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Rescatando la memoria del jesuita Vicente Requeno (1743-1811), apasionado neoclásico

Antonio Astorgano Abajo1



Hace doscientos años que murió el jesuita aragonés Vicente Requeno (Calatorao, 1743-Tívoli, 1811). Ante el riego de que pase desapercibida la importante contribución teórica de este estudioso obsesionado por el mito de la perfección clásica, presentamos sus rasgos bio-bliográficos, haciendo hincapié en sus estudios pictóricos, musicales y telegráficos, al mismo tiempo que resaltamos sus raíces aragonesas y españolas, ya que, con cierta frecuencia, se le cree italiano.






Noticia biográfica de Requeno

Desde hace años hemos intentado llamar la atención sobre el abate Vicente Requeno y su obra, en especial la pictórica al encausto, con la publicación de una docena de estudios y editando algunas obras inéditas, como sus Escritos Filosóficos2.

A lo largo de 2011, año del bicentenario de su muerte, presentaremos al personaje en distintos ámbitos y esperamos que, de las Prensas Universitarias de Zaragoza, salga un grueso volumen colectivo, titulado El jesuita Vicente Requeno (1743-1811), restaurador del mundo grecolatino, en el que una veintena de especialistas nos esclarecerán la polifacética personalidad artística y pensadora del abate aragonés. Por razones de espacio, ahora sólo procede que presentemos al lector los grandes rasgos de la persona y obra de Requeno, poniendo de relieve su obsesión por restaurar múltiples facetas del mundo clásico, como la pintura, la telegrafía óptica, la pantomima, la música o el tambor. Para otra ocasión queda la valoración de sus inéditos sobre historia eclesiástica, derecho canónico o teología, cuyos títulos enunciaremos entre los manuscritos conservados en Roma.

El abate Vicente Requeno y Vives nació en la villa de Calatorao (Zaragoza) el día 4 de julio de 1743. Fue el penúltimo de los seis hijos supervivientes de don Joseph Requeno, infanzón, y de doña Josepha Vives, fallecida el 14 de abril de 1748. Familia muy religiosa, documentada en Calatorao desde principios del siglo XVII hasta finales del XVIII.

Entró en la Compañía de Jesús el 2 de septiembre de 1757 en el noviciado de Tarragona. Las fuentes jesuíticas y la rígida normativa del Concilio de Trento nos permiten conocer mejor las etapas sucesivas de su educación. A Requeno le sorprendió el real decreto de expulsión antes de terminar los estudios de Teología, que estaba realizando en el colegio de Zaragoza. Tenía a la sazón veinticuatro años de edad. En total, había pasado en la Compañía de Jesús diez años: dos años de noviciado en Tarragona (1757-1779), un año de humanidades en Manresa (1759-1760), dos años de maestrillo en Huesca (1760-1762), tres años de Filosofía en Calatayud (1762-1765) y dos años de Teología en Zaragoza (1765-1767).

Ya desterrado, después de un año en Córcega, pasó cinco años en Ferrara hasta la disolución de la Compañía en agosto de 1773. Mientras tanto se ordenó sacerdote en Módena en mayo de 1769. Entre 1773 y 1798 vivió en Bolonia, a la sombra de su amigo y protector San José Pignatelli3, dedicado al estudio y restablecimiento de las artes grecolatinas. En este campo, tomado en el sentido más amplio, llevado de su versátil y agudo ingenio, consiguió bastante renombre en Italia, en especial con sus estudios prácticos sobre el encausto (manera de pintar de los grecorromanos, basada, según él, en la cera púnica), a partir del éxito de la publicación de la primera edición de los Saggi sul ristabilimento dell’antica art de’ greci e de’ romani pittori (1784), de manera que, según Lorenzo Hervás y Panduro, «no viene a esta ciudad [Roma] personaje ilustre o curioso de las bellas artes que no procure llevar entre sus rarezas alguna pintura al encausto»4. Al año siguiente, el embajador José Nicolás de Azara consigue para Requeno el premio de pensión doble (19 de julio de 1785), la cual, en un principio, estaba destinada para el helenista y traductor de Heródoto, el también ex jesuita Bartolomé Pou. Ese mismo año envía dos ejemplares, acompañados de dos cuadritos pintados al encausto a la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del país, la cual le encarga al abate que traduzca al español su propia obra, traducción que hizo, pero que no llegó a publicarse por sus numerosos italianismos. Sus investigaciones artísticas eran bastante costosas, por lo que años más tarde solicitó, infructuosamente, ayudas al conde de Aranda (1792) y a Godoy (1795).

