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«Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica en 1840 y 1841», de Ramón de Mesonero Romanos

Enrique Rubio Cremades


Universidad de Alicante



Debido al interés que el público manifiesta por los escritos que describen las costumbres españolas, la mayoría de las revistas o periódicos incluirán una sección denominada, por regla general, «Impresiones de viaje». El escritor costumbrista recorre a lo largo de su vida diversos contextos geográficos allende los Pirineos para conocer de motu proprio los hábitos y costumbres de los países extranjeros. Su mirada escudriña con precisión y objetividad todo lo que atañe a su propósito: la observación del entorno real. El escritor costumbrista, como en el caso de Mesonero Romanos, realiza frecuentes salidas al extranjero no en calidad de exiliado, sino de atento observador. Su pragmatismo, ecuanimidad y fácil comprensión de los adelantos del siglo harán posible que las reformas sociales tan esenciales en España nazcan, precisamente, de estas vivencias en el extranjero. No se olvide el primer viaje1 de Mesonero por Europa, experiencia que pondría en práctica meses más tarde gracias a la solicitud del entonces corregidor de Madrid, el marqués de Pontejos, pues, a imitación de lo observado en el extranjero, se fundaron entidades de ahorro y sociedades dedicadas a los menesterosos, como la Caja de Ahorros y el Asilo de San Bernardino.

Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica en 1840 y 18412 de Mesonero Romanos se enmarca en un contexto propicio a los libros de viajes, como los conocidos relatos debidos a Modesto Lafuente3, Antonio María de Segovia4 y Eugenio de Ochoa5. De igual forma las impresiones de viaje constituyen secciones independientes en la prensa periódica del momento, como en el Semanario Pintoresco Español, Álbum Pintoresco Universal, El Museo de las Familias, El Museo Universal... No olvidemos, por ejemplo, que el Semanario Pintoresco Español, publicación fundada por el propio Mesonero, incluirá no sólo artículos de viajes debidos a su pluma6, sino también otros artículos escritos por afamados autores que configurarían en diversas épocas de la revista una sección dedicada a dicho tema.

De los tres viajes al extranjero realizados por Mesonero sólo el segundo, el nevado a cabo entre los años 1840 y 1841, ofrece un material noticioso de gran valor y trascendencia. Del primero cabe destacar algunos aspectos insertos en la transcripción del original realizada por sus hijos, como el análisis del peculiar carácter de los catalanes, la configuración urbanística de Barcelona o los edificios más singulares de la ciudad. No faltan impresiones de este primer viaje que aluden a la inseguridad de los caminos debida a la presencia de un tipo de ilustre tradición romántica: el bandolero.

El segundo corpus del primer viaje de Mesonero se engarza, curiosamente, con el realizado en los años 1840 y 1841. De esta forma se entrecruzan unas impresiones que apenas varían el modo de juzgar el entorno social, aunque el estilo y la introducción de personajes para hacer más amena su lectura marcan las diferencias. Estas incrustaciones las encuentra el lector en tres ocasiones. El primer día en París es un cuadro animado, en la línea de sus primeros artículos publicados en Cartas Españolas, Revista Española y Diario de Madrid. Personajes en acción y toda una tipología de clara filiación costumbrista introducen al lector en un variopinto mundo social. Las galerías del Palais Royal, los restaurantes, la variedad de espectáculos y un sinfín de pequeñas estampas del París del primer tercio del siglo XIX protagonizan las impresiones del joven Mesonero Romanos. Otro tanto sucede con el episodio «Entierro de Víctor Ducange», en el que el autor, lejos de limitarse al cuadro puramente descriptivo, introduce un personaje que narra y desvela los entresijos de la cultura francesa. Gracias al choque de perspectivas entre el propio Mesonero y su interlocutor -un periodista francés- se desvela el peculiar comportamiento de la sociedad española y francesa en materia de teatros y literatura en general, asomando en estas páginas el ideario estético del autor. Sus censuras a los dramas patibularios o novelas plagadas de muertes violentas serán aspectos denunciados, aunque la sociedad española reciba con fervor ciertos relatos cuyo máximo exponente en estas páginas es la Galería de sombras y espectros ensangrentados7. Años más tarde, 10 de septiembre de 1837, Mesonero publicará en las páginas del Semanario Pintoresco Español el artículo «El romanticismo y los románticos», burlesca sátira basada en gran medida en su contacto con el mundo intelectual del país recién visitado en el año 18338.

