- I - |
|
Dime coplas, musa mía. |
|
¿Me las niegas por vulgares? |
|
¿Me reprendes la osadía |
|
de que en coplas populares |
|
quiera cantar a María? |
|
|
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¿Murmuras avergonzada |
|
porque en la ruda tonada |
|
de esta mortal criatura |
|
no cabe la gran figura |
|
de María Inmaculada? |
|
|
|
¡Bien lo sé yo, musa mía! |
|
El gran himno de María |
|
no lo rima ni lo canta |
|
miel de humana poesía |
|
ni voz de humana garganta. |
|
|
|
Ni tú, porque eres tan ruda |
|
que vives con la desnuda |
|
Naturaleza en amores, |
|
amante, extática y muda |
|
de encinas, piedras y flores, |
|
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|
ni esotra sutil y grave |
|
musa de rica realeza |
|
que dicen que tanto sabe, |
|
daréis jamás con la clave |
|
del himno de la pureza. |
|
|
|
Ese gran himno bendito |
|
ya está en los cielos escrito |
|
por Dios con cifras de estrellas... |
|
¿Qué no sabrán decir ellas, |
|
letras de un libro infinito? |
|
|
|
Pero escucha, musa mía: |
|
la música reverente |
|
del poema de María |
|
es la total armonía |
|
del Universo viviente, |
|
|
|
y todo lo que es cantar, |
|
y todo lo que es bullir, |
|
entero se le ha de dar, |
|
porque cantar es amar, |
|
porque agitarse es sentir. |
|
|
|
Y yo, corazón de arcilla, |
|
que adoro tanta grandeza, |
|
le debo mi tonadilla... |
|
Negársela por sencilla |
|
fuera negar mi pobreza. |
|
|
- II - |
|
Yo he cantado cosas puras: |
|
radiosas noches serenas, |
|
empapadas de dulzuras. |
|
de castos silencios llenas |
|
y henchidas de hondas ternuras. |
|
|
|
Hele rimado cantares |
|
al candor de las palomas |
|
de mis blancos palomares |
|
y a la miel de los aromas |
|
de mis ricos tomillares. |
|
|
|
He cantado la blancura |
|
de la azucena sencilla, |
|
la purísima tersura |
|
de la nieve de la altura, |
|
que es la nieve sin mancilla. |
|
|
|
He cantado la pureza |
|
de las fuentes naturales, |
|
la gentil delicadeza |
|
que en los blancos recentales |
|
expresó Naturaleza: |
|
|
|
la sonrisa matutina |
|
de los días abrileños, |
|
la disuelta purpurina |
|
con que tiñen la colina |
|
los crepúsculos risueños; |
|
|
|
los arrullos guturales |
|
y los ósculos caídos |
|
en las caras celestiales |
|
de los niñitos dormidos |
|
en los brazos maternales... |
|
|
|
Cosas puras he cantado, |
|
cosas puras he sentido, |
|
y con ellas embriagado, |
|
como un niño me he dormido, |
|
como un ángel he soñado... |
|
|
|
Mas ni en mis noches divinas |
|
con estrellas diamantinas, |
|
ni en mis caseras palomas, |
|
ni en la miel de los aromas |
|
de mis natales colinas, |
|
|
|
ni en las puras azucenas, |
|
ni en las fuentes de la umbría, |
|
ni en las auroras serenas, |
|
ni en las dulces tardes llenas |
|
de profunda melodía, |
|
|
|
ni en los besos ideales, |
|
ni en las mieles musicales |
|
de las madres cuando cantan, |
|
ni en las risas celestiales |
|
de los niños que amamantan, |
|
|
|
encontró la musa mía |
|
pobre símbolo siquiera |
|
que con miel de poesía |
|
interpretarme pudiera |
|
la pureza de María... |
|
|
- III - |
|
¿Qué nombre darte, hechicero? |
|
Nada me dice el grosero |
|
decir del humano idioma, |
|
ni cuando dice paloma |
|
ni cuando dice lucero. |
|
|
|
¿Cómo bosquejar tu alteza |
|
con pobre imagen oscura |
|
que ofrezca Naturaleza, |
|
si no hizo Dios criatura |
|
gemela tuya en pureza? |
|
|
|
Fuente de aguas celestiales, |
|
crisol de amores humanos |
|
que tus ojos virginales |
|
depuran de los livianos |
|
sedimentos mundanales; |
|
|
|
sol del más dichoso día, |
|
vaso de Dios, puro y fiel; |
|
¡por Ti pasó Dios, María! |
|
¡Cuán pura el Señor te haría |
|
para hacerte digna de Él! |
|
|
|
Manantial de los consuelos, |
|
plenitud de los anhelos, |
|
luz que toda luz encierra, |
|
embeleso de los cielos, |
|
alegría de la tierra... |
|
|
|
¿Qué más decirse podría |
|
en tu alabanza y loor, |
|
después de decir que un día |
|
fuiste sin mancha, ¡oh María!, |
|
la Madre del Redentor? |
|
|
|
Corazón que ante tu planta |
|
no adore grandeza tanta, |
|
¡muerto o podrido ha de estar! |
|
Garganta que no te canta, |
|
¡muda debiera quedar! |
|
|
- IV - |
|
Musa mía campesina, |
|
que vives enamorada |
|
de la fuente y de la encina, |
|
de la luz de la alborada, |
|
de la paz de la colina, |
|
|
|
del vivir de mis pastores, |
|
del vibrar de sus sentires, |
|
del pudor de sus amores, |
|
del vigor de sus decires |
|
y el callar de sus dolores... |
|
|
|
¿No me has dicho, musa mía, |
|
que te placen cosas bellas? |
|
¡Pues viértete en armonía, |
|
que es centro de todas ellas |
|
la belleza de María! |
|
|
|
¿No me dices, cuando cantas |
|
el candor y la humildad, |
|
que te placen cosas santas? |
|
Pues María es, entre tantas, |
|
la más grande santidad. |
|
|
|
¿No tienes para la alteza |
|
de cosas puras tonada? |
|
¡Pues la esencia, la riqueza, |
|
el sol de toda pureza |
|
es María Inmaculada! |
|
|
|
¡Rima y canta musa adusta! |
|
¡Canta el misterio insondable |
|
cuya grandeza te asusta!... |
|
¡La divina Madre Augusta |
|
