡Yo no puedo más! (Cae llorando en un sillón.)¡Es horrible mi pena! ¡Horrible! ¡Horrible!

DON SEGUNDO.- ¡Por Dios, más bajo, que puede oírnos Carita!

DOÑA TOMASA.- (Bajando la voz.) ¡Yo, haber sido yo misma la que he acarreado a mi hija una desgracia irreparable!... ¡Yo, que tanto la quiero!

DON VALERIANO.- (Desesperado, llorando con un hipo violento.)¡No, Tomasa, no!... ¡Yo fui, yo he sido el alucinado, el insensato que os indujo, que os precipitó en esta desdicha tan espantosa!... ¡Yo, yo!... (Exaltándose, golpea nerviosamente.)¡Miserable de mí!... ¡Yo! ¡Yo!

DON SEGUNDO.- ¡Por Dios, Valeriano, que te saltas un ojo!

DON VALERIANO.- ¡Que me salte lo que me salte!... ¿Qué falta me hace a mí un ojo para ver lo que estoy viendo?

DON SEGUNDO.- ¡Más bajo, por Dios!

DON VALERIANO.- (En voz baja y siniestra.)¡Ah, pero yo te juro que he de hacerme justicia, y como esto no se arregle, yo me arrojo por el balcón y me rompo el cráneo contra los adoquines!

DOÑA TOMASA.- No, Valeriano; que no se rompería...

DON VALERIANO.- ¿Crees tú?...

DOÑA TOMASA.- Que no se rompería solo; porque si tú murieses, ¡qué iba a hacer yo en el mundo con esta pena y este remordimiento!

DON VALERIANO.- ¡No, no, Tomasa; no, no!...

(Se abrazan llorando.)

DON SEGUNDO.- Bebe agua, hombre, bebe agua. A ver si te pasa el hipo. ¡Y no llorar, qué demonio! Esto tenía remedio cuando os lo tuve advertido; pero ahora con lágrimas nada se compone, porque ante una tal cosa, tan tremenda como esta, lo que hace falta es energía, serenidad, resolución.

Escena II

Dichos y GENOVEVA, por primera izquierda.

GENOVEVA.- (Entra de puntillas, acongojada, con un dedo sobre los labios.) ¡Chis, por Dios, por Dios, señoritos; griten ustedes en voz baja, que si no, la señorita se va a enterar de todo!

DON SEGUNDO.- Ya se lo estoy diciendo.

DOÑA TOMASA.- Y dime, Genoveva: ¿qué hace?... ¿Qué hace mi pobre hija?

GENOVEVA.- Vistiéndose para irse a casa de los señores de Botella, como usted la mandó.

DOÑA TOMASA.- Sí; es preciso que esta tarde se la lleven engañada a su finca de El Escorial. ¡Por Dios, que se vista pronto, que se vaya a escape! En ti confío.

GENOVEVA.- Eso estoy procurando.

DON VALERIANO.- Y sobre todo, Genoveva, mucho cuidado con la puerta. No abras a nadie sin avisarnos.

DON SEGUNDO.- Ya sabes que anda por la calle él...

GENOVEVA.- Lo he visto desde el balcón. ¡Qué horror!

DON VALERIANO.- ¡Y ella que le cree...! (Gesto dando a entender que muerto.)¡Considera si lo viese aparecer de pronto!...

GENOVEVA.- ¡Qué espanto! No me lo diga usted. ¡Jesús! ¡Jesús! (Vase primera izquierda haciendo cruces.)

DOÑA TOMASA.- ¡Ay Dios mío, quién iba a pensarse esto! ¡Quién iba a figurárselo!

DON VALERIANO.- Ha sido una horrible, una espantosa fatalidad, que parece un sueño de fiebre.

DON SEGUNDO.- ¿Pero es que vosotros, cuando fuisteis al hospital, no adivinasteis que aquel hombre pudiera...?

DON VALERIANO.- (Trocando su pena por la indignación más viva.) ¡Qué íbamos a adivinar!... ¡Ha sido un timo, Segundo, ha sido un timo!... ¡Tú no sabes!... Que te diga esta. Cuando llegamos al borde de su cama, yo creí que había fallecido. Color terroso, pupilas vidriosas, cara hipocrática... Pero no. Hidalgo le tocó en el hombro; él abrió los ojos trabajosamente, nos miró queriendo decir: «Venga lo que sea, pero prontito, que esto se acaba». A indicaciones del sacerdote le dio la mano a Carita, la miró con la mirada turbia del moribundo, les echaron la bendición, y aquel desgraciado, como rendido a un último esfuerzo, hundió la cabeza en la almohada, cayendo en una especie de colapso intensísimo. Hidalgo dijo: «Esto ha terminado», y le tapó la cara con la sábana. Y nos íbamos ya, silenciosos y entristecidos, cuando de pronto aquel hombre se destapa y nos dice con voz quejumbrosa: (La imita.) «Señores, ya que he hecho a ustedes este favor, pídanle a Dios que me dé salud».

DOÑA TOMASA.- Aquello nos dejó helados.

DON VALERIANO.- Le dijimos que bueno, que sí; pero ya comprenderás que nos fuimos resueltos a no pedir semejante cosa, Dios nos perdone.

DOÑA TOMASA.- Y cuál no sería nuestra consternación cuando a la mañana siguiente nos contó Hidalgo que al irnos nosotros aquel hombre le cogió la mano y le dijo: «¡Ay, qué guapa es mi señora!». Y que desde aquel momento empezó a animarse, a revivir, a mejorar, como si hubiesen echado aceite en un candil.

DON VALERIANO.- ¡Aceite!... Segundo, aceite... Y cuando aún no han transcurrido ni cuatro semanas, le tienes paseando por esas calles con una salud y una gallardía, que la estatua de Colón es un sarmiento comparado con él.

DON SEGUNDO.- ¡Qué horror, Madre de Dios!

DOÑA TOMASA.- Y ahí tienes a mi pobre hija, casada sin pensarlo, soltera sin serlo y viuda sin poderlo ser.

DON VALERIANO.- Que es un estado civil que no se le ha ocurrido ni a Novejarque.

DON SEGUNDO.- ¡Válgame Dios, qué desdicha!... ¡Pero ese hombre...!

DON VALERIANO.- (Con tremenda ira.) ¡Haberse puesto bueno!... ¡Era para matarlo!...

(Suena el timbre de la puerta.)

LOS TRES.- (Muy asustados.)¡Jesús!

DON SEGUNDO.- ¡Llamaron!

DON VALERIANO.- ¿Será él?

DOÑA TOMASA.- (Aterrada.) ¡Calla, por Dios!

GENOVEVA.- (Sale primera izquierda, temblorosa, muy asustada, tartamudeando.)Han lla... lla..., han llamado...

DOÑA TOMASA.-Ya lo hemos oído.

GENOVEVA.- ¿Será el mama..., el mamarido de la sese..., seseseñorita?...

DON SEGUNDO.- ¡Chis, por Dios, más bajo!

DON VALERIANO.-Por si acaso, ten precaución, y si es un señor pálido, delgado, cadavérico, más alto que yo...

DON SEGUNDO.- Más bajo...

DON VALERIANO.- Más alto...

DON SEGUNDO.- Bueno, más alto; pero, que no se oiga.

DON VALERIANO.- (Bajando la voz.) ¡Ah, sí; es verdad!... Pues bien: si tú, al mirar por la rejilla, ves que es un señor de esas señas, no le abras y avísame.

GENOVEVA.- Descuide usted. (Vase primera derecha.)

DOÑA TOMASA.- ¡Dios mío! ¿Será él?... ¡Estoy muerta!

DON VALERIANO.- ¡Y yo!

DON SEGUNDO.- ¡Calma, por Dios; no tembléis de ese modo!

DON VALERIANO.- ¡Es que si fuera...!

GENOVEVA.- (Entra vacilante.) ¡Ay!... ¡Ay!

LOS TRES.- (Con ansiedad.) ¿Quién es?

GENOVEVA.- (Tartamudea.) El papa...

DON VALERIANO.- ¿Eh?

GENOVEVA.- El papa..., el papanadero. Que es que yo también he pasao un susto, que tengo un temblor que no puedo... Es el papanadero.

DOÑA TOMASA.- Bueno, pues dile al papanadero que deje seis bonetes y una bizcochada y que vaya con Dios, porque el susto ha sido para...

GENOVEVA.- Es que, además de venir a dejar el pan, me ha entregado para ustedes una carta que dice que le ha dao en la calle un señor de luto, flaco, amarillo...

DOÑA TOMASA.- ¡Él!

DON VALERIANO.- ¡Una carta suya!

GENOVEVA.- Eso me pensé yo. Le ha preguntao si venía a casa de los señores de Cayuela y le ha suplicao que la subiese.

DON SEGUNDO.- A ver, tráela, tráela.

DOÑA TOMASA.- ¿Qué nos dirá ese hombre?

DON SEGUNDO.- El sobre dice: «Señor don Valeriano Cayuela».

DON VALERIANO.- ¡Para mí! Trae, a ver. (Rasga el sobre y lee. GENOVEVA se va primera derecha.)«Señor don Valeriano Cayuela. Mi involuntario y querido tío». ¡Llamarme tío a mí!...

DON SEGUNDO.- Y menos mal que te llama involuntario.

DON VALERIANO.- (Leyendo.) «Penetrado del espantoso, del tremendo, del inaudito, del estupefaciente...». ¡Caray! ¿Dónde acabarán los adjetivos?... (Vuelve la carilla y mira hasta el final.)¡Ah, sí, aquí!... «Del insólito conflicto en que mi lamentable resurrección les ha hundido a ustedes, deseo que me reciban ahora mismo. Tengo un medio para resolverlo todo satisfactoria y urgentemente; pero necesito su aprobación».

DON SEGUNDO.- ¿Que tiene un medio?...

DOÑA TOMASA.- (A DON VALERIANO.)Sigue, sigue...

DON VALERIANO.- (Leyendo.)«Comprendo que estarán ustedes inconsolables con mi restablecimiento, pero no pasen cuidado alguno. Esta mejoría no tiene importancia. Cosa de una semana. No se aflijan. Espero una indicación para subir. Le saluda efusivamente su desfallecido e imprevisto sobrino, Lázaro Bermejo». ¡Imprevisto sobrino!...

DON SEGUNDO.- ¡Y tan imprevisto!

DOÑA TOMASA.- ¡Quiere subir!

DON VALERIANO.-¿Y qué hacemos?

DOÑA TOMASA.- Yo no lo recibiría.

DON SEGUNDO.- ¿Y cómo negarse? ¿No ves que tiene todos los derechos, que puede exigirlo?

DOÑA TOMASA.- Sí; es verdad, es verdad...

DON VALERIANO.- Además, yo considero que es mejor que le veamos cara a cara; que sepamos lo que intenta, lo que pretende, lo que exige...

DON SEGUNDO.- Sin duda ninguna. Ahora, que es preciso aguardar a que Carita se vaya. Tú, haz a ese hombre una seña para que espere.

DOÑA TOMASA.- Y nosotros vamos a meter prisa a la niña para que se marche a escape.

(Vanse primera izquierda DOÑA TOMASA y DON SEGUNDO.)

Escena III

DON VALERIANO y GENOVEVA, que sale; luego, LUIS, por primera derecha.

DON VALERIANO.- (Leyendo palabras de la carta.) «... Esta mejoría no tiene importancia...». No; una friolera... «Mi lamentable resurrección...». ¡Y tan lamentable!... «Lázaro Bermejo». ¡Y llamarse hasta Lázaro!... Si debimos sospecharlo. (Yendo hacia el balcón.) ¿Por dónde andará ese imprevisto?... (Mira.) ¡Ah, allí le veo! (Le hace señas.) Aguarde... Aguarde... Creo que me habrá entendido.

GENOVEVA.- (Entra primera derecha con el pan.) Don Valeriano, el señorito Luis acaba de llegar.

DON VALERIANO.- ¡Luis! ¿Le has dicho que pase?

GENOVEVA.-Ya se lo he dicho. Está quitándose el abrigo. Viene que da lástima. (Vase segunda izquierda.)

DON VALERIANO.- ¡Pobre chico, se está quedando en los huesos! Vendrá con su locura de todas horas, con su obsesión de matar a Hidalgo, a quien cree el único causante de nuestra desdicha.

LUIS.- (Entrando pálido, descompuesto, con trágica desesperación.)¡Ah, no; no lo he encontrado; pero no importa! Yo lo mato.

DON VALERIANO.- ¡Luis, por Dios!

LUIS.-¡Lo mato donde lo encuentre, don Valeriano: en la calle, en el café, en el teatro, donde sea! ¡Lo mato sin remedio!

DON VALERIANO.- ¡Pero, hombre, déjate de esa manía!

LUIS.- No; no es manía, es un propósito firme, decidido, inquebrantable, don Valeriano. Yo mato a Hidalgo donde lo encuentre. Por estas cruces. ¿No nos metió él en este trance horrible, amargo, irreparable?... Pues que nos saque.

DON VALERIANO.- ¡Que vas a volverte loco!

LUIS.- Y si no nos saca, lo mato donde lo encuentre. Llevo siete balas en la browing. Las siete se las meto en el cuerpo..., ¡las siete! (Da el reloj las once.) ¡Las siete!

DON VALERIANO.- No, hombre; las once.

LUIS.- Bueno, las once; pero las siete.

DON VALERIANO.- ¡Pero cálmate, Luis!

LUIS.- (Cada vez más exaltado.) ¡Pero si no puedo, no puedo calmarme!... ¿Pero cree usted que hay desgracia como la mía?... Estar enamoradísimo de mi novia y haberla casado con otro, ¡yo mismo!... ¡Y encontrarme ahora con que tengo relaciones con una mujer casada, que se cree viuda; pero que es soltera sin dejar de ser viuda y siendo casada al mismo tiempo!...

DON VALERIANO.- ¡Por Dios, Luis, que te haces un ovillo!

LUIS.- Y todo por culpa de ese canalla de Hidalgo... ¡Ah, vengo de su casa! Le dejé un recado definitivo. O viene dentro de una hora y lo arregla todo satisfactoriamente, o a la noche va su familia de luto riguroso.

DON VALERIANO.- ¡Pero no sueñes, Luis! ¿Cómo lo va a arreglar el pobre muchacho?

LUIS.- Como pueda: que robe el acta matrimonial del Registro Civil, que pida en España el establecimiento del divorcio, que obligue a Bermejo a morirse..., lo que quiera; pero que me devuelva a Carita soltera o, por lo menos, viuda.

DON VALERIANO.-Vamos, sé razonable, Luis, sé razonable... Comprendo que la situación es espantosa, desgarradora...; ¿pero qué se consigue con agravarla?...

LUIS.- ¡Ay don Valeriano! Es que ahora, cuando yo venía por la calle, venía pensando en que esta situación puede tener unas complicaciones que estremecen.

DON VALERIANO.- ¿Cuáles?

LUIS.- Que creo que han hecho ustedes un disparate con decirle a Carita que ese señor ha muerto.