El tercer episodio referente al primer viaje inserto en Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica en 1840 y 1841 cierra el presente libro. «De vuelta a casa»9, el último episodio, cambia de título al publicarse en el Diario de Madrid el 16 y 17 de septiembre de 1835, aunque el texto sea idéntico. Mesonero Romanos sigue en la línea del Panorama Matritense, del cuadro animado sin apenas dosis descriptivas. Su propósito no es otro que el de inculcar una lección moral, didáctica y moralizante en donde se desgrana la pereza nacional a través del comportamiento de un burgués español. Lo de menos son las impresiones referentes a los núcleos urbanos más importantes de la época; lo realmente interesante es la disección realizada en torno a diversos personajes o interlocutores para explicar los males de una España perezosa que dormita y languidece. La empleomanía, tema ampliamente tratado por los maestros del costumbrismo español10, es en buena medida la culpable del atraso colectivo de un país en donde la investigación y la industria brillan por su ausencia. En definitiva, una España carente de identidad e invadida por la influencia francesa: «Usos y costumbres, maneras y lenguaje, leyes y literatura, muebles y trajes, corbatines y almohadillas, todo nos viene de París. Sólo la moneda se nos va11

Las referencias al tercer viaje de Mesonero Romanos son nulas. Sólo una nota a pie de página en Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica en 1840 y 1841 -episodio «Un año en París. Las exequias del emperador»- realizada en posteriores ediciones a la princeps. Nota que modifica la fecha ofrecida por Emilio Cotarelo12, 1865, pues Mesonero refiere lo siguiente:

¡Quién había de pronosticar entonces que esta misma fecha doce años después (1852) había de ser la de la inauguración de un nuevo imperio napoleónico, en cabeza de su inmediato descendiente, el mismo precisamente que acababa de pasar como desapercibido ante el pueblo francés, que parecía entonces no continuar hacia los herederos de aquel grande hombre de inmensa simpatía que reservaba exclusivamente a su memoria! ¡Puedo decirlo como testigo presencial!13



Es evidente que Recuerdos de viaje... constituye el principal material noticioso para el análisis de sus vivencias por Europa. De igual forma el lector tiene conocimiento de su forma de pensar y actuar desde una perspectiva diacrónica, pues engarza episodios e impresiones personales que ayudan a conocer la figura del propio Mesonero Romanos.

En Recuerdos de viaje... Mesonero teoriza sobre el viaje y los motivos que pueden impulsar al viajero a salir de su entorno geográfico. La monotonía, el tedio y la búsqueda de nuevas sensaciones posibilitan el deseo de viajar. Ser testigo de los adelantos del siglo, trasladarse de un lugar a otro en las nuevas redes ferroviarias europeas y analizar distintas formas de vida son motivos que inducen a Mesonero a emprender sus viajes. Es evidente que el autor, una vez más, se sitúa en el justo medio. No pretende emular la paciente labor investigadora de aquellos viajeros cuya única misión era el descubrimiento de nuevas civilizaciones o el estudio referente a todo lo que concierne al ser humano14. En sus Recuerdos Mesonero comunica a sus lectores que en estas impresiones de viaje

[...] no existe ni metódica descripción, ni pintura artística o literaria, ni historia propia, más o menos realzada con picantes anécdotas, ni sátira amarga siempre, ni pretexto constante para hacer reír a costa de la razón15.



Su intención no es otra que la de ser un atento observador de las nuevas configuraciones urbanísticas, sus paseos, edificaciones, apertura de grandes viales que faciliten el desplazamiento de sus moradores. Calles angostas, malolientes, mal empedradas e intransitables serán el envés de la moneda, lo denunciado por Mesonero. Su pensamiento está puesto en Madrid, en las posibles reformas urbanísticas que harían más placentera y cómoda la vida de sus habitantes.

Es evidente que si por un lado ésta es la clara intención de Mesonero, por otro sus recuerdos tratan de ridiculizar la visión que de España tienen los viajeros extranjeros, especialmente los franceses. En este sentido Mesonero no hace sino actuar como el resto de los escritores que en su día censuraron la peculiar visión que los franceses tenían de España, como en el caso de Antonio Flores en su artículo «Un viaje a las provincias Vascongadas asomando las narices en Francia16.» Mesonero, en el primer cuadro que figura al frente de Recuerdos -«Los viajeros franceses en España»-, introduce un mundo de ficción idéntico al del Panorama Matritense, intercalando disparatadas opiniones del viajero francés en su visita a España. Todo aparece distorsionado ante los ojos del gabacho, pues su visión de la realidad española es anacrónica e inverosímil. Mediante la introducción de diversas escenas de la vida española, el extranjero sacará conclusiones precipitadas y subjetivas, calificando a sus tipos como si de una comedia lopesca se tratara. Galanteos amorosos, bailes, corridas de toros, venganzas terribles configuran este panorama descrito por el viajero extranjero. Cuadros originales traducidos de W. Scott en el decir de Mesonero, pues no faltan los anacronismos y se falsea la historia de España, de ahí sus palabras harto denunciativas:

Viajeros que ni son artistas, ni son poetas, ni son críticos, ni historiadores, ni científicos, ni economistas; pero que, sin embargo, son viajeros, y escriben muchos viajes, con gran provecho de las empresas de diligencias y de los fabricantes de papel17.