con los pobres es amable! |
|
|
|
Yo la he visto sonriente |
|
escuchando el balbuciente |
|
decir de rudos cantares |
|
que ante míseros altares |
|
le rimaba ruda gente... |
|
|
|
Gente de sano vivir |
|
que al sentirla Inmaculada, |
|
le cantaba su sentir. |
|
¡El del alma enamorada |
|
es el más bello decir! |
|
|
|
¡Madre mía! ¡Madre mía! |
|
¡Que beba mi poesía |
|
pureza de tu pureza! |
|
¡Que aprenda a tomar belleza |
|
de tu belleza María! |
|
|
|
¡Que suba tu amor ardiente |
|
del corazón del creyente |
|
a la mente del poeta, |
|
y oirás el himno ferviente |
|
que el gran misterio interpreta! |
|
|
|
¡Que el mundo pura te adore! |
|
¡Que te cante y que te implore! |
|
¡Que tú le mires amante |
|
cuando rece, cuando llore, |
|
cuando bregue, cuando cante! |
|
|
|
Y que a una voz concertada |
|
diga ante tanta grandeza |
|
la Humanidad prosternada: |
|
¡Gloria a Dios en la pureza |
|
de María Inmaculada! |
- I - |
|
Estaba amaneciendo. En los espacios |
|
del mundo sideral ya se borraban |
|
las últimas estrellas que aún brillaban |
|
como débiles chispas de topacios. |
|
|
|
Nada alteraba el general reposo |
|
del mundo en la extensión de sombras llena |
|
ni turbaba un acento rumoroso |
|
el solemne silencio religioso |
|
de la noche serena... |
|
|
|
Mansa, indecisa, vaga todavía |
|
la luz matutinal ya despuntaba, |
|
y en trémulos fulgores envolvía |
|
un paisaje de abril que se esfumaba |
|
en la vaga y borrosa lejanía. |
|
|
|
Iba a salir el sol. El horizonte |
|
de luz amarillenta se teñía, |
|
y de rumores se llenaba el monte |
|
y el valle se poblaba de armonía: |
|
y en el oscuro monte rumoroso, |
|
surgiendo acompasada, |
|
se iniciaba la intensa melodía |
|
del sublime y grandioso |
|
preludio musical de la alborada. |
|
|
|
Iba a salir el sol. Lo presentía |
|
la gran Naturaleza, |
|
que en el sereno despertar del día, |
|
espléndida, sublime en su grandeza, |
|
y henchida de vigor se estremecía. |
|
|
|
El soberano toque misterioso |
|
de la mano de Dios la despertaba, |
|
y a su sereno despertar grandioso, |
|
con vigor portentoso, |
|
la vida universal se reanimaba. |
|
|
|
De su jugo vital iban a henchirse |
|
los gérmenes hundidos en la sombra; |
|
al beso de la luz iban a abrirse |
|
los cálices plegados de las flores |
|
que al valle dan alfombra |
|
y a las brisas suavísimos olores; |
|
la tropa peregrina |
|
de pájaros cantores, aún dormidos, |
|
iba a cantar su estrofa matutina |
|
al posarse en los bordes de sus nidos |
|
la del radiante sol, luz argentina; |
|
y las errantes brisas olorosas, |
|
las frondas rumorosas, |
|
las aguas transparentes |
|
de los ríos, los lagos y las fuentes, |
|
los cerros de la sierra... |
|
¡Todo cuanto en la tierra |
|
produce, con acentos diferentes, |
|
trino, ruido, voz, eco o lamento |
|
al sentir ya cercana |
|
la luz del astro, que preside el día, |
|
preludiaba con su gárrula armonía |
|
el himno enunciador de la mañana! |
|
|
- II - |
|
Y el sol salió. Sus vivos resplandores |
|
se esparcieron en franjas ambarinas |
|
y explosiones de luz y de colores, |
|
de acentos y rumores, |
|
palpitaron por valles y colinas. |
|
|
|
El coro de los pájaros cantores, |
|
desatando sus lenguas peregrinas, |
|
inundó de armonías el ambiente; |
|
y para el gran concierto que a la aurora |
|
dedicaba la gran Naturaleza, |
|
el bosque dio su voz, honda y sonora, |
|
su aroma dieron las gentiles flores, |
|
la alondra dio cantares, |
|
el rocío del valle dio colores, |
|
el aura dio rumores; |
|
soñoliento gemir, los anchos mares; |
|
vapores, las cañadas; |
|
la flauta del pastor, dulces tonadas, |
|
y el Oriente, bellísimos celajes, |
|
y el éter, vibraciones irisadas. |
|
|
|
Y aquella voz magnífica, una y varia, |
|
que en sus senos encierra, |
|
con toda la armonía de los cielos |
|
los rumores que vibran en la tierra, |
|
al cantar de la aurora sonriente |
|
su himno de amor, magnífico y ardiente, |
|
parece que decía: |
|
¡Gloria al Dios cuya voz omnipotente |
|
del caos hizo el día!... |
|
|
- III - |
|
En medio del alegre y peregrino |
|
concierto musical de la mañana, |
|
un eco grave, dulce y argentino |
|
se dilata en el valle... ¡Es la campana |
|
de la ermita cercana! |
|
|
|
Impío, ven conmigo; y tú, cristiano, |
|
ven conmigo también. Dadme la mano, |
|
y entremos juntos en la pobre ermita |
|
solitaria, pacífica, bendita... |
|
Ante el ara inclinado |
|
ved allí al sacerdote... Ya es llegado |
|
el sublime momento... |
|
¡Elevad un instante el pensamiento! |
|
El dueño de esa gran Naturaleza |
|
que admirabais conmigo hace un instante, |
|
el soberano Dios de la grandeza, |
|
el Dios del infinito poderío |
|
¡es Aquel que levanta el sacerdote |
|
en su trémula mano! |
|
¡De rodillas ante Él! ¡Témele, impío! |
|
¡De rodillas! ¡Adórale, cristiano! |
|
Yo también me arrodillo reverente, |
|
y hundo en el polvo, ante mi Dios, la frente. |
- I - |
|
Cuando pasa el Nazareno |
|
de la túnica morada, |
|
con la frente ensangrentada, |
|
la mirada del Dios bueno |
|
y la soga al cuello echada, |
|
|
|
el pecado me tortura, |
|