DON VALERIANO.- ¿Pero qué querías que hiciésemos?... En cuanto ella vio que pasaban cuarenta y ocho horas y no le decíamos que había enviudado, le entró un sobresalto, que se puso a la muerte. No hacía más que llorar; no hablaba, no comía. Y por la noche, cuando su sueño parecía más sosegado, de pronto se despertaba gritando acongojada: «¡Que viene mi marido!... ¡Que viene mi marido!». Si no le decimos que Bermejo ha muerto, se muere ella sin remedio.

LUIS.- Pero y si ese hombre viene algún día a esta casa y ella le ve..., ¿qué va a pasar?

DON VALERIANO.- ¡Calla, por Dios!

LUIS.- Va a creer que es un aparecido, una visión sobrenatural...

DON VALERIANO.- ¡Hombre, sobrenatural no te diré; pero una visión!... En fin, Luis, esa idea tuya ha sido un presentimiento.

LUIS.-¿Pues?

DON VALERIANO.- Lee la carta que acabamos de recibir de ese hombre. (Se la da.)

LUIS.- (Que la ojea rápidamente.) ¡Jesús!... ¿Pero qué dice?... ¡Quiere subir! ¡Ese hombre en esta casa!... ¡No, no; nunca; no puede ser! Yo me opongo.

DON VALERIANO.- Luis, no olvides que es el marido de tu novia. Que lo que suplica, puede exigirlo.

LUIS.- ¡Dios santo!

DON VALERIANO.- Que podría llevarse hasta a Carita si quisiera.

LUIS.- (Firmemente.)¡No; eso sí que no! ¡Antes se me tendría que llevar a mí!

DON VALERIANO.- Además, es mejor que hablemos con él, que busquemos un arreglo de común acuerdo. Porque, acá para inter nos, yo creo que es necesario que ese hombre desaparezca.

LUIS.- (Asustado.) ¡Don Valeriano!...

DON VALERIANO.- Que desaparezca en el buen sentido. Que se vaya de España, que se marche a América...

LUIS.- ¿Quiere usted mandarlo al otro mundo?

DON VALERIANO.- (Con extraña expresión.) Hombre, yo... (Timbre.)Llaman.

(Sale GENOVEVA segunda izquierda.)

GENOVEVA.-¿Abro?

DON VALERIANO.- Si es él, me avisas.

(Vase GENOVEVA primera derecha.)

Espera a ver. Temo que se impaciente, y si sube antes que se vaya Carita...

LUIS.- ¡Calle usted, por Dios!

GENOVEVA.- (Aparece primera derecha.)El señor Hidalgo. (Vase segunda izquierda.)

Escena IV

Dichos e HIDALGO.

LUIS.- (Frenético.) ¡Él!... ¡Por fin! (Saca la pistola.)

DON VALERIANO.- (Sujetándole.) ¡Por Dios, Luis, que agravas el conflicto!

LUIS.- (Forcejeando.)¡Déjeme usted!... ¡Lo mato, lo mato!

DON VALERIANO.- ¡Que te pierdes para siempre!

HIDALGO.- (Asomando la cabeza aterrado.) Sujételo usted, don Valeriano... (Se oculta.)

LUIS.- ¡Entra, entra, miserable, canalla!

HIDALGO.- (Asomándose de nuevo.)Átelo usted, don Valeriano... (Se oculta.)

DON VALERIANO.- ¡Por Dios, Luis, trae esa arma! (Se la quita.)

HIDALGO.- (Asomándose.)Se puede...

DON VALERIANO.- Adelante.

HIDALGO.- Se puede soltar, átelo usted. (Entra con miedo.)

LUIS.- (Todavía sujeto por DON VALERIANO.)¡Tú, infame, bandido; tú nos has hecho caer en este trágico cepo en que nos vemos!

HIDALGO.- (Afligidísimo.) ¡Pues no dice que yo!...

LUIS.- ¡Tú; tú solo eres el culpable! ¡Tú, tú!

DON VALERIANO.- (Sentando a LUIS violentamente en una butaca.) ¡Déjalo ya, Luis, déjalo!... No le hagas nada. (Le amenaza él con un puñetazo.) Aunque la verdad es que por culpa de usted nos... (Le amaga de nuevo. Pausa.) En fin... (Vuelve a amagarle.)¿Cómo están en casa?

HIDALGO.- Pues figúrense ustedes cómo estarán, don Valeriano: consternados... Consternados con el recado que me dejó ese bárbaro en la portería, de que si no venía a arreglar esto hoy mismo, que mañana estaría en la Sacramental de San Lorenzo de alumno interno. (Casi llorando.) ¡Pero interno en un sarcófago!

LUIS.- ¡Y te lo repito, canalla!... ¿Pero tú sabes lo que has hecho?

DON VALERIANO.- ¡Por Dios, Luis, déjalo ya!... (Le amaga de nuevo.)

HIDALGO.- ¿Y qué culpa tengo yo?... Vuestra desgracia la lamento como algo muy mío, sí, señor. (Llorando.) ¿Pero qué me llevó a mí a aconsejaros sino el deseo de veros ricos y felices?...

DON VALERIANO.-Sí, nosotros comprendemos la intención; pero el resultado ha sido para... (Le amenaza con tirarle una cosa a la cabeza.)

HIDALGO.- (Que a cada amenaza intenta huir.)¿Y qué culpa tengo yo que haya sujetos que se caigan de un quinto piso y en vez de irse al depósito, insulten a los transeúntes?

DON VALERIANO.- ¿Pero la ciencia no pudo prever...?

HIDALGO.- ¡Qué ciencia, don Valeriano!... Mire usted si será mala la enfermedad que tenía Bermejo, que de nueve casos he visto morir a diez.

DON VALERIANO.- ¿De nueve, diez?

HIDALGO.- De nueve, diez, sí, señor; porque el último caso fue un albañil cuya mujer murió también de sentimiento. Ustedes ni saben lo que yo he sufrido desde que ese farsante anda por el mundo. Yo no como, yo no duermo. Por cierto, que en cuanto le vea el doctor Ponce, dice que le da un estacazo, porque a él no le pone nadie en ridículo... Y le había firmado ya la papeleta. Dice que esto ha sido una estafa científica.

DON VALERIANO.- Es para darle el estacazo.

HIDALGO.- En fin, tanto me preocupa la situación de ustedes, que hace quince días que estoy pensando en buscar un medio ingenioso para solucionar el conflicto.

DON VALERIANO.- (Vivamente.) ¡No, no, por Dios!... No, gracias; que si da usted con otra cosa ingeniosa, estallamos.

HIDALGO.- Sí, claro; me explico el recelo, la desconfianza que inspiro; pero no me importa. Yo trabajaré en la sombra. Yo encontraré una solución.

LUIS.- (Frenético. Cogiéndole de la mano.)Sí, sí; es preciso que la encuentres, pero hoy, hoy mismo; Bermejo va a venir.

HIDALGO.-¿Va a venir aquí?

LUIS.- Aquí. Tú lo oyes y resuelves lo que quieras. Porque como ese hombre pretenda hacer efectivo el matrimonio, yo te pego un tiro a ti.

HIDALGO.- ¡Pero, Luis!

LUIS.- Por estas cruces.

DON VALERIANO.- Silencio.

Escena V

Dichos, DOÑA TOMASA, DON SEGUNDO; luego, CARITA; todos primera izquierda.

DOÑA TOMASA.- ¡Chis!... Por Dios, callad, que viene Carita.

DON SEGUNDO.- Poneos alegres. Sonreíd. No tengáis esas caras. Sonríe, Valeriano.

DON VALERIANO.- No sé si podré. Pero, en fin... (Sonríe con un gesto horrible.)

DON SEGUNDO.- Oye, no sonrías con ese gesto, que das miedo.

DOÑA TOMASA.- ¡Alegría, alegría, por Dios!

(Sonríen todos con gran esfuerzo.)

CARITA.- (Saliendo. Viste de luto.)¡Hola! Pero, Luis, ¿tú aquí?

LUIS.- Sí, hace un momento. Me habían dicho que estabas aviándote para salir y no he querido que te avisaran para no precipitar tu toilette.

CARITA.- Muy mal hecho, ¿verdad, tío?

DON VALERIANO.- (Sonriendo forzadamente.)Claro que sí..., ¡je, je, je!

CARITA.-¡Y usted también, Hidalgo!

HIDALGO.- ¡Carita! (La saluda.)

CARITA.- Ya era hora. Yo decía, ¿qué le pasará que no viene por esta casa?

HIDALGO.-El miedo... El miedo a importunarles.

DON VALERIANO.- Y que creo que este (Por LUIS.)le había citado para las siete, y eso de las siete le asusta. ¡Como no es madrugador!

LUIS.- Y tú, qué, ¿estás ya más tranquila Carita?

CARITA.- Sí, ahora ya estoy tranquila. ¡Pero, ay, Luis, qué días he pasado!

DOÑA TOMASA.-¡Todos los hemos pasado, todos, hija mía!

CARITA.- Pero, en fin, ahora ya, descontada la desgracia de aquel pobre señor, que en paz descanse, ya nos sonríe la felicidad, ¿verdad, Luis?

LUIS.- Todo, todo nos sonríe, Carita.

DON SEGUNDO.- (Aparte, a DON VALERIANO.)Valeriano, que nos sonríe todo, no te quedes tan serio.

DON VALERIANO.- (Forzadamente.) ¡Que sí, que sí...! ¡Je, je, je!

CARITA.- Y hoy, he de confesaros que desde hace algún tiempo es el día que estoy más contenta.

DON SEGUNDO.- ¿Pues?

CARITA.- Sí, porque he cumplido un deber piadoso que me ha quitado así como un peso de encima.

DOÑA TOMASA.- ¿Un deber piadoso, hija mía?

CARITA.- Sí, mamá, verás. Efecto tal vez de las impresiones recibidas por los acontecimientos pasados, me quedó un poco de inquietud, de intranquilidad de conciencia. Y quizá por esto la sombra de aquel pobre señor, que en gloria esté, seguía mis pasos, la veía en todas partes.

DOÑA TOMASA.- ¡Pero hija!

DON SEGUNDO.- (Aparte.)¿Está cerrado el balcón, Valeriano?

CARITA.- Y si yo hubiese creído que los muertos se aparecen, estoy segura que su espectro se me hubiera aparecido.

DOÑA TOMASA.- ¡Qué horror, hija! ¡Calla, por Dios!

CARITA.- ¿Y sabéis lo que he hecho?

DOÑA TOMASA.- ¿Qué has hecho?

CARITA.- Pues he enviado su esquela de defunción al ABC.

TODOS.- (Aterrados, al mismo tiempo.) ¿Eeeeeh?

CARITA.- Invitando, como viuda, a unas misas en sufragio de su alma, que quiero que se celebren el lunes en la parroquia de San Lorenzo.

DOÑA TOMASA.- Pero, hija, ¿qué has hecho?

CARITA.- ¿Pero os parece mal?

DON SEGUNDO.- No es que nos parezca mal, pero figúrate tú que lo ve...

CARITA.- ¿Que lo ve quién?

DON SEGUNDO.- Que lo ve la gente que no se había enterado. ¡Qué necesidad tenemos...!

LUIS.- Y luego, que habrás tenido que poner su inconsolable viuda, y me pones en ridículo.

DON SEGUNDO.- Nada, hija, no hay más remedio que ir al periódico a que retiren eso.

DON VALERIANO.- (Aparte, a DON SEGUNDO.) Hay que romperle esa esquela.

CARITA.- Pero yo quería hacer algo por su alma.

DON VALERIANO.- Hay que rompérsela.

CARITA.- ¿Qué?

DON VALERIANO.- No, nada, le decía aquí, al tío Segundo.

CARITA.- Bueno, lo que ustedes quieran; pero algo he de hacer, porque yo necesito alejar de mi imaginación el recuerdo fatídico de ese hombre, y esta noche pasada he tenido un sueño horrible. ¡He soñado con él!

DON VALERIANO.- ¡Y qué tiene que ver eso! ¡También he soñado yo con la Pastora Imperio, y mira cómo no me asusto!...

TODOS.- (Al mismo tiempo.)¡Claro! (Ríen.)

CARITA.- ¡Sí, pero es que mi sueño ha sido espantoso! He soñado que había salido de su tumba para venir a increparme porque me casaba con Luis.

DON VALERIANO.- ¡Por Dios, Carita..., qué puerilidades!

DOÑA TOMASA.- Bueno, hija; anda, anda, márchate, que si vas tarde, las de Botella te ponen de vuelta y media...

DON VALERIANO.-Y ya sabes lo que son las de Botella cuando se destapan... Anda hija, anda.

DOÑA TOMASA.- Y si te insisten para que las acompañes a El Escorial unos días, avisas por teléfono a la tienda y te enviaremos la maleta.

CARITA.- Bueno, mamá.

DON VALERIANO.- (Llamando por la segunda izquierda.)Genoveva, (Sale GENOVEVA.)acompaña a la señorita.

LUIS.- Y yo también iré con ella.

CARITA.- Pues adiós, mamá. (La besa.)Hasta luego. (Se despide de todos. Vase con GENOVEVA por la primera derecha.)

LUIS.- (Aparte, a HIDALGO.)Y ya lo sabes, Hidalgo. Aquí de tu ingenio. Piensa lo que quieras, pero hoy mismo; porque si hoy no resuelves esto, ¡tu familia de luto riguroso! (Vase por la primera derecha.)

HIDALGO.- ¡Nada, que está obsesionado! Y este bárbaro, en un rapto de locura, es capaz de matarme... ¿Qué haría yo?...

Escena VI

DOÑA TOMASA, DON VALERIANO, DON SEGUNDO e HIDALGO.

DOÑA TOMASA.- ¡Dios mío, esto no es vida!... A ver si ahora al salir, se lo encuentra. Mira a ver, Segundo.

(DON SEGUNDO mira por el balcón.)

HIDALGO.- (A DON VALERIANO.) ¿De modo que Bermejo anda por ahí?

DON VALERIANO.- Esperando para subir. Ha solicitado una entrevista.

HIDALGO.-¡Canalla!... ¡Si yo me atreviera!...

DON SEGUNDO.- A él no se le ve. Carita sale ahora a la calle.

DOÑA TOMASA.- ¡Pobre hija de mi alma, empeñada en decirle una misa!... Si ella supiera...

DON VALERIANO.- Peor fue lo de ayer, que quería encargarle una lápida, y la tuve que sacar a puñados de casa del marmolista.

DON SEGUNDO.-Adiós, hijita, adiós. (Se despide. Entorna el balcón.)Ya dobló la esquina.

HIDALGO.-¿Y ustedes no saben lo que ese hombre pretende?

DON VALERIANO.-¡Qué hemos de saber!... Yo no he tenido con él más relación que una carta que me escribió el mismo día de su salida del hospital, en la que me relataba su desastroso estado financiero y me suplicaba un auxilio. Me pareció peligroso negárselo, y le abrí un crédito en un restaurante económico, le envié un traje usado que me pedía. Y no he sabido más hasta hoy.

(Suena el timbre de la puerta intermitente y débilmente.)

DON SEGUNDO.- ¿Habéis oído?

DOÑA TOMASA.- ¿Será él?

(Suena otra vez.)

HIDALGO.- La manera débil e intermitente de llamar es propia de un anémico, o, por lo menos, de un neurótico. Debe ser él.

DON SEGUNDO.- Callaos. Yo veré por la mirilla. (Vase por la primera derecha.)