Ante las dificultades derivadas de las guerras napoleónicas en Italia, regresó entre septiembre de 1798 y marzo de 1801 a Zaragoza, donde residían tres de sus hermanos y continuó con sus investigaciones. Participó muy activamente en las tareas de la Económica Aragonesa de Amigos del País, donde reorganizó el Medallero o Museo Numismático y el Gabinete de Historia Natural. Durante este período fue nombrado académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza (7 de agosto de 1799) y de la de San Fernando de Madrid (1 de septiembre del mismo año). Entre los adictos a la nueva técnica pictórica del encausto, restablecida por Requeno, está fray Manuel Bayeu, quien en 1799 pintó la Alegoría de las Bellas Artes. Requeno tuvo una gran fama en su tiempo, de manera que en la junta general de la Económica Aragonesa del 5 de agosto de 1785 se le califica de «famoso aragonés». Requeno casi fue profeta en su tierra, si nos fiamos de la entusiasta valoración que el secretario de la Aragonesa, Diego de Torres, hace de su personalidad: «Habiéndose tenido la complacencia [la Aragonesa] de que regresase este sabio a Aragón y a esta capital, disfruta la Sociedad de sus luces y grandes conocimientos literarios, y le ha encargado comisiones de la mayor importancia, que está desempeñando, y de las que se hablará en las actas de otro año» (Compendio de las actas de la Real Sociedad Aragonesa, correspondientes al año de 1798, p. 68).

Nuevamente expulsado a Italia (marzo de 1801), los diez últimos años de su vida fueron de lo más ajetreado, ligados a la restauración de la Compañía (en la que Requeno reingresa en Nápoles en 1804), capitaneada por su amigo José Pignatelli: en Roma (1801-1804), en Nápoles (1804-1806), otro año en Roma (1806-1807) y los cinco últimos en Tívoli (1807-1811), donde murió el 16 de febrero de 1811, probablemente a causa de una enfermedad contraída por su intenso apostolado en las cárceles.

La doble cara (de ilustrado al servicio del progreso de la humanidad y de sincero ignaciano en sus sentimientos religiosos) del abate Requeno se manifiesta, por una parte, en el hecho de que entre 1798 y 1801 participa entusiásticamente en la Real Sociedad Económica Aragonesa, como el más entusiasta de los reformistas borbónicos, la cual le publica Medallas inéditas, libro sobre numismática editado con todo esmero; pero, por otra parte, nuevamente desterrado a Italia, el íntimo amigo de San José Pignatelli se afana por restablecer el culto al Sagrado Corazón de Jesús, que tan duramente había sido perseguido por los gobiernos borbónicos por sus raíces jesuíticas, publicando los Esercizi spirituali o sieno meditazioni per tre settimane sulla necessitá, e sulla utilitá, e su i mezzi da guadagnarci il sacro Cuore di Gesù, e il suo amore (Roma, 1804).

Profundo conocedor del mundo grecolatino, el abate Requeno es un buen erudito y, sin duda, uno de los más obsesionados por restablecer las técnicas del mismo en el siglo del Neoclasicismo. Consciente de su valía, su carácter independiente y contradictorio («hago lo que puedo ya que no lo que debo», repetía con frecuencia) lo llevó a entablar polémicas con los estudiosos europeos (académicos franceses e italianos, principalmente) de la pintura al encausto o ceras diluidas, con los musicólogos, con los numismáticos, etc., disputas que, vistas desde la mentalidad de hoy, podrían denotar un carácter presuntuoso y hasta orgulloso en el tímido Requeno; pero Juan Francisco Masdeu, en su Requeno, il vero inventore (1806), se vio obligado a defender al humilde jesuita aragonés ante los intelectuales romanos, respecto a la paternidad de sus muchos descubrimientos que le estaba siendo arrebatada por otros eruditos poco escrupulosos.