las entrañas se me anegan |
|
en torrentes de amargura, |
|
y las lágrimas me ciegan |
|
y me hiere la ternura... |
|
|
|
Yo he nacido en esos llanos |
|
de la estepa castellana, |
|
cuando había unos cristianos |
|
que vivían como hermanos |
|
en república cristiana. |
|
|
|
Me enseñaron a rezar, |
|
enseñáronme a sentir |
|
y me enseñaron a amar, |
|
y como amar es sufrir |
|
también aprendí a llorar. |
|
|
|
Cuando esta fecha caía |
|
sobre los pobres lugares, |
|
la vida se entristecía, |
|
cerrábanse los hogares |
|
y el pobre templo se abría. |
|
|
|
Y detrás del Nazareno |
|
de la frente coronada, |
|
por aquel de espigas lleno |
|
campo dulce, campo ameno, |
|
de la aldea sosegada, |
|
|
|
los clamores escuchando |
|
de dolientes Misereres, |
|
iban los hombres rezando, |
|
sollozando las mujeres |
|
y los niños observando... |
|
|
|
¡Oh, qué dulce, qué sereno |
|
caminaba el Nazareno |
|
por el campo solitario, |
|
de verdura menos lleno |
|
que de abrojos el Calvario! |
|
|
|
¡Cuán suave, cuán paciente |
|
caminaba y cuán doliente |
|
con la cruz al hombro echada, |
|
el dolor sobre la frente |
|
y el amor en la mirada! |
|
|
|
Y los hombres, abstraídos, |
|
en hileras extendidos, |
|
iban todos encapados, |
|
con hachones encendidos |
|
y semblantes apagados. |
|
|
|
Y enlutadas, apiñadas, |
|
doloridas, angustiadas, |
|
enjugando en las mantillas |
|
las pupilas empañadas |
|
y las húmedas mejillas, |
|
|
|
viejecitas y doncellas |
|
de la imagen por las huellas |
|
santo llanto iban vertiendo... |
|
¡Como aquellas, como aquellas |
|
que a Jesús iban siguiendo! |
|
|
|
Y los niños, admirados, |
|
silenciosos, apenados, |
|
presintiendo vagamente |
|
dramas hondos no alcanzados |
|
por el vuelo de la mente, |
|
|
|
caminábamos sombríos, |
|
junto al dulce Nazareno, |
|
maldiciendo a los judíos, |
|
¡que eran Judas y unos tíos |
|
que mataron al Dios bueno! |
|
|
- II - |
|
¡Cuántas veces he llorado |
|
recordando la grandeza |
|
de aquel hecho inusitado |
|
que una sublime nobleza |
|
inspiróle a un pecho honrado! |
|
|
|
La procesión se movía |
|
con honda calma doliente. |
|
¡Qué triste el sol se ponía! |
|
¡Cómo lloraba la gente! |
|
¡Cómo Jesús se afligía!... |
|
|
|
¡Qué voces tan plañideras |
|
el Miserere cantaban! |
|
¡Qué luces, que no alumbraban, |
|
tras las verdes vidrïeras |
|
de los faroles brillaban! |
|
|
|
Y aquel sayón inhumano |
|
que al dulce Jesús seguía |
|
con el látigo en la mano, |
|
¡qué feroz cara tenía, |
|
qué corazón tan villano! |
|
|
|
¡La escena a un tigre ablandara! |
|
Iba a caer el cordero, |
|
y aquel negro monstruo fiero |
|
iba a cruzarle la cara |
|
con el látigo de acero... |
|
|
|
Mas un travieso aldeano, |
|
una precoz criatura |
|
de corazón noble y sano |
|
y alma tan grande y tan pura |
|
como el cielo castellano, |
|
|
|
rapazuelo generoso |
|
que al mirarla, silencioso, |
|
sintió la trágica escena, |
|
que le dejó el alma llena |
|
de hondo rencor doloroso, |
|
|
|
se sublimó de repente, |
|
se separó de la gente, |
|
cogió un guijarro redondo, |
|
miróle al sayón de frente |
|
con ojos de odio muy hondo, |
|
|
|
paróse ante la escultura, |
|
apretó la dentadura, |
|
aseguróse en los pies, |
|
midió con tino la altura, |
|
tendió el brazo de través, |
|
|
|
zumbó el proyectil terrible, |
|
sonó un golpe indefinible, |
|
y del infame sayón |
|
cayó botando la horrible |
|
cabezota de cartón. |
|
|
|
Los fieles, alborotados |
|
por el terrible suceso, |
|
cercaron al niño, airados, |
|
preguntándole admirados: |
|
-¿Por qué, por qué has hecho eso?... |
|
|
|
Y él contestaba, agresivo, |
|
con voz de aquellas que llegan |
|
de un alma justa a lo vivo: |
|
-¡Porque sí, porque le pegan |
|
sin hacer ningún motivo! |
|
|
- III - |
|
Hoy, que con los hombres voy, |
|
viendo a Jesús padecer, |
|
interrogándome estoy: |
|
¿Somos los hombres de hoy |
|
aquellos niños de ayer? |
|
Luz ingrávida, hija blanca de la nada |
|
que te ciernes en los ámbitos del cielo; |
|
ancho círculo de brumas taciturnas, |
|
horizonte de los días cenicientos; |
|
negra sierra de grandeza inmensurable |
|
que te elevas como monstruo gigantesco |
|
con peana de boscosas montañuelas |
|
y corona de pináculos de hielo; |
|
valle ameno, rico nido de quietudes, |
|
melancólica vivienda del sosiego, |
|
donde apenas de la muerte y de la vida |
|
vagamente se perciben los linderos, |
|
que se borran en los diáfanos ambientes |
|
del reposo, de la paz y del silencio; |
|
sol que enciendes y dibujas con tu lumbre |
|
los ardientes mediodías soñolientos, |
|
las auroras con crepúsculos de nácar |
|
y las tardes con crepúsculos de fuego; |
|
soledades taciturnas de los páramos; |
|
compañía rumorosa de los pueblos..., |
|
por beber entre vosotros la existencia |
|
ha ya mucho que a estos sitios vine huyendo |
|
de la mágica ciudad artificiosa |
|
donde flota el oro puro junto al cieno, |
|
donde todo se discute con audacia, |
|
donde todo se ejecuta con estrépito. |
|
|
|
Tal vez bulla entre vosotros todavía |
|
una turba de sofistas embusteros |
|