DOÑA TOMASA.- Estaría oculto, y al ver salir a Carita ha subido.

DON SEGUNDO.- (Entrando.) Es uno alto, pálido, de negro, muy flaco, que anda doblándose. El que hemos visto ahí enfrente.

(Vuelve a sonar el timbre del mismo modo.)

DON VALERIANO.-Es él. Ábrele.

(Sale DON SEGUNDO.)

DOÑA TOMASA.- ¡Ese hombre aquí! ¡Dame fuerzas, Dios mío!

HIDALGO.- Y a mí también. (Como el que se dispone a boxear.)

DON VALERIANO.- Calma, Hidalgo. Oigámosle antes de nada.

(Se oye ladrar y aullar al perro.)

DOÑA TOMASA.- Caruso le aúlla. Le ha conocido.

DON SEGUNDO.- (Entrando.) Aquí está. (A alguien que queda fuera.)Pase usted.

Escena VII

Dichos y BERMEJO. Este BERMEJO es un convaleciente, pálido, ojeroso, fino, amabilísimo, que habla, que anda y acciona como un hombre sin energía, sin alientos para nada. Viste un traje negro. En conjunto, es un derrotado.

BERMEJO.- ¡Señora!... ¡Señores!... (Se queda en la puerta, hace una profunda reverencia, y queda con la cabeza baja.) ¿Dan ustedes su aquiescencia?

DON VALERIANO.- Adelante.

BERMEJO.- ¡Ah señora...! (Da un traspiés, vacila y se sostiene en una silla.)¡Ah señores...! Se puede pasar...

DON VALERIANO.- Ya hemos dicho que adelante.

BERMEJO.- Gracias; no es eso. Se puede pasar en la vida por trances amargos..., por trances crueles; pero como este mío, no, ¡no es posible! (Pausa.) Señores, yo he creído que me moría.

DON VALERIANO.- Y nosotros.

BERMEJO.- Yo he creído que me moría al subir por esa escalera. A mí me faltan las fuerzas... Las palabras expiran en mi garganta. Yo estoy muerto.

DON VALERIANO.- ¡Quia!

BERMEJO.- (Mirando a DON VALERIANO.) Muerto de vergüenza... (Gesto de duda de DON VALERIANO.)de indignación contra mí mismo, y me explico que en esta casa todo me sea hostil. Pero ustedes comprenderán muy en breve que esa hostilidad carece de fundamento; porque yo solo vengo aquí, dolorida el alma, a caer de rodillas a sus pies, y a decirle con lágrimas en los ojos... ¡Perdóneme usted, señora, perdóneme usted que no me haya muerto! (Le besa la mano de rodillas.)

DOÑA TOMASA.-¡Por Dios, caballero!...

BERMEJO.- Perdóneme usted; pero es que materialmente no me ha sido posible... ¡Ni con dieciocho médicos, señora, ya ve usted! Todo ha sido inútil. No, no he sabido morirme.

DON VALERIANO.- (Aparte.) Los hay torpes.

BERMEJO.- Con la alegría que yo hubiera tenido con tal de complacer a ustedes. Pues nada... Y es que cuando las cosas se ponen mal...

DOÑA TOMASA.- Por Dios, caballero, no necesita usted disculparse... Pero yo no sé qué decirle. Comprenderá usted el estado de mi ánimo...

BERMEJO.- Todo, lo comprendo todo, bella señora. Y usted no sabe los esfuerzos que yo he hecho para no producirles a ustedes esta aflicción en que los veo sumidos... ¡Ah noble señora! ¡Ah inesperados y cordiales tíos!... ¡Ah señor Hidalgo!... Ustedes no saben, no calculan, no penetran la tortura que me corroe... ¡Ah, sí, sí!... (Cae en una silla medio desvanecido.)

DON SEGUNDO.- ¿Qué le pasa a usted?

(Entra GENOVEVA de la calle, le mira atónita y vase por la segunda izquierda.)

BERMEJO.- No, nada, nada; un pequeño desvanecimiento o mareo, vulgo lipotimia. ¿Se me podría suministrar un modesto y reconfortante caldo?

DOÑA TOMASA.- Sí, señor, con mucho gusto. Que le den un caldo, Segundo.

(DON SEGUNDO va a dar el recado y sale de nuevo.)

BERMEJO.- Gracias, digna y bella dama.

DOÑA TOMASA.- Pero tome usted asiento.

BERMEJO.- No, no, señora... Yo no soy digno de tomar nada en esta acogedora mansión.

DOÑA TOMASA.- ¡Por Dios...!

BERMEJO.- ¡Ah, y no encontrar un fin! ¡Un fin a esta miserable vida, yo, señores, yo, que en mi afán de desaparecer de este mundo hago cosas horribles! Figúrense ustedes que atravieso todas las tardes la Puerta del Sol de siete a ocho, y yo no sé qué hacen esos automóviles que ni me tropiezan. Yo me coloco intencionadamente ante los tranvías. Me tocan el timbre, y como si me tocaran el Conde de Luxemburgo. Pues nada: llegan, me empujan con más delicadeza que me empujaría un Guardia de orden público, me apartan solícitos y pasan rápidos. Ayer, sin ir más lejos, ya resuelto a terminar de una vez, me fui de cabeza contra un seis; pues me tiró al suelo, me rozó el estribo y me hizo un siete; me recogió un ocho y el cobrador me convidó a un quince para que no diera parte. ¿No es esto una desgracia?

DON VALERIANO.- Una verdadera desgracia.

GENOVEVA.- (Entra por la segunda izquierda con el servicio. Al acercarse a BERMEJO le mira temerosa.)El caldo.

BERMEJO.- Gracias, estupefacta y amable doncella, muchas gracias. (A DOÑA TOMASA.) ¿Se me podría suministrar una fútil y exigua copa de jerez, marca indistinta?

DOÑA TOMASA.- (A GENOVEVA.)Una copa de jerez al señor. (Vase GENOVEVA a servirla.) ¡Pero, por Dios, tome usted asiento!

BERMEJO.-No, no, de ninguna manera; yo no soy digno de tomar nada en esta caritativa y honorable casa. (Bebe un poco de caldo.) ¡Jesús, qué caldo! Esto resucita a un muerto.

DON VALERIANO.- (Indignado.)¡Quitarle la taza, hombre!

BERMEJO.- ¡Ah, unas personas tan buenas, tan dignas, tan entrañables!... ¡Ah, ustedes no saben lo que yo hubiese dado por evitarles el conflicto de mi resurrección!

(GENOVEVA saca el jerez y sirve una copa.)

DON SEGUNDO.- Señor Bermejo, no se moleste más; nosotros aceptamos de buen grado sus disculpas. No ha podido usted realizar su propósito. ¡Qué se le va a hacer, paciencia!

DON VALERIANO.-¡Paciencia!... Pero perdone que le digamos que, en cierto modo, lo que ha hecho usted ha sido una informalidad.

BERMEJO.- ¡Una informalidad!

HIDALGO.-¡Una informalidad, sí, señor! ¿Se pone uno en trance de muerte? Pues hay que morirse. Esto es lo serio.

BERMEJO.- ¡Pero, por Dios, señores, son ustedes injustos conmigo!... ¿He podido yo hacer más para fallecer que tomarme todas las medicinas que me han dado?... A mí se me han inyectado cuarenta y seis clases de vacuna. Tengo vacunada hasta la camiseta. A mí se me han administrado veinticuatro sueros; se me han administrado diecisiete caldos microbianos; a mí se me han administrado hasta los últimos sacramentos... Y yo, tomándomelo todo. ¿He podido hacer más? ¡Ah, pero no les importe a ustedes, no! A eso vengo, precisamente.

DON VALERIANO.-¿Cómo que a eso viene usted?

BERMEJO.- (Con gran exaltación.) A eso vengo: a decir a ustedes que contra esta fatalidad de no poderme eliminar, está mi resolución inquebrantable de desaparecer y desapareceré.

DOÑA TOMASA.- ¡Por Dios, caballero, eso no; de ningún modo!

BERMEJO.- ¿Cómo que no?... ¿Pero cree usted que puedo yo tolerar la desdicha que ocasiono?... ¿A una joven bellísima sumirla en la desesperación? ¿A un joven que es su novio, su pasión, sumirlo en la tragedia?... ¡Ah, no, no, no!... (Se sirve otra copa.) Esto acabará, y acabará muy pronto...

DON SEGUNDO.- ¿Pero qué intenta usted?

BERMEJO.- ¿Que qué intento?... Pues sépanlo de una vez. He venido a esta casa a despedirme de ustedes, y luego a... (Se tienta ansiosamente los bolsillos, como buscando algo, y, al fin, saca una pistola.)

TODOS.- (Le sujetan.) ¡No, no...!

DOÑA TOMASA.- ¡No, por Dios; no, por Dios, caballero!

DON VALERIANO.- ¡Aquí, no! ¡De ninguna manera! ¡Aquí, no!

BERMEJO.- ¡Sí, sí, aquí; debo morir aquí!

DON VALERIANO.- Aquí, no, caramba. Y ruego a usted, señor Bermejo, que nos evite un espectáculo que... ¡Aquí, no!

BERMEJO.- ¡Sí, sí..., dejadme!

DON SEGUNDO.- ¡Que eso no es cristiano, porra!

DOÑA TOMASA.- (Se arrodilla suplicante.)¡Se lo pido a usted de rodillas, señor Bermejo!

BERMEJO.- ¡Por usted lo hago, señora! No quiero que brote de sus plácidos ojos una sola lágrima por culpa mía. Pero le ruego, que usted y ustedes, me dejen solo unos instantes con mi querido tío Valeriano.

DON VALERIANO.- (Muy escamado.)¿Solo conmigo?...

BERMEJO.- Con usted. He de hacerle ciertas confidencias precisas. El tiempo apremia. Que nos dejen. (Pasea preocupado.)

DON VALERIANO.- (Aparte.)Caray, si querrá un compañero de viaje. (Alto.)Bueno, dejadnos solos.

DON SEGUNDO.- Por Dios, que no se mate aquí.

DON VALERIANO.- Lo procuraré; pero de todos modos, si oís un tiro, no alarmaros; si oís dos, sí. Salid, os lo ruego.

(Vanse DOÑA TOMASA, DON SEGUNDO e HIDALGO por la primera izquierda.)

Escena VIII

DON VALERIANO y BERMEJO.

DON VALERIANO.- Bueno, amigo Bermejo; ya estamos solos.

BERMEJO.-¿Pero por qué no me llama usted Lázaro, que es más familiar?

DON VALERIANO.- No, perdone usted; les tengo cierta animadversión a los Lázaros.

BERMEJO.-Como usted guste.

DON VALERIANO.-Siéntese. Y antes de hacerme las confidencias que sean de su agrado, me va usted a permitir que yo le dirija unas breves indicaciones. (Aparte.)Yo me preparo por si acaso...

BERMEJO.- Escucho conmovido.

DON VALERIANO.- Si por una decisión irrevocable pretendiese usted realizar alguno de esos siniestros designios que antes ha manifestado, y que yo sería el primero en lamentar, suplico a usted que no los ponga en práctica dentro de esta casa, de ninguna manera. En el caso de que usted, yo, alguien, queramos suicidarnos en uso de un libérrimo derecho, ahí tenemos el Retiro, la Moncloa, lugares de una amenidad y una belleza que envuelven el suicidio en un ambiente de poesía que conmueve. Una sutil detonación, una leve espiral de humo que se pierde en el aire azul, una postura trágica sobre el verde césped, el guarda que aparece atónito... y, sobre todo esto, la muerte batiendo sus alas augustas en la tarde radiante. Y al fin, como único rastro, el amable juez, el humilde depósito, la piadosa gacetilla. Usted, que es poeta piense en todo esto. Espronceda no lo hubiese desdeñado. (Aparte.) Se lo he pintado que ni Sorolla.

BERMEJO.- ¡Ah don Valeriano, qué elegante descripción!

DON VALERIANO.- Y, en otro caso, ahí tenemos también el Canalillo. No echemos el Canalillo en saco roto. Una cinta de plata, álamos en las orillas...

BERMEJO.- Sí, don Valeriano, sí; yo agradezco a usted mucho sus cariñosas indicaciones. Pero en este caso son, por desgracia, perfectamente inútiles.

DON VALERIANO.- ¿Pues...?

BERMEJO.-Porque yo, fatalmente -y esto era lo que quería decirle cuando he suplicado que nos dejasen solos-; yo, fatalmente, precisamente, tengo que matarme esta tarde y en esta misma casa.

DON VALERIANO.- (Con indignación.) ¡Y dale!... ¡Pero señor mío, esa insistencia...!

BERMEJO.-No, don Valeriano; si no es una obstinación morbosa, un capricho fementido, no. Oiga la terrible verdad y lo comprenderá todo.

DON VALERIANO.- ¿Pero hay algo más?

BERMEJO.- Lo que ha ocurrido hasta hoy en esta casa con motivo de mi boda es un juguete cómico comparado con lo que va a pasar esta tarde.

DON VALERIANO.-¡Repeine!; ¿pero qué está usted diciendo?

BERMEJO.- Sí, don Valeriano, sí... Ustedes, guiados del noble propósito de quedarse con los tres millones del padrino de mi mujer en cuanto yo finiquitara, vinieron al borde de mi lecho doliente y me casaron... ¡Me casaron!, ignorando que yo tenía relaciones con una mujer. Y la llamo mujer, porque algo hay que llamarla.

DON VALERIANO.- ¡Santo Dios!

BERMEJO.- Y que tengo con ella cuatro hijos.

DON VALERIANO.- ¡Madre mía!

BERMEJO.-Y el compromiso formal de legitimar nuestra descendencia.

DON VALERIANO.- ¡Virgen Santa!

BERMEJO.- Y si esa mujer fuera una mujer prudente, pues no la hacíamos caso y en paz. Pero es una hiena... Es una mujer...

DON VALERIANO.- ¿De armas tomar?

BERMEJO.- De armas tomar... y utilizar..., que es lo peor. Se trata de una histérica, de una loca, de una impulsiva, que, enterada de mi matrimonio -que cree una traición mía-, ha jurado venir a esta casa y no dejar títere con cabeza. Y usted perdone lo de títere. Ha jurado que me mata a mí, que mata a mi mujer, a mi suegra, a mis tíos...

DON VALERIANO.-¡Canastos!... ¿Y cree usted en serio que será capaz de realizar su amenaza?

BERMEJO.- ¿Cómo capaz?... Anoche se ha comprado una navaja de lengua de vaca de este porte, y esa harpía viene hoy a esta casa y saca la lengua, y lo que a las cuatro es una agradable familia, a las cuatro y diez será un informe picadillo de almóndigas.

DON VALERIANO.- ¡Dios mío!

BERMEJO.- Además, tiene un hermanito, Pepe el Yesca; le llaman el Yesca por lo de prisa que hace fuego.

DON VALERIANO.- ¡Caray!

BERMEJO.-Que si viene a acompañarla, yo les aconsejo a ustedes que quiten los gabanes del perchero.

DON VALERIANO.- ¡Ay Dios mío, qué complicación! Pero diga usted, amigo Bermejo: ¿no habría medio de evitar que esa..., esa señora desistiera de sus criminales propósitos?

