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561

Un punto de contrición - da a un alma la salvación. (Don Juan Tenorio, de Zorrilla, Segunda parte, acto III, escena II).

 

562

Zorrilla tomó esta idea del Don Juan de Marana, de Alejandro Dumas.

 

563

Véanse: El ángel caído (Montevideo, 1846), Don Juan (1860), Spleen et ideal (1857) y Don Juan converti (1864), respectivamente.

 

564

Superchería empleada quizá por primera vez, por Júpiter que, para poseer a Alcmena, se hizo pasar una noche por su marido Anfitrión.

 

565

Revilla. Opúsculo citado.

 

566

Don Juan Tenorio se estrenó en el teatro de la Cruz el 28 de Marzo de 1844. El protagonista y Doña Inés estuvieron a cargo de Carlos Latorre y Bárbara Lamadrid. Francisco Lumbreras hizo de Don Luis, Pedro López de Don Gonzalo y Caltañazor de Ciutti. Fue escrito en veinte o veintiún días o al menos en este tiempo se propuso escribirlo Zorrilla. Debido a su mala interpretación y a su pésima mise en scéne el drama apenas gustó. Calvo y Vico han sido, después, excelentes intérpretes de Don Juan, llegando incluso a representarlo a medias: los cuatro primeros actos, uno y los tres últimos, otro. (V. Historia del Teatro Español, por N. Díaz de Escovar y Francisco de P. Lasso de la Vega. t.º II, pág. 120). La propiedad del drama fue enajenada por el autor por cuatro cuartos, como es sabido. He aquí el documento: «Crea en favor de D. Manuel Delgado la propiedad absoluta y para siempre del drama original en siete actos y en verso, titulado Don Juan Tenorio, por la cantidad de 4.200 reales velón, que recibo en este acto, a fin de que, como cosa suya privativa pueda disponer de dicho drama libremente para su impresión y representación en todos los teatros, exceptuándose únicamente los de esta corte. Madrid, 18 de Marzo de 1844. Firmado: José Zorrilla». Sin embargo, pocas obras o ninguna habrán producido más derechos a la Sociedad de Autores, como observa Cejador, que ésta. Zorrilla, en verso y prosa, abominó reiteradamente de ella. En cuanto al hecho de que se represente por los Santos y los Difuntos, a pesar de lo irreligiosa que es, según ya declaró Revilla en su opúsculo citado, debe tenerse en cuenta lo que dice Said de Armesto en La Leyenda de Don Juan sobre la costumbre que reinó en Galicia, hasta la centuria decimosexta, de festejar en los templos, con bullicioso y sacrílego júbilo: libaciones y engullir viandas, el día de Difuntos. En los altares se colocaba la vajilla que había de emplearse en estas comilonas. Los asistentes a tan extraña fiesta alzaban, ya borrachos como una uva, su copa en honor de los muertos que descansaban eternamente bajo las losas sepulcrales. También era costumbre en algunas casas españolas poner uno o más cubiertos, según los muertos habidos en la familia, en la mesa, en los días señalados al efecto por la tradición, con objeto de que estos seres, ya desaparecidos, se sirvieran de ellos aunque de modo invisible. (Obra citada, pág. 132). Armesto lo tomó del Sr. Barreiro de W. (Galicia diplomática, 31 de Octubre de 1883. La fiesta de difuntos).

 

567

Estrenada en el teatro de la Cruz el 10 de Mayo de 1814 por Bárbara Lamadrid y Carlos Latorre.

 

568

Id. id. el 21 de Enero de 1845, en el beneficio de Carlos Latorre.

 

569

El rey loco se representó por primera vez en el Príncipe, el 15 de Enero de 1847, en el beneficio de Carlos Latorre, La reina g los favoritos en dicho teatro, el 5 de Mayo de igual año, con la colaboración escénica del Sr. Romea (J.). La Calentura, en el mismo coliseo el 5 de Noviembre de referido año, en el beneficio de Florencio Romea. El Excomulgado, también en el teatro del Príncipe el 5 de Septiembre de 1848. Los principales papeles corrieron a cargo de las hermanas Lamadrid, Latorre, López y Barroso. La Creación y el diluvio, en el de la Cruz el 12 de Octubre del citado año y Traidor, inconfeso y mártir, en este mismo coliseo, el 3 de Marzo de 1840, en el beneficio de Matilde Díez. Además de los intérpretes mentados en el texto, intervinieron en la representación, Florencio Romea, en Don César y Sobrado en Arbúes. La obra fue puesta siete veces.

 

570

Recuerdos del tiempo viejo, págs. 210 y 211.