que negaban a mi Dios con artificios |
|
fabricados en sus débiles cerebros. |
|
Con el agua de la charca a la cintura |
|
y en el alma la soberbia del infierno, |
|
revolvían los minúsculos tentáculos |
|
de sus mentes enfermizas en el cieno |
|
y buscaban... ¡lo que encuentran tantos hombres |
|
que con limpio corazón miran al cielo! |
|
¡Qué grandeza la del Dios de mi creencia! |
|
Y los hombres que lo niegan, ¡qué pequeños! |
|
Solamente por amarle yo en sus obras |
|
he corrido a todas partes siempre inquieto. |
|
|
|
Yo he pasado largas noches en la selva, |
|
cabe el tronco perfumado del abeto, |
|
escuchando los rumores del torrente, |
|
y los trémulos bramidos de los ciervos, |
|
y el aullido plañidero de la loba, |
|
y las músicas errátiles del viento, |
|
y el insólito graznido de los cárabos, |
|
que parece carcajada del infierno. |
|
Yo he gozado en la salvaje serranía |
|
la frescura deleitante de los céfiros, |
|
y he dormido junto al tajo del abismo |
|
la embriaguez que le producen al cerebro |
|
los olores resinosos de las jaras, |
|
los selváticos aromas de los brezos |
|
y la hipnótica visión de las alturas |
|
que me hundía en las regiones de los vértigos. |
|
Yo he bebido en los recónditos aguajes |
|
de las corzas amarillas y los ciervos, |
|
y he matado a puñaladas en el coto |
|
al arisco jabalí, sañudo y fiero. |
|
Yo he bogado en un madero por el río, |
|
y he corrido con un potro por los cerros, |
|
y he plantado en el peñasco la buitrera |
|
y he arrojado los harpones en el piélago. |
|
|
|
Contemplando la armonía de la vida |
|
bajo el ancho cortinaje de los cielos, |
|
yo he pasado las de agosto noches puras |
|
y las negras noches lóbregas de invierno |
|
en la cumbre de colinas virgilianas |
|
o en la choza de lentiscos del cabrero, |
|
o en las húmedas umbrías de los montes |
|
bajo el palio de follaje de los quéjigos. |
|
Y han henchido mis pulmones con sus ráfagas |
|
el de mayo, delicioso ambiente fresco, |
|
el solano bochornoso del estío |
|
y el de enero flagelante duro cierzo. |
|
|
|
A las puertas de los antros de las fieras |
|
los impulsos violentísimos del miedo |
|
me han llevado a guarecerme, acobardado |
|
por la ronca fragorosa voz del trueno |
|
que botaba en las gargantas de la sierra |
|
y mugía en los abismos de los cielos. |
|
|
|
Y encajado como mísera alimaña |
|
en la grieta del peñasco gigantesco, |
|
he sentido la grandeza de lo grande |
|
y he llorado la ruindad de lo pequeño. |
|
|
|
Y en la sierra, y en el monte, y en el valle, |
|
y en el río, y en el antro, y en el piélago, |
|
dondequiera que mis ojos se posaron, |
|
dondequiera que mis pies me condujeron, |
|
me decían: -¿Ves a Dios? -Todas las cosas, |
|
y mi espíritu decía: -Sí, lo veo. |
|
|
|
-¿Y confiesas? -Y confieso. -¿Y amas? -Y amo. |
|
-¿Y en tu Dios esperarás? -En Él espero. |
|
|
|
¡Cuantas veces he llorado la miseria |
|
de la turba dislocada de perversos |
|
que en la mágica ciudad artificiosa |
|
injuriaban a mi Dios sin conocerlo! |
|
Si es verdad que no lo encuentran, aturdidos |
|
de la mágica ciudad por el estruendo, |
|
que se vengan a admirarlo aquí en sus obras, |
|
que se vengan a adorarlo en sus efectos, |
|
en el seno de esta gran Naturaleza |
|
donde es grande por su esencia lo pequeño; |
|
donde, hablándonos de Dios todas las cosas, |
|
al revés de la ciudad de los estruendos, |
|
lo soberbio dice menos que lo humilde, |
|
el reposo dice más que el movimiento, |
|
las palabras hablan menos que el movimiento, |
|
las palabras hablan menos que los ruidos, |
|
y los ruidos dicen menos que el silencio... |
|
Baturrico, baturrico, |
|
yo te digo la verdad, |
|
que soy también un baturro |
|
de castellano lugar |
|
y los hermanos no engañan |
|
a sus hermanos jamás. |
|
|
|
No apartes nunca tus ojos |
|
de ese adorable Pilar, |
|
que si los tiempos que corren |
|
no hubiesen medido ya |
|
lo fuerte que es una Reina, |
|
que tiene un pueblo leal, |
|
ya hubieran ido royendo |
|
con diente frío y tenaz |
|
los basamentos innobles |
|
del bendito pedestal |
|
donde la madre de España |
|
quiso su trono asentar. |
|
|
|
¡Bien en el cielo sabían |
|
que en esta Patria inmortal |
|
vivir con aragoneses |
|
es vivir con lealtad! |
|
|
|
Pero mira, baturrico, |
|
mira que el genio del mal |
|
anda agotando las fuentes |
|
que quedan sin agotar, |
|
las fuentecitas que manan |
|
agüicas como cristal |
|
para que puedan los hombres |
|
la sed del alma apagar. |
|
|
|
Y si estas fuentes se agotan, |
|
los frutos se secarán |
|
y va a quedarse la vida |
|
como fructífero erial... |
|
|
|
Mira, mira, baturrico, |
|
cómo quitándole van |
|
a muchos hermanos nuestros |
|
lo que ellos amaban más: |
|
su rica fe vigorosa, |
|
su instinto del ideal, |
|
sus viejas virtudes sanas, |
|
sus amores..., ¡su Pilar!... |
|
|
|
En ese de Zaragoza |
|
bien sé que se estrellarán |
|
con ira estéril las alas |
|
del negro espíritu audaz; |
|
que es la savia de ese árbol |
|
sangre de gente leal, |
|
y la red de sus raíces |
|
tan lejos llega a arraigar, |
|
que no es solo red de arterias |