BERMEJO.-Uno. No hay más que un medio que lo resolvería todo pacíficamente; pero yo no dispongo de recursos para ponerlo en práctica.

DON VALERIANO.-¿Y qué medio es ese?

BERMEJO.- Yo no sé si será delicado...

DON VALERIANO.-Sí, hombre...; que no le hagan a uno picadillo, ¿pues no ha de ser delicado?...; diga, diga.

BERMEJO.-Yo creo que con catorce mil pesetas se solucionaría todo pacíficamente.

DON VALERIANO.- ¡Catorce mil pesetas! (Cae sentado, como el que ha recibido un golpe en la sien. Se pasa la mano por la frente.) ¡Mi madre!

BERMEJO.- ¿Qué le pasa a usted?

DON VALERIANO.- No, nada; un pequeño desvanecimiento o mareo, vulgo lipotimia.

BERMEJO.-Con seis mil pesetas podríamos mandar a la Hipólita a Buenos Aires, que es su ideal viajero, y con las ocho mil restantes podría yo dejar a salvo la vida de mi anciana y respetable madre, poniéndola un modo de vivir. ¿Comprende usted?

DON VALERIANO.- Sí; un modo de vivir sin hacer nada, ya comprendo.

BERMEJO.-Yo, resuelto esto, ya sabré lo que hacer... en la Moncloa. (Con abatimiento.) Pronto, muy pronto, recogerán ustedes los tres millones.

DON VALERIANO.- (Echando cuentas.) De modo que seis para Hipólita, ocho para su anciana y respetable madre... En fin, señor Bermejo, usted me permitirá un momento. Tengo que consultar a la familia el nuevo aspecto de este asunto, al que yo llamaría...

BERMEJO.- Económico.

DON VALERIANO.- No, perdone usted; para mí no es económico un asunto que me puede costar catorce mil pesetas. Tenga la bondad un instante. (Haciendo mutis.) Nada, que no tenemos más que dos dilemas, que decía mi suegra: o una puñalada o un sablazo. (Vase primera izquierda.)

Escena IX

BERMEJO e HIDALGO.

BERMEJO.- ¡Dios mío, si me resuelven lo de las catorce mil pesetas, me ponen en mi domicilio! (Mirando la segunda izquierda.) ¡El comedor! ¡Qué confortable!... Un balcón... (Lo abre y se asoma.) Es piso primero. Si anduviese por ahí la Hipólita, la hablaría. Temo que venga, introduzca una extremidad y me deteriore la negociación. Y sería lástima. ¡Una familia tan maleable!... (Queda asomado.)

HIDALGO.- (Sale primera izquierda. Aparte.) ¡Solo!... Yo me atrevo. Claro que esto de invitar a un hombre a que se rompa la crisma no es ninguna fruslería; pero si este señor no se mata, Luis me revienta... Y entre Bermejo y yo... (Pausa.)¡Ah, ya sé lo que he de decirle! ¡Pecho al agua! (Alto.) Amigo Bermejo.

BERMEJO.- ¿Quién?

HIDALGO.- Gente de paz.

BERMEJO.- ¡Caramba; usted, mi cordial y solícito enfermero!... ¿Qué desea usted de mí, mi cariñoso amigo?

HIDALGO.- Pues nada, que quería pedirle a usted un favor, un gran favor.

BERMEJO.-Concedido.

HIDALGO.- Es que se trata de algo muy grave.

BERMEJO.- Para mí no hay nada grave.

HIDALGO.-Ya lo sé, ya. Sin embargo, esto...

BERMEJO.- Diga usted, diga usted lo que sea.

HIDALGO.- Amigo Bermejo: usted comprenderá mi situación con esta familia. Yo los metí en el lance en que se encuentran creyendo que usted iba a morirse formalmente. Le casaron a usted con Carita..., el conflicto se ha hecho irreparable..., y ahora Luis me exige a mí que solucione el asunto... ¡matándole a usted en duelo!

BERMEJO.- (Aterrado.) ¡Caray!

HIDALGO.- Pero esto sería para mí muy doloroso.

BERMEJO.- Y para mí, muchísimo más. ¿Pero quiere usted callarse? ¿Para qué un duelo?... Nada de duelos, nada de bárbaras agresiones... A usted le hace falta, digámoslo claramente, a usted le hace falta mi vida..., ¿no es esto?

HIDALGO.- Hombre...

BERMEJO.- ¿Pues para qué somos amigos?... Antes de la noche será usted complacido. Yo soy así con mis amistades.

HIDALGO.-Hombre, mi gratitud...

BERMEJO.- No vale la pena. Hoy hago yo esta insignificancia por usted. ¡Quién sabe, en el correr de los años, lo que podrá usted hacer por mí!...

HIDALGO.- ¿En el correr de los años?...

BERMEJO.- En el correr de los años de ultratumba.

HIDALGO.- ¿Y va usted a realizar en esta casa...? (Acción de pegarse un tiro.)

BERMEJO.- No. El tío Valeriano y yo hemos buscado un sitio precioso: la Moncloa.

HIDALGO.- ¿No hay muchos guardas?

BERMEJO.- Sí; pero yo sé un lugar tan solitario, tan escondido... para... (Acción de pegarse un tiro.) ¡Una delicia!

HIDALGO.- ¡Caramba, es usted admirable! Me conmueve la serenidad con que habla usted de... (Repite el ademán.)

BERMEJO.- ¡Oh!, es que... ¡Odio la vida, sí; la odio!... ¡Caramba, con permiso voy a cerrar el balcón, que estamos en una corriente!... (Cierra el balcón.)

HIDALGO.- Señor Bermejo. Yo no sé cómo pagar...

BERMEJO.- Nada, nada...; mañana viene usted a ni tumba, deposita usted allí un ave...

HIDALGO.-¿Para qué?

BERMEJO.- ¡Un avemaría y una siempreviva, y en paz!

HIDALGO.- ¿Siempreviva?

BERMEJO.- ¡Viva!... (Aparte.)Este tío invita a pegarse un tiro como el que invita a la casa de Camorra. (Alto.)Adiós, joven. ¡Siempre viva!

HIDALGO.- Adiós, señor Bermejo.

(Vase BERMEJO segunda izquierda.)

¡Caramba, qué persona tan complaciente! Eso son ganas de servir a un amigo. Corro a avisar a Luis, a tranquilizarle. Quizá cuando volvamos ya esté todo resuelto. (Vase primera derecha.)

Escena X

DON VALERIANO, DON SEGUNDO y GENOVEVA.

DON VALERIANO.- (Saliendo por la primera izquierda, al no ver a BERMEJO se dirige a la segunda.) ¡Ah, está en el comedor! (A DON SEGUNDO, que ha salido detrás de él.)De modo que ya lo has oído: ese hombre exige indirectamente catorce mil pesetas, Segundo.

DON SEGUNDO.- ¡Qué horrible complicación!... ¿Pero de dónde vamos a sacarlas?...

DON VALERIANO.- Porque si no, ahora mismo tienes ahí a la Hipólita con la lengua de vaca... A su hermanito con algo parecido... ¡El peligro, el escándalo!...

DON SEGUNDO.- Y que además nada se resuelve, porque das el dinero y la chica sigue casada, y este hombre en condiciones de hacer efectivo el matrimonio cuando quiera.

DON VALERIANO.- ¡Es para morir de angustias!... ¡Es para cometer un crimen!...

DON SEGUNDO.- ¡Calla, por Dios!... ¡Y un sablazo sobre tanta desdicha!

(Llaman con timbrazos breves, pero muy seguidos.)

DON VALERIANO.- Llaman.

DON SEGUNDO.- Y con qué insistencia.

DON VALERIANO.- A lo mejor es la Hipólita, de seguro.

DON SEGUNDO.- ¿La de la lengua?

(Timbre.)

DON VALERIANO.- La misma.

DON SEGUNDO.- ¡Y qué de prisa!

DON VALERIANO.- Debe venir con la lengua fuera.

(GENOVEVA pasa de segunda izquierda a primera derecha.)

DON SEGUNDO.- ¿Y qué vas a hacer?

DON VALERIANO.- Recibirla. Jugarme la vida, si es preciso. De perdidos, al río. ¡Todo menos soltar una peseta! Puñaladas, bueno; sablazos, no. Déjame solo.

(Vase DON SEGUNDO primera izquierda.)

GENOVEVA.- (Por la primera derecha.) Una señora.

DON VALERIANO.- (Heroicamente.)Que pase.

GENOVEVA.- Me ha dado su tarjeta.

DON VALERIANO.- Venga. (La toma. GENOVEVA sale primera derecha.)¡Ánimo, Valeriano! Con esta gentuza, el que se achica, se pierde. (Lee la tarjeta.)«Hipólita Beloqui...». Está bien.

Escena XI

DON VALERIANO e HIPÓLITA; luego, dos NIÑOS y dos NIÑAS; después, MATEA.

HIPÓLITA.- (Es una mujer del pueblo de Madrid, de aspecto agradable. De treinta y cinco a cuarenta años. Lleva mantón.)¿Da usted su permiso?

DON VALERIANO.-Adelante.

HIPÓLITA.- Caballero, usted dispense que me haiga tomao la libertad de permitirme de que le pasasen mi tarjeta.

DON VALERIANO.- Sí; ya la he leído. Hipólita Beloqui.

HIPÓLITA.-Servidora de usté. Bueno; pero usté me dispense, que es que me s'ha olvidao poner debajo «y familia», porque no vengo sola.

DON VALERIANO.- Lo mismo da.

HIPÓLITA.- (Dirigiéndose a alguien que está fuera.)¡Ángeles, adentro!

DON VALERIANO.- (Aparte.)Viene con alguna parienta.

HIPÓLITA.- Pasar, ricos.

(Entran dos NIÑOS y dos NIÑAS cogidos de la mano. Visten bastante derrotados. Una de las niñas lleva un liito de ropa. Uno de los chicos, que va de marinero, lleva un pequeño botijo.)

DON VALERIANO.- ¡Caray!... ¡Deben ser los cuatro Bermejitos!

HIPÓLITA.- Pase usted también, señá Matea. Ande usté, que no se la van a comer.

(Entra una anciana.)

SEÑÁ MATEA.- (Entrando.)¡Hija, si yo no digo que se me coma nadie!... Servidora...

HIPÓLITA.- Fíjese usté. Cuatro calcos del padre.

DON VALERIANO.- Son monos. ¿Y esa anciana?

HIPÓLITA.-La mamá del moribundo.

SEÑÁ MATEA.-Servidora.

HIPÓLITA.- Con permiso de usté, se podían sentar en este sofá, si usté nos hiciera ese favor.

DON VALERIANO.- Si caben, sí, señora.

HIPÓLITA.- Tantísimas gracias. Señá Matea, usté donde le cumpla. Y una servidora, con permiso. (Se sienta delante de él, junto a la mesa del despacho.)

DON VALERIANO.- Usted es muy dueña.

HIPÓLITA.- Bueno, caballero, haga usté el obsequio de decirle a ese indigno convaleciente que dé la carita; porque sé que está en esta casa. Lo he visto subir.

DON VALERIANO.-Le advierto a usted que el señor Bermejo, si es a él a quien usted se refiere, no está en esta casa.

HIPÓLITA.- ¡Ah! ¿No está?... Bueno, pues entonces, si no está, haga usté el favor de decirle que salga de todas las maneras.

DON VALERIANO.-¿Pero cómo se lo voy a decir, si no está?

HIPÓLITA.- Pues dándole el recao. Porque hasta que una servidora le eche la vista encima, no me meneo de aquí. Precisamente me coge sin na que hacer... Los niños se han traído el botijito, y ellos, en teniendo agua, tan ricamente. Conque hasta pasao mañana no nos urge. Señá Matea, entreténgase usté en algo.

SEÑÁ MATEA.- Bueno. (Se pone a hacer media.)

HIPÓLITA.-Jugar a lo que queráis, niños.

(Las NIÑAS se sientan en el suelo y juegan a las tabas. Los NIÑOS se ponen a jugar al paso.)

DON VALERIANO.- ¡Caramba!... ¡Chis!... Eh, niños, si os fuese lo mismo jugar a la lotería, que no levanta polvo, mañana se sortea. ¡Me gusta la libertad! Bueno, señora, usted se hará cargo...

HIPÓLITA.-Usté dispense que no me haga nada, caballero. Yo he venido aquí con una educación que ni en las Ursulinas. Pero ya me s'ha acabao la pacencia. Porque lo que me ha hecho a mí ese moribundo, ¡amos que es pa matarlo! ¡Mia que decirme que le han casao sin darse cuenta en artículo muertis! ¡Pa su abuelita!

DON VALERIANO.- Señora, verdaderamente, algo de lo que ha dicho...

HIPÓLITA.-Y me quie dejar abandoná con esa pléyade, que dice él, como es poeta, ¿sabe usté? Pero vamos, que yo le llamo reata. ¡Y a una servidora, no!...

SEÑÁ MATEA.- (Suspirando.) ¡Qué cosas!

DON VALERIANO.- (Al NIÑO de marinero, que ha cogido un bastón y está dando estacazos al sofá.) Marinero, marinero, deja el palo...; haz el favor.

HIPÓLITA.- ¡Con lo que he hecho yo por ese hombre, madre mía!... Porque ¿usté sabe la historia? Cuando nos conocimos me se declaró en poeta y me dijo que pa él había empezao la égloga y que nuestros amores eran un poema bucólico. Yo no sé si lo diría porque mi padre tenía un merendero. Total, que con aquello de los amoríos se hizo parroquiano y se nos comió hasta la empalizada.

DON VALERIANO.- ¡Esos poetas!... ¡Tienen una fuerza de asimilación!...

HIPÓLITA.- Bueno, ¿pues qué dirá usté que le tengo que agradecer en catorce años de relaciones?

DON VALERIANO.- ¡Qué sé yo!

HIPÓLITA.- Pues dos sonetos y eso que ve usté aquí.

DON VALERIANO.- Que son cuatro ovillejos.

HIPÓLITA.- Y que de vez en cuando diga que soy una mujer nefasta, que no sé lo que es.

DON VALERIANO.-No es ningún piropo; pero vamos...

HIPÓLITA.- En fin, sea lo que sea. Conque, volviendo a lo nuestro, haga usté el favor de decirle a ese distinguido agonizante que se dé a luz.

DON VALERIANO.- Pero, señora, ¿cómo quiere usté que le diga que no está en esta casa?

HIPÓLITA.- (Dando un golpe en la mesa.) ¡Está!

DON VALERIANO.- ¡No está!

HIPÓLITA.- (Levantándose.) Está bien. Bueno, pues no canso más. Yo le encontraré. Pero si viniese antes que vuelva una servidora, le dice usté que mi ojetivo es el siguiente: Que ya se hará cargo que estando él casao con una mujer rica, pues no voy a mantenerle yo a la pléyade, y que si mañana, antes de las nueve, no me mandan siete u ocho mil pesetas pa que yo me vaya a Buenos Aires y no me acuerde más del santo de su nombre, que a las nueve y cuarto estoy aquí con mi hermano y vamos a armar una tremolina que se le van a poner los pelos de punta a un queso de bola. No le digo a usté más. Hasta mañana. Que usté siga como es debido. (Indica el mutis.)

DON VALERIANO.- ¡Chis!... Señora...