Noticia de las principales obras de Requeno. Obras impresas de Requeno

Requeno consiguió el mayor prestigio con el restablecimiento de la pintura grecolatina o encausto en las dos ediciones de los Saggi sul ristabilimento dell’ antica arte de’ Greci, e de’ Romani Pittori (Venecia, 1784). Tres años después la amplía en dos volúmenes (Parma, Bodoni, 1787), dedicada a José Nicolás de Azara.

El abate calatorense es uno de los precursores del telégrafo, en polémica también con los enciclopedistas franceses, por sus Principi, progressi, perfezione perdita, e ristabilimento dell’antigua arte di parlare da lungi in guerra, cavata da’ Greci é Romani scritori, ed accomodata a’ presenti bisogni della nostra milizia, Turín, 1790. Fue traducida al castellano por don Salvador Ximénez Coronado, Director del Real Observatorio Astronómico de Madrid (Viuda de Ibarra, 1795).

La única obra recientemente reeditada, por la modernidad de su sistema semiológico, es la Scoperta della Chironomia, ossia dell’arte di gestire con le mani nel Foro e nella pantomima dell teatro (Parma, 1797). La edición moderna es del semiólogo G. R. Ricci, Palermo, 1982.

Requeno intentó restablecer el sistema musical grecolatino en los dos tomos de los Saggi sul ristabilimento dell’arte armonica de’ Greci, e Romani Cantori (Parma, 1798). Fruto de su escrupuloso trabajo en el Monetario de la Sociedad Económica Aragonesa es un documentado libro de Numismática, el único escrito y publicado en español por nuestro abate, en el que describe diecinueve monedas inéditas, si bien no siempre con acierto: Medallas inéditas antiguas existentes en el Museo de la Real Sociedad Aragonesa: Explicadas por su Individuo Don Vicente Requeno y Vives, Académico de varias Academias, y dadas a luz con aprobación y a expensas de la misma Sociedad (Zaragoza, Mariano Miedes, 1800). La R. S. Económica Aragonesa lo consideró una de sus publicaciones emblemáticas.

En Il Tamburu, stromento de prima necessità per regolamento delle truppe, perfezionato da don Vincenzo Requeno (Roma, 1807) intenta el perfeccionamiento de este instrumento musical y hacerlo apto para las orquestas.

En las Osservazioni sulla Chirotipografía, ossia antica arte di stampare á mano (Roma, 1810), el de Calatorao demuestra que ya desde el siglo X se usaban ciertos rudimentos de la imprenta en los monasterios, antecedentes de Gutenberg. Resultado de la mayor espiritualidad del final de su vida son los citados Esercizii spirituali (1804).




Obras manuscritas e inéditas de Requeno

En las bibliotecas italianas se conservan manuscritos de Requeno, en castellano, latín e italiano, sobre materias muy diversas. Ya Félix Latassa, hace dos siglos, reseñó once de ellos. Los principales, de los conservados en el Archivo de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, son: Analisi e giudizio del trattato sulla morale de’ PP. della Chiesa di Giovanni Barbeirac (1802); De morum institutione, Libri III; De arte dicendi, Libri III; La Logica osia arte di esercitare bene tutte le operazioni dell’intendimento; Storia della Morale (Tívoli, 1807); Quesiti dell’accademia italiana di scienze, lettere ed arti con le loro risposte (Roma, 1804); Física (Tívoli, 1810); Principi di pensare; Arte di ben parlare filosoficamente; etc.