|
del corazón nacional, |
|
sino de toda la Patria, |
|
que vive de él a compás. |
|
|
|
¡Pobre español, si lo hubiese, |
|
que de su infancia en la edad |
|
no oyó en su casa plegarias |
|
a la Virgen del Pilar! |
|
|
|
Baturrico, baturrico, |
|
yo te diré la verdad, |
|
que a mis hermanos los charros |
|
se la he predicado ya, |
|
¡y ay de mis charros queridos |
|
si la llegan a olvidar! |
|
|
|
De todo aquel patrimonio, |
|
de todo el rico caudal |
|
de nuestros tesoros viejo |
|
nos queda uno solo ya: |
|
nos queda la fe en el alma, |
|
la savia del ideal; |
|
¡nos queda Dios en el Cielo, |
|
y en Zaragoza, el Pilar! |
|
|
|
Y quíteme Dios la vida |
|
antes del día fatal |
|
en que con tristes clamores |
|
tuviera yo que clamar: |
|
-¡Ay de mis charros queridos, |
|
que al Cielo no miran ya! |
|
¡Ay de mis buenos baturros |
|
que ya no tienen Pilar! |
A mi querido amigo el virtuoso sacerdote don Germán Fernández.
- I - |
|
Era un día quejumbroso de diciembre ceniciento |
|
cuando yo subí la cuesta de la mística mansión: |
|
el que aquella cuesta sube con angustias de sediento, |
|
baja rico de frescuras el ardiente corazón. |
|
|
|
Era un día de diciembre. La ciudad estaba muerta |
|
sobre el árido repecho calvo y frío del erial; |
|
la ciudad estaba muda, la ciudad estaba yerta |
|
sobre el yermo fustigado por el hálito invernal. |
|
|
|
Los palacios y las torres de los viejos hombres idos |
|
en el carro de los tiempos de las glorias y el honor, |
|
dormitaban indolentes, indolentemente hundidos |
|
de seniles impotencias en el lánguido sopor. |
|
|
|
Era un día de infinitas y secretas amarguras |
|
que a las almas resignadas se complacen en probar; |
|
me apretaban las entrañas melancólicas ternuras |
|
y membranzas dolorosas de los hijos y el hogar. |
|
|
|
Me caían en la frente doloridos pensamientos |
|
de esta trágica y oculta mansa pena de vivir; |
|
me pesaban en el alma los mortales desalientos |
|
de las pobres almas mudas, fatigadas de sentir. |
|
|
|
Arrancaban de mi pecho melancolías piedades |
|
y santísimos desdenes de confeso pecador; |
|
la grotesca danza loca de las locas vanidades |
|
que los hombres arrastramos de la fama en derredor. |
|
|
|
Las ridículas miserias del orgullo pendenciero, |
|
las efímeras victorias de los hombres del placer, |
|
las groseras presunciones de los hombres del dinero, |
|
las grotescas arrogancias de los hombres del poder... |
|
|
|
Todo el mundo de las grandes epilépticas demencias, |
|
todo el mundo de infortunios de la pobre Humanidad, |
|
todo el mundo quejumbroso de mis íntimas dolencias |
|
me pesaban en el alma con gigante gravedad. |
|
|
|
Era un día de amarguras cuando yo subí la cuesta |
|
de la alegre montañuela que veía yo a mis pies |
|
desde aquella blanca ermita que asentaron en su cresta |
|
como nidos de palomas en pimpollo de ciprés. |
|
|
|
Como sábanas inmensas de longuísimos desiertos |
|
se extendían, dominados por los brazos de la Cruz, |
|
horizontes infinitos, infinitamente abiertos |
|
al abrazo de los cielos y a los besos de la luz; |
|
|
|
horizontes que pusieron en las niñas de mis ojos |
|
la visión de la desnuda muda tierra en que nací; |
|
tierras verdes de las siembras, tierras blancas de rastrojos, |
|
tierras grises de barbechos... ¡Patria mía, yo te vi! |
|
|
|
Me trajeron tu memoria las espléndidas anchuras |
|
de las tierras y los cielos que se llegan a besar; |
|
las severas desnudeces de las áridas llanuras, |
|
las gigantes majestades de su grave reposar... |
|
|
|
Y una pena que atraviesa por la médula del alma, |
|
una pena que mi lengua nunca supo definir, |
|
me invadió para robarme la serena augusta calma |
|
que refrena, que preside los espasmos del sentir. |
|
|
|
Pero a mí cuando la pena con su látigo me azota |
|
no me arranca ni un lamento de grosera indignación; |
|
por la misma herida abierta que caliente sangre brota, |
|
brota el bálsamo tranquilo de la fe del corazón. |
|
|
|
Y por eso cuando siento que rugiendo se adelanta |
|
la borrasca detonante que me quiere aniquilar, |
|
ni su rayo me acobarda, ni su estrépito me espanta |
|
porque sé dónde arriarme, porque sé dónde mirar. |
|
|
|
¡Madre mía, madre mía! Cuando aquella tarde brava |
|
yo subía por la cuesta de tu mística mansión, |
|
como el látigo del viento que la cara me cruzaba, |
|
flagelaba el de la pena mi sensible corazón, |
|
|
|
y por eso te miraba con aquella que conoces |
|
tan recóndita mirada que te sé yo dirigir |
|
cuando inician en mi pecho sus asaltos más feroces |
|
las nostalgias taciturnas que me suelen afligir. |
|
|
|
¡Madre mía!... Me contaron unos buenos caballeros, |
|
moradores de tu hidalga y amadísima ciudad, |
|
que son tuyos sus amores, y son suyos tus veneros |
|
copiosísimos y santos de graciosa caridad: |
|
|
|
me contaron episodios de la bella historia tuya, |
|
dulcemente convivida con tu amante pueblo fiel; |
|
me dijeron que era tuyo; me dijeron que eras suya, |
|
que te daban bellas flores, que les dabas rica miel, |
|
|
|
que el que suba aquella cuesta y en el pecho lleve agravios, |