HIPÓLITA.- ¿Qué pasa?

DON VALERIANO.-Que se le olvidan a usted los niños.

HIPÓLITA.- No, quia; es que esos se quedan aquí.

DON VALERIANO.- ¿Cómo aquí?

HIPÓLITA.- Pa siempre. Con naa los tienen ustés mantenidos, y si salen listos, Dios sabe de lo que les puen a ustés servir.

DON VALERIANO.- Señora, tenga usted la bondad de recoger ese manojo de espárragos y llevárselos.

HIPÓLITA.-¡Quia, hombre; pa su papá! Los niños son de él, pues pa él. Su madre es suya, pa él... Y muchísimos recuerdos, que yo le doy a usté pa él. Servidora. (Vase puerta primera derecha.)

DON VALERIANO.-Pero, señora, la anciana... Siquiera llévese usted la anciana...

HIPÓLITA.- Tampoco. No metiéndose con ella, no hace nada. (Mutis.)

SEÑÁ MATEA.-¡Qué cosas! (Sigue haciendo media.)

DON VALERIANO.- Bueno. ¿Y qué hago yo con la pléyade?

(Los NIÑOS, que hasta este momento estarán sentados en el suelo en el centro de la escena jugando a la taba, se levantan y vuelven a sentarse en el sofá.)

Escena XII

Dichos, DON SEGUNDO y DOÑA TOMASA, por la primera izquierda.

DON SEGUNDO.- (Saliendo y mirando a los NIÑOS.)¿Pero qué es esto?

DOÑA TOMASA.-¿Pero esos niños...?

DON VALERIANO.-No creáis que es que he puesto un colegio, ¿eh?... Es la progenie de Bermejo.

DON SEGUNDO.- ¿Y esa anciana?

DON VALERIANO.- Descabalada, pero hacendosa. Es su mamá.

DOÑA TOMASA.-¿Y ese marinerito?

DON VALERIANO.-El encargado del agua.

DON SEGUNDO.-Ya le veo el botijo.

DOÑA TOMASA.- ¿De modo que esa señora nos dejó todo esto?...

DON VALERIANO.- Y una conminación fatal. O se le envía mañana el dinero, o viene con el Yesca a pegarle fuego a la casa.

DON SEGUNDO.-¡Santo Dios! ¿Y qué hacemos?...

DON VALERIANO.- ¿Cómo que qué hacemos?... Proceder con rapidez y energía y jugarnos el todo por el todo. Ahora veréis. (Llamando segunda izquierda.) ¡Bermejo, señor Bermejo; haga usted el favor un momento!...

Escena XIII

Dichos y BERMEJO.

BERMEJO.-A sus órdenes, mi eventual y querido tío. ¿Qué desea?

DON VALERIANO.-Haga el favor de dirigir el periscopio al sofá.

BERMEJO.- Caramba; ¿pero qué es eso?

DON VALERIANO.- ¿No adivina?

BERMEJO.-Sí; ya veo. ¡Cosas de la Hipólita!...

DON VALERIANO.-Cosas de la Hipólita y de usted... ¡A medias!

BERMEJO.- Y mi anciana y venerable madre. ¡Mamá!

SEÑÁ MATEA.- ¡Hijo mío!

(Se abrazan.)

BERMEJO.-Bueno; pero...

DON VALERIANO.- Yo le ruego, amigo Bermejo, que si conserva un resto de delicadeza procure no aumentar con nuevas inquietudes el irreparable dolor que abruma a esta familia. Por consecuencia, llévese inmediatamente a esos niños y a esa señora.

BERMEJO.-¡Yo! ¿Que me los lleve yo?... ¡Sin recursos, sin medios de fortuna, pobre y enfermo!... ¿Que me los lleve yo?... ¿Pero dónde?...

DOÑA TOMASA.- ¡Hágase usted cargo de nuestra tristeza!

DON SEGUNDO.- Y últimamente, si es ese su propósito, diga de un modo concreto en qué forma puede esta familia pagar el error cometido.

BERMEJO.- (En un arranque heroico.) ¡Ah, basta, basta ya de tal tortura!... ¡A mí no se me puede juzgar como un granuja, señor mío! Nada necesito, nada, sino librar a ustedes del peso de mi maldita existencia. ¡Enjúguense las lágrimas, alégrense los corazones! ¡El maldito de todos, el paria, el sinventura, va a terminar! ¡Adiós, mamá! (La abraza.) ¡Adiós, hijos míos!... ¡Adiós para siempre!

(Los besa. Corre hacia el centro de la escena. Los NIÑOS se agarran a su americana, sujetándole. Todos tratan también de sujetarle.)

TODOS.- ¡No; no, por Dios!

DON VALERIANO.- ¡No; en casa, no!

BERMEJO.- ¡Aquí, aquí me mataré!

DOÑA TOMASA.-¡Ay, que se mata!

DON SEGUNDO.- Aquí, no. Reflexione, atienda.

BERMEJO.-¡Dejadme, dejadme! (Se desase de todos. Entra segunda derecha y cierra tras sí.)¡Quiero morir!... ¡Quiero morir!...

DON VALERIANO.- (Golpeando la puerta.) ¡Por Dios, Bermejo!... ¡Aquí, no; aquí, no!...

DON SEGUNDO.- Abra, abra...

LOS NIÑOS.-¡Papá, papá!...

SEÑÁ MATEA.- ¡Hijo mío!

DON VALERIANO.- La Moncloa, el Canalillo. (Mirando por la cerradura.)Ha abierto el balcón.

(Se oye un grito terrible en la calle. Rumor creciente de voces, y entre ellas, bien clara, una que diga:)

VOZ.- ¡Muerto!... ¡Se ha matado!...

OTRA.- ¡Muerto, muerto!... ¡Por el balcón!

TODOS.- (Los de escena.)¡Jesús!

(Caras de terror.)

DOÑA TOMASA.- ¡Gritan que muerto!

DON VALERIANO.- ¡Se ha tirado por el balcón!

DON SEGUNDO.- ¡Pero ese condenado! (Sale corriendo primera derecha.)

Escena XIV

Dichos y LUIS; después, HIDALGO.

LUIS.- (Entra despavorido.)¡Ay, qué desgracia!... ¡Reventado!... ¡Ahí lo suben!... ¡Ese Bermejo!...

DON VALERIANO.- ¿Pero se ha tirado por el balcón?

LUIS.- ¡Sí; yo lo vi! ¡Se tiró por el balcón, dio sobre el toldo de la tienda; les ha roto a ustedes el toldo, y cayó sobre Hidalgo, que venía conmigo por la acera, y medio le ha reventado!

HIDALGO.- (Que sale en brazos de BERMEJO y DON SEGUNDO.)¡Ay, ay!... ¡Me ha matado!... ¡Me cayó encima!... ¡Me ha matado!... (Le sientan en un sillón.)

BERMEJO.- ¡Oh, cuán negro es mi sino! ¡Pobre muchacho!... Me suplica él mismo que me suicide, voy a complacerle, y de poco lo mato... Y es que no puedo morir..., ¿lo ven ustedes?... ¡No puedo, no puedo!...

TELÓN

Acto III

La misma decoración del acto segundo. Empieza a atardecer.

Escena I

DON VALERIANO e HIDALGO. DON VALERIANO, agachado en el suelo, con un pequeño serrucho, está acabando de aserrar la pata de la librería. HIDALGO manipula misteriosamente en los hilos de un enchufe eléctrico colocado al lado de la puerta segunda izquierda y que corresponde a la lámpara de la mesa de despacho.

HIDALGO.-Acabe usted de aserrar la pata de la librería, que esto mío ya está.

DON VALERIANO.- Por Dios, silencio; que no nos oigan.

HIDALGO.-Sí, es verdad. Trabajemos en el misterio.

(Trabajan.)

DON VALERIANO.- ¿Y qué te parece que haga: meto la pata o la dejo en el aire?

HIDALGO.-No; déjela usted en una resistencia calculada para diez minutos.

DON VALERIANO.-Entonces ya está seguramente. Sin embargo, afinaré por aquí... para... (Sigue aserrando.)

HIDALGO.- Esto mío terminó. Tengo los hilos en contacto y ahora ajusto la llave y...

DON VALERIANO.-¡Dios mío! ¡Tener que recurrir a esto!...

HIDALGO.- No retrocedamos, don Valeriano. La necesidad de una legítima defensa impone este sacrificio moral.

DON VALERIANO.- ¡Ah, si no fuera por lo que es!...

HIDALGO.- Adelante, don Valeriano. (Examina el cajón de la derecha de la mesa despacho.) Esto del cajón está admirablemente dispuesto. En cuanto se toque se producirá el... Sin embargo, voy a colocar este alambre más... (Manipula en el cajón con unos alicates.)

Escena II

Dichos, LUIS y DON SEGUNDO, por la primera izquierda.

LUIS.- (En voz baja, misteriosamente, como quien está en el secreto.)¿Está ya todo?

DON VALERIANO.-Faltan algunos perfiles.

(LUIS trabaja con HIDALGO.)

DON SEGUNDO.- (Saliendo.)¿Pero qué hacen ustedes?

DON VALERIANO.-¡Chis!...

DON SEGUNDO.- ¿Pero qué trabajas ahí, con un serrucho en la mano?

DON VALERIANO.- ¡Ah Segundo, si tú supieras...!

DON SEGUNDO.- Si llevarais antifaz, pareceríais algo de una película, La mano que aprieta.

DON VALERIANO.- O La pata que afloja.

DON SEGUNDO.-Bueno; ¿pero queréis explicaros a qué viene este misterio?

DON VALERIANO.- Ahora lo sabrás todo. ¿Y Tomasa?

DON SEGUNDO.- ¡Vistiéndose para ir con Luis a casa del abogado por quinta vez!... Es su manía. La pobre cree que consultando encontrará el remedio de este mal. Dará en loca. ¡Válgame Dios!

LUIS.- ¡En loca!... ¡En locos acabaremos todos!

DON VALERIANO.-¿Y Bermejo? ¿Qué hace ese..., ese hombre?

DON SEGUNDO.-En el comedor está. Se ha quedado profundamente dormido en una mecedora. ¡Por cierto que había un tufo!... Metiéronle un brasero y cerraron las puertas. ¿Quién haría tal?

DON VALERIANO.- (Un poco azorado.)Habrá sido la muchacha... Nada: un descuido disculpable...

DON SEGUNDO.- ¡Hombre, pues hay que tener cuidado!

DON VALERIANO.- (Indignado.) ¡Nosotros cuidado con...!

LUIS.- (Lo mismo.) ¡Cuidado nosotros con ese!

DON SEGUNDO.- (Conteniéndose.)¡Hombre, por Dios!

HIDALGO.- ¡Nosotros cuidado con ese granuja!... Con ese farsante, que lleva dos meses que si se mata hoy, que si se mata mañana, y...

DON VALERIANO.-¡Y ya no puede abrocharse de lo que ha engordado!... ¡Maldita sea!

DON SEGUNDO.- ¡Me asusta oíros hablar así!

LUIS.- (Con resolución.)Es que ya no podemos más, don Segundo; afuera caretas. Es que ese hombre nos pesa ya como una losa de plomo. Les sacó a ustedes dos mil pesetas a cuenta de las catorce mil; se equipó. Ofreció suicidarse el dieciocho del mes pasado, y luego nos dijo que cuando se pusiera bueno del catarro.

DON VALERIANO.-Se puso bueno. Nos ofreció lo del estanque del Retiro, y ahora nos dice que no se atreve con el reuma.

HIDALGO.- Nos está dando el timo del entierro.

DON SEGUNDO.- ¡Callarse, hombre, callarse!... ¡Válgame Dios! ¡Que escuche yo tal de personas tan honradas!

DON VALERIANO.- ¡Es que no podemos más, Segundo, no podemos más!... ¿No lo oyes?

LUIS.- Ese hombre nos abruma, nos ahoga, nos enloquece...

DON VALERIANO.- ¡Y nos arruina, que es lo peor! Hemos de malvender la tienda para acabarle de entregar las doce mil pesetas. Carita, aburrida de vivir en un pueblo, me temo que llegue de un momento a otro y lo descubra todo y muera del pesar. El problema sigue sin solución, Tomasa está enferma; Luis, loco; Hidalgo, trastornado; tú, violento; yo, frenético... ¡y Bermejo, nutriéndose!... ¿Para qué queremos vivir así?... ¡Es preferible la muerte cien veces!... ¡Cien veces ante este sufrimiento!

DON SEGUNDO.- ¿Pero no decía usted que la salud de Bermejo...?

HIDALGO.- Sí; pero es que luego me he convencido que es un ser absolutamente indestructible. Ya ve usted, de acuerdo con él, le puse un plan de contraindicaciones, que era para no acabarlo de leer. Estómago débil, callos con chorizo. Pulmones deshechos, alcoholes fuertes. Corazón enfermo, tabaco y café. Artrítico, baños fríos. Bueno, pues ya han visto ustedes el resultado. Aumento de peso, ha mejorado el color, se duerme encima de un palo...

LUIS.- ¡Y tiene unas fuerzas, que ayer le encontré con la nuera del portero en brazos, y pesa ochenta kilos!...

HIDALGO.- ¿No es esto para desesperarse?...

DON VALERIANO.- ¡Esto es para morirse!... Yo, en mi indignación, he llegado ya al cinismo... Antes le aconsejaba lo de la Moncloa y el Retiro, ahora ya le he dicho que elija el gabinete que más le guste..., incluso el despacho; pero que despache pronto...

DON SEGUNDO.- Bueno; ¿pero todo ese misterio que hacíais antes manipulando con los muebles...?

DON VALERIANO.-Nada; puerilidades... Una cosa inocente.

DON SEGUNDO.- ¡Es que os llegué a tomar miedo, Valeriano!

HIDALGO.-No; si después de todo, verá usted de qué se trata. Es casi por hacerle un favor.

DON SEGUNDO.- ¡Vosotros un favor!...

HIDALGO.-Un verdadero favor. Si ese hombre procede de buena fe y realmente es la fatalidad la que se opone a que realice sus propósitos, ¿por qué no ayudarle?...

DON VALERIANO.- Nada más laudable. Y como Hidalgo, que le ha reconocido muchas veces, sabe que es algo cardíaco, dice que quizá dándole dos o tres pequeños sustos...

HIDALGO.- Podría llegar..., sin ninguna molestia, al logro de sus deseos de un modo fulminante.

DON VALERIANO.- Nosotros queríamos contar con él.

LUIS.-Pero es lo que yo les he dicho: si contamos con él para asustarle, pues no se va a asustar...

DON SEGUNDO.- ¿Y esos sustos...?

DON VALERIANO.-No te asustes... ¡Dos o tres cositas!... Nada; ya verás. Tú baja a la tienda y no te ocupes...

Escena III

Dichos y DOÑA TOMASA, por la primera izquierda.

DOÑA TOMASA.- (Con traje de calle y dispuesta a salir.)¿Nos vamos, Luis?

LUIS.- Vamos allá, doña Tomasa.

DOÑA TOMASA.- (Denotando un cansancio moral abrumador.)¡A casa del abogado!... ¡Otra vez!... ¿Y para qué?... ¡Si no hay esperanza!... Estoy abrumada..., enferma..., ¡y mi pobre hija...! ¡Vamos allá, Luis, vamos allá!