Es evidente que en la memoria de Mesonero están presentes diversas obras que ofrecieron una realidad distorsionada de la España del momento. El lector o estudioso del siglo XIX percibe con claridad que los relatos de Charles Didier18, Roger Beauvoir19, Théophile Gauthier20, Alejandro Dumas21, entre otros, dieron una muy parcial visión de los usos y costumbres de España22.

Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica representa, pues, el justo medio al señalar su autor que no se trata de una obra científica, analítica o investigadora. De igual forma da a entender al lector que sus impresiones o recuerdos no son fruto del conocimiento precipitado de un país, al igual que en las anteriores obras, sino fiel reflejo de una estancia lo suficientemente pausada como para conocer los hábitos y principales episodios de la Europa de mediados de siglo XIX. De este modo Mesonero detalla los preparativos del viaje, su salida de Madrid a Bayona, la descripción de todo lo concerniente a los medios de comunicación, trazado de las calles, nomenclatura, industria, comercio y rasgos físicos de sus moradores. Su Manual de Madrid parece estar presente en la mente del autor, aunque brille por su ausencia ese afán escudriñador tan característico en el citado Manual.

El elogio franco y sincero de la sociedad francesa emerge desde las primeras impresiones de viaje. Atrás quedan las censuras vertidas en torno a los viajeros extranjeros en su contacto con la sociedad española. Mesonero se limita a observar la realidad francesa, una realidad plena de aciertos en todos los órdenes. Hoteles, fondas, paseos, cafés, teatros, centros de recreo y diversión en general están a disposición del viajero en su visita a Biarritz. Todo es excelente, como la correcta disposición y entrega de quienes rigen y gobiernan esta incipiente industria destinada a los viajeros. Por el contrario en España sucede lo opuesto, sumida en el atraso o en los tiempos de Cervantes en el sentir de Mesonero.

No menos interesante es el análisis referente a los medios de comunicación inserto en el capítulo «De Madrid a Bayona», desde las diligencias generales hasta el correo y las sillas de postas particulares. Todo es superior en comparación a los vetustos carruajes españoles. Los caminos trazados con precisión, sin ondulaciones bruscas que hicieran posible el vuelco del carruaje. Precisión horaria, abaratamiento de los costes en comparación con los precios españoles, posibilitarán el continuo desplazamiento de viajeros y mercancías. Todo inspira respeto y admiración al autor de estos Recuerdos, consciente de la superioridad francesa en materia urbanística y medios de comunicación. Otro tanto sucede con la industria francesa, modélica en su concepción y en la calidad de los medios empleados. Ejemplos de la excelente labor industrial pueblan las páginas de los Recuerdos, consciente su autor del atraso colectivo de España, sin apenas industria ni con la suficiente inteligencia para crear nuevas fuentes de riqueza, como la incipiente industria hotelera puesta en funcionamiento en Francia.