|
turbias aguas en los ojos y en los hombros dura cruz, |
|
baja alegre sin la carga, con dulzuras en los labios, |
|
con amores en el pecho y en los ojos mucha luz. |
|
|
|
¡Madre mía, lo he gozado! Los dulcísimos instantes |
|
que mis penas me tuvieron de rodillas ante Ti |
|
fueron siglos de exquisitas dulcedumbres deleitantes |
|
que los ríos de tus gracias derramaron sobre mí. |
|
|
|
Y el oscuro peregrino que la cuesta de tu ermita |
|
como cuesta de un calvario rendidísimo subió |
|
con la carga de miserias que en los hombres deposita |
|
la ceguera de una vida que entre polvo se vivió, |
|
|
|
descendió de tu montaña con los ojos empapados |
|
en aquella luz que hiende las negruras del morir, |
|
y el espíritu sereno de los hombres resignados |
|
que sonríen santamente con la pena de vivir. |
|
|
|
¡Madre mía!, si esas mieles has tenido en tus veneros, |
|
para el labio de un andante caballero de la fe, |
|
¿qué tendrás en tu tesoro para aquellos caballeros |
|
del hidalgo pueblo noble que es alfombra de tu pie? |
|
|
- II - |
|
Bellísima cacereña, |
|
hija del sol que te baña: |
|
¡la Virgen de la Montaña |
|
te guarde, niña trigueña! |
|
|
|
Te habrán dicho los espejos |
|
que son tus labios muy rojos, |
|
que son muy negros tus ojos, |
|
que fuego son tus reflejos, |
|
|
|
que son tus trenzas dos lindas |
|
cadenas de amor ardientes, |
|
que son perlitas tus dientes |
|
y tus mejillas son guindas. |
|
|
|
Te habrá dicho ese indiscreto |
|
cortesano de mujeres |
|
todo lo hermosa que eres, |
|
porque él no guarda un secreto. |
|
|
|
Y un funesto genio alado, |
|
sátiro, flaco y viscoso, |
|
murciélago tenebroso, |
|
tras los espejos posado, |
|
|
|
te habrá cantado: «¡Oh mujer!, |
|
¿qué reina Venus mejor |
|
para la corte de amor |
|
donde el rey es el placer?» |
|
|
|
Y yo que te adoro tanto; |
|
yo que te quiero más bella |
|
que la loca reina aquella, |
|
de esta manera te canto: |
|
|
|
¡Qué angelical ermitaña |
|
tuviera en ti, cacereña, |
|
para su ermita risueña |
|
la Virgen de la Montaña! |
|
|
|
¿Ves la poética ermita |
|
que irradia blancos reflejos? |
|
Pues no la busques más lejos, |
|
que allí la belleza habita. |
|
|
|
Linda garza y ribereña: |
|
levanta el gallardo vuelo, |
|
que estás más cerca del cielo |
|
posada en aquella peña. |
|
|
|
Vive tu propio vivir, |
|
deja del valle la hondura, |
|
que si alas te dio Natura |
|
te las dio para subir. |
|
|
|
Sube a la mística loma, |
|
que no hay mansión deleitable |
|
más llena de paz amable |
|
que el nido de una paloma. |
|
|
|
Sube, que yo, cuando subes |
|
por ese atajo risueño, |
|
gentil alondra te sueño, |
|
que va a cantar a las nubes. |
|
|
|
Sube, preciosa ermitaña, |
|
que algo que no da Natura |
|
se lo dará a tu hermosura |
|
la Virgen de la Montaña. |
|
|
|
Que aunque el espejo te cuente |
|
que son tus labios muy rojos, |
|
que son muy negros tus ojos |
|
y que es divina tu frente, |
|
|
|
nunca, con ruda franqueza |
|
de amigo que se delata, |
|
te dirá que él no retrata |
|
lo mejor de la belleza. |
|
|
|
Yo puedo darte un consejo, |
|
pues digo verdad si digo |
|
que soy más honrado amigo |
|
que el sátiro y el espejo, |
|
|
|
y sé mejor que los dos |
|
cuáles son las más graciosas, |
|
cuáles las más bellas cosas |
|
que puso en el mundo Dios. |
|
|
|
¿No sabes que los poetas |
|
vivimos siempre cantando, |
|
de la belleza buscando, |
|
siempre las claves secretas? |
|
|
|
¿Y no sabes tú, paloma, |
|
que no nos placen las flores |
|
ricas en vivos colores |
|
y pobres en rico aroma? |
|
|
|
¡Pues sube, linda ermitaña, |
|
que algo que no da Natura |
|
se lo dará a tu hermosura |
|
la Virgen de la Montaña! |
|
|
|
Todos los años, estrella, |
|
sé que subís a su ermita |
|
y le hacéis una visita |
|
tú y la primavera bella, |
|
|
|
y yo, que vivo buscando |
|
bellas cosas que cantar, |
|
tal visita al recordar |
|
suelo decir suspirando: |
|
|
|
¡Será un cielo aquella sierra |
|
cuando, levantando el vuelo, |
|
visiten a la del cielo |
|
las vírgenes de la tierra!... |
- I - |
|
Ciego que ayer no lo fuera |
|
sufre más negra ceguera |
|
que el que en la sombra ha nacido. |
|
Triste que ayer no lo era |
|
dos veces hondo ha caído. |
|
|
|
Yo un día -¡lejano día!- |
|
gocé de la compañía |
|
de mis placeres mejores; |
|
yo bebí de la ambrosía |
|
del amor de mis amores; |
|
|
|
yo gusté la miel sabrosa |
|
de un vivir feliz, sereno, |
|
lleno de fe sustanciosa... |
|
puro vivir, todo lleno |
|
de grandeza religiosa... |
|
|
|
Pan el trabajo me daba, |
|
la paz me lo equilibraba, |
|
la fe me lo dirigía, |
|
el amor me lo alegraba |
|
y Dios me lo bendecía... |
|
|
|
¡Santo vivir cuya historia |
|
como una reliquia encierra |
|
la llave de mi memoria! |
|
¡Era lo que hay en la tierra |
|
más parecido a la gloria! |
|
|
|
Y otro día -¡turbio día!-, |
|
la misma mano que el cielo |
|
de mis venturas teñía |
|
con luz de rosa que un velo |
|
de eterna aurora fingía, |
|
|
|
trajo nubes por Oriente, |
|
vibró el relámpago ardiente |
|
con cárdenos resplandores... |
|
¡y el rayo cayó en la frente |