LUIS.- Vamos, doña Tomasa... Yo también he caído en una especie de marasmo que me aplana, que me enerva, que me insensibiliza...; pero vamos...

DON SEGUNDO.- Ese hombre nos mata a todos... ¡Nos mata a todos sin remedio! (Sale tras DOÑA TOMASA y LUIS por primera derecha.)

DON VALERIANO.-¡Ya lo creo que nos mata ese hombre!...

HIDALGO.- ¡Que si nos mata!... Ya ve usted, a mí si me descuido... Ocho días derrengado. ¡Como que me dejó caer encima seis arrobas de huesos!

DON VALERIANO.- Y a mí, te juro que me ha hecho perder hasta la conciencia de la dignidad, de la honradez...; porque yo no sé si esto que hacemos...

HIDALGO.-¡Don Valeriano, no retrocedamos! Al fin, la cosa no es...

DON VALERIANO.- Es que le hemos preparado tres sustos, Hidalgo, que son para quitarle el hipo al Cid Campeador.

HIDALGO.-Déjeme usted probar. Después de todo, es casi una curiosidad científica. Pondré aquí el papel que le servirá de cebo. (Lo deja encima de la mesa de despacho.)Y ahora, a la calle. Dejémosle solo.

DON VALERIANO.- ¡Dios mío! ¿Pero tú crees que esto no será...?

HIDALGO.- ¡Chis!... ¡Puramente científico!...

(Vanse primera derecha.)

Escena IV

GENOVEVA y BERMEJO, por la segunda izquierda.

BERMEJO.- (Sale ya mucho mejor vestido. Está alegre, colorado, radiante. Viene fumando un magnífico habano. Le sigue GENOVEVA con un servicio de café y una botella de coñac.) ¡Caramba!, se han marchado mamá y los tíos..., y el novio de mi mujer; que yo no sé si llamarle primo, en el sentido afectuoso, o cómo llamarle, porque la verdad es que es un parentesco que se las trae... En fin..., aquí está más despejado. ¡En el comedor había un tufo!... (Llamando.) Genovevita, tráeme eso aquí, que no hay nadie, rica. (Se arrellana en un sillón que habrá al lado de la mesita.)

GENOVEVA.- (Saliendo.) ¡La verdad es que estaba el comedor!... Debía usted haberse asfixiado.

BERMEJO.-¿Asfixiado yo?... Nada...; un ligero mareíllo. Destápame esa botella de coñac, a ver si me recobro.

GENOVEVA.- Pero, por Dios, señor Bermejo, ¿no le da a usted cargo de conciencia beber tanto?... ¡Entre coñac, ron y aguardientes, lleva usted consumidas cuarenta y dos botellas en quince días!

BERMEJO.- Sí; estoy cometiendo una infamia conmigo mismo, lo sé...; ¡pero qué le voy a hacer!... Dame la cajetilla de las señoritas, que este puro no tira.

GENOVEVA.- (Dándole la cajetilla, que estará sobre la mesa de despacho.) ¡Esa es otra!... ¡El tabaco! Hay que verle a usted fumar.

BERMEJO.-Sí, verdaderamente. ¡Fumo con una elegancia...!

GENOVEVA.- No; yo me refiero al abuso. ¡Pues y el café!... ¡Lleva usted dos kilos en una semana!

BERMEJO.- ¡Ah desgraciada! ¿Pero tú no has comprendido el significado de este exceso?... Es que tiro a matarme, Genoveva, a matarme realmente. (Bebe coñac.)Persuadido como estoy de que mis ideas religiosas no me permitirán nunca atentar de un modo violento contra mi existencia, me he sometido hace quince días a un régimen que pudiera llamarse, sin hipérbole, mortal de necesidad. Yo toso, coñac. (Bebe coñac.) Yo me acatarro, moca. (Bebe café.) Yo me caigo de debilidad, una señorita... (Enciende el cigarro.) A mí me conviene vida activa, vida de movimiento, que acelere esta inercia circulatoria que padezco; yo debía moverme, yo debía trabajar...; pues nada, no me da la gana. (Se arrellana más cómodamente.)¡Me he impuesto este amargo sacrificio y lo cumpliré! Yo libro a esta noble familia del peso ominoso de mi presencia.

GENOVEVA.-¡Sí; pero es que cuando les libre usté de su presencia, les ha vaciao la tienda!

BERMEJO.- Y lo mismo hago con las comidas. ¡Ya ves, yo como las cosas más absurdas!... A mí los callos siempre me han gustado.

GENOVEVA.- Y a mí.

BERMEJO.- Pues yo, callos. A mí me dicen que con riñones se puede coger una indigestión, pues yo riñones, cuando en realidad solamente debía tomar alguna que otra merluza. (Bebe.)

GENOVEVA.- La tomará usted.

BERMEJO.- Platos de verduras y carnes blancas.

GENOVEVA.- ¿Le gustan a usted las carnes blancas?

BERMEJO.- (Mirándola muy insinuante.) ¡Caramba, Genovevita!..., ¡qué preguntas me haces!... ¿Que si me gustan a mí las carnes blancas?... ¡Una locura!... ¡Si no fuera por el miedo a las chuletas, ya verías!... (Pausa. Muy meloso.) ¿Sales el domingo?

GENOVEVA.- No me toca.

BERMEJO.- ¿Que no te toca?... ¿Pero hay algo en el mundo que no te toque a ti?...

GENOVEVA.- Del domingo en ocho, me toca.

BERMEJO.-¿Del domingo en ocho?... ¡Ah, ya no viviré!...

GENOVEVA.- ¡Calle usted, por Dios!

BERMEJO.- (Cogiéndole una mano.) ¡No, no viviré, Genoveva!... Y yo te lo decía porque como de todos modos tengo que ir al cementerio, podías tú acompañarme hasta las Ventas.

GENOVEVA.- ¡Jesús, la verdad es que piensa usted unas cosas!...

BERMEJO.- ¡Ah, qué amargo es esto! (Le besa la mano.)

GENOVEVA.- Pero, por Dios, ¿qué hace usted?...

BERMEJO.-¡Ah, no te ofendas, hija; soy un moribundo! Te acaricio como te podía acariciar un hermano que se hallase en la hora postrera. Me encuentro muy mal. Tócame la frente.

GENOVEVA.- Ardorosa.

BERMEJO.- Una salamandra.

GENOVEVA.-Y las manos frías.

BERMEJO.- ¿Ves qué malo estoy?

GENOVEVA.-Ya lo veo.

BERMEJO.- Ves...

GENOVEVA.- Sí, señor...

BERMEJO.- No; digo que ves por el ron, que ya me cansa esto. ¡Quiero cambiar de veneno!

GENOVEVA.- Bajaré a la tienda, porque en casa ya no queda de la Negrita. (Vase primera derecha.)

BERMEJO.- ¡Sí; baja, baja!... ¡Ah, qué criatura!... ¡Se baña en el océano Glacial, y hierve!... ¡Y me pregunta que si me gustan las carnes blancas!... ¡Bueno, la verdad es que esto es vergonzoso! Me estoy poniendo, que se me ha quedado estrecho el pellejo; yo, que lo llevaba con frunces. Pero, claro, ¿cómo no voy a engordar?..., ¡si un canónigo a mi lado es un arriero! Molicie, refinamiento alimenticio, y luego una vida sin inquietudes, sin sobresaltos, sin emociones fuertes... Y ya lo dijo el poeta jocoso: «Sin sustos ni sobresaltos, vivirás gordo y feliz...». (Se acerca a la mesa despacho.) ¡Calle!, ¿qué dice este papel?... (Leyendo.)«Bermejo, cajón de la derecha. Papeles importantes». ¡Canario! Esto parece una nota. ¡Papeles importantes que se refieren a mí en el cajón de la derecha! Yo voy a ver qué es esto. Este es el cajón y tiene la llave en la cerradura. La cosa no es muy correcta; pero la curiosidad me disculpa. Ya se ve poco. Encenderé la lámpara para esta pequeña requisa. (Coge el flexible del portátil.)Aquí está el enchufe. (Al ir a meterlo se produce una fuerte descarga, con explosión de chispas, que le hace dar un salto. Pálido y con los pelos de punta, se lleva las manos al corazón. El enchufe del portátil, que estará instalado con corriente, llevará, en lugar de los pitoncitos de acero, un carbón que al ponerlo en contacto con el enchufe colocado en la pared, y que estará cubierto con una chapita de metal con corriente en resistencia, producirá un arco; al mismo tiempo, desde dentro se enciende un chispero de pólvora, que hace saltar una profusión de chispas; para esto es conveniente que el enchufe esté instalado en el quicio de la segunda izquierda.)¡Jesús! ¡Qué descarga! ¡El susto ha sido de esos de no te menees, pulguita! Tengo el corazón que es una devanadera... Se conoce que algún contacto. Mi torpeza tal vez. Bueno; estos enchufes, en el Insonzo, no estarían mal; pero aquí... ¡Tengo un temblor!... En fin, nada, un ligero accidente. Veamos los documentos del cajón, que es lo importante. (Lo abre, y al abrirlo encuentra como una resistencia; tira más fuerte, y al hacerlo se producen dos detonaciones consecutivas. Consiste el truco en que será hueco el cuerpo derecho de la mesa ministro, para que se pueda así, por una abertura hecha en el suelo del escenario, disparar los dos tiros dentro de la mesa.) ¡Mi madre! (Retrocede con los pelos de punta y cae sobre el sillón de al lado de la mesita. Se lleva las manos a la garganta, como el que se ahoga o quiere hablar y no puede.)¡Ay!... ¡Me he quedado sin habla!... ¿Pero qué..., pero qué... es esto?... ¡La batalla del Piave en un cajón!... ¡Qué ha podido ser!... ¡Yo me ahogo!... ¡Beberé un poco!... (Bebe con un temblor de muerte.)Bueno; esto..., esto me lo han dedicado. ¡Esto es cosa de los tíos..., de los tíos esos! Lo veo con luz meridiana. ¡Pero, caramba, me parece que están abusando! Paso por lo del brasero cuando me quedo dormido, y paso por que me abonen a ver los dramas de Rambal; pero que apelen a la dinamita, me parece un tanto abusivo. Observo que les voy cansando. Bueno, pues abreviaré. Hoy les exijo las doce mil pesetas que me restan como saldo a mi favor o hago valer mis derechos de marido. Ellos verán. Y ya podéis venirme con sustos. Se hunde la casa y entre los escombros encontrarán mi cadáver con la siguiente sonrisa, ¡je, je, je! (Hace una sonrisa muy cómica.)

Escena V

BERMEJO y GENOVEVA, por la primera derecha.

GENOVEVA.- (Entrando con una botella y con un sacacorchos. Al entrar enciende el aparato del centro y la escena se ilumina en su totalidad.)Aquí está el ron.

BERMEJO.-Muy bien.

GENOVEVA.- La Negrita.

BERMEJO.-Trae que la destiña.

GENOVEVA.- ¡Caramba, señor Bermejo! ¿Qué le ha pasado a usted? Le encuentro así algo...

BERMEJO.-Nada, que si no llego a tener el corazón como una peña, saco plaza para una sacramental.

GENOVEVA.- ¿Pues?

BERMEJO.-Nimiedades explosivas. Descorcha, pitonisa.

GENOVEVA.-¡Qué motes tan bonitos pone usted! (Va a descorchar.)

BERMEJO.-Si te gusta, quédatelo.

(Suena el timbre de la puerta.)

GENOVEVA.- (Dejando la botella encima de la mesita.)Espere usted, que llaman. Voy a abrir.

BERMEJO.- Abre con cuidado, no se te dispare.

GENOVEVA.- ¿Qué?

BERMEJO.- No; nada. (GENOVEVA vase primera derecha.)¿Quién será? (Coge un puro de la caja que habrá sobre la mesita.)Bueno, yo encendería este puro; pero ¿y si tiene un torpedo?...

GENOVEVA.- (Entra consternada.)Señor Bermejo... Señor Bermejo...

BERMEJO.-¿Qué te pasa?

GENOVEVA.- ¡Dios mío!

BERMEJO.- ¿Ha estallado algo?...

GENOVEVA.-¡La señorita!, ¡que es la señorita!...

BERMEJO.- ¡Demonio!... ¿Qué dices?

GENOVEVA.- Que he mirado por la rejilla y he visto que es la señorita. Se conoce que ha venido del pueblo sin avisar.

(Llaman de nuevo.)

BERMEJO.-¡Mi mujer!... ¡Mi mujer aquí!

GENOVEVA.- ¡Ay, si le ve!... ¡Ella que le cree a usted muerto!

BERMEJO.- ¿Y qué hago?

GENOVEVA.- ¡Por Dios, escóndase usted!

BERMEJO.- ¡Sí, porque como me reconozca, se lleva un susto que no dice ni Jesús!...

GENOVEVA.- Pronto, en este cuarto.

BERMEJO.- ¡Por Dios, tú no te alejes mucho!

(Vase GENOVEVA a abrir. BERMEJO se oculta segunda derecha, después de echar las cortinas.)

¡Dios mío, qué situación!... ¡Una entrevista con mi viuda! (Se esconde.)

Escena VI

CARITA, GENOVEVA y BERMEJO, al paño.

CARITA.- (Entrando con un saco de mano.)¿Y mamá y los tíos?

GENOVEVA.- Pues han salido hace un momento. Ya no tardarán. ¿Pero usted aquí?... ¡Quién iba a figurarse...!

CARITA.- He querido venir sin decir nada. No podía estar en el pueblo. Me mataba la tristeza. Además, mañana hará dos meses que murió aquel pobre señor, que en paz descanse,

(BERMEJO se asoma.)

y he venido a encargarle una magnífica corona, que luego traerán; verás qué preciosa. Además, quiero que le hagan un funeral y deseo asistir a él.

GENOVEVA.- ¡Pero, por Dios! ¿Aún sigue usted con esa manía?... ¿Pero usted qué tiene que ver con aquel caballero?

CARITA.- Con aquel caballero, no; con su alma, sí.

(BERMEJO vuelve a asomarse.)

Soy una mujer cristiana, y aunque solo unos días, fue mi marido. Murió sin parientes, sin amigos. No tiene nadie que le llore ni que le rece.

(BERMEJO se asoma, se enjuga una lágrima y le tira un beso.)

GENOVEVA.-No; si..., yo comprendo...

CARITA.-Además, Genoveva, no estoy tranquila. Yo no sé qué me sucede, que cuanto más tiempo pasa, más aferrado está a mi memoria el recuerdo de aquel hombre. No entro en una sola habitación, si está a oscuras, que no vea aquella cara inolvidable que vi en el hospital aparecer y colorearse en la penumbra, mirándome fijamente, como si quisiera hablarme.

GENOVEVA.- ¡Qué horror! ¡Calle usted, por Dios! (Aparte.)¡Ay, si le ve!

CARITA.- ¡Y si vieras lo que yo le rezo!...

GENOVEVA.- ¿Mucho?

CARITA.- Debe estar en la gloria.

BERMEJO.- (La sonríe. Aparte.) Si no fuera por los sustos, ya lo creo.

GENOVEVA.- ¿Y usted le recuerda bien?

CARITA.-Como si le estuviera viendo, Genoveva. Era muy simpático...