El París de mediados del siglo XIX ocupa en estos Recuerdos un lugar privilegiado. Si en anteriores páginas se entrecruzaban impresiones de muy dispar contenido, en lo concerniente a París Mesonero concibe un plan determinado para no dejar nada en el olvido. La experiencia personal de anteriores producciones debidas al propio autor -Manual de Madrid y Apéndice al Manual de Madrid- se percibe en el plan de la obra referida a la capital de Francia. La disección o estructuración realizada permite al lector un conocimiento profundo de la misma. Si prescindimos de los capítulos pertenecientes al primer viaje -«El primer día en París» y «Entierro de Víctor Ducange»-, el total de los cuadros es el siguiente: «París», «París animado y mercantil», «París monumental y artístico», «París científico y literario», «París recreativo», «El extranjero en París» y «Un año en París». En todos ellos, en especial en el primero, se aprecia el estilo conciso del Manual de Madrid. La historia de la ciudad, su emplazamiento, división de las zonas urbanas, callejero, edificios y población protagonizan estas páginas. El paso de la historia se percibe en este capítulo puramente descriptivo, casi notarial. Sólo ligeras digresiones emitidas por el propio Mesonero rompen todo este material noticioso al considerar su autor que el París medieval es un conjunto arquitectónico caótico; por el contrario, el París moderno se erige como el modelo a seguir, pues tanto la configuración de las amplias avenidas como las no menos modernas infraestructuras puestas al servicio de los medios de comunicación, arreglo y limpieza de las calles son dignas de admiración. En la mente del autor surge el recuerdo de un Madrid sucio, sórdido, mugriento, caótico en materia urbanística; sus moradores son, igualmente, vituperados hasta la saciedad, tanto por su falta de educación como por su peculiar concepto de la convivencia23. La pluma de Mesonero se asemeja a la de un Larra mordaz y crítico, consciente ambos del atraso colectivo de España. El tan reiterado tono dulzón y benevolente manifestado por la crítica desaparece por completo en estas páginas, al igual que en sus referencias a la incorporación de la mujer en el trabajo. Envidiable resulta el sentido de la profesionalidad de la mujer en el comercio o en las ramas que de él se derivan. Su tacto, disposición y sentido comercial han hecho posible que el París mercantil ocupe un lugar señero y privilegiado entre las capitales europeas. En contra aparecen las vetustas dependencias españolas, comercios con escaso sentido de la profesión y encomendados sólo a hombres. Como telón de fondo emergen las Galerías del Palacio Real modélicas en su distribución, arreglo y disposición de todo tipo de mercancías. Páginas en donde el lector percibe los sabios consejos a modo de digresión para que el forastero recién llegado a la corte francesa no dilapide su fortuna.

«París científico y literario» y «París recreativo» son contextos que acaparan la atención de Mesonero. El Barrio Latino, enclave principal de la vida universitaria parisiense, destaca con personalidad propia. No faltan las relaciones concernientes a los archivos públicos, bibliotecas, academias, sociedades filantrópicas..., todo es excelente, sin la desidia típicamente española que reina en todas las ramas del saber humano. De igual forma observa con detenimiento los servicios públicos, hospitales, prisiones, mataderos, cementerios..., material noticioso tenido en cuenta por Mesonero Romanos en posteriores escritos. El escrutinio o registro más minucioso llevado a cabo por el autor en estas páginas se refiere a los espectáculos públicos, únicos en el mundo por su variedad y cantidad. La Academia Real de Música, el Teatro del Odeón, el Teatro Francés y otros escenarios de no menos relevancia deleitan al público con magistrales obras. Las diversas escuelas literarias ofrecen a sus admiradores piezas señeras, como el conocido teatro de la Puerta de San Martín, enclave y punto de reunión de los fervientes seguidores de la literatura romántica. El vaudeville, la ópera cómico-francesa, el circo y otros espectáculos menores y no menos pintorescos hacen posible que la vida de París sea un hervidero de espectáculos y diversiones24. En este detenido panorama parisiense emerge el ideario estético de Mesonero, reacio a la escuela romántica y ferviente admirador de las piezas clásicas del teatro francés. Actores, escenario, vestimenta, comportamiento del público y otros aspectos relacionados con la escena son analizados por Mesonero. Todo es perfecto, no existen los males que aquejan al teatro español. La frustración le invade y, al igual que Larra, emite unos juicios asaz pesimistas.

Cierra este panorama de la capital francesa el cuadro titulado «Un año en París». Conjunto de impresiones idéntico a la primeriza obra Mis ratos perdidos, pues a través de las diversas festividades francesas sigue el curso correlativo de los meses correspondientes a un año. Cabe destacar finalmente sus recuerdos relativos a Bélgica, ensombrecidos por la sutil descripción de Francia y apéndice foráneo de idénticas trazas que las de su vecina nación. Las principales ciudades belgas con su historia artística y monumental nada aportan a lo publicado en su época. Mesonero Romanos, por el contrario, siente admiración por la laboriosidad de un país joven, recientemente independizado y que ha sabido ser modélico en los medios de comunicación. La tupida red ferroviaria de Bélgica causará admiración a un joven escritor acostumbrado a los penosos viajes realizados en su patria. Recuerdos de un viaje por Francia y Bélgica ofrece al lector una imagen veraz y realista de su tiempo, escrita sin apasionamiento ni subjetivismo. Sus censuras a la sociedad española y su visión de la vida francesa contrastan en estas páginas fruto de una profunda observación y meditación. Mesonero se identifica plenamente con el sentir de Lacra, de ahí que su patriotismo sea como un lamento humano, una queja amarga causada por la desidia que invade a la sociedad española.





 
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