|
del amor de mis amores! |
|
|
|
Y he sentido en torno mío |
|
las tinieblas del vacío |
|
con sus hondas ansiedades, |
|
y he sentido todo el frío |
|
de las grandes soledades... |
|
|
|
Y he gritado en la arenosa |
|
solitaria inmensidad |
|
con ronca voz clamorosa: |
|
¡No hay soledad dolorosa |
|
como esta mi soledad! |
|
|
- II - |
|
Una noche, una doliente |
|
noche de angustia empapada, |
|
noche de místico ambiente, |
|
que tenía el peso ingente |
|
de la culpa consumada..., |
|
|
|
una noche religiosa, |
|
fúnebremente sentida, |
|
místicamente radiosa, |
|
hondamente entristecida |
|
y ardientemente amorosa..., |
|
|
|
muchedumbre de creyentes |
|
doloridos, reverentes, |
|
apiñados, silenciosos, |
|
bajas las pálidas frentes, |
|
turbios los ojos llorosos, |
|
|
|
llevaban, triste, adelante |
|
del cortejo entristecido, |
|
la imagen interesante |
|
de la Madre más amante |
|
del hijo más dolorido. |
|
|
|
La miré con alma llena |
|
de luz y calor de fe; |
|
la vi sola, la vi buena, |
|
y al abismo de su pena |
|
con el alma me asomé. |
|
|
|
¡Gran Dios! Tan honda y oscura |
|
la sima de la amargura |
|
mi sentimiento entrevió, |
|
que el vértigo de la hondura |
|
mi mente desvaneció. |
|
|
|
Y así me dijo el sentido: |
|
-Ésa no es extraña humana |
|
que humano amor ha perdido: |
|
¡es la Virgen soberana |
|
que Madre de un Dios ha sido! |
|
|
|
Lo dio por la pecadora |
|
loca y ciega Humanidad... |
|
El Mártir ha muerto ahora... |
|
¡la Madre de Cristo llora, |
|
sin Cristo, su soledad! |
|
|
|
Si siempre ha sido el amor |
|
la medida del dolor, |
|
di, pecador, ¿dónde has visto |
|
duelo de madre mayor |
|
que el de la Madre de Cristo? |
|
|
- III - |
|
¡Madre mía, débil fui! |
|
Por no ver el hondo abismo |
|
de tu dolor ante mí, |
|
miré dentro de mí mismo, |
|
y ante otro abismo me vi. |
|
|
|
El abismo hondo y oscuro |
|
del pecado más odioso |
|
de este corazón impuro, |
|
que es ingrato y veleidoso, |
|
loco y ciego, torpe y duro. |
|
|
|
¡Dulce estrella matutina! |
|
¡Virgen de la Soledad! |
|
¡Yo también puse una espina |
|
sobre la frente divina |
|
del Sol de la Humanidad! |
|
|
|
Si Madre de Dios no fueras, |
|
¿cómo el crimen perdonaras, |
|
ni en mis lágrimas creyeras, |
|
ni al Hijo por mí rogaras? |
|
|
|
¡Madre mía, madre mía! |
|
Llorando yo soledades |
|
que eran como una agonía, |
|
dije que nadie sufría |
|
tan horrendas ansiedades. |
|
|
|
Y hoy, que, al ver tu duelo santo, |
|
vislumbré, anegado en llanto, |
|
un punto de tu grandeza, |
|
me han causado igual espanto |
|
tu dolor y mi flaqueza. |
|
|
|
¡Dolorida gran Señora!, |
|
tu soledad, ¡ay!, ha sido |
|
la segunda redentora |
|
de este corazón herido |
|
que en tu soledad te adora. |
- I - |
|
¡Señor! ¡Mi patria llora! |
|
La apartaron, ¡oh Dios!, de tus caminos, |
|
y ciega hacia el abismo corre ahora |
|
la del mundo de ayer reina y señora |
|
de gloriosos destinos. |
|
|
|
Hijos desatentados, |
|
que ya la vieron sin pudor vencida, |
|
la arrastran por atajos ignorados... |
|
¡Señor, que va perdida! |
|
¡Que no lleva en su pecho la encendida |
|
luz de tu Fe que alumbre su carrera! |
|
¡Que no lleva el apoyo de tu mano! |
|
¡Que no lleva la Cruz en la bandera |
|
ni en los labios tu nombre soberano! |
|
¡Señor! ¡Mi patria llora! |
|
¿Y quién no llorará como ella ahora |
|
tremendas desventuras, |
|
si fuera de tus vías |
|
sólo hay horribles soledades frías, |
|
lágrimas y negruras? |
|
|
|
¿Quién que de Ti se aleje |
|
camina en derechura a la grandeza? |
|
¿Ni quién que a Ti te deje |
|
su brazo puede armar de fortaleza? |
|
|
|
Solamente unos pocos pervertidos, |
|
hijos envanecidos |
|
de esa Madre fecunda de creyentes |
|
pretenden, imprudentes, |
|
alejarla de Ti: son insensatos; |
|
olvidan tus favores: son ingratos, |
|
desprecian tu poder: están dementes. |
|
|
|
Pero la patria mía, |
|
por Ti feliz y poderosa un día, |
|
siempre te ve, Señor, como a quien eres, |
|
y en Ti, gran Dios, en Ti solo confía; |
|
que es grande quien Tú quieres, |
|
fuerte quien tiene tu segura guía, |
|
sabio quien te conoce, |
|
¡y feliz quien te sirva y quien te goce! |
|
|
|
¡Señor! ¡Mi Patria llora! |
|
Ebria, desoladora, |
|
la frenética turba parricida |
|
la lleva a los abismos arrastrada, |
|
la lleva empobrecida..., |
|
¡la lleva deshonrada!... |
|
|
|
¡Alza, Señor, tu brazo justiciero, |
|
y sobre ellos descarga el golpe fiero, |
|
vengador de sus ciegos desvaríos!... |
|
¡No son hermanos míos |
|
ni hijos tuyos, Señor! ¡Son gente impía! |
|
¡Son asesinos de la patria mía! |
|
|
- II - |
|
¡Señor, Señor; deténte! |
|
¡No hagas caer sobre la impura gente |
|
el rudo golpe grave |
|
de la iracunda mano justiciera, |
|
sino el toque süave |
|
de la mano que funde y regenera! |
|
|
|
Y a Ti ya convertidos, |
|
los hijos ciegos a tu amor perdidos, |
|
aplaca tus enojos, |
|
la noche ahuyenta, enciéndenos el día |
|
y pon de nuevo tus divinos ojos |
|
en los destinos de la patria mía. |
|
|
|
¿No es ella la que hiciera |
|
con los lemas sagrados |
|
de la Cruz y el honor una bandera? |