Pero, sin duda, los más interesantes manuscritos se custodian en la Biblioteca Nazionale Centrale Vittorio Emanuele II di Roma. Sección Gesuitici: Ensayo de un examen filosófico en torno a la naturaleza, al número, y a la cualidad de los locos (Bolonia, 1782); Ensayos históricos para servir al restablecimiento de la música de los antiguos griegos, escritos en italiano y traducidos al castellano por su autor; Suppositzioni poco fondate degli sctittori delle antiche medaglie; Della civile e temporale giurisdizione esercitata dai Romani Pontifici; Lettere 20 di Don Vincenzo Requeno a Monsignor N. N. sull’ Opera della Caritá attuale scritta dal Sig. Ab. Bolgeni; etc.




Algunos rasgos del clasicismo de Requeno

Presentemos resumidamente las conclusiones de los grandes rasgos de la obsesión de Requeno por restaurar las artes grecolatinas. Tal era su admiración que su deseo hubiera sido que, en pleno siglo XIX, se pintase, se cantase y se gesticulase en el teatro como lo hacían los griegos. Incluso que se imitasen ciertas técnicas de telecomunicación, de hacer barcos y tratar el mármol como se supone que se empleaban en el Imperio romano.

No es fácil llegar a conclusiones sobre la figura y la obra del jesuita Requeno, un personaje contradictorio y complejo. Sin lugar a dudas, Menéndez y Pelayo es el máximo culpable del olvido que la obra del jesuita aragonés ha tenido en los dos último siglos, pues en su Historia de las ideas estéticas en España emitió unos juicios desafortunados que han lastrado negativamente la opinión sobre nuestro abate y su obra, calificándolo de «singular proyectista, que hacía por docenas los descubrimientos, [...] todos de rara materia», de «personaje de extraña y singular inventiva y de fantasía aventurera y temeraria» con «imaginación errabunda», mezclada, por raro caso, «con una verdadera y peregrina erudición». Trazó «un excelente suplemento a la Historia del Arte de Winckelmann, [...] y una historia muy docta de la Música entre los griegos».

Dejando aparte el juicio ambiguo del sabio santanderino, Giovanni R. Ricci es el único estudioso hasta el momento que se ha atrevido a definir la personalidad del calatorense y lo califica de intransigente y contradictorio, «descontento con la propia época, con frecuencia polémico y hábil en hacer uso de hirientes ironías, en guerra, se podría decir, con el resto de la cultura contemporánea suya», pero no encerrado dentro de los confines de sus propios ejercicios mentales, sino lleno de la optimista voluntad de actuar sobre el mundo.

Como escritor, Ricci valora a Requeno como «un neoclásico individualista, al borde de la categoría», llegando a criticar a Winckelmann («no aporta nada acerca de la historia ni de los métodos de la antigua pintura») y a Mengs. Es un solitario del Neoclasicismo, y al mismo tiempo, a pesar de su explícito descontento con el presente, un estudioso que ha respirado con plenos pulmones el aire de los años que le tocó vivir.

Requeno es un agudo y curioso captador de múltiples formas expresivas, que caen al margen de la literatura propiamente dicha. El que nuestro jesuita se haya fijado en técnicas artísticas, que pudiéramos calificar como minoritarias o marginales, no justifica que ignoremos su coherencia estética ni su rigor conceptual ni su mentalidad científica, basada en los principios de la observación directa y de la verificación experimental: «los grandes descubrimientos, como se ve en la física, no dependen tanto del ingenio cuanto del método de estudio».

Pero, sobre todo, Requeno, mediante sus textos y sus investigaciones, elabora incesantemente un mito (el mito de la perfección clásica). Y este sueño es edificado sobre fundamentos, ora objetivos, ora hipotéticos, ora imaginarios, que él desearía ver realizado en el plano de la realidad. Nuestro abate, aunque no lo manifiesta expresamente y muestre ciertas reservas hacia Winckelmann, como hemos visto, es un alumno aventajado del alemán, porque encarna la idea fundamental del famoso crítico teutón de que en materia de arte no queda ya nada por descubrir, puesto que los griegos lo han dicho todo. Para alcanzar la cumbre de la excelencia, no queda sino volver a recorrer los senderos que ellos trazaron. Y a fe que nuestro abate aragonés los recorrió durante toda su vida por las rutas griegas de la pintura, la música, las comunicaciones, el teatro, etc. Al mismo tiempo Requeno complementa al alemán, quien, debido a su predilección por la escultura, trató bastante superficialmente la pintura. Ambos, anclados en los modelos y cánones clásicos, cayeron en el mismo defecto, consistente en que su ilimitada admiración por los antiguos los indujo a una obstinada y sistemática negación de los valores del arte de su tiempo.