(BERMEJO alarga el cuello por entre las cortinas para ver mejor.)

GENOVEVA.- ¿Sí?...

CARITA.- Tenía unos ojos hermosos..., azules.

BERMEJO.- (Aparte.)¡Requiebros póstumos!

CARITA.- ¡Y en todo su rostro una expresión dulce y resignada, como de mártir!... ¡Pobre hombre! En fin, ven a mi cuarto. Me quitaré el sombrero y mientras le rezaremos unos padrenuestros.

GENOVEVA.- Con mucho gusto...

CARITA.- (Haciendo mutis primera izquierda.)«Padre Nuestro, que estás en los Cielos...».

(La sigue GENOVEVA.)

BERMEJO.- (Saliendo.)¡Y se va rezándome! ¡Ora por mí!... ¡Ora por nobis, como quien dice!... Bueno; tengo una mujer que es capaz de sacarle a uno, no digo yo del purgatorio..., de sus casillas... Cuando estaba preocupada por mi alma, me estaba yo fijando en su cuerpo, y... ¡la Venus de Médicis es una alcuza comparada con ella!... Y ha dicho que mis ojos eran hermosos... ¿Eran? El pretérito es para ponerle los pelos de punta a un estoico... ¡Son, joven, son!... Bueno; yo la hablo. Naturalmente, que con ciertas precauciones, para que no fallezca del susto; pero la hablo. Yo no puedo consentir que me obsequie con coronas ni que se esté gastando un dineral en misas..., prefiero que me lo dé en metálico. Además, es un cargo de conciencia tenerla alejada de los suyos. ¿Qué la diría yo para empezar?... ¡Ah, sí!...; la doy el pésame, así no se figura que soy yo...; porque ¿quién da el pésame de sí mismo?... Y, desde luego, empezaré a hablarla sin que me vea.

(Se oye rumor del rezo.)

Ella vuelve. (Se oculta segunda derecha cubriéndose con las cortinas.)

Escena VII

Dicho, CARITA y GENOVEVA, por la primera izquierda.

CARITA.-Y allá nos espere muchos años gozando de la gloria eterna. (Se persigna.)

GENOVEVA.- (Que sale detrás.) Amén.

BERMEJO.- (Aparte.) ¿Dónde ha dicho que la espere?

CARITA.- Bueno; pues tú anda a la cocina, que yo, hasta que venga mamá, voy a entretenerme escribiendo a las de Botella para decirlas que llegué sin novedad. (Se sienta a escribir de espaldas a la segunda derecha.)

GENOVEVA.- Sí, señora. Acabaré de planchar (Aparte.) ¿Dónde se habrá metido?... ¡Allí está!... ¡Ay, que se le ven los pies por debajo de la cortina! ¡Dios mío, si se fija! Voy a avisarle.

(Va y deja caer sobre uno de los pies de BERMEJO la pata de una silla que ha movido. Se escucha algo así como ese sonido que se produce cuando el que, por contener una queja, sorbe el aire con los dientes cerrados.)

CARITA.- ¿Qué ha sido?

GENOVEVA.- Nada; mi pie. Que me he pisado con la silla. (Vase primera derecha.)

CARITA.- (Escribiendo.) «Querida María Luisa...».

BERMEJO.- (Aparte.)¿Tendrán azahar en la casa?... ¡Porque el susto va a ser para un aneurisma! Sin embargo, yo me decido.

(BERMEJO da dos golpes casi imperceptibles en la puerta. CARITA levanta la cabeza y mira a todas partes con extrañeza.)

¡Dios mío, empezar a golpes con mi mujer la primera vez que la hablo!... Los daré más fuertes. (Da dos golpes más fuertes.)

CARITA.- (Se levanta asustada.) ¡Jesús!... ¡Han dado dos golpes!... (Otros dos golpes.) ¿Quién?

BERMEJO.- (Oculto tras la cortina, sigue hablando hasta que se indique.)¡Señorita!

CARITA.- ¡Ah! (Aterrada.) ¡Jesús!... ¿Quién habla ahí?... ¿Quién es?

BERMEJO.- Nadie, señorita.

CARITA.- ¡Un hombre!... (Llamando.) Genoveva, Genoveva...

GENOVEVA.- (Saliendo primera derecha. Aparte.)¡Le ha visto! (Alto.) ¿Qué le pasa a usted?

CARITA.- Un hombre... Ahí hay un hombre.

GENOVEVA.- No lo crea usted.

CARITA.-Sí; que me ha hablado. Pide socorro.

BERMEJO.- Dila que no se asuste.

GENOVEVA.- Pero si no me hace caso.

CARITA.- ¿Quién es ese hombre?

BERMEJO.- Tranquilícese, señorita. Ya ve cómo Genoveva no se altera.

CARITA.- ¿Pero qué hace usted aquí?... ¿A qué ha venido?

BERMEJO.- Pues he venido a decirla de parte de su difunto que no se moleste usted más en rezar por él.

CARITA.- ¡Jesús!

BERMEJO.-Está usted haciendo un esfuerzo inútil, señorita, porque ¿cómo va usted a sacar del purgatorio un alma que no ha entrado todavía?

CARITA.-¿Qué dice ese hombre?

BERMEJO.- Que el señor Bermejo, con el que usted se casó in articulo mortis, no ha muerto.

CARITA.- ¡Que no ha muerto!

GENOVEVA.- No, señorita; no ha muerto.

CARITA.- ¿Y dónde está ese hombre?

BERMEJO.- (Saliendo.) ¡A los pies de usted, señorita!

CARITA.-¡Ah! ¡Él!... (Da un grito terrible y cae desmayada en brazos de GENOVEVA.)

GENOVEVA.- ¡Por Dios, señorita!... ¡Ay, que se me muere!

BERMEJO.- (Socorriéndola.) ¡Señorita, por Dios!... ¡Agua, dale agua!... Mójale las sienes.

GENOVEVA.- (Espurreándole la cara.) ¡Ay mi señorita!

CARITA.- (Vuelve en sí y, mirando fijamente a BERMEJO, retrocede aterrada, con los ojos extraviados, como enloquecida.) ¡Sí!... ¡Es él!... ¡Le reconozco!

BERMEJO.- ¡He mejorado, como habrá usted visto!...

CARITA.-¡Pero usted...!, ¡vivo!..., ¡vivo!

BERMEJO.-Sí, señora; mal, pero vivo. Cálmese, por favor.

CARITA.- ¿Pero no es que sueño?... ¿No es usted algo sobrenatural, algo que vuelve del otro mundo?

BERMEJO.- ¡Pero, por Dios, señorita! ¿Usted cree que hay alguien que vuelva del otro mundo con chaleco de fantasía?...

CARITA.- (Llorando en brazos de GENOVEVA.) ¡Dios mío, le he estado rezando a un vivo!

BERMEJO.-En el buen sentido de la palabra; pero sí, señora, a un vivo.

CARITA.- (Con profundo desconsuelo.) ¿De modo que estoy casada?

BERMEJO.- Sí; pero no lo va usted a notar... Cosa de unos días...

(Hace señas a GENOVEVA para que se vaya. Sale por segunda izquierda.)

Señorita...

CARITA.- (Aterrada.)No...; no se acerque usted.

BERMEJO.-¡Señorita, por Dios!

CARITA.- (Exaltada todavía.) ¡No!... ¡Me parece usted una visión!

BERMEJO.- ¡Pues los hay más feos!

CARITA.-¡Ay Dios mío, qué horror!... ¡Y no soy viuda! ¿Por qué, por qué me engañaron? (Llora desolada.)

BERMEJO.- Hágase usted cargo, señorita; su familia, que lo es mía, aunque temporalmente, me extendió el certificado de defunción para tranquilizarla. ¡Hizo bien! ¿Pero a qué continuar la farsa? Yo no puedo consentir que se esté usted gastando un dineral en coronas y en oficios de difuntos... Gástelo usted en el trousseau... Y si acaso, cuando yo desaparezca del mundo, es cuando puede encargarme todos los oficios que quiera; antes, no.

CARITA.-¡Dios mío, yo casada! ¿Pero Luis sabe esto?

BERMEJO.-De memoria.

CARITA.- ¿Y qué dice, qué dice el pobre?

BERMEJO.-Pues nos llevamos divinamente. Está tan contento conmigo. No hemos tenido más que un pequeño disgusto un día que intenté escribirla a usted una carta y puse en el encabezamiento: «Muy señora mía». ¡Ya ve usted si era respetuoso!... Pues dijo que no le daba la gana que dijese que era usted señora mía, ¡ni en las cartas!... Un abuso.

CARITA.- ¡Ah, sí, sí!... ¡Lo que estarán sufriendo! ¡Pero ellos tienen la culpa! La resurrección de usted es el castigo que Dios nos impone por nuestra codicia.

BERMEJO.-¡Por Dios, Carita!

CARITA.- ¡Ah, sí; ya lo decía yo! Ya lo vaticiné y no quisieron creerme, ciegos por coger una fortuna que no nos pertenecía. ¡Y ahora yo, casada, casada sin remedio! (Con energía, poniéndose en pie.)Pero sé lo que debo hacer, lo que me corresponde. Sé la única solución que tiene esta irreparable catástrofe, que ha destruido para siempre mi amor y mi felicidad.

BERMEJO.- ¿Y qué va usted a hacer?

CARITA.- Meterme en un convento.

BERMEJO.- ¡Más oficios!

CARITA.- Meterme en un convento para siempre.

BERMEJO.-Usted no se mete en nada. ¿Renunciar usted al mundo, a la juventud, al amor, por culpa mía?... No; jamás. Yo sabré impedirlo.

CARITA.- Pero aquí, en el mundo, ¡qué martirio no será el de mi vida! ¿No lo comprende usted? ¡Unida para siempre a un hombre que no quiero, y usted perdone, y separada del que amo con idolatría!... ¡Ah, no; nunca, nunca!... ¡Un convento, un convento!...

Escena VIII

Dichos, LUIS y DOÑA TOMASA, por la primera derecha.

LUIS.- (Con asombro.) ¡Ah! ¡Tú aquí! ¿Tú con él?

BERMEJO.- (Altivo; cruzándose de brazos.)¡Conmigo, sí, conmigo!

DOÑA TOMASA.- ¿Pero qué es esto?... ¡Usted con mi hija!...

CARITA.- Sí, mamá, sí.

LUIS.- (A BERMEJO.)¿Pero cómo se ha atrevido usted...?

BERMEJO.-Se lo he revelado todo con la discreción y el respeto que me impone su dolor. Que lo diga ella.

CARITA.- Sí, Luis, sí; este señor me ha dicho toda la horrible verdad.

DOÑA TOMASA.- ¡Hija mía! (Cruza al lado de CARITA.)

CARITA.-¿Por qué me lo ocultasteis? (A LUIS.)¡Y tú, engañarme tú!... No te lo perdono.

LUIS.- Carita, comprende mi espantosa, mi desesperada situación. ¿Qué iba yo a hacer?... ¡Y este hombre...!

BERMEJO.- Este hombre, señor mío, ha dicho lo que debía decirle; porque este hombre sabe comprender la ternura de los corazones. Y aunque ante Dios y los hombres soy su esposo, mire usted de qué temple es mi alma. Venga usted aquí. (Desprende a CARITA de los brazos de su madre y la une a LUIS.) Abrácela usted..., abrácela fuerte. (Los obliga a que se abracen.)

DOÑA TOMASA.- ¿Pero qué hace?

BERMEJO.- (Sujetando a DOÑA TOMASA.)Quieta. (A ellos.)Apriete usted sin temor, señorita; apriete usted. (Volviéndose a DOÑA TOMASA.) ¿Puede hacer más un marido, señora?... ¡Qué cuadro!... Y ahora, después de dos meses de ausencia, que tengan un momento de expansión. Dejémoslos solos.

DOÑA TOMASA.- No me da la gana.

BERMEJO.-¡Señora!

DOÑA TOMASA.- ¡Qué voy yo a dejar sola con nadie a mi hija!

BERMEJO.- (Sujetándola.)¡Pero, señora, no me importa a mí, que soy su marido, y va usted a meterse! Vámonos.

DOÑA TOMASA.- (Dando un empujón a BERMEJO.) Déjeme usted en paz. (Coge a su hija.)Venid, pasad aquí, hijos míos.

(Vanse los tres primera izquierda.)

BERMEJO.- (Indignado.) ¡Qué manera de agradecerle a uno los sacrificios! ¡Al fin, suegra! (Llama segunda izquierda.)Genovevita.

GENOVEVA.- (Apareciendo.)Señor.

BERMEJO.-El caldo con las yemas. Pero hoy pon cuatro. ¡No me agradecen nada, pues que se fastidien! ¡Llévamelo al comedor!

GENOVEVA.- En seguida.

BERMEJO.- ¿Sales el domingo?... ¡Ah, que ya te lo había preguntado! ¡Ingratas! (Mutis tras GENOVEVA segunda izquierda.)

Escena IX

DON VALERIANO e HIDALGO, por la primera derecha; luego, BERMEJO.

DON VALERIANO.- (Entran temerosos, vacilantes.) Nadie; silencio.

HIDALGO.- Vamos a ver el resultado.

DON VALERIANO.- Aguarda. Tiemblo de emoción. ¿Qué efecto le habrá hecho?

HIDALGO.- Lo del enchufe resultó; mire usted las huellas de la llamarada.

DON VALERIANO.- Es verdad... Veamos lo del cajón.

(Van a mirarlo atentamente y BERMEJO se asoma por segunda derecha y se aproxima a ellos.)

BERMEJO.- No ha fallado nada, no se molesten. Gracias, muchas gracias, señores, por coadyuvar de una manera tan ingeniosa y sencilla a la total extinción de esta pobre existencia que se me escapa a raudales. ¡Qué hábil, qué flamígero lo del enchufe!... ¡Qué imprevisto, qué detonante lo del cajón!... ¡Gracias, muchas gracias! (Mutis por donde salió.)

DON VALERIANO.- (Con desconsuelo.) ¡Vivo!

HIDALGO.- (Con desesperación.)¡Vivo!

DON VALERIANO.- ¡Está visto; a este hombre le hacen la autopsia, y engorda!

Escena X

Dichos y LUIS, por la primera izquierda.

LUIS.- ¿Ya sabrán ustedes lo que ha ocurrido?

DON VALERIANO.- No; ¿qué ha ocurrido?

LUIS.- ¡Que llegó Carita sin avisar y ha hablado con Bermejo!

HIDALGO.- ¿Qué dices?

LUIS.-Y lo sabe todo.

DON VALERIANO.-¡Santo Dios!

LUIS.- Y para remate, a nosotros acaba de asegurarnos el abogado que lo del divorcio es imposible.

DON VALERIANO.- ¿De manera que no hay medio de deshacerse de ese hombre?

HIDALGO.-No hay medio. La ciencia ha agotado todos sus recursos.

DON VALERIANO.- No hay medio.

(Están abrumados los tres.)

GENOVEVA.- (Aparece primera derecha.) Señor.

DON VALERIANO.- ¿Quién es?

GENOVEVA.- Un caballero que desea hablar con ustedes.

DON VALERIANO.-No estamos para recibir a nadie.

GENOVEVA.- Es que dice que quiere hablar de una cosa urgente.

