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Rodaje mejicano de «Don Quijote»


Daniel Aubrey



El autor de este testimonio sobre el trabajo de Orson Welles era un joven americano que nos presentó Nicholas Ray y que estaba contratado en los años sesenta como escritor por Samuel Bronston. Al parecer, tomó parte en alguna redacción del guión de El Cid. Cuando Nicholas Ray dictó una serie de conferencias para los alumnos de la Escuela Oficial de Cine, Aubrey fue su traductor.

Durante un tiempo mantuvimos contactos frecuentes y casi realizamos juntos un ambicioso documental sobre la guitarra española que él tenía pensado y para el que Ray le sugirió nuestra colaboración. Cuando le hablamos de Orson Welles, nos ofreció este texto de un rodaje que había presenciado cinco o seis años atrás. El conocimiento posterior de documentos escritos y fidedignos y el haber visto tanto el montaje de Welles como el descafeinado y oscuro de Jesús Franco, quizás preso de una cierta producción y de unas fechas agobiantes, nos hace ver que o bien Aubrey recordaba mal, o Welles cambió algunas ideas en los años que median de 1957 a 1962 ó 1963. En otro texto de esta película reconstruimos algo los hechos más evidentes.

J[uan]. C[obos].


Don Quijote





Era en el año 1956. Orson Welles estaba rodando su Don Quijote en Méjico. La primera vez que lo vi fue en un mesón de la ciudad de Puebla. Welles estaba comiendo y bebiendo cerveza. Vestía un traje azul marino, algo usado y demasiado suelto, con una camisa también azul marino. Entre trago y trago de cerveza masticaba un puro habano y se reía -no sé de qué, pero de su risa sí que me acuerdo-. Una risa que nacía en el estómago y subía volcánica hacia la boca irrumpiendo gigantesca como el mismo Welles.

Estaba rodeado de gente, pero no puedo acordarme de si también los demás comían y bebían. Yo estaba fascinado por esta figura, que me hizo pensar en la del célebre Pantagruel, el alegre gigante comilón inventado por Rabelais: gigante rodeado de enanos.

El productor de la película era Oscar Dancingers, quien también produjo varias de las películas mejicanas de Luis Buñuel. Él fue quien me presentó a Welles.


Patty McCormack en Don Quijote

Yo tenía entonces veintiún años y mi único vicio era el cine. Estaba frente al autor de Ciudadano Kane (película que había visto diecinueve veces) y me quedé muy calladito todo ese primer día.

En los días siguientes, sin pedirle permiso a nadie, acudí cada mañana al lugar de rodaje. La película se rodaba con unos medios mínimos: una cámara Arriflex, dos reflectores y un equipo de menos de diez personas.

El cameraman era un cierto Jack Draper, que antiguamente trabajó en Hollywood pero ya hacía muchos años que vivía en Méjico. Draper nunca había oído hablar de Orson Welles y menos aún de sus películas. Con el sumo desprecio que puede tener esa casta de técnicos, me explicó extensamente que Welles utilizaba ángulos bajos porque estos directores de teatro estaban acostumbrados a verlo todo desde los asientos de las primeras filas de butacas.


Akim Tamiroff en Don Quijote

Welles mostraba una cortesía señorial con todos los del equipo menos uno: el jefe de producción. Hay hombres que nacen víctimas y él era uno de ellos. Todo lo hacía al revés. Había una escena en que Sancho Panza -Akim Tamiroff- tenía que robar un pollo, asarlo y comérselo. Cuando llegó el pollo al lugar de rodaje estaba ya cortado en pedazos. Entonces Welles montaba en unas cóleras que sólo se pueden calificar de olímpicas y ya no veíamos al desgraciado jefe de producción durante varios días.

El modo de rodar de Welles era fascinante. Recordaba al de Griffith. Nunca le vi con un guión en las manos. Todo lo llevaba en la cabeza. Con el equipo muy ligero, cambiábamos de emplazamiento unas treinta y cinco veces al día, y Welles nunca parecía dudar antes de cambiar de plano. Sabía perfectamente lo que quería lograr. Con sus intérpretes, Akim Tamiroff y Francisco Reiguera, quien hacía de Don Quijote, siempre estaba de muy buen humor, bromeando y ayudándoles. En particular con Tamiroff mantenía una relación muy estrecha. Acaso sería interesante trazar la línea del personaje de Tamiroff en las películas de Welles, desde Arkadin, pasando por Sed de mal y acabando con El proceso. Su modo de trabajar con Tamiroff era muy nueva ola antes de que ésta existiera. Welles, fuera de campo, iba inventando diálogos a los cuales él tenía que improvisar respuestas a medida que se rodaba el plano. Entonces, utilizando idéntico procedimiento, Welles hacía el plano con Reiguera.


Francisco Reiguera en Don Quijote

Poco a poco empecé a hablar con Welles de sus películas. Me di cuenta de que no le gustaba que se hablase demasiado de sus triunfos. Prefería hablar de sus fracasos. Así que aprendí, cosa que ignoraba, que había rodado bastante metraje sobre el célebre caso Domenici en Francia. Fue a los lugares del crimen, entrevistó, al estilo cinéma verité, a todos los miembros de la familia de campesinos a quien se les acusaba de haber matado a una familia de turistas ingleses. Durante el rodaje, formó su propia hipótesis, que no coincidía con la explicación oficial. El resultado fue que Welles nunca logró el permiso para sacar de Francia lo rodado, y hasta hoy, lo que habría sido un extraordinario documento, sigue sin montar.

También habló de otro fracaso, éste en Brasil, donde veinte años antes que Marcel Camus, Welles había ido a rodar algo sobre el Carnaval de Río.

Hablando de estos fracasos Welles parecía atormentado, pero creo también que hay toda una parte de su ser que invita al mismo fracaso... un fuerte mecanismo de autodestrucción. Es como si quisiera compensar a los dioses por la sobra de talentos que le han dado. Debe ser insoportable la responsabilidad de ser un genio.

La ironía del destino quiso que, sin saberlo, estuviera Welles forjando en esos mismos momentos otro nuevo fracaso. Como se sabe, Don Quijote sigue aún hoy sin terminar. Toda una serie de desgracias han caído sobre la película. Tamiroff tuvo un grave accidente de coche que interrumpió el rodaje varios meses. De vez en cuando oigo decir que Welles ha rodado algunos planos más, sea en Italia o en España. Su concepto era el siguiente: él, como narrador, contaba la historia del Quijote a una niña, Patty McCormack. La novedad era que situaba a Don Quijote y Panza en el mundo moderno, y que en vez de luchar contra molinos, Don Quijote atacaba a camiones por la carretera. Patty McCormack tenía entonces unos doce años. Hoy tiene veinte. Espero que por suerte para Welles haya terminado todos los planos de ella, porque si no el encaje me parece algo difícil. Welles, el mismo viejo atacante de molinos, merece terminar su Quijote.








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