«Residencia en la tierra»
Poesía 1925-1935. -Pablo Neruda
Miguel Hernández
Ha llegado este libro a mis manos, y su lectura -repetida inagotablemente- se graba para siempre en mi sangre.
Es una guitarra del corazón la que oigo, es un Pablo del corazón el que veo ante mí, cubierto de relicarios de barro, triste y amargo, húmedo y sonando como una íntima raíz al arrancarse. Es un roble con la piel descortezada, las heridas del hacha y el tiempo al aire, el tronco desgarrado y el alma hecha aposento de pájaros afligidos: un río invernal lo ataca, lo recome y lo deja con las raíces en carne viva sobre las orillas donde truenan toros enamorados.
Necesito comunicar el entusiasmo que me altera desde que he leído «Residencia en la tierra». Ganas me dan de echarme puñados de arena en los ojos, de cogerme los dedos con las puertas, de trepar hasta la copa del pino más dificultoso y alto. Sería la mejor manera de expresar la borrascosa admiración que despierta en mí un poeta de este tamaño de gigante. Es un peligro para mí escribir sobre este libro y me parece que no diré casi nada de lo mucho que siento. Temiendo escribo.
LA FORMA
Hay poetas cuya voz cabe en un dedal, en un verso de tres sílabas; hacen mal en extenderse hasta el alejandrino. Se parecen a los ríos que llevan mucho lecho y ningún caudal.
La voz de Pablo Neruda es un clamor oceánico que no se puede limitar, es un lamento demasiado primitivo y grande, que no admite presidios retóricos. Estamos escuchando la voz virgen del hombre que arrastra por la tierra sus instintos de león; es un rugido, y a los rugidos nadie intenta ponerles trabas. Busca en otros la sujeción a lo que se llama oficialmente la forma. En él se dan las cosas como en la Biblia y el mar: libre y grandiosamente. Canta como un profeta desventurado:
Y advierte en su canción:
La desconsolada lluvia, que solo sabe prodigarse y llorar,
La lluvia,
Rehuye la crueldad del perfil, le repugna el frío de lo premeditado y artificioso: la forma obstinada. La poesía no es cuestión de consonante: es cuestión de corazón. Exige prácticas del consonante al joven que empieza y al viejo que no acaba. Basta con que Pablo Neruda diga en versos completamente anárquicos:
para que no se pueda pedir más; la forma ha sido vencida y superada.
EL SOLITARIO POETA
El hombre anda solo por el mundo; pero por lo general no lo sabe. Se da cuenta de la infinita soledad del hombre que además de hombre es poeta. Para él están reservadas desde el principio las terribles tempestades de la soledad. Pablo Neruda, el solitario poeta, se sabe profundamente solo y se queja de su soledad, que aumentan los muertos con su silencio y los vivos con su trato. Esa queja de su soledad está manifiesta en toda su poesía de insatisfecho, tremendo y desengañado sensualismo. Su voz pasional, desolada, tierna y lúgubre siempre es a veces sorda y mansa como la de un tambor apaleado lleno de tierra, y a veces, furiosa y fatal como la del hacha. Parece estar rodeada de desiertos, mares y crepúsculos lluviosos.
Como el sueño que canta genialmente, la soledad lo sigue.
Insatisfacción, dolorosa insatisfacción inapagable, demuestran estos versos. Encuentra las imágenes más trágicas y angustiosas para expresar el desamparo de su soledad:
Busca una comparación de su soledad y la encuentra y nos sobrecoge terriblemente. Es
Es el sur del Océano, «esa región tan sola», donde
Es el vino,
En medio de ese desamparo, el remedio es llorar, desesperarse, cansarse a grito tendido:
El remedio es esperar en su desesperación la repetición monótona del tiempo, y los días lo ven llegar con su «cara de cárcel»...
EL CORAZÓN
Hace unos días me pidió una muchacha lejana y querida: «Escríbeme una carta que te salga del corazón». Yo le hubiera mandado versos de Pablo Neruda. Su poesía tiene para mí mucho de eso: es como una sucesión de cartas y cartas amorosas, íntimas, familiares, de despedida y muerte, saliendo y saliendo inagotablemente del corazón.
Cuando la tristeza nos hace dar con la boca en el pecho, la lectura de un libro triste nos consuela. Me ha descansado este libro al pasar el otoño entre la luz vespertina de todas sus horas y las hojas azotándome la cara. Son cosas del corazón las cosas que lo inundan, asuntos del corazón que no podrán comprender los que tienen por corazón una oficina, o una maquinaria. Me irrita oír a los oficinistas de la poesía, me angustia ver este libro entre sus manos. Si se pudiera impedir la entrada a las narices -porque son las narices y no el corazón lo que meten en un libro de poesía- de estos hombres, pediría fervorosamente que se les impidiera. Cuando comentan perjudican.
Para poder respirar la atmósfera del libro de Pablo Neruda se necesita una imaginación muy trabajada, no muy trabajosa, y un corazón de sentimiento y guitarra. No tiene derecho el superficial que llega y tropieza en sus poemas a decir ni pío, que es lo más que puede articular su frivolidad de gorrión.
Para ellos no se escriben sangrientamente cosas como esta:
Uno de esos «ellos», folletinista, filósofo, editor y algo, hizo una antología de las mil mejores poesías castellanas -según él- , y colocando -naturalmente- algunas tristes tonterías suyas, puso como ejemplo de mala poesía estos versos de Pablo Neruda:
Pero me olvido del corazón, que es mi faena, ocupándome de nadie. Digo que Pablo Neruda va a las cosas con el corazón, no con la cabeza. Rodea las cosas de insignias del corazón, y se arrodilla ante ellas para darlas como perdidas, aun teniéndolas bajo su poder. Un sentimiento de pérdida irreparable alienta en toda su poesía. Canta siempre como desposeído de algo idolatrado, como si le faltara el calor de la criatura más entrañablemente querida.
Como si la vida no tuviera remedio, como si se hallara moralmente herido y derribado bajo el peso de una desgracia inmensa, exclama:
No encuentra orillas a qué acogerse. Parece hablar por boca de la botella flotante y desamparada en alta mar. Me da este verso una emoción de sirena de barco náufrago sonando dramáticamente sombra y agua.
Este sonido revuelto, dolorido y opaco que sale de su pecho lo lleva a imaginar su corazón como un caracol marino en una costa solitaria esperando una boca que lo sople. Con una grandeza y un acento desolado, de hermosura infinita, desarrolla la imagen en el poema «Barcarola»:
Esta es la especie de poesía que prefiero, porque sale del corazón y entra en él directa. Odio los juegos poéticos del solo cerebro. Quiero las manifestaciones de la sangre y no las de la razón, que lo echa a perder todo con su condición de hielo pensante.
LAS COSAS
¿De qué elementos prescinde Pablo Neruda? De ninguno. Es un enorme río desbordado que todo lo arrastra en su corriente turbia y tormentosa. Es la vida con sus plagas y sus tumultos animales de siempre, la tierra con su flora y su fauna, el mar con sus secretos y ahogados. Todo está en Pablo Neruda: todo lo atiende, todo lo canta. Su sangre está siempre atenta al llamamiento enamorado de las cosas que lo rodean desde los cuatro puntos cardinales. Su voz quiere responder, y se acongoja respondiendo a la de cada objeto con que tropieza. Es un amor y un dolor infinitos por todo. El mundo circula por sus venas. Su corazón es un sistema planetario de penas, recuerdos y pasiones. Las cosas, las adoradas cosas, lo atormentan y lo inundan:
Ante su voz desmesurada y poderosa, ¡qué ridículos encuentro el romancillo, la cosita, los cuatro versos tartamudos, verbales, vacíos, incoloros, ingeniosos; el poemilla relamido y breve que tantos cultivan y acatan.
Estoy harto de tanto arte menor y puro. Me emociona la confusión desordenada y caótica de la Biblia, donde veo espectáculos grandes, cataclismos, desventuras, mundos revueltos, y oigo alaridos y derrumbamientos de sangre. Me revienta la vocecilla mínima que se extasía ante un chopo, le dispara cuatro versitos y cree que ya está hecho todo en poesía.
Basta de remilgos y empalagos de poetas que parecen monjas confiteras, todo primor, todo punta de dedo azucarado. Pido poetas de las dimensiones de Pablo Neruda para acabar con tanta confitura rimada.
EL TIEMPO Y LA MUERTE
Se ciernen trágicamente la amenaza y el castigo mudos del tiempo y la muerte en la poesía de Pablo Neruda. El tiempo es para él humo silencioso, lengua hostil, polvo podrido:
El tiempo desde el comienzo del mundo del libro, galopa, huella y destruye:
El tiempo y la muerte:
El tiempo, manifestándose en el fantasma de un buque de carga, en una calle destruida, sobre la ropa en el fondo del mar:
Y la muerte:
El tiempo, que viene, odiándonos, a besarnos la frente, y nos la tizna; que cae y no se oye su caída, que pasa y no se va:
Y la muerte:
El tiempo y la muerte, golpeándolo y exterminándolo todo en silencio inútilmente, porque
Con estos versos nostálgicos y rotundos acaba «Residencia en la tierra», libro de proporciones, valor e importancia definitivos, que, revolucionario de aspecto y eterno de voz, viene a empequeñecer y derribar cosas consideradas hasta hoy como grandes y resistentes.
Miguel HERNÁNDEZ