LUIS.-Que no queremos recibir a nadie.

GENOVEVA.- Es que dice que viene a matar al señor Bermejo.

LOS TRES.- ¡Que pase!

(Sale GENOVEVA a abrir.)

DON VALERIANO.- (Con alegría.) ¿A matar a Bermejo?... ¿He oído bien?

LUIS.- ¡A matar a Bermejo ha dicho!

DON VALERIANO.- ¡Matar a Bermejo!... ¡Algún iluso!

HIDALGO.- Quién sabe si traerá algún nuevo procedimiento.

DON VALERIANO.- Traiga lo que traiga, ¡para ese hombre los gases asfixiantes, espliego!

HIDALGO.- Tiene trazas de asesino.

DON VALERIANO.- Que entre, que entre; pase, pase usted.

Escena XI

Dichos y SATURNINO, por la primera derecha.

SATURNINO.- (Tipo de señorito golfo muy avispado.)Señores, deseo que me excusen de la urgencia con que he requerido su amable entrevista.

DON VALERIANO.- Sí, sí; diga, diga lo que sea.

SATURNINO.- Yo les hubiera pasado a ustedes mi pequeña carta de visita. He estado tres años en París, avant guerre, de camarero en el Hotel Ronceray, boulevard Montmartre, y sé lo que me compete.

DON VALERIANO.- ¿Y qué se le ofrece?... Porque nos ha dicho la fámula... (Aparte.) Que vea que también sabemos francés.

LUIS.- Sí; nos ha dicho que usted pretendía... Usted dirá.

SATURNINO.- Tout suit. Yo hubiese querido presentarme ante ustedes con un indumento menos deplorable. Pero, ah, señores, tuve que salir de París hace seis meses con lo puesto; tuve que dejarme la maleta, la mal, que decimos por allá, y sin mal, ¿cómo va uno a ir bien?...

DON VALERIANO.- Bueno, alón, alón; al grano.

SATURNINO.- Excúsenme. Todo esto es para que no desconfíen de mí y que den crédito al gravísimo asunto de que vengo a informarles.

LUIS.- Usted dirá.

SATURNINO.-Señores, conozco el horrible drama que les agobia.

DON VALERIANO.- ¿Usted?

SATURNINO.- Mua. Y vengo a ofrecerles una solución rápida, inmediata, satisfactoria, definitiva.

LOS TRES.- ¡Pero es posible!

SATURNINO.-Evangélico. ¿Está aquí ese moribundo ful, al que entregaron ustedes hace poco dos mil pesetas?

DON VALERIANO.- Aquí está.

SATURNINO.- ¡Ah, pues aquí muere!

LUIS.-¿Tiene usted alguna ofensa recibida de tal persona?

SATURNINO.- No; si los que le van a matar van a ser ustedes.

HIDALGO.- ¡Nosotros!

DON VALERIANO.- ¡Qué infeliz! No se haga usted ilusiones.

SATURNINO.- Van a ver ustedes, en cuanto sepan la inicua explotación de que son objeto.

HIDALGO.- ¿Qué dice usted?

DON VALERIANO.-Explíquese, por Dios.

SATURNINO.- ¿Ustedes saben cómo yo me llamo?

LUIS.- No tenemos el gusto.

SATURNINO.- Saturnino Bermejo.

DON VALERIANO.- ¿Entonces usted es hermano suyo?

LUIS.- ¿Hermano de Lázaro Bermejo?

SATURNINO.-Exactamente.

HIDALGO.- ¿Y viene usted a matar a su hermano?

SATURNINO.- (Con gran misterio.) Es que al que yo venía a matar no es hermano mío, ni se llama Lázaro Bermejo.

LOS TRES.- ¿Cómo?

SATURNINO.-Ese inmundo y apócrifo agonizante, que en cuanto se ve mal de recursos se dedica a expirar, quiso entrar hace dos meses en San Carlos, y como es un indocumentado, me pidió la cédula de mi pobre hermano Lázaro, que había fallecido seis meses ha.

LOS TRES.- (Con gran asombro.) ¡Ah!

SATURNINO.- Ha...

LUIS.- (Con ansiedad.) Siga usted.

SATURNINO.-Yo, compasivo, se la di. Él entró en el Hospital algo más enfermo que de costumbre; se puso a la muerte, según dicen, y entonces fueron ustedes y lo casaron con una honorable señorita. E voilà tout.

LUIS.- ¿Entonces, ese hombre, cómo se llama?

SATURNINO.-Ese hombre se llama Gaspar Menacho.

DON VALERIANO.-¿Menacho?

SATURNINO.- Menacho. En cuanto convaleció vino a buscarme, me contó el lance, me dijo que teníamos un bello negocio a explotar, que me callase hasta coger las catorce mil pesetas, y que iríamos a medias en el asunto.

LUIS.-¡Qué infamia!

SATURNINO.- Y cuando yo, cándido de mí, lleno de buena fe, de nobleza, de hidalguía, le había buscado unos niños con un parecido asombroso, y a Hipólita, que no hay otra en Madrid para estos asuntos, y le había prestado, ¡hasta mi madre, señores!...; que ya ven ustedes, ¡prestar una cosa tan sagrada!...; pues va el muy canalla, y en vez de mandarme las mil pesetas que me correspondían..., en vez de mandarme un cheque, me mandó un chico con dieciocho reales, tout compri. ¿A ustedes les parece?

DON VALERIANO.- (Con inmensa alegría.)¡Ay señor Bermejo! ¡Ay, qué peso me ha quitado usted del alma!

LUIS.- ¡Ay, qué felicidad!

HIDALGO.- Todo resuelto. ¡Qué alegría!

DON VALERIANO.- ¿Y dice usted que su hermano Lázaro ha muerto?

SATURNINO.-Hace medio año.

DON VALERIANO.- ¡Ay, qué gusto!

LUIS.- ¡Somos dichosos!

HIDALGO.- ¿Y se podrá sacar el certificado de defunción cuando se quiera?

SATURNINO.- Sin duda.

LUIS.- ¡Qué alegría!... ¡El certificado de defunción!... ¡Qué felicidad!...

(Saltan y bailan regocijados.)

SATURNINO.-Pero, caramba, que no creo que sea motivo de regocijo...

DON VALERIANO.- ¡Ay, sí, señor Bermejo!... Usted dispense.

LUIS.- ¡Pero es que nos ha devuelto usted la felicidad, el sosiego, la vida, todo!

HIDALGO.-Acaba usted de solucionar el más grave de los conflictos.

SATURNINO.- Bueno; pero yo espero que ustedes correspondan obligando a ese miserable a que me restituya lo legítimamente ganado.

DON VALERIANO.- Tout suit. Obligaremos a Menacho a que comparta con usted lo que ha recibido y lo que tiene que recibir, que no va a ser poco. Haga usted el favor de pasar a esta habitación y esperar un instante. (Le indica la segunda derecha.)

SATURNINO.- Tre bian. (Entra.)

LUIS.- Bueno, ¿y qué hacemos con ese canalla?

DON VALERIANO.- Tú entra y cuéntales a Carita y Tomasa lo que ocurre; diles que no lloren más; que se alegren, que somos felices, que el matrimonio no es válido, que pronto desharemos el error.

LUIS.- Sí; no quiero retardarles esta alegría. (Vase primera izquierda.)

DON VALERIANO.- Tú, Hidalgo, baja; cuéntaselo a Segundo y dile que suba.

HIDALGO.- A escape. (Vase primera derecha.)

DON VALERIANO.- Y yo... (Sombrío.)Yo voy a encerrarme con Menacho, y como esa lesión cardio-motora sea un hecho, aquí la hinca; y si no es un hecho, le va a faltar una décima de milímetro. A mí me paga los dos meses que me ha hecho pasar y el sablazo. (Saca un revólver.)¡Ay de ti, Menacho!

Escena XII

DON VALERIANO y BERMEJO.

DON VALERIANO.- (Se acerca a la segunda izquierda.) Bermejo..., amigo Bermejo.

BERMEJO.- (Apareciendo.)¿Me llamaba usted, mi cordial y querido tío?

DON VALERIANO.- Sí; tenga la bondad de hollar, aunque transitoriamente, este recatado despacho.

BERMEJO.- A sus gratas y efímeras órdenes.

DON VALERIANO.- Sírvase reposar en esa acogedora y deleznable silla.

BERMEJO.- Encantadísimo. (Aparte.)Me escama la retórica. (Se sienta en el sillón de despacho.)

DON VALERIANO.- Mi pasajero y fútil sobrino: he llamado a usted porque acaba de ocurrírseme una idea fulgurante, feliz, heroica, solucionante.

BERMEJO.- ¿Y qué idea es esa?

DON VALERIANO.- Verá usted qué hallazgo. Yo estoy viendo, amigo mío, que la infelicidad de esta casa ya no tendrá término.

BERMEJO.- ¡Oh!

DON VALERIANO.- De un lado, mi hermana que muere; mi sobrina, que se agosta; todos, que enloquecemos... De otro, usted, sufriendo atormentándose, anhelando morir, sin conseguirlo. ¿Qué remedio único podría tener esta trágica desdicha?, pensé... ¡Y lo he encontrado!

BERMEJO.- ¿Ha encontrado usted el remedio?

DON VALERIANO.- Breve, hermoso, sencillo, concluyente. Verá usted.

BERMEJO.-A ver.

DON VALERIANO.- He resuelto que, encerrados en esta habitación, concluyamos ahora mismo...

BERMEJO.- ¿Cómo?...

DON VALERIANO.-¡Matándole a usted y matándome yo luego!

BERMEJO.- (Que apenas puede tenerse de terror.)¡Don Valeriano!... ¡Caray, qué idea!

DON VALERIANO.- ¿Le gusta a usted?

BERMEJO.- ¡Una preciosidad! Pero es una idea que ya creo que nos convendría madurarla.

DON VALERIANO.- ¿Madurarla, para qué?... ¿Usted no va a morirse pronto?

BERMEJO.- De un día a otro, sí, señor. Pero, vamos, uno tiene sus afecciones... Yo quisiera despedirme de los míos...

DON VALERIANO.- Despídase por escrito. De aquí salimos los dos para el depósito.

BERMEJO.- ¡Pero por Dios, don Valeriano!... ¿Matarnos en casa?... Ahí tenemos el Retiro, la Moncloa, lugares de una amenidad y de una...

DON VALERIANO.- Basta.

BERMEJO.- Tampoco echemos el Canalillo en saco roto: una cinta de plata, álamos en las orillas...

DON VALERIANO.- (Se levanta. Saca el reloj y el revólver.)Escriba usted la despedida. Dos minutos nos quedan de existencia. ¡Pronto!

BERMEJO.- ¿Dos minutos?... ¡Pero, caray, don Valeriano; con este pulso en dos minutos no pongo yo ni «Ustedes lo pasen bien»! (Se pone a escribir. Aparte.) ¡Qué haría yo, Dios mío!... La cara es de una resolución trágica. (Escribe.)

DON VALERIANO.- Minuto y medio.

BERMEJO.- Don Valeriano, ¿tiene usted un raspador, que me he equivocado?... He puesto hijos con ge.

DON VALERIANO.- El trance disculpa la ortografía. Pronto, que pasa la hora.

BERMEJO.- Don Valeriano, hágame el favor de un sobre.

DON VALERIANO.- Tome usted.

(BERMEJO moja el sobre repetida e inútilmente.)

¿Qué le pasa?

BERMEJO.- Nada; que se pone usted tan apremiante, que no sé si es que el sobre no tiene goma o que yo no tengo saliva.

DON VALERIANO.- Venga esa carta. (Se la quita.) Encomendémonos a Dios.

BERMEJO.- Don Valeriano, un momento, que se me ha olvidado la fecha.

DON VALERIANO.- (Cogiéndole de una mano.)Basta. Encomiéndate a Dios. ¡Muere! (Le apunta.)

BERMEJO.- (Cayendo de rodillas.) ¡No, don Valeriano; por su madre!... ¡Mis hijas, mis pobres hijas! ¡No haga usted fuego!... ¡Fuego, no!...

DON VALERIANO.- ¡Muere! (Le muele a puntapiés, golpeándole con la culata del revólver.)

Escena XIII

Dichos y SATURNINO; luego, LUIS, DOÑA TOMASA y CARITA, por la primera izquierda; después, DON SEGUNDO e HIDALGO, por la primera derecha; al fin, GENOVEVA.

SATURNINO.- (Saliendo segunda derecha.)¡Mátelo usted!

BERMEJO.- (Más aterrado todavía.) ¡Saturnino!

SATURNINO.- ¡Menacho!

BERMEJO.- (Levantándose.)¡Tú aquí!... Entonces..., ¿lo saben todo?...

LUIS.- (Saliendo.) ¡Todo; miserable, canalla!...

DOÑA TOMASA.- (Que ha salido con CARITA.)Todo, sí, señor, y solo por la alegría de ver feliz a mi hija es por lo único que siento impulsos de perdonarle a usted.

DON SEGUNDO.- (Que aparece con HIDALGO.)¡Conque era un falsario! ¡Granuja!

BERMEJO.- (Abrumado.) ¡Señores!

DON VALERIANO.- Elimínese a gran velocidad... Váyase de España, márchese a América.

BERMEJO.- ¿Y si naufrago?

DON VALERIANO.- Usted se va al fondo del agua y se atraganta nada más.

LUIS.- Váyase pronto, porque nosotros hemos de notificar al juzgado la suplantación que usted ha cometido y va usted a ir a la cárcel.

CARITA.- Huya usted cuanto antes.

BERMEJO.- Gracias, señores; he parecido más malo de lo que soy. La necesidad, el hambre... ¡Perdónenme!...

GENOVEVA.- (Aparece primera derecha. Trae en la mano una corona fúnebre con grandes cintas.)Señorita, acaban de traer esta corona.

CARITA.-¡Dios mío, la que yo encargué creyendo...!

BERMEJO.- Es preciosa...

DON VALERIANO.-Era para usted, utilícela.

BERMEJO.- (La coge.) Con mucho gusto... (Leyendo las cintas.)«A la buena memoria...». ¡Regular, nada más!...; pero, en fin... ¡Gracias, señorita; gracias por el recuerdo!

SATURNINO.- Esto lo vendemos y nos dan treinta pesetas.

BERMEJO.- Tout suit. ¡Señores!

(Vanse primera derecha.)

DOÑA TOMASA.- ¡Vaya con Dios!

HIDALGO.-¡Maldito sea!

LUIS.- ¡Lo que nos ha hecho sufrir ese bandido!

DON SEGUNDO.- Porque fue el castigo de vuestra codicia. Así verás que solo es verdad lo que yo os tuve dicho: que el bolsillo se parece al estómago. Si queréis tener salud, comida sana; si queréis ser felices, dinero honrado. Y lo que no sea eso, ya lo visteis: daño nada más puede ser.

DOÑA TOMASA.- Tiene razón Segundo.

DON VALERIANO.- Y tú, Hidalguito, cuando se te ocurra una cosa ingeniosa, te la apuntas en un papel y te lo comes. (Al público.) Y aquí da fin la grotesca tragedia con que el autor pretendió entreteneros unas horas. Perdón si no lo ha logrado.

(Telón.)

FIN DE ¡QUE VIENE MI MARIDO!