Nuestro jesuita ocupa un espacio en la cultura europea por sus estudios de las artes grecolatinas con la sana intención de restaurarlas. Por eso, muy pocos personajes habrá más neoclásicos que el abate aragonés en el Siglo del Neoclasicismo. Le interesaba ser considerado restaurador de los modelos grecolatinos, no inventor de nada. Todo el mérito se lo atribuye a los antiguos, en los que «todas estas cosas se hallan menudamente descritas». Según su mejor apologista, Juan Francisco Masdeu (Requeno, il vero inventore, p. 18), la gloria de Requeno no es la de haber inventado un determinado sistema artístico, «cuya cosa se podría inventar de muchos y diferentes modos, sino más bien la de haber hecho renacer las antiguas artes de los romanos y de los griegos, descubriendo sus autores, los métodos, los progresos y tejiendo una exacta historia cronológica».

El abate de Calatorao es el prototipo de hombre neoclásico en el sentido de imitar modelos. Fue un auténtico ilustrado y, como tal, estaba imbuido del espíritu utilitarista al servicio de la Humanidad. Todos sus estudios, experimentos y libros tienen el objetivo claro de suscitar un mayor interés por el análisis de las fuentes de las artes en la Antigüedad. No le bastaba con la admiración y la exaltación del mundo clásico, para Requeno era un modelo vivo, un ejemplo útil, cuyos principios estéticos y técnicas artísticas había que actualizar y reimplantar.

Debemos ensalzar en Requeno el ímprobo esfuerzo personal que puso en sus trabajos artísticos, enmarcados dentro de la feroz polémica de la superioridad de los antiguos o de los modernos. Sin otras fuentes que las literarias, sin otros dineros que su mísera pensión de desterrado, va tejiendo los procedimientos que, para comprobar su validez, debían ser experimentados a cada paso, con materiales e instrumentos muy caros, que supo reemplazar con su ingenio y sisando la insuficiente pensión doble de 200 pesos anuales. El mismo abate nos confiesa:

«La atenta lectura de los autores, tanto antiguos como modernos, me ha suministrado aquellas pocas noticias que podían servirme de guía al fin propuesto y, con los repetidos experimentos y tentativas hechas por mí con suma diligencia y con pequeños gastos, han conducido, si yo no me equivoco, a encontrar las prácticas usadas por los griegos y la solución de infinita dificultad que presentaban los testimonios de los autores y que eran creídos ininteligibles».


(Saggi pittori, 1787, I, p. 158)                


Resumiendo, los trabajos de Requeno tienen bastante de «proyectismo», como le achaca Meléndez y Pelayo, pero todavía suscitan interés y curiosidad, porque puso todo su empeño en llevar a la práctica sus iniciativas artísticas, las cuales constituyen la cabal expresión de su obsesión reformadora y de su creencia en el mito de la perfección greco-latina.

Una serie de circunstancias adversas, como el carácter tímido y generoso de nuestro jesuita, su estilo literario manifiestamente mejorable, la no publicación de las traducciones que el mismo abate hizo de sus obras al castellano, llenas de italianismos, su independencia intelectual respecto al estamento académico-artístico de la época, dominado por los discípulos de Mengs, cierta incredulidad de los críticos debida a su gran poligrafía, etc., han silenciado completamente durante dos siglos los escritos del neoclásico genuino Vicente Requeno, cuya memoria histórica es de estricta justicia rescatar en este segundo bicentenario de su muerte.





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