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321

José Monleón, óp. cit., pág. 122.

 

322

Antonio Fernández Insuela, «A propósito de Alejandro Casona y la guerra civil», Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, XLIX, 145 (1995), pág. 431.

 

323

Vid. el artículo de Charles H. Leighton citado en n.º 313.

 

324

Por ejemplo, el doctor Roda de Prohibido suicidarse en primavera, al referirse a su ayudante Hans, dice que «la guerra deja marcados a todos; a los que caen y a los que se salvan» (O. C., I, pág. 506). La preocupación de Casona ante la guerra se ve también en La tercera palabra cuando el profesor opina que una de las pasiones del salvaje es la guerra y cuando le contesta Pablo que, como él es un «pobre salvaje», les deja la guerra «a los civilizados» (pág. 154).

 

325

Refiriéndose al simbolismo del exilio, basado en la regresión del ser divino sobre sí mismo, señala G. Scholem: «Pero un ser que no se halla en su lugar se puede decir que está en el exilio. De este modo resulta que todo ser a partir de aquel acto primitivo es un ser en el exilio y se encuentra necesitado de reconducción a su lugar de origen y de redención»; en La Cábala y su simbolismo, Madrid, Siglo XXI, 1978, p. 123. Sobre las figuras relevantes de la Época de Oro judía en España, véase el estudio de Israel Gutwirht, Cábala y mística judía. Sus grandes maestros, Buenos Aires, Acervo Cultural Editores, 1983, 2.ª ed.

 

326

A pesar de que la propia María Zambrano ha sido objeto de inserción típica en lo español contemporáneo, pues su regreso fue algo programado, ella misma luchó siempre contra ese cierre del exilio. A su escrito de carácter autobiográfico, Delirio y destino (Madrid, Mondadori, 1989), que empezó a escribir a principios de los años cuarenta y fue retocando con el tiempo, habría que añadir ensayos tan significativos como «Amo mi exilio», en La otra cara del exilio: la diáspora del 39, Universidad Complutense de Madrid, Cursos de Verano, El Escorial, 1989, pp. 7-8; y «El exilado», en Los Bienaventurados, Madrid, Siruela, 1990, pp. 29-44, en los que la situación de exilio es una forma personal de ver la historia y, por eso mismo, no es fácilmente renunciable.

 

327

En el escrito «Mito poético de Castilla», que lleva la fecha 13 de diciembre de 1943, afirma Luis Cernuda: «Cambio y distancia, si no mudan al hombre, le hacen conocerse mejor, y no sólo conocerse mejor a sí mismo, sino también a todo aquello que le determina y le forma en su ser vivo individual, o sea, sus gentes y su tierra, su lengua y su historia». Este apéndice aparece recogido por R. Martínez Nadal en Españoles en la Gran Bretaña. Luis Cernuda. El hombre y sus temas, Madrid, Hiperión, 1983, p. 319, que continúa siendo, hasta el momento, el mejor estudio sobre la etapa inglesa de Cernuda.

En cuanto a la objetividad de la plenitud distante, que es uno de los rasgos específicos del lenguaje de Cernuda, véase el amplio ensayo de M. Ballestero, «Poesía y distanciación. Acerca de Cernuda», en Poesía y reflexión. La palabra en el tiempo, Madrid, Taurus, 1980, pp. 87-135.

 

328

A partir del contacto de Cernuda con Hölderlin y de la experiencia de la guerra civil española, la dimensión romántica de la tierra como lugar de origen desborda el marco renacentista del Edén perdido. Esta conciencia romántica, como la de Hölderlin o Nietzsche, contrarios a su tiempo, ha sido señalada por R. Argullol en su ensayo «Cernuda romántico», en Territorio del nómada, Madrid, FCE, 1987, pp. 60-73. En cuanto a la consideración de Cernuda como poeta de la memoria y el olvido, pueden verse los ensayos de O. Paz, «Juegos de memoria y olvido (Luis Cernuda)», en Convergencias, Barcelona, Seix Barral, 1991, pp. 75-93; y de J. A. Valente, «Luis Cernuda entre el olvido y la memoria», que figura como prólogo a la edición de La realidad y el deseo (1924-1962), Madrid, Alianza, 1998, pp. 11-17.

 

329

Para la evolución del exilio, que va del dolor a la reconciliación, pasando por la lejanía, véase el amplio ensayo de F. Brines, «Ante unas poesías completas», en Escritos sobre poesía española (De Pedro Salinas a Carlos Bousoño), Valencia, Pre-Textos, 1995, pp. 95-98. Al que padece una situación de exilio le asalta el irresistible deseo de tener un espacio propio. El exiliado aspira a reconocer un centro del que ha sido apartado y al que debe volver. Practicar o vivir en el exilio, en el no lugar, es ser otro y pasar al otro. Para esta experiencia del no lugar, al que se accede en estado de inocencia, véase el estudio de M. Augé, Los «no lugares». Espacios del anonimato, Barcelona, Gedisa, 1996.

En cuanto a las figuras retóricas de la antítesis y la paradoja, que tanto dominan en este poema, véase el estudio de R. Navarro Durán, La mirada al texto, Barcelona, Ariel, 1995, pp. 77-98. Para los recursos fónicos, en especial los fenómenos paronomásticos, véase el ensayo de J. A. Martínez García, «Repetición de sonidos y poesía», Archivum, XXVI, 1976, pp. 71-102.

 

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«El exilio como tema, libremente elegido, se presta a innumerables variaciones», afirma C. Guillén en su estudio El sol de los desterrados: literatura y exilio, Barcelona, Quaderns Crema, 1995, p. 81. Él mismo, apoyándose en la tradición de la cultura judeo-cristiana, en donde la expulsión del Paraíso traduce la condición originaria del hombre en la tierra (Cf. el ensayo de L. Kolakowski, «En elogio del exilio», Vuelta, febrero de 1986, p. 47), trata de analizar la condición del exilio en figuras eminentes de la tradición occidental (Ulises, Dante, Ovidio), si bien, en lo que se refiere a nuestra propia tradición, sólo se fija en el caso de Blanco-White, pero no en la situación de los exiliados españoles a partir de 1939. En cuanto a Luis Cernuda, abundan más los ensayos parciales que los estudios de conjunto. Entre los primeros, cabe destacar el de C. Zardoya, «Luis Cernuda, el peregrino sin retorno», Ínsula, núms. 400-401, marzo-abril 1980, pp. 14 y 36. Respecto a los segundos, el de W. D. Barnette, El exilio en la poesía de Luis Cernuda, Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán 1984, col. Esquío, especialmente su «Introducción», pp. 7-36.