|
¿La que tantos a Ti restituyera |
|
pueblos ignotos de tu fe apartados, |
|
que con sangre de intrépidos soldados |
|
y con sangre de santos redimiera? |
|
|
|
¿Y Tú no eres el Dios Omnipotente |
|
que quitas o derramas con largueza |
|
gloria y poder entre la humana gente? |
|
|
|
¿No eres prístina fuente |
|
de donde ha de venir toda grandeza? |
|
¿No eres origen, pedestal ingente |
|
de toda fortaleza? |
|
|
|
¿No es toda humana gloria |
|
dádiva generosa de tu mano? |
|
¿No viene la victoria |
|
delante de tu soplo soberano? |
|
|
|
¡Señor, oye los ruegos |
|
que ya te elevan los hermanos míos! |
|
¡Ya ven, ya ven los ciegos! |
|
¡Ya rezan los impíos! |
|
¡Ya el soberbio impotente |
|
hunde en el polvo, ante tus pies, la frente! |
|
¡Ya el demente blasfemo, arrepentido, |
|
cubre su rostro, el pecho se golpea |
|
y clama compungido: |
|
«¡Alabado el Señor; bendito sea!» |
|
|
|
Y los justos te aclaman, |
|
alzando a Ti los brazos, y te llaman; |
|
y porque España sólo en Ti confía, |
|
al unísono claman |
|
todos los hijos de la Patria mía: |
|
|
|
¡Salva a España, Señor; enciende el día |
|
que ponga fin a abatimiento tanto! |
|
¡Tú, Señor de la vida o de la muerte! |
|
¡Tú, Dios de Sabahot, tres veces Santo, |
|
tres veces Inmortal, tres veces Fuerte!... |
- I - |
|
No le dieron el cetro la intriga, |
|
ni la torpe ambición, ni el engaño, |
|
ni la sangre que vierten los hombres |
|
que se roban el oro y el mando. |
|
Dios los puso de todos los tronos |
|
en el trono más puro y más alto, |
|
y subió como siervo que sube |
|
con al cruz del deber al Calvario. |
|
¡Y subió con el santo derecho |
|
|
del Príncipe santo, |
|
sin las náuseas del odio en el alma, |
|
sin la mueca del triunfo en los labios, |
|
|
sin mancha en la frente, |
|
|
sin sangre en las manos!... |
|
Era el trono, entre Dios y los hombres, |
|
|
dulcísimo lazo, |
|
pararrayos divino del mundo, |
|
|
concordia entre hermanos, |
|
|
faro en las tinieblas, |
|
|
orden en el caos. |
|
|
|
Y el Ungido miraba a sus hijos, |
|
y lloraba de amor al mirarlos..., |
|
|
¡tan débiles todos!..., |
|
|
¡todos tan amados!... |
|
|
|
Y tornaba los ojos al cielo, |
|
|
y alzaba los brazos, |
|
y del cielo a raudales caían, |
|
al subir la oración de sus labios, |
|
|
luces en su mente, |
|
|
bienes en sus manos... |
|
y en la grada más alta del trono, |
|
|
mirando hacia abajo, |
|
|
temblando de amores, |
|
|
de amores llorando..., |
|
soberano, radiante, divino, |
|
|
sublime, inspirado, |
|
como blanca visión de los cielos, |
|
como Padre de amores avaro, |
|
que a sus hijos quisiera traerles |
|
|
la gloria en pedazos..., |
|
|
dulce, generoso, |
|
|
solemne, magnánimo, |
|
derramaba la luz de su mente |
|
|
y el bien de sus manos, |
|
inundando de efluvios de cielo, |
|
|
del mundo los ámbitos. |
|
|
- II - |
|
¡Se resiste la mente a creerlo! |
|
¡Se resiste la lira a cantarlo! |
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La legión de los hombres impíos, |
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la legión de los hijos ingratos, |
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ante el trono del Príncipe justo, |
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del Príncipe sabio, |
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ante el trono del Padre amoroso, |
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del Padre injuriado, |
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congregados por vientos de abismos, |
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rugieron, gritaron... |
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¡Lo mismo que aquellos |
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que escuchaba el cobarde Pilatos! |
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Y rodó la corona del justo, |
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y a la cárcel al justo llevaron, |
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¡y vive en la cárcel, por ellos gimiendo, |
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por todos orando! |
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¡Se resiste a creerlo la mente! |
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¡Se resiste la lira a cantarlo! |
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Y una sola cuerda, |
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que responde al pulsarla mi mano, |
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solo quiere cantar esta estrofa, |
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que repite con ecos airados: |
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«¡Ay de los impíos! |
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¡Ay de los ingratos |
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que coronan de agudas espinas |
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las sienes de un santo, |
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la frente de un Padre, |
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la cabeza de un débil anciano!...» |