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31

«Editorial. Rodolfo Usigli», Tramoya, nueva época, núm. 86 (2006) p. 3.

 

32

Ib., p. 4.

 

33

Usigli, «Reynalda...», [2006], op. cit., p. 161.

 

34

Usigli, «Examen...», p. 12.

 

35

Ib., p. 12.

 

36

Ib.

 

37

En el primer cuadro del tercer acto se encuentran también algunas similitudes del diálogo con el final que aparece en Vacaciones II. Reproduzco aquí el fragmento de la edición [2006] que se puede comparar con el fragmento que aparece arriba en la nota 22, subrayo los textos que son iguales.

«Armida: [...] No podría pintarte el cuadro. Nunca nos entendimos, pero con el éxito menos que nunca. Hablar era lo mismo que gritar en medio de una congestión de tráfico, con todos los cláxones [sic] sonando a la vez. Nuestra vida era un infierno de flores, de fiestas, de juegos, de trajes de lujo, de amigos de lujo. Y no hay peor infierno, mi Reyna, que el infierno en el que no puedes trabajar. Ese fue el mío. Tú no sabes... Reynalda: [...] Te he pedido que calles, madre. Yo no sé nada. No quiero saber nada. No sé más que una cosa: sé que mi padre se mató.

Armida: [...] ¿Quién te ha dicho eso?

Reynalda: Nadie. Lo sé.

Armida: Ese es el otro cuento. Todavía no comprendo cómo no pude no matarme yo, que me ahogaba a diario. Cada noche a su lado sentía el mismo impulso de arrojarme al estanque. Tú dormías en la pieza contigua y me salvaba verte. Eras tan pequeñita, tan dorada, tan rosa, tan miel como yo me sentí siempre en mis sueños. Me detuviste tú.

Reynalda: Pero él se mató.

Armida: No era un hombre normal. Tenía una horrible voracidad de vivir. Pero no se mató, Reyna» (Usigli, Reynalda... [2006] pp. 156-157).

 

38

Usigli, «Examen...», p. 12.

 

39

Usigli, Reynalda... [2006] p. 158.

 

40